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TEXTO

Tenía Andrés cierta ilusión por el nuevo curso; iba a estudiar Fisiología, y
creía que el estudio de las funciones de la vida le interesaría tanto o más que una
novela; pero se engañó; no fue así. Primeramente, el libro de texto era un libro
estúpido, hecho con recortes de obras francesas y escrito sin claridad y sin
entusiasmo; leyéndolo no se podía formar una idea clara del mecanismo de la vida;
el hombre parecía, según el autor, como un armario con una serie de aparatos
dentro, completamente separados los unos de los otros, como los negociados de un
ministerio.
Luego, el catedrático era un hombre sin ninguna afición a lo que explicaba,
un señor senador, de esos latosos, que se pasaba las tardes en el Senado
discutiendo tonterías y provocando el sueño de los abuelos de la Patria.
Era imposible que con aquel texto y aquel profesor llegara nadie a sentir el
deseo de penetrar en la ciencia de la vida. La Fisiología, cursándola así, parecía una
cosa estólida y deslavazada, sin problemas de interés ni ningún atractivo.
Hurtado tuvo una verdadera decepción. Era indispensable tomar la Fisiología,
como todo lo demás, sin entusiasmo, como uno de los obstáculos que salvar para
concluir la carrera.
Esta idea, de una serie de obstáculos, era la idea de Aracil. Él consideraba
una locura el pensar que habían de encontrar un estudio agradable.
Julio, en esto, y en casi todo, acertaba. Su gran sentido de la realidad le
engañaba pocas veces.
Aquel curso, Hurtado intimó bastante con Julio Aracil. Julio era un año o año y
medio más viejo que Hurtado y parecía más hombre. Era moreno, de ojos brillantes
y saltones, la cara de una expresión viva, la palabra fácil, la inteligencia rápida.
Pío Baroja: El árbol de la ciencia (1911)

PREGUNTAS

1. Escriba un breve resumen del texto. (Puntuación máxima: 1 punto)


2. Indique el tema y la organización de las ideas del texto. (Puntuación máxima: 2
puntos)
3. Comentario crítico sobre el contenido del texto. (Puntuación máxima: 3 puntos)

1. Resumen del texto.

El fragmento nos presenta el desengaño del protagonista, Andrés Hurtado, al comenzar sus estudios
universitarios. Comprueba con desilusión que ni los métodos ni los profesores responden a lo que
esperaba antes de iniciar la carrera; las materias se impartían con manuales desprovistos del menor
sentido didáctico o científico, al tiempo que los profesores se limitaban a impartir mecánica y
rutinariamente la asignatura. Era pues inevitable que el alumno Hurtado adoptara una actitud de
desencanto en lo relativo a su experiencia de alumno universitario de Medicina, como su experimentado
compañero Aracil le había prevenido.

2. Tema y organización de ideas.

El texto recoge la sombría visión del personaje al adentrarse como alumno en la universidad; el
narrador registra cómo Andrés, al descubrir la atonía y endeblez de la realidad académica, se siente
defraudado.

Su estructura externa está organizada en siete párrafos, algunos de ellos especialmente breves.
El primer elemento de contenido introduce el asunto, como es la actitud de partida con que el personaje
afronta el comienzo de sus estudios; a continuación, el choque con la realidad que desbarata su ilusión
previa: la descripción de los defectos del manual primero, y del profesor después. De ambos
inconvenientes la consecuencia que se desprende es enteramente lógica: el inevitable desencanto del
estudiante.
A partir de ahí, se introduce un nuevo asunto: la descripción de otro personaje, Aracil, a partir de sus
rasgos psicológicos (perspicaz, experimentado, avisado) y físicos.
3. Comentario crítico del contenido.

Nos encontramos ante un fragmento extraído de una de las novelas centrales en la narrativa de
Baroja, El árbol de la ciencia; por su contenido, los comienzos de la andadura universitaria del
protagonista, es indudable que corresponde a la parte inicial del relato. La novela, publicada en 1911, se
encuadra en la primera etapa de la novelística barojiana, para muchos críticos, la etapa más productiva del
autor, en la que mejor se reflejan la personalidad del autor, el espíritu de la Generación del 98 y la crisis
de fin de siglo. Los personajes de las novelas de esta época (Camino de perfección, la trilogía La lucha
por la vida, Zalacaín el aventurero…) intentan buscar sentido a su existencia; son seres en conflicto
consigo mismos o con el medio, y algunos acaban sucumbiendo.

Con respecto al contenido, no cabe duda de que el mundo universitario de la época no gozaba de las
simpatías de Baroja, cuyo carácter rebelde, escéptico e inconformista encontró pasto abonado en la
España de la época para que el autor dejara oír su voz de desaprobación y de distanciamiento hacia una
amplia serie de cuestiones sociales e ideológicas. La reacción de frustración del personaje en su primer
contacto con la experiencia académica es una más de las muchas que jalonan la peripecia vital de Andrés
Hurtado, cuyo suicido final no puede sorprender en demasía al lector.

Carga Baroja la crítica sobre todo en el planteamiento con que se abordaban las materias
universitarias: de modo torpe, sin rigor, sin celo docente, como un mero trámite para un profesorado al
que parece preocuparle poco la motivación o el seguimiento que se brinde al alumnado. Se detiene en este
desapego hacia la propia materia, en esa falta de interés por cuidar la forma en que se imparte, el camino
que los alumnos deben seguir para avanzar en su educación universitaria, lo que Baroja sitúa dentro de la
visión desolada de un país indolente, pasivo, superficial, sin energía para las acciones necesarias, es decir,
una muestra de la “crisis de fin de siglo”, crisis, por otro lado, tan fructífera desde el punto de vista del
pensamiento o de la literatura.

Aborda el autor un tema de considerable importancia, como es el de la educación universitaria, la


formación de los jóvenes, y específicamente aquí de los médicos, opción profesional de marcado carácter
vocacional. Desde la perspectiva de nuestro tiempo, podríamos sostener que por descontado hemos
avanzado en lo que se refiere a la educación universitaria: hoy las facultades cuentan con una dotación
personal e infraestructural que está en consonancia con el nivel socioeconómico del país. Son, además,
miles los jóvenes españoles que hoy tienen acceso a la universidad, que ya afortunadamente no es, como
en otras épocas, un recinto reservado a las clases pudientes. Es más, ha llegado incluso a haber en algunas
especialidades un número excesivo de titulados universitarios; ello genera también nuevos problemas,
como el de la frustración de quien no ve posible ejercer la profesión para la que se ha preparado, así
como, con respecto al propio país, el desaprovechar los recursos humanos y económicos asignados a la
formación de estos jóvenes.

Pero no es sólo una crítica externa, al sistema, lo que Baroja plantea, sino más bien al modo en que se
encara la docencia, y ése es un asunto que, en el fondo, depende del criterio o enfoque personal; en el
nivel universitario, como también en los otros escalones del proceso de formación de una persona, la
huella que dejan los profesores que transmiten el interés por lo que enseñan, por su materia, es
imborrable. Así, en la misma época en que Baroja pinta este panorama tan poco halagüeño de la
universidad española, está funcionando la Institución Libre de Enseñanza, y los centros y actividades que
conllevó, lo que supone una página memorable en nuestra historia educativa. En efecto, en los centros de
esta Intitución se formaron personalidades de la talla humana y literaria de Machado, o, años después,
convivieron y compartieron experiencias renovadoras en la Residencia de Estudiantes figuras como las de
los jóvenes Lorca, Dalí, Buñuel, Alberti…; de ese germen se han nutrido las ciencias y las letras
españolas en los dos tercios últimos del siglo XX.

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