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IDENTIDADES CAMBIANTES,

IDENTIDADES INVISIBLES

La irrupción de la formación cultural salvadoreña 1

MIGUEL HUEZO MIXCO

ANTIGUA GUATEMALA, 2000


"La verdad histórica [...] no es lo que sucedió;
es lo que juzgamos que sucedió".
-- Jorge Luis Borges. Pierre Menard autor del Quijote.
I

INTRODUCCIÓN
1. IDENTIDAD DE IDENTIDADES

EN EL SALVADOR de posguerra se ha venido insistiendo en preguntarnos "quiénes

somos". Ni la pregunta ni el entorno de desolación material y moral en el que se

produce son nuevos. Después de haber sobrevivido a la más violenta de nuestras

guerras, nos interesa saber "quiénes somos ahora". A pesar de las dificultades que

contrae cualquier intento por asir o definir una identidad colectiva, la interpelación no

debiera quedar sin respuesta.

Tras la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, tanto organismos públicos y

privados, escritores, artistas y periodistas, empresarios, políticos y burócratas, han

difundido una diversidad de ideas sobre lo que consideran que es ahora la identidad

salvadoreña2. La palabra "identidad" se escucha en numerosas actividades políticas y

culturales; se apela a ella de manera constante, en su nombre se organizan eventos

nacionales e internacionales, y ha llegado a convertirse en un tópico que suscita

adhesiones y enfrentamientos verbales.

Desde 1970, en El Salvador se han producido cambios muy drásticos que atañen

directamente a la cultura y las identidades. En primer término, se produjo una nueva

guerra civil, la más grave y cruenta de todas las que se han vivido en el país. La guerra

puso de manifiesto la existencia de un "doble poder" entre dos fuerzas que gozaban de

importantes apoyos internos y externos3. Tras el fin de la guerra, en 1992, el militarismo

que había dominado al país por sesenta años cedió el espacio al surgimiento de

gobiernos civiles4. La desmilitarización del país probablemente sea, en el presente y

hacia la cultura porvenir, el más importante resultado del acuerdo firmado por los

adversarios más temibles de toda nuestra historia.

Entre 1971 y 1992 la población creció en poco más de un millón de personas y

la sociedad pasó a ser predominantemente urbana5. En los años 70 también se


produjeron luchas sociales que modificaron la manera en que se concebían a sí mismos

sectores del campesinado, el estudiantado, la burocracia estatal, así como intelectuales y

artistas. Con aquellas luchas irrumpieron nuevos actores sociales, políticos y culturales

que han sido portadores de una variada cantidad de interpretaciones sobre el país. No

sólo las organizaciones campesinas, que fueron las más visibles a lo largo del proceso

revolucionario, sino también las poblaciones indígenas, silenciadas desde la primera

mitad del siglo XX, volvieron a ganar visibilidad y se constituyeron, por primera vez

desde los años 40, en sujetos de alianzas políticas.

El movimiento migratorio principalmente hacia los Estados Unidos, se convirtió

desde los años 80 en un factor completamente nuevo en la economía y en la cultura

salvadoreña6. La construcción del "imaginario cultural" salvadoreño, enraizado en las

peculiaridades históricas, religiosas, gastronómicas, étnicas, nacionales o de lengua, por

la vía de los emigrantes establecidos en ciudades como Los Ángeles, Washington o

Nueva York, se enriquece con nuevas realidades, historias e identidades. Estas nuevas

identidades transversales7, es decir, identidades que atraviesan el cuerpo de la sociedad

como un corte a cuchillo, están impugnando la idea de una identidad exclusivamente

fundada en valores nacionales.

Tanto en el "exterior" como en el "interior" del país existen nuevas vivencias de

la salvadoreñidad. Las historias y memorias de los salvadoreños que cruzaron las tres

fronteras para asentarse en Los Angeles, San Francisco, o las comunidades cristianas de

los alrededores del embalse del Cerrón Grande que participaron en el proceso

revolucionario de los años 80 están impregnadas de una vivencia complementaria y

distinta respecto de la de los pescadores del Golfo de Fonseca, las cofradías indígenas

de Izalco, los desmovilizados de la guerra en Usulután, o los empleados de una


maquiladora coreana en San Marcos. En El Salvador hay tantas identidades como

historias y memorias.

Una mirada en perspectiva a los procesos que dieron lugar al nacimiento de la

idea de El Salvador, nos hace visible la naturaleza caprichosa y al mismo tiempo

asombrosa del surgimiento, como un volcán sobre el horizonte, de una entidad cultural.

Primero, porque pareciera que son fuerzas completamente fuera del control de la mano

humana las que se mueven y prestan condiciones para que en un determinado espacio se

originen los relieves que llegarán a constituirse en una sociedad identificada consigo

misma a través de sucesos, fantasías y estereotipos. En segundo término, es asombroso

el papel que juegan los grupos sociales y las personas en encaminar al conjunto social

en una dirección, tanto para delinear sus apetencias como para establecer sus

antagonismos. Esto es notorio en formaciones culturales, como la salvadoreña, donde la

violencia ha tenido un importante protagonismo.

Nadie nace con una determinada identidad cultural. Las identidades, ante todo,

son subjetividades creadas, papeles asignados y entidades construidas e imaginadas. Los

salvadoreños y salvadoreñas aprenden a ser salvadoreños y salvadoreñas. De esa

enseñanza se encargan las madres y las abuelas, también los padres, los hermanos, el

vecindario, la escuela, las leyes, el ejército y la policía, la televisión y los periódicos. Y

cuando un salvadoreño o salvadoreña se pregunta por su identidad, ya sea en el exilio,

en un campamento de refugiados en Honduras, en una escuela norteamericana de

entrenamiento militar, u oculto en un furgón a través del desierto junto a otros

inmigrantes centroamericanos, aquella pasa a convertirse también en una experiencia

indagada.

La identidad de un país se construye tanto bajo el influjo de esas vivencias y

memorias como también con el peso del silencio y el olvido. Existen dimensiones de la
historia por tanto tiempo silenciadas que han provocado un efecto distorsionante sobre

la idea de país, con efectos directos en el análisis social y la acción política8. Y otras, a

fuerza de ser repetidas, han llegado a convertirse en sordas tapias que nos impiden

escuchar y visibilizar otros sujetos, otras presencias, otras acciones, otras necesidades.

En sociedades como la nuestra parece indispensable traer a cuenta hechos,

personajes desdeñados o sepultados, así como las conexiones aparentemente

caprichosas entre unos y otros. ¿Cómo sacar de los sepulcros y de los armarios esas

historias indispensables para la construcción de una "comunidad" en donde exista

reconocimiento para los héroes de unos y otros, los comunes y los propios, los de mi

grupo, los de mi simpatía, y que ellos nos vinculen de manera virtual y afectiva a un

espacio llamado El Salvador? La acción social, la indagación histórica, el arte, la

literatura, en la medida que nombren, deslegitimen y cuestionen las representaciones

segregacionistas y sugieran la creación de relaciones más igualitarias entre los

salvadoreños, pueden ayudar a rearticular los discursos de identidad y probar que la

identidad no es una trascendencia sino una convergencia, una pregunta que vuelve

permanentemente sobre sí misma, y nunca una afirmación inalterable, como una estatua.

Aunque los discursos de identidad suelen imponer referencias simples destinadas a ser

repetidas, es irresistible oponerse a la simplificación de la identidad de los y las

salvadoreñas al hecho de hablar español, gustar del futbol y comer pupusas.9

En este trabajo emprendo una serie de indagaciones que echan mano tanto del

olvido como de la memoria, procedimientos que, parafraseando a Le Goff, parecen

inseparables de "la lucha por el poder o por la vida".10 Es muy difícil entender el país

del cual somos originarios si no somos capaces de vernos en él, no tanto desde la altura

que otorgan las estanterías de libros y las veleidades "cosmopolitas" de algunos de sus

hijos más privilegiados, sino desde la experiencia de haber tenido a ese país, el país real
y el país mental, como un inevitable punto de referencia. Ser salvadoreño es sólo una

manera de ser, entre muchas; pero como lo ha probado nuestra historia, también una

manera de no-ser. El salvadoreño tiene identidades visibles y también identidades

invisibles.

El paisaje salvadoreño es, en gran medida, un códice que somos incapaces de

leer. Por muchos años, los poetas tuvieron allí uno de sus motivos principales de

inspiración. Aquella tierra, la "indiana musa" de Espino,11 fue capaz de conmoverlos

más allá del mero placer visual y llegó a convertirse en algo culturalmente significativo.

El Salvador, primero territorio físico, comenzó a ser también un territorio mental, algo a

lo que millones de personas creen pertenecer y le profesan afecto. Año con año, desde

hace casi 90 años, en todas las escuelas y colegios del país los estudiantes repiten, con

monótona entonación.

"Dios te salve patria sagrada. En tu seno hemos nacido y amado. Eres el aire que
respiramos. La tierra que nos sustenta, la familia que amamos, la libertad que nos
defiende, la religión que nos consuela...".12

La identidades también son rutinas, a toda escala. El corredor litoral que cruza al

país longitudinalmente, es una antiquísima vía de circulación desde el norte del istmo al

sur y viceversa. Esta ruta también fue usada por los españoles en las primeras décadas

de la Conquista13. Sus pobladores se han asentado desde hace miles de años en los

valles interiores de los macizos volcánicos, en un clima dominantemente cálido. Hacia

el norte, una franja montañosa y poco fértil forma una escarpada barrera en cuyo filo

comienza a nacer el país de Honduras. Por la región occidental de esa Montaña frontera

penetra el río padre y madre de la cultura salvadoreña, que serpentea a lo largo de 294

kilómetros hasta desembocar en el océano. Casi la mitad de su territorio --incluyendo

siete de sus catorce cabeceras departamentales-- se aloja en la cuenca del Lempa.14

Podría decirse que El Salvador se hizo país en la cuenca de ese río. En el pasado, el
Lempa fue una reconocida frontera natural entre el norte y el sur mesoamericano; en la

actualidad, rodeado de tierras erosionadas y carcomido por la voraz frontera agrícola,

hace trabajar las turbinas de las tres centrales hidroeléctricas que producen la mayor

parte de la energía del país. En la literatura escrita no hay rastros de mitos asociados al

poder que este río ha ejercido desde el pasado remoto sobre la agricultura, el clima, las

migraciones, las guerras. Pero entre los habitantes ribereños existe una memoria que

sigue ignorada en las construcciones de la "identidad" que se fabrican en los gabinetes

de los intelectuales y burócratas.

Desde la Antigüedad hasta nuestros días, el país forma parte de un espacio

intermedio entre las grandes civilizaciones precolombinas y un lugar de mezcla entre las

especies vegetales y animales del norte y del sur del continente americano15; por su

ubicación también ha sido un espacio dominado por cuatro imperios: azteca, español,

inglés y norteamericano, sucesivamente16.

Ser periferia es, pues, una noción muy arraigada en el "alma nacional". Ser

dominados, una condición que se ha convertido en uno de los principales bailes de

máscaras del poder. Es difícil entender a El Salvador y a Centroamérica sin

relacionarlos con esa condición geopolítica y con las lógicas imperiales, particularmente

de los Estados Unidos que, en diversos grados, han socavado su soberanía y moldeado

su identidad.

En el texto que sigue he intentado correlacionar los horizontes que han servido

de soporte para la invención de una identidad salvadoreña: el mestizaje como un

elemento de cohesión y exclusión social; en segundo lugar, el remarcado papel de la

violencia y las armas; y, finalmente, pero no por ello menos importante, las migraciones

en su doble papel de fuga y retorno. Estos planos se ven cruzados con reflexiones en

torno a la pervivencia de los esquemas coloniales en la formación cultural, y los roles


contradictorios del poder, el arte, la literatura y el paisaje mismo, para problematizar el

universo de lo que suele llamarse "identidad nacional".

Aunque el texto se apoya en fuentes documentales de la historia salvadoreña y

centroamericana, ha sido escrito con cierto apremio presentista. Dicho apremio parte de

una consideración básica: escarbar en la historia y en las fuerzas que condicionan a esta

sociedad tan marcada por la opresión material y espiritual, sólo tiene sentido si se toma

conciencia de la presión que ejerce el pasado, y si ello, a su vez, ilumina el tipo de

presiones que deben hacerse sobre el presente.

2. LA INVENCION DEL PAIS

HACE 180 AÑOS El Salvador tal y como le conocemos ahora no existía. Por tres siglos,

su actual territorio fue solamente una porción provincial del remoto Reino de Guatemala

en el centro de América. Este reino que alguna vez soñó con ser pujante y rico17, se

extendía sobre un largo eje volcánico y una cadena montañosa flanqueada por tierras

bajas descendiendo abruptamente hacia las costas de los dos océanos. Comprendía lo

que hoy en día son las cinco repúblicas de Centroamérica y el estado mexicano de

Chiapas. No era un reino pequeño. Hace doscientos años, era una tercera parte mayor

que España, el poderoso país de donde llegaron los ejércitos que vencieron a los

aborígenes centroamericanos; la composición de su población era muy diversa: dos

terceras partes de sus habitantes descendían de las culturas aborígenes y no hablaban

español. El resto estaba compuesto por "mestizos" (mezcla racial española e indígena)

pardos y mulatos --lo que comúnmente se llamaban "castas"--, "criollos" (hijos e hijas

de españoles nacidos en América) y una pequeña elite "blanca" de origen peninsular en

cuyas manos se concentraba el poder. El tribunal real español fundado en 1542 con
jurisdicción sobre estos territorios se llamó, de manera indicativa, la Audiencia de los

Confines.

Lo que ahora denominamos El Salvador se constituyó apenas hasta el primer

cuarto del siglo XIX con algunos de los territorios demarcados por el sistema colonial,

comprendiendo unos veinte mil kilómetros cuadrados. Como el resto de países

latinoamericanos, es un país de muy reciente invención.

La piedra fundacional de la futura nacionalidad salvadoreña es un motín que

comenzó la noche del 4 de noviembre de 1811 en San Salvador. Los cabecillas de la

revuelta arrestaron en su propio domicilio al representante del Rey18 mientras grupos de

pobladores lanzaban piedras contra las casas de los españoles19. De esta forma, la

tradicional lealtad centroamericana al rey cedió su lugar a las contradicciones que se

había larvado a lo largo de tres siglos entre dos sectores privilegiados del orden

colonial. Pese al ímpetu de los sansalvadoreños, la mayoría de las localidades de la

jurisdicción se mantuvieron leales a la Corona y al menos dos despacharon a toda prisa

contra la capital un contingente de tropas mal avitualladas20. El cura de la localidad

occidental de Santa Ana no pudo expresarse en peores términos al considerar a San

Salvador como ciudad "sacrílega, subversiva, sediciosa, (e) insurgente"21.

Aunque en la revuelta no se disparó ni un tiro ni corrió la sangre, la primera

insurrección de los criollos centroamericanos en todo el periodo colonial no tuvo un

final tan pacífico22. Algunos importantes líderes independentistas terminaron como

presos políticos. En los años que siguieron, el temido jefe del reino agrandó su fuerza

militar, anuló elecciones y encarceló a varios alcaldes acusándolos de conspiración

contra la Monarquía. Los años que siguieron al levantamiento de noviembre fue un

período de persecución23. Aquel "primer grito de Independencia" --como lo llama la

historia oficial-- ha pasado a ser uno de los mayores motivos de orgullo nacional: aparte
de ser la chispa que desató las luchas y maniobras que culminaron con la Independencia

de España once años más tarde, también fue una muestra de la fuerza y la eficacia de la

elite criolla, y su disposición a ocupar los nuevos espacios de poder.

Los intelectuales y comerciantes criollos --junto a algunos cuadros españoles

que se integraron con notable rapidez al nuevo esquema de poder-- que encabezaron el

movimiento de Independencia bien pronto se vieron en medio de un remolino de

acontecimientos que nos servirán para establecer un posible guión de la idea de la

salvadoreñidad. El primero fue la resistencia contra la anexión de Centroamérica a

México. La oposición de San Salvador levantó en armas a unos cinco mil hombres en la

región. Las guerras civiles que siguieron rápidamente duplicaron esa cantidad. La

mayoría de aquellas pequeñas, persistentes y destructivas guerras tuvieron a El Salvador

como su escenario principal. Para 1830 un informe del Secretario de Estado Mariano

Gálvez señalaba que, desde la Independencia, en el antiguo reino la cantidad de armas

de fuego en manos de civiles había aumentado por lo menos cincuenta veces24. El

crecimiento en espiral de las actividades militares y la proliferación de pequeños

ejércitos25 pasaron a convertirse en una factor central para el sostenimiento de un orden

que correspondía a una indeterminada idea de país. Indeterminada, porque las pugnas

entre facciones políticas rivales y la carga del pasado colonial, no permitían despejar el

panorama del nuevo país.

Los salvadoreños participaron con especial denuedo en el fallido proyecto de

integrar la Federación de Centroamérica. La idea unionista fue para El Salvador un

desastre. El impacto de las guerras hizo escribir al viajero Robert G. Dunlop:

"el estado de San Salvador parece estar exhausto y en ruinas debido a los efectos de la
larga y continua guerra civil. Todo tipo de industria está casi en las últimas"26.

En la defensa de la Federación los salvadoreños enviaron a la muerte a

centenares de hombres, principalmente campesinos pobres, que parecían entregarse a la


causa con especial devoción. Otro viajero que se encontraba en San Salvador durante

aquella época convulsa, advirtió que los salvadoreños, al mismo tiempo que guerreaban

contra Guatemala y resistían a las tropas hondureñas que marchaban sobre la ciudad,

mostraban una resolución y energía sin par. Escribe:

"Los voluntarios (para ir al combate) aparecían por todas partes con la firme resolución
de sostener a toda costa la federación o morir bajo las ruinas de San Salvador (...) Esta
fue la vez primera que me sentí contagiado de entusiasmo. En todas las revueltas
presenciadas por mí, no había notado ningún rastro de heroísmo ni amor ardiente por la
patria".27

El Salvador decretó su primera Constitución en 1824, y quince años más tarde se

declaró un Estado separado de la Federación. Pero las efusiones de sangre no

terminaron allí. En 1833, los indígenas y campesinos realizaron la más conocida

intentona de sublevación del período poscolonial, siendo aplastados de manera

cruenta28. Veinte y tantos años después, más jornaleros salvadoreños marchaban en

columna hacia Nicaragua para enfrentarse contra el norteamericano William Walker.

Tras el rotundo fracaso de la Federación, El Salvador se declaró como una República en

1856.

Fue la primera provincia en sublevarse contra la Corona, la única en rechazar la

anexión al efímero Imperio mexicano y la última en renunciar a la idea unionista.29

Estos acontecimientos otorgaron a los salvadoreños la partida de nacimiento de una

identidad originada en conflictos, y adelantan algunas de sus marcas culturales: la

nación se piensa, se define y se nombra desde el "centro": San Salvador; los criollos (y

después los "ladinos") serían los continuadores de un poder de fuerte contenido

colonial, erigido a expensas de la población vencida en la guerra de Conquista; tercero,

como ya se anotó, el empleo de las armas se convirtió en el procedimiento privilegiado

para dirimir los conflictos de intereses. Estos factores se constituyeron en puntales para

articular un discurso nacional que se construyó sobre un referente normativo, una

noción de igualdad y una homogeneización cultural. En lo sucesivo, uno de los empeños


principales de la elite fue la producción de discursos destinados a promover sus

aspiraciones de ser-alguien-distinto, de España, en primer lugar: de Guatemala, la

capital del Reino colonial, en segundo término. Esto es, tener una identidad.

Estos factores, debo adelantarme a decir, no deben ser vistos como nocivos. Se

trata de la puesta en marcha de relaciones y valores destinados a darle sentido a su

desempeño en la vida social. Pero aunque las personas por ellos determinadas actúan

enmarcadas dentro de determinadas condiciones sociales, a su vez ellas también deciden

y actúan sobre ellas. Si bien no tienen poder para modificar su pasado, son enteramente

responsables por lo que deciden y por la manera en que actúan, hacen o dejan de hacer.

Sin embargo, en la armazón de la historia "oficial" se pasan por alto

construcciones que van montando el andamiaje de una posible identidad común. La

convergencia entre un humilde miliciano y el general Morazán marchando a la batalla,

vuelve a plantearnos paradojas que escapan a las simples ideas de la manipulación

ideológica. Pero por otra parte, el silencio en torno a la opinión de los miles de

jornaleros que sirvieron como carne de cañón en todas las guerras habidas en el país,

nos da una muestra flagrante de la ausencia de las voces de las "clases subalternas" en la

historia escrita.

3. ANFORAS ROTAS

Intentemos dar un salto en el tiempo. Cien años después de aquel levantamiento de

noviembre, un conjunto de intelectuales emprendieron una de las primeras cruzadas

cívicas del siglo XX.30 A través de una revista que reunía lo más granado de la elite

culta salvadoreña y centroamericana, escritores e historiadores se propusieron exaltar a

los héroes de aquel movimiento proponiéndolos a la juventud como "vivo y eterno


ejemplo de honradez y de virtudes cívicas"31. Aquella jornada bien puede verse como

una típico intento de cristalizar una idea de país y formar un panteón de campeones

inmaculados, ajenos a cualquier tipo de intereses personales o de clase social,

compenetrados solamente de un enorme celo patriótico. Entre el levantamiento de

noviembre y la puesta en circulación de la revista Próceres, la historia dio un giro

completo. Los "exaltados" sansalvadoreños, teniendo a la cabeza a José Matías Delgado

--un cura que murió excomulgado por el Papa-- y a Manuel José Arce --quien murió

ignorado y pobre en el exilio-- se constituyeron en piedra fundadora de una

nacionalidad que pasó a reconocerlos como padres de la patria.

Pero, ¿será así de simple la historia? ¿O no será más bien que la historia de la

nacionalidad salvadoreña ha documentado, exaltado y ritualizado únicamente la parte

"criolla", relegando a la oscuridad y el silencio al resto de los componentes del país,

principalmente a la población indígena?

En El Salvador después de la Independencia la historia pasó a ser una historia

esencialmente "criolla", desinteresada e incapaz de propiciar una sociedad que asumiera

y reivindicara la variedad racial de su población. El criollo salvadoreño que, como

veremos, con los años pasó a ser asimilado por la más eficaz aunque difusa categoría del

"mestizo", se constituyó en la parte civilizada, la parte española/occidental, con un

desprecio atávico hacia lo indígena, a quien consideró la parte incivilizada e inferior.32

De hecho, en El Salvador ha sido sumamente interiorizada, a lo largo y ancho de la

escala social, la noción de que en el país el problema indígena no existe simplemente

porque "no hay indígenas". El discurso dominante que define a El Salvador como una

sociedad mestiza ha servido de soporte a las ideologías nacionalistas de los liberales y,

más recientemente, de los revolucionarios33. Y aunque en sus inicios, a principios del

siglo, el discurso del mestizaje amortiguó las expresiones racistas del liberalismo y
prestó condiciones para la incorporación de algunos grupos subalternos a la idea de

nación, también sirvió como soporte ideológico para la desarticulación de las

comunidades indígenas y la expropiación de sus tierras.

La campaña patriótica de 1911 se produjo en medio de aquella euforia. Mientras

los intelectuales rescataban y publicaban los documentos que legitimaban a los criollos

como los arquitectos del nuevo país y exaltaban sus vidas azarosas contra el poder

colonial, en el campo se cebaba un proceso conflictivo que exhibía trágicas cotas de

violencia cotidiana y recíproca entre terratenientes y campesinos.34 ¿Cuánta de toda

aquella tinta y cuánto de los actos rituales en las escuelas públicas y las plazas, fueron

capaces de construir una identidad nacional? Si juzgáramos a partir de los sangrientos

acontecimientos que siguieron dos décadas después, con el alzamiento indígena y

campesino de 1932, sería fácil concluir que aquella idea estereotipada de "la Patria

amada"35 fue un producto del cual estuvieron ajenos al menos dos grandes sectores de la

población: indígenas y campesinos pobres. Entonces, ¿puede considerarse "nacional"

una identidad imaginada casi exclusivamente desde una parte del país?

Todavía es muy pronto para llegar a conclusiones terminantes. En este país las

corrientes humanas y las transformaciones que han tenido lugar en su paisaje cultural y

geográfico han venido enfrentando y soldando numerosas herencias.

Algunos de los antepasados de los salvadoreños provienen de antiguos

poblamientos de la fabulosa cultura maya y de las migraciones de núcleos nahuas36 que

llegaron a estas tierras provenientes de México en el año 1200 antes de nuestra era37.

También existen vestigios de la llegada hasta el oriente salvadoreño de pequeñas

expediciones desde el sur del continente americano,38 que eran consideradas como

"extranjeras".
Entre el siglo XIV y el XX de nuestra era, nuevas oleadas humanas constituidas

por conquistadores y colonos españoles, y luego esclavos negros de origen africano

traídos desde el Caribe, inmigrantes árabes y chinos y norteamericanos y europeos, han

venido a asentarse en este país para constituir un conjunto complejo y variopinto. No

todas las migraciones fueron azarosas. Algunas respondieron a un patrón racial. En el

siglo XIX, El Salvador se sumó al proyecto criollo latinoamericano de "blanquear

cuerpos y espíritus" que consistía en atraer inmigrantes de Europa y Estados Unidos

portadores de la sangre de la superioridad racial, la civilización y el progreso. La Ley de

Extranjería de 1921, incluyó entre los extranjeros perniciosos a los individuos de raza

árabe, conocidos en el país como "turcos"39. Y en 1933, la primera ley de Migración,

prohibió la entrada a El Salvador de originarios de China, Mongolia, Malasia, negros y

gitanos40.

Se trata de un país que alberga tantas identidades como historias hayan; historias

que provienen de los individuos, clases, sectores y comunidades que le han dado forma

a este país, con su trabajo y su imaginación, en condiciones materiales desiguales,

salvaguardando sus intereses, y a menudo defendiendo ideas contradictorias del bien.

La identidad salvadoreña --a la vez vivencia y revelación, ambigüedad y certeza-

- es algo que nadie puede explicar satisfactoriamente. Ahora que la palabra identidad se

encuentra por todas partes y se le vincula a tantas cosas, ¿es posible hablar de la

existencia de una identidad nacional común para jornaleros y terratenientes, para

indígenas y ladinos, para los habitantes de la ciudad y del campo, para desempleados y

empresarios, para migrantes y sedentarios, para analfabetos y "cultos", para hombres y

mujeres?
¿Puede la identidad ser una entelequia que atraviesa transversalmente a la

sociedad, independientemente del acceso desigual a la riqueza material, a los bienes

simbólicos y al poder?

El "nacionalismo" de diversos signos políticos e ideológicos, ¿ha sido hasta

ahora capaz de dar una explicación última del perfil cultural del salvadoreño?

¿Puede atribuirse a la "falta de identidad" la espiral de violencia política y social

que llegó a convertirse en la Guerra civil de once años41? ¿Juega algún papel en la

situación de violencia delincuencial que asola a este país?

No pretendo encontrar la verdad histórica. La verdad histórica, se atreve Borges

a proponer, "no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió". A su vez,

agregaríamos, lo que juzgamos que sucedió es sólo una parte del inmenso mosaico de

representaciones posibles que pueden hacerse sobre una sociedad. Me resulta irresistible

mirar la Historia como una rama sumamente desarrollada de la ficción literaria. La

Historia --con mayúscula-- sin duda nos provee los datos que fijan, como con alfileres,

el mapa recorrido por esta porción de humanidad a la que se añade el predicado

"salvadoreña"; pero la naturaleza intransferible y única de la experiencia vivida por uno

sólo de estos hombres y mujeres termina arrojando siempre una piedra en ese espejo de

aguas movedizas. Desearía que esta confesión se entendiera ante todo como una

muestra de respeto por esa disciplina que arroja tanta luz sobre el mundo humano como

lo hacen las novelas, el arte o la poesía. Por lo tanto, para responder aquellas preguntas,

creo que también debe echarse mano de las herramientas de la intuición, convirtiendo en

nuevas preguntas y problemas la vivencia del quién soy, o la más ambigua de los

quiénes somos.

Quiero terminar esta introducción con una parábola sobre la imposibilidad

esencial de penetrar en los arcanos de la historia. En el O- Yarkandal, Salarrué cuenta


de un reino en el que no era permitido relatar las historias y leyendas de su pueblo sino

"labrándolas y esmaltándolas alrededor de un ánfora". Las figuras y los movimientos

del labrador, y no sólo los signos, tenían un alto valor en la narración de los grandes

acontecimientos del reino: la escama de un pez alado o la espiral formada por una

serpiente explicaban, por ejemplo, un estado del alma o una emoción intensa. Cuando

alguna de estas ánforas se rompía, dice el O-Yarkandal, los eruditos hacían esfuerzos

sobrehumanos por reconstruir aquellas texturas. Sus intentos resultaban invariablemente

infructuosos porque la falta de un pequeño trozo o el más pequeño "error" en la

colocación de una pieza daba lugar a nuevas historias que, a lo largo de mucho tiempo,

eran tomadas por verdaderas. Tras casi doscientos años de ánforas rotas y vueltas a

reconstruir, ¿quién se atreve a decir que conoce la verdadera historia de este pueblo?
II

MESTIZAJE:
HIJOS DE LA "RAZA CÓSMICA"

"Dígase lo que se quiera, los rojos, los ilustres atlantes de quienes viene el indio, se durmieron hace
millares de años para no despertar. En la Historia no hay retornos porque toda ella es transformación y
novedad. Ninguna raza vuelve; cada una plantea su misión, la cumple y se va. [...] El indio no tiene otra
puerta hacia el porvenir que la puerta de la cultura moderna, ni otro camino que el camino ya desbrozado
de la civilización latina".
José Vasconcelos. La raza cósmica42.

"Se fueron los indios, en su éxodo enlutado hacia los grandes parajes del olvido... Todo se fue. Hombres y
pueblos. Sólo faltó que emigraran las montañas...".
Miguel Angel Espino. Mitología de Cuscatlán43
1. IDENTIDADES IMPRESCIDIBLES

El Salvador es un país "mestizo". Esta idea tan arraigada entre la población salvadoreña

no es irreal. Ya en el año 1807 Antonio Gutiérrez y Ulloa, corregidor intendente de la

provincia de San Salvador, envió a su superior en Guatemala un documentado informe,

el primero de su clase en el Reyno44, conteniendo los datos geográficos y estadísticos

más relevantes sobre la provincia45.

Aunque algunos de los papeles se extraviaron en los sucesos de noviembre de

1811, cuando el corregidor intendente estuvo en manos de los insurgentes

sansalvadoreños46, el informe contiene elementos para reconstruir el paisaje geográfico

y humano de El Salvador de principios del siglo XIX47.

En lo referente a su población, es claro que a finales del período colonial El

Salvador contaba con un número de habitantes que casi doblaba a los que existían en su

territorio cuando los españoles iniciaron su guerra de conquista. Dicha población estaba

compuesta mayoritariamente por la raza surgida del cruce de conquistadores e

indígenas. "El Salvador" --afirma Rodolfo Barón Castro-- "sale del dominio español

como entidad nueva, no sólo en lo espiritual, sino en lo étnico". El documento revela

que ya entonces la "raza mezclada" constituía la etnia dominante sobre el total de la

población48. Con todo, los indígenas todavía representaban casi la mitad de la población

en un número casi igual al que había en estas tierras en el momento de la llegada de los

españoles49.

En El Salvador el mestizaje ha llegado a ser no solamente el resultado de una

mezcla racial sino también un discurso que ha nutrido la ideología nacionalista

salvadoreña, que en el pasado ayudó a matizar el pensamiento racista del liberalismo y

que, al mismo tiempo, ha venido invisibilizando las identidades que conforman a El

Salvador contemporáneo. En lo específico, el mestizaje, entendido principalmente como


un proceso cultural civilizador --y por lo tanto de "desindianización"-- ha confrontado e

invisibilizado la continuidad de las identidades indígenas, sus prácticas culturales y su

memoria.50 La negación persistente de la existencia de importantes sectores de

población indígena ha dado lugar a uno de los mitos culturales salvadoreños: "En El

Salvador ya no hay indios".51

Con todo, los indígenas han jugado un papel importante, tanto en la

conformación del tipo de sociedades que emergieron en el periodo español como en la

construcción del Estado poscolonial. El legado indígena ha tenido y tiene importancia

en el patrimonio cultural salvadoreño; esto sólo podrá asumirse en la medida que se

trascienda el carácter estático que se le otorga a la herencia cultural indígena, lo cual

evita la incorporación de su potencial a la idea de país o Nación. Estos son los temas

que nos interesa discutir en las páginas que siguen.

Como en el resto de Hispanoamérica, los mestizos llegaron a dominar el paisaje

humano salvadoreño. Desde los primeros años de la Colonia, el mestizaje fue creciendo

y acomodándose a los patrones de comportamiento europeo, dándole la espalda a lo

indio52. Si bien a la larga predominó la indígena-española, también hubo diferentes

mezclas con etnias provenientes de Africa, las que vinieron a sumarse a mezclas

ocurridas entre los mismos indígenas. Los contingentes tlaxcaltecas y mexicas que

llegaron como aliados del conquistador Alvarado, se asentaron en tres lugares del

territorio salvadoreño (los llamados "barrios de mexicanos")53 y se mezclaron con los

nahua-pipiles y lencas. En las plantaciones de cacao de Sonsonate también se

produjeron otras mezclas: indígenas provenientes de la zona lenca salvadoreña, de la

Verapaz guatemalteca y comarcas hondureñas (todos conocidos como los "aquilones")

se asentaron como trabajadores de los cacaotales de Izalco. Muchos de estos migrantes

encontrarían la muerte en el ardiente clima de la costa, pero los que sobrevivieron


terminaron alejándose de sus comunidades de origen para asentarse e integrarse

paulatinamente con la población y la cultura del occidente salvadoreño. La catástrofe

demográfica provocada por las pestes que aquejaron los poblados indígenas de toda la

región centroamericana a mediados del siglo XVI54, favoreció el asentamiento

definitivo de los aquilones, quienes ocuparon el lugar de los izalqueños vernáculos

como nuevos jefes de familia casados con viudas y abandonadas, terminando como

dueños de los cacaotales55. Estos ejemplos ilustran la complejidad de los cruces raciales

y culturales que han tenido lugar en El Salvador. Las investigaciones histórica y

antropológica, tan carentes de apoyo y estímulo en el medio salvadoreño, hasta ahora

poco han contribuido a establecer la riqueza de las vertientes humanas que han venido a

congregarse en lo que suele designarse como la "identidad" salvadoreña, no solamente

por el prurito investigativo, sino para reconocer las especificidades y continuidades

culturales que otorguen reconocimiento a sus propias memorias, y para que informen las

acciones sociales presentes y futuras que mejoren su calidad de vida.

El mestizaje hispanoamericano tiene origen en un acontecimiento netamente

militar: la Conquista56. La ferocidad de aquel enfrentamiento, documentado tanto en los

memoriales indígenas como en las relaciones de los conquistadores, o ilustrado en

lienzos como el de Tlaxcala57, tuvo también un impacto demográfico. Aunque los

inicios del mestizaje suelen asociarse con las violaciones ocurridas en la guerra de

Conquista, documentos dan cuenta que en no pocas ocasiones los mismos principales

indígenas ofrecían a sus mujeres a las huestes ibéricas. Gonzalo de Alvarado, hermano

del "muy cruel" Pedro de Alvarado, refiere en un documento del año 1570 que en

Tecpán Izalco, los caciques no sólo vendían a sus propios vasallos como esclavos sino

que también "...les entregaban sus mujeres".58 El primer acto formal de mestizaje en El
Salvador tuvo lugar hace 475 años, en la antigua villa de San Salvador, en los

alrededores de Suchitoto, mediante el matrimonio de una indígena y un español.59

Los indígenas siempre constituyeron un núcleo poblacional salvadoreño

importante, si bien no fue el único ni el más poderoso. En sus inicios la identidad

salvadoreña se conformó por diversos grupos60. En primer término, los "blancos",

provenientes de la administración y los asentamientos del poder colonial61. Luego, los

"criollos", descendientes de españoles nacidos en territorio americano sin ningún

mestizaje62. El término "criollo" se empleó inicialmente para designar a los hijos de los

conquistadores y primeros colonizadores, pero las sucesivas oleadas de inmigrantes

españoles le fue dando nuevas significaciones. Los criollos heredaron las instituciones

del poder colonial y encabezaron los movimientos autonomistas e independentistas que

tuvieron lugar en la región en las primeras décadas del siglo XIX, y hasta principios del

XX jefearon los nacientes Estados nacionales así como el gobierno de la República

Federal, y protagonizaron las guerras y los pactos políticos.

Los "ladinos"63, constituían un segmento caracterizado principalmente por su

diferenciación respecto de los indígenas, integrado inicialmente para designar durante la

temprana Colonia a los indígenas que habían aprendido el idioma castellano. A finales

del siglo XVII, el término designaba al conjunto de población española, mestiza, negros

y mulatos que habitaban los llamados "pueblos de indios".

Los africanos constituyeron un tercer elemento racial que se asentó en las tierras

salvadoreñas acompañando a los españoles que los poseían en calidad de esclavos.

Fueron traídos para los trabajos más duros y vivían apartados de la población indígena -

-la cual fue considerada por la legislación española como desvalida y necesitada de

protección--. En general, los africanos fueron sirvientes de confianza de los españoles,

que formaban parte del patrimonio de la hacienda privada, pero también se dio el caso
de negro amotinados, como en el año 1622, cuando esclavos de comarcas

sansalvadoreñas se fueron a la montaña y asolaban a los españoles. El levantamiento fue

aplacado con refuerzos armados de Guatemala y Comayagua. Así mismo, un reporte de

un cura franciscano del año 1586, da cuenta de la existencia de una estancia en los

alrededores de Izalco que poseía esclavos de origen africano, con los cuales el

propietario había formado un pequeño ejército personal64.

Pero la porción poblacional que siempre ha mantenido un número importante es

la indígena. Antes de la Conquista, estaba constituida por descendientes de la

civilización maya que hacia los años 900 y 1350 de nuestra Era fueron desplazados por

pueblos de habla nahua provenientes de México. La aldea más antigua que se ha

localizado se encuentra en Chalchuapa, y data del año 1200 a.E. (Periodo preclásico).

Su estructura ceremonial conocida como El trapiche debió ser en su época uno de los

edificios más grandes de Mesoamérica. Chalchuapa fue uno de los grandes sitios del

área cultural maya, habiendo desarrollado un sistema calendárico y de escritura.

También poseían una considerable fuerza guerrera. En uno de los montículos de este

edificio se produjo el hallazgo de 33 esqueletos de hombres, atados de pies y manos,

decapitados unos, mutilados otros, que se supone se trataba de guerreros capturados y

sacrificados65.

Existen pruebas fósiles que establecen que entre los años 400 a.E. al 250 a.E. en

el actual territorio salvadoreño tuvieron lugar asentamientos humanos de dos esferas de

estrecha filiación cultural. Una se localizaba en la parte occidental salvadoreña,

conectada con el sur de las tierras altas guatemaltecas; la otra se extendía por el oriente

salvadoreño, el centro y occidente de Honduras. Uno de los acontecimientos claves de

la historia antigua tuvo lugar hacia el final de dicho periodo, con la erupción del volcán

Caldera de Ilopango en el centro del país. Aquella catástrofe partió en dos la antigüedad
salvadoreña. La ceniza de la erupción cubrió los suelos agrícolas en un radio de 77 Km

con un manto de ceniza de un metro de grueso, contaminando los ríos y estuarios,

dejando despoblados unos 10 mil kilómetros cuadrados66, que equivalen a la mitad del

actual territorio salvadoreño. Tuvieron que pasar varias generaciones para que el área

más afectada se recuperara, lo que ocurrió mediante las olas migratorias de grupos

mayas y mexicanos, que comenzaron en el siglo VI y terminaron tres siglos antes de la

llegada de los españoles.67

Un recorrido de occidente a oriente nos ofrece un mosaico relativamente

homogéneo de la composición poblacional del antiguo El Salvador, al momento de la

Conquista. Los grupos nahua pipiles ocupaban el occidente y el centro del país. Sus

fronteras estaban delimitadas por los ríos Lempa, al oriente, y Paz, al occidente. Sin

embargo, un poco al oriente del Lempa, pipiles nonualcos controlaban el sector de la

bahía de Jiquilisco. También existen evidencias de un significativo enclave pokomam

en el curso medio del Paz, que pudo asentarse hacia la primera mitad del siglo XV.

Al este del Lempa se encontraba la región Lenca, que se extendía hasta el río

Guascorán. Las islas del Golfo de Fonseca, en el momento de la Conquista, se

encontraban habitadas por lencas y nahuas68. Sus vínculos políticos con tierra firme aun

no han sido establecidos. Los conquistadores españoles dividieron el territorio nahua

pipil en dos "provincias", Izalco y Cuscatlán. En los escritos españoles, la región lenca

carece de una designación indígena precisa.

En su dieta, la tríada mesoamericana del maíz, frijol y ayote, era el complejo

alimenticio más importante cultivado en la tradicional milpa69.

Respecto de sus instituciones políticas y sociales, todas las "provincias"

indígenas eran sociedades estratificadas.70 Sólo la ignorancia y la nostalgia pueden

explicar que en nuestros días algunos intelectuales y líderes indígenas sostengan la idea
de que en la antigüedad americana la tierra era de todos71 y que imperaba un sistema de

igualdad social. Las sociedades pipiles se dividían en tres segmentos muy marcados:

nobles, indios comunes o tributarios y esclavos. La pertenencia a uno de estos estratos

era hereditaria. Las posiciones de alto rango requerían ser legitimadas y la movilidad

social vertical era posible por méritos. Un indígena común podía destacarse en la guerra

y alcanzar un título de nobleza. De igual forma, un noble podía perder sus privilegios

como sanción a una falta grave. Un indio común podía venderse a sí mismo o a sus

hijos a la esclavitud. Parte de la casta nobiliaria eran el consejo de ancianos, un cuerpo

asesor que aconsejaba a los "señores" o "caciques", términos usados en las crónicas

españolas para indicar al "tecti", y los capitanes de guerra. Estos oficiales estaban al

mando de lo que bien pueden llamarse ejércitos permanentes, institucionalizados, con

jerarquía sumamente vertical, en alerta constante frente a sus vecinos. Todo este

segmento social noble no rendía tributos. La adquisición de privilegios y la acumulación

de riqueza eran legitimadas a través del estado de nobleza.

A diferencia de la elite, el grueso de la sociedad, compuesto por soldados,

comerciantes, cazadores, agricultores, vendedores del mercado, artesanos y prostitutas,

rendían tributos de manera sistemática y periódica. El contraste de poder que existía

entre la elite y el común puede apreciarse, por ejemplo, en el sitio conocido como San

Andrés, uno de los centros prehispánicos más grandes de El Salvador, habitado entre los

años 600 a 900 d.E. Los edificios en que moraban los nobles constituyen un centro

monumental. Aunque la zona residencial común ha sido poco excavada, se sabe que las

casas eran de bahareque, barro y adobe, no muy diferentes a las que fueron habitadas en

el lugar conocido como Joya de Cerén (300 a 900 d.E.), ubicado a cinco kilómetros al

nordeste de San Andrés72.


Eran los señores quienes tenían el control sobre la tierra y eran ellos los que

otorgaban los terrenos a los principales de cada linaje, quienes, a su vez, distribuían esta

especie de tierras comunales entre sus miembros. El esclavo capturado en batalla estaba

destinado fatalmente al sacrificio, y sus hijos, de tenerlos, nacían también esclavos. Los

sacerdotes pipiles vivían en los templos o en residencias especiales próximas a ellos.

Estos se encargaban de llevar una memoria de su pueblo conteniendo los eventos

memorables, ritos y límites de tierras, así mismo llevaban la voz cantante en los

sacrificios humanos.

Los aborígenes vivían, pues, bajo sistemas muy institucionalizados, muy

diferentes a los que algunos suelen caracteriza como reinos de una inocencia sin

parangón. De otra manera tampoco se explicaría el poder de la fuerza militar que

enfrentó a Alvarado. De acuerdo con estimaciones basadas en las crónicas de la época,

unos 20 mil soldados se habrían levantado en armas contra España en las comarcas

pipiles.73

Uno de los elementos más notables del proceso de mestizaje tiene que ver con

los préstamos de la lengua nahua al idioma castellano. Ninguna otra lengua aborigen ha

contribuido tanto como la nahua a nombrar plantas, animales, artefactos y formas

sociales. El nahua, inclusive, se superpuso durante la Colonia en numerosos casos a los

nombres originales de otras lenguas.74 Cuando Cortés desembarcó en Veracruz, el

imperio azteca se encontraba en plena expansión y tenía avanzadas colonias comerciales

en Mesoamérica. Los españoles reclutaron aztecas como guías y auxiliares en la

conquista del resto de Mesoamérica. El azteca, escrito con caracteres latinos, se usó en

los registros oficiales relacionados con los indígenas y en el siglo XVII fue utilizado

como lengua de doctrina de los misioneros.


Más allá de la indescifrabilidad y oscuridad que imperan en torno a aquel

período de la antigüedad precolombina, en el momento del contacto con los europeos

los aborígenes ya tenían una larga y compleja historia. Formaban parte de una

"economía mundo" relativamente coherente75, integrada por sociedades y sistemas de

competencia política, intercambio económico y construcción cultural; eran parte de lo

que modernamente suele llamarse Mesoamérica. La desaparecida estructura política y

cultural de los pipiles de Cuscatlán es difícil de reconstruir por la inexistencia de

documentos de origen indígena.76 A la falta de una memoria pipil, el conocimiento de

esa parte de la historia depende de las fuentes de los testigos de la conquista.

En su segunda carta a Cortés,77 Pedro de Alvarado describe a Cuscatlán como

una "ciudad" en el sentido que él atribuía a un cuerpo cívico que gobernaba a una

región; es decir, la capital de una provincia nativa, equiparándola con los tres centros

indígenas del reino k'iche': K'umarcaaj (Utatlán), Iximché (Guatemallan) y Chuitinamit

(Atitlán). En aquel momento, Cuscatlán se encontraba en guerra contra el estado

expansionista kaqchikel. A partir de los informes tempranos de los encomenderos

españoles, es posible establecer que la provincia de Cuscatlán tendría unos siete mil

kilómetros cuadrados, el tamaño promedio de las provincias nahuas del México central,

y estaría constituido por unos cuarenta y nueve pueblos que tributaban a los principales

indígenas maíz, frijol, chile, cacao algodón, ropa, pavos, sal, pescado, miel, obsidiana,

ocote, cerámica, fruta, añil, bálsamos y yuca78. Una elite "cosmopolita" gobernante

realizaba un intercambio desigual con otras áreas o regiones de Mesoamérica que

consistía en artículos de prestigio, tales como piezas de jade, telas de algodón, cerámica

decorada, con los que legitimaba su autoridad79. El grueso de la población se

concentraba en las zonas agrícolas y fue precisamente allí en donde los indígenas

sufrieron el mayor impacto de la conquista española80.


En El Salvador el mestizaje racial se inició muy pronto. Cuando se produjo el

movimiento independentista, a principios del siglo XIX, casi todos los indígenas eran

bilingües y los marcadores tradicionales, tales como la fisionomía y el vestido, habían

perdido relevancia para distinguirlos como indígenas en una población crecientemente

"mezclada".81 Pero no fue un proceso homogéneo. En el occidente del país, por

ejemplo, las comunidades indígenas, dedicadas principalmente a la producción de

cacao82 y bálsamo83, siguieron utilizando sus ancestrales sistemas agrícolas,

manteniendo bastante intacta parte de su estructura social y política. Hasta mediados del

siglo XIX, esas comunidades aún conservaban su propio idioma, sus formas

tradicionales de tenencia de la tierra y, de manera muy marcada, una resistencia a los

cambios que el nuevo gobierno poscolonial introducía. Para David Browning no resulta

casual que "el centro de la protesta y de la oposición a la redistribución nacional de la

tierra, a finales del siglo diecinueve, estuviera en el sudoeste (occidente del país), o que

el gran levantamiento de campesinos de 1932, se originara en la misma zona".84 Un

informe indica que para el año 1957 en el occidente salvadoreño todavía existían

"comunidades indígenas", destacándose el caso de Izalco donde la población indígena

no sólo se rehusaba al proceso de "ladinización", sino que, además, no se había

convertido en asalariada de las grandes propiedades85.

En las zonas del centro y norte del país, así como al oriente del Lempa, tuvo

lugar un proceso muy diferente. Los españoles convirtieron el cultivo del añil en una

empresa comercial a gran escala, haciendo un uso intensivo e inescrupuloso de la mano

de obra indígena86. El relato de un clérigo que observó en 1636 la condición de los

indígenas en los obrajes de añil, es estremecedor:

"He visto grandes poblaciones indígenas... casi destruidas después de que se instalaron
cerca de ellas molinos [obrajes] de añil... varias veces he confesado a un gran número de
indios con fiebre y he estado allí cuando los llevan de los molinos para enterrarlos...
como la mayoría de estos infelices han sido forzados a dejar sus hogares y milpas,
muchas de sus mujeres e hijos mueren también"87.

La brutalidad de la muerte sobre los indígenas no era, desafortunadamente, nada

nuevo. En la primera mitad del siglo XVI, pocos años después de la llegada de los

españoles, se produjo una caída en picada de la población indígena88. El país se

convirtió en un campo de muerte: epidemias tales como la malaria, fiebre amarilla,

viruela, sarampión y tuberculosis, se propagaron a la velocidad del rayo y a veces

extinguieron completamente a la población en zonas enteras; en los archivos coloniales

existen documentos que registran las quejas de los colonizadores que, a raíz de la

mortandad de los indígenas, experimentaban una mengua en los tributos89.

Entre 1550 y 1590 la población estimada del oriente salvadoreño disminuyó de

30 mil a poco más de 8 mil habitantes90. Hacia finales del siglo XVIII, ante el empuje

de las haciendas de los colonizadores, la mayoría de las comunidades indígenas

prácticamente desaparecieron. Apenas sobrevivieron, como enclaves en algunas zonas

del occidente, en los departamentos de Sonsonate y Ahuachapán, en San Salvador y en

el extremo nororiental del país, en zonas elevadas semimontañosas, con alturas arriba de

los quinientos metros sobre el nivel del mar.

Pero el golpe más rudo para las comunidades indígenas sobrevino después de la

Independencia. Para 1840, la introducción del café inició un cambio en el sistema de

tenencia de la tierra. Las propiedades comunales indígenas, que constituían

aproximadamente el veinticinco por ciento de la superficie del país, fueron blanco de

ataque91. El Estado determinó que la existencia de tierras en manos de las comunidades

indígenas "era contraria a los principios económicos y sociales" de la recién formada

República92. De esta forma, el Estado salvadoreño, no sólo destruyó la base material de


las comunidades indígenas sino que, por primera vez, renunció al sistema colonial de

permanente negociación política con las comunidades93.

Con todo, ni el proceso de privatización de las tierras comunales se produjo de

manera inmediata94, ni el café se impuso rápidamente en la economía salvadoreña95.

Cuando en los años 40 se comenzó a promover el cultivo del café, El Salvador

atravesaba por una crisis: no sólo los precios del añil sufrían una depresión, sino que

también la población y el país habían sido sangrados por una nueva ronda de guerras; se

habían producido cuatro golpes de Estado, una revuelta indígena y el cónsul inglés, por

cuatro veces, había ordenado el bloqueo de los puertos salvadoreños.96 Si bien la

producción añilera volvió a recuperarse en la siguiente década, dos nuevas catástrofes se

abatieron sobre el país: una plaga de chapulín y un terremoto. El año de 1854 pasó a la

historia como un año de hambruna. Al año siguiente, como ya se anotó, los soldados

que regresaron al país después de pelear contra Walker, portaban una epidemia de

cólera que diezmó la fuerza laboral97. Para entonces, aunque las exportaciones

salvadoreñas de café eran todavía insignificantes, los éxitos de la caficultura en Costa

Rica ayudaron a convencer al Estado de que otorgase incentivos para el cultivo de aquel

producto que mostraba un potencial superior al del añil. Las leyes eximieron del

servicio militar a los hombres que laboraban en los cafetales; también los medios de

transporte, tales como caballos, mulas y bueyes que eran utilizados en las fincas

cafetaleras, quedaron fuera de las habituales requisas para operaciones militares. El café

se convirtió en el salvavidas de la maltrecha economía salvadoreña.

Hacia el último cuarto del siglo XIX, junto a los generosos incentivos a la

producción cafetalera, sólo destaca por su magnitud el presupuesto militar que consumía

una quinta parte del erario nacional98. El Estado se empeñó en la creación de una fuerza

militar permanente que sustituyera los ejércitos circunstanciales que fueron integrados
principalmente por indígenas y campesinos pobres, e impuso una legislación laboral que

establecía un estricto control sobre la mano de obra99. Fue en ese contexto que se

produjo la privatización de las tierras comunales. Un corte que resultó mortal para la

identidad indígena.

La ley convirtió en vagos a los indígenas sin tierra o sin capacidad económica

para recomprar sus propias tierras. De esta manera se inició un proceso radical tendiente

a quitarles a los indígenas los últimos vestigios de poder. En el pasado, los indígenas

habían sido "los mejores compañeros de batalla" de las facciones oligárquicas que

luchaban por el control del poder. Participaron como combatientes en los improvisados

ejércitos de uno u otro bando. Se ha documentado que el general Morazán encontró en

los indígenas de Izalco buenos soldados que le apoyaron en sus numerosas campañas100.

Un informe municipal de 1859 calificaba a los izalqueños como "adictos con

entusiasmo a las armas y al orden público"101. Así mismo, indígenas de Cojutepeque,

liderados por el general José María Rivas, prestaron un importante servicio al gobierno

de Francisco Menéndez en su lucha contra la oposición conservadora102. La aparición

del ejército permanente puso fin a ese tipo de alianzas del Estado y de la etnia

dominante con las comunidades indígenas. La privatización de la tierra y la creación del

ejército representaron un "nunca más" a los juegos de poder con los indígenas.

Entre el final del siglo XIX y principios del XX, la enriquecida región cafetalera

occidental se convirtió, paradójicamente, en uno de los últimos reductos no sólo para la

"resistencia indígena" --como comúnmente se suele decir-- sino también para la

celebración de alianzas políticas que incluían la posesión de armas. Diez años antes de

la matanza de 1932, indígenas del departamento de Sonsonate participaban como líderes

y activistas en las nefastas Ligas Rojas; indígenas también prestaron servicios de

vigilancia y patrullajes bajo el mando de las comandancias locales, y otros compitieron


en comicios para controlar el poder municipal103. Los indígenas, aún en su condición de

vencidos, habían venido jugando un rol en la configuración del Estado-nación

salvadoreño. Como ya se ha dicho, desde la época colonial los indígenas vinieron

participando en moldear el tipo de sociedades que surgían en Centroamérica104.

2. LOS SUPER VIVIENTES


Uno puede imaginarse la magnitud de la ruptura étnica y política que tuvo lugar el 22 de

enero de 1932. La dimensión étnica de aquel levantamiento ha sido completamente

soslayada por los análisis políticos; pero visto desde esa perspectiva, el acto aislado de

centenares de indígenas mal armados enfrentándose a un ejército y a bandas de ricos

asustados, presenta nuevas aristas.

Parece claro que el discurso dominante del mestizaje ha condicionado el tipo de

interpretación, incluyendo a la izquierda, que tradicionalmente se le da a la insurrección

de 1932. Aquel levantamiento, alentado y organizado por un núcleo de mestizos

revolucionarios, fue la primera alianza indígena desde la Colonia con un sector mestizo

ajeno a las poderosas elites. Descontando, desde luego, sus encarnizadas e

invariablemente derrotadas revueltas primero contra el poder colonial y luego contra el

poder ladino salvadoreño, los indígenas también lucharon al lado de una u otra de las

facciones liberal o conservadora.

Por primera vez en la historia salvadoreña, la participación armada de los

indígenas, en 1932, ya no fue expresión de una alianza al lado de alguno de los

poderosos, sino de una alianza celebrada contra todos ellos al lado de su gran

antagonista: el comunismo "bolchevique", ateo, enemigo de la propiedad privada. La

pelea indígena tras la disolución de sus últimas palancas de poder (tierra y armas), fue

percibida no sólo por los poderosos salvadoreños (blancos o descendientes de


extranjeros), sino también por los mestizos, como un acto de traición y revancha étnica.

En lo sucesivo, aunque el mestizaje sea el fruto del cruce indígena/español, se volvió

imperativo alejarse todo lo posible de ser considerado un "indio". La represión fue

aplastante.

En uno de sus narraciones publicadas después de la matanza, Salarrué cuenta la

historia de una familia indígena que va siendo acorralada por las tropas del gobierno105.

Lo que Salarrué escribe no es muy distinto a lo que la tradición oral ha hecho llegar

hasta nuestros días: la guardia batía sin misericordia los cantones y los escondrijos

montañeros. Lalo Chután, el personaje central del cuento, sólo se salva de la matancinga

simulando ser un espantajo. Aferrado a la cruz del espantajo lo encuentran los guardias,

quienes creyéndolo un muñeco le disparan sin conseguir pegarle, pero al retirarse uno

de los uniformados le atraviesa el costado de un bayonetazo. El cuento es una metáfora

apropiada para comprender la condición del indígena en la sociedad que surge tras la

matanza: sólo se salvará de la furia ladina en la medida que se invisibilice

humanamente. Este castigo aún no le ha sido levantado.

El Estado militarizado se encargó de hacer desaparecer en todo lo posible las

evidencias de los sangrientos sucesos, purgando archivos, e imponiendo la censura. Los

poderosos "mestizos" reconstruyeron la imagen del indígena, actualizando la

discriminación que dio fundamento a la empresa colonial contra la cual habían luchado

los fundadores del país. El mestizo adquirió carta de ciudadanía, a costa de sumir en el

basurero de la historia a los indígenas vivos que habitan El Salvador, que siguen

considerándose indígenas y que son vistos como tales por sus vecinos.

Aunque los indígenas del pasado aparecen en las historias escolares, los

indígenas de hoy han desaparecido del campo de visión de la etnia dominante. Se

argumenta que la matanza que siguió al alzamiento indígena ocurrido en enero de 1932
eliminó los últimos vestigios de población indígena. Investigaciones realizadas en

diferentes momentos del siglo XX prueban que los indígenas existen y en un número

considerable106. Al menos 500 mil indígenas, el 5% de la población salvadoreña, viven

desperdigados en siete departamentos de la República. Esta "invisibilización" del

indígena, comúnmente aceptada en todos los órdenes de la sociedad, es una de las

marcas ominosas de la cultura salvadoreña en el siglo XX. Los estudios pioneros sobre

el tema han sido hasta ahora silenciados por el peso de una tradición fundada en las

diferentes variantes del discurso del mestizaje.

Los liberales ladinos y blancos no tuvieron interés promover un discurso o una

idea de identidad mestiza que produjera una cultura nacional. El indígena fue el gran

ausente de los mitos de la invención nacional. Siguió siendo un ser degradado, incapaz

de aportar algo, como no fuera su fuerza de trabajo. La sociedad en su conjunto llegó a

interiorizar los valores de la superioridad blanca. En 1848, el gobierno patrocinó un plan

destinado a entregar veinticinco hectáreas de tierras altas por cada inmigrante adulto y

sesenta por cada familia de cuatro personas107. Años más tarde, el aventurero Federico

Bogen, se lanzó al proyecto de traer a El Salvador a un millar de europeos.108 Los

norteamericanos y europeos, una vez ingresaron en el orden racial salvadoreño, pasaron

a formar parte de la elite "blanca". Por el contrario, los inmigrantes chinos, árabes y

negros, eran indeseables. Los chinos, que llegaron como trabajadores de las haciendas

principalmente desde California y Panamá, despertaron las primeras tormentas

antiétnicas. 109

La idea de El Salvador que se han proyectado en el himno, el escudo, la flor y la

bandera, exaltan ideas de progreso y libertad sobre la base imaginaria de una población

étnicamente homogénea. Como veremos más adelante, entre finales del siglo XIX y la

primera mitad del XX, intelectuales y artistas ayudaron a desarrollar distintas


concepciones del mestizaje como fragua nacional, concepciones que van desde la ya

citada propuesta de una identidad fundada en el desprecio por las etnias no blancas

(David J. Guzmán), la cristianización de los mitos indígenas como soporte a la identidad

criolla centroamericana (Francisco Gavidia)110, la reivindicación de una identidad

salvadoreña fundada en el pasado --nunca en el presente-- indígena, emanada de la

Revolución mexicana (Miguel Angel Espino)111, y la postulación del pensamiento

indígena como la utopía imposible de unidad entre religión, vida y poesía (Pedro

Geoffroy Rivas).112

A partir de los años 60, con la revitalización de las ideas revolucionarias de cuño

marxista, se produce una nueva ola de interpretaciones del tema indígena. Alejando

Dagoberto Marroquín113 y Julio Domínguez Sosa,114 son pioneros en la investigación

etnográfica y política de los indígenas. El indígena apareció como una respuesta contra

cultural y se entroniza en el imaginario revolucionario como una figura tan victimizada

como rebelde. El arte fue particularmente prolijo en reivindicar al indígena: su mundo

mágico, como en la obra poética de José Roberto Cea,115 o su rebeldía, tomando como

prototipo a la figura del líder indígena Anastasio Aquino (Matilde Elena López116 y

Pedro Geoffroy Rivas117 o la obra musical Cuatro danzas para Aquino Rey de Ezequiel

Nunfio. Los sucesos de 1932 pasaron a convertirse en un tópico obligado. Por cierto, es

impensable comprender el surgimiento de un nuevo pensamiento político de inspiración

socialista, cristiano, sin la reivindicación de la que ha venido siendo objeto aquella

matanza. En general, desde la segunda mitad del siglo XX, el discurso estético tuvo un

papel en la sensibilización sobre el tema indígena.

Curiosamente, como veremos, la izquierda armada revolucionaria, nacida de

aquellas cenizas, no tuvo nada que decir sobre el componente indígena en su proyecto

redentor. Los indígenas integran ese sector que se ha denominado el de "los más pobres
de los pobres". Apenas el 1% de la población indígena cubre sus necesidades básicas.

Su pobreza es tal que les impide saltar sus fronteras más inmediatas: entre los migrantes

internacionales salvadoreños se cuentan muy pocos indígenas. En el repertorio cívico

existe un discurso que reconoce el legado indígena pero la idea de país poco o nada

toma en consideración al componente indígena. M. Chapin los describe así: "No tienen

voz. Se encuentran físicamente presentes, pero son insignificantes, como fantasmas".118

Debido al estatus negativo de la identidad indígena, no resulta sorprendente --

agrega Chapin-- que muchos indígenas traten de abandonarla y sumergirse en el carácter

nacional "salvadoreño". Para separarse completamente del mundo de prejuicios que le

punzan desde que nace, el indígena debe salir de su lugar natal, cortar sus raíces y

radicarse en una ciudad donde pueda pasar desapercibido. No basta amasar una fortuna

para escaparse del sello étnico: literalmente hay que huir. En pocos lugares como en El

Salvador han adquirido un tono tan dramático el augurio de Vasconcelos. "Ninguna raza

vuelve; cada una plantea su misión, la cumple y se va". Y el responso de M. A. Espino -

-"Se fueron los indios..."-- parece un eco de aquella profecía.

Los hijos de la raza cósmica se apropiaron de los gestos del poder colonial para

hundir en la oscuridad de los tiempos a uno de sus grandes progenitores. En el

imaginario cultural de la mayoría salvadoreña, el indio existe solamente como un

espantajo, entre el vapor de una gloria remota e incomprensible, o como un objeto de

escaparate incorporado al folklore. Cualquier intento por despertar a aquellos "ilustres

atlantes" sólo puede encontrar violencia.

Con todo, el hilo de la historia establece trayectorias interesantes. Una de ellas es

la permanencia del "factor indígena" en la historia y la cultura salvadoreñas. Su

influencia en los desarrollos posteriores a la Conquista y colonización españolas es

mucho mayor de lo que suele pensarse y ha pervivido a lo largo de los siglos.


Pese al drástico cambio que supuso la Conquista, una importante porción de los

habitantes del país siguieron siendo interpelados por las construcciones culturales

previas. En la construcción cultural que se operó en el Reino de Guatemala se

articularon diversas trayectorias históricas entre experiencias culturales que nunca antes

habían tenido contacto ni influencia recíprocas. Los conquistadores y conquistados

siguieron sus propias trayectorias históricas, dándole continuidad a su pasado. Sus

particularidades culturales siguieron siendo distinguibles. De hecho, el orden colonial

coloniales se legitimó precisamente por la persistencia de esas diferencias que erigían a

unos en superiores y a otros en vasallos: los vencedores ejercen el poder; los dominados

deben apropiarse de los gestos del poder. Este factor es importante para entender, tras la

Independencia de España, la relación de los nuevos herederos del poder con la

población vencida. Los sujetos del orden colonial provenían y se produjeron desde

historias diferentes, desde poderes diferentes. Y ese guión siguió determinando la vida

de los países que se fundaron sobre la base de esa relación.

Pero los procesos culturales se producen en más de una dirección. Las relaciones

políticas y económicas establecidas en la Centroamérica aborigen precondicionaron

primero a los nativos, pero luego también a sus sucesores criollos y mestizos.119 Los

planes de conquista respondieron en parte a las condiciones sociales de los aborígenes;

dichos planes se vieron facilitados por las competencias internas entre los estados

nativos. Las sociedades con un sistema tributario diversificado y definido, como fue el

cuscatleco, fueron objeto de una intensa distribución de encomiendas y una explotación

voraz por parte de los españoles. Pero los indígenas siguieron allí.

Muchas comunidades indígenas sobrevivieron hasta el siglo XX primero como

nudos de resistencia contra los españoles y luego contra los gobernantes republicanos,

arraigadas en sus mundos de siglos, y fue precisamente esa fortaleza la que propició
respuestas altamente represivas. Dicha relación impactó, a su vez, la naturaleza de los

sistemas capitalistas que emergían, propiciando la formación de regímenes represivos y

autoritarios en los que el racismo echó raíces muy virulentas. No todo fue "resistencia"

de parte de los indígenas: a lo largo del período colonial, los "principales" indígenas,

desarrollaron estrategias para insertarse en el nuevo orden.120 Los caciques indígenas

cumplieron la función de intermediarios entre la administración colonial y la población

aborigen y ellos, tal y como lo hacían en el orden prehispánico, establecieron el tributo

real;121 un papel que, por cierto, no anulaba en nada su herencia precolombina, en

particular las antiguas concepciones de poder político-religioso.

Como sostiene Robert Carmack, no simplemente sobrevivieron y resistieron sino

que participaron en moldear el tipo de sociedades nacionales que surgieron en

Centroamérica. Los indígenas fueron y en el futuro debieran ser sujetos importantes en

la creación cultural del país. O, para decirlo de la manera como ahora se acostumbra,

son imprescindibles para la formación de la identidad salvadoreña.


NOTAS

1
En la preparación de este borrador ha sido fundamental el entorno que ha propiciado el Centro de
Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), en Antigua Guatemala. Quiero dejar constancia
de agradecimiento a los inestimables aportes de Arturo Taracena, Richard Adams y Tani Adams, de
CIRMA; a Galio Gurdián, Marvin Barahona, Jeffrey Gould y Marie-Louise Pratt. La investigación que
sirve de base a este texto ha sido posible por la Beca de Humanidades de la Fundación Rockefeller.
2
Véase: Escobar Galindo, Mayor Zaragoza, Cristiani y otros: Foro Nacional de reflexión sobre
educación y cultura de paz, Ministerio de Educación, San Salvador 1993.
3
Sobre el doble poder, ver Zamora, Rubén: Tendencias 15, 1992, pp. 22 y ss.
4
Walter, Knut: Las Fuerzas Armadas y los Acuerdos de Paz: la transformación necesaria del ejército
salvadoreño. Borrador final, mecanuscrito, Flacso, San Salvador, 1996.
5
Son cifras que provienen de los censos oficiales, citados por Oscar Armando Morales, El Salvador al fin
del siglo, p. 139
6
Cifras sobre la importancia de la migración: El Salvador recibe el 7% de las remesas mundiales y los
migrantes salvadoreños representan el 1 por ciento de la población migrante a escala mundial.
www.laprensa.com.sv
7
Ibid.
8
El discurso hegemónico establece la inexistencia de diferencias étnicas en el país. Gould, Jeffrey:
"Revolutionary nacionalism and local memories in Central America" (mecanuscrito, Indiana University).
9
Aunque la formulación ha sido recogida por Joaquín Villalobos (El Diario de Hoy, 7 de junio de 2000)
es frecuentemente repetida por líderes políticos y de opinión.
10
Le Goff: El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Paidós, Buenos Aires, 1991.
11
La cita proviene del poema "Cantemos lo nuestro", de Alfredo Espino: Jícaras tristes, Dirección de
Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, 1996, p 11.
12
Son los primeros versos de la "Oración a la bandera", de David J. Guzmán. La actual bandera
salvadoreña fue adoptada el 17 de mayo de 1912, bajo la administración del presidente Manuel Enrique
Araujo, y se izó por primera vez el 15 de septiembre de ese mismo año en un acto celebrado en el Campo
de Marte de San Salvador. Su diseño está basado en el de la bandera de la Federación Centroamericana
(1823). Espinoza, Francisco: Los símbolos patrios, 11a. edición, Dirección de Publicaciones e Impresos,
CONCULTURA, 1996, p. 10.
13
Demyk, Noelle: "Los territorios del Estado-Nación en América Central. Una problemática regional", en
Identidades nacionales y Estado moderno en Centroamérica, Arturo Taracena y Jean Piel (Comp.),
Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José, 1995
14
Historia natural y ecológica de El Salvador. Tomo I, Ministerio de Educación de El Salvador, 1995,
pp. 140-41.
15
Demyk, Noelle: "Los territorios del Estado-Nación..." Op. cit., p. 15.
16
Carmack: "Perspectivas sobre la Historia antigua de Centroamérica", Tomo I Historia Antigua, Historia
general de Centroamérica, FLACSO, Madrid, 1993, p. 310.
17
Apuntamientos, citado por M. Rodríguez, El experimento de Cádiz, p. 27
18
Remitir a Peccorini, Barón Castro y otros...
19
Citar a Barón Castro: Delgado... pp. 145 y ss.
20
Se trata de las localidades de San Vicente y San Miguel. En esta última, el verdugo quemó la proclama
insurgente en la plaza pública. Ibid.: Véase también: Turcios, Los primeros patriotas...Op. cit.
21
Barón Castro, Delgado... p. 139. De hecho el tema de la soberanía, como lo apuntan diversos autores,
aun estaba distante. El movimiento buscaba instalar nuevas autoridades sin romper con la forma de
gobierno. De fondo fue un desconocimiento a las autoridades españolas generadoras de tensiones y un
reconocimiento a las autoridades mestizas y criollas. La proclama rebelde de San Salvador era clara al
decir: "sólo debemos obedecer a nuestros alcaldes y al rey Fernando VII". Eugenia López V: La
intendencia de SS... p. 60.
22
Citar a Rodríguez, El experimento de Cádiz...
23
Eugenia López: La intendencia..., p. 60-65.
24
Pinto Soria, Ibid., p.20-21
25
Pinto Soria, "El intento de unidad...", Mesoamérica 13, p. 20
26
Dunlop, Rogert Glasgow: Travels in Central America. London, Longman, Brown, Green, and
Longmans, 1847. Citado en: Lindo, Héctor, Op. cit., p. 62. La visita de Dunlop tuvo lugar entre los años
1844 y 1846
27
Stephens, citado por Pinto Soria, "El intento de la unidad...", p. 45
28
Domínguez Sosa, Julio Alberto: Ensayo histórico sobre las tribus nonualcas y su caudillo Anastasio
Aquino, Dirección General de Publicaciones, Ministerio de Educación, San Salvador, 1964. Se trata
probablemente del último alzamiento fundamentalmente indígena. Posteriormente, la participación
armada de los indígenas se ligó a proyectos de las elites blancas. Merece destacarse que a finales del siglo
XIX los indígenas cuscatlecos fueron liderados por el Gral. Rivas, un caudillo veterano de las guerras
contra Guatemala. Sus dotes militares y su liderazgo moral lo llevaron a dirigir un ejército irregular que
llegó a tener en plantilla unos 10 mil hombres. Rivas fue un elemento clave para el establecimiento de una
alianza entre los indígenas cuscatlecos y el grupo liberal que triunfó en 1885. En 1890 Rivas se enfrentó
con las armas a Ezeta, el golpista que dio marcha atrás a la revolución liberal, y mantuvo control de la
capital por dos días; sin embargo, esta vez los liberales del 85 se aliaron con Ezeta. Para expulsarlos de la
ciudad, de acuerdo con un informe del cónsul norteamericano Mr. Myers, los ezetistas bombardearon
indiscriminadamente la ciudad por 42 horas. Ver: Alvarenga, P.: Cultura y ética... p. 50 y ss.
29
Pinto, Julio César: "El intento de la unidad: la República Federal de Centroamérica, 1823-1840", en
Mesoamérica 13, Vermont, 1986, pp. 3-86.
30
Uno de los aspectos visibles de la jornada consistió en la publicación de la revista Próceres.
31
También hay que decir que la naturaleza del alzamiento del 11, si fue acción organizada o espontánea,
sigue siendo objeto de polémica entre los historiadores.
32
Citar texto de Tani Adams...
33
En lo que corresponde al tema del mestizaje en este apartado sigo en lo fundamental las ideas de Jeffrey
Gould en sus manuscritos todavía inéditos: "Revolutionary nacionalism and local memories in Central
America" (mecanuscrito, Indiana University) y "Hacia un marco comparativo para el estudio del
mestizaje en El Salvador, Honduras y Nicaragua" (mecanuscrito)
34
Alvarenga, Patricia: Cultura y ética de la violencia, EDUCA, San José, 1996. Especialmente el capítulo
3, p. 97 y ss.
35
Próceres, Notas editoriales, Vol. I, No.1, San Salvador, 1911, p. 3
36
William R.: The Cultural Evolution of Ancient Nahua Civilizations. The Pipil-Nicarao of Central
America, University of Oklahoma Press, 1989.
37
Historia de El Salvador, Vol. I, Ministerio de Educación de El Salvador, p. 22 y ss
38
Robert M. Carmack "Centroamérica aborigen en su contexto histórico y geográfico" y "Perspectivas
sobre la Historia antigua de Centroamérica", Tomo I Historia Antigua, Historia general de
Centroamérica, FLACSO, Madrid, 1993., Fowler, Op.cit., Amaroli: "Geografía económica de
Cuscatlán", Mesoamérica 21, CIRMA, Guatemala, 1991.
39
Esa prohibición fue derogada nueve años más tarde. Escalante Arce: Ibid.
40
Las fobias étnicas se juntan con las fobias políticas. Después de 1932 los rusos, lituanos y polacos,
entre otros, estaban sometidos a un régimen especial por su pertenencia al mundo comunista. Algo similar
ocurre con los cubanos.
41
Me refiero a la guerra civil abierta el 10 de enero de 1981 con la primera ofensiva guerrillera, y
terminada el 16 de enero de 1992 con la firma de la paz en el Palacio de Chapultepec, México.
42
Vasconcelos, José: La raza cósmica. Edición bilingüe. The John Hopkins University Press, Los
Angeles, 1979.
43
Espino, Miguel Angel: Mitología de Cuscatlán/ Como cantan allá. Dirección de Publicaciones e
Impresos, CONCULTURA, San Salvador, 1996.
44
El acuse de recibo firmado por González Saravia dice textualmente. "En este laborioso trabajo, el
primero de su clase que se ha hecho en el Reyno, desde el establecimiento de Ytendencias [...] reconozco
el eficaz zelo de V.S. y su amor al Real servicio y al exacto desempeño de sus deveres...". Citado en:
Barón Castro, Op.cit. p. 267. Antes de 1811, el informe fue actualizado a solicitud de José Bustamante y
Guerra, nuevo capitán general.
45
Ver: Gutiérrez y Ulloa, Antonio: Estado general de la provincia de San Salvador, Reyno de Guatemala
(Año de 1807), Dirección General de Publicaciones, Ministerio de Educación, San Salvador, 1962. El
informe fue enviado originalmente al capitán general Antonio González Saravia. Véase: Barón Castro,
Rodolfo: La población de El Salvador, UCA editores, San Salvador, 1978, p 267-268.
46
En diversas partes del Estado general... pueden leerse referencias a esas pérdidas, tal es el caso de los
planos correspondientes a los Partidos de Chalatenango y Santa Ana, entre otros. Dichas partes están
calzadas con la rúbrica del intendente, acompañadas de la nota: "Extraviado el plano en la Rebolución"
(sic). Véanse páginas 80, 85 y 91, de la edición citada.
47
Las estadísticas de Gutiérrez no incluyen, desde luego, a la alcaldía mayor de Sonsonate que para
entonces pertenecía a Guatemala. Para establecer un número más exacto sobre la población salvadoreña
de la época, Barón Castro, Op.cit. p. 277., combina los datos del intendente con los de Juarros:
Compendio de la Historia de la Ciudad de Guatemala, Guatemala, 1857.
48
Barón Castro observa que en dicho informe se emplea de manera equívoca la voz "mulatos" para
referirse a la raza mezclada. Sin embargo, del examen de los datos, Barón Castro establece que el
intendente usaba indistintamente las voces "mulato" y "mestizo" como sinónimas, un error en el que
incurren posteriormente otros historiadores. Barón Castro: Op. cit. p. 273.
49
De acuerdo con los datos tabulados por Barón Castro, en las primeras décadas del siglo XIX los
mestizos constituían el 54.1% de la población, los indígenas el 43.1% y los blancos el 2.8%.
50
Gould, Jeffrey: "Revolutionary Nationalism and local Memories in Central America", avance de
investigación multicopiado, inédito, Indiana University, 2000.
51
Diversos autores han documentado la presencia indígena. Véanse: Adams, Richard N.: Cultural
Surveys of Panama, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras. Washington, 1957; Chapin, Mac:
"La población indígena de El Salvador", Mesoamérica No. 21, CIRMA/PMS, Antigua Guatemala, 1991;
Marroquín, Dagoberto: Panchimalco, Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación, 3a. ed.,
San Salvador 1980. Más recientemente, se ha llamado la atención sobre el tema: Castellanos, Juan Mario:
El Salvador 1930-1960. Antecedentes políticos de la guerra civil, Dirección de Publicaciones e Impresos,
CONCULTURA, San Salvador, 2000, p. 240.
52
Escalante Arce, Pedro: "Apuntes sobre mestizaje y transculturización en las provincias hispano-
salvadoreñas", en Cultura y desarrollo en El Salvador, Steffan Roggenbuck, editor, Fundación Konrad
Adenauer, San Salvador, 1994, p. 20
53
Estos tres asentamientos mexicanos se ubicaron en el actual municipio de Mejicanos de San Salvador,
el segundo en Sonsonate y el tercero, ya desaparecido, en la antigua villa de San Miguel. Escalante Arce,
Op. cit. p. 20.
54
Para una visión sobre el impacto de las epidemias ocurridas en el área centroamericana en 'las seis
décadas trágicas' (1520-1582), consúltese: Lutz, Christopher y otros: "La conquista española en
Centroamérica", en Historia general de Centroamérica, Tomo II, Madrid, 1993, p. 71 y ss.
55
Escalante Arce, Op. cit. p. 21
56
La conquista de Centroamérica inició en febrero de 1524 con la entrada de Pedro de Alvarado y su
ejército español-mexicano al territorio guatemalteco. La conquista de El Salvador, más específicamente
en el sector occidental del Lempa, inició ese mismo año con una campaña de "tierra arrasada" de quema
de aldeas y esclavización de indígenas, incluyendo a los caciques. La conquista de la franja ultralempina
tuvo lugar casi cinco años más tarde mediante una incursión española desde Honduras. Véase: Lutz y
otros, Op. cit. p. 36 y ss.
57
El lienzo de Tlaxcala contiene representaciones de batallas celebradas en el actual territorio
salvadoreño, entre ellas las de Acajutla y Tecpán Izalco.
58
"Pleitos seguidos por el señor Fiscal de la Audiencia de Goathemala contra Dn. Diego de Guzmán...",
Archivo General de Indias, Escribanía de Cámara 331-A, citado en Escalante Arce: "Apuntes sobre
mestizaje...", Op. cit. , p. 19.
59
El matrimonio ha sido documentado por el antropólogo W. Fowler __________________.
60
Gutiérrez y Ulloa, "siguiendo el órden (sic) común de esta parte de América", establece cinco tipos de
población para la Provincia salvadoreña: españoles, mestizos, indios, mulatos y negros. Añade que la falta
de educación, la "débil clase" de sus pobladores, los poquísimos brazos dispuestos al trabajo agrícola y
mecánico, "y la necesidad desgraciada de tolerar el de (sic) desorden civil [...] tienen constituidos en total
abatimiento sus vecindarios". En lo que respecta a los "españoles", Gutiérrez y Ulloa distingue al menos
dos tipos: chapetones y criollos. "Casa una de estas se subdivide" --dice--"esencialmente en Españoles de
primer órden, y en los de condición común".Op. cit. pp. 10-11.
61
Si nos atenemos a los datos de Barón Castro, los blancos aparecen en los cálculos poblacionales
salvadoreños hasta el año 1837. En ese año el número de blancos correspondería al 20% de la población,
contra un 22.5% de indios y un 57.5% de mestizos. Barón C. no le da credibilidad a esos datos.
62
Martínez Pelaez, Severo: La patria del criollo, Editorial universitaria, Guatemala, 1971
63
Para conocer la evolución del término "ladino", véase: Taracena Arriola, Arturo: "Contribución al
vocablo "ladino" en Guatemala (S. XVI-XIX)", en Homenaje a Daniel Contreras, FH, Universidad de
San Carlos, Guatemala, 1982, p. 89-104.
64
Escalante Arce: Op. cit. p. 22-23
65
Historia de El Salvador, Ministerio de Educación, Tomo I, San Salvador, 1994, pp. 26-27
66
Sheet, P.: "The Prehistory of El Salvador: An Interpretative Summary", en F. Lange y Stone, 1984.
Citado por Hasemann, George y Lara Pinto, Gloria: "La Zona Central: regionalismo e interacción",
Historia general de Centroamérica, Tomo I, Madid, 1996, p. 159-61.
67
Fowler, W. y Earnest, H.: "Settlement Patterns and Prehistory of the Paraiso Basin of El Salvador",
Journal of Field Archaeology, vol. 12, 1985. Citado por Hasemann y Lara, Ibid.
68
Hasemann y Lara, Op. cit. p. 182 y ss.
69
Para un detalle de los cultivos y la economía de la época, véase: Amaroli, Paul: "Linderos y geografía
económica de Cuscatlán, provincia pipil del territorio de El Salvador, en Mesoamérica 21, CIRMA/PMS,
Antigua Guatemala, 1991, pp. 41-70.
70
Hasemann y Lara, Op. cit. p. 196-199
71
El dirigente indígena Israel Bolaños, por ejemplo, dice: "las tierras eran de todos antes de que viniera
la maldición dirigida por el diablo que protegió a las clases privilegiadas de la colonia, que tenían su base
económica en la propiedad de nuestras tierras..." (destacado del autor). Véase: "Reivindicación de tierras
y procesos jurídicos en El Salvador", Memoria de la Segunda Jornada Indígena Centroamericana sobre
Tierra, Medio Ambiente y Cultura, San Salvador, 2000, p. 336 y ss.
72
De acuerdo con las informaciones de la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural de
CONCULTURA, San Andrés habría sido una capital regional que llegó a dominar el fértil valle de
Zapotitán y algunas zonas vecinas, como el valle de las Hamacas, donde tiene su asiento la capital
salvadoreña. Fue descubierta en el año 1910. Las excavaciones iniciales iniciaron en 1940 bajo la
dirección de Maurice Ries y John Dimick. Posteriormente, nuevas excavaciones fueron supervisadas por
Stanley Boggs. La excavación de Boggs en la cima de la Acrópolis descubrió cimientos de aposentos. En
la zona existen al menos unos 350 sitios arqueológicos. Uno de ellos es el mencionado Joya de Cerén, que
ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. El sitio de Joya fue descubierto en
1976. Las primeras excavaciones iniciadas en 1978 por Payton Sheets, sacaron a luz un conjunto
habitacional de pobladores comunes, extraordinariamente preservado por la acción de la ceniza volcánica
de la erupción del Caldera, hace unos mil cuatrocientos años.
73
Ibid., p. 201
74
Véase: Geoffroy Rivas, Pedro: Toponimia náhuat de Cuscatlán, Dirección de Publicaciones, Ministerio
de Educación, San Salvador, 19__. El nahuat, desde luego, no es el único caso. En el periodo del
descubrimiento americano, los navegantes españoles adoptaron numerosas voces caribes que fueron
incorporándose al vocabulario castellano de principios del siglo XVI. La evolución misma del castellano
se vio tempranamente nutrido de formas americanas. Ver: Geoffroy Rivas, P.: La lengua salvadoreña/ El
español que hablamos en El Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, San
Salvador 1998, p. 11-15.
75
Carmack, Op. cit., p. 290 y ss.
76
Amaroli, Paul: Op. cit., 42 y ss.
77
La segunda carta de Alvarado a Cortés data del 24 de julio de 1524 y fue enviada desde Iximché,
después de su incursión a Cuscatlán. Véase: Cartas de relación y otros documentos, Pedro de Alvarado,
Diego García de Palacio y Antonio Ciudad Real, Dirección de Publicaciones e Impresos, San Salvador,
2000
78
Amaroli: Op. cit. El autor sugiere que Izalco formó una unidad aparte frente al mundo nahuas
cuscatleco.
79
Carmack, Op. cit. p. 291
80
Carmack, Ibid., p. 288
81
Chapin, Mac: "La población indígena de El Salvador", Mesoamérica No. 21, CIRMA/PMS, Antigua
Guatemala, 1991.
82
Fowler, William R.: The Cultural Evolution of Ancient Nahua Civilizations. The Pipil-Nicarao of
Central America, University of Oklahoma Press, 1989, p. 165.
83
Ibid. p. 91
84
Browning, David: Op. cit, p. 123
85
Adams, Richard N.: Cultural Surveys of Panama, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras.
Washington, 1957, p. 509.
86
Chapin, Mac: "La población indígena de El Salvador", Mesoamérica No. 21, CIRMA/PMS, Antigua
Guatemala, 1991, p. 7
87
Citado por Browning: Op. cit., p. 136.
88
Lutz: "La conquista española en Centroamérica", en Historia general de Centroamérica, Tomo II,
Madrid, 1993, p. 71 y ss. También: Figueroa Marroquín, Horacio: Enfermedades de los conquistadores,
Departamento editorial, Ministerio de Cultura, San Salvador, 1957.
89
Chapin: Ibid.
90
Citado por Chapin: Op. cit., p. 8.
91
Chapin: Ibid. p. 9
92
Browning hace un detallado recuento de los diferentes decretos que abolieron la tenencia comunal de la
tierra y la manera en que se pasó a legislar sobre ella, Op. cit., p. 334 y ss.
93
Alvarenga: Cultura y ética... p. 35
94
Samper, Mario K.: "El significado social de la caficultura costarricense y salvadoreña: análisis histórico
comparado a partir de los censos cafetaleros", en Tierra, café y sociedad. Ensayos sobre la historia
agraria centroamericana, H. Pérez Brignoli y M. Samper (Comp.), FLACSO, San José, 1994, pp. 117-
225; Lauria-Santiago, Aldo A.: An agrarian Republic. Commercial Agriculture and the Politics of
Peasant Communities in El Salvador, 1823-1914. University of Pittsburgh Press, 1999.
95
Lindo Fuentes, Héctor: Lindo Fuentes, Héctor: "La introducción del café en El Salvador", en Tierra,
café y sociedad, Héctor Pérez Brignoli y Mario Samper (Comp.), FLACSO, San José, 1994.
96
Lindo Fuentes, Op. cit. p. 71.
97
Lindo, Ibid. p. 72.
98
Alvarenga, Op. cit. p. 38
99
Alvarenga, Ibid.
100
Lardé y Larín, Jorge: El Salvador, historia de sus pueblos, villas y ciudades, Departamento Editorial
del Ministerio de Educación, San Salvador, 1957.
101
Lardé y Larín, Jorge: Op.cit.
102
Alvarenga, P.: Op.cit. p. 50 y ss.
103
Sobre las alianzas políticas de los indígenas en la primera mitad del siglo XX, consúltense los dos
trabajos de Alvarenga, Patricia: "Los indígenas y el Estado. Alianzas y estrategias políticas en la
construcción del poder local (1920-1944)" (multicopiado), y "La reinvención del indio. El Salvador,
1932", Boletín del Centro de Investigaciones históricas de América Central, San José, 1996.
104
A modo de ilustración sobre este asunto, mencionaré los ya citados trabajos de Carmack:
"Centroamérica aborigen..." y "Perspectivas ...", en Historia general de Centroamérica, FLACSO,
Madrid, 1993; así como la investigación de Arnauld sobre las estrategias de poder las elites mayas y
españolas en los primeros siglos de la Colonia. Ver: Arnauld, Charlotte: "Estrategias políticas...", en
Poder y desviaciones... Siglo XXI editores, México 1998, p. 21-62.
105
Salarrué: "El espantajo", Narrativa completa, Vol. I, Dirección de Publicaciones e Impresos,
CONCULTURA, 1999, p.473 y ss.
106
Me refiero a los ya citados trabajos de Alejandro Dagoberto Marroquín, Richard Adams y Mac
Chapin, así como a los de Concepción Clará: Exploración etnográfica. Departamento de Sonsonate,
Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, San Salvador, 1975, todos publicados entre las
décadas de los años 50 y los 80. En los años 90, se han producido los citados escritos de Patricia
Alvarenga, Jeff Gould y Erick Ching [TITULO]
107
Véase: David Browning, El Salvador, la tierra y el hombre, Dirección de Publicaciones e Impresos,
San Salvador, 1998, p. 259
108
Véase: Pedro Escalante Arce: "Las inmigraciones selectivas y las fobias étnicas", Tendencias 77, San
Salvador, p. 30 y ss. Estos planes no tuvieron el efecto migratorio esperado.
109
Escalante, Ibid. Ante la notable presencia de chinos, David J. Guzmán, el intelectual más destacado del
período, escribió: "¡Adiós al mejoramiento físico y moral que anhelamos para nuestra raza!".
110
Gavidia, Francisco: Obras Completas, Tomo II, Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación,
San Salvador, 1976. Lara Martínez ha realizado toda una exégesis de la obra gavideana, tendiente a
probar que la concepción de la historia de El Salvador en Gavidia "ha de concebirse como la
manifestación cíclica [del mito] de 'La Serpiente Emplumada' o, si se prefiere, de la Divinidad (...) en el
desarrollo político del país". Ver: Historia sagrada e Historia profana. El sentido de la historia
salvadoreña en la obra de Francisco Gavidia, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA,
San Salvador, 1991.
111
Espino, Miguel Angel: Op. cit.
112
Rivas, Pedro Geoffroy: La mágica raíz. Antología de ensayos. Luis Alvarenga (Comp.), Dirección de
Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, 1998, p. 65.
113
Sus obras ya han sido citadas.
114
Su obra ya ha sido citada.
115
Cea, José Roberto: Todo el códice, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, San
Salvador, 1998.
116
López, Matilde Elena: La balada de Anastasio Aquino, Ed. Universitaria, San Salvador, 1978.
117
Geoffroy Rivas, Pedro: Los nietos del jaguar, Dirección de Publicaciones e Impresos,
CONCULTURA, San Salvador, 1996.
118
Chapin: Op. cit.
119
Carmack, Op.cit.
120
Arnauld, Charlotte: "Estrategias políticas mayas y españolas en Guatemala (siglos XV y XVI)", en
Poder y desviaciones: génesis de una sociedad mestiza en Mesoamérica (Georges Baudot, coordinador)",
Siglo XXI editores, México 1998.
121
En el caso salvadoreño, Amaroli ha establecido la existencia de una continuidad entre el régimen de
tributos de los indígenas hacia sus principales y el tributo a la Corona española. Amaroli: "Linderos y
geografía económica...", Op. cit.

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