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A la hora de las descripciones, no hay más realidad que esta, la gris, que a ratos me
parece perpetua. Como si la llevara de facto. Me cuesta planear otra idea. Eso lo sabe, en
esta triangulación de encuentros, mi amigo Alejandro, quien siempre trata de ponerle un
poco de entusiasmo a mis palabras. Así fue como me presentó los cuadros de la Lukó,
rebosantes en estrategias de colores, todo lo que a ella le sobraba y que a mí me faltaba. Y
desde que lo conozco, hace un decenio, me insistió que fuera a ver a Lukó, hija de Pablo,
esposa de Mahfud, quien era pintora y vivía en Diagonal Paraguay. De alguna u otra
manera, fui aplazando la visita con evasivas temporales, hasta que me hicieron sentido los
verbos en pasado. Lukó había muerto.
Ocurrió un día frío, gris. Como si Lukó se hubiera llevado la paleta de todos los
colores junto con ella. Entonces, ya no valían los arrepentimientos. Simplemente nunca fui
a conocerla.
1
Lavquén, Alejandro. “Entrevista a Lukó de Rokha”. Punto Final N° 524, 12 de julio del 2002. Gentileza del
autor.
Pero un año después, con la pena del invierno a modo de slogan, me encuentro
nuevamente con los últimos cuadros de Lukó y entiendo, perfectamente, porqué no haberla
conocido en persona no es desconsuelo: ha dejado sus colores, sus personajes maravillosos
y despojados, su pulso resplandeciente, de los que me apropio como una indigente, porque
es la única fantasía que conozco.
“Durante largo rato oprime nuestros sentidos, hasta que están por
estallar, y luego nos envuelve en un mundo fantástico, poético, subreal,
etéreo, donde morimos y volvemos a la vida ante un espectáculo de luz
esplendente de caricias, de sueños, de indescriptibles sensaciones.
Ignorábamos que las obras de Lukó encerraran tan maravillosas
sorpresas”2
Su pintura fue admirada en varios países. Ella nunca le negó a nadie la visita a su
casa. Prefería, eso sí, a los artistas jóvenes y emergentes, porque eran ellos quienes tenían
una energía más natural y combativa. La responsabilidad social heredada de sus padres la
llevaba en la sangre y le era inherente a su manera de pensar y, por lo tanto, a su obra.
2
Echenique, Cruz. Portafolio de dibujos, autoedición, 1987, Lukó de Rokha. Gentileza de Alejandro
Lavquén.
“Es verdad que mi familia estuvo siempre comprometida con los
ideales de izquierda, y yo estoy con esos ideales no sólo por herencia
familiar sino por convicción. No me parece que la justicia, la libertad y la
democracia sean utopías, creo en el futuro, creo en el potencial de los
pueblos, que aunque pueden tardar en reivindicarse, sé que llegarán a
ocupar el lugar que les corresponde en la historia.”3
En el trazo inocente del dibujo, la línea valiéndose por sí misma, Lukó transforma al
color en movimiento transparente y las figuras se reconocen: Los abandonados, La Novia
campesina, La vendedora de sueños. El espacio se vuelve tan real como posible. En La
alambrada se ve a Lukó añorar el país perdido, desde la distancia, enviando a una
golondrina mensajera a acariciar a sus compañeros engrillados. El solitario es un mendigo
que recoge una paloma mágica desde la vereda. Los Pájaros de la Infancia juegan con la
falda de la pequeña Lukó y se enraízan a sus cabellos para no dejarla jamás.
A ella jamás le interesaron los discursos oficiales, las críticas amparadas en los
medios del poder. Su obra era producto de un sistema de necesidades y convicciones que
dependían de un trabajo arduo. Le interesaba, antes que todo, el aplauso espontáneo de la
gente espontánea. Como a Pablo, la tribuna nacional le fue indiferente y esquiva, porque no
calzaba con los cánones de los falsos modales de avanzada. No había pegatinas en sus
cuadros ni descotes en sus maneras.
Lukó solo quería pintar.
3
Lavquén, Alejandro. Loc.cit.
“No solo rebeldía y audacia. Detrás de ellas hay una sensibilidad
que se estremece en el color y las líneas del dibujo, fino y preciso, en que
circunscribe su mundo de invenciones mágicas en permanente expansión”4
A veces siento que hay una profunda brecha que nos separa. Un espacio de tiempo y
estoicidad que me son desconocidos. Pero si me acerco a ella es porque su luz despierta mis
más antiguos anhelos de permanencia en la fe.
Lukó en la vida dejó de ser fiel a su creencia. Pisaba fuerte el camino como Pablo,
como Winétt. Y la poesía la rondaba como un angelito de la guarda. Aunque nunca la
escribió, se dejó invadir por ella como quien se rinde ante un dios hermoso y tangible.
Al final, ella me ha seguido hasta aquí para hacerse presente en mi tiempo y espacio
monocromo, como la imagen de una desconocida madre vernacular, con cabellos de hierba
fresca y flores diminutas, abriendo sus brazos interminables de virgen austera, vestida de
pedacitos de mariposas, recogiendo sus lágrimas y mis lágrimas en una fuente de greda con
las cuales regar las plantas de colores del cosmos similar.
Anexo Imágenes
4
Alfaro Siqueiros, David. Portafolio de dibujos, autoedición, 1987, Lukó de Rokha.
“La Novia campesina” dibujo. Lukó de Rokha. Gentileza de Alejandro Lanvquén.
“La niña de las mariposas”, dibujo. Lukó de Rokha. Gentileza de Alejandro Lavquén.
“Mujer”, óleo sobre tela. Lukó de Rokha. Gentileza de Alejandro Lavquén.
Bibliografía
Examen Final
Úrsula Starke
3º Año
Julio del 2009