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Estados Unidos. Economía de Guerra

Estados Unidos es sin duda un país guerrerista. Tras vencer al ejército inglés
y alcanzar su independencia en 1783, el núcleo de las 13 colonias
fundadoras inició su expansión desplazando a las tribus originarias de sus
tierras, a los franceses de la Luisiana (entonces toda la franja central del
país) y a los españoles de Florida, avanzando de ahí al oeste hasta anexarse
Texas, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y California, la mitad del
México de entonces (1848), y apropiándose simultáneamente (1846) de la
región noroccidental (Oregon, Idaho y Washington) mediante tratado con
Inglaterra, y finalmente de Alaska mediante compra a Rusia en 1867.

Por ese tiempo el conflicto secesionista entre el sur agrícola y esclavista y el


norte industrial y puritano fue dirimido en una cruenta guerra civil que
abarcó de 1861 a 1865. Consolidado el país, a fines del siglo XIX Estados
Unidos se enfrentó a España y ya en el siglo XX se anexó el Canal de
Panamá, Hawai, Filipinas, Guam, Puerto Rico..., fue factor determinante en
las dos guerras mundiales y ha intervenido desde entonces en innumerables
conflictos en todos los ámbitos del mundo, destacando la guerra de Corea
(1950–53), la de Vietnam (1964–72) y la llamada Guerra del Golfo (Pérsico)
en 1990–91.

Un sumario de estas principales guerras de Estados Unidos, el personal


militar involucrado y el número de bajas puede observarse en el gráfico 1,
así como el costo monetario estimado de cada conflicto. (Grafico 1)

Con dicho cuadro William Nordhaus, investigador del Departamento de


Economía de la Universidad de Yale inicia su estudio Las Consecuencias
Económicas de una Guerra con Irak, base de este Reporte, publicado el
pasado diciembre por la Agencia Nacional de Investigación Económica
radicada en Cambridge, Massachusetts.

Los costos de una guerra, indica el autor, son con frecuencia olvidados
cuando ésta se debate, sin embargo, la mayoría estadounidense considera
que dichos costos – en dólares y en sangre – son aceptables
siempre y cuando sean bajos. Pero si las estimaciones de las bajas llegan a
los miles, si los precios del petróleo se disparan, si el conflicto empujará la
economía a una recesión o requiere de fuertes aumentos en los impuestos,
y si Estados Unidos se convertirá en paria del mundo por atacar duramente
a la población civil, entonces quienes toman las decisiones en la Casa
Blanca y el Congreso deberían pensarlo dos veces.

Cuando la Guerra de Vietnam, por ejemplo, la proyección presupuestal del


Pentágono a principios de 1966 indicaba que sólo se requerían 10 mil
millones de dólares adicionales y terminaría en junio de 1967. La guerra se
extendió hasta 1972 y su costo (únicamente) directo fue de entre 110 y 150
mil millones de dólares.

La Guerra del Golfo, por su parte, marcó para Estados Unidos el fin de la
bonanza económica asociada a la guerra al decrecer incluso el PIB.

Los costos de la guerra con Irak


El estudio que nos ocupa contiene una gama muy amplia de variables y
alternativas con las que el autor estructura finalmente dos escenarios de lo
que puede costar a Estados Unidos (no incluye a los eventuales aliados) la
guerra con Irak durante los 10 años posteriores a su terminación. En el
escenario bajo, de una guerra rápida y favorable (son exitosas todas las
campañas: militar, diplomática y de construcción nacional), el costo sería de
99 mil millones de dólares para el período 2003–2012 (Gráfico 2); y
en el escenario alto, de una guerra prolongada y desfavorable (que es,
como lo califica el autor, un verdadero collage de situaciones adversas que
podría darse si la guerra se vuelve interminable, la ocupación se prolonga,
la construcción nacional se torna costosa, la guerra destruye la mayor parte
de la infraestructura petrolera, se da una persistente resistencia militar y
política en el mundo islámico a la ocupación estadounidense y se dan
reacciones psicológicas adversas mayores en torno al conflicto), en cuyo
caso los costos económicos podrían llegar a un límite máximo de 1 billón
924 mil millones de dólares (favor de ver las notas metodológicas del
gráfico 2.). (Gráfico 2)

¿Quién pagará la guerra?


Es usual considerar que, para Estados Unidos, a diferencia de Afganistán,
Serbia, Bosnia o Kosovo, Irak tiene la ventaja de tener enormes reservas de
petróleo que pueden ser explotadas para cobrarse. Si Irak pudiera
reconstruir su capacidad de producción de 3.0 millones de barriles/día (hoy
1.4 mbd) previa a 1991 y a las sanciones de la ONU, esto le representaría
ingresos de unos 25 mil millones de dólares anuales a los precios
prevalecientes.

Sin embargo, lo que suele olvidarse es que los reclamos y demandas sobre
estos recursos son ya y serán muy numerosos. En primer lugar, dado el
rezago actual de Irak, la mayor parte de ese dinero tendría que usarse para
la importación de alimentos, medicinas y otros bienes básicos, así como
para el consumo interno de combustibles; otra parte tendrá que emplearse
para financiar la reconstrucción de la infraestructura económica.
Adicionalmente, Irak tiene filas de acreedores esperando desde la guerra de
1991 cuando le acumularon reclamaciones por más de 300 mil millones de
dólares, de los cuales debe la gran mayoría, aparte de su deuda externa por
cerca de 100 mil millones adicionales. Así, pensar que dados estos reclamos
y necesidades básicas será factible desviar recursos para pagar a las
fuerzas de ocupación no deja de ser una sinrazón económica y política, aún
reduciendo el gasto social al máximo como ha ocurrido en Afganistán en
donde en el año fiscal que terminó en septiembre de 2002 Estados Unidos
gastó 13 mil millones en la guerra y 10 millones únicamente en apoyo civil y
ayuda humanitaria. Así las cosas, tal parece que será el pueblo
estadounidense el que acabe financiando la guerra y sus secuelas en un
juego perverso, según lo vemos, donde todos pierden excepto las
corporaciones, contratistas y petroleras.

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