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LA FAMILIA EN COLOMBIA
Jairo Báez
Universidad Antonio Nariño
Facultad de Psicología
2001
Familia Nativa
Los orígenes de la familia nativa, del actual territorio colombiano, se vislumbran en el mito y se afianzan en la
historia. De Bachué se originan los hombres y de Bochica la protección y la organización social; ellos dictaban las leyes
y formas de vivir. (Arango, 1976; Triana, 1984). De allí surge la gran sujeción del súbdito al cacique; las ordenes eran
emanadas por él, quien, entre otras cosas, aceptaba el incesto de padres e hijas, lo mismo la poligamia (Rodríguez, 1985,
p. 63). Según Hernández (1978), era un tipo de incesto particular a su mismo sistema, pues éste prohibía casarse con
miembros de un mismo clan, quedando ciertas formas de incesto salvaguardadas; de hecho los demás tipos de incesto
eran cruelmente castigados por la leyes de Nemequene, en términos de clan, porque en términos de medios hermanos y
de tíos a sobrinos consanguíneos el sistema lo permitía, pues no había manera de restringirlos (pp. 129-130). Este autor
aclara que, la poliginia en los chibchas, se presentaba como un privilegio aristocrático, los más pudientes podían tener un
mayor número de mujeres y los más pobres eran reducidos a la monogamia, cuando no, por su estado total de pobreza a
ser solteros forzados (p. 135). En cambio la infidelidad de la mujer chibcha era castigada con su propia muerte; o en su
debido caso, a petición del ofendido y posibilidades del ofensor, podía ser resarcida la falta por medio del pago de una
multa al marido cornudo (pp. 135-137).
Dice Hernández que en los chibchas, regidos por el sistema de clanes, la importancia de la familia era secundaría; la
mujeres acudían a vivir al clan del hombre, pero faltando éste regresaban con sus hijos a su clan de origen; anota,
también, dato que corrobora Rodríguez Freyle (1985, p. 64), que la forma de heredar, indicaba que el beneficiado de un
hombre era su sobrino, hijo de la hermana materna (pp. 147-150).
Según Hernández el hombre chibcha se casaba, por primera y única vez, con cualquier mujer y después podía unirse a
otras, según su potencial económico, que le permitiera comprarlas (p. 126 y sgtes). Así mismo, refiere este autor que,
entre los chibchas se presentaba también el matrimonio de un hombre con un grupo de hermanas, el matrimonio por
herencia y el matrimonio por trueque, -éste consistía en dar una mujer a una familia para que ésta recompensara con otra-
; el matrimonio podía tener el carácter provisional o de prueba (p. 139-146). A la mujer chibcha no le incumbía decidir
sobre su desposorio, pues esta atribución correspondía a sus parientes inmediatos, con preponderancia a los
consanguíneos maternos, dado el carácter uterino de los clanes (p. 139). El matrimonio entre hermanos, miembros
pertenecientes a un mismo clan, estaba prohibido en los chibchas (p. 129).Valga traer el informe de Fernández Piedrahita
(Citado por Hernández, p.136), para señalar que el género de los pobladores lo dictaba la familia más que la biología; allí
se señala que en la tribu de los Laches se tenía por costumbre, que al nacer cinco hijos varones seguidos, sin la presencia
de una hija mujer, cualquiera de ellos podía ser tomado como hembra, vestido como tal y casarlo como mujer.
Los historiadores de nuestros ancestros nativos señalan ciertos aspectos físicos y costumbres de la gente de raza
chibcha. Triana, dice que los nativos, que encontraron los españoles, mostraban boca y nariz grande que les permitía
atrapar más oxigeno a nivel de la altiplanicie, cuerpos musculosos, con brazos alargados, manos y dedos pequeños (p.
49-50). Hernández señala que con motivo de algunas fiestas los chibchas practicaban la promiscuidad indiscriminada (p.
140). Rodríguez Freyle, por su parte, enfatiza que el indígena tomaba bastante licor, chicha más exactamente (p. 94),
preparada en base al maíz.
De las mujeres chibchas dice Triana que, ofrendaban sus cabellos a los dioses, acendraban su cuerpo a partir de un
baño en agua, refiriendo que este elemento jugó siempre un papel importante como método de purificación; por ejemplo,
tenían sus hijos a la orilla del río sin ayuda de nadie (pp. 60-62). Refiere Fernández Piedrahíta que la mujer chibcha
estaba obligada a querer en primer lugar a su dios, en segundo lugar a su esposo, en tercer lugar a sus hijos y por último a
ella misma; además debía tal sumisión a su esposo que si él no la llamaba a compartir su cama ella no podía hacerlo por
voluntad propia (Citado por Hernández, p. 129).
La esclavitud trajo consecuencias nefastas a esta raza de aborígenes, su población fue diezmada hasta el punto que la
iglesia y la misma monarquía española tuvieron que interceder para que la desaparición no fuera completa. En 1528,
escasamente 30 años después del descubrimiento, el monarca Carlos V decreta la prohibición de la esclavitud del nativo;
pero pasaran muchos años más para que se haga real por parte de los colonos (Rodríguez, 1973, p. 27). Refiere González
(1984) que a finales del siglo XVIII, ¨Se encuentra también el argumento de que la política de protección al indio es ya
imposible de continuarse debido precisamente a la ausencia de población propiamente india en las comunidades¨ (p.
326). De manera que se puede plantear que fue tan efectiva la protección que desaparecieron los protegidos. Los
españoles y luego los blancos criollos siempre vieron al indígena como su inferior; las palabras de Camilo Torres en su
Memorial de Agravios, permiten colegir cual era el lugar que les correspondía: ¨Los naturales conquistados y sujetos hoy
al poder español, son pocos, o son nada, en comparación de los hijos de europeos que hoy pueblan estas ricas posesiones¨
(Academia de Historia, 1960). Como si fuera poco la guerra de independencia sólo los utilizó para propósitos de
combatir a los blancos que se oponían a los mandatos del soberano (Rodríguez, 1973, pp. 105-106).
De lo anterior vale la pena rescatar varios elementos presentes en la familia y cultura nativa. La diferencia económica,
que permitía a unos de sus miembros tener mientras otros debían someterse a la falta, hasta tal punto de quedar célibes
por la ausencia de recursos para formalizar una familia. La preeminencia del hombre ante la mujer, que le permitía

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ciertos comportamientos de diferencia ante la institución familiar, tales como la poliginia. La identificación de familia en
términos de clan, donde los parientes por vía materna detentaban el poder y la autoridad de sus miembros hasta el punto
de determinar el género que debían asumir y con quien podían tener sus hijos. La sumisión de la mujer a los dictados de
sus dioses, su clan y del hombre. La poca o ninguna consideración de respecto por las instituciones familiares nativas de
parte de la cultura española que se asienta en sus territorios.
Familia Negra
Según la tradición oral de su étnia, la raza negra desciende de Abel, hijo de Adán y Eva, y llegó a América mucho
antes que Colón (De Roux, 1989) y Asimov (1985), comenta que la versión de los esclavistas hace descender al negro de
Cam con su sino marcado desde el mismo Génesis ¨siervo de los siervos de sus hermanos serᨠ(p. 731), y todo,
solamente por haber visto a un padre borracho desnudo. Es así como la historia del negro en nuestro territorio,
tradicionalmente se empieza a contar con los primeros barcos negreros llegados al puerto de Cartagena; ellos -los negros-
venían contra su voluntad para cumplir labores duras y necesarias pero despreciadas por el blanco; las cuales habían
acabado con el nativo que no estaba acostumbrado a esfuerzos tan grandes. El ingreso de esclavos negros a territorios
colombianos se da con la autorización monárquica de 1516 (Rodríguez, 1973, p.27).
Dice Rodríguez (1973), la apertura de caminos, la minería, la agricultura, la ganadería, etc., urgían de hecho, la
participación activa de la mano de obra. De aquí nace la necesidad de implantar en el Nuevo Mundo la esclavitud,
como una exigencia histórica y no como simple capricho del Estado español o de los conquistadores (p. 26).
La situación del negro en estos territorios empezó y por mucho tiempo fue lastimera. Comenta Gutiérrez de Pineda,
que la gente de raza negra no tenía libertad de locomoción; el negro que se atreviera a circular en las noches por las
rancherías o se fugara era azotado, mutilado o muerto; por ser negros se les negaba el uso de joyas, ropa fina, armas,
mucho menos podían montar a cabello, a no ser como parte de su oficio obligado; si un hombre y una mujer querían
contraer matrimonio, sólo lo podían hacer con la autorización de su dueño, so pena de pagar su ignominia con la
cercenación de sus testículos. Aún en calidad de cimarrón, -negro que asumía su libertad mediante la fuga-, no se podía
ser libre y mostrar su cultura, pues siempre encontró quien le impusiera criterios en contra de su propia voluntad (Citada
por Umaña, 1997, pp. 46-47). Nos recuerda De Roux, que el europeo siempre adujo su vocación civilizadora cuando
esclavizó al negro; de ello, fácilmente, se entiende que el ¨negro llegó a ser sinónimo de inferior y de inteligencia
reducida¨.
Señala Jaramillo (1990) que en 30 años (1789-1821), -nótese que ya éramos libres de la corona española- la población
esclava en Colombia se duplicó, pasando de 45.000 a 90.000 (pp. 23, 29); en 1850 aún quedaban 20.000 esclavos (p. 40).
Según González (1984) para el siglo XVIII, Popayán, Antioquia, Cartagena y Chocó, eran las provincias con mayor
población esclava de nuestra actual república (p. 263).
Es José Antonio Galán, en su ímpetu revolucionario, el 18 de junio de 1781 quien tras ocupar las propiedades de un
acaudalado terrateniente de la zona de Mariquita, libera por primera vez a un grupo de esclavos negros, esto sucede en
las Minas de Malpaso (Rodríguez, 1973, p. 70).
El desprecio y utilización del negro en las gestas revolucionarias y contrarrevolucionarias de la independencia quedan
patentados en la tristemente celebre Noche de los Negros, referida al 22 de julio de 1810; el pueblo enardecido y
temeroso, asume que 300 negros venían en su contra a libertar a la destituida administración monárquica. La realidad les
demuestra que no eran negros, pero queda el referente de la percepción de los emancipados de que el negro estaba en
contra de la independencia. (Tomado del relato histórico del Sabio Caldas en Academia de Historia, 1960). Por su parte
Bolívar, en 1819, en su cruzada independentista, manifestaba la necesidad de una igualdad de razas en Colombia y
Venezuela, donde los odios raciales y las diferencias sociales eran muy profundas en la sociedad (González, p. 197).
Dice González que fue sólo mediante el proyecto de ley, aprobado en 1821 que se dan los primeros pasos para abolir la
esclavitud. Con todo y sus fallas, pues se sigue aceptando de forma abierta y soterrada, se logra que los hijos de los
esclavos no sean separados de sus padres hasta tanto no sean púberes y adquieran su libertad alcanzado los 18 años de
edad (pp. 132-135). Pero aún en ese mismo año, en recompensa a los propietarios de las esclavas, que daban los
alimentos a los hijos que nacieran libres, éstos últimos debían permanecer sirviéndoles hasta los 16 años (p. 224). Como
quien dice, la esclavitud seguía pero ahora era a término.
Sigue comentando González que con la ley del 22 de julio de 1843, aún se permite la venta de esclavos hacia fuera de
la Nueva Granada con tal que la venta de esclavos casados se hiciera sin dividir los matrimonios y bajo la condición de
que los hijos de tales esclavos, nacidos libres, no se extrajeran contra la voluntad de sus padres (p. 242). “Más bien lo que
se permitía con esta estipulación, era la separación de hijos y padres” (p. 224). Es sólo hasta la ley emanada en 1848, que
se propicia la unión de la familia del esclavo negro (pp. 279-283).
Para González, en 1851, se declara definitivamente la abolición de la esclavitud en Colombia. No obstante señala
lacónicamente: “Por lo que se refiere al esclavo y al liberto colombianos, estos hallaron su redención más que con la ley
con el producto de su propio trabajo” (pp. 282-296). Lo cierto es que la esclavitud del negro fue abolida definitivamente,
sólo hasta bien entrada la época de la república en 1852 (Jaramillo, p. 41); siendo un proceso lento en la práctica debido,
en parte, a las marrullerías de los amos y hacendados blancos criollos. Narra González cómo surgieron figuras tales como
que los hijos de esclavas, mayores de 18 años, que contrajeran o hubieran contraído matrimonio, quedaban libres del
concierto a que los sujetaba la ley (p. 258); igualmente que los jóvenes libres, hijos de esclavos, mayores de 18 años y
menores de 25 que no quisieran concertar con los amos de sus madres, estaban obligados a formar parte del ejército (p.
247).
Para está época comenta la autora en mención, “Ni la honradez más acrisolada, ni la necesidad de alimentar padres
ancianos y achacosos, y muchas veces el casamiento los libra del concierto (...) los trabajos más duros, el azote, el
encierro solitario, las prisiones de todas clases, la peor calidad de alimentos y el trato más vejatorio es lo que se prodiga a
manos llenas a un hijo de esclava que ha obtenido la carta de libertad y se halla en concierto” (pp. 256-257)
El negro no vino a nuestro territorio por voluntad propia como sí lo hizo el español; el negro traído contra su

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voluntad, a la fuerza y sin ningún consentimiento tuvo negado el derecho a formar una familia hasta bien entrada la
independencia (1848); la autoridad de los negros, fueran hijos, padres o hermanos, fueron siempre los dueños o amos,
acostumbrados a tratarlos como semovientes más, existentes en sus haciendas.
Familia Española
Por información que brinda Camilo Torres se sabe que los nativos venidos de España eran una mezcla de
cartagineses, romanos, godos, vándalos, suevos, alanos y mauritanos (Academia de Historia, 1960). Esta mezcla de razas
fue la que llegó a América y posteriormente fue denominada casta de blancos, o sencillamente blancos. Refiere Aguilera
en el prefacio y biografía, en la obra el Carnero, que Rodríguez Freyle señala la existencia de una cédula monárquica,
según la cual a las Indias sólo pasaban cristianos viejos, y si eran casados debían traer a sus esposas; no obstante, en su
negro humor completa, que todo el mundo pasaba (p. 11). Recordemos que cristiano viejo se le llamaba a todo aquel que
pudiese demostrar una larga tradición familiar de acatamiento a los mandatos de la iglesia católica.
De igual manera se expresa Umaña (1997): Convencidos de la omnipotencia de su raza, de la superioridad de
inteligencia, inferiorizando y subvalorando a los indígenas, desconociendo las dificultades de su medio, del
clima, del abastecimiento, el europeo se lanzaba por los mares desconocidos con irresponsable sentido de
aventura (p. 35).
Dice Rodríguez (1973) que la España cristiana, no solamente trajo al Nuevo Mundo sus instituciones políticas y
económicas, sino que transportó también el espíritu feudal, traducido en un desprecio hacia el trabajo manual o de otro
tipo. Los conquistadores, de extracción popular en su mayoría, labriegos, vagos, mendigos, vasallos, etc., utilizaban la
envestidura de emisarios monárquicos en estas tierras americanas para materializar el anhelo, que por su condición de
inferioridad económica, no pudieron satisfacer en su vieja España: ¨imitar el ¨modus vivendi¨ de la vieja nobleza
española¨. Su objetivo, centrado en acumular grandes cantidades de tierra, los hacía sentir como señores feudales
habitando nuevas comarcas con todo y los honores merecidos (p. 27). Recordemos algunos conceptos propios del
mandato cristiano, sacados de la Encíclica Rerum Novarum (1891): el hombre es la cabeza y poder de la familia quien
debe defender y cuidar a los hijos que lo perpetuarán; en la sociedad civil no pueden ser todos iguales, esto se da en todos
los aspectos físico, psicológico y económico; por pecadores los hombres deben soportar los sufrimientos, las necesidades
eternas y los trabajos; no se puede evitar las clases sociales y, por tal motivo, deben vivir los ricos y los pobres en paz, el
pobre pone su fuerza de trabajo y el rico debe tratarlo con piedad, adiestrarlo en la fe cristiana y darle lo que es justo
(Tomado de la Voz de la Iglesia, pp. 17-35).
Familia Mestiza
El proceso de mestizaje fue característico y particular en nuestro actual territorio, dando lugar a la actual familia
colombiana. En el presente colombiano son pocos, o ninguno, quienes pueden tener certeza de su pureza de sangre o
raza. Desde los comienzos de la conquista la mezcla de razas y culturas es una constante, con diferentes propósitos; pero
a la postre, el principal era el elevamiento del estatus económico y social (Jaramillo, citado por Umaña, 1997, p. 44). El
supuesto blanco, venido de España, se mezcló con el indio, dando lugar al mestizo; con la llegada de la raza negra, se
mezclan el indio y el negro, y el negro y el blanco, dando lugar así al zambo y el mulato. Por supuesto con el tiempo, y
los diferentes cruces que se dan, entre nuevos colores, aparecen nuevos y más cruces donde se pierde cualquier
denominación específica y sólo acertar a señalar en qué posible porcentaje se es puro blanco, evitando a toda costa el
¨tente quieto¨ y ¨salto atrás¨ (Cf. Umaña L. 1997, pp. 49-51), pues esto iba en detrimento de la pureza ganada. Según
González, para 1720 ya había gran cantidad de mestizos, que en su mayoría formaba el campesinado pobre y mano de
obra que va a competir con el indígena en las haciendas (pp. 316-321); y en 1846, se encontraban fácilmente,
matrimonios entre mujer esclava y hombre libre, y hombre esclavo y mujer libre (p. 267).
Siempre hubo pugna por mostrar el abolengo y descendencia de mejor familia. Los blancos siempre vieron en los
nativos (indios) y los negros, personas en estado de incivilización y, por esta condición, incapaces; así mismo entre el
indio y el negro había una diferencia abismal, se creía que los indios tenían mejores costumbres que los negros
(González, pp. 176, 177). Plantea Umaña (1997), que el negro no solamente vino a servir de esclavo sino a ocupar el
último escaño en las escalas étnica, social y económica (p. 46). Y por ejemplo, así lo muestra Rodríguez (1973), en la
guerra de Independencia, los negros y aborígenes, cual recua, fueron vapuleados por los grandes comandantes criollos y
españoles, en su ignorancia, para integrar los ejércitos de ambos bandos so promesa de ser libres (p. 107). En la Colonia,
con el afán de mejorar su alcurnia, se validaban tratos como la ¨limpieza de sangre¨, mecanismo que consistía en pagar
un tributo en dinero al Estado, con el fin de poder acceder al matrimonio con blancos; y a algunos puestos públicos, que
se le daban sólo a los que ostentaban sangre pura española (Jaramillo, p.25). Es necesario señalar como síntoma de estas
mezclas, la particularidad de nombres, que tomaban del uso cotidiano del lenguaje, para señalar el abolengo. Mestizaje
significa cruce entre dos razas, sin embargo, sólo se reconoce como mestizo al producto de la mezcla del blanco y el
indio; mula define el cruce entre caballo y asno, siendo mulato la definición que se le da al cruce entre la raza blanca y la
raza negra; así también zambo viene del latin strambus que significa vista torcida, y zambo se le dice a la mezcla de la
raza india con la raza negra. No debemos olvidar que los primeros humanos que pisaron territorio americano fueron
españoles, pues pasaría mucho tiempo y la ayuda de Fray Bartolomé de las Casas para que se le otorgara la calidad de
humanos (cristianos) a los indios. Tendrán que pasar muchos años más para que se le reconozca el mismo derecho y
estatus al negro.
Otro elemento que ayudó al proceso de mestizaje fue el acercamiento forzado entre blancos e indios, producto de las
relaciones económicas coloniales. González nos recuerda que la figura de la hacienda aceleró el proceso de mestizaje
entre estas dos razas (p .314). Nos señala la autora que, en un primer momento, la política existente era separar los
blancos de los indios, pero ante la necesidad de tener mano de obra india, favorecida por una nueva política, los
asentamientos indios, cada vez, estaban más cerca a las haciendas del blanco (p. 310 sgtes); fue en la hacienda donde el
indio empezó a olvidar su idioma y aprendió el castellano, asumiendo costumbres españolas (p. 314). Otra figura, la
mita, también coadyuvó a que el nativo abandonará sus pares, su comunidad, pues era preferible estar en la hacienda que

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sufrir los rigores de un trabajo forzoso y desconsiderado en todos los aspectos (p. 314).
Junto a la mezcla de sangre, también la mezcla de culturas se fue finiquitando; más que la desaparición de una cultura,
se presenció el sincretismo entre las culturas nativas y las importadas, venidas de España y África, entre los dominantes y
los dominados. La iglesia católica juega un papel preponderante es este proceso de aculturación y sincretismo. Desde la
conquista, el nativo politeísta es llevado por los evangelizadores a reconocer un solo dios (Rodríguez, 1973, p. 100);
luego son los negros quienes deben renunciar a sus cultos animistas. No obstante, los nuevos rituales y creencias tienen
el sello de la unión entre las culturas y sus creencias. Los resultados del buen servicio de la Iglesia a la Corona se
percibieron con todo su rigor en la Independencia. Señala Rodríguez (1973) cómo la ignorancia y la falta de información
en las zonas rurales hacía difícil la empresa libertadora; allí los indios encomendados, los labriegos libres, los jornaleros
y los negros fueron un obstáculo, que tuvieron que vencer los criollos, pues la lealtad al Rey y a la Iglesia estaba muy
arraigada en ellos (p. 105).
Nuestros próceres independentistas tenían una visión particular de lo que iría a ser en adelante la familia; una
institución donde los hijos se podían tener a granel para beneficio y lucro de la nueva república. En su preludio al grito
de independencia de 1810, el Sabio Caldas arenga: ¨Un peso inmenso se ha quitado de nuestros hombros (...); ya no
tememos la fecundidad de nuestras esposas; los hijos, este dulce lazo conyugal, no será ya una carga pesada para el
padre; será sí una prenda más dada a la Patria, esta patria los alimentará y satisfecha con este tributo, llenará de honores y
de bienes a los que le han dado ciudadanos¨ (Academia de Historia). No obstante los padres fueron solícitos en su
encargo de traer nuevos ciudadanos al naciente país, sin embargo la patria se olvidó de su parte en el compromiso
adquirido.
El cambio de gobierno, ocasionado en la independencia, no rompe con los esquemas del dominante y el dominado, y
allí la familia colombiana sigue su paso.
Como lo apunta García: la república no aportó nada nuevo a la América Latina, [por supuesto tampoco a la familia
colombiana], desde el punto de vista de la constitución social: la aristocracia terrateniente conservó su status de
privilegio y la condición de centro de gravedad en el nuevo sistema de poder; la clase media letrada, la burguesía de
comerciantes, los funcionarios, los artesanos, los menestrales, los peones, todos los grupos sociales conservaron su
colocación, su papel, su ordenamiento tradicional. Lo único nuevo que salió de la guerra, como es obvio, fue [la]
enorme y desbordante burocracia militar (Citado por Rodríguez, p. 109).
Así mismo Rodríguez (1973) refiere sucesos, relacionados con la huelga de las bananeras de 1928, donde la familia
de los trabajadores sufren el rigor del poder gubernamental: ¨decenas de humildes trabajadores, fueron arbitrariamente
encarcelados, la mayor parte de sus líderes reducidos a prisión y sus familias amenazadas y coaccionadas¨ (...) ¨Ni sus
familias se salvarían: jóvenes violadas, esposas y madres, ultrajadas en su dignidad¨ (pp. 212, 219).
Familia Actual
Ardila (1988) hace una semblanza del hombre colombiano de donde vale la pena rescatar ciertas características, para
así comprender la familia colombiana, a través de su proceso histórico de mestizaje. Este psicólogo refiere que el
colombiano no tiene el sentido de conquista del anglosajón, ni el ¨sentido épico de la vida¨, en cambio sí es pesimista y
melancólico. Su filosofía es trágica y escéptica (p. 37). Para el colombiano, la ciencia no ocupa un lugar importante, no
es de gran valor cultural, en cambio sí precia la literatura y, en general, las bellas artes. Debemos apuntar que también sí
fervientemente religioso. El colombiano es verbalista por antonomasia, centrado en el uso ¨correcto¨ del lenguaje, en la
plástica y en la belleza (p. 28). En un estudio, hecho por el autor a partir del 16PF, la personalidad del hombre y la mujer
muestran ciertas particularidades que los hacen diferentes en algunos rasgos. La mujer se muestra más estable y segura
en sus propósitos de vida, más sociable y espontánea, dominada por el sentido del deber, responsable y organizada,
propensa a dejarse llevar por los sentimientos, soñadora, colaboradora, confiada, preocupada por los demás, con mucha
confianza en sí misma, poco ansiosa, trabajadora en grupo y preocupada por la aceptación social; en cambio el hombre
muestra rasgos que lo caracterizan como inestable, despreocupado, racional, realista y práctico, egocéntrico, calculador,
independiente, estresado y depresivo (Báez, 2001b).
En la actualidad, a pesar del aumento de las vías y medios de comunicación, se siguen presentando costumbres muy
particulares a determinadas regiones del país. Como ejemplo tomemos el dato de González, (Citado por Ardila), quien
halló que el 42% de los hombres solteros y el 59% de los casados, en Barranquilla, habían tenido relaciones sexuales con
animales (p.81). Así, también, del santandereano se dice que es machista, patriarcal, belicoso, y defensor del honor
(Serpa, 1989). La ausencia de una identidad étnica y cultural se trasluce en la cotidianidad colombiana, allí es común
escuchar peyorativos regionales tales como la pereza del opita, la flojera del costeño, el oportunismo del paisa, la falta de
higiene del cachaco, la hipocresía del boyacence, la lascivia de la pereirana, la falta de inteligencia del pastuso, etc.
De los análisis hechos por el autor al censo de 1993 se puede colegir que la familia colombiana se mueve en una
economía donde son 42 millones sus habitantes, de los cuales por cada 49 hombres se tiene 51 mujer; 69% vive en la
ciudad y 31% en el campo; 29% vive en la miseria, 57% viven en la pobreza; el porcentaje restante tiene el capital. De la
población empleada dos terceras partes son hombres; al contrario, en los puestos de la administración pública y de
servicios el 73% está ocupado por mujeres (Rodríguez, 1992); Según Ramos (1999), 17 de cada 100 colombianos están
desempleados y 14 de cada 100 no tiene forma de acceder a la educación; cinco grupos controlan el 80% de los medios
de comunicación, cuatro grupos controlan el 92% de los activos financieros, 1.3% de los colombianos posee el 48% de la
tierra en el país. En una de las encuestas hechas por el diario El Tiempo (1999), el 72% de los colombianos se declara
descontento con la situación de su país y el 65% refiere que tiene demasiadas responsabilidades en su vida para
preocuparse de la pobreza de los demás.
En su salud física la esperanza de vida para el hombre colombiano es de 70 años mientras para la mujer es de 76
(Televisa, 2000); siendo el cáncer más común en las mujeres, el de cerviz, y en los hombres el gástrico (Revista Muy
Interesante).
En el consumo de psicoactivos se ha dicho del colombiano que empieza su uso y abuso entre los 12 y los 17 años, siendo

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mayor el consumo de alcohol, cigarrillo, basuco y cocaína en los hombres; el 82% de la población productiva consume
alcohol (Rodríguez, 1992); 3 por cada 200 consumen alguna sustancia psicotrópica; 21 de 100 consumen tabaco, 1 de
100 consume marihuana (Rodríguez, 1997).
Con respecto a la pareja del colombiano, algunas encuestas a nivel nacional sugieren que las mujeres prefieren, en
estatura, a los hombres más altos que ellas, mientras los hombres se inclinan a formar pareja con mujeres iguales a ellos;
en contextura, la mujeres prefieren el hombre ¨relleno¨ y el hombre la mujer delgada; en color, las mujeres tanto como
los hombres prefieren su pareja de piel trigueña; las mujeres y los hombres paisas son los preferidos para conformar una
pareja (Cromos y CNN, 1997). Las parejas colombianas se formalizan en un 73% por matrimonio católico y el 23% por
unión libre (Zamudio y Rubiano, 1995). Sólo un 20% de las parejas que se separan lo hacen motivadas en las relaciones
sexuales; el grado de satisfacción sexual con la pareja va en descenso (Gallup, 1999); el 30% de los hombres y el 39% de
las mujeres, que se separaran lo hacen motivados en la infidelidad de su cónyuge (Zamudio y Rubiano).
En su actitud ante la sexualidad se notan cambios intrageneracionales y de generación a generación; es así como la
cantidad de hombres y mujeres que empieza a tener relaciones sexuales entre los 12 y los 17 años es cada vez mayor,
siendo en promedio 78% para el hombre y 27% para la mujer; no obstante, en 1997 el 73% de los colombianos
aceptaban las relaciones prematrimoniales y el 1999 sólo el 60% muestra su aceptación. El 73% de los hombres y
13% de las mujeres declaran haber sido infieles; sin embargo, en general, tiende a aumentar el comportamiento infiel
en la población colombiana; el 23% de los adultos refieren haber tenido relaciones sexuales con menores de edad; el
hombre colombiano tiende a ser más promiscuo que la mujer. Mientras, en promedio, un hombre ha tenido relaciones
sexuales con diez mujeres, una mujer sólo ha tenido relaciones con dos hombres; el 62% de los adolescentes hombres
declara que se masturba mientras en las mujeres sólo el 13% lo hace (Gallup, 1999). En los años 70, el 95% de los
hombres y el 68% de las mujeres declaró haberse masturbado alguna vez en su vida (Alzate, 1982). En complemento
Ardila (1988) refiere estudios donde el 97% de los hombres y el 58% de las mujeres colombianas refiere hacer uso de
la masturbación (p. 82). Las actividades que predisponen a la mujer para tener relaciones sexuales son el baile, el
trago y conversar, al hombre lo predisponen, a este respecto, los mismos acontecimientos pero ubicándose el trago en
primer lugar; las mujeres en el acto sexual prefieren al hombre activo, ardiente y lanzado con el pene mediano y los
hombres, al respecto, prefieren las mujeres activas, ardientes y lanzadas con los senos medianos; las mujeres tanto
como los hombres se sienten desestimulados sexualmente ante los malos olores, el mal aliento y la barriga del
compañero; tanto al hombre como a la mujer colombiana los inhibe en su actividad sexual el estrés, el temor al sida y
la rutina (Cromos y CNN, 1997). La práctica del sexo oral está aumentando entre las parejas. En cuatro años pasó del
29% al 35%; la fantasía del hombre colombiano es tener una relación sexual con una persona distinta a su pareja. La
fantasía de la mujer colombiana es tener una relación sexual en un lugar inusual. A nivel general el hombre
colombiano se diferencia de la mujer por su mayor aceptación de diferentes actividades de tipo sexual. Es más
propenso a practicar la homosexualidad, el sadomasoquismo, ver pornografía, utilizar la tecnología en su satisfacción
(teléfono, cine, internet), etc., (Gallup, 1999). Señala Ardila que el 19% de los hombres y el 12% de las mujeres
reportan haber tenido al menos un contacto homosexual (p. 82).
Ya en relación con los hijos, y en su relación familiar, los padres colombianos muestran que su tendencia a aceptar el
aborto disminuye. De una aceptación del aborto del 19% en 1997 bajó a un 13% en el año de 1999. El 82% de los
colombianos está a favor del uso de anticonceptivos (Gallup, 1999). En 1985, Rico de Alonso (Citada por Londoño,
1993, p. 41) encontró que la familia colombiana se ubicaba en un 65% nuclear y en un 25% extensa. Para 1995,
Zamudio y Rubiano muestran que El 57% de los hogares colombianos se conforman por familias nucleares y el 30%
por familias extensas; estos datos señalan cómo la familia colombiana va, aceleradamente, en contra de la
nuclearización y formalización de pareja para asumir diferentes y otras formas, entre ellas volver a la familia extensa.
Sin embargo, para valorar la creencia de la tendencia a la extensión de la familia, se debe tener presente, también, que
estas últimas autoras reportan, en promedio, en cada hogar colombiano 4.6 personas. El 56% de los hijos vive con
ambos padres, el 34% con la madre solamente, y el 4% con la abuela; los padres que crían solos a sus hijos se
distinguen, de los que los crían en pareja, por su menor edad; de una generación a otra el promedio de hijos
disminuyó de 3 a 1.5 por familia (Báez, 2001a). En los estudios de Ardila se señala que, en sus pautas de crianza, sólo
el 43% de los niños colombianos son amamantados con las frecuencia suficiente por sus respectivas madres (p. 115);
mientras sólo la mitad de los padres, el 47%, colabora adecuadamente a la madre en la crianza de ellos (p. 117).
Los niveles de violencia que soporta la familia colombiana señalan que por cada 13 hombres que mueren por
arma de fuego muere una mujer en igual condición. Para 1996 murieron por esta causa 19407 hombres y 1453
mujeres; por cada 10 hombres que mueren por arma blanca muere una mujer en igual condición. Para 1996
murieron por esta causa 2856 hombres y 265 mujeres: por cada 4 hombres que mueren en accidente de transito
muere una mujer en igual condición. Para 1996 murieron por esta causa 3415 hombres y 817 mujeres (DANE,
1999); por cada 4 hombres que se suicidan, se suicida una mujer. Para 1997 se suicidaron 1692 colombianos, los
meses del año preferidos por los colombianos para suicidarse son septiembre y diciembre (Coperías y Chávez);
uno de cada cinco hombres le ha pegado, alguna vez, a sus cónyuge. (Profamilia, 1995). Comparadas las
estadísticas del año 2000, las tendencias de muerte violenta se mantienen estables.
La familia colombiana actual, no obstante los elementos de encuentro señalados, sigue estando marcada por el
policlasismo, la pluriétnia y la diversidad cultural, tal y como lo plantea el profesor Umaña Luna. En Colombia no
podemos, aún, hablar de una sola familia sino de la diversidad de familias; los medios de comunicación y la
globalización, aunque muestran su incidencia al interior de la familia, todavía no logran acentuar la unidad e
identificación como una sola institución. En la clínica de la familia colombiana es normal encontrar una mujer
gravemente afectada en su emocionalidad debido a la infidelidad de su esposo, tanto como aquella que no le da la mayor
importancia al hecho; así mismo se puede encontrar el hombre con clara percepción de la mujer como objeto tanto como
un hombre que la valora como su igual, reconociéndole igualdad en sus derechos. Y esto, no necesariamente debido a su

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grado de educación formal o profesional, ni correlativo con su poder adquisitivo.


Con los nuevos espacios, -trabajo asalariado, estudios académicos- la mujer se aleja cada vez más de la casa. El hogar,
la casa, el cuidado de los niños, las labores domésticas son espacios que nadie quiere ocupar; los hijos se crían cada vez
más alejados de sus padres, pasan menos tiempo juntos y más tiempo con personas extrañas a la familia o con familiares
en segundo grado. La mujer ocupa espacios que antes no le eran permitidos, el discurso de género se acentúa, surgen
especializaciones universitarias y grupos de trabajo e investigación liderados por ellas, con ánimos de lograr su total
emancipación de lo que antes fuera su yugo. El machismo y la falta de reconocimiento a su potencial siguen siendo
temas que aún no se agotan en su discurso. El hombre colombiano actual sigue siendo percibido como el victimario y
nunca la víctima; sin embargo, el estrés, la hipomanía, la drogadicción y la violencia cobran más hombres que mujeres en
su morbilidad y mortalidad.
En conclusión, podemos decir que la familia colombiana -o mejor dicho las familias colombianas- pasa por un
momento particularmente álgido, caracterizado por la trasmutación de roles y funciones de sus integrantes y valores a su
interior. No se tiene claridad sobre la conveniencia de la nuclearización o la extensión, la convivencia en pareja, la
separación o el madresolterismo, la dependencia o independencia familiar: Las políticas estatales no son claras con la
familia, por un lado coaccionan a los padres para que abandonen el hogar, obligándoles a trabajar para lograr el sustento
diario y por el otro, siguen manifestando la defensa de la familia como núcleo fundamental del Estado colombiano.

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