I) Al entrar a la cueva es conveniente sentarse en el suelo
o permanecer en cuclillas porque el humo colorido sube y llega a los rincones ms alejados. Al principio todo es confuso a causa de la encegecedora lumiinocidad del exterior (que algunos llaman LA LUZ DE LA RAZON). Tambin hay que resistir al embate de los miedos impresos en todos (smbolos del terror irracional a la locura y a la muerte); es aconsejable salir peridicamente para confrontar irrealidades. En cada regreso en efecto desintegrador del raciocinio se notar menos y se incrementar la capacidad de captar instantneamente el contenido interno. Puede darse el caso de que se reflejen hacia el aparente mundo exterior las dudas que antiguamente se experimentaban hacia el interior (clara muestra de la nefasta obsesin por los pares de opuestos)._ II) Por una simple cuestin de supervivencia deben disimularse escrupulosamente las mutaciones que se vayan produciendo (as lo demuestra la cifra no pequea de sabios que murieron en manos de sus semejantes), uno de los procedimientos ms efectivos para lograr este propsito es dar la impresin de que se habla en broma. De esta manera slo unos pocos podrn vislumbrar fragmentariamente algunos indicios. El resto reir a pleno pulmn para encubrir la desazn provocada por lo que se teme instintivamente sin comprender. Cuando ms se acerque a la verdad lo que se diga menos verosmil ser y aumentarn las muestras de ruidoso regocijo de la mayora. Desde luego que habr algunos que entrecerrarn los ojos con desconfianza o los abrirn levemente alarmados.
Deber asegurarles, en tono normal, que en realidad se
trata de una farsa. Al dar muestras de alivio, se autoeliminarn._ III) Es obvio que deben observarse constantemente las reacciones de los interlocutores, de manera especial las de aquellos que afecten mayor confianza en s mismos porque, para mantener tal apariencia, interrumpirn el espectculo cada vez que le sea posible.