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No s si estuve dispuesta a alguna vez aceptarlo, pero debo decirte

que te extrao. El ao pasado mir tus ojos color caoba como sola
mirarlos todas las tardes durante mi adolescencia, porque no
olvidemos que no estuviste en la infancia. La cantidad de veces que
me pediste olvidar tus ausencias, perdonarlas, como si yo fuera la
duea de tus redenciones. Yo, cuyo nombre ni siquiera es el mo,
sino el de tu madre -no tuviste la decencia mnima de cuando
menos buscarme un nombre propio, que fuera slo mo- termino
siendo aquella de quien esperas un perdn. Y es que tampoco asum
nunca que mi perdn fuera un objeto deseado por nadie en
particular. Las pesadas garras de la superacin personal tampoco
se aduearon nunca de mis tripas. Tal vez me estoy engaando
mientras escribo esto y en el fondo no esperas el perdn de nadie y
eres coherente con tu tren de vida y es verdad que no necesitas de
nadie. Pero soy lo suficientemente ingenua como para pensar que,

en el lecho de tus desgracias, en esa cama, refugio y crcel de tus


pasiones y sueos, an hay algo ms que slo un vegetal.

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