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COSMOGONIA PERENNE:

EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
FEDERICO GONZALEZ

1. – La Cosmogonía Perenne

La cosmogonía es una ciencia que ha existido en todos los pueblos arcaicos y


tradicionales y se refiere al conocimiento del hombre (cosmos en pequeño) y
el universo (hombre grande), hecho que de modo unánime y de manera
perenne se ha repetido a lo largo del tiempo (historia) y del espacio
(geografía) describiendo una sola y única realidad, la del cosmos, que, por
otra parte, es la misma que la que vivimos y habitamos los contemporáneos,
pues es esencialmente inmutable a pesar de las cambiantes formas en que
puede expresarse o ser aprehendida, ya que se mantiene perennemente viva.

Esta ciencia, prácticamente desconocida para el ser humano actual, que es


producto del racionalismo, el positivismo, el materialismo, y la técnica, fue
sin embargo la estructura de base, primaria, donde tanto los pueblos
primitivos como las grandes civilizaciones de la antigüedad (por ejemplo: los
egipcios), fundaron sus creencias, y la herramienta con la que construyeron su
vida y cultura, que en el caso del ejemplo antes mencionado duró tres mil
años; otro tanto pudiera decirse del imperio chino, o mejor de la Tradición
extremo–oriental, aunque en verdad esta ciencia es el denominador común de
todas las tradiciones conocidas, así ellas se encuentren vivas o aparentemente
muertas.

Hemos de agregar que el modo normal en que esa Cosmogonía, Universal y


Perenne, se expresa es el símbolo, o un conjunto de símbolos en acción,
constituyendo códigos y estructuras que se conjugan permanentemente entre
sí, manifestando y vehiculando la realidad, o sea, toda la posibilidad del
discurso universal, que se hace audible y comprensible por su intermedio. El
símbolo es por lo tanto la traducción inteligible de una realidad cosmogónica,
y al mismo tiempo esa realidad en sí, al nivel en que ella se expresa. (1)

Para el caso de la cosmogonía nos interesan particularmente los símbolos


numéricos y geométricos, que, como se sabe, mantienen una perfecta
correspondencia entre sí y constituyen módulos paradigmáticos, presentes en
toda cultura por conformar la estructura misma de cualquier construcción, en
este caso, de la Construcción Universal. Sin embargo aquí trataremos no sólo

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los números y figuras geométricas y el simbolismo constructivo en general,
sino en particular el símbolo de la rueda; haciendo la salvedad que aquello que
la simbólica manifiesta dentro de sí, en lo más hondo de su intimidad, no es
sino la totalidad del cosmos, actual y constante, pues ella misma, la
Cosmogonía Perenne y Universal –y no sólo la ciencia que trata de ella–,
válida para todo tiempo y lugar en la dimensión de lo humano, no es nada más
que un símbolo de algo mucho más amplio que la trasciende, ya que puede ser
concebida y explicada como una modalidad arquetípica del Ser Universal.

Rueda de la Fortuna.
Miniatura. Siglo XII. Arte alsaciano.

Pudiera pensarse equivocadamente que las estructuras simbólicas son meras


convenciones utilizadas para describir la realidad. Eso sería válido únicamente
en la medida en que igualmente se aplicara a cualquier manifestación, que es
siempre una determinación, una fijación, comenzando por el lenguaje, el
verbo; pero es obvio que no hay manera de aprehender la realidad si no es por
medio del símbolo (lingüístico, numérico, geométrico, etc.) y los códigos que
éste conforma.

Aquí hay que decir que el símbolo no es arbitrario, sino que él refleja
auténticamente lo que expresa, requisito sin el cual sería imposible cualquier
relación o comunicación. Y recordar que por tomar una forma constituye una
estructura en el torrente de lo no enunciado, en la vida larval y caótica del
devenir. Los antiguos conocían sobradamente esta verdad, y de allí el valor
creativo que atribuían a la palabra; o sea que el sujeto participa de cualquier
hecho objetivo y por tanto lo genera; la historia de sus ciclos también
testimonia esta interrelación constante. Sin embargo, la irrealidad del mundo –
y el hombre– sólo pueden advertirse porque ellos existen, y deben ser, en ese
caso, sujetos y objetos de alguna revelación. Los símbolos, como los
conceptos, o los seres, son imprescindibles en el plan del Universo, y algunos
códigos como el aritmético o el geométrico, entre otros, no son convenciones
casuales sino que expresan realidades arquetípicas y conforman la base de
cualquier estructura, no sólo en lo "exterior" sino en lo "interior", al punto que
pudiera decirse que estas imágenes constituyen categorías propias del
pensamiento, y hacen del hombre un auténtico intermediario entre lo conocido

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y lo desconocido, es decir: el mayor de los símbolos, capaz de unificar por su
mediación la multitud de lo disperso.

2. – El Símbolo de la Rueda

Tal vez, de entre los símbolos sacros de todos los pueblos sea el de la Rueda
el más universal. Ello se debe, por un lado, a que este símbolo aparece
unánimemente, directa o indirectamente tratado en todas las tradiciones, y
parecería ser consubstancial al hombre, y por otro, a que la misma
universalidad de los significados de la rueda, y su conexión directa o indirecta
con los demás símbolos sagrados, en especial, números y figuras geométricas,
hacen de ella una especie de modelo simbólico, una imagen del cosmos. Pues
la rueda en el plano es un círculo, y la circularidad es una manifestación
espontánea de todo el cosmos; por lo tanto esa energía ha de provenir de un
punto central que la irradia, tal el caso de una rueda, símbolo del movimiento
y también de la inmovilidad, que puede girar y reiterar sus ciclos,
posibilitando la marcha, merced a un eje inmóvil. En el plano esto se
representa como un centro del que la circunferencia extrae su forma (con
cordel o compás es imprescindible tener un punto fijo para trazar la
circunferencia) por irradiación, tal cual la energía potencial del eje se
transmite a la llanta por mediación de los rayos de las ruedas, análogas al
radio de la circunferencia;(2) cualquiera que traza una circunferencia sabe que
ésta depende del punto central y no a la inversa. Entre el punto central y la
circunferencia se configura el círculo; el valor aritmético asignado al primero
es la unidad, que es una representación natural del punto geométrico, y a la
segunda el nueve, que es el número del ciclo por ser el de la circularidad,
como más adelante veremos. La suma de ambos nos da la decena (1 + 9 = 10)
que es modelo numérico de la tetraktys pitagórica, el cual puede ser puesto en
relación con cualquier otra aritmosofía, ya que los números –y las figuras
geométricas– son módulos armónicos arquetípicos, válidos en todo lo
manifestado y por lo tanto para cualquier tiempo y lugar dentro de este ciclo
humano.

Así pues, no debe extrañarnos que en este trabajo se traten conjuntamente los
símbolos de la rueda y el círculo, el de la espiral, y aun el de la esfera, pues
ésta no es sino el círculo en la tridimensionalidad. Igualmente que se
mencionen símbolos estrechamente asociados al de la rueda como el de la
cruz, el cuadrado, y otros, así como que se recurra a las distintas tradiciones
donde se encuentra atestiguado. Sin embargo este símbolo está presente en
nuestra propia Tradición y se halla a nuestro alcance trabajar con él. En la
misma cotidianidad podemos observarlo constantemente; de hecho es evidente
en la vida misma, pues como hemos señalado las cosas se producen con un

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movimiento circular y por lo tanto son cíclicas, lo cual es un pensamiento
emitido por todas las doctrinas metafísicas, aunque a veces en ellas se lo dé
por supuesto y en otras se lo destaque especialmente. La figura esquemática
de la rueda en el plano ha sido asociada al sol por numerosos pueblos y de
hecho aún hoy es el símbolo astrológico de ese astro; en alquimia representa
al oro, su equivalente terrestre. De allí a asociar el recorrido del sol con un
carro dorado, o de fuego, hay sólo un paso. De hecho su alcance es
significativamente más amplio y se corresponde con la idea arquetípica de
Centro: aquello que es capaz de generar un orden en la masa amorfa del caos;
el punto inmóvil imprescindible a toda creación, el motor merced al cual el
devenir tiene un sentido.

Este punto central de la Rueda del Mundo se comunica con la


periferia, como ya se dijo, a través de rayos, que son por lo
tanto intermediarios entre ambos; y mientras la rueda gira
sobre sí misma simbolizando el movimiento y el tiempo, el
eje permanece fijo expresando la inmovilidad y lo eterno. (3)

El círculo y la esfera han sido tomados por numerosos


pueblos y distintos autores antiguos como figuras perfectas y
expresiones de la totalidad. La rueda en particular está
asociada a los ciclos que reitera una y otra vez y por lo tanto
a lo relativo, a lo pasajero, a lo contingente, pero sobre todo a
la recurrencia, a la reiteración. Como podrá observarse, y así
lo seguiremos viendo, este símbolo se presta a innumerables
transposiciones al plano metafísico, ontológico y cósmico y
es objeto de conocimiento y especulación.

Lo que es un punto central al círculo, es el eje con respecto a la esfera, por lo


que centro y eje se corresponden exactamente, siendo el primero un símbolo
plano y el otro tridimensional del mismo concepto.

Si el punto es virtual, inmanifestado y geométricamente no existe, la periferia


de la rueda será visible y representará, en el orden cósmico, a la manifestación
universal, y en el mundo del hombre, a cualquier expresión, por lo que
también pueden equipararse el punto y el círculo, a potencia y acto, por ende,
a contemplación y acción.

La primera división a que puede dar lugar el símbolo de


la rueda es la bipartición de la figura que la representa
en dos mitades análogas y exactas. Éstas representan los
dos movimientos, de ascenso y descenso, que realiza la

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rueda en el recorrido de un ciclo, así éste sea el del sol en el año, o el del día,
o el de la luna en un mes, o el de la vida de un ser humano; el de principio y
fin con el que está signada cualquier creación.

Principio y fin tienen un origen y destino común, lo que da lugar, además, a


las ideas de reincidencia o repetición, creencias y conceptos de todos los
pueblos arcaicos y tradicionales que han vivido siempre un tiempo cíclico y
no uno lineal e indefinido, tal como lo solemos concebir los contemporáneos.
Cualquier punto de la periferia –los que son de número indefinido y pueden
simbolizar, cada uno, la vida de un hombre en la multitud de lo creado– es un
reflejo del centro y se encuentra conectado a él por el rayo, pero mientras que
en la llanta todo es sucesivo, desde el punto de vista central las cosas son
simultáneas. Esta figura también puede adaptarse obviamente a los conceptos
de interior y exterior, de luz y reflejo, y también de realidad e ilusión, puesto
que la permanencia del punto no se altera ante las formas cambiantes y
siempre perecederas del transcurrir periférico.

Nos dice René Guénon que: "El centro es, ante todo, el origen, el punto de
partida de todas las cosas; es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por
lo tanto indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la
Unidad primordial. De él, por irradiación, son producidas todas las cosas, así
como la Unidad produce todos los números, sin que por ello su esencia quede
modificada o afectada en manera alguna".

Todos los puntos de la circunferencia están a igual distancia del centro, le son
equidistantes, por lo que las innumerables energías del cosmos se neutralizan
en su seno. Geométricamente es el eje vertical que atraviesa distintos planos
circulares horizontales, que él mismo genera, los que giran como ruedas a su
alrededor conformando la cadena de mundos, los distintos estados de un Ser
Universal.

La energía de la irradiación llegada a sus propios limites retorna a su fuente


por mediación del mismo rayo que las conecta, para ser reabsorbida en el
Principio, que nuevamente vuelve a emanarla hacia la periferia, conformando
esta interrelación, ad extra y ad intra, una especie de respiración universal
sellada por las leyes cósmicas de la dialéctica. Por lo que el Centro, o el Eje,
es el Origen y el Principio, e irradiando todo de Él, a Él todo retorna.

El centro es pues una región mítica, una idea arquetípica que, sin embargo, se
manifiesta en determinados puntos de la circunferencia que, de esta manera,
pasan a su vez a ser centros para el sistema que ellos generan, siempre y
cuando sean auténticos reflejos del punto original, o lo que es lo mismo, que
ese Centro fuese una teofanía, o una hierofanía, un lugar, persona u objeto que
expresase la unidad de un modo particular, y que igualmente la irradiara. En
ese caso los distintos centros o puntos significativos en la periferia serian

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focos "cosmizados" que estarían estableciendo contacto con el punto medio,
rompiendo así con el movimiento homogéneo y reiterativo de la Rueda. Por
este camino el sabio perfecto, según el taoísmo, podría acceder al "punto
central de la Rueda", en comunión con el principio, en absoluto reposo,
imitando "su acción no actuante". (4)

3. – Símbolo, Mito, Rito

El simbolismo del "centro del mundo" pudiera transponerse al del "eje del
mundo" y relacionarse entonces nuestro símbolo con todos aquellos que
significan este eje. En particular con los símbolos del árbol (Árbol de la Vida)
y la montaña, y todos los indicadores de puntos de coyuntura en la geografía y
la historia sagrada, los que se han manifestado a lo largo del tiempo y en
distintos lugares. Estos sitios o seres especiales, que son símbolos por sus
mismas características mágico–teúrgicas, promueven una ruptura de nivel que
permite comunicarse con otros mundos, o estados de consciencia diferentes,
con zonas vedadas del universo y de nosotros mismos. En el ser humano ese
Centro del que hablamos está alojado en el corazón, como lo atestiguan la
totalidad de las tradiciones.

La montaña y el árbol son además dos símbolos de ascenso, al igual que la


escalera, y suponen la idea de salida de un plano o mundo, y el ingreso a otro
superior. Geométricamente esta posibilidad está marcada por la figura de la
espiral, que es capaz de salir del plano y de la reincidencia rutinaria, y
proyectar un nuevo movimiento circular, esta vez en un plano distinto. A la
espiral suele también representársela en forma doble, conformando en lo
volumétrico una especie de trompo, donde una de las espirales es "evolutiva"
y la otra "involutiva", complementándose perennemente.

Por otra parte el círculo es análogo al cuadrado. Podría decirse que este último
es una solidificación de aquél, marcada por la agresividad rígida de las aristas
en comparación con la blandura y suavidad de la forma circular; esto también
corre para cubo y esfera. Sin embargo ambas figuras tienen 360 grados, ya
que esa es la superficie del círculo, también configurada por los cuatro
ángulos rectos de 90 grados del cuadrángulo. Tradicionalmente se ha tomado
la figura de la esfera, o el círculo, como más perfecta que la del cubo o
cuadrado. Una de las razones ya ha sido mencionada: los rayos que unen a la
periferia de la esfera con el centro son de igual distancia, mientras que en el
cubo o cuadrado no ocurre lo mismo. En general se ha relacionado al círculo
con el cielo (una semiesfera) y al cuadrado con la tierra. Entre ambos
conforman el cosmos, como puede observarse en el simbolismo
arquitectónico, en especial el del templo, pues éste constituye una imagen del

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universo. (5) Por lo que la asociación del circulo con el cuadrado (y el
cuaternario y la cruz) resulta naturalmente de las propias características
inherentes a estos símbolos, los cuales se entrelazan entre sí de modo
espontáneo tal cual las ideas y arquetipos que ellos representan.

Volveremos más adelante sobre estos temas, déjesenos ahora hacer algunas
precisiones sobre los símbolos y también sobre los mitos y ritos. En primer
lugar señalaremos que los símbolos no son, para la Simbólica, lo que suele
entender hoy el hombre contemporáneo por tales. Es decir, simples alegorías o
convenciones impuestas por el ser humano. Repitámoslo: estas versiones, en
realidad, no son sino grados de lectura de lo que es el símbolo en sí, en las que
se hace hincapié sólo por su aspecto psicológico, o simplemente por su valor
práctico, y conllevan el enorme peligro de reducir el símbolo sólo a eso, con
lo que no se hace otra cosa que negarlo, al tergiversar su sentido. El símbolo
es mucho más amplio y no se reduce a estas dos lecturas sino que
esencialmente su carácter es metafísico y ontológico (en cuanto se refiere al
ser y es transformador) y por lo tanto arquetípico. Esto es el símbolo, cuya
función a cualquier nivel de lectura que se observe, no es más que la de llevar
de lo conocido a lo desconocido por su mediación.

Aquél que ha tenido oportunidad de estudiar las culturas tradicionales ha


podido observar la importancia trascendental que éste posee siempre en ellas.
Eso se debe a que para éstas el símbolo en sí está cargado de una energía
especial, de una fuerza mágica –por manifestar verdades desconocidas de
secretos implícitos en el mundo, y de ese modo revelarlos–, que es objeto de
veneración y reverencia, como lo atestiguan las sociedades arcaicas, que
toman estos símbolos (u objetos–símbolos) como auténticos representantes de
otros mundos verticales; de las energías del más allá, capaces de transmitir el
conocimiento de otras realidades, o mejor, de otros planos, que igualmente,
constituyen el total de la realidad.

En cuanto al mito, presente en todas las culturas antiguas, además de revelar


verdades cosmogónicas y proponer un modelo ejemplar de vida y realización,
es el factor aglutinante que ha dado cohesión a la existencia de los
innumerables pueblos, posibilitando así su organización social. El mito es un
símbolo que se transmite de manera oral; de otro lado el rito dramatiza el mito
y perpetuamente lo actualiza, simbolizándolo; por lo que símbolo, mito y rito
conforman un solo conjunto, como ya se ha señalado en otros lugares, y debe
darse por sobreentendido que cuando hablamos de símbolo, también nos
estamos refiriendo a mito y rito.

Volviendo al término metafísica, una vez hecha la salvedad de que se refiere a


aquello que está allende la física, debemos clarificar que no sólo con él se
menciona lo que excede a la materia, sino también a lo que está más allá de lo
psicológico, por ser arquetípico. Y aun más que eso, pues el sentido que se le

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asigna a la palabra metafísica en la simbólica es igual a querer expresar
aquello que está más allá del ser, lo supracósmico y suprahumano.

El símbolo es el vehículo que liga dos realidades, o mejor dos planos de una
misma realidad. Participa pues de ambas: de allí su pluralidad de significados.
Para la antigüedad, el símbolo era el representante de una energía–fuerza que
permitía la ruptura de nivel el acceso a otros mundos, o el acceso al
conocimiento de diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por
distintos grados de conciencia. El símbolo era y es, en consecuencia, el medio
de comunicación entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por
excelencia, ya que él cuenta la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre
cambiante, de múltiples falsas apariencias. Describe entonces a la realidad tal
cual es y no permite así el engaño de los sentidos, las desviaciones y enredos a
que es tan proclive nuestra personalidad. Se cree por lo tanto en él y se le
reconocen los valores de que es portador, sin caer en la equivocación grosera
de tomar al símbolo por lo simbolizado, al vehículo por la meta del viaje.

El término griego symbolon se refería a dos mitades de algo que se juntaban,


que coincidían, y conformaban un signo de reconocimiento; puede apreciarse
inmediatamente que estas dos mitades son análogas, lo que caracteriza a la
simbólica, pues nada ni nadie puede expresar o transmitir algo si no lo hace
mediante una correspondencia entre lo que quiere manifestar y la forma en
que lo manifiesta. Por lo que la representación simbólica ha de expresar la
idea metafísica, describiendo y repitiendo la cosmogonía arquetípica,
participando de ese modo en el proceso creacional. Como estamos viendo el
símbolo está íntimamente relacionado con las leyes de analogía y
correspondencia presentes en el Modelo del Universo, en la Cosmogonía
Perenne.

En rigor cualquier cosa puede ser un símbolo pues ella expresa a su manera su
origen y la mano de su creador, el misterio que ella oculta dentro de sí. Toda
expresión es simbólica pues conlleva implícita un gesto original. Sin embargo
hay que distinguir entre los símbolos revelados específicamente para el
conocimiento de una realidad, y los símbolos espontáneos de la psiqué
individual que por esa razón no es capaz de traspasar ese nivel de consciencia.
Mientras los primeros se suponen no humanos, los segundos no pueden
exceder el nivel psicológico ligado en simbología con lo lunar y sublunar. Los
primeros expresan una realidad trascendente, los otros no logran manifestar
sino el poder de lo inmanente y denotan la garra del demiurgo.

También debe distinguirse el símbolo del emblema, y sobre todo, como ya se


ha señalado, de la alegoría, que pone un espacio entre el símbolo y lo
simbolizado, y se presenta también como una versión a nivel psicológico,
como inexistente o soñada, diferente de la realidad y exactitud de aquello que
los símbolos expresan.

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En forma gráfica y en las artes plásticas y monumentos se conservan los
símbolos visuales de las culturas antiguas; de forma oral se han transmitido
sus mitos y sus canciones rítmicas rituales, repetitivas y cíclicas y muchos de
ellos se encuentran consignados por escrito; antropólogos, arqueólogos,
historiadores, y otros especialistas, nos comunican nuevos hallazgos que
confirman la completa importancia que atribuían a sus símbolos los pueblos
tradicionales, ya que conocedores de la Cosmogonía Arquetípica, reiteraban
sus gestos simbólicos, los que eran enseñados y aprendidos, pues el
conocimiento del significado del símbolo no se puede obtener de otra manera.
Hoy en día es ajena a la mentalidad oficial la idea de un Modelo del Universo
(conocida por todos los pueblos tradicionales), un plan arquetípico e
invariable que supone la presencia de un Arquitecto y que es válido para todo
tiempo y lugar, en la escala humana, y que, de hecho, también está
transcurriendo ahora. Igualmente se ignora la existencia de la Filosofía
Perenne, o sea de una misma filosofía, idéntica en los principios, en todas las
tradiciones del mundo. Esta Cosmogonía y Filosofía perennes se ocultan
dentro de los símbolos tradicionales, de origen revelado, que pueden ser
encarnados por aquéllos que consigan lograrlo, pues los conocimientos,
energías y experiencias que los símbolos contienen, de carácter arquetípico y
cosmogónico, pueden vivenciarse en el constante ahora, siempre que los
interesados sean pacientes en efectivizar una nueva forma de aprendizaje y ser
favorecidos por tamaña gracia; en todo caso esta es una experiencia extraña y
a veces se ve como muy rara y muy difícil de asumir, según lo atestigua la
tropa alquímica.(6)

La rueda, como símbolo del ciclo, está sujeta a un invariable retorno que, sin
embargo, tiene determinados puntos que la limitan. Estos puntos están
magníficamente ejemplificados por el camino del sol en el año, la rueda solar,
la que se caracteriza por tener dos momentos máximos en su recorrido en los
cuales el sol parece detener su rodar; nos referimos a los solsticios de invierno
y verano. Ellos bien pueden situarse en los extremos de la rueda, o del círculo,
y marcar esos momentos. Hay también otros momentos importantes en el
recorrido del carro solar, los equinoccios, y ellos se encuentran perfectamente
equidistantes de los solsticios marcando así un círculo dividido en cuatro
partes exactamente iguales.

Pero el cuaternario como división normal del ciclo no sólo es reconocido en el


recorrido anual del sol, sino en el diario (aparente), el cual es dividido también
cuatripartitamente en medianoche (0 hs.), amanecer (6 hs.), mediodía (12 hs.)
y atardecer (18 hs.).(7)

Igualmente se lo puede encontrar en cualquier ciclo o manifestación, pues el


cuaternario es el signo de lo creado: también en la división espacial fija los
cuatro puntos cardinales en relación a la línea del horizonte. (8)

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Se pueden también nombrar otros ejemplos de esta ley del cuaternario; las
distintas edades de un hombre: niñez, juventud, madurez, vejez. Igualmente
las edades del mundo caracterizadas de manera descendente por el oro, la
plata, el bronce, y esta última que estamos viviendo, por el hierro. Lo mismo
las estaciones del año: invierno, primavera, verano y otoño; las fases de la
luna, e igualmente los elementos, o principios constitutivos de la materia:
Fuego, Aire, Agua y Tierra, a los que además las distintas tradiciones les han
asociado colores, como signos cualitativos.

Volvemos a ligar así estrechamente la figura del círculo y el cuadrado a través


del cuaternario. El ciclo, o sea el símbolo de la rueda en movimiento, funde
indisolublemente estas figuras entre sí en estrecha vinculación con la
simbólica atribuida a espacio y tiempo, relacionándose al círculo con este
último y al cuadrado (o cuaternario) con el primero.

La rueda de seis rayos tiene una particularidad mágica: el tamaño del radio
divide siempre a la llanta en seis partes iguales.

La rueda zodiacal divide el año en doce períodos, llamados signos, los que
también en ciclos mayores están equiparados a eras; subdivisiones todas de la
figura partida por el binario y cuaternario como ya vimos. Agregaremos que el
término "zodiaco", de origen griego, se traduce por "rueda de la vida".

Los distintos números de rayos de las ruedas no son arbitrarios y se refieren a


la partición del círculo en tales o cuales segmentos, signados por disímiles
números, de acuerdo a cómo se encara la figura, en qué contexto, y para qué
fines; todo ello ligado con los atributos propios de cada número y sus
correspondencias geométricas. En la Tradición Hermética, donde se produce
una amalgama entre los nombres rosa y rota (= rueda), la flor es la imagen de
lo circular, como bien puede advertirse en los mandalas que son ciertas
"rosetas" de las catedrales europeas. Todo esto hace particularmente
significativas las diferentes modalidades del símbolo en general,
relacionándolo con aspectos disímiles de la realidad, o mejor, con referencias
varias acerca de cómo encararla, todas ellas complementarias.

Así como el punto se corresponde con la unidad aritmética y el cuadrángulo


con el cuatro, el ciclo se expresa por el número nueve. Este número es
irreducible y como se sabe todos sus múltiplos (y submúltiplos) regresan
indefectiblemente a él, por ejemplo: 9 x 2 = 18 = 1 + 8 = 9 ; 9 x 3 = 27 = 2 + 7
= 9 ; 9 x 4 = 36 = 3 + 6 = 9 , etc. Por otro lado divide la circunferencia en
cuatro partes, e introduce la circularidad en las cifras con que se lo conecta,
cosa que efectúan también sus múltiplos, relacionando así cualquier número
con la figura del círculo; debemos recordar que esta última se forma con el
valor 9 de la circunferencia, más el valor 1 del punto central. Lo mismo
sucede con el cuadrángulo que igualmente se construye desde un punto central

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cruzado por dos ortogonales, lo que representa una cruz, cuyo medio exacto es
otro nuevo punto, el número cinco, que en la alquimia corresponde al éter, en
filosofía a la quintaesencia, y que ha sido importante en distintas tradiciones
entre ellas la china y las precolombinas. (9) Con el número siete sucede lo
mismo, ya que es considerado el central de una rueda de seis rayos. En
realidad, y por otra de las trasposiciones entre el símbolo del círculo y el
cuadrado y de lo plano a lo espacial, el siete es el punto central del cubo, de
seis caras y doce aristas, otro de los símbolos–modelo del universo. (10)

El simbolismo de los números, como ya lo destacamos, está estrechamente


relacionado con nuestro tema. El sistema pitagórico decimal, con el que nos
manejamos, está formado por nueve dígitos llamados naturales y el agregado
del cero que tiene un valor posicional en los distintos niveles en que se
expresa: decenas, centenas, etc.; volviéndose a reiterar a cualquier nivel los
mismos nueve números en su viaje circular. Para el hermetismo la serie
numérica tiene una característica especial: la unidad genera todos los números
y por adición está presente en todos ellos; por lo que el número uno sería el
mayor, y los demás, divisiones o fragmentaciones de la unidad primordial.
Como se ve, aquí los números no están expresando simples cantidades, sino
cualidades, siendo tomados como módulos armónicos arquetípicos. La
antigüedad tenía primordialmente en cuenta la idea que el número significaba;
es decir que utilizaba esta escala de modo vertical, que para ello había sido
diseñada; lo cual no obstaba para que se la usase además en forma cuantitativa
y horizontal para otras funciones que consideraba secundarias o reflejas. Los
conceptos que los números manifiestan y sus representaciones geométricas
están íntimamente asociados a lo metafísico y cosmogónico y corresponden a
realidades esenciales del universo y el hombre. Las combinaciones entre los
distintos números de la escala hace posible la cohesión universal, ya que de
hecho, los números no son ni más ni menos que conceptos de relación. El
denario es una clave mágica: con los diez primeros números se puede nombrar
cualquier cosa. En la tradición hebrea los mismos números son representados
por letras, pues todo el alfabeto tiene un valor numérico; en el islamismo
igual. La relación entre letra y letra o lo que es lo mismo entre número y
número, produce el discurso del cosmos, el lenguaje del universo, ya que
números y letras conforman códigos reveladores del conocimiento del Ser
Universal.

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Rueda sefirótica de la Cábala hebrea,
o Rueda de las Emanaciones.

NOTAS
1
Ver René Guénon: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Eudeba,
Buenos Aires 1988.
2
Ambas derivan de la palabra latina radius.
3
Este rayo es llamado buddhi en la tradición hindú y corresponde a la
inteligencia, o intuición directa.
4
El alquimista, matemático y cabalista John Dee, astrólogo de la reina Isabel I
de Inglaterra, cuyos instrumentos mágicos (espejo, pantáculos, bola de cristal) se
conservan expuestos en el Museo Británico, escribe en el Teorema II de su
Mónada Jeroglífica: "Es pues por la virtud del punto y de la mónada que las
cosas han empezado a ser desde el principio. Y todas las que son afectadas en la
periferia, por grandes que ellas sean, no pueden, de ninguna manera, existir sin
la ayuda del punto central".
5
En la mezquita la cúpula corresponde al cielo y al Profeta y las cuatro
"falsas" cúpulas que de ella se derivan y se proyectan en la base cuadrangular, a
sus cuatro descendientes, herederos de su legado en esta tierra.
6
Para destacar la importancia del símbolo como lenguaje sólo queremos
recordar que la tradición cristiana afirma que Constantino, emperador romano,
vio una enorme cruz en el cielo y oyó una voz que decía In hoc signo vinces;
este hecho motivó su conversión al cristianismo y la posterior implantación de
esta religión como oficial en el imperio, lo que demuestra que el poder del
símbolo fue capaz de cambiar –o encauzar– toda la historia de Occidente.

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7
No todos los pueblos han hecho exactamente esta división esquemática.
Varias sociedades precolombinas aparentemente la contradicen. Es de sumo
interés igualmente observar que estos pueblos que conocían perfectamente el
ciclo y la circularidad, como lo demuestra la perfección de sus calendarios, no
utilizaran la rueda de manera técnica por considerarla "tabú", aunque sí conocían
su aplicación práctica, presente en numerosos juguetes encontrados por los
arqueólogos a lo largo de Mesoamérica.
8
A este respecto, sin embargo, hay que tener presente que la línea del
horizonte siempre se encuentra en el ojo del espectador.
9
Para el hermetismo, es además el número del microcosmos, es decir, del
hombre; también el de los dedos de su mano.
10
Estas doce aristas ocupan un papel preponderante en la cosmogonía
precolombina ya que su imagen del mundo se presenta generalmente de modo
cuadrangular y cúbico; sumadas al centro producen el número trece, módulo
vital en su visión del universo.

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Donum dei
(pintura s. XVII)

COSMOGONIA PERENNE:
EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
FEDERICO GONZALEZ

II

La Iniciación

Hemos considerado a la Rueda como símbolo del movimiento y de lo cíclico,


es decir en forma temporal, y también en forma espacial como centro y como
eje. En este último caso todos los pueblos tradicionales han situado su ciudad,
su templo, inclusive su casa, en puntos significativos del paisaje amorfo, es
decir: del caos y el devenir. Esos puntos son centros específicos de generación
e irradiación de una cultura por considerarse que conectan precisamente con
otros planos de la realidad, de forma vertical, y se manifiestan en ese
omphalos. De ese modo igualmente se expanden de manera horizontal los
conocimientos obtenidos por inspiración de los dioses.

Lo que es válido para el círculo también lo es para el cuadrángulo; la figura


del cuadrado por ser la de una contracción, o solidificación del círculo, se
presta especialmente para la arquitectura, y su simbolismo es el de fijar un
espacio significativo en el transcurrir del tiempo. Afirma Mircea Eliade que:

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"La creación del mundo se convierte en el arquetipo de todo gesto humano
creador, cualquiera que sea su plano de referencia. Hemos visto que la
instalación en un territorio reitera la cosmogonía. Después de haber colegido
el valor cosmogónico del Centro, se comprende mejor ahora por qué todo
establecimiento humano repite la Creación del Mundo a partir de un punto
central (el 'ombligo'). A imagen del Universo que se desarrolla a partir de un
centro y se extiende hacia los cuatro puntos cardinales, la ciudad se constituye
a partir de una encrucijada".

Y también que:

"El verdadero Mundo se encuentra siempre en el 'medio', en el 'centro', pues


allí se da una ruptura de nivel, una comunicación entre las dos zonas
cósmicas".

Ya hemos citado algunos casos de símbolos del eje, o del polo, aunque en
principio todo aquello que denote verticalidad se le asocia; en el plano estaría
representado particularmente por la cruz svastika, –según opinión de autores
calificados–, símbolo tradicional, al que le ha cabido ser un ejemplo típico de
la degradación de la mentalidad simbólica contemporánea. El árbol es
asimilado a la verticalidad, o sea a la ruptura de nivel, y también a la irrupción
de la vida, a la generación y fructificación en el plano horizontal.
Unánimemente ha sido conocido este Árbol de Vida –o su equivalente el poste
ritual, el obelisco, la columna, o el menhir– presente tanto en la Cábala
Hebrea –cuyo Modelo del Universo, constituido por las sephirot (=
numeraciones), se denomina precisamente así como en la civilización maya,
cuyo árbol sagrado era la Ceiba, la que aún hoy está plantada en medio de la
plaza central de los pueblos de esa área; también para egipcios, griegos,
romanos, celtas, y aborígenes norteamericanos, africanos y australianos.

Heinrich Khunrath de Leipzig,


Amphitheatrum sapientiae aeternae, 1602.

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El simbolismo del árbol admite tres niveles: raíces, tronco y copa,
relacionados con los mundos subterráneo, intermedio y celeste; en las culturas
que toman como símbolo vertical al propio ser humano, los niveles son tierra,
hombre y cielo. Ambas versiones nos están hablando de la idea de un
Universo jerarquizado en distintos mundos, que también están presentes en el
hombre, configurando distintos planos de la realidad.

A ello se refiere también el simbolismo de la montaña, y su réplica humana: la


pirámide (o el zigurat), cuyo ascenso ha de realizarse de manera escalonada.
Igualmente el simbolismo de la misma escalera no significa otra cosa, y ha de
recordarse aquí el tan citado episodio bíblico del sueño de Jacob, en donde
éste ve ascender y descender ángeles por una escala, asegurándose así la
comunicación entre cielo y tierra.

Estos niveles se establecen en el símbolo de la Rueda, como círculos


concéntricos, que se encuentran más o menos alejados del punto central,
equivalente del eje vertical. En la tradición hindú, un eje invisible, un hilo, el
sushumnâ atraviesa todos los mundos; en el hombre el eje está representado
por la columna vertebral, en cuya base yace dormida la serpiente kundalinî, y
en donde se articulan los diferentes chakras, discos o ruedas, energías que ella
activará al despertar, las que están íntimamente vinculadas al proceso del
Conocimiento y su ritualización: la Iniciación. (1)

Rueda hindú.

Estos grados de conocimiento van de lo más denso a lo más sutil, de la base


del monte, o pirámide, a su punto más alto; desde el chakra inferior de la
columna vertebral (mûlâdhâra) al superior, el de la coronilla (sahasrâra);
expresado en términos cabalísticos, al espacio, al "recorrido" que separa
Malkhuth de Kether, o sea, a la manifestación universal de su Principio;
lógicamente, en el símbolo de la Rueda los círculos concéntricos se hallan
jerarquizados en virtud de su proximidad con el punto central en donde los
rayos cada vez se aproximan de un modo más íntimo a Él. Asimismo podemos
asociar estos grados de conocimiento con niveles de la consciencia humana, o
planos de lectura de la totalidad de la manifestación, y no sólo con una de sus
partes, o componentes. Básicamente queremos señalar cuatro planos de
lectura de la realidad, los que en muchas tradiciones son tres ya que se funden
los dos asignados al plano intermediario.(2) Estos niveles de lectura son los
mismos que se le asignan a cualquier texto o libro sagrado, comenzando por la

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Biblia, y son propios de todas las tradiciones, en especial las llamadas del
"libro" (judía, cristiana, islámica), ya que ellas simbolizan con este "libro" la
manifestación original de la palabra, la revelación, una teofanía permanente
(sobre todo en el Islam), o sea el eje central que permitirá el ascenso ordenado
por la jerarquía de los mundos.(3)

Lectura metafísica Atsiluth


Lectura cosmogónica Beriah
Lectura alegórica Yetsirah
Lectura literal Asiyah

La Iniciación es conocida unánimemente por los pueblos arcaicos y


tradicionales; en realidad sólo la época moderna la desconoce, aunque siga
estando presente en el seno de nuestra sociedad por su carácter arquetípico; tal
es el caso de Occidente, donde el Cristianismo, y la Masonería, a través de sus
símbolos y ritos ofrecen a los interesados una vía de realización siempre y
cuando pudieran penetrar en los arcanos, en la esencia de su ser, lo que no
estará exento de todo tipo de dificultades, dado el grado de alejamiento de sus
orígenes en que se encuentran las religiones y las instituciones; esto es
también válido para el judaísmo; de allí la importancia que adquiere la gnosis
de la Vía Simbólica y la Tradición Hermética como vehículo de realización
espiritual. Igualmente subsisten ciertas iniciaciones entre los pueblos
"primitivos" lo que es atestiguado por la antropología; en general aún
permanecen las ceremonias llamadas "sociales" por los antropólogos, como
los ritos de pubertad, o sea, del paso del adolescente a hombre o mujer y ello
se debe a que en estas iniciaciones participa toda la comunidad en oposición a
aquellos ritos llamados "sapienciales" –aunque en ellos no sea necesario saber
leer o escribir–, realizados sólo para las individualidades llamadas al
Conocimiento. Sin embargo, ¿qué mayor experiencia de sabiduría, en la
práctica, que enfrentar una nueva posición en la vida, haciéndose así el nuevo
hombre responsable de sí mismo y de su acción en el mundo? ¿Cómo no sería
un nivel de conocimiento vital el asumir una postura ordenada en el cosmos
participando inteligentemente de él, siendo ésta, además, una actitud ante uno
y los demás? Las iniciaciones en todos los lugares y tiempos se han obtenido
merced a pruebas y sacrificios (sacrificio, de sacrum facere, hacer sagrado)
que se expresan simbólicamente por la sangre, elemento esencial; es sabido
que el proceso psicológico que supone el sacrificio es la mejor preparación
para el Conocimiento. En este sentido, no son pocas las pruebas que a diario
debe enfrentar el estudiante de la simbólica y la alquimia (llamado
familiarmente "mixto"): no sólo debe luchar contra sí mismo, contra las
concepciones estrechas y aprendidas del medio, sino contra el medio mismo
que se opone a que cualquiera pueda atreverse a no pensar de una manera
literal y "oficial". En los tiempos que corren no hay un espacio ideal –o a
veces concreto–, donde las iniciaciones puedan ocurrir. Tampoco hay un
tiempo específicamente señalado, pues el tiempo tiene la virtud de regenerarse

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perpetuamente; siempre es ahora para trabajar, y desde luego hay una estrecha
relación entre la Simbólica y la realización espiritual, expresada por lo que se
ha dado en llamar la vía Simbólica, uno de cuyos medios, la oración del
corazón, u oración concentrada, es una reiteración circular y constante de la
invocación. Esperar el tiempo y lugar oportuno para la iniciación puede ser
una causa de alejamiento definitivo.

Michael Maier, Tripus aureus, 1618.

En realidad la Iniciación ritualiza el proceso de Conocimiento, y por ello, lo


que en definitiva interesa es éste, puesto que es el verdadero, el real; muchas
personas pueden participar a veces de ritos iniciáticos tradicionales sin
siquiera enterarse de qué significa el Conocimiento, y a la inversa, un
individuo que no hubiere participado de ningún ritual podría coronar su
proceso de Conocimiento, de realización, que es, en definitiva, lo que la
Iniciación simboliza. Esto de ninguna manera significa que aquéllos que
tienen la oportunidad de iniciarse en alguna forma tradicional no lo hagan por
considerar que se ha producido en ellos el Conocimiento. Al contrario, toda
Tradición auténtica posee los medios espirituales y los ritos exotéricos
necesarios para ayudarlo en su recorrido, y aun contienen la posibilidad de
"regularizar" su situación e integrarse en una corriente espiritual que le
aportará su energía y a la que él brindará su esfuerzo; en muchos casos el
estudiante opta por alguna forma distinta a las de Occidente. Debemos
recordar que el ritual tradicional ejemplariza la historia arquetípica de la
encarnación, el mito del dios–hombre y el hombre–dios.

Conjunción de Opuestos

Un símbolo que resulta muy claro y que está directamente


emparentado con el de la Rueda, por su propia forma y
naturaleza es el conocido Yang–Yin de la Tradición Extremo
Oriental, símbolo de la analogía y por lo tanto, como el sello
salomónico, expresión de la propia ciencia simbólica en sí.

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Como se sabe el taoísmo considera que el equilibrio cosmogónico se debe a la
acción permanente de dos fuerzas opuestas el Yang (positiva) y el Yin
(negativa), las que conjugan una armonía, la cual es el propio universo, y que
estas energías, figuradas por una doble espiral, se hallan presentes en
cualquier cosa, ser o fenómeno y configuran todo proceso creativo.

Este proceso al que nos referimos, permanente y mágico, que por un lado
contiene un poder vinculado con lo pasivo, lo frío, lo inerte y el cuadrado
(Yin) y otro relacionado con lo activo, lo vital, el calor y el círculo (Yang),
alternándose y equilibrándose constantemente configura un solo
indestructible, puesto que está claro que aquellas no podrían ser la una sin la
otra.(4) O sea, que hay en una algo de la otra, una afinidad, sin la cual no
podrían oponerse. En realidad son dos focos polarizados de una misma fuerza.
Esa oposición, en el vasto Plan Universal es una complementación, puesto que
la dialéctica es parte de la armonía y el discurso del Mundo. Por lo que el
taoísmo, como cualquier otra tradición no excluye el mal, la destrucción, etc.
de su cosmogonía, sino que lo incorpora como un componente de la realidad,
tal cual el símbolo de su dragón, o monstruo acuático–ígneo, que representa
tanto la energía ctónica como la uránica. O sea, que no excluye los contrarios
sino que los complementa. La enumeración de los opuestos seria imposible
por interminable aunque es muy importante hacer personalmente una lista de
ellos, ya que no hay mejor ejercicio para conocer los temas de la simbólica, la
metafísica, la cosmogonía y el esoterismo en general, que conjugarlos
permanentemente. Nada hay bueno o malo en sí: lo que es bueno para unos
puede ser malo para otros, lo que ayer fue deseable es atroz para hoy, o
viceversa. Lo que sí es sumamente inconveniente es tener opiniones
inamovibles sobre diversos temas, que aparte de ser fijadas por usos y
costumbres, no son personales, como se piensa, sino que se han extraído del
abanico de posibilidades del medio, muchas veces de manera casual; esto sin
mencionar la cantidad de fobias, manías y los condicionamientos que ellas
generan, con las que el sujeto se identifica, a punto de ser capaz de matar,
tomándolas por realidades verdaderas en un mundo que no es sino una
representación teatral, una caja de luces y sombras en perpetuo devenir.

El taoísmo no habla demasiado del Tao, por su propia inaprehensibilidad, pero


algunos textos como el Tao-Te-King mencionan un Tao de la tierra, un Tao
del hombre, un Tao del cielo y un Tao de Taos o Tao Innombrable.
Generalmente se suele comprender que el Tao es el aro invisible que contiene
los poderes yin–yang. En ese caso, de la Unidad perfecta e indiferenciada del
Tao, un andrógino o hermafrodita (5), se produce un par de opuestos que
constantemente se complementan, generando todos los planos, constituyendo
con el propio "cuerpo" del Tao una Trinidad indisoluble. Por eso es que el
texto taoísta también afirma que de la combinación de los tres primeros
números proceden todos los otros.

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El taoísmo sin embargo, nos habla de otra tríada: cielo–tierra–hombre, siendo
este último el intermediario entre los primeros términos. En la simbólica de la
rueda podría atribuirse el punto central al cielo, la periferia a la tierra, y el
rayo que los une al hombre. En la simbólica cristiana podrían ser
correlacionados con espíritu–alma–cuerpo, y en alquimia con manifestación
aformal, sutil y grosera o azufre, mercurio y sal, y también en términos de
Platón con la Esencia conjugando lo Mismo y lo Otro, aunque estos dos
últimos ejemplos estarán mejor simbolizados gráficamente con un triángulo
equilátero cuyo vértice superior se polariza en la base. También esta
interpenetración de energías que el símbolo yin–yang representa, esta doble
helicoide, podría ser equiparada simbólicamente al movimiento ascendente–
descendente del modelo de la rueda, y, al igual que éste, se subdivide
conformando un cuaternario ya que el símbolo del yin y yang da lugar a una
nueva partición, puesto que en cada yin ha de haber una potencia de lo yang, y
en todo yang la presencia de lo yin.

Desde luego este cuaternario es generado por el misterio del Tao, o del punto
inmóvil, por su emanación que se expresa por medio de su propia dialéctica, y
que encuentra su sentido en la complementariedad de los opuestos. Esto
último es simbolizado por el número cinco, en el que la civilización china
basó toda su cultura, al igual que las precolombinas, las cuales fundamentaron
su vida en un cuadrángulo, símbolo de la tensión alternada de opuestos y de
un punto central, lugar de reposo, equilibrio y no contradicción, espacio
sagrado y axial, donde pudiera establecerse la conexión con otras realidades, o
seres llamados espíritus, ángeles o dioses. Este eje es denominado Tien–Tao
en la Tradición china.

La conjunción de opuestos es pues uno de los temas centrales del esoterismo y


la simbólica a la que también se suele representar con dos columnas, por
ejemplo los pilares J y B en la Masonería, o las de misericordia y rigor del
diagrama del Arbol de Vida cabalístico. Esta representación, en verdad,
corresponde igualmente al símbolo de la puerta, símbolo de pasaje por
excelencia, ya que ella separa –y une– dos espacios disímiles, dos mundos
diferentes, y establece un límite, lo que queda clarísimo cuando lo referimos a
la entrada de un templo religioso, donde esta línea actúa como divisoria entre
lo profano y lo sagrado. En este caso, conjugar opuestos, permitiría el ingreso
a espacios o mundos nuevos y distintos.

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Consideraciones Finales

Hemos tratado brevemente algunos temas relacionados con la Simbólica y la


Cosmogonía Perenne. Hemos utilizado el símbolo de la Rueda, presente en
distintas tradiciones, como lo hemos hecho otras veces, convencidos de su
valor didáctico, por no decir de su poder de transmisión sagrado, mágico y
transformador.(6) Debemos todavía aclarar algunos puntos de conexión con la
Cosmogonía Perenne.

Michael Maier, Symbola aurea mensae, 1617.

En efecto, la descripción del mundo, la cosmovisión esencial, ha sido revelada


por todas las tradiciones conocidas, así hayan sido éstas pueblos "primitivos"
o grandes civilizaciones.(7) Eso se debe, antes que nada, a que la cosmogonía
es sólo una y es la misma para todo tiempo y lugar; por lo tanto la descripción
que de ella se hace ha de ser idéntica, puesto que corresponde a un sólo
Conocimiento; lo que se suele olvidar es que es en ese mismo cosmos donde
vivimos los contemporáneos y también que la comprensión de su descripción,
no sólo es válida para hoy, sino actuante, al promover en la psiqué una
revulsión de imágenes, sugeridas por los símbolos, hasta el cambio completo,
o conversión de la misma. Porque la sustitución de las concepciones chatas,
pequeñas, asfixiantes o históricas con que nos ha proveído el mundo moderno
provocará en nosotros, y por lo tanto en nuestro pensar–actuar, una verdadera
transmutación, si se han vivenciado de forma concentrada los símbolos de la
Cosmogonía Perenne y se los ha absorbido en el corazón. En ese caso el
modelo del universo se ha constituido en un mandala multidimensional que
abarca la totalidad del ser y el soporte más indicado para la construcción del
hombre nuevo, de la ontología, como paso previo a la metafísica; se podría
decir que el ser que edifica su vida de acuerdo a los Universales, o Arquetipos,
se inicia en el Conocimiento de la realidad, lo que ha sido el caso de todos
aquéllos que construyeron las culturas de las que somos herederos.

Todas las cosmogonías conocidas, o sea las proyecciones de la cosmogonía


primordial, a saber: el conocimiento íntimo de la realidad, llevan
inmediatamente (por oposición a la ilusión y al engaño de los sentidos en un

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mundo de apariencias) al reconocimiento inmediato de otra posibilidad
siempre presente, cuya manifestación misteriosa es la totalidad del cosmos, el
cual no constituye sino la sombra de esa presencia, sin la cual ese mismo
cosmos no podría ser de ninguna manera.

Para la descripción cosmogónica conocida, tal vez la más antigua, la egipcia,


el Mundo tiene sentido en cuanto reflejo de la Vida Eterna. La navegación del
Nilo (fuente de vida) adquiere validez porque es una reproducción de un
paradigma: la navegación del Nilo celeste, el recorrido del alma después de la
muerte, representada y presidida por Osiris, su dios más importante. Este
hecho es, en verdad, el fundamental en todas las tradiciones y el fin último de
las cosmogonías y las simbólicas; se lo suele representar en el plano humano
como un peregrinaje, remedo del peregrinaje final del alma, y todas las
tradiciones han conocido este rito, efectuado por los egipcios a la ciudad de
Abidos (Tis) situada en la margen occidental del Nilo, en la rivera
perteneciente a los muertos, lugar de culto del dios de los difuntos y su corte.
Por eso, y ya que el Conocimiento de la realidad del cosmos se funde con el
Conocimiento de la Creación de un Creador, esta ascesis puede alcanzarse,
puesto que ha sido revelada a hombres inspirados, los que la han transmitido
en el medio social a través de conocimientos y energías sutiles presentes en
los símbolos, los mitos y los ritos. Esto es, precisamente la Iniciación, que se
presenta unánimemente en las culturas tradicionales, la cual consiste en
enseñanzas que se reciben a través de los medios arriba señalados y cuyo fin
último es la Realización total. Por lo que este proceso de sacrificio y
conocimiento de la realidad cosmogónica, estas enseñanzas encarnadas, que
caracterizan a la Iniciación, promueven en el adepto el acceso a otro grado de
Conocimiento y experiencia de nuevos planos de la Realidad, como se ha
dicho, lo que incluye una muerte a sus viejas concepciones y un renacer a un
mundo otro, donde le espera nuevamente un largo viaje de asombros. Como se
ve, la Iniciación es en esta vida una imagen del viaje del alma al país de los
muertos y lo representa efectivamente hasta en los menores detalles, de
acuerdo a las leyes de la analogía. No podemos extendernos más sobre el tema
de la Iniciación pero repetiremos que hay varios niveles en las mismas,
correspondiendo a grados de consciencia o Conocimiento. Deberíamos
mencionar distintos tipos de Iniciación: las sapienciales, las guerreras, las
artesanales; es interesante estudiar las diferentes estructuras en que se
manifiestan tanto en diversos pueblos arcaicos como en grandes
civilizaciones. Sin embargo, en lo esencial, estos ritos siguen siendo
"primitivos" en su forma, aún hoy día, por más sofisticados que parezcan en
determinadas religiones, muchas de las cuales los conservan sin tener casi
ninguna idea de su valor; v. gr. los sacramentos cristianos del Bautismo, la
Confirmación y el Orden Sagrado, correspondientes en la Masonería a los
grados de Aprendiz, Compañero y Maestro.

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Además, los diversos tipos de iniciaciones no tienen por qué contraponerse, y
así tenemos el ejemplo de innumerables sabios que han sido a la vez guerreros
y artistas.

Queremos también destacar que el mito, bien observado, siempre presenta


características circulares. En primer lugar esto está dado porque en él
generalmente se narra una historia cíclica, que incluye el tema de la muerte y
resurrección, principio y fin, o diferentes transformaciones, o cambios de
estado; en los casos en que se han conservado distintas y varias historias
arquetípicas, éstas se entrelazan entre sí, constituyendo la estructura circular
de lo mitológico, donde unas narraciones engarzan con otras de modo
indefinido –a veces mediante lazos familiares–, sin solución de continuidad.
Incluso en una misma tradición puede darse el caso de una historia que se
repite varias veces, adornada con distintos ropajes, determinados por razones
originadas en causas cíclicas, pero que esencialmente manifiesta lo mismo.

En términos generales podría ser descripta la cosmogonía arquetípica como el


plano de un templo, o de una ciudad sagrada que la representa en el mundo.
Un punto o eje central gobierna toda la construcción y la conecta con otros
planos de la realidad vertical. La base es cuadrada (o su equivalente circular) y
se abre al exterior por medio de las (dos) columnas de una puerta. A través de
ella se tiene acceso al templo en el cual hay diferentes espacios (tres o cuatro)
hasta llegar al Sancta–Sanctorum. Estas salas en el templo egipcio van de
mayor a menor, disminuyendo la luminosidad de cada una de ellas hasta llegar
a la penumbra de la última. Esos espacios son equivalentes y previos a los
invisibles y verticales, que se articulan a través del eje y alcanzan la bóveda, o
el techo, imágenes del cielo. En algunos templos existen en las bóvedas
aberturas marcando la salida a lo supracósmico, como en el Panteón de Roma;
en otros esa salida está implícita en el mismo firmamento que se halla pintado
en la sumidad, como es el caso del templo egipcio (el de Dendera por
ejemplo) y también el de la logia masónica.

La numerología y la geometría expresan las "medidas", los módulos


reguladores de la armonía universal, las "proporciones"; ese juego de
tensiones en permanente desequilibrio–equilibrio que conforma la totalidad de
lo creado y prohíja la onda de emanaciones de la que el hombre es el sujeto.
Por eso mismo, a través de la conjunción de todos los opuestos y de la
fundamental contradicción de sus dos naturalezas, éste no sólo puede
encontrar su Ser y su papel en ese cosmos como parte activa, sino
supuestamente trascenderlo, para pasar a vivir aquí en vida y después de su
muerte, otros grados inmanifestados del Ser Universal.

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Michel Maier, Tripus aureus, 1618.

Si el símbolo es manifestación y si en lo más hondo de cualquier expresión se


halla escondida una significación oculta, una realidad otra, es lógico pensar
que el arte cumple una función extraordinaria como sistema de comunicación,
y sobre todo de cohesión en el mundo, y gracias a él (a la concentración que le
dio origen y la que a su vez origina), no se han perdido determinados valores
universales que él ha fijado en distintos sitios y tiempos, testimoniando de esa
manera la voluntad de ser, y señalando (más o menos conscientemente) los
caminos de la libertad a través de la repetición de un acto creacional
primigenio. El arte es símbolo en acción, y por lo tanto rito; y no hay rito más
perfecto que la cosmogonía, el funcionamiento complejo y sutil de la máquina
del mundo, una entidad orgánica que constantemente vive el despliegue de sus
posibilidades hasta sus propios límites, configurando la más bella, profunda e
inteligente obra de arte, de cara a la cual todas las otras son reflejos, aunque
las mejores de ellas se encuentran cargadas, cosmizadas, por las vibraciones
de la propia estructura viva de la manifestación Universal, figurada por una
doble espiral de energías que se reciclan a perpetuidad.

El mundo, como el más preciso objeto de diseño incluye a la creatura y al


Creador amalgamados en un continuo donde la expiración de uno constituye
la inspiración de otro y viceversa. Este hecho es un milagro reiterado y
configura la identidad del ser y del Ser Único, la Suprema Identidad, la que no
admite ningún dúo pues es toda la realidad.

El artista es entonces el ser capaz de condensar por su mediación las fuerzas


cósmicas, el oficiante del rito creacional; y su arte más elevado: el constituirse
en el objeto de su obra.

Anotaremos finalmente que en el Proceso de Conocimiento (gnosis) o


experiencia directa de la Cosmogonía Perenne, nada hay comparable con la
deidad llamada Inteligencia, la Gran Madre o Madre Eterna (Binah en la
cábala hebrea, Nârâyâni en el tantrismo hindú), energía capaz de seleccionar
los valores y ponerlos en su lugar creando un orden mental en oposición al
caos de la ignorancia.(8) De allí la importancia del modelo del Universo y su

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Orden Arquetípico, puesto que es capaz de activar y generar el auxilio de esta
deidad, la que siempre se manifiesta en el microcosmos como la comprensión
inmediata, efectivizada en el corazón. Esta energía, por su propia virtud,
rechaza los pretenciosos paradigmas culturales con los que estamos
condicionados los hombres actuales, en particular aquéllos referidos a falsas
ideas de progreso y evolución, es decir, las de la ciencia oficial
contemporánea (9), y permite así la apertura de un espacio en donde las cosas,
los seres y los fenómenos, podrían ser completamente distintos de la visión
Occidental, horizontal, personal y empastada, heredada apenas de los últimos
siglos; y más aún: fomentaría la posibilidad de percibir y actualizar lo que los
sentidos muchas veces niegan, y rechazar la ilusión general y profana. Se
puede afirmar que, por su propia universalidad, nadie ha dejado de ser
convocado a este rito de la Inteligencia, nombre divino que puede ser
rechazado o aceptado, de acuerdo a los niveles del ser individual, y según éste
decida ser cómplice de un engaño hipócrita u opte por la lucidez como estado
permanente. "Tu esposa será como jarra fecunda en el secreto de tu casa."
(Salmo 128, 3, Biblia de Jerusalén).

NOTAS

1
La traducción del término chakra es literalmente rueda.
2
En la cábala hebrea los mundos intermediarios de Yetsirah y Beriah, están
conformados por las sephirot llamadas de "construcción".
3
En el islam este Conocimiento, esta Gnosis, está asimilada a Ilmut Tauhyd (ciencia
de la unidad), de la cual derivan todas las ciencias. Igualmente hay tres grados de
Conocimiento: islam, imán, efibsán, correspondientes a tres categorías de creyentes,
muslimún, mu'minún y Muhsinún.
4
La famosa armonía o equilibrio griego fue también obtenida a partir de conjugar lo
apolíneo con lo dionisíaco; una vez que se comprendió que entre estas dos energías las
contradicciones son aparentes.
5
Como es sabido este símbolo era visto por Platón como las dos mitades idénticas de
una esfera.
6
El "juego" del Tarot, cuyo nombre es la inversión de la palabra "Rota" = rueda,
combinado con el esquema del Árbol de la Vida cabalístico y con el auxilio de las artes
liberales, constituye un excelente medio introductorio muy propicio para las
iniciaciones herméticas modernas.

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7
Las llamadas "altas civilizaciones" han sido también sociedades "primitivas", y de
su "época mitológica" es que se ha extraído el meollo de su cultura. Para ellas era ésa
su Tradición, recibida de modo completo y no incipiente o defectuoso. Eso explica la
aparición aparentemente repentina de grandes monumentos y ciudades y la irrupción en
la historia de sistemas consumados de pensamiento, comunicación, lenguaje, etc.
8
El río Ganges es el esperma de Shiva, y esa semilla contiene potencialmente la
energía de la Inteligencia (asociada igualmente a las letras del alfabeto sagrado del
mundo, o a un sonido primordial –AUM–) o Madre Eterna, Nârâyâni, energía
ordenadora y formadora, inmanente en la manifestación, inteligencia cósmica y
sensible asimilada indistintamente a Pârvatî (Shakti de Shiva) y Lakshmî (Shakti de
Vishnu).
9
Con la excepción de la ciencia más moderna.

Cestería indios Pima-Papago. U.S.A.

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