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Sin palabras: la violencia del silencio

por Mayra Nebril


mayranebril@adinet.com.uy

“Tome las palabras, péselas, mézalas, vea la manera como se unen, lo que expresan,
descifre el airecillo bellaco con que dicen una cosa por otra y venga a decirme si no se siente
mejor después de haberlas desollado. A las palabras hay que arrancarles la piel. No hay otra
manera para entender de qué están hechas.”
José Saramago (Cuadernos de Lanzarote)

La relación entre lenguaje y pensamiento ha sido abordada por diferentes autores y


desde distintos ángulos, arribando siempre a la conclusión de que ambos procesos están
íntimamente entrelazados. De hecho, las definiciones aluden al vínculo existente entre los
conceptos.

Lenguaje: función de expresión del pensamiento, en forma oral o escrita, para la


comunicación y el entendimiento de los seres humanos.
Se resaltan las dos funciones principales del lenguaje, representar el mundo y comunicar
sentimientos, sensaciones, ideas.
La manera de comprender el medio que nos rodea, está relacionada con las estructuras de
lenguaje con las que contamos para nombrarlo y construirlo. El lenguaje nos va acercando la
posibilidad de tener una perspectiva de la realidad.

En un artículo publicado por el diario La Nación, del viernes 19 de noviembre de 2004,


“Es preocupante la pobreza del lenguaje”, se abordan las declaraciones de distintos
escritores y educadores reunidos a consecuencia de una mesa redonda en la Feria del libro de
Buenos Aires. En el artículo se citan estudios realizados acerca del uso del lenguaje, que
revelan datos interesantes. La cantidad de palabras usadas en la actualidad, son un treinta
por ciento menos que las utilizadas en 1960. La pobreza del vocabulario es tan grande, que la
mayoría de las personas se arregla con no más de setenta palabras.
Mempo Giardinelli, escritor y periodista argentino, haciendo referencia a los mismos testeos
dijo “Hace veinte años sobre setenta y cinco mil palabras, se usaban entre mil seiscientas y
dos mil. Hoy, de ochenta y cuatro mil vocablos, esa cifra no llega al millar.”
Una información impactante que suscitó interés en diferentes personalidades. Entre otros,
José Saramago que expresó: “De las ochenta y cuatro mil palabras que tiene el castellano, se
utilizan nada más que mil, es evidente que no sólo faltan las palabras, si no también la
capacidad de expresar sentimientos, emociones y opiniones. …Hay una pérdida de las
humanidades, en beneficio de la información y el conocimiento técnico. …Si uno se olvida de
la palabra amor, a lo mejor llegará el día en que no se sabrá qué significa”.

Las nuevas tecnologías, tanto los celulares como Internet, introdujeron cambios en el
lenguaje. Se crearon abreviaciones, y condensaciones; las reglas ortográficas, los tildes y la
puntuación, pasaron a un segundo plano. La velocidad quedó priorizada sobre otras
cuestiones.
A la vez, la imagen le ha ganado varias batallas a la palabra escrita, y la diversión prima
sobre la creación. Factores que inciden en las posibilidades de despliegue de la imaginación.
Pero no se trata de que todo tiempo pasado fue mejor, si no de realidades diferentes que nos
enfrentan con escenarios y desafíos nuevos. a que no necesariamente la imagen debe ser
inferior a la palabra escrita. De hecho la fotografía por citar un ejemplo, nos muestra a través
de su lente, cómo una imagen puede transmitirnos un punto de vista, cómo titular una foto
puede ser un broche indisociable entre la mirada y el pensamiento, cómo un instante puede
quedar grabado largo tiempo en la memoria.
Los peligros que se corren con los paradigmas actuales, tienen que ver con la violencia del
silencio, con la dificultad para expresar algo del orden individual, sea con los recursos que
sea; se trata también de la manera en que el silencio toma palabras prestadas de Otro, sin
que luego pueda subjetivizarse el préstamo.
El deseo es deseo del Otro, y el inconciente está estructurado como un lenguaje, son dos
aforismos lacanianos que dan cuenta entre otras cuestiones, de la importancia del lenguaje y
del intercambio familiar y social para el ser humano. El lenguaje siempre nos es dado por
otro, y el deseo también, pero tal vez no sea lo mismo contar con las palabras para decirse y
nombrarse, y en esa medida tener la chance de desplegar un universo más o menos propio,
que verse reducido a pocas palabras que sólo hablan de ajenidades.
“Lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia, o la palabra” dice
Lacan en el Seminario 5. Lo cual no quiere decir que las palabras y lo simbólico, excluyan a la
violencia, ni que desconozcamos que la agresividad está relacionada con el anudamiento
posible entre lo real y lo imaginario que acontece en la fase del espejo.
Pero el acto de la palabra nos permite la posibilidad de simbolizar y en esa medida nos otorga
la facultad de construir un mundo.

¿De qué manera se tocan estos conceptos con la clínica psicoanalítica?

Muchos son los pacientes que llegan al consultorio con pocas palabras para expresar lo que les
sucede, la posibilidad de pensarse es algo a conquistar, mientras un vacío habla a través del
silencio.
Un paciente adolescente con el que trabajé hace un tiempo, llegó con su madre a la primera
entrevista sumergido en un profundo silencio. La madre, mujer de pocas palabras también,
me explicó acerca de tres enfermedades psicosomáticas graves que a los 8, 12 y 15 años, se
habían despertado. El psiquiatra los enviaba por entender que lo emocional jugaba un papel
importante en ese paciente, y ellos venían a consultarme, sin haber pensado si estaban o
dejaban de estar de acuerdo con la hipótesis del médico.
Cuando se retiró la madre del consultorio y nos quedamos solos, el silencio era difícil de
evadir, ya que las respuestas a mis preguntas eran monosilábicas y la expresión de temor en
su rostro, no encontraba matices. Sobre el final, logró decir “Fui a una psicóloga que no me
hablaba, tres veces… no quise más.”
Comenzamos a trabajar juntos, Adrián venía y expresaba una o dos frases, generalmente
relacionadas con el liceo y los escritos. Allí comenzaba un trabajo de “desciframiento”,
preguntas acerca de cómo se había sentido, qué había pensado, incluso le prestaba mis
palabras, mis pensamientos, para que desplegara los suyos. “¿Te sentiste enojado, triste,
angustiado? ¿Pensaste que sería una buena opción tal cuestión? ¿o tal otra?”
En una sesión, frente a mi pregunta ¿y vos qué pensaste? (acerca de una situación puntual que
estaba relatando), respondió molesto, “Yo no pienso, no estoy acostumbrado a pensar”.
La violencia del silencio desataba de tanto en tanto recidivas en las enfermedades que Adrián
padecía, motivo por el cual el tratamiento se interrumpía por una o dos semanas y luego
retomábamos, sin que él mencionara una palabra de lo sucedido, y el trabajo pasaba por
intentar reconstruir lo ocurrido.
Las sesiones requerían de un gran esfuerzo de mi parte y, luego de terminadas me
enfrentaban con muchos cuestionamientos. ¿De qué se trataba ese trabajo? ¿Hacia dónde
íbamos? ¿Qué lugar ocupaba para él? ¿Las enfermedades psicosomáticas eran causa o
consecuencia de su dificultad para pensarse? E insidiosamente, retornaba la pregunta ¿Las
palabras que le presto, son las adecuadas?
Las respuestas que fui construyendo a lo largo de este primer período, fueron permitiendo
que pudiera sostener el trabajo con él, siempre tendiendo a que desplegara su discurso, su
historia, su subjetividad.
Adrián progresivamente comenzó a decir un poco más de sí, sin que mis intervenciones fueran
lo esencial para convocar a sus palabras.
En una sesión, transcurrido un año y medio de tratamiento, Adrián llegó nervioso a la
consulta. Se instaló en el sillón y se sonrojó. Luego siguió un silencio largo, pero no había
necesidad de decir, se trataba de otro tipo de silencio. Comenzó el relato de un sueño, por
primera vez. Al terminar se largó a llorar, también por primera vez. Sobre el final de la sesión
retomó la palabra y dijo: “Ya no estoy en blanco. Ahora no quiero decirte lo que pienso.”
El psicoanálisis, que Ana O llamó la talking cure, a veces tiene que vérselas con la falta de
palabras, con la escasez de pensamientos para pensarse y construir una realidad. La neurosis
es la enfermedad de la palabra, hay en el síntoma un significante a descubrir. Pero a veces
para arribar al trabajo más clásico de las neurosis, hay un camino previo a transitar con el
paciente. Un trecho en el que la violencia del silencio nos acompaña, e intentamos
desarticularla, para que la voz tome su lugar.

BIBLIOGRAFÍA

Saramago, José. Cuadernos de Lanzarote.


López Valero, Armando; Encabo Fernández, Eduardo. El carácter social del lenguaje y su
función vertebradora del pensamiento: la transposición didáctica traducida en el taller de
lengua y literatura.
Lacan, Jacques. Seminario 5 : “Las formaciones del inconciente”.
Lacan, Jacques. Escritos : “El estadio del espejo como formador de la función del yo…”.
Eco, Umberto. Apocalípticos e integrados.
Diario La Nación. 19 y 20 de noviembre de 2004.

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