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Por
Jhon O'Manique
PREAMBULO
Directores generales
Anthony Dyson
Bernard Towers
PREFACIO
Por Bernard Towers.
En el último tercio del siglo xx la Ciencia y la Tecnología han alcanzado una fase
crítica de desarrollo. Es como si antes del año 2000 se nos ofreciera, posiblemente, una
de las tres alternativas siguientes: 1 ) El desvío persistente de los jóvenes respecto a la
Ciencia podría adquirir los caracteres catastróficos del alud. La decepción y el
descontento crecientes ante una «sociedad opulenta» a cuya formación han contribuido
esencialmente los modernos métodos científicos y teológicos, podrían dar al traste con la
Era Científica, que se desvanecería como lo hirieron otras «eras» en el pasado. 2) Otra
alternativa es que el progreso científico prosiga como antes a paso acelerado hasta
desencadenar posiblemente una catástrofe en lo que algunos han llamado ya «nuestro
mundo desbocado». Es probable que la actitud refractaria hada la Ciencia, tan
generalizada entre muchos de la generación más joven, obedezca precisamente a este
temor de una catástrofe potencial. 3) Pero queda una tercera posibilidad: el hombre
pudiera habituarse finalmente a coexistir con esos conocimientos científicos asimilados
por él; pudiera aprender a gobernar la tecnología de tal modo que no sólo promoviera
los beneficios existentes aportados por la Ciencia sino que también satisfaciera sus
aspiraciones supremas para el bien común a un nivel mucho más prominente que el
puramente material.
En el ámbito científico se observan muchos signos indicadores de que los caducos
exclusivismo, separatismo y especialización pertenecen ya al pretérito. Científicos del
mundo entero se reúnen no sólo entre sí o formando grupos de diversas disciplinas
sujetas a cierta interdependencia, sino también con filósofos, teólogos y otros exponentes
de las «humanidades» para analizar con una mentalidad remozada las implicaciones
sociales, políticas, psicológicas e incluso espirituales de sus trabajos. El hombre se
reexamina con mirada nueva, estudia su lugar en la Naturaleza y, claro está, la propia
Naturaleza. Así pues, intenta -con pasos vacilantes y tentativos, como es de rigor-
integrar sus experiencias sobre sí mismo de una forma consecuente, por ser a un tiempo
parte y producto del proceso evolutivo.
El presente volumen representa una contribución significativa a ese movimiento
exploratorio. El autor inició su carrera con títulos de Ciencias Físicas y Matemáticas, a lo
cual agregó una enunciación cabal del proceso mental asociado a la energía física y que
viene dominando el pensamiento occidental desde hace más de un siglo. Ni los físicos
investigadores modernos ni los astrónomos que laboran en las fronteras de lo cognoscible
para desentrañar la naturaleza física del Universo, pueden seguir ocupándose con los
efectos de las clásicas leyes físicas cuando éstas se aplican (o mal aplican) a escala
1
universal . Sin embargo, es evidente que el panorama mental de un universo donde se
reconoce solamente un tipo de energía (y por añadidura en vías de extinción» según se
cree), sido casi un tema obsesivo para diversos autores literarios de las últimas décadas y
ciertos biólogos ortodoxos afectos a la filosofía reduccionista y la hipótesis decimonónica
1
Véase Saslaw, W., en The Teilhard Review, vol. 3, nº 2. Invierno de 1968-69, págs. 76-79.
llamada «bola de billar» sobre la naturaleza de la materia.
Más tarde el doctor O'Manique se pasó de la física a la filosofía académica y escribió
su tesis doctoral sobre «Teoría de la Ortogénesis en la Síntesis de Teilhard de Chardin».
Actualmente ocupa la cátedra de Filosofía como profesor asociado en el «St. Patrick's
College» de Ottawa. Se ausentó con licencia temporal durante el curso 1966-1967 para
trabajar en la Universidad de Cambridge, Departamento de Historia y Filosofía de la
Ciencia.
Su exposición del concepto «Hiperfísica» propuesto por Teilhard y su análisis de las
relaciones entre esta nueva disciplina y otras tradicionales como la física o la metafísica,
merecen un estudio concienzudo por todos quienes se ocupan del pensamiento y la
función que pudiera desempeñar este pensamiento en el futuro desarrollo evolutivo del
hombre. Si la física y la metafísica fueron productos característicos del mundo estático de
antaño, la Hiperfísica es la ciencia unificadora de un mundo «en movimiento». Esta obra
es exploratoria inevitablemente, y sus conclusiones serán, sin duda» modificables a la luz
de futuros estudios. Por otra parte tipifica todos los estudios sinceros del mundo
moderno por hombres «modernos». Aunque algunas de esas conclusiones puedan parecer
extrañas a primera vista, la integridad y el rigor intelectual del autor serán incentivos
suficientes para que nadie se contente con una sola lectura del libro.
INTRODUCCIÓN
Pierre Teilhard de Chardin es un nombre conocido entre millones de personas. El
ritmo al que consumen sus obras unos auditorios con intereses considerablemente
divergentes, atestigua su fenomenal popularidad y extensa divulgación. Parece, sin
embargo, que muchos de esos seguidores no han acertado a interpretar fielmente su
síntesis. Hasta los propios eruditos familiarizados con muy profundos sondeos analíticos,
encuentran dificultades para captar la vastedad unitaria del pensamiento de Teilhard,
pues su teoría es comprensible e insondable a un tiempo. Existe una tendencia
espontánea a clasificar su obra en compartimientos tradicionales e interpretarla como si
fuera ciencias naturales» Filosofía o Teología. En parte es las tres cosas, pero como
conjunto no tiene nada de ellas. Teilhard le da el nombre de Hiperfísica; es decir, una
nueva disciplina que se basa en las ciencias naturales si bien rebasa sus límites y sirve por
añadidura como sustituta de la Metafísica.
La Hiperfísica encuentra su base en las ciencias naturales, ya que se deriva de teorías
científicas reconocidas, especialmente la teoría de la evolución. Su objeto es el hombre
integral en el contexto de un universo evolutivo. Así pues, la Hiperfísica sobrepasa los
confines tradicionales de las ciencias naturales al escudriñar el interior de las cosas
(consciencia) así como el exterior (complejidad). En virtud de ello la Hiperfísica viene a
ser una síntesis científica y filosófica por partes iguales, y cuando discute el futuro del
hombre se adentra en los dominios de la teología natural.
No es de extrañar, pues, que la síntesis de Teilhard resulte difícilmente comprensible.
El empleo de vocablos esotéricos y conceptos científicos modernos constituye un
obstáculo casi infranqueable para el profano, y el ocasional estilo poético de Teilhard,
unido a su terminología improvisada, dificulta aún más las cosas. Entre los diversos
propósitos de este libro figura el intentar hacer más accesible la Metafísica a quienes se
interesen por Teilhard. Con este fin repasaremos (principalmente en el capítulo I)
algunas de las teorías científicas sobre cuya base se asienta la Hiperfísica, para
proporcionar al lector una panorámica del mundo científico según lo veía Teilhard y en
el que éste trabajaba. Para comprender su síntesis es preciso que nosotros veamos
también en cierta medida ese universo dinámico y continuamente progresivo que
distinguiera Teilhard, el paleontólogo y geólogo activo. Al exponer la segunda y tal vez la
principal finalidad de esta obra quisiéramos rememorar las palabras escritas por los
editores generales de esta colección en sus preámbulos a los volúmenes I y II. Ambos
aseveran que «Teilhard de Chardin nunca alegó haber creado un sistema hermético y
conclusivo del pensamiento cuya divulgación y protección correría a cargo de los
discípulos tras su muerte». Y agregaron lo siguiente: «Teilhard intentó esbozar los perfiles
provisionales de una síntesis que integrase el Evangelio cristiano con la consciencia
evolutiva e introspectiva del hombre moderno y además esperó que otros corrigieran,
desarrollaran y aplicaran esa síntesis desde muy distintos puntos de partida.»
No se pretende que esta obra sea una simple exposición de la Hiperfísica. Es una
interpretación de dicha teoría bajo determinados aspectos y un análisis de varios
problemas fundamentales. Concretamente presentaremos en el capítulo II una
interpretación de la energía según la conceptuaba Teilhard. El concepto «energía» es
básico, esencial en la Hiperfísica y, no obstante, Teilhard lo expuso de forma algo difusa
e indefinida. Por consiguiente, nuestra interpretación sobrepuja las palabras de Teilhard;
ahora bien, esperamos que, a pesar de todo, sea suficientemente «teilhardiana».
En el capítulo III examinaremos con brevedad la teoría de Teilhard sobre evolución
como un desarrollo de complejidad-consciencia; pero como el propio Teilhard discute
con toda clase de pormenores esta teoría, nosotros concentraremos aquí nuestra atención
en dos de los mayores problemas que plantea: el de la ortogénesis y el de la entropía.
El capítulo IV profundiza (aunque no demasiado en esta cuestión: «¿Tiene algún
fundamento científico la Hiperfísica?» No haremos más que formular el problema
analizado algunos aspectos del pensamiento «teilhardiano» en función de los criterios
sustentados por la ciencia pura.
He tenido siempre presente el hecho de que este volumen forma parte de una
«colección de estudios». Si su lectura condujera a una ampliación de estudios, podría
decirse que esta obra ha desempeñado la función asignada. El trabajo de Teilhard es tan
vasto, encierra un espectro tan completo de los campos científico, filosófico y teológico,
que su evaluación y desarrollo adecuado requerirían la contribución de especialistas muy
diversos. Por consiguiente, uno se introduce en la Hiperfísica con cierto titubeo y emo-
ción. Yo me animo bastante cuando oigo decir a Teilhard: «Es mucho mejor presentar
experimentalmente una mixtura de verdad y error, que mutilar la realidad para intentar
separar con excesiva premura el trigo de la granza. He acatado sin vacilar esta regla
evangélica que es realmente la regla de todo esfuerzo intelectual y del progreso
científico.»
En este volumen se ha recurrido a algunos datos de varios artículos míos publicados
por The Teilhard Review (Volumen 1, Número 2 y Volumen 2, Número 1).
John O'Manique
CAPÍTULO PRIMERO
GENESIS DE LA HIPERFISICA
«Mi único objeto en estas páginas - y a tal fin he consagrado todas mis fuerzas- es ver.
Con ello quiero decir que pretendo desarrollar una perspectiva homogénea y coherente
de nuestras amplias experiencias generales acerca del hombre. Un conjunto cerrado que
se despliega.»
Esta cita, correspondiente al prólogo de Teilhard en la obra El fenómeno humano --
titulado por él «Viendo» -- representa mucho más que una mera exposición de sus
objetivos. Es también una clara indicación de su actitud ante el mundo y del método
empleado para alcanzar semejante meta.
El énfasis aplicado a la visión en dicha cita y a lo largo de todo el prólogo nos
familiariza con Teilhard, el científico empírico. La obra de Teilhard como paleontólogo y
geólogo depende de su habilidad para ver e interpretar cuanto ve. Y cuanto vio en las
capas geológicas donde excavara, en las mediciones y clasificaciones de los fósiles
extraídos, le ofreció parcialmente el retrato coherente del hombre que buscaba. Otras
ramas de las ciencias naturales brindaron los datos necesarios para completar ese retrato
y, como una consecuencia natural, el concepto del hombre, según Teilhard, se basó en lo
que pudiéramos llamar una «visión científica del mundo». Así pues, para comprender a
Teilhard debemos compartir hasta cierto punto esa «visión del mundo» expuesta por él
como científico naturalista.
Ahora bien, su concepto absoluto del hombre no se basó únicamente en dicha visión
como tal científico naturalista. Según creyó él, las ciencias naturales pueden ver más de lo
que han visto en el pasado. Dijo: «Ha llegado el momento de reconocer que toda in-
terpretación actual del Universo --incluso la más positivista-- seguirá resultando poco
satisfactoria mientras no abarque tanto el interior como el exterior de las cosas» la mente
tanto como la materia. Una física auténtica será aquella que consiga incluir algún día al
hombre íntegro en un cuadro coherente del mundo.»
Por consiguiente, se puede ver la imagen completa del hombre dentro de la Física, o
mejor aún, dentro de las ciencias naturales. Pero no dentro de la Física tal como existe
hoy día. Es preciso amplificar las ciencias naturales para englobar no sólo el exterior de
las cosas, cuya percepción puede ser directa, sino también su interioridad. Esta
ampliación de la física es lo que Teilhard denomina Hiperfísica. Así pues, para
comprender la Hiperfísica de Teilhard no sólo es necesario participar en su visión del
mundo como científico naturalista sino también tener ciertas nociones sobre su «visión
amplificada del mundo». Comenzaremos, pues, por analizar la opinión de Teilhard -
como científico naturalista-sobre el Universo, y luego extenderemos nuestro examen a la
Hiperfísica.
La teoría mis generalizada sobre el origen del Universo es una versión amplificada de
aquel «universo evolutivo» visto por Canon Georges Lemaltre, o teoría del Big Bang
(gran estampido). Según esta teoría, el Universo nació de una tremenda explosión ener-
gética que liberó enormes cantidades de hidrógeno, es decir, el más simple de los
elementos cuya proporción en nuestro universo físico representa un 95 %. El helio y los
demás elementos se derivaron gradualmente del hidrógeno. Cuando todas estas materias
se proyectaron con gran violencia desde el centro de la explosión, las fuerzas gravitatorias
ocasionaron, a su debido tiempo, la formación de galaxias, y más tarde se desarrollaron
dentro de cada galaxia los sistemas solares con sus correspondientes planetas 3.
Una segunda teoría que hoy día va perdiendo adeptos es la de un universo «estable».
Tal adjetivación resulta de esta premisa (cuyo fundamento es la desviación del rojo en el
espectro de las galaxias distantes): el Universo se expansiona, pero la densidad de
cualquier volumen suficientemente grande permanece constante. La creación continua
de hidrógeno mantiene ese estado estable de la densidad.
Enfocando esta cuestión desde el ángulo de la materia elemental y su evolución, la
diferencia entre ambas teorías reside en el modo de explicar cómo se forma el bloque
estructural y básico, es decir, el hidrógeno. Dejando aparte el origen del hidrógeno, existe
una concordancia fundamental respecto al desarrollo de materias más complejas sobre la
base hidrógeno. Así pues, las dos teorías mantienen que el universo físico se ha
desarrollado incesantemente desde los más simples elementos de la materia hasta su
estado actual.
EL ORIGEN DE LA VIDA
Hoy día se reconoce universalmente que la complejidad puede producirse al nivel de
lo inanimado, es decir, que en la Naturaleza puede tener lugar un desarrollo desde los
más simples elementos, helio e hidrógeno, hasta las moléculas más complejas tales como
la proteína y el ácido nucleico. Los químicos, físicos y orgánicos comprenden con relativa
clarividencia ese desarrollo y consiguen reproducirlo en el laboratorio. Junto al origen de
los elementos constitutivos del Universo hay un segundo punto crítico en la explicación
científica del Universo y su historia: el origen de la vida. Sin embargo, en los últimos
veinte años se ha esclarecido considerablemente el misterio que rodea a este problema, y
hoy se cree, por lo general, que las formas vivientes evolucionaron naturalmente de las no
vivientes.
Existen pruebas concluyentes de que la transición desde las moléculas pesadas -
particularmente proteína y ácido nucleico- hasta los organismos vivientes es continua y
natural, tal como lo es la transición desde los átomos hasta las moléculas. El
descubrimiento y análisis del virus ha fortalecido especialmente la teoría sobre el origen
de la vida. Por lo pronto, el virus posee una peculiar combinación de propiedades
«vivientes» e «inánimes». Puede reproducirse con cambios hereditarios y es metabolizable
como una cosa viviente. Realmente el producto de su metabolismo es lo que causa la
enfermedad. Sin embargo, a diferencia de los organismos vivientes, no respira; además,
cosa aún más sorprendente, se le puede cristalizar y almacenar por un período indefinido
sin pérdida de su poder infectivo. Finalmente es posible desintegrarlo en proteína no
viviente y ácido nucleico para resintetizarlo a renglón seguido como virus activo. Así
pues, los virus están en la divisoria entre lo viviente y lo no viviente. Aunque los virus
modernos son parásitos, se cree que los virus de vida independiente han existido y
ciertamente pueden haber representado el paso intermedio entre seres no vivientes y seres
vivientes hace millones de años.
La vida, tal como se la conoce hoy día, requiere cuatro clases básicas de componentes:
ácidos nucleicos, proteínas, hidratos de carbono y grasas. No obstante, diversas
investigaciones recientes han demostrado que la proteína y el ácido nucleico son tan
fundamentales que se los puede considerar como el mínimo requisito básico para la vida.
El ácido nucleico constituye la base de la reproducción, y las proteínas en forma de
enzimas son los factores primordiales del metabolismo o del crecimiento. Para ilustrar la
función desempeñada por el ácido nucleico y la proteína en los organismos vivientes
deberemos examinar, si bien brevemente, la química de los cromosomas.
El cromosoma es portador de los rasgos hereditarios celulares y guía del desarrollo
orgánico. El cromosoma contiene ácido desoxirribonucleico y ácido ribonucléico a los
que se suele denominar ADN y ARN, respectivamente. El ADN es la verdadera sustancia
genética o hereditaria.
El ADN se presenta en forma de dos grandes cadenas entrelazadas de desarrollo
helicoidal compuestas por desoxirribosa y ácido fosfórico, mantenidas juntas con
eslabones de hidrógeno. Estos eslabones son bases nucleótidas: adenina, guanina, citosina
y timina. Denominándolas por sus iniciales, la A se emparejará siempre con la T, y la C
con la G. En la división celular, la cadena ADN se disocia y cada C atrae a una nueva G
y viceversa; igualmente cada A atrae a una T y viceversa, formándose así dos cadenas
similares (y también iguales a la original), salvo algún accidente fortuito. Esta es, pues, la
base de la reproducción.
Resumiendo, cabe decir que el análisis de la célula y sus componentes muestra, por
una parte, la vasta complejidad de los elementos constitutivos de la célula, y, por otra
parte, la posibilidad, o más bien la probabilidad, de que esa complejidad se haya
desarrollado naturalmente desde sus más simples componentes físicos tales como agua,
amoníaco y metano.
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Los conceptos de complejidad y unidad relacionados entre sí se emplean ordinariamente en Biología
como módulos para el desarrollo. Cf.: por ejemplo: The Language of Life, de George y Muriel Beadle,
Garden City, Nueva York, «Doubleday», 1966, pág. 37. «Superior (con referencia a los animales
superiores) significa un organismo cuya creciente complejidad respecto a los componentes se empareja
paralelamente con la creciente capacidad de todos los componentes para funcionar juntos como un todo
unificado.»
El concepto teilhardiano de complejidad creciente concuerda con las teorías
universalmente aceptadas sobre el origen y desarrollo del Universo, según las enunciamos
antes. En los niveles inferiores del desarrollo los grados de complejidad resultan
evidentes: la molécula de agua es más compleja que el átomo de hidrógeno, la molécula
de proteína más compleja que la molécula de agua. Sin embargo, en los niveles medios de
la evolución, esas complejidades relativas se hacen más ambiguas. Primero, no hay una
línea concreta de ascendencia evolutiva, sino más bien, como afirma Teilhard, una gruesa
columna de tipos pluricelulares desarrollándose en la dirección general de la complejidad.
Segundo, la complejidad de los elementos en las estrías de esa columna es tan consi-
derable que sería virtualmente imposible compararlos en términos cuantitativos o con
arreglo a su disposición. Por añadidura, los componentes de ciertos seres pierden incluso
complejidad a medida que se desarrolla el todo (por ejemplo, la pezuña del caballo).
Como, al parecer, se puede decir muy poco objetivamente sobre las complejidades
relativas de los organismos en las fases más avanzadas del desarrollo evolutivo, el
concepto «complejidad» tiene escaso valor cuando se intenta evaluar la posición del
hombre en el Universo. No obstante, hay --según Teilhard-- un módulo empírico para la
complejidad creciente a esos niveles, un parámetro que nos guía por el laberinto de las
formas vivientes. Este módulo de complejidad creciente es el "desarrollo del sistema
nervioso, incluido el cerebro; es decir, cerebración o cefalización.
ENERGÍA EN LA HIPERFISICA
Teilhard no fue un físico, pero pese a todo tuvo conocimientos prácticos de la física
elemental y utilizó el concepto físico de energía para fundamentar sus propias teorías sobre
energía y consciencia. Se requiere, pues, algún conocimiento de los conceptos físicos básicos
para comprender claramente el concepto teilhardiano de energía. Comenzaremos por tanto
con una somera explicación del concepto físico de energía pensando en aquellos lectores
cuyos conocimientos físicos sean escasos.
Se llegó matemáticamente al concepto de energía mediante la integral de fuerza en el
espacio: ∫ F. dx (que se denomina el trabajo). El resultado es la cantidad 1/2 mv , llamada
2
energía cinética. De esa misma integral se dedujo también matemáticamente una cantidad
V, cantidad con las mismas dimensiones que el trabajo y la energía cinética, y cuyo valor
depende exclusivamente de la posición. Por consiguiente se denominó a V energía de
posición o energía potencial.
Los instrumentalistas (es decir, quienes opinan que la tarea del físico es desarrollar tales
fórmulas matemáticas y utilizar aquellas que parezcan eficaces, pero no explicar la realidad)
se darían por satisfechos con una formulación de la energía arropada con términos
matemáticos como se expresa más arriba. Si, por una parte, esos modelos matemáticos
fueran aplicables al mundo real objetivo, y si algunos términos tales como energía cinética y
energía potencial se refirieran a algo existente en ese mundo, sería posible hablar de energía
como sí existiera fuera de la mente matemática tanto como dentro. Por añadidura, Teilhard
habla de energía existente, no sobre energía como un nombre dado al resultado de la
computación matemática. Por tanto, aquí expondremos una energía que aun siendo
compatible con los fundamentos matemáticos de la Física no es en sí misma matemática.
Esta explicación será generalmente satisfactoria para el físico. Pero, tal ves, el
instrumentalista ponga reparos.
CONCEPTO DE LA ENERGÍA SEGÚN EL FÍSICO
Los físicos definen la energía como la capacidad para realizar un trabajo. El término
«trabajo» en Física tiene lugar cuando se ejerce una fuerza a través de la distancia. Si, por
ejemplo, yo empujo mi escritorio y le hago recorrer cierta distancia, puede decirse que he
efectuado un trabajo con el escritorio. Si, por otra parte, empujo el escritorio pero éste
permanece inmóvil, no se habrá realizado ningún trabajo con el escritorio aun cuando se
haya ejercido cierta fuerza. (En términos matemáticos, dt = F dx. Respecto al primer
ejemplo, F, la fuerza, y x, la distancia, tienen un valor indeterminado y consecuentemente,
hay un valor para t. En el segundo ejemplo, F tiene cierto valor, pero x es cero: por lo tanto,
nada de trabajo.) Así pues, el trabajo tiene lugar cuando se aplica una fuerza y a ello sigue
cierta actividad. En otras palabras, los conceptos «fuerza» y «actividad» mantienen relación
con el concepto «trabajo». De resultas la energía, como capacidad para trabajar, es
básicamente la capacidad para realizar cierta actividad mediante la aplicación de cierta
fuerza.
Un cuerpo tiene capacidad de trabajo gracias a su movimiento, su posición y su energía
cinética. Examinemos cada punto separadamente:
Un cuerpo tiene capacidad de trabajo gracias a su movimiento, y la energía del movimiento
se denomina energía cinética. (Matemáticamente la energía cinética es igual a la masa por el
cuadrado de la velocidad dividido entre dos. La propia masa aumenta con la velocidad
creciente, pero este efecto de relatividad es despreciable, salvo en las grandes velocidades, y
por tanto se puede conceptuar a la masa como un elemento constante para casi todos los
propósitos.) En Física se define la masa como medida cuantitativa de la inercia. Sabemos
que los cuerpos materiales se resisten a cualquier cambio de movimiento, y la propiedad de
los cuerpos creadora de tal resistencia se llama inercia. Dicho de otra forma, cuando un
cuerpo se mueve, será necesaria cierta fuerza para cambiar el movimiento en un sentido u
otro. Pero sí un cuerpo ejerce cierta fuerza sobre otro, este otro ejercerá también una fuerza
igual aunque opuesta sobre el primero. Consecuentemente, sí se aplica alerta fuerza a un
cuerpo para cambiar su movimiento, el cuerpo móvil ejercerá asimismo una fuerza
determinada sobre el cuerpo que altera su movimiento, y por ende, este cuerpo móvil será
capaz de realizar un trabajo. Así pues, la energía cinética de un cuerpo es una función de su
movimiento y su inercia.
Asimismo un cuerpo tiene capacidad de trabajo en virtud de su posición. La energía de
posición se llama energía potencial. Un resorte o un volumen de gas sometido a presión
tiene energía potencial puesto que recobrará su posición original cuando se retire la fuerza
compresiva, y al hacerlo así ganará energía cinética. Igualmente un cuerpo poseerá energía
potencial como consecuencia de su posición en un campo gravitatorio. Por ejemplo,
cualquier masa en reposo sobre la superficie terrestre puede ceder a las fuerzas de atracción
ejercidas desde el centro de la Tierra y caer hacia ese centro, ganado así energía cinética.
Asimismo un cuerpo cargado eléctricamente en algún lugar de un campo eléctrico o un
cuerpo magnetizado en un campo magnético puede moverse por ese campo obedeciendo a
las fuerzas de atracción o repulsión y adquirir así energía cinética. Por tanto, un cuerpo tiene
básicamente energía potencial pues su posición le impulsa a moverse bajo la acción de una
fuerza o varias y como resultado, gana energía cinética.
Un cuerpo tiene también capacidad de trabajo en virtud de su energía interna, El
movimiento y configuración de las partículas en un cuerpo originan la energía interna o
energía de composición. Un volumen de gas en reposo no tendrá energía cinética externa;
sin embargo, posee energía interna de movimiento puesto que las moléculas gaseosas
individuales están moviéndose. Asimismo, sí el volumen total es neutro eléctricamente, no
poseerá energía potencial electrostática como conjunto, pero las moléculas de carga in-
dividual sí la tendrán.
Así pues, energía interna es la energía cinética o potencial del elemento en un grupo de
elementos, y no es por tanto una nueva clase de energía. Igualmente, la energía potencial tal
como la de un resorte o gas comprimido resulta ser, bajo la observación analítica, un efecto
a gran escala de las energías potenciales básicas acumuladas por los elementos constitutivos
del resorte, gas, etcétera. Las energías potenciales básicas son gravitatorias, electrostáticas y
nucleares. Fundamentalmente, pues, es posible reducir todas las energías a energía cinética y
potencial. Por añadidura, la energía cinética y la energía potencial representan dos fases
diferentes en la capacidad de trabajo más bien que dos clases diferentes de esta capacidad.
Energía potencial es la capacidad para obtener energía cinética que puede efectuar
directamente un trabajo en virtud de la inercia.
Para ilustrar un aspecto principal de la energía disponible, elaboremos el sistema descrito (en
la Figura 1) con el siguiente diagrama:
Figura 1
En la Figura 2 hemos conectado un motor eléctrico al generador y una bomba de agua al
motor con objeto de elevar el agua desde el nivel de la rueda y devolverla a su recipiente. Así
podemos invertir el proceso transformando la energía potencial eléctrica producida por el
generador en energía cinética mediante el motor, transfiriendo esta energía cinética a la
bomba y finalmente, transmitiendo la energía cinética de la bomba al agua con un
incremento final en la energía potencial gravitatoria del agua, con lo cual puede reanudarse
el ciclo. De esta forma se evita el equilibrio o estado inerte elevando el agua hasta su altura
original y manteniendo por consiguiente su energía potencial disponible. Este sistema
parece idóneo y por tanto, debería funcionar indefinidamente. La experiencia demuestra sin
embargo que, aun cuando su funcionamiento dure más que el del sistema expuesto en la
Figura 1, alcanzará pronto el estado inerte y se detendrá el sistema. He aquí la causa: una
porción de la energía generada durante el proceso se transforma en calor con la fricción
constante en tuberías, ruedas, alambres, etcétera, y por consiguiente no está disponible para
hacer trabajar a la rueda y el generador, el motor y la bomba. Aunque se podría utilizar parte
de ese calor para rendir un trabajo en el sistema, otra parte, generalmente la mayor, deja de
estar disponible. Entonces el trabajo realizado con la rueda hidráulica será igual a la energía
potencial del agua menos el calor generado y perdido. Ese trabajo realizado con el generador
será igual a la energía cinética de la rueda hidráulica menos el calor generado y perdido, y así
sucesivamente a lo largo de todo el proceso. Así pues, el agua abandonará su recipiente más
aprisa de lo que puede restituirla allí la bomba, con el consiguiente decrecimiento de la
energía potencial gravitatoria disponible en el sistema.
Fig. 2
A su debido tiempo, es decir, cuando el agua esté al nivel de la rueda hidráulica, se alcanzará
el estado inerte.
Resulta evidente, pues, que es preciso establecer ciertas condiciones preliminares si se quiere
utilizar la capacidad de trabajo para rendir verdaderamente un trabajo, y por consiguiente
existe una distinción entre energía y energía disponible. La ley sobre conservación de energía
tiene aplicación a la capacidad fundamental para rendir trabajo y no a la cantidad de energía
verdaderamente disponible para trabajar. Ahora bien, el segundo principio de
termodinámica se relaciona con la energía disponible.
Según hemos visto ya anteriormente, el físico define la energía como una capacidad de
trabajo. Teilhard la define como «una capacidad para la acción, o mejor dicho, la
interacción». Su empleo de los términos acción, interacción en lugar de trabajo hace esa
definición algo más amplia que la del físico. Sin embargo, su concepto fundamental de la
energía procede directamente de las ciencias físicas. Puesto que se define el trabajo como
fuerza a lo largo de una distancia, la medida del trabajo debería ser también medida de
acción. Hasta la actividad mas compleja, tal como la actividad del cerebro humano, entraña
fuerzas que mueven masas a lo largo de ciertas distancias; ahora bien, siendo muy difícil si
no imposible medir exactamente esas fuerzas y distancias, el físico define la energía como
una capacidad de trabajo; el trabajo como producto de la fuerza aplicada y la distancia
recorrida no tiene ningún valor práctico a ese nivel de acción. Teilhard se interesa
primariamente en la energía como fuente de todas las acciones e interacciones que han
ocasionado el desarrollo evolutivo.
Teilhard conceptúa la evolución de complejidad como un desarrollo continuo desde las
formas más simples tales como electrones y protones hasta el más complejo de los
organismos, es decir, el hombre. La continuidad de este desarrollo reviste mucha
importancia y se relaciona directamente con el principio Theileriano de coherencia. Desde
el ángulo visual de la complejidad no hay lagunas ni saltos aparentes en el proceso evolutivo.
La diferencia radical entre vida y «no vida» tiene explicación en términos de un
agrupamiento gradual de macromoléculas. La tremenda diferencia entre los primates
superiores y las formas inferiores de vida puede tener una explicación similar mediante
cambios paulatinos en la disposición de los elementos.
Pese al hecho de que seres radicalmente diferentes han sido creados por ese continuo cambio
en la complejidad, no hay ninguna razón válida para abogar por la existencia de una energía
radicalmente nueva a fin de explicar las transformaciones ulteriores. El organismo viviente,
por ejemplo, se desarrolla de una forma nueva, acrecentando su formación complexional
desde dentro, pero un análisis de las acciones e interacciones presentes en el proceso de
desarrollo revela que todas ellas son fundamentalmente iguales a las acciones e interacciones
del mundo no viviente y fluyen de la misma fuente energética. «En última instancia --
manifiesta Teilhard--, debe haber de un modo u otro una sola energía funcionando en el
mundo.»
Teilhard no dice que haya una sola energía funcionando en el mundo físico; sino,
simplemente, que debe haber una sola energía funcionando en el mundo. Dicho de otra
forma, la energía que origina la atracción entre el electrón y el protón en el átomo de
hidrógeno es el mismo tipo de energía que produce las acciones más profundas e
inextricables en el hombre, tales como el pensamiento y la voluntad. Cabe interpretar tal
planteamiento como de carácter puramente materialista: mediante el análisis se puede
percibir que las actividades superiores del hombre son tan sólo unas especies complejas de
actividad física. Desde este punto de vista podríamos decir que la única energía operativa en
el mundo es la física. Sin embargo, Teilhard insiste en que el físico ha contemplado al
Mundo desde el exterior exclusivamente, ha examinado tan sólo la envoltura de las cosas; en
otras palabras: él mismo ha estudiado la realidad desde el ángulo visual de la complejidad, e
incluso muchas de sus nociones sobre energía están expresadas en términos de complejidad.
De ahí que el planteamiento materialista ya mencionado podría significar que las actividades
superiores del hombre, tales como el pensamiento y la voluntad, son sencillamente
manifestaciones de un grado superior de complejidad. Como lo expresa Lord Russell, el
hombre no es más que una colocación accidental de átomos.
Ahora bien, el sendero que recorre Teilhard desde su postulado de una sola energía en el
mundo difiere algo de la senda materialista. Teilhard no analiza al hombre hasta descubrir
sus más elementales componentes para explicar seguidamente su existencia en términos de
tales componentes. El hombre es, sin duda, una colocación de átomos, pero si conocemos
más sobre el hombre que sobre el átomo, ¿no deberíamos iniciar nuestra explicación del
hombre a su propio nivel, en lugar de remitirnos al átomo? Por añadidura, ¿no debería
principiar también en el nivel del hombre la explicación de formas inferiores? A Teilhard no
le tienta comenzar con el átomo y seguir una ruta ascendente hasta el hombre; prefiere
empezar con cuanto sabe de las actividades humanas y bajo el supuesto de un desarrollo
continuo, proceder «cuesta abajo» hacia el átomo.
E1 hombre percibe indudablemente su propia complejidad, pero también percibe algunas
actividades tales como la consciencia y la voluntad que podríamos clasificar entre las
actividades psíquicas. Además conoce actividades análogas en otros organismos. Por aña-
didura, allá donde se manifiestan las actividades psíquicas, todas parecen ser esenciales para
el desarrollo de los seres que las poseen. El individuo y la especie se desarrollan por su
percepción del medio ambiente y sus afinidades con aquellas cosas que contribuyen al
desarrollo. Un animal, por ejemplo, percibe el alimento, y aun desconociendo su provecho,
como ocurre con el animal consciente de sí mismo, tiene una afinidad con ese alimento o
siente inclinación hacia él.
Por lo menos, esto es indudable: Sabemos que la actividad genuinamente humana se basa en
la consciencia, y consecuentemente es psíquica por definición. Algunas actividades animales,
en cualquier caso las de los animales superiores, son suficientemente similares a las
actividades psíquicas humanas para permitimos decir con seguridad que fluyen de la
consciencia y por consiguiente, son también psíquicas. Sin embargo, bajo el nivel de los
animales superiores la actividad psíquica no es evidente. La actividad de, digamos, una
planta no es similar a la actividad humana, y por ende, la consciencia no es aparente. El
estudio de la vida vegetal no nos conduce necesariamente a postular la existencia de
actividad psíquica en ese nivel. No obstante, si la flora y la fauna son sólo dos segmentos da
un espectro continuo de cosas vivientes, como sabemos, y si el desarrollo de las vidas vegetal
y animal fue un proceso ininterrumpido, podemos negar a afirmar conclusivamente que las
actividades vegetales y animales deben su origen a una clase similar de energía. (En verdad
hay formas de vida, como la euglena, a las que no podemos clasificar en el reino animal ni el
vegetal y por tanto, parecen ocupar la divisoria entre ambos.) En ninguna etapa del proceso
evolutivo se ven indicios de un nuevo tipo de energía actuante. Teniendo esto presente,
podemos examinar con más minuciosidad las actividades de la vida vegetativa para ver si es
posible descubrir algunas analogías con la animal. A semejanza del animal, la planta requiere
ciertas ayuda para su adecuado desarrollo: luz solar, agua, minerales, etcétera. y a semejanza
del animal, la planta actúa para obtener tales cosas. Las hojas, por ejemplo, se vuelven hacia
el Sol, y las raíces buscan fuentes de humedad. Ahí tenemos ya pruebas evidentes de que la
planta se entrega a su medio ambiente y muestra afinidad con todo cuanto la ayude a
desarrollarse. Esta apertura ante la realidad y las correspondientes afinidades son más simples
y primitivas que aquellas actividades propias de animales y hombres a las cuales
denominamos psíquicas, pero, vista la continuidad del desarrollo mencionada
anteriormente, no son actividades esencialmente diferentes sino, más bien, grados diferentes
de las mismas actividades. Por tal razón Teilhard las llama también psíquicas, y denomina
consciencia a dicha apertura ante la realidad, una palabra que él emplea con sentido muy
amplio para denotar cualquier clase de psiquismo. Las actividades fundamentales de todos
los seres vivientes son, por consiguiente, psíquicas.
En el lenguaje del físico, la aceleración radial es una aceleración hacia el centro, la fuerza
radial una fuerza hacia el centro; dicho de otra forma, el término radial en este contexto
significa «hacia el centro». El término «tangencial», cuando se refiere a velocidad o
aceleración en física, significa a lo largo de una tangente y alejándose del centro. Esta parece
ser la razón esgrimida por Teilhard para emplear tales términos, pues él hace constar que las
partículas sometidas a una poderosa fuerza centrípeta tienen un alto grado de energía radial,
mientras que las partículas dependientes de una fuerza centrípeta inferior tienen menos
energía radial y más tangencial. El empuje centrípeto acrecentado o la concentración
acrecentada de las fuentes de actividad psíquica se encuentran entre los seres que ocupan los
peldaños superiores en la escala del desarrollo natural y por consiguiente, cuanto más se
replieguen los seres hacia el centro o cuanto mayor sea su desarrollo, tanto menos evidente
resultará la energía tangencial y tanto más evidente la energía radial.
Como clave adicional para desentrañar el significado de energía radial, Teilhard idéntica a
ésta con el amor en Su obra El fenómeno humano. El amor --dice en ella-- no existe sólo en
el nivel humano. A decir verdad, para que pueda estar presente entre los seres humanos
necesita existir en todos los niveles del desarrollo. Teilhard define el amor sencillamente
como la afinidad de un ser con otro. De hecho lo equipara a la energía radial cuando afirma
que, impulsados por las fuerzas del amor, los fragmentos del Mundo se buscan unos a otros
hasta que el Mundo llega a su ser (según reitera él, esta afirmación no es metafórica ni
política). Tal identificación aparece bien definida, de forma más explícita, en el siguiente
párrafo: «Solamente unión mediante amor y con amor (usándose la palabra "amor» en su
más amplio y real sentido de "afinidad interna mutua"), porque él reúne a los individuos no
de una forma superficial ni tangencial sino centro con centro; y además en el terreno físico
posee la facultad de no diferenciar meramente sino personalizar a los elementos que abarca.»
Dicha identificación es consecuencia y evidencia adicional del principio teilhardiano de
coherencia y de la creencia en una unidad estructural y un mecanismo real. Teilhard
reconoce que la analogía entre el amor humano y las afinidades de los seres inferiores es muy
oscura. Pero tanto sí se ve esa relación como si no, él insiste en que todas las afinidades son,
fundamentalmente, la misma. Por añadidura, la energía del amor o energía radial, es la
promueve el desarrollo en todos los niveles.
Ciertamente, la noción de que el amor existe en cada nivel de los seres materiales y todas las
afinidades son fundamentalmente la misma, no forma parte de la ciencia moderna. Es más,
cuando el científico utiliza el término «atracción» no piensa en las atracciones asociadas al
amor humano. Este concepto, sin embargo, es parte esencial de la Hiperfísica teilhardiana.
Ampliemos la interpretación del concepto «energía» según Teilhard, comparándola con la
idea de energía tal como la ve el físico. Pero antes nos parecen útiles algunas reflexiones
sobre las nociones básicas aquí expuestas.
Nosotros vemos en funciones el principio de coherencia de Teilhard cuando oímos decir a
éste insistentemente que «de una forma u otra debe haber una sola energía actuando en el
Mundo» . Ahora bien, esto no conduce al monismo materialista ni a la actitud positivista de
esa especie que reduce todo a una disposición más o menos compleja de átomos y explica
cualquier actividad remitiéndose a las cargas fundamentales de energía. Por el contrario,
Teilhard ensalza la materia explicando lo inferior en términos de lo superior, aduciendo,
efectivamente» que sí conocemos la existencia de energía psíquica y aceptamos la hipótesis
de que hay sólo una energía, debemos aceptar también la hipótesis de que toda energía sea
psíquica.
Esto proporciona a Teilhard unos fundamentos coherentes para la Hiperfísica, y le guarda
contra el dualismo que él repudia como no científico. También le plantea un dilema o algo
muy parecido, porque él ve dos tipos relativamente diferentes de actividad en el proceso
evolutivo. Está la tendencia hacia el propio desarrollo, que es la actividad fundamental, y
está la actividad dedicada a constituir nuevos ordenamientos y que es absolutamente
necesaria para el desarrollo de la complejidad-consciencia. Así pues, la energía psíquica debe
dividirse en dos componentes que son la fuente de esas dos actividades específicas: energía
radial, fuente del movimiento fundamental hacia una mayor complejidad-consciencia, y
energía tangenciales, fuente de los ordenamientos requeridos.
Procedamos ahora a un análisis más circunstancial de esta teoría a la luz de lo que dice el
científico sobre energía.
Respecto a la idea que sugiere la existencia de una sola energía fundamental, conviene
indicar que ciertos experimentos recientes en la Universidad de Princeton han conducido a
la conclusión de que los efectos gravitatorios obedecen, tal como los electromagnéticos, a la
interacción de la materia con uno o más de los tres tipos clásicos de campos, los que
posiblemente son un solo campo tensor. CI. Dicke, Ro y Weber, Gravity Experiments, en
Modern Science and Technology, Princeton» N. J., Van Nostrand, pags. 1 y sig. (1965).
Ahora parece conveniente esclarecer el aserto de que la energía psíquica es fuente de energía
potencial. La energía potencial es energía de posición, pero evidentemente la propia
posición no es causa de energía. Nosotros decimos que un cuerpo en cierta posición tiene
energía, es decir, puede rendir un trabajo por su percepción (consciencia) de otros cuerpos y
su afinidad con dios. Según hemos visto más arriba, el físico mide esta energía tomando
como referencia la posición del cuerpo en un campo. Podríamos decir, pues, que, respecto a
la medición, la energía potencial es energía de posición; pero, por cuanto atañe a su
naturaleza, la energía potencial es energía psíquica. Por añadidura, la cantidad medida de
energía de posición indica la cantidad de energía cinética que puede adquirir un cuerpo. El
afirmar que la energía fundamental es psíquica nos explica por qué puede adquirir energía
cinética un cuerpo.
Así pues, Teilhard distingue entre energía psíquica y energía tangencial diciendo que la
primera es fuente fundamental de toda energía y la segunda una faceta de la energía vista
por el físico. El aspecto físico más importante de la energía, al menos desde el ángulo visual
de la teoría de evolución, es la energía de ordenamiento o energía libre tal como la definen
las funciones de Gibbs y Helmholtz. Esto es a lo que se refiere Teilhard cuando habla de
energía tangencial de ordenamiento.
Permítasenos repetir que aquí se presenta como una teoría esta interpretación del concepto
teilhardiano de energía, y una de las objeciones contra semejante interpretación es esta: Si es
eso lo que quiere significar Teilhard, ¿por qué no lo manifiesta de forma explícita? ¿Por qué
-valga el ejemplo- no empleó simplemente el término energía libre en vez de energía
tangencial del ordenamiento o energía tangencial libre? Primero, cabría pensar que, siendo
tan poco explícito el tratamiento teilhardiano de la energía, cualquier interpretación
circunstanciada de él podría ser objeto de la misma objeción exactamente.
También cabría pensar que al no ser físico Teilhard ni tampoco sus lectores, él pudiera
haber creído preferible, lógicamente, omitir el uso detallado o explícito de una terminología
inherente a las ciencias físicas. Sin embargo, puesto que Teilhard era un científico y deseaba
basar su Hiperfísica en la Ciencia, parece razonable asumir que allá donde fuera factible le
gustaría emplear en la mayor extensión posible los resultados reconocidos de las ciencias
físicas. El hecho de haberse podido demostrar la compatibilidad entre las palabras de
Teilhard y la teoría científica es un argumento de peso para justificar esta interpretación.
Otro problema, cuando se intenta atribuir la susodicha interpretación a Teilhard, es que él
se refiere a ambas energías como si fueran componentes de la única energía fundamental, y
habla de su mutua independencia que, según dice, es tan clara como su relación reciproca
cuando pretendemos acoplarlas entre sí. Como ya hemos hecho constar, la energía potencial
no es siempre totalmente transformable en energía disponible y sin embargo, puesto que la
energía disponible es simplemente energía potencial en un particular contexto o posición,
parece imposible hablar sobre la mutua independencia de ambas. Manifestaciones
semejantes a éstas acrecientan la posibilidad de que el propio Teilhard no haya pretendido
dar a sus dos energías la interpretación que se presenta más arriba. No obstante, nosotros
intuimos que esa interpretación es teilhardiana en espíritu, pues retiene la base científica que
él deseaba para su Hiperfísica. Según veremos en páginas subsiguientes, permite que la
Hiperfísica se desarrolle tal como lo quiso él; responde a algunas de las preguntas que
formuló el propio Teilhard, y soslaya el dualismo que él quiso evitar aunque no lo
consiguiera siempre, como lo prueban los antedichos asertos referentes a la independencia
de las dos energías.
Apoyándonos en nuestra interpretación de la relación entre el concepto teilhardiano de
energía y el del físico, pasaremos ahora a discutir la relación entre energía tangencial y
energía radial, es decir, entre el exterior y el interior. Desde luego, esta relación depende por
su naturaleza de las dos energías y consecuentemente, la ambigüedad del tratamiento
teilhardiano de las dos energías se transmite al tratamiento de la relación entre ellas.
El exterior y el interior, afirma Teilhard, «están asociados constantemente y en cierto modo,
se funden uno con otro. Pero, al parecer, es imposible establecer una correspondencia
elemental entre sus curvas» . E1 lo estima así porque ve una desproporción cuantitativa
entre las dos energías. Por ejemplo, las actividades humanas supremas del pensamiento y la
voluntad pueden ser practicables con una cantidad casi inapreciable de energía física (dígase,
tangencial). [Los experimentos con el encefalograma para medir las ondas cerebrales han
demostrado que, si bien es fácil medir la actividad física del cerebro de un sujeto humano
dedicado a tareas mentales muy simples, la actividad física del cerebro de un sujeto
empeñado en la resolución de problemas matemáticos muy espinosos no es comprobable.
En otras palabras, la actividad física del cerebro parece decrecer a medida que aumenta la
actividad mental. Otros experimentos indican que la amplitud de las ondas cerebrales no
sigue aumentando con el desarrollo mental del sujeto humano durante su vida, sino que se
equilibra hasta adquirir un valor constante cuando las facultades mentales del sujeto
empiezan a florecer. Es imposible que Teilhard conociera los experimentos mencionados; y
sin embargo, éstos contribuyen a confirmar su posición respecto a la desproporción existente
entre las energías física y mental]. E1 deduce de esa desproporción que, entre el interior y el
exterior de las cosas, hay una interdependencia incontestable de energía, pero que no cabe la
menor esperanza de descubrir un equivalente mecánico de la voluntad o el pensamiento.
Dicho de otra forma» él insiste en que no es posible atribuir las formas superiores de
actividad mental a la complejidad o al ordenamiento. ¿Cómo explicar, pues, la
interdependencia de energía entre el interior y el exterior de las cosas?
Primero debemos intentar precisar un poco más las definiciones de «interior» y «exterior» de
las cosas. Teilhard idéntica el interior con la consciencia y la espontaneidad; de aquí que el
interior sea «la fuerza psíquica» de la materia; a juzgar por nuestra interpretación y el aserto
de Teilhard -sólo hay una energía fundamental-, el interior debería ser la fuente de toda
energía. El exterior de las cosas, que según Teilhard ha sido objeto de investigación científica
y es la única parte realmente perceptible en un planteamiento mecánico, podría ser
identificado con la complejidad o el ordenamiento. Así como la energía radial o psíquica se
asocia al interior de las cosas, Teilhard relaciona la energía tangencial con el exterior.
Aunque es posible conceptuar el interior como fuente de la energía radial, no cabe asignar al
exterior el origen de la energía tangencial. Ni la complejidad ni el ordenamiento pueden ser
fuentes energética puesto que ellos mismos se derivan de la energía; así pues, podemos decir
que la energía tangencial origina el exterior de las cosas. Este enunciado se alinea
ciertamente con el criterio del físico sobre la energía libre de ordenamiento, y también con
el criterio de Teilhard, a saber, que hay solamente una energía fundamental, de lo cual se
desprende, como es lógico, que hay sólo una fuente fundamental de toda energía, es decir, el
interior o la energía psíquica.
Por consiguiente, cada ser material tiene dos «facetas» o aspectos: un aspecto de
complejidad, que Teilhard denomina el exterior, y un aspecto psíquico llamado el interior.
Este interior es la consciencia o la energía fundamental del ser. La energía psíquica se centra
o concentra cuanto más se acrecienta la complejidad de tal forma que, aunque cada parte
integrante de un ser complejo tenga su propia energía, el ser como conjunto poseerá
también su propia energía, la cual, aparentemente, no es tan sólo la suma de las energías
parciales. Por ejemplo, los átomos de hierro, oxigeno e hidrógeno en un cuerpo humano
tienen cada cual su peculiar apertura ante el medio ambiente y ciertas afinidades que les
inducen a actuar de formas especificas; pero, al propio tiempo, el hombre integral como
organismo unificado posee una consciencia y unas afinidades que lo impulsan a actuar como
un hombre y desarrollarse como un hombre. No es la suma total de las actividades parciales
lo que origina la actividad humana sino la concentración de energía psíquica en el centro
psíquico o el interior humano.
Empleando el análisis teilhardiano de las dos energías y la interpretación expuesta más arriba
en términos de ciencia física, quisiéramos elucidar ahora sus relaciones recíprocas.
Todo cuerpo material tiene alerta capacidad para la acción o el trabajo. El físico se refiere a
esta capacidad denominándola energía potencial del cuerpo. Teilhard la ve como una
percepción consciente del medio ambiente complementada por las afinidades con otros
cuerpos determinados de ese medio ambiente, y la denomina energía psíquica. En las
condiciones apropiadas, un cuerpo dotado de esa energía psíquica puede actuar asociándose
a otro cuerpo semejante para producir un nuevo ordenamiento. Este nuevo ordenamiento,
con su creciente complejidad, debería tener, según el físico, una energía potencial que le
hiciera diferir algo de sus componentes, y según Teilhard, un mayor grado de perceptividad
para su medio ambiente más la posibilidad de nuevas afinidades. Por consiguiente, podría
establecer una interacción con otros cuerpos para formar ordenamientos adicionales cuya
complejidad fuese aún mayor. Aclaremos este punto mediante el siguiente ejemplo:
Un electrón es una partícula subatómica cargada negativamente, y un protón, una partícula
subatómica cargada positivamente. Puesto que las cargas de signo contrario se atraen,
electrones y protones se atraerán mutuamente, y si se dan las condiciones adecuadas, hay
probabilidades de que el electrón y el protón establezcan interacciones para formar un
átomo de hidrógeno. El físico diría que cuando el electrón está en el campo o área de
influencia del protón (o viceversa), adquiere alerta cantidad de energía potencial eléctrica.
Por consiguiente, puede moverse hacia el protón, y entonces tienen lugar las susodichas
interacciones. Es interesante observar aquí que no nos será posible conocer ni medir
directamente la energía potencial del electrón si no nos atenemos a su movimiento. Dicho
de otra forma» la energía potencial que posee el electrón en el punto A respecto a otro punto
B, es igual a la energía que se requerirla para mover el electrón desde el punto B hasta el
punto A. Resulta evidente, pues, que el concepto de energía tangencial, según el físico,
queda definido en función del movimiento de la masa y no dice nada sobre la naturaleza de
la energía potencial. Por otra parte, Teilhard diría que el electrón percibe hasta cierto punto
su medio ambiente, y en este caso particular, percibe al protón (este concepto teilhardiano
se corresponde con el concepto físico del campo); y también diría que el electrón tiene una
afinidad subsecuente con los protones (y viceversa). Ahí pues, el electrón y el protón se
mueven juntos, lo cual posibilita la interacción si se dan las condiciones requeridas. El
átomo de hidrógeno resultante es más complejo que el electrón o el protón y tiene nuevas
afinidades. Por ejemplo, el átomo de hidrógeno puede atraer a un átomo de oxigeno así
como caer bajo la atracción de éste, y en las condiciones precisas, dos átomos de hidrógeno y
uno de oxigeno pueden combinarse para formar una complejidad mayor: la molécula de
agua.
Ascendiendo los peldaños de la escala evolutiva se encontrarían ejemplos similares bajo
ambos aspectos, es decir, transformaciones habidas en la producción de seres complejos
mediante seres simples y diferentes ordenamientos requeridos para el desarrollo de un
organismo individual. Por ejemplo, la búsqueda de un animal para adquirir alimento podría
aplicarse en términos de una acción reciproca entre las actividades psíquicas (a saber,
consciencia, apetito) y actividades físicas en los niveles celular, molecular y atómico. Aunque
tales aplicaciones parezcan infinitamente más complejas que el sencillo ejemplo citado
anteriormente, la naturaleza de la interdependencia entre lo psíquico y lo físico, es decir, el
interior y el exterior, será fundamentalmente la misma según Teilhard. Asimismo, cualquier
actividad humana requería una relación recíproca entre las actividades psíquicas de la
consciencia y la voluntad por una parte, y las actividades físicas del ordenamiento y
reordenamiento de complejidades por otra.
Cuando atribuye una calidad positiva a la energía potencial, identificándola con la energía
psíquica que produce actividades análogas a las actividades psíquicas características de los
animales superiores y el hombre, Teilhard logra exponer una elucidación coherente del
desarrollo a cada nivel basándose en fundamentos científicos y de paso, evita un
planteamiento mecánico que necesitaría basarse en la propia complejidad. Asimismo,
cuando habla de energía psíquica refiriéndose a la energía fundamental, Teilhard no rotula
meramente las ideas antiguas con nombres nuevos. Como ya se ha hecho constar, el
concepto físico de energía potencial se debe exclusivamente a las consecuencias de la energía
potencial y no tiene nada en común con la fuente o la naturaleza de esta energía. Se dice que
un cuerpo posee energía potencial cuando tiene capacidad para hacer algo. Se deja al
margen, como factor incógnito, la verdadera naturaleza de esa energía potencial en el
cuerpo. Sin embargo, Teilhard asigna realmente un valor a ese factor incógnito cuando
toma la energía fundamental por energía psíquica; quiere decir, pues, que la energía
fundamental es, verdaderamente, consciencia y afinidad. Ahora bien, como el interior de las
cosas --o sea consciencia y afinidad-- no es una entidad aparte, sino un aspecto de todos los
cuerpos materiales, Teilhard procura evitar el dualismo y cualquier forma extrema de
vitalismo.
CAPÍTULO III
Quienes esperen hallar una respuesta a tal pregunta en las páginas subsiguientes, sufrirán
una decepción. Nosotros no tendríamos la audacia de afirmar que capítulos precedentes
han respondido al interrogan «¿qué es la Hiperfísica?» Los filósofos de la Ciencia
tampoco tienen suficiente audacia para asegurar que pueden responder con unanimidad
y concisión a pregunta: «¿qué es el método científico?» Porque, dada la complejidad del
problema, una respuesta siquiera tentativa requeriría otro volumen; así pues, deberemos
contentamos aquí con algunos comentarios que pueden servir para esclarecer cuanto se
ha dicho en los capítulos anteriores, conducir a un escudriñamiento de la cuestión y
proporcionamos, indudablemente, más preguntas que respuestas.
Los críticos de Teilhard han hallado considerables dificultades para clasificar su obra, lo
cual era de esperar, pues él veía la Ciencia tal como la realidad, cual un conjunto
homogéneo en continuo desarrollo. Consecuentemente, rechazaba la clasificación del
pensamiento en compartimientos herméticos, y por lo tanto, la Hiperfísica no parece
pertenecer a ninguna de las categorías tradicionales del conocimiento sistematizado (a
no ser, posiblemente, que retornemos al concepto de «filosofía natural»). Teilhard
admite que la Hiperfísica no es una ciencia natural, según se la entiende hoy día. Esto,
sin embargo, no excluye la posibilidad de que la Hiperfísica sea científica; pero si
queremos investigar tal posibilidad, deberemos estar en condiciones de responder a este
interrogante: ¿qué significa preguntar si «la Hiperfísica es científica»?
Podría significar que la Hiperfísica emplea el método científico o alguna derivación o
variación aceptable del actual método científico; pero, como la naturaleza y el alcance
del método científico son ellos mismos objeto de grandes debates hoy día, y como el
método teilhardiano requiere también mayor esclarecimiento, nosotros no podemos decir
de ninguna forma la última palabra sobre el asunto.
Asimismo podría significar que la Hiperfísica tiene fundamentos científicos (o
empíricos). Ya hemos discutido la base científica de la Hiperfísica, y resulta evidente
que ésta descansa, por ejemplo, sobre la teoría general de evolución. No parece tan
evidente, sin embargo, que todos los elementos principales de la Hiperfísica descansen
sobre fundamentos empíricos. (Además no se ve con perfecta claridad lo que son los
fundamentos empíricos.)
Finalmente, podría significar también (y esto sería un requisito mínimo o una condición
sine qua non) que las conclusiones hiperfísicas son compatibles con leyes, teorías y
hechos reconocidos de la ciencia moderna.
Este es el problema al que hemos prestado mayor atención en la presente obra,
intentando demostrar la compatibilidad entre la Hiperfísica y el concepto científico de
energía, el segundo principio de termodinámica y la teoría darwiniana moderna de
evolución. Suponiendo que nuestro intento haya sido fructuoso, abordamos por fin la
respuesta a esta pregunta: «¿Es científica la Hiperfísica?» Comenzaremos por reflexio-
nar brevemente sobre todo cuanto se ha dicho acerca de la compatibilidad entre
Hiperfísica y Ciencia.
La anterior analogía entre el punto Omega y el virus sirve meramente para denotar la
falta de limites definidos en la síntesis de Teilhard. No implica que la Fe o la Teología
de Teilhard sea una ampliación de su fenomenología. E1 llega a la misma conclusión
desde dos direcciones distintas. El estudio de los fenómenos le conduce a conclusiones
probables que coinciden con artículos de Fe, los cuales no le ofrecen duda alguna. Si,
por ejemplo, el Pleroma no se desarrollara naturalmente mediante la reflexión de la
noosfera -cosa posible, según Teilhard-, Omega o Dios y la inmortalidad del hombre
seguirían siendo para él hechos palmarios. Él los acepta como hechos basados en la Fe
independientemente de su tesis fenomenológica. «Si nos formáramos una idea del activo
poder de la fe y de cuanto ella consigue, lucharíamos larga y pacientemente: vista la
incertidumbre práctica del mañana, deberíamos entregarnos en un verdadero acto de
sumisión interna a la Providencia, considerada cual un ser tan físicamente real como los
objetos de nuestra inquietud...».
Utilizando la mejor filosofía a su disposición e interpretándola para sus propios fines,
santo Tomás de Aquino nos ofreció una demostración racional sobre la existencia de
Dios a quien ya había conocido por conducto de su Fe. Utilizando la mejor teoría
científica disponible e interpretándola a su manera, Teilhard nos ofrece su teoría de
ortogénesis conducente al concepto de Omega, único Dios a quien el conociera desde el
principio mediante la Fe. Hay una convergencia patente entre la teoría teilhardiana de
ortogénesis y la Fe, pero las dos no se fundirán en una sola hasta que se desentrañe el
concepto del Omega-Dios.
Posdata no científica
D) Una breve enumeración de obras por otros autores cuya lectura se recomienda porque
tiene relación con lo expuesto aquí.
θ The phenomenon of Man (El fenómeno humano), Londres «Collins», 1959, pág, 318.
Traducida por Bernard Wall; introducción de Sir Julian Huxley.
θ Le milieu divin (El medio divino), Londres, «Collins», 1960, pág. 160. Edición
general por Bernard Wall.
θ Letters frof a Traveller (Cartas de un viajero), Londres, «Collins», 1962, pág. 380.
Extracto traducido de Lettres de voyage y Nouvelles lettres de voyage, editor general:
Bernard Wall, Introducciones de Julian Huxley, Claude Aragonés y Pierre Leroy.
θ The tuture of Man (El futuro del hombre), Londres, «Collins», 1964, pág. 319.
Traducida por N. Denny.
θ Hymn of the Universe (Himno del Universo), Londres, «Collins, 1965, pág. 157.
Traducida por Simon Bartholomew.
θ Letters from Egypt (Cartas desde Egipto), Nueva York, «Herder and Herder», 1965,
pág. 256. Traducida por Mary Ilford.
θ The making of a mind (Formación de una mentalidad), Londres, «Collins», 1965,
pág. 315. Traducida de Genèse d'une pensée, por René Hague.
θ The appearance of Man (La aparición del hombre), Londres, «Collins», 1965, pág.
266. Traducido por J. M. Cohen. Prólogo de Desmond Collins.
θ The vision of the Past (La visión del pasado), Londres, «Collins»» 1966, pág. 285.
Traducido por J.M. Cohen.
θ Man's place in Nature (El lugar del hombre en la Naturaleza), Londres, «Collins»
1966, pág- 127. Traducida por René Hague.
B
Teilhard de Chardin, Pierre:
θ L'Activation de l'Énergie Humaine (Activación de la energía humana), en
L'Activation de l'Energie, páginas 407-416. Escrita en 1953, es una breve discusión
de las dos energías: radial (irreversible) y tangencial (con arreglo a los principios de
la termodinámica).
θ Agitation ou Genèse (Agitación o Génesis) en L'Avenir de l'Homme (El porvenir del
hombre), págs. 273-289. Este ensayo, escrito en 1947, intenta mostrar un eje
principal de evolución --de aquí la palabra ortogénesis-- aduciendo que la vida y la
reflexión humana, la socialización y la Iglesia no son epifenómenos de la evolución.
θ Barrière de la Mort et Co-Réfiexion (Barrera de la muerte y correflexión), en
L'activation de l'Énergie, páginas 417-429. Escrita en enero de 1955, esta discusión
sobre la irreversibiHdad incluye un comentario acerca de la relación entre Ciencia y
Fe.
θ Comment Concevoir et Espérer que se Réalise sur Terre l'Unanimisation Humaine?
(¿Como concebir y esperar que se materialice en nuestra tierra la unanimización
humana?), en L'avenir de l'Homme, páginas 365-374. Este escrito de 1950, es una
breve exposición de la convergencia en términos de unificación reforzada (curvatura
de compresión geográfica y mental) y unificación libre mediante la atracción (amor).
θ La Convergence de 1'Univerx (Convergencia del Universo) en Uactivation de
l'Énergie, pags. 293 y 309. Este trabajo, rizado en 1951 reviste espedal importancia
por sus lignes al'atraque permettant de vérifier plus outre la réalite du phénomène
(líneas de ataque que permiten verificar adicionalmente la realidad del fenómeno),
sobre todo la convergenda de la noosfera.
θ Une Défense de l'Orthogénèse à Propos des Figures de Spéciation (Defensa de la
ortogénesis con respecto a las cifras de especifidad), en La vision du passé, páginas
381-391. Este escrito, de enero 1955, expone la necesidad científica de considerar la
evolución en términos de vectores (u ortogénesis) pese a la casualidad, la entropía y
la complejidad de las líneas del progreso evolutivo.
θ Du Pré-humain à l'Ultra-humain (De lo prehumano a lo ultrahumano), en L'avenir
de l'Homme, páginas 375-385. Este breve trabajo, escrito en 1950, contiene algunas
manifestadones relevantes sobre necesidad estadística, autogénesis y ortogénesis.
θ L'Esprit Nouveau (El espíritu nuevo), en L'avenir de l'Homme, págs. 107-126. Un
ensayo escrito en 1942 donde Teilhard manifiesta el deseo de explicarse claramente
para que todos puedan comprender sin ambigüedades su teoría sobre la convergencia
de la noosfera mediante la reflexión y el amor.
θ Êvolution Zoologique et Invention (Evolución zoológica e invención), en La vision du
passé, págs. 327-331. En este contra escrito del año 1947, Teilhard expone su empleo
del principio lamarquiano de evolución.
θ La Fin de l'Espèce (El fin de la especie) en L'avenir de l'Homme, págs. 387-395. Este
trabajo, escrito en 1952, es importante por su discusión sobre la irreversibilidad
fundada en el deseo humano de «más ser».
θ La Formation de la Noosphère, (La lormacidn de la noosfera), en L'avenir de
l'Homme, págs. 199-231. Esta obra de 1947 es, según Teilhard: Une interprétation
biologique plausible de l'Histoire Humaine (Una interpretación biológica plausible
de la historia humana.) Explica el concepto de la noosfera, sus fases, nacimiento,
anatomía y la transformación necesaria para escapar de la entropía. Contiene
asimismo una definición de la ortogénesis y un comentario sobre la evolución
lamarquiana en la noosfera.
C
θ Barjon, Louis y Leroy, Pierre, La carribe scientifique de Pierre Teilhard de Chardin
(La carrera cientifica de Pierre Teilhard de Chardin), Mónaco, «Éditions de
Rocher», 1964, 140 págs.
θ Barthélemy-Madaule, Madeleine, Bergson et Teilhard de Chardin, París, «Éditions
du Seuil», 1963, 686 páginas. Esta comparación entre Bergson y Teilhard contiene
una exposición general de la síntesis teilhardiana, incluyendo secciones sobre
ortogénesis, las dos energías, así como finalidad y naturaleza de la sintesis
teilhardiana.
θ Blanchard, J. P., Méthode et Príncipes du Père Teilhard de Chardin (Método y
principios del padre Teilhard de Chardin), París, «La Colombe», 1961, 190 págs.
Esta obra es una demostración, en términos teilhardianos, de que la Ciencia puede y
debe condudr a Dios, y mediante Dios a Cristo. Contiene algunas criticas sobre el
método de Teilhard, especialmente de su empleo de la analogía.
θ Chauchard, Paul, La pensée scientifique de Teilhard (El pensamiento científico de
Teilhard ) , París, «Editions Universitaires», 1965, 270 págs. El autor intenta mostrar
el aspecto científico de toda la obra teilhardiana.
θ Cuénot, Claude, Nouveau Lexique Teilbard de Chardin (Nuevo Léxico Teilhard de
Chardin), París, «Éditions du Seuii», 1968, 223 págs.
θ Pierre Teilhard de Chardin, les grandes Êtapes de son Évolution (Pierre Teilhard de
Chardin, las grandes etapas de su evolución), París, «Plon», 1958, 489 + LIII págs.
Esta es una excelente biografía de Teilhard con un análisis de su curso mental.
Aparecen muchas citas de Teilhard. Contiene la bibliografía más completa hasta la
fecha de los trabajos de Teilhard. Traducción inglesa: Teilhard de Chardin, traducida
por V. Colimore, editada por «R. Hague», Baltimore, Londres, «Bums & Oates»,
1965, VI+ 492 págs.
θ Teilhard de Chardin, París, «Éditions du Seuil», 1962, 191 págs. Contiene textos de
Teilhard con comentarios, biografía, bibliografía y vocabulario.
θ Science and Faith in Teilhard de Chardin (Ciencia y fe en Teilhard de Chardin),
Londres, «Garnstone Press», 1967, 112 págs.; con un comentario por Roger Garaudy
(Volumen I de The Teilhard Study Library; Editores generales: Bernard Towers y
Anthony Dyson.). Ciencia y Fe en Teilhard de Chardin, edítado, Colección
«Rotativa», por «Plaza y Janés», Barcelona, 1971.
θ Cuypres, Hubert, Pour ou contre Teilhard, París, «Éditions Universitaires», 1962
(Volumen 4 de «Carnets Teilhard»), 59 págs. Incluye breves críticas de la Ciencia,
Filosofía y Teología teilhardianas.
θ Vocabulaire Teilhard, París, «Éditions Universitaires», 1963 (Volúmenes 5 y 6 de
«Camets Teilhard»). Un diccionario de terminología teilhardiana con referencías a
sus trabajos.
θ Francoeur, Robert, T., (editor), The World of Teilhard (El mundo de Teilhard),
Baltimore, «Helicon Press», 1961. 208 págs. Crítica general y análisis del mundo
teilhardiano por científicos, filósofos, psicólogos, teólogos, etc., tales como Weigel,
Stern, Barbour y Bruns.
θ Grenet, Paul-Bernard, Teilhard de Chardin, the Man and His theories (Teilhard de
Chardin, el hombre y sus teorías), traducida por R. A. Rudorft, Londres, «Souvenir
Press», 1965, 176 págs. Contiene la biografía de Teilhard y una somera discusión
sobre su personalidad como científico, teólogo y filósofo. Incluye también algunos
escritos seleccionados por Teilhard.
θ Grenet, Paul-Bernard, Pierre Teilhard de Chardin ou le Philosophe malgré lui
(Pierre Teilhard de Chardin o el filósofo a pesar suyo), París, «Beauchesne», 1960,
258 págs. Una crítica de la filosofía teilhardiana con algunas secciones específicas
sobre la «debilidad» de su concepto de «el Todo», su empleo de la analogía, su
noción de novedad, sus conceptos de materia y espíritu y su noción del ser.
θ Magloire, George y Cuypers, Hubert, Présence de Pierre Teilhard de Chardin
(Presencia de Pierre Teilhard de Chardin), París, «Éditions Universitaires», 1961,
226 págs. Contiene una biografía de Teilhard y un análisis de su pensamiento;
asimismo un diccionario y bibliografía.
θ Rabut, Oliver, Dialogue with Teilhard de Chardin (Diálogo con Teilhard de
Chardin), Londres, «Sheed and Ward», 1961, 247 pags. Ésta es una crítica de
Teilhard, principalmente desde el punto de vista científico. Contiene interesantes
comentarios sobre los métodos de Teilhard, su uso de la teoría de evolución, su
panpsiquismo y su concepto de las dos energías.
θ Rideau, Émile, Teilhard de Chardin: A guide to his Thought (Teilhard de Chardin:
una guía para conocer su pensamiento), Londres, «Collins», 1967, 672 págs. Ésta es
una exposición muy completa de la síntesis teilhardiana, y contiene varios datos
sobre todos los temas fundamentales estudiados en este volumen.
θ Towers, Bernard, Teilhard de Chardin, Londres, «The Carey Kingsgate Press Ltd.»,
1966, 45 págs. Una excelente introducción a la vida de Teilhard, el pensamiento y la
significación de su obra.
θ Towers, Bernard y Dyson, Anthony (Editores generales, Evolution, marxista and
christianity, Londres, «Garnstone Press», 1967, 116 págs. (Volumen II de la The
Teilhard Study Library). Ensayos por C. Cuénot, F. G. Elliott, R. Garaudy, A. O.
Dyson, P. G. Fothergill and B. Towers. Publicado en esta colección: Evolución,
marxismo y cristianismo. «Plaza & Janés», Barcelona, 1970.
θ Thys, Albert, Conscience-ré/lexion collectivisation chez Teilhard (Consciencia-
reflexión y colectivización en Teilhard), París, «Editions Universitaires», 1964, 127
págs. (Volúmenes 15 y 16 de Carnets Teilhard.) Éste es un análisis de la teoría
teilhardiana y el desarrollo de la consciencia en la noosfera.
θ Tresmontant, Claude, Introduction à la pensée de Teilhard de Chardin (Introducción
al pensamiento de Teilhard de Chardin), París, «Éditions du Seuil», 1956, 134 págs.
Traducción inglesa: Pierre Teilbard de Chardin: bis Thought (Pierre Teilhard de
Chardin: su pensamiento), traducida por S. Attanasio, Baltimore, «Helicon Press»,
1959, VIII + 128 págs. Êsta es una introducción general al pensamiento de Teilhard,
conteniendo un acertado análisis de su principio de coherencia, autoevolución y
naturaleza de sus obras.
D
θ Blum, Harold, F., Time's Arrow and Evolutéon (Flecha del tiempo y evolución),
Nueva York, «Harper Torchbook», 1962, X + 220 págs. Esta obra reviste especial
importancia por sus consideraciones sobre la evolución en relación con el segundo
principio de termodinámica.
θ Bohm, David, Causality and Chance in Modern Physics (Causalidad y casualidad en
la física moderna), Nueva York, «Harper Torchbook», 1965, xi + 170 páginas.
Prólogo de Louis de Broglie. Es una excelente obra sobre casualidad, propósito,
probabilidad, leyes estadísticas, mecanicismo y temas relacionados con el contexto
de la ciencia física moderna.
θ Dobzhansky, Theodosius, Mankind Evolving (Género humano en evolución), New
Haven, «Yale University Press», 1962, XIII + 381 págs. Excelente estudio del
hombre como producto de la evolución por uno de los zoólogos más relevantes del
mundo. Contiene diversas discusiones sobre ortogénesis, autogénesis e
irreversibilidad, y concluye con un breve comentario sobre el pensamiento de
Teilhard.
θ Huxley, Sir Julian, Evolution in action (Evolución en acción), Nueva York,
«American Library of World Literature», 1957, VIII + 141 págs. A la luz de la teoría
evolutiva, Huxley explora las futuras posibilidades del hombre. Esta obra contiene
una excelente explicación general de la teoría moderna de evolución. Asimismo
expone el planteamiento humanístico del propio autor. También se encuentra aquí
una discusión sobre ortogénesis y la «fuerza vital».
θ Simpson, George Gaylord, The Meaning of Evolution (El significado de evolución),
Nueva York, «The New American Library of World Literature, Inc.», 1956, 192
pags. Una explicación general de la teoría evolutiva por un relevante paleontólogo;
esta obra analiza la ortogénesis, las fuerzas de evolución y otros temas relacionados
con su obra.
θ Tax, Sol (editor), Evolution atter Darwin (La evotu, ción segdn Darwin), Chicago,
«The University of Chicago Press», 1960. Esta obra de tres tomos gira sobre el
Centenario de Darwin celebrado en la Universidad de Chicago. Vol. I, The Evolution
ot life: its origin, History and future (Evolución de la vida: sus origenes, historia y
futuro), VIII+ 629 páginas. Vol. II, The evolution of man: Mind, Culture and Society
(La evolución del hombre: pensamiento, cultura y sociedad), VIII + 473 págs. Vol.
III. Issues in Evolution: The University ot Chicago Centennid Discussion (Problemas
en evolución: debates de la Universidad de Chicago con motivo del Centenario),
VIII + 310 págs. Una excelente colección de artículos sobre todos los aspectos de la
evolución por las autoridades denttficas mis relevantes del momento. Ofrecen
particular interés las discusiones del Vol. III.
θ Waddington, C. H., The Nature ot Lite (Naturaleza de la vida), Nueva York,
«Atheneum», 1962, 131 páginas. Esta excelente obra discute numerosos problemas
relacionados con la evolución, incluyendo la diferencia entre vida y «no vida»
propósito y libertad del hombre.
FIN
Aunque el desarrollo de complejidad y el desarrollo de consciencia son realmente dos
aspectos del proceso evolutivo, se puede asociar un pequeño incremento de
complejidad (y, por ende, una pequeña cantidad de energía potencial del
ordenamiento) a un gran incremento en consciencia o energía radial. Los umbrales
más obvios e importantes, aquellos donde se han iniciado esos cambios de energía
radial son el umbral de la vida y el umbral del pensamiento (es decir: el origen del
hombre).
DESARROLLO DE LA NOOSFERA
Desde el nivel del electrón y protón hasta el nivel de los primates hay un desarrollo
gradual de complejidad y un desarrollo de consciencia con sus relaciones recíprocas
donde los seres más complejos tienen mayor perceptividad ante su medio ambiente
con el consecuente incremento de las afinidades para los objetos en tal medio
ambiente. Debe observarse, sin embargo, que los objetos de esa perceptividad
incrementada en los organismos inferiores al hombre, están fuera de la consciencia
propiamente dicha; en otras palabras, la consciencia no es, por sí sola, un objeto de la
consciencia. Ahora bien, llegado cierto punto del proceso evolutivo y,
probablemente, debido a un cambio ínfimo en complejidad, la consciencia se replegó
sobre sí misma y vino a ser su propio objeto. Así, en el umbral de la reflexión,
encontramos el origen del hombre, del animal racional. El animal no reflexivo, no
consciente de sus propios actos, tiene escasa individualidad. Todo su ser está inmerso
en el grupo, sólo tiene capacidad para mirar al exterior. Consecuentemente,
desconociendo sus propias energías, afinidades y objetivos, se desarrolla a ciegas
para beneficio de la especie, del filium, y de la totalidad del proceso evolutivo.
Mediante la reflexión, el hombre lanza una mirada introspectiva hacia sus propios
poderes, metas e inclinaciones, y al hacerlo así, adquiere una nueva identidad.
Entonces el proceso evolutivo ya no es ciego ni simplemente un desarrollo de las
masas. Hay dentro de la especie humana un énfasis creciente del propio yo, originado
por la consciencia de sí mismo, una especie de granulación interna como lo expresa
Teilhard. Sin embargo, esta granulación no conduce a una divergencia de los
individuos aislados, lo cual interrumpiría la evolución. El individuo consciente de sí
mismo, no sólo sabe: también sabe que sabe. Por consiguiente, puede conocer su
yo, acrecentando así la propia identidad, y también puede conocer a otro como
alguien distinto, creando por tanto una nueva unión intencional. Además, mediante
ese conocimiento humano verdadero se hace realidad el verdadero amor humano, y
también el grado máximo de afinidad en el proceso evolutivo.
Dada su habilidad para reflexionar, el hombre es el ser más centrado de la Tierra. La
consciencia de sí mismo no sólo le permite centrarse en su propio ser, sino también
centrar a todos los demás en sí mismo. Es decir, el hombre no tiene solamente
capacidad para reflexionar sobre los propios actos sino también para reflexionar sobre
su conocimiento acerca de quienes lo rodean, alcanzando así una comprensión más
profunda --que de otra forma sería imposible y también un mayor contacto con su
mundo. Llega a ser, por tanto, un centro de los centros. Esto, más bien que ocasionar
una divergencia de los individuos aislados, conduce a la segunda etapa principal en el
proceso de desarrollo de la consciencia introspectiva. Tras el umbral de lo individual
mediante el acceso a la reflexión, hay una fase que Teilhard denomina el umbral del
filium, la «hominización» de la especie, o convergencia de los gránulos conscientes
del propio ser.
Teilhard enumera las causas de esa unificación o convergencia. El incremento de la
población en nuestro planeta causa necesariamente una convergencia. Teilhard lo
llama «curvatura geológica». Y forzosamente sobrevendrá una unificación adicional
por la universalidad de las ideas, denominada «curvatura mental». Sin embargo,
Teilhard aduce insistentemente que ni la proximidad física impuesta por el procedi-
miento acrecentado en un espacio limitado, ni la unidad de ideas impuesta por una
comunidad científica y las progresivas comunicaciones son estímulo suficiente para
ocasionar una convergencia completa. La unidad genuina se producirá con toda
libertad mediante el amor; mediante la atracción hada un destino común aceptado
libremente por todos.
Según Teilhard, la segunda fase en el desarrollo de la consciencia introspectiva o
«noosfera» ha comenzado ya. Hay pruebas concluyentes de la convergencia
ocasionada por las curvaturas geológica y mental, y lo que es más importante, pese a
las obvias divergencias existentes en nuestro planeta, resulta evidente un amor
humano en desarrollo de proporciones globales.
Se ha iniciado la convergencia, cierto, pero su consumación puede requerir millones
de años. El resultado final será una unión permanente y perfecta entre los elementos
individuales humanos. Ello requiere una evolución irreversible; y el análisis adicional
del proceso confirma tal aserto. El argumento para fundamentar la irreversibilidad
queda expuesto con la siguiente recapitulación:
La coherencia es, según hemos visto, el módulo de Teilhard para la verdad. Con
arreglo a ello, el panorama más coherente del Universo es también el más verosímil.
Las perspectivas de un continuo desarrollo del conjunto complejidad-consciencia
ofrecen el panorama más coherente, y, por consiguiente, el más próximo a la verdad.
Se deduce, pues, que la producción de vida (o el hombre consciente de sí mismo) y
socialización más el desarrollo de la capa especulativa o noosfera, son partes
esenciales e integrantes del proceso continuo y total de la evolución. El desarrollo
racional y social no es un epifenómeno, pero es tan inherente al proceso como el
desarrollo fisicoquímico. En todo este proceso, desde la base hasta el vértice, existe
una unidad fundamental de mecanismo y estructura.
El desarrollo de la capa especulativa o noosfera, visto desde ese ángulo, es un
desarrollo biológico equiparable al de las formas inferiores de vida. (Teilhard habla
incluso de la Encarnación como si fuera «una prodigiosa operación biológica».) Por
tanto, el desarrollo de la noosfera debe acatar las mismas leyes de desarrollo que los
niveles inferiores de la evolución sí el proceso evolutivo total ha de retener su
coherencia.
Reflexionando sobre los niveles inferiores del desarrollo, observamos que, como
norma general, han existido y siguen existiendo las condiciones necesarias para la
consumación de una naturaleza particular. Sólo se desarrolla un apetito o tendencia
cuando se asocia al objeto de ese mismo apetito o tendencia. Los electrones cuentan
con protones para atraer o ser objeto de atracción. Los herbívoros se desarrollan
porque hay hierba, y las aves porque existe una atmósfera donde pueden volar. Un
apetito sin su correspondiente objeto sería incoherente por naturaleza. Si el objeto no
puede satisfacer ese apetito, se retardará el desarrollo.
Teilhard aplica esta regla general del desarrollo físico y biológico al nivel del
desarrollo humano. El hombre conoce el futuro y desea un futuro. Es una criatura
creativa que no desea sólo bienestar, es decir, lo que le mantendrá en su actual estado,
sino también lo necesario para trascender su presente forma de ser; en otras palabras,
él ambiciona «más ser». Y así se perfilará con creciente nitidez cuanto más se de-
sarrolle la consciencia. Por consiguiente, el hombre sin futuro, sin la perspectiva del
«más ser», resultaría tan incoherente como el herbívoro sin hierba o el pájaro sin aire.
En el contexto del principio teilhardiano sobre unidad de la estructura y el mecanismo
podemos reafirmar ese mismo argumento remitiéndonos a la energía radial o
«energía-amor». Como ya hemos dicho, la existencia real de un ser atrayente es
necesaria absolutamente para que tenga lugar la atracción. El electrón cede a la
atracción del protón en virtud de su propia energía psíquica y la existencia del protón.
El conejo cede a la atracción de la zanahoria en virtud de su propia energía psíquica y
la existencia de la zanahoria. Para que haya atracción no debe solamente existir el ser
atraído con su energía psíquica, sino también el ser que ejerce la atracción con su
capacidad para la consumación como término de la atracción. Amor, o manifestación
de la energía radial, es la afinidad de un ser con otro.
Entonces, sí el mecanismo de la evolución al nivel humano o al nivel de la noosfera
es básicamente el mismo en todos los demás niveles, la existencia del amor por un
futuro de «más ser» indica que este futuro de «más ser» existe. Sin su existencia, la
evolución humana llegaría a un punto muerto, puesto que su mecanismo carecería de
un elemento esencial.
Consecuentemente, Teilhard se funda en un análisis de la evolución como desarrollo
del conjunto complejidad-consciencia, para justificar su continuo desarrollo hasta un
punto terminal que él denomina «Omega». El siguiente pasaje expone esta parte
importante de la Hiperfísica con las propias palabras de Teilhard: «Por la naturaleza
del trabajo y, correlativamente, por el requerimiento (exigencia) del trabajador ante
un muro infranqueable contra el cual se estrellaría la consciencia y luego
desaparecería para siempre, son pues "incompatibles" con el mecanismo de la activi-
dad de reflexión (cuyo principal resorte se quebrantaría inmediatamente). Cuanto más
hombre se haga el hombre tanto menos preparado estará para moverse mientras no lo
haga hacia una innovación interminable e indestructible. El juego de su actividad
operativa implica algún término «absoluto». Si el progreso es un mito, o sea, sí al
enfrentarnos con el trabajo a realizar hemos de decir, "¿cuál es el beneficio de todo
esto? nuestros esfuerzos se perderán en el vado. Y con ello se interrumpirá toda la
evolución... porque nosotros mismos somos la evolución».
Teilhard agrega en una nota marginal que «a semejanza del amor (y precisamente
porque es amor), toda energía consciente se funda en la esperanza».
El concepto de un término «absoluto» y la posibilidad de una evolución tendente
hacia lo absoluto, descubierta mediante un análisis del mecanismo de la evolución
humana, adquiere mayor desarrollo en manos de Teilhard con su teoría sobre una
noosfera convergente. Gracias a la reflexión y el amor los elementos conscientes de
su propio ser convergen sobre sí mismos. Este repliegue de la raza humana sobre sí
misma es, para Teilhard, un hecho indiscutible. No obstante, sí los elementos de la
noosfera convergen sobre sí mismos, convergerán también posiblemente sobre un
centro común, un centro de centros o punto focal.
Por consiguiente, a juicio de Teilhard, el proceso evolutivo proseguirá con el hombre
como punta de lanza. Puesto que existe la consciencia introspectiva, ésta promoverá
un desarrollo acelerado de energía psíquica y asimismo, en asociación con el amor
humano genuino, conducirá a una convergencia definitiva de la especie humana. Este
desarrollo de la consciencia en el nivel humano está asociado todavía al desarrollo de
la complejidad y a los nuevos ordenamientos; sin embargo, como hemos visto más
arriba, un alto grado de actividad psíquica puede asociarse con una cantidad ínfima
de energía física. Por tanto, mientras progresa el desarrollo, la energía psíquica
adquiere creciente prominencia y la energía física se hace casi insignificante. Así
pues, todo el proceso evolutivo parece revelarse como un desarrollo de consciencia
más bien que de complejidad. En otras palabras, aunque el desarrollo implique la
interacción de dos aspectos de la energía, radial y tangencial, el aspecto radial
adquirirá mayor ritmo que el tangencial, lo cual resulta particularmente evidente al
nivel del hombre donde el desarrollo de la energía radial se acelera rápidamente.
Esta interpretación del proceso evolutivo nos permite inferir inmediatamente dos
conclusiones, y ambas conducen a serios problemas en la síntesis teilhardiana.
Primero, aquí se ve la evolución como un proceso dirigido, y dirigido no sólo hada el
desarrollo de una mayor complejidad sino también, lo cual es más esencial, hacia el
desarrollo de una mayor consciencia. El proceso es por consiguiente ortogénico y
Teilhard lo admite así. Esto plantea un gran problema en la síntesis de Teilhard, ya
que muchos biólogos y evolucionistas actuales rechazan el concepto de ortogénesis
aplicado a la evolución. Segundo, como Teilhard vislumbra un desarrollo final para la
evolución mediante una convergencia conclusiva de la especie humana, el proceso es,
a su juicio, irreversible. Ello constituye un problema, porque según el pronóstico
basado en la ley de entropía creciente el proceso evolutivo es reversible. Tales
problemas crean una situación especialmente crítica puesto que implican una
discrepancia y una aparente incompatibilidad entre la Hiperfísica teilhardiana y la
teoría científica moderna; y si la Hiperfísica ha de ser una ampliación de la Ciencia,
basada en una sólida teoría científica, será preciso solucionar semejantes
discrepancias e incompatibilidades. Ahora discutiremos dichos problemas
comenzando por el más general de la ortogénesis.
EL PROBLEMA DE LA ORTOGÉNESIS
La palabra ortogénesis se deriva del griego orthos (derecho, recto) y génesis (origen o
nacimiento) que a su vez procede de gignesti: engendramiento. Etimológicamente,
por lo tanto, ortogénesis es un engendramiento o desarrollo en línea recta. Sin
embargo, la palabra ha adquirido cierto número de connotaciones diversas que, si
bien relacionadas todas ellas con la raíz etimológica, pueden significar visos muy
diferentes de la evolución.
Primero, ortogénesis puede significar simplemente que la evolución toma cierta
dirección o sigue cierta senda más o menos recta, más o menos limitada; la evolución
no es totalmente casual. Puesto que deja margen para movimientos casuales y
erráticos, para algunos accidentes, «callejones sin salida» e incluso regresiones, esta
definición debería ser aceptable entre casi todos los darwinianos.
El término ortogénesis puede referirse también a determinada evolución que siga una
trayectoria bien definida con límites rígidos. Esta definición es descriptiva como la
primera, pero conduce directamente al concepto tecnológico de una meta prevista y
una tendencia hacia esa meta. Se relaciona, pues, con un tercer empleo del término
ortogénesis que denota una especie de causalidad en lo que se refiere a un impulso
interno, una fuerza vital misteriosa o un factor orientador físico que hace seguir a la
evolución una senda recta.
El segundo significado de ortogénesis pudiera convenir a un cuadro simplificado y
más elemental del desarrollo evolutivo pero inaplicable hoy día. Actualmente no se
representa ya a la evolución como un árbol con grueso tronco y unas cuantas ramas
bien delineadas creciendo decididamente hacia arriba, sino más bien como un
enmarañado arbusto cuyo crecimiento general va de abajo arriba, pero tiene brotes en
todas direcciones y también puntas sin continuidad.
La tercera definición, es decir, aquella que incluye los conceptos de una meta
definida y un principio vital conducente hacia esa meta, debería ser relegada por
idéntica razón que la segunda y también porque incluye el principio vital. La
explicación darwiniana de la evolución se afianza firmemente en la casualidad y la
influencia de factores ajenos al ser incipiente, o dicho de otra forma, en la
ectogénesis, lo cual provocaría conflictos con cualquier concepto de una evolución
determinada y autogénica como se especifica en esta última definición. Tal definición
es la connotación más común de la palabra.
Dobzhansky, por ejemplo, la usa para referirse a teorías donde la deliberación es una
propiedad de la vida misma, una especie de autogénesis donde la potencialidad
existente en las cosas se despliega gradualmente de una forma conveniente para el
medio ambiente. Según dice este científico, es lamentable que Teilhard confunda el
desarrollo evolutivo con la ortogénesis, pues ello denota una falta de conocimientos
biológicos por parte de Teilhard. Aparentemente, Dobzhansky cree que Teilhard usa
el tercer sentido del término, tal como lo definimos antes. La siguiente discusión
sobre el significado de ortogénesis en el propósito de Teilhard, muestra que esto no es
enteramente cierto.
Teilhard percibió claramente los problemas implícitos en el uso del vocablo
ortogénesis. Él manifiesta que, «tomando como pretexto su uso en diversos sentidos
cuestionables y restringidos, o su regusto metafísico, algunos biólogos quisieran
suprimir la palabra "ortogénesis". Pero en mi respetuosa opinión, esa palabra es
esencial e indispensable si se quiere seleccionar y consolidar la manifiesta propiedad
de la materia viviente para formar un sistema donde "los términos se sucedan unos a
otros experimentalmente, siguiendo los valores constantemente crecientes de centro-
complejidad"». También declara en otro lugar que, debido a ciertos significados
inaceptables del vocablo ortogénesis, tales como «el alineamiento casi místico de
fila» sugiriendo ciertas concepciones vitalistas o finalistas, un paleontólogo
respetable no puede usar la palabra sin experimentar incomodidad. No se la debe
rechazar, dice, pero sí corregir y restablecer de tal manera que se la haga figurar
como un importante ingrediente en una dirección general en evolución. Teilhard dice
que él mismo emplea esa palabra en su sentido etimológico, en el sentido más general
de una transformación que, dirigida hasta cierto punto, se halla bajo alguna influencia
de origen desconocido. La noción de los vectores debe aplicarse a la evolución de un
modo u otro.
Por una parte, Teilhard reconoce los problemas a afrontar cuando se usa el término
ortogénesis, y distingue entre los significados inaceptables y los aceptables. Por otra
parte, sin embargo, y dada la importancia que atribuye a la dirección de la evolución,
se niega a rechazar el vocablo y lo define en términos muy generales y cautelosos que
deberían ser plausibles para los darwinianos. La definición que emplea es similar a la
primera de las tres definiciones descritas más arriba, es decir, ortogénesis significa
que la evolución sigue cierta dirección. Él insiste, además, en que la ortogénesis es un
rasgo general, un efecto a gran escala de la evolución, sin implicar un determinismo
absoluto en ningún nivel del desarrollo.
Pese a cuanto dice Teilhard sobre su empleo del término ortogénesis, pudiera parecer
que esa teoría del desarrollo dirigido de complejidad-consciencia implicando energía
psíquica o el interior de las cosas, denota que él usa la palabra ortogénesis en el
tercero de los sentidos relacionados anteriormente, es decir, el sentido que incluye el
concepto de un principio vital y cuya aceptación es, por lo general, nula. Ya hemos
analizado el módulo de Teilhard para la dirección: desarrollo del sistema nervioso y
desarrollo correspondiente de la consciencia. Ahora debemos observar más
atentamente cómo explica el mecanismo de ese desarrollo refiriéndose al interior de
las cosas; así podremos descubrir sí su elucidación es compatible o no con la teoría
darwiniana generalmente aceptada.
Antes manifestamos que el concepto de ortogénesis se relaciona usualmente con los
conceptos de vitalismo y autogénesis. También se asocia a la teoría, hoy repudiada,
de evolución, propuesta por Lamarck. Debemos, pues, prestar particular atención a la
ortogénesis según la emplea Teilhard, el vitalismo y el «lamarquismo». Pero antes de
abordar esta cuestión, hagamos un breve comentario sobre Lamarck, Darwin y la
casualidad, a modo de introducción.
Los principios del lamarquismo respecto a la evolución pueden ser descritos como
sigue:
Si se asume, por otra parte, que la necesidad hace referencia a la falta de algo útil, el
organismo aparecerá como un elemento más pasivo en la producción de nuevos
órganos, y entonces el realce puede transferirse a los agentes externos y, por tanto, a
la elucidación ortogénica. En el contexto teilhardiano el uso del vocablo «necesidad»
parece abarcar ambos significados. (Lo mismo puede ser cierto del uso que
pretendiera dar Lamarck a la necesidad. ) Los nuevos órganos resultan de las
mutaciones producidas por la acción de agentes externos sobre el organismo. La
necesidad no produce el nuevo órgano. Si el nuevo órgano es inútil, o dicho con otras
palabras, si no hay necesidad de este órgano y ningún individuo lo «demanda», el
órgano no será seleccionado ni se desarrollará dentro de la especie. Ahora bien, sí el
nuevo órgano fuera necesario, se le podría seleccionar y promover dentro de la
especie. Según Teilhard, el organismo «reconoce» y «selecciona» todo cuanto es útil.
El elemento autogénico en el proceso es esa selección psíquica.
Desde luego, los términos «reconocimiento» y «selección» no significan un
reconocimiento consciente del nuevo órgano como tal ni la selección consciente del
nuevo órgano porque se haya reconocido su utilidad. Aquí la selección es darwiniana,
acentuando la naturaleza psíquica del organismo. Por ejemplo, los conejos han
desarrollado poderosas patas traseras porque las necesitan para correr, y para ellos
velocidad significa supervivencia. Realmente, las potentes patas se debieron a una
serie de mutaciones, pero fueron seleccionadas porque eran útiles, y fueron útiles
porque el conejo tiene una tendencia natural a la supervivienda, y al hacer tales cosas
como correr, conseguirá sobrevivir. Si el conejo no tuviera ese impulso interno hada
la supervivencia ni corriera para sobrevivir, las potentes patas resultarían inútiles y la
especie no las seleccionaría. En este caso, pues, no existe el deseo consciente de tener
patas potentes; el origen de esas poderosas extremidades se encuentra en una serie de
mutaciones casuales y un impulso interno para actuar a fin de asegurar la
supervivencia. Este último factor es el elemento psíquico de la selección.
Teilhard alude a esa selectividad psíquica denominándola «anticasualidad
lamarquiana»; tal selectividad adquiere mayor predominio en los niveles superiores
de la evolución donde la actividad psíquica tiene máximo desarrollo; no se la puede
observar directamente en los niveles inferiores. Es más, él manifiesta que
probablemente tienen razón los darwinistas cuando sostienen que nada es reconocible
en las zonas pre-humanas de la vida salvo el juego de la selección casual, pero al
nivel humano las fuerzas del ordenamiento interno son claramente distinguibles en el
proceso evolutivo. Para Teilhard, eso equivale a decir que la deliberación biológica
no es aparente por doquier en el mundo viviente, sino que se muestra tan sólo sobre
cierto nivel. Y, desde luego, la auténtica actividad intencional en el nivel humano se
debe a la consciencia de sí mismo. Ahora bien, incluso al nivel humano la
anticasualidad lamarquiana o autogénesis desempeña todavía un papel relativamente
secundario como mecanismo de evolución cuando se le compara con la casualidad
darwiniana. No obstante, se conceptúa a la autogénesis cual un ingrediente esencial
de todo el proceso evolutivo, pues aun cuando es la zona humana reflexiva que
Teilhard reconoce explícitamente como lamarquiana, esta zona representa también el
desarrollo natural en las capas prerreflexivas de la evolución. Por tal razón se
encuentran vestigios de la anti-casualidad lamarquiana en los niveles inferiores; don-
dequiera que haya seres con un interior, la autogénesis será posible, y, para Teilhard,
el interior es coextensivo con la complejidad material. Todos los seres tienen una
propensión a desarrollarse de acuerdo con su propia naturaleza; y la energía psíquica
del interior origina dicha propensión.
Sin embargo, esas tendencias autogenéticas están en gran medida a merced del
mundo externo y de la casualidad. Ningún esfuerzo consciente por parte del tigre
puede aportar la mutación que alargue sus colmillos o los colmillos de su progenie.
Esto lo produce una ocurrencia sobre la cual el no tiene dominio alguno, una
ocurrencia tal como la radiación o la reacción bíoquímica. Tampoco tiene el animal
mucho dominio sobre las circunstancias circundantes, por ejemplo, el hecho de vivir
entre animales que sean presas fáciles. Todos estos factores pertenecen al exterior del
tigre y constituyen la faceta ectogenética de su desarrollo.
A pesar de todo, la propensión del tigre hacia la carne proviene de su interior, y el
actuar con arreglo a las condiciones dispuestas por el exterior es causa esencial del
desarrollo. Desde luego, el ser no reflexivo carece de dominio sobre el apetito o la
misma afinidad. El «interior de un carnívoro» se desarrolla mediante un proceso
autoectogenético; no se desarrolla mediante un deseo consciente por parte del tigre
para llegar a ser carnicero. El hombre, un ser reflexivo, percibe más o menos sus
afinidades. Tiene dominio sobre ellas dentro de ciertos límites, y por tanto controla
hasta cierto punto su proceso evolutivo. El carnívoro no tiene ningún dominio sobre
su apetito de carne, pero el hombre puede decidir, por muy diversas razones,
hacerse vegetariano aunque le guste la carne.
Si bien -según Teilhard- la anticasualidad lamarquiana no es aparente en los niveles
ontogenéticos inferiores del desarrollo, sus manifestaciones tales como que la Tierra
nació por accidente, los planetas fueron creados por casualidad y Dios juega con la
casualidad, tienen como fundamento su creencia en la existencia de la casualidad y el
propósito en cada etapa de la evolución. Para él la casualidad pertenece al designio
general del proceso evolutivo, tal como pertenece al designio de un juego de naipes o
dados. Lo que resulta más evidente en el nivel atómico es la colocación accidental.
Por ejemplo, el hecho de que un electrón determinado se asocie con un protón
determinado para formar un átomo de hidrógeno, se debe a la casualidad. Dicho de
otra forma, parece como si ciertos protones no tuvieran la intención de unirse con
ciertos electrones. El orden se percibe en la circunstancia de que los electrones se
unen con los protones de una forma específica. Podría decirse que esta unión depende
de la percepción recíproca y las afinidades entre electrones y protones; en otras
palabras, depende de sus interiores.
La acentuación de lo casual en el pensamiento teilhardiano no quebranta los
principios tradicionales de la causalidad ni elimina la noción de necesidad. Susti-
tuyendo a la necesidad absoluta del determinista, Teilhard aboga por el concepto
físico-matemático de la necesidad estadística. Manifiesta, por ejemplo, que el
improbable desarrollo de proteínas conducente al origen de la vida fue ocasionado
por el juego de los grandes números. Las teorías matemáticas de estadísticas y
probabilidades se han asociado estrechamente con las teorías del juego; un ejemplo
facilitado por cualquier juego de azar tal como los dados nos ayudará a esclarecer el
significado de la necesidad estadística. Si lanzamos un dado decimos que sale un
número determinado por pura casualidad. Conociendo el designio de los dados y las
leyes físicas concurrentes, podemos calcular la proporción 1:6 como límite de la
casualidad. Igualmente podremos calcular las posibilidades con diferentes
combinaciones de números, digamos un «par de unos» si lanzamos dos dados. Puesto
que la posibilidad de obtener dos unos arrojando ambos dados está en la proporción
1:36, no cabe considerar la aparición de esta combinación como un acontecimiento
necesario. Sin embargo, cuando tenemos mayor número de dados, digamos mil, y por
añadidura podemos lanzarlos más veces, las probabilidades de no obtener tal
combinación serán tan ínfimas que es lícito conceptuar su ocurrencia como inevitable
o necesaria. Habría, en efecto, muchas de esas combinaciones. Esta no es una
necesidad absolutamente matemática, sino una «necesidad práctica»: es decir, tan
probable que se la puede considerar necesaria «para todos los propósitos prácticos».
Las combinaciones requeridas para el desarrollo de una molécula proteínica son
infinitamente más complejas que las combinaciones de dados en el ejemplo expuesto.
Por tal razón, Teilhard las clasifica como improbables en el sentido mecanicista (y
también con arreglo al segundo principio de termodinámica). Sin embargo, dado un
número de elementos disponibles para dichas combinaciones, más el tiempo
disponible que requiere su materialización, sin olvidar que las combinaciones
complejas no se forman en una sola fase, sino mediante una serie de fases menos
complejas y, por consiguiente, más probables, se acepta por lo general que la
ocurrencia de las combinaciones fue necesaria estadísticamente. (Se ha pasado por
alto ese extremo en los argumentos contra la ocurrencia casual de los organismos
complejos, tales como los esgrimidos por William Palley, Lecomte du Nouy y
Garrigou-Langrange.
En el contexto del pensamiento teilhardiano el aserto de que Dios juega con la
casualidad puede interpretarse como el repudio de un universo determinista tal como
el de Hegel o Laplace, e incluso del determinismo que podría originarse con el
lamarquismo. Anticipa la creencia en un mundo donde las cosas con alertas
naturalezas conducentes a ciertas actividades, actúan como causas secundarias
produciendo efectos que no son absolutamente necesarios. Dios no interviene en
cada faceta particular del desarrollo, ni cada faceta particular del desarrollo
tiene un propósito específico en la Mente Divina según lo enseñaron algunos
teólogos. Por ejemplo, nosotros no tenemos ojos para poder ver, sino más bien vemos
porque tenemos ojos. Los ojos no fueron creados explícita e inmediatamente por un
solo acto creativo de Dios a fin de que el hombre pudiera ver. La existencia de
nuestros ojos se explica en función de un proceso largo y complejo de
acontecimientos, ninguno de los cuales fue preconcebido para producir el ojo con la
finalidad de ver. No obstante, para Teilhard, el proceso es inteligible tan solo cuando
se reconoce el proceso globalmente, así como cada una de sus fases. A la luz del
pensamiento teilhardiano cabe decir que el designio general es la producción de seres
con una adaptabilidad máxima a su medio ambiente total, lo cual es, ciertamente, un
concepto muy darwiniano. Darwin afirma lo siguiente: «Debido a la lucha por la
vida, cualquier variación por ínfima que sea y cualesquiera hayan sido las causas
precedentes, deberá tender a la preservación del individuo y ser generalmente heredi-
taria entre sus descendientes si ha de ser provechosa en algún grado para un individuo
de cualquier especie en sus relaciones infinitamente complejas con otros seres
orgánicos y la naturaleza externa». Respecto al ejemplo anterior, cada fase en el
desarrollo de órganos sensibles a la luz desde el ojo más rudimentario hasta el más
perfecto, tuvo lugar porque proporcionaba al organismo una ligera ventaja que le
permitiría afrontar su medio ambiente y adaptarse mejor a la vida en él.
Concluido este comentario general sobre el uso del lamarquismo y su teleología
asociada por Teilhard, analizaremos ahora someramente el valor y la aceptabilidad de
su teoría. Primero debemos observar que algunos de quienes criticaron a Teilhard por
su excesivo lamarquismo supusieron que él manipulaba el principio lamarquiano
sobre herencia de rasgos adquiridos. Por ejemplo, P. F. Forsthoefel, un jesuita biólo-
go, lo manifiesta así explícitamente y agrega que Teilhard no favoreció la teoría
genética moderna de evolución. El texto teilhardiano al que se remite para
fundamentar esa postura no parece referirse, sin embargo, al principio lamarquiano
sobre herencia de rasgos adquiridos, sino más bien a la selección física discutida
anteriormente. En dicho texto, Teilhard afirma que el análisis de la evolución en
términos de casualidad, herencia y selección es incompleto, y sugiere que se reserve
un lugar para los efectos de la consciencia (es decir, la selección psíquica) sobre el
mecanismo de evolución. Teilhard añade que el desarrollo de la vida tiene cierto
aspecto decididamente mecanicista, pero a renglón seguido pregunta: ¿Es abso-
lutamente mecanicista ese desarrollo?
En el último párrafo del mismo artículo Teilhard sugiere que la invención, vista al
nivel del desarrollo humano, pudo haber existido como factor en los primeros pasos
de la evolución. Prescindiendo del contexto, pudiera parecer que, al emplear el
término invención, Teilhard aceptaba el principio lamarquiano de que una nueva
necesidad produce un nuevo órgano en el individuo. Ahora bien, dentro del contexto
teilhardiano sería preferible entender el término invención en su significado
etimológico de descubrimiento. Para expresarlo con mayor claridad, él dice que el
hombre, y muy posiblemente varias formas inferiores de vida, descubren mediante su
consciencia los nuevos perfeccionamientos producidos por las mutaciones y hacen
uso de ellos. Esto representa, una vez más, su principio de selección psíquica.
Podemos comparar esa noción de invención con la insistencia de Teilhard sobre la
existencia de actividad psíquica como principio vital de la selección natural, si
recurrimos a la opinión de un relevante biólogo, Theodosius Dobzhansky: «Los
evolucionistas modernos creen que la evolución es una respuesta creativa de la
materia viviente a los desafíos del medio ambiente. El papel del medio ambiente
consiste en brindar oportunidades para las invenciones biológicas. La evolución no
obedece a la casualidad ni al designio: es un producto del proceso creativo natural.
Este es precisamente el criterio de Teilhard sobre el proceso evolutivo, y su teoría de
la energía psíquica, del interior, representa un intento para esclarecer tal criterio. E1
interior es fuente de la respuesta creativa que origina invenciones biológicas; es el
agente activo necesario en el proceso de selección natural.
El concepto de selección psíquica, según Teilhard, no es una alternativa de la
selección natural ni contradice la selección natural, sino que aparece más bien como
un ingrediente necesario de la selección natural. No obstante, muchos miembros de la
comunidad científica creen que la actual teoría de selección explica suficientemente
el proceso evolutivo y prescinde del elemento psíquico como algo superfluo. A este
respecto debemos considerar una observación de sir Julian Huxley: El único agente
efectivo de la evolución es la selección natural, y todas las teorías sobre ortogénesis,
lamarquismo y misteriosas fuerzas vitales son inválidas. Como ya se ha admitido
anteriormente, la teoría moderna de selección natural es incompatible con los
principios de Lamarck y con cualquier teoría extrema de ortogénesis o vitalismo.
Pero también hemos dicho que el empleo del lamarquismo y la ortogénesis por
Lamarck es compatible con la selección natural. Así pues, la cuestión a debatir es
ésta: Si se acepta la selección natural como único agente efectivo de evolución, ¿se
eliminará también automáticamente la posibilidad o la necesidad de agregarle la
selección psíquica de Teilhard? O bien, ¿es la selección natural un agente efectivo
justamente porque incluye un elemento creativo tal como el que entraña la teoría
teilhardiana?
Para que el concepto de selección natural tenga un significado real debe referirse a
actividades desarrolladas dentro del propio ser y a las relaciones recíprocas entre él y
su medio ambiente. Esto va implícito en la propia definición darwiniana de la
selección natural. Si una variación es útil y provechosa para el miembro individual de
una especie en sus complejas relaciones con otros organismos y el medio ambiente,
entonces esa variación tenderá a preservarle y posiblemente será hereditaria entre sus
descendientes. La variación debe ser útil al individuo para permitirle ser seleccionado
en las condiciones reinantes; dicho de otra forma, debe satisfacer una necesidad.
El concepto darviniano de la selección natural ha sufrido amplias modificaciones; no
obstante, la idea básica de selección natural sigue inalterable y pasa por ser el
mecanismo o agente que promueve el desarrollo evolutivo. George Gaylord Simpson
asevera que el elemento orientador de la evolución es la adaptabilidad, y el
mecanismo de la adaptabilidad es la selección natural. Según Huxley, la mutación y
la nueva combinación proporcionan las materias primas para el cambio evolutivo, y
la selección natural es el guía o agente directriz en ese cambio. Sewdl Wright cree
que ningún genetista relevante pondrá en duda la validez esencial de la selección
natural como principio orientador de la evolución.
Pero cuando Huxley afirma que «la selección natural no entraña ninguna acción
consciente» se basa en la proposición de que la selección natural es el elemento,
agente o principio orientador. Lo mismo hace Simpson al aseverar que no puede
haber una tendencia innata o progresión de la vida hacia una meta prevista de acuerdo
con un plan. Teilhard mantiene que la tendencia innata de la vida es esencial para el
mecanismo de la selección natural como su principio orientador o guía. Si no
existieran una percepción del medio ambiente y una necesidad interna, ¿cómo se
explicarían las relaciones infinitamente complejas para la preservación de esas
provechosas variaciones a las que alude Darwin? La selección natural no habría
desarrollado los colmillos del tigre a menos que, como lo expresa Teilhard, el tigre
tenga «el alma (o la energía psíquica, o el interior) de un carnívoro».
También conviene considerar una crítica de George Gaylord Simpson sobre el
lamarquismo de Teilhard. En su revisión de El fenómeno humano dice que Teilhard
atribuía máxima importancia a los factores de la anticasualidad lamarquiana, aunque
él sabía bien que esos factores no son sólo insignificantes, sino también inexistentes
para todos los biólogos. Simpson afirma asimismo que el único factor anti-casualidad
establecido objetivamente en la evolución es la selección natural y no el
lamarquismo.
Ya hemos hecho constar que Teilhard no refrenda todos los factores lamarquianos,
sino que emplea meramente uno de ellos para sus propios fines. Es cierto que hace
referencia a la anticasualidad lamarquiana, mientras Simpson, por su parte, señala
que la selección darwiniana se ha establecido como el factor anti-casual. Sin
embargo, Teilhard no ve contradicción alguna entre los elementos lamarquiano y
darwiniano como sugiere Simpson más adelante al decir que Teilhard es la mutación
en calidad de un acontecimiento casual y la ortogénesis como designio, y es muy po-
sible que se refiera al factor de la mutación en la teoría darwiniana cuando habla de
casualidad darwiniana. Es posible que pensara también en los aspectos casuales de la
selección natural, por ejemplo, la oportunidad de nacer en un lugar determinado a una
hora determinada, o la oportunidad de encontrarse con un semejante o un ser rapaz.
Ahora bien, su anti-casualidad lamarquiana no es nada aparte de la selección natural
ni opuesto a ella, sino que unida con el elemento casual es una parte necesaria de ella;
es el elemento psíquico. Si esta opinión fuera acertada, cabría decir con razón que el
elemento lamarquiano es realmente para Teilhard el elemento anticasual de la
selección natural darwiniana.
El problema de las elucidaciones teológicas tiene suficiente importancia para
justificar nuestra exploración. Tal vez sea el abuso de la teleología lo que le ha hecho
sospechoso hoy día. Ya hemos mencionado un aspecto de ese abuso: el argumento de
que la casualidad no puede producir los organismos complejos se basó en una
hipótesis falsa, es decir, que esos ordenamientos complejos se derivan en una sola
fase de sus componentes elementales. Consideremos ahora otro abuso muy común.
Se ha alegado, por ejemplo, que si hay propósito y actividad intencional es porque lo
siguiente no puede explicarse mediante el factor casual: la Tierra está a una distancia
adecuada del Sol, tiene el ritmo adecuado de rotación, revolución y precesión, y la
adecuada densidad atmosférica para proporcionar un clima donde pueda desarrollarse
la vida humana. A primera vista, este tipo de argumento es sumamente convincente.
Y si fueran necesarias más pruebas, se podrían citar centenares de ejemplos donde
parece resaltar el propósito. Sin embargo, una exploración más profunda muestra que
el anterior ejemplo es cuestionable. Ahí se asume que la Tierra fue hecha para la vida
humana y, por consiguiente, se asume una actividad intencional. El hecho es,
probablemente, que la vida humana existe porque la Tierra tiene su particular clima,
atmósfera, etc. Decir que «el clima es adecuado para el hombre» no parece ser una
afirmación exacta. Puesto que la evolución del hombre estuvo determinada o
condicionada parcialmente por el clima, sería más correcto decir que «el hombre es
uno de los seres adecuados para ese clima», y no lo contrario.
Teilhard no abusó de la teleología; percibió que en la teoría de selección natural las
consecuencias sustituyen al propósito: «vemos porque tenemos ojos» y no «tenemos
ojos para poder ver». Ahora bien, si se quiere dilucidar cuáles son las consecuencias
de la selección natural, será preciso un propósito universal. Esta conclusión no es el
resultado de una confusión fundamentalmente semántica como ocurre en el ejemplo
anterior (o con el empleo de la voz pasiva por Paley), sino de un examen del
mecanismo de selección natural en el contexto de la teoría teilhardiana sobre energía
psíquica.
para recapitular podemos decir que Teilhard entiende y acepta los principios básicos
y el mecanismo de la evolución según lo explica la escuela darwiniana. Su teoría del
desarrollo ortogenético con el principio lamarquiano no atenta contra la posición
darwiniana; es más, se basa en ella. Su inclusión de la necesidad interna y el interior
ha sido conceptuada como una aclaración del aspecto creativo de la selección natural,
un aspecto que se reconoce en la escuela darwiniana. Por añadidura su lamarquismo
no es más que la in-alusión del interior y su selección psíquica como parte integral de
la explicación sobre evolución. Su concepto del desarrollo mediante la casualidad
dirigida o la necesidad estadística» parece ser aceptable, matemática y científica-
mente. Presenta un panorama moderado respecto a los extremos vitalista y teológico
por una parte, y las elucidaciones mecanicistas mediante lo casual por la otra.
Teilhard hubiera rechazado cualquier teoría de desarrollo basada exclusivamente en
el propósito, y hubiera rechazado igualmente el concepto de que, en virtud de la
moderna Biología, las consecuencias han reemplazado a los propósitos. En su
opinión, propósito y consecuencia son elementos inseparables de la explicación
completa. Al nivel de la ontogénesis nosotros vemos porque tenemos ojos. Al nivel
filogénico, tenemos ojos para poder ver. Las variaciones individuales se derivan de
las mutaciones accidentales, pero se las retiene en la especie al reconocerse su
utilidad, y se las selecciona psíquicamente para el propósito general de producir
organismos con una adaptabilidad óptima a su medio ambiente. (Aquí no
significamos por «reconocer» ese reconocimiento consciente, introspectivo mediante
el cual se decide si el objeto en cuestión es bueno o útil, sino simplemente la
percepción no consciente ni introspectiva y la afinidad con aquellas cosas que
favorecen el apropiado desarrollo del organismo.) El resultado es un proceso
ortogenésico, aunque no en el sentido de que sea absolutamente determinado sino
más bien dirigido hasta cierto punto.
EL PROBLEMA DE LA ENTROPÍA
Como ya hemos dicho, Teilhard acepta el segundo principio de termodinámica como
una ley física válida. Es más, puesto que su Hiperffsica se basa en la Física, él
también lo acepta como una ley con la cual debe contarse en su sistema. Esto plantea
inmediatamente el problema de la discrepancia entre las predicciones del físico sobre
el futuro del Universo basadas en el segundo principio, y los pronósticos de Teilhard.
Ahora discutiremos este problema y la solución propuesta por Teilhard.
Según hemos visto anteriormente, el segundo principio de termodinámica especifica
que está disminuyendo la cantidad de energía disponible para nuevos ordenamientos
del Universo, y que en algún tiempo futuro se agotará la energía disponible. Por
consiguiente, llegado ese momento, el proceso de evolución que es un proceso de
creciente complejidad u ordenamiento, se interrumpirá y emprenderá una reversión.
La complejidad existente se desintegrará y habrá una regresión hacia el desorden
completo. Contemplando el Universo como un todo y a la luz del segundo principio
de termodinámica, el físico ve esa tendencia general hacia el desorden como la
corriente principal del desarrollo. El proceso evolutivo con su acrecentamiento en
complejidad, aparece como una corriente más pequeña corriendo temporalmente con-
tra la corriente principal cuyo destino es la entropía. Así pues, la evolución no es más
que un reflujo o remolino en la irresistible marea hada el desorden.
Teilhard reconoce también la existencia de esas dos corrientes, es decir, la corriente
hacia el completo desorden y la corriente evolutiva hacia una mayor complejidad, y
admite asimismo que esta última fluye contra la primera. Sin embargo, él no ve la
evolución como un simple incremento en complejidad sino como un desarrollo del
conjunto complejidad-consciencia, y por añadidura ve el desenvolvimiento de la
consciencia como la línea maestra del desarrollo. En otras palabras, mientras por una
parte acepta las dos corrientes del físico, por otra rechaza la evaluación de su
importancia relativa. Evolución, como desenvolvimiento de la consciencia y su
consiguiente mayor complejidad, es la corriente principal; la tendencia hacia una
mayor entropía es secundaria.
Sin embargo, ese desplazamiento del acento no resuelve en modo alguno el problema
antedicho; subsiste todavía el hecho de que la creciente consciencia requiere creciente
complejidad, la creciente complejidad requiere energía, y según el segundo principio
de termodinámica, la cantidad de energía disponible está decreciendo. Por tanto,
Teilhard pregunta: «¿Está destinada (la energía radial) a desintegrarse algún día para
satisfacer el principio de entropía, para sumirse indefinidamente en el período
anterior a la vida e incluso otros inferiores por el agotamiento y los graduales
descensos niveladores de la energía tangencial libre contenida en las sucesivas
envolturas del universo que la originó?»
Desde luego, no hay problema alguno desde el ángulo visual de Teilhard y su fe. El
Autor de la ley entrópica no está sujeto a ésta, ni tampoco lo está esa parte de su
creación a la que ha asignado una perfección suprema. Así como la muerte del
individuo no representa ninguna amenaza para la vida eterna, tampoco la representan
los principios de termodinámica. Teilhard, sin embargo, desea llegar a la conclusión
de una perfección suprema de la consciencia en el contexto científico, es decir, en su
Hiperfísica.
El único medio de explicar un proceso irreversible es desestimar el segundo principio
de termodinámica, es presuponer una transformación en el futuro por cuyo conducto
se sustraiga el proceso evolutivo a la ley de entropía creciente. Pero es preciso
explicar esa transformación dentro del contexto científico; sólo hay una evolución,
insiste Teilhard, y por tanto cada fase del proceso evolutivo debe ser explicable en
unos términos que sean análogos por lo menos a los empleados para explicar
cualquier otra fase. Teilhard no se hubiera contentado con la idea de alguna media-
ción especial divina como recurso para explicar la transformación que él predijo. Si
existe tal transformación, debería ser explicable en términos científicos.
Para Teilhard, la evolución es fundamentalmente un proceso continuo de desarrollo
del conjunto complejidad-consciencia con una unidad básica de estructura y
mecanismo íntegro. Pero es también un proceso que produce innovaciones
cualitativas, es decir, un proceso donde hay transformaciones que originan seres
radicalmente diferentes, gobernados por nuevas leyes. Lo viviente difiere
esencialmente de lo no viviente, y como resultado el físico no puede desentrañar por
completo esa diferencia mediante las leyes físicas. Los seres con consciencia
introspectiva difieren esencialmente de los seres sin ella, y por ello el biólogo no
puede desentrañar por completo esa diferencia mediante las leyes biológicas.
(Debemos hacer constar que las expresiones «radicalmente diferentes» y «difieren
esencialmente» no se emplean aquí con la intención de sugerir una discontinuidad en
el proceso evolutivo. Queremos significar simplemente que en ciertos puntos del
proceso continuo sobrevienen cambios estructurales que originan cambios radicales
de actividad relativamente más numerosos que en otros momentos del proceso.) Si
nos atenemos al cuadro coherente de todo el proceso evolutivo es posible, pues, que
en el futuro este proceso atraviese un nuevo umbral del ser y encuentre más allá
algunas leyes nuevas cuya aplicación surtirá sus efectos. Teilhard afirma que a las
leyes sobre conservación de la energía y degradación de la energía (es decir,
acrecimiento de la entropía) se sumará la ley de reflexión de energía. La
convergencia o reflexión del género humano sobre sí mismo concentrará una energía
radial suficientemente cuantiosa para liberarse por sí misma de la energía tangencial.
Esta ley sobre reflexión de la energía y el nuevo ser originado por ella representarán
el desenlace de todo el proceso y no un aditamento. Sobrevendrán con la misma
naturalidad que lo hicieron la vida y la consciencia introspectiva.
El desarrollo de ese nivel superior del ser en el futuro es conciliable con el postulado
teilhardiano de que la energía radial - sobre la cual no tiene aplicación directa el
principio de entropía creciente - existe en todos los niveles del ser material. Puesto
que el desarrollo del conjunto complejidad-consciencia implica un acrecimiento o
concentración de la energía radial, podrá producirse un cambio cualitativo en el
proceso. Esta transformación es comparable a otras que parecen ser análogas y
pueden tener explicación para el científico físico. Por ejemplo, cuando se eleva la
temperatura de un líquido aumenta también la energía cinética de las moléculas hasta
que en el momento de transformación, es decir, el punto de ebullición, la energía
cinética resulta suficiente para sobreponerse a las fuerzas moleculares que aglutinan
la sustancia en forma líquida. Otro ejemplo: según se ha teorizado, en cierta fase de la
expansión primigenia del Universo las fuerzas gravitatorias sustituyeron a las fuerzas
de energía radiante y suscitaron la formación de las galaxias.
Esos fenómenos donde una transformación provoca cambios de la ley predominante
son bastante comunes en la Ciencia. Ello podría inducirnos a suponer que si el
desarrollo prosigue en el futuro como lo ha hecho durante el pasado, son de esperar
alertas transformaciones, insospechadas hoy día, y, asociadas a ellas, algunas leyes
nuevas, tales como la ley teilhardiana sobre reflexión de la energía.
Una vez más, el escaso desarrollo del concepto «energía» expuesto por Teilhard
presta cierta ambigüedad a su forma de explicar esa transformación. No obstante, si
tomamos como pauta nuestra interpretación de dicho concepto nos será posible
examinar las posibilidades de un cambio en el segundo principio de termodinámica.
El pronóstico del físico que augura un universo de máxima entropía o completo
desorden se basa en diversas hipótesis, de las cuales mencionaremos aquí dos. Se
supone que el Universo es un sistema aislado, o sea, que no hay trasferencia de masa
ni energía dentro del Universo ni entre éste y su exterior. (Un postulado del segundo
principio de termodinámica dice: «La energía disponible del sistema aislado decrece
en todos los procesos reales.») Esta suposición ha sido impugnada por algunos
científicos, quienes niegan la validez del segundo principio; por ejemplo, según se
teoriza con la concepción del Reiser Vanderjagt del Universo, existe alrededor
nuestro pero no en la matriz de nuestro espacio-tiempo, un océano de energía
eléctrica. Allí tiene lugar una transformación continua de esa energía en materia y
viceversa, aunque el proceso de transformación es en sí un misterio. Este proceso se
rige por una ley que, según se ha sugerido, podría identificarse con Dios. Un proceso
semejante reviste indudable interés, puesto que el propio Teilhard ve a Dios como
fuente suprema de toda energía; ahora bien, Teilhard no ve a Dios como un generador
continuo de energía en el sentido antedicho ni opugna la suposición del Universo
aislado.
Una segunda hipótesis incluida en la predicción del físico, presupone que el segundo
principio de termodinámica tendrá una aplicación futura infinita. Esta es
concretamente la hipótesis que hace cavilar e interrogarse a Teilhard; y nos conviene
considerar las consecuencias de tal interrogación. Sin recurrir a los milagros o
cualquier mediación especial divina, ¿qué acarrearía una escapatoria para evadir el
segundo principio de termodinámica?
Como ya hemos visto, la razón fundamental cuando se habla de entropía creciente en
un sistema aislado, es que la energía calorífica no se puede reconvertir
completamente en trabajo. Así pues, una reconversión total y continua de energía
calorífica en trabajo in-validaría el segundo principio de termodinámica. Un cambio
semejante sería universal y fundamental, pero actualmente no hay ninguna evidencia
de que tal cambio puede tener lugar. Aunque, a decir verdad, algunas teorías
cosmológicas sugirieron una reconstrucción de la complejidad, esta reconstrucción se
produciría tras la destrucción y disipación de nuestro universo físico actual. En otras
palabras, la transformación tendría lugar cuando se hubiese hecho realidad el
pronóstico del físico moderno.
Otra posibilidad, también en línea con el postulado teilhardiano - la evolución se
sustraerá a la entropía - es la de que en algún tiempo futuro la evolución conseguirá
seguir adelante sin la intervención de un ordenamiento. Al no ser necesarios más
ordenamientos, tampoco sería necesaria la energía de ordenamiento y por tanto el
proceso escaparía del segundo principio. Para analizar esta idea será preciso
retroceder y elaborar algunos de los conceptos expuestos anteriormente en nuestra
discusión de la energía.
Aunque las partes de un ser complejo continúan funcionando hasta cierto punto con
arreglo a su propia naturaleza, o dicho de otra forma, parecen retener su propia
energía psíquica, hay también en el desarrollo de la consciencia una concentración de
energía psíquica. La actividad de un ser complejo no es aparentemente la sencilla
adición de actividades parciales, sino más bien una unidad de actividad. El ser
complejo actúa como una unidad, y esto es a lo que se refiere Teilhard cuando
menciona la concentración de energía psíquica. Puesto que la energía psíquica no se
distribuye ni disipa por todo el ser complejo sino más bien se centraliza de un modo u
otro, esa energía psíquica se concentra progresivamente a medida que los seres se
hacen más complejos. Esa concentración de energía psíquica se hace más evidente
con el desarrollo del cerebro que es un centro de actividad en los organismos
vivientes, y resulta aún más patente en la raza humana donde el individuo percibe su
identidad y la unidad de sus operaciones. En todo desarrollo conocido hasta estas
fechas, la complejidad parece ser condición necesaria pero no suficiente para el
desenvolvimiento y actuación de la energía psíquica. Como manifestamos antes, si la
propia complejidad depende de la energía psíquica no podrá ser causa fundamental de
esta energía y por ende, tampoco será una condición suficiente. También hemos
afirmado, sin embargo, que, según demuestra alerta evidencia experimental, la
complejidad se hace cada vez menos necesaria como condición para la actividad
psíquica. Las actividades psíquicas superiores del hombre requieren menos energía de
ordenamiento que otras actividades más simples. Si es correcto proponer que hay una
proporción inversa entre la creciente concentración de energía psíquica y la necesidad
de energía ordenadora, entonces será lógico predecir una independencia completa y
suprema de la energía psíquica respecto a la energía de ordenamiento. Tal predicción
sería alertamente conciliable con la idea teilhardiarm de que la evolución es, ante
todo, un desarrollo de la consciencia, y después un desarrollo de la complejidad.
Teilhard explica ese desarrollo hacia la independencia de la energía radial, como
sigue: «...siguiendo su marcha ascendente hacia muy grandes complejos desde su
aparición en los seres, el mismo elemento psíquico" manifiesta en relación con su
matriz de "complejidad» una tendencia creciente a la dominación y la autonomía.
Allá por los orígenes de la vida parece haber sido el foco del ordenamiento (F1) que
engendra y controla en cada elemento individual su correspondiente foco de
consciencia (F2). Pero, más arriba, el equilibrio se invierte. Evidentemente, por lo
menos desde el "umbral individual de la reflexión" - y no antes - es F2, el que
empieza a ocuparse (mediante la "invención») del progreso de F1. Entonces, más
arriba todavía, es decir en los contornos (supuestos) de la reflexión colectiva,
encontramos que F2 se desprende aparentemente de su estructura tiemporoespacial
para reunirse con el foco supremo y universal: Omega».
En los niveles inferiores de evolución, la energía psíquica tiene escaso control sobre
el desarrollo propiamente dicho y está en gran medida a merced de las fuerzas
casuales. Sin embargo, cuando se alcanzan niveles superiores, y sobre todo al nivel
humano, el desarrollo evolutivo se halla mayormente bajo el gobierno de lo psíquico,
y ello prueba, según Teilhard, la autonomía de la energía radial.
Antes mencionamos la ley sobre reflexión de energía que gobernará el desarrollo del
futuro, tal como las leyes sobre conservación de energía y entropía creciente han
gobernado el desarrollo del pasado. La ley sobre reflexión de energía se refiere a la
idea teilhardiana de que el desenvolvimiento de la consciencia se sustraerá a la ley
entrópica en virtud de la reflexión. Aquí la reflexión no tiene relación con la
consciencia introspectiva de la reflexión individual humana, sino más bien con la
convergencia del género humano. Se ve, pues, toda la especie cual una unidad
compleja compuesta por individuos humanos como elementos integrantes. Siendo
una unidad compleja, la propia especie desarrollará cierto tipo de energía radial. En
otras palabras, y como hemos visto anteriormente, las energías individuales de los
miembros no se disipan, sino que se concentran en el proceso de convergencia.
Debe observarse que la propia energía, y por ende la energía radial, acatan el primer
principio de termodinámica, o sea esa zona donde se dice que no es posible crear ni
destruir la energía sino solamente hacerla pasar de una forma a otra.
Consecuentemente, si se eliminara la necesidad del ordenamiento, no correría ningún
peligro la existencia continuada de la energía fundamental.
Conviene dejar bien sentado que el examen anterior sobre la posibilidad y la
naturaleza de una escapatoria respecto a la ley de entropía creciente no debe
confundirse con un pronóstico de tal escapatoria. Las razones para predecir esa
probabilidad de sustraerse a la entropía se encuentran, como ya hemos visto, en el
análisis teilhardiano sobre evolución de la consciencia y, especialmente, de la
consciencia introspectiva.
Para concluir, dejaremos constancia de los siguientes puntos: Primero, Teilhard
aceptó, desde luego, como parte de su fe cristiana, el desarrollo supremo y la
perfección del Universo o al menos de sus elementos humanos. Sin embargo,
creyendo como creía en una coherencia fundamental dentro de la evolución universal
y rechazando toda distinción radical entre materia y espíritu, Teilhard adujo que se
podía predecir y explicar científicamente ese desarrollo supremo. Ni la predicción ni
la explicación se presentan como algo absolutamente infalible. En cierto respecto los
argumentos favorables a la predicción parecen ser más inconsistentes y menos
científicos que el justificante de la transformación que requiere la predicción. No es
irrazonable ni mucho menos poner en duda la continuada validez del segundo
principio de termodinámica, como tampoco lo es, si se considera el realce que da
Teilhard al desarrollo de la consciencia, predecir que la energía psíquica podrá
escapar a su debido tiempo de la ley de entropía. Pero, repitámoslo una vez más: el
hecho de que la energía psíquica pueda sustraerse a la ley en entropía creciente, no
quiere decir que se sustraerá.