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Ética y supervivencia

LA FILOSOFIA EN COLOMBIA Y SU RELACIÓN CON LA


SOCIEDAD

Esta es apenas una pequeña perspectiva en tono de reportaje


periodístico, que busca arrojar al escenario algunos elementos
de reflexión sobre el papel del filósofo en un medio tan
complejo como el colombiano, en el cual se han dado tumbos
entre un momento de abierto predominio del pensamiento
hispánico más rancio y los intentos por hacer que la filosofía
se comprometa con lo social, en un país que tiende a
prolongar un estado de injusticia aupado por los intereses del
neoliberalismo.

La filosofía en Colombia surge de una violenta ruptura: la que


experimentaron los pueblos nativos de América a la llegada de los
conquistadores. Lo que llamamos hoy nuestro quehacer filosófico
nace de un implante brutal que colapsó instituciones sociales,
económicas, políticas y religiosas, asentadas por una tradición
prehispánica a lo largo de toda América. Si la filosofía occidental
moderna se nutre de las fuentes religiosas del cristianismo
triunfante, asimismo el orden social americano se nutre de
unas cosmogonías que terminaron colapsadas con la llegada
de los nuevos amos.

Las inquietantemente llamadas filosofías de “la conquista”,


“colonial”, de “la Independencia”, etcétera, se estructuran bajo la
dudosa mixtura de las garras del vencedor cristiano católico y el
botín del nativo vencido. El pensamiento más auténtico de aquellos
siglos XVI y XVII brotará de las plumas de los frailes que, formados
en filosofía y teología, percibirán y discutirán ante la Corona el tema
de la humanidad puesta en duda por el blanco, de los indígenas y
de los africanos esclavizados. Es ése en principio el tema más
auténtico que la filosofía europea implantada en América recoge en
los debates de Valladolid y que pone en disputatio a filósofos,
encomenderos y Corona.

Lo anterior para demostrar que “el mundo de la vida” permea la


discusión de los pensadores. Ese tema de la humanidad del
indígena y el negro, pone contra la pared no sólo a España sino
además a toda una Europa que se reclama moderna, a pesar de
que mantiene en sus colonias la doble cara de las jerarquías
raciales y la explotación brutal. Hoy, las discusiones son otras;
aunque en su mayoría tengan un cuño europeo, se originan sobre la
tensión de esas otras subjetividades no europeas que se integran a
los procesos de la modernidad.

En este panorama, ¿tiene algo por decir la filosofía acerca de la


historia y la coyuntura colombianas? Esta pregunta resulta
problemática debido a que un conocimiento como el filosófico se
encuentra asociado al de los grandes pensadores cuyo contexto
histórico resulta europeo, central y hegemónico, ante un entorno
como el nuestro: latinoamericano, periférico y hegemonizado. El
canon filosófico que estudiamos desde hace varios siglos es el
europeo; el resto, es subsidiario, se trata de los residuos que
reposan en los lugares menos visibles de las bibliotecas.

Existe otro aspecto problema: una prolongada separación entre el


mundo de la academia y el mundo social. Para bien y para mal, la
escuela universitaria tiene todavía un margen de autonomía que
permite suspender y parar las coyunturas del presente en las
puertas de los salones. Se supone que, en el interior de las clases,
para hacer científicamente algo sea indubitable que se proceda
únicamente mediante la teoría, tal como lo señaló Levy Strauss.
Esa teoría, aunque universalista, está teñida de lugares: la Atenas
de Sócrates y los sofistas pero también de Pericles, de los tiranos,
el París de la Revolución Francesa, Weimar, la Alemania prefascista
del Instituto de Estudios Sociales de Frankfurt; lugares que
configuran un “mundo dominante” en términos del conocimiento.

Un tercer aspecto que se debe tener en cuenta es cómo


generalmente la vida del estudioso de la filosofía pasa por unas
etapas: en principio, el conocimiento general del canon, luego la
profundización en un pensador especial, aclarando que apenas se
alcanza a aruñar una mínima parte del plexo total de los grandes
filósofos del canon. Apenas se ha realizado esa profundización, el
estudioso de la filosofía descubre que su aspiración de conocer a
un pensador desde un segmento le produce más desaliento que
satisfacción, debido a que comprenderlo en su totalidad significa
una vasta tarea. En los empeños anteriores se gasta la mayor parte
de la vida. Su aspiración de fondo, que pudiera haber sido la
producción de una descripción, una interpretación o un sistema
propio, queda prácticamente sepultada. En la mayoría de los casos,
los estudiosos de la filosofía, por lo general los propios profesores
de filosofía, por toda la existencia terminan siendo comentadores de
textos, una noble, modesta e importantísima labor que rara vez
mueve aquello que fue señalado anteriormente: la separación entre
el mundo de la academia y el mundo social concreto.

Vida reflexiva y vida activa

Desde tiempos de Platón, la discusión entre una vida activa y


una vida reflexiva estuvo al orden del día entre los fundadores
del pensamiento occidental. El filósofo ha sido
tradicionalmente quien reflexiona, mas no quien toma las
decisiones. En el mito del Rey filósofo sugerido por Platón o en el
papel transformador de la filósofa defendido en los marxistas, se
evidencia esa tensión del pensamiento entre conocer las cosas del
mundo e ir directamente a la arena del mundo y enfrentarse con
éste. El marxismo logra aterrizar la teoría en la acción debido a que
su estudio central son las relaciones sociales de producción a
través de la historia, pero esto no resulta del todo posible en
campos filosóficos de otro tipo, donde existe el riesgo de terminar
haciendo sociología.

Desde sus orígenes mismos, los filósofos son afectados y


polemizan con el medio que les toca en vida. La tiranía en Atenas,
la Iglesia durante la Edad Media, o los gobiernos de las
monarquías y las aristocracias durante la Edad Moderna. En el
Nuevo Mundo, frailes como Bartolomé de las Casas o Sahagún o
Montesinos polemizaron con argumentación filosófica acerca de la
negada humanidad del indígena y del esclavo. Más recientemente,
dos pilares de la filosofía contemporánea, Habermas y Derrida,
entran en una discusión acerca del nuevo fantasma que recorre el
planeta global: democracia y terrorismo (1)

Esa impronta del filósofo comprometido con el devenir de la realidad


suscita la desconfianza de regiones enteras de pensadores que
miran con perspicacia ese supuesto compromiso. Heidegger
sostuvo que la mejor decisión era no tomar decisiones. Su
maestro, Husserl, mantuvo con la filosofía una actitud que
caracteriza a la fenomenología: el filósofo suspende la
actividad sobre la realidad, suspende el juicio para desde allí
tener una actitud eminentemente contemplativa.

En Colombia, esa supuesta tensión entre teoría y praxis ha estado


en el orden del día. Hemos tenido un campo de la filosofía pura –el
escenario propio donde el pensar se confronta consigo mismo– y
otro campo más emparentado con el llamado “Mundo de la vida”,
donde se examinan los problemas del país, de la ciudad, del
continente. El mundo de la filosofía pura tiene que ver con un
saber teorético donde, por decirlo de cierta manera, el
pensamiento se piensa a sí mismo.

Desde el período de la Colonia hasta el final de la “hegemonía


conservadora” durante los años 20 del siglo pasado, el estudio
de la filosofía fue dominado por los manuales, la mediación de
Santo Tomás y el prolongado control de un pensamiento
español que desde la Reforma hasta la caída del franquismo
experimentó un señorial desprecio por la modernidad. En
síntesis, no eran a Platón o Aristóteles a quienes leían en
Colombia; se trataba de la tercería contrarreformista e ibérica
que impuso su visión. En los años 30 y con el regreso de los
gobiernos liberales, aparece en Colombia la filosofía del Derecho de
Kelsen y la influencia de la corriente neopositivista. La aparición de
un Instituto de Filosofía en la Universidad Nacional reúne a nombres
provenientes de ámbitos del Derecho: Luis Eduardo Nieto, Rafael
Carrillo, Abel Naranjo Villegas. Sin duda, el aporte ofrecido por el
Instituto de Estudios filosóficos de la Universidad Nacional
contribuyó a cuestionar la herencia de un pensamiento colonial.
Danilo Cruz Vélez (2) aparece como la figura señera en la
normalización de los estudios filosóficos en el país. A comienzos de
los años 50, Cruz Vélez viaja a Friburgo donde, recién terminada la
Segunda Guerra Mundial, Heidegger era rehabilitado y en torno a
su figura se construía un culto intelectual que todavía domina en
nuestro tiempo. Hacia los años 60 arriban a Europa algunos
representantes de una generación de estudiosos que a su regreso,
en los años 70 y hasta nuestros días, han contribuido a la
introducción en Colombia de las corrientes fenomenológicas y de la
Teoría Crítica: desde el legendario Rafael Gutiérrez Girardot, muerto
en Alemania, hasta Daniel Herrera (3), que han indagado a la vez
sobre el tema de unas categorías de razón desde la perspectiva
latinoamericana. Guillermo Hoyos (4), Rubén Jaramillo (5), Luis
Enrique Orozco, que introduce la corriente de Althusser en los
estudios marxistas en Colombia, o Rubén Sierra con su interés por
las filosofías analíticas.

En ciudades intermedias del país como Cali, y bajo el ambiente de


las luchas políticas y los debates internacionales –Guevara, Mao,
Trotsky–, se dan a conocer los escritos de Mario Arrubla y
Estanislao Zuleta (6). Este último fue una figura al margen de la
academia filosófica más institucional que construyó su universo
reflexivo pensando a la luz de categorías como el conflicto. En sus
conferencias existe una abierta aspiración de interpretar el país, lo
cual le lleva a salirse de los rigores disciplinares de la filosofía, así
como a gravitar en otras corrientes como la economía, la historia, la
sociología. Posiciones suyas frente al Estado mantienen todavía
una actualidad que invita a pensarlas: “Cuando hablo de un
Estado fuerte, no quiero decir más militarista sino todo lo
contrario. Los Estados totalitarios son tan débiles que tienen
miedo hasta de un artista que pinta distinto; hasta a los poetas
los meten a la cárcel... Un Estado fuerte, por el contrario, es un
Estado en el que el ciudadano puede estar tranquilo aun
cuando se halle en desacuerdo con él y que, sin embargo,
estando en desacuerdo con el gobierno, con el Estado, pueda
apelar a su normatividad para los debates que tiene en la vida
civil. Es decir, que abra un espacio para que la diferencia de
intereses pueda debatirse en la legalidad sin pasar a la
violencia. Ese es un Estado fuerte”(7).

Desde la perspectiva de Pedro Juan Aristizábal, investigador en


fenomenología de la Universidad Tecnológica de Pereira, la actual
realidad colombiana está todavía atada a un siglo XIX que al
parecer no hemos enterrado, muy a pesar de que nos encontremos
en el siglo XXI. Uribe versus “Tirofijo”, “Paracos” versus
“Guerrilleros”, ejemplifican la continuación de unas guerras civiles
que siguen asolando a una nación que no termina de estructurarse,
partida entre un mundo rural cuya tierra continua concentrada en
muy pocas manos, y una ciudad de desplazados, desempleados,
emigrantes. Guillermo Hoyos expresa un diagnóstico cultural de la
sociedad colombiana cuando afirma: “Desde la primera campaña
presidencial de Álvaro Uribe, el protofilósofo de seguridad
democrática, José Obdulio Gaviria, se inventó, con aquella
originalidad fantasiosa que lo caracteriza, el metarrelato de que en
Colombia no hay conflicto; lo que hay es una manada de bandidos,
es decir, terroristas, que le tienen declarada una guerra al Estado
colombiano, a la Patria. Este imaginario llevó a la política del
gobierno de Uribe I y Uribe II a consumirse en seguridad
democrática; en ella se inmoló un sentido de política” (8). Para
Numas-Armando Gil, profesor de la Universidad del Atlántico y
quien durante años ha explorado entre las voces de nuestros
pensadores nacionales, no existe en el país algo que se pudiera
llamar “compromiso del filósofo con la sociedad”. El mayor o menor
compromiso se hace desde la academia, donde hay abundancia de
posturas que oscilan entre todos los cromatismos de corrientes
liberales, las cuales abundan en el ámbito nacional. También existe
un grupo contestatario desde lo social y político, como Manuel
Guillermo Rodríguez con su texto Filosofía política Al Sur, los textos
del profesor Rubén Sierra sobre la crisis colombiana, o el problema
de la ciudadanía, de la ciencia y la sociedad que Hoyos ve con los
ojos del Habermas.

Es frecuente en Colombia, para Numas-Armando Gil, encontrar


repetidores excelentes del discurso del amo, desde Gutiérrez
Girardot hasta Ramón Pérez Mantilla; buenos comentaristas de la
filosofía política en el caso de la Universidad del Valle, así como los
fenomenólogos de la Universidad Pedagógica y los neoliberales de
la Universidad de los Andes, que con algunas excepciones tratan de
mirar el país desde una posmodernidad marxista, como De Zubiría.
Según Carlos Carvajal, profesor de filosofía de la Universidad
Tecnológica de Pereira, una sola explicación de nuestra coyuntura
no es en absoluto exhaustiva. Lo real es real debido a que es
precisamente síntesis de múltiples determinaciones. La realidad
implica una superposición de ámbitos, los cuales pueden ir de la
economía al psicoanálisis. Esta última disciplina puede ayudarnos
en la explicación del atractivo que ejerce la figura de Álvaro Uribe
para muchos colombianos: no hemos tenido un padre, mientras la
madre resulta la figura dominante. Lo anterior nos marca porque no
tenemos quién nos castigue sino aquel que nos instala en el goce.
Uribe resulta, pues, un hombre dispuesto a decir lo que no se hace
y lo importante es que el hijo comprenda aquello que se debe y no
se debe hacer.

Pero sigue flotando en el ambiente la inquietud acerca del papel


que pueda tener la filosofía en la sociedad colombiana y
latinoamericana. Es un deber para el filósofo comprender de la
mejor manera posible la gran tradición proveniente de Europa, pero
esa tradición tendrá nuevos frutos cuando se contraste el conflicto
con la violencia estructural que nos desangra, o las aspiraciones
individuales de felicidad con el significado de la equidad y la justicia
en una sociedad en extremo desigual. Esa síntesis entre política y
saber resuena como un mensaje en una consideración del gran
pensador colombiano Rafael Gutiérrez Girardot: “Lo que puedo
decirles a los estudiantes colombianos es que para satisfacer la
pasión intelectual deben tener precisión, fundamentación,
coherencia; esto por una razón muy práctica, y es que a nosotros
los profesores e intelectuales, y a los estudiantes, nos desprecian,
pero sin nosotros no podría existir la República” (9).

Universidad y filósofos

La academia ha sido por antonomasia el lugar tradicional para


la vida y el florecimiento del pensar filosófico. Esto a pesar de
que algunos de sus grandes representantes, Nietzsche,
Foucault, Benjamin, hayan padecido su dogmatismo o
elaborado su obra en los márgenes de ésta.

La universidad colombiana sigue padeciendo en nuestro tiempo la


dificultad de poder comunicarse con la realidad social o adaptar en
su lenguaje las subjetividades sensibles, visuales, nómadas, de las
nuevas generaciones de jóvenes. Igualmente, para los gobiernos,
parece que el problema de la relación universidad-sociedad
quedara circunscrito a la relación universidad-empresa o, en
términos más específicamente neoliberales, universidad-
mercado.
Guillermo Hoyos escribió sobre cuatro momentos de la universidad
moderna colombiana: una universidad modernizadora en los años
40 y 50; luego, una universidad revolucionara, influida por el
llamado espíritu de los 60; después, una universidad investigadora,
y más tarde una universidad política (meterle política partidista a la
universidad) en la tendencia más neoliberal de la palabra.

La crítica de Hoyos se orienta en el sentido de que ninguno de esos


proyectos de universidad ha cumplido las expectativas en la
formación de un ethos universitario. La universidad modernizadora
creyó que el problema del país consistía en la formación de cuadros
para una Colombia medianamente industrializada. La universidad
revolucionaria cayó en un dogmatismo excluyente, a pesar de que
en palabras del propio Hoyos evoquemos con cierta nostalgia ese
modelo, tal vez por haber sido el más cercano a una lectura de
solidaridad y compromiso crítico con nuestra cultura. Mientras tanto,
la universidad científica fue presa de un narcisismo que aisló la
producción académica, y al académico mismo, de la realidad
colombiana. Como lo escribe Hoyos, se acentúa la ruptura con una
sociedad que ya comenzaba a desconfiar de la academia, y hasta
quisiera a veces prescindir de ella.

Esta visión de aislamiento prolongado de nuestra formación


superior se hace evidente cuando se piensa en el gran número de
profesionales que, como bien considera Patricia Noguera, son
eficientes pero no pensantes. Exitosos pero no respetuosos del
ambiente, de la vida y de los seres humanos (10).

Nuestra universidad no logra valorar igualmente lo social y lo ético


con lo técnico. La preocupación por esto último, en el marco de una
cultura de la competitividad que parece angustiar profundamente a
las directivas de las instituciones de educación superior, ha
terminado instaurando acríticamente una cultura de la globalización
y de los mercados en la academia, en detrimento de una cultura de
los derechos humanos y de los perentorios compromisos con la
justicia social, y no simplemente con la pragmática idea de felicidad
individual que parece estilarse en cada nuevo cartón que otorgan
las academias superiores.
Si bien la propuesta de Guillermo Hoyos de una ética de la
sociedad civil constructora de ciudadanía y de responsabilidad ha
estado presente durante los últimos 18 años en las universidades
colombianas a través de cátedras de ciudadanía y de programas en
los cuales se aboga por la integración de saberes, al parecer se
trata de una propuesta externa, casi de prestigio y de adorno, que
no rompe la dura coraza empresarial que hoy impregna toda
propuesta de transformación social elaborada desde las élites, y
que en últimas mantiene la idea de imponer el discurso de la razón
al servicio de la eficiencia, así como la defensa del orden
establecido.

Los últimos seis años ofrecen en Colombia el panorama de una


universidad pública que paulatinamente se pierde, se reduce,
adquiriendo la forma propuesta por las ideas hegemónicas
dominantes. Mientras la inversión militar crece, las universidades
pelean por nuevos recursos a partir de una cultura de indicadores
de productividad que señala la manera de lograr hoy los apoyos
para la investigación.

Los filósofos tienen, entonces, más que nunca, la tarea histórica de


hacer filosófica la universidad. ¿Hacia qué objetivos nos están
lanzando? ¿Podemos resistir? ¿Qué tipo de resistencia ejercer sin
caer en las nostalgias de la universidad de los 70 pero nutriéndose
también de sus esperanzas? ¿Pueden aún la universidad y la
filosofía ayudar a una configuración más justa del mundo o es
definitivamente un apéndice donde se reproduce un mundo cuyas
decisiones de fondo ya están tomadas?
Si el diálogo entre contrarios y la comunicación propuestas por
Habermas tienen todavía vigencia en la universidad, también la
sorpresa, lo inesperado, lo imposible, pueden ser un imperativo.
Como bien lo señalaba Benjamin en las Tesis acerca de la historia,
lo inesperado y salvador puede entrar por una puerta muy pequeña.

Fuente primaria: Conversaciones con los profesores Carlos Alberto


Carvajal y Pedro Juan Aristizábal, de la Universidad Tecnológica de
Pereira, así como Numas-Armando Gil, de la Universidad del
Atlántico, y Guillermo Hoyos Vásquez.
1 Giovanna Borradori, La filosofía en la época del terror. Diálogos
con Jürgen Habermas y Jacques Derrida, Buenos Aires, Taurus,
2004.
2 Autor de Filosofía sin supuestos, 1970; Aproximaciones a la
filosofía, 1977; De Hegel a Marcuse, 1981; Nietzscheana, 1982; La
técnica y el humanismo, 1983; El mito del rey filósofo, 1989.
3 Autor de La democracia, una verdad y un valor ético en
construcción, El derecho a la vida y El derecho al trabajo.
4 Autor de Filosofía de la educación, Edit. Trotta, Madrid, 2008.
5 Autor de Colombia: la modernidad postergada. Argumentos, 2ª
edición, Bogotá, 1998.
6 Autor, entre otros, de Elogio de la dificultad y otros ensayos
(Hombre Nuevo Editores), y Conferencias sobre historia económica
de Colombia; Comentarios a: Introducción general a la crítica de la
economía política de Carlos Marx.
7 Numas, Armando, Gil, Reportaje a la filosofía, Estanislao
Zuleta, responsabilidad social del intelectual y otras
responsabilidades, Editorial, Papiro Inicial, Bogotá, 1993.8 Prólogo
a Historia de las ideas políticas en Colombia, Instituto Pensar).
8 Prólogo a Historia de las ideas políticas en Colombia, Instituto
Pensar.
9 Entrevista de Numas-Armando Gil.
10 “Visión de filósofos y literatos sobre el devenir de la
Universidad”, Universidad de Manizales, maestría en educación,
2006,
http://correo.umanizales.edu.co/tesis/MaeEEdudo/vision%20de%20f
ilosofos%20y%20literatos%20sobre%20el%20devenir%20de%20la
%20niversidad.htm.

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