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Nuestro Dios es el Dios de la Palabra porque ella es lo más propio del ser humano
pero también lo más distintivo de Dios. Por la palabra Dios creó todo y Él mismo
se ha presentado como la Palabra hecha carne (ver capítulo 1 del Evangelio de
San Juan).
Al centro de la Palabra está el mismo Señor Dios de cielos y tierra que siempre
nos está invitando a la conversión, es decir, a responder a su amor infinito y
misericordioso con la acogida de su presencia y su mensaje y a mantenernos
vigilantes en este propósito. Qué bueno que como el salmista del salmo 119
(elogio de la ley divina) nosotros viviéramos desvelados por acoger y llevar a la
práctica la Palabra Sagrada.
Nuestro Dios es un Dios que habla nos dice el documento de la Verbum Domini y
su palabra está dirigida al corazón humano pues es allí donde se genera lo que da
fuerza a la vida de cada persona, pero también está dirigida a la mente para
revelar los misterios escondidos en la creación y en la historia. Con razón se dice
que la Palabra del Señor es luz para nuestros pasos, lámpara que ilumina nuestro
sendero (Salmo 119,105).
Sea esta otra ocasión para recomendar la lectura orante de la Sagrada Biblia: en
familia, en grupos de oración, en los grupos apostólicos, en el encuentro de
amigos y compañeros de trabajo, y también en el silencio y la intimidad de nuestra
habitación. Permitamos que el Señor siga hablando al hoy de nuestras vidas y que
así en cada uno de nosotros continúe la Historia de la Salvación.