You are on page 1of 6

Excmo. Sr.

Vicerrector Magnífico
Ilmo. Sr. Decano de la Facultad de Humanidades
Ilmo. Sr. Director del Departamento de Humanidades
Sres. Profesores
Compañeros, amigos, padres, Sras. y Sres.:

Esto no es una despedida, aunque lo parezca. Es curiosa la contradicción


que hoy se da en este salón de actos. Contradicción porque las despedidas
suelen ser tristes, pero hoy aquí estamos celebrando que hemos terminado una
etapa en nuestra vida, y las celebraciones suelen ser motivo de alegría. El mundo
tiene estos engaños. Una cosa puede ser otra y al revés. Un abrecartas puede
ser un puñal. Un beso puede ser una puñalada de amor, un amor de mentira. El
mundo en el que nos movemos a diario oscila entre la realidad y la fantasía, la
realidad que supone el día a día, con sus clases y sus exámenes, y la fantasía
que supone soñar con el futuro que nos espera cuando abandonemos esta
facultad. Y muchas veces es difícil decantarse por la realidad cuando la fantasía
es mucho más llevadera.
Esto no es una despedida. Debería ser un hasta la vista: un hasta luego
que se tradujese en una cita que nos obligase a volvernos a ver dentro de unos
años. De ese modo, con una perspectiva distinta, la que ofrece el mercado
laboral al que dentro de muy poco nos enfrentaremos, podríamos entrar a valorar
con justicia lo que para nosotros han supuesto estos años. Han sido tres largos
años en los que hemos aprendido muchísimos conceptos y teorías, pero que
sobre todo, han contribuido a conformar en nosotros un espíritu crítico que
acompañará todas nuestras acciones futuras, distinguiéndonos por encima de
aquellos que han pisado otras aulas en otras facultades. Sólo así demostraremos
que hemos pasado por la universidad y que la universidad no ha pasado por
nosotros.
Dentro de muy poco nos separaremos: lo haremos sin traumas y sólo unos
pocos seguiremos en contacto. Es ley de vida: resulta imposible congeniar con
todo el mundo y también es imposible seguir en contacto cuando la distancia y
las obligaciones profesionales o personales desunen a las personas para
siempre.
Pero esta no será una despedida triste, al menos no debería serlo, porque
hoy también estamos de enhorabuena. De enhorabuena porque hoy celebramos
1
que somos casi diplomados, que nos faltan unos pocos días o quizás meses para
obtener un diploma por el que tanto hemos luchado. Por eso hoy estamos de
enhorabuena, porque hoy vamos a hacer realidad lo que esperábamos conseguir
desde el día que decidimos matricularnos en esta carrera de nombre difícilmente
pronunciable: Biblioteconomía y Documentación.
Y eso me lleva a contarles una pequeña historia, una historia que
comienza en el año 1999 cuando cerca de 60 estudiantes llegados de muchos
lugares distintos, de orígenes quizás diferentes, decidieron embarcarse en un
proyecto común. Porque todos aquellos jóvenes decidieron que lo suyo era el
mundo de la información, en cualquiera de las variantes posibles. Y para ello se
matricularon en una facultad cuyo nombre despistaba, pero que albergaba en su
interior a gente que compartía con ellos un mismo plan de estudios. Hoy ni
siquiera podríamos decir eso, porque desde este año se ha puesto en marcha un
nuevo plan que promete ser mejor que el anterior, subsanando las carencias que
el primero apuntaba. Esperemos que no ocurra lo que anunció Fellini, que “a
veces algo tiene que cambiar para que todo siga igual”.
Aquellos jóvenes se unieron en pequeños grupos, cuyos miembros con
ligeras variaciones, se han mantenido fieles hasta el final. Una lástima que a
algunos de nosotros nos hayamos conocido al final de nuestro recorrido.
Después de aquel primer año llegó el segundo. Apenas sí se notaba la
diferencia. Bueno, habíamos cambiado de clase y las asignaturas e incluso los
profesores eran distintos, pero lo cierto es que en el aire se respiraba un
ambiente de continuidad que a veces se antojaba insoportable.
El curso 2001-2002 fue distinto. Para algunos, teníamos ya cara de
alumnos de tercero, quizás porque habíamos asumido que nos marchábamos,
que esto se acababa sin que hubiéramos tenido demasiado tiempo para disfrutar
de la vida universitaria Aquel curso será siempre de fácil recuerdo para los que
ejercíamos (y todavía ejercemos) de alumnos universitarios. No eran los años 60
en los que ser rebeldes era casi una obligación necesaria, pero dimos muestras
de que el espíritu del 68, quizás porque lo habíamos heredado de los genes de
nuestros padres, seguía intacto, o casi. Aquel año salimos a la calle a protestar:
lo hicimos por muchos motivos, pero la LOU, la tan famosa y manida LOU nos
unió a todos los universitarios de España. Por encima de portales y de redes que
pretenden unirnos virtualmente, un sentimiento de rechazo ante una política
quizás mal explicada o mal interpretada, nos obligó a dar nuestra opinión. En la
2
mente de todos, la gran manifestación de Madrid en la que por vez primera se vio
a miles de universitarios unidos por encima de clases, de condiciones sociales,
de estudios o de cualquier otro elemento. Al final, pasó lo de siempre: las buenas
ideas acaban quedándose en eso, en buenas ideas. Veremos en el futuro que se
ha hecho con la LOU y sólo el tiempo determinará quién tenía la razón.
Pero no todo ha sido protestar. Este año hemos podido por fin acercarnos
con conocimiento al mundo laboral. Las experiencias han sido francamente
positivas: todos hemos podido determinar con cierta claridad que queremos
hacer cuando obtengamos ese ansiado título que ya casi tocamos con los dedos.
Durante más o menos un mes, nos hemos alejado de la rutina de la facultad y
hemos aplicado aquello que aquí hemos aprendido. No ha sido durante mucho
tiempo (ésa es la cruda realidad), pero nos ha permitido relacionarnos con el
mundo al que queremos dedicar el resto de nuestras vidas. Con un poquito de
suerte y siendo un pelín egoístas, nos merecemos aspirar a poder dedicarnos a
lo que queramos. El futuro será sólo de aquellos que sepan jugar sus cartas y
aspirar a lo que consideren mejor, porque sólo así conseguirán algo al final del
camino.
A lo largo de estos años, algunos se han quedado en el camino. También
es verdad que otros se han ido incorporando. Por cierto, me han dicho que
siguen buscando a Gepeto del Río para que vaya a matricularse, así que si
alguien le conoce que por favor avise en Secretaría.
Ya en serio, hoy más que nunca debemos acordarnos de ellos, de aquellos
que dentro y fuera de las aulas nos han acompañado en nuestro camino y han
asumido como si fuera suyo nuestro objetivo final. A todos ellos, a los que están y
a los que ya se han ido, a los que han venido hoy aquí y a los que nos esperan
en casa, gracias por vuestro apoyo. Sin vosotros, sin aquellos a los que
queremos y con los que celebramos nuestros pequeños triunfos o nos refugiamos
cuando tropezamos, cualquier pequeña victoria carece de sentido. Compartirlo
con vosotros es hoy nuestro deseo y por vosotros estamos hoy aquí reunidos.
También es necesario agradecer a nuestro padrino su asistencia hoy aquí.
A pesar de que nos hicieron saber lo apretado de su agenda, sobre todo a final
de curso, podemos disfrutar hoy de la presencia del profesor de la Universidad
Carlos III de Madrid, don José Antonio Moreiro. Era para nosotros casi una
necesidad ponerle rostro a aquel de quien tanto hemos aprendido y a quien tanto
hemos leído, y a quien seguiremos leyendo con sumo placer, porque no hay que
3
olvidar que nuestro aprendizaje no ha acabado aquí. Pensarlo sería una locura,
porque nunca hay que dejar de aprender. Y no podemos dejar de lado que a
veces quien menos lo pensamos nos está dando las mayores lecciones de
nuestra vida. Así que reiniciemos el mundo cada día aprendiendo algo nuevo.
No podemos tampoco dejar de agradecer a la profesora Carmen Pérez
Pais que aceptara en tan poco tiempo nuestro ofrecimiento para presentarles a
nuestro padrino de promoción. Éramos y somos conscientes de la difícil tarea que
supone presentar a una persona que aunque para nosotros era tan familiar,
ignorábamos si para el resto lo sería. Por ello, muchas gracias en nombre mío y
de mis compañeros.
No sé si se han dado cuenta, pero en este repaso a lo que para nosotros
han supuesto estos años de facultad nos falta un elemento importantísimo por
nombrar: nuestros profesores. De ellos ha dependido nuestra formación. De lo
que nos hayan enseñado o transmitido dependerá seguramente nuestro futuro y
el buen nombre de la facultad de la que venimos. Aunque es verdad que lo que
sabemos de esta Ciencia es gracias a vosotros, no es menos cierto que nuestros
posibles fallos o carencias serán defectos arrastrados desde la carrera. Porque
no podemos obviar que nuestros errores como alumnos quizás, y sólo quizás,
sean en parte vuestros fracasos como profesores. Siendo conscientes de que
vosotros cada día os enfrentáis a un examen diario ante nosotros, vuestros
alumnos, os dedicamos esta pequeña fábula con la que pretendo acabar mi
intervención. Se trata de un breve cuento, con el que se pretende glosar a Gianni
Rodari y a Carlos Casares. Ambos sabían hacer de pequeñas anécdotas grandes
historias. Espero no aburrirles, aunque soy consciente de que en parte sólo quien
ha convivido con nosotros cada día sabrá sobre qué estamos hablando. Tengan
presente que en estos últimos tres años, más de la mitad del tiempo lo hemos
pasado en esta facultad. Sólo el tiempo dirá si el esfuerzo y el sacrificio, sobre
todo para los que llegamos aquí desde muy lejos, habrá o no merecido la pena.
Érase una vez una facultad pequeña situada en una ciudad pequeña,
antaño puntera en la industria naviera y hoy día aspirante a ser lo que quizás
nunca llegase a ser. En aquella facultad, de profunda herencia militar pero de
diseño futurista, convivían a diario alumnos, profesores y personal administrativo
y de servicios. Rodeados de ingenieros navales y oceánicos y de aspirantes a
enfermeros y podólogos aquellos estudiantes, quizás animados por las
expectativas laborales o por sus gustos personales, habían escogido una carrera
4
desconocida para muchos: Biblioteconomía y Documentación. Aquellos jóvenes
constituían la IV promoción de aquellos estudios, una promoción ni mejor ni peor
que las anteriores. Quizás diferentes y probablemente no mejores, pero nunca
peores. Simplemente diferentes a las anteriores y futuras promociones.
El caso es que según cuentan, en una ocasión alguien retó a aquellos
alumnos a que no serían capaces de elegir cuál de los profesores que les habían
dado clase era el mejor: aquel cuya ausencia se notaba y cuya presencia se
festejaba. Sin duda el reto era atrayentemente complicado, sobre todo porque
suponía juzgar con cierto criterio a aquellos con los que convivían a diario pero
que apenas se habían atrevido a conocer. Pero aceptaron el reto y se pusieron a
debatir. A priori establecieron unos criterios de evaluación que sólo ellos
conocían. Entre ellos, se recuerda como valores positivos la cercanía al
alumnado, el poseer dotes de mando, una gran experiencia previa, el facilitar el
estudio de sus asignaturas, evitar las clase monótonas, dotar a sus clases de un
contundente aparato bibliográfico etc. Al hacerlo, se dieron cuenta de dos cosas:
que estaban juzgando a sus profesores en base a la imagen que sobre ellos
proyectaban a diario, y de que inconscientemente estaban haciendo balance de
lo que allí habían aprendido. Fruto de sus deliberaciones y en honor a
Ranganathan, elaboraron un decálogo. Aquel decálogo contenía los principios de
supervivencia que todo estudiante futuro de Biblioteconomía y Documentación de
Ferrol debía tener presente si quería salir airoso del envite. Pensaron que sólo
así, ejerciendo de experimentados ex alumnos evitarían hacer en el olvido y ser
recordados para siempre por aquellos con los que habían convivido. Aquellos
principios eran los que se enumeran a continuación:
1. Amarás la biblioteconomía y las ciencias afines sobre todas las cosas,
porque es como un cesto de cerezas: es imposible sacar una sola,
siempre salen varias entrelazadas.
2. No utilizarás abreviaturas propias, sólo las aceptadas
internacionalmente, como que análisis documental se abrevia a. d.
3. Santificarás las clases prácticas, las visitas culturales y las prácticas
externas.
4. Honrarás y saludarás siempre a tus profesores y a la inversa.
5. No criticarás a los que saben más que tú, porque siempre saldrás mal
parado.
6. No disimularás tus errores y aprenderás a disculparte.
5
7. No hurtarás contribuciones ajenas ni parafrasearás a otros.
8. No dirás que existen idiomas aplicados a la Biblioteconomía, que existe
la catalogación asistida por ordenador y que las nuevas tecnologías
son necesarias en tu formación, sobre todo las bases de datos
especializadas o los Sistemas integrados de gestión bibliotecaria.
9. No acudirás nunca a clase sin tu material de trabajo, sin tu código
catalográfico y sin tu CDU.
10. No codiciarás lo que se imparte en otras facultades.
Estos 10 principios se encierran en dos, que hemos asumido como emblemas de
nuestra promoción: “A información é poder” e “O tempo é diñeiro”.
Tras deliberar durante semanas, cuentan quienes estuvieron allí presentes
cómo aquellos estudiantes reunidos en comunal asamblea decidieron que todos
los que les habían dado clase eran buenos, pero que ninguno destacaba más
que los otros para merecer el honor de ser distinguido como el mejor por encima
de los demás. Y fue así como decidieron seguir siendo diferentes y dejaron en
manos de las siguientes promociones aquella difícil decisión. Dejaron que fuesen
otros porque a ellos les esperaban en otras facultades nuevos profesores de los
que aprender y respetar, ya que aquí no podían seguir formándose en aquello
que les unía: la biblioteconomía y documentación. Y es así como esta fábula se
termina, teniendo presente que quien les ha hablado no es más que un trovador y
mensajero, al servicio de 30 cabezas bien pensantes que no quieren dejar de
lado la oportunidad de reiterar la petición de una licenciatura en documentación
para Ferrol, porque puede que no nos la merezcamos ni nuestros profesores
tampoco pero, ¿quién es nadie que no nos conoce para juzgarnos?. Mediten
sobre ello, les hará bien.

You might also like