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CAPITULO I

DE LOS SIMBOLOS Y LA SIMBOLICA


Todos los seres y las cosas expresan una realidad oculta en ellos
mismos, la cual pertenece a un orden superior, al que manifiestan, y son
el símbolo de un mundo más amplio, más realmente universal, que
cualquier enfoque particular o literal, por más rico que éste fuese. En
verdad la vida entera no es sino la manifestación de un gesto, la
solidificación de una Palabra, que contemporáneamente ha cristalizado
un código simbólico. Ese es el libro de la vida y del universo, en el que
está escrito nuestro nombre y el de todos los seres y las cosas, y los
distintos planos en que conviven y se expresan, comunicándose
perpetuamente, interrelacionándose entre sí a través de gestos y
símbolos. La trama entera del cosmos es en verdad un símbolo que cada
una de sus partes expresa a su manera.

Y si toda la manifestación es simbólica y el universo un lenguaje, un


código de signos, nosotros somos también símbolos y conocemos y nos
relacionamos a través de ellos. Todo pasa entonces a ser significativo y
cada cosa está representando otra de orden misterioso y superior a la que
debe la vida, su razón de ser.1 Entonces los símbolos están vivos y
emiten sus mensajes, e interactuando los unos con los otros también
reciben y retransmiten innumerables señales y constituyen grupos,
conjuntos, señales o estructuras de los que son parte. Los indefinidos
códigos simbólicos están manifestando un sólo modelo universal, la
arquitectura de la tierra y el cielo, encuadrada en los límites del espacio
y del tiempo.

Son pues inevitables, consubstancial es al ser humano. Y ellos, como los


gestos, generan el enmarque en que nos hallamos, promoviendo todas las
acciones, no sólo las que han pasado y las futuras, sino las del presente,
las del ahora mismo. Si con el lenguaje pueden nombrarse todas las
cosas, todas las cosas están implícitas en el lenguaje. Si lo numerable
tiene signo, en esos signos está toda la posibilidad de lo numerable.
Gracias al símbolo nos revelamos a nosotros mismos, pues merced a éste
se forma la inteligencia, se crea nuestro discernimiento y se ordena la
conducta. Pudiera decirse que él es la cristalización de una forma
mental, de una idea arquetípica, de una imagen. Y al mismo tiempo su
límite; lo que posibilita el retorno a lo ilimitado a través del cuerpo
simbólico, que permite así las correspondientes transposiciones

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analógicas entre un plano de realidad y otro, facultando el conocimiento
del ser universal en los distintos campos o mundos de su manifestación.
Ya que expresa lo desconocido por su apariencia sensible y conocida.

El símbolo conforma de continuo lo preexistente, establece una perpetua


conexión con nosotros mismos y una vinculación constante con el
cosmos, del que es solidario. El gesto simbólico, o el rito cósmico, es la
permanente posibilidad del reciclaje del ser y de la cadena de los
mundos. Es revelador, siempre da a conocer algo. Tiene también poderes
transformadores. Por su intermedio algo abstracto se concreta, e
inversamente algo concreto se abstrae. Es ambivalente, pues es aquello
que él expresa y simultáneamente lo expresado. Su función mediadora
constituye un punto de conexión donde se produce la transición entre
dos realidades, participando de ambas: como sujeto dinámico, o como
objeto estático.

A su función intermediaria como sujeto pudiera representársela


geométricamente con la vertical, que se recorre en dos direcciones:
ascendente-descendente-ascendente. Y a su función como objeto estático
se la podría ilustrar con la horizontal, que es un reflejo de la energía
vertical en el plano de la realidad sensible donde ésta se expresa. Y
donde también se da su ambivalencia, generando de esta forma las leyes
de la simetría, lo izquierdo y lo derecho en el cosmos.

Esta polarización está presente en todo lo signado por el espacio y el


tiempo, y se refiere al pasado y al futuro, a lo pasivo y a lo activo, a la
concentración y a la expansión, a la atracción y a la repulsión, y a toda
dualidad complementarla de opuestos que posibilitan el orden y el
equilibrio cósmico, y que el símbolo testimonia sin hacer exclusiones.

La simpatía, o la sintonización de una onda o vibración rítmica común,


hace que dos cosas se correspondan, pues lo similar atrae lo similar y se
une con él. La atracción produce la complementareidad y la fecundación,
la división prohija la ruptura y la expulsión. Para que dos cosas se
atraigan mutuamente es necesario que haya en una parte de la otra, y en
ésta algo de aquélla.

Estas situaciones se dan a distintos niveles de profundidad y planos de


relación. Y es necesario que exista afinidad para que la armonía rítmica
se produzca. Asimismo se requiere que la disposición o la forma de los
entes asociados se corresponda para que se dé la conjunción armónica.

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Esto quiere decir que estén "diseñados" de tal o cual manera para que el
acoplamiento sea posible; que se hallen invertidos los unos con respecto
a los otros. Tal lo pasivo y lo activo (la copa y el líquido que la colma),
lo cóncavo y lo convexo (la matriz y aquello que se plasma en ella).

La analogía es la relación entre un objeto y otro objeto, entre un plano y


otro plano, que vibran a la misma frecuencia. Se ha dicho que la
analogía es correspondencia rítmica. Y el símbolo es la unidad analógica
entre un plano y otro plano, o un objeto y otro objeto. También pudiera
decirse que él es el mensajero de una energía-fuerza, que lo conforma, y
que actúa mágicamente a su través.

De hecho, todas las formas se reducen a escasas estructuras primarias


que están en la base prototípica de cualquier manifestación. Este
conjunto de módulos e imágenes se halla también simbolizado
ordenadamente por las figuraciones geométricas en correlación con el
denario numeral, las que conjuntamente hacen posibles todas las
construcciones matemáticas.2 En el código del lenguaje alfabético-
fonético, las letras y las sílabas tienen esa misma función sintetizadora-
generadora, así se las mire desde el punto de vista de la manifestación
verbal hacia sus orígenes, o contrariamente, desde su fuente original
hacia su solidificación o concreción en palabras u oraciones. El símbolo,
al sintetizar en sí todas las posibilidades expresivas, está manifestando a
nuestro orden sensible y sucesivo la simultaneidad del conocimiento,
que se traduce en la pluralidad de sus significados. La analogía es una
lógica fundamentada en los mecanismos de asociación. El universo es un
tejido de estructuras interdependientes, incesantemente relacionadas las
unas con las otras. Estímulos y respuestas que a su vez han de generar
nuevas contestaciones.

También los pueblos en su historia realizan esta constante esquemática


comunicándose por el intercambio y por la guerra. Y este flujo y reflujo
forma parte de la estructura del mundo. Dos corrientes telúricas y
cósmicas que son la textura misma del universo, que al atraerse se unen
y al expelerse se rechazan, oponiéndose, para volver a juntarse en una
asociación que materializa la posibilidad y la continuidad de la vida,
asegurando su difusión; ya que estas corrientes se buscan
simultáneamente, pues cada una de ellas tiene en su constitución dos
partes, que al oponerse se complementan, e inversamente, un núcleo que
al reflejarse se polariza.

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Es gracias a la cadencia inefable del lenguaje simbólico, y su reiteración
ritual, que se generan los códigos y se repite el modelo cósmico presente
en cada una de sus partes constitutivas, pues ellas pertenecen al cuerpo
simbólico y reiteran el arquetipo del que han de derivar todos los
modelos posibles. De la arquitectura del cosmos a las de las
arquitecturas particulares, y contrariamente, de las arquitecturas
particulares a la arquitectura cósmica. Esta es la manera viva y
permanente de lo que expresándose a sí mismo manifiesta la ley en que
se crean, transforman y conservan, los seres y las cosas. En una
metamorfosis constante, que no va ni viene, pues constituye un circuito
perpetuo, un todo continuo, que se regenera conjuntamente con el
nacimiento diario del sol, y que se revela coetáneamente con el tiempo.

Pero es necesario, para que este orden horizontal indefinido de


multiplicación, muerte y retorno, tenga sentido, que exista alguna
interrelación en profundidad volumétrica, la que se representa en el
plano horizontal por la vertical, como símbolo de otro plano o mundo, lo
que llega a constituir un sistema de coordenadas que nos da cuenta de lo
alto y de lo bajo para equilibrar de esta forma la imagen fugaz del
devenir haciéndola significativa y jerarquizándola , completando así el
encuadre en donde las cosas se buscan a sí mismas, en sus distintos
planos de existencia y modos de realidad y donde se conjugan con otras
que a su vez imitan la misma estructura. Es esta interacción la que da
lugar al espacio tridimensional, que se presenta como un sólido,
producto de las tensiones y los ritmos internos, del entrecruzamiento
multidimensional de las coordenadas, que crean un sistema coherente,
una red o un cuadriculado, que es la base a partir de la cual se posibilitan
las formas y la sustancia en que ellas aparecen manifestadas. Este orden
es un delicado equilibrio permanentemente inestable, que se refiere una
y otra vez a sí mismo, siendo su identidad la afirmación de su ser en la
temática vida, muerte, resurrección, configurando un ciclo o rueda, que
vuelve a sus orígenes después de realizar un recorrido completo.
Constituye pues un entrecruzamiento vertical-horizontal de dos planos o
energías simultáneas, que se reciclan indefinidamente, como una rueda
dentro de otra rueda, o como el símbolo plano de la cruz de brazos
iguales inscrita en una circunferencia. Pero para que este proyecto
quedara asegurado era indispensable que una cosa fuese el símbolo y
otra lo simbolizado. Que el valor de lo uno y lo otro fuese determinado
no sólo por su correspondencia armónica, sino por la situación de
primacía que hace que uno simbolice a lo otro y no al contrario, a pesar
de la analogía que los hace solidarios, pero invertidos, en tanto que uno

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refleja la energía de lo otro, re convirtiéndola, y la difunde haciéndola
inteligible.

En el simbolismo, lo de orden menor está simbolizando a lo mayor, y no


a la inversa. La rueda simboliza el movimiento universal, y no este
movimiento se encuentra simbolizando a una rueda específica,
individualizada. Una imagen o un modelo del cosmos, simbolizan al
universo y no es este universo el símbolo de un modelo o imagen
particular; así se trate del modelo de la rueda, o el de la cruz
tridimensional, o el del árbol de la vida sefirótico. Lo mismo cuando se
dice que una persona nacida bajo el influjo zodiacal de Leo está
relacionada con el sol, no se dice que Leo, y menos el sol, son los
símbolos de tal o cual persona concreta. Sin esta salvedad, el símbolo
nada simbolizaría y no tendría razón de ser, y la simbólica sería una
mera constatación de formas parientes. Es la revelación de un alto
secreto cognoscitivo, manifestado por una forma inteligible, lo que
caracteriza a una transmisión de energías ordenadora, que hace posible,
por otra parte, el fluir de su discurso existencial.

La regeneración es la posibilidad de que todo sea siempre nuevo y ahora,


de que la existencia sea real y no un vago teatro de sombras
indeterminadas y fluctuantes. El símbolo es el punto de contacto entre la
realidad que él cristaliza y el ropaje formal con el que se viste para
hacerlo. Este vestido ha de ser agradable y correlativo con la idea que
expresa, para que ésta pueda ser comprendida en verdad. Entonces
manifestará cabalmente la energía-fuerza que lo ha conformado y podrá
transmitirla en el contexto adecuado, que él mismo condicionará, por la
actualización de su potencia. Inversamente se puede decir que esta
energía inteligente trasciende al símbolo considerado como mero objeto
estático, o soporte de conocimiento. Y siendo esto así, él nos permite
pasar por su intermedio de un plano de conciencia a otro,
constituyéndonos en los protagonistas del conocimiento, vale decir, del
ser, ya que existe una identidad entre lo que se es y lo que se conoce. Se
actualizan entonces las potencias inmanentes del símbolo, y la idea-
fuerza de lo simbolizado se comprende en todo su esplendor, ya que ha
sido manifestada adecuadamente. A través de la identificación con el
símbolo y con el conocimiento paulatino nacido de la reiteración ritual y
revivificante de su energía, deviene lo simbolizado, que ha estado oculto
en la estructura simbólica, y que ésta no ha dejado nunca de expresar.
Todo lenguaje incluye un metalenguaje, y en verdad no habría lenguaje
sin metalenguaje o translenguaje. El trans-lenguaje metafísico se expresa

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por el modelo del universo, o plano de la creación. Es decir, a niveles
inteligibles y sensibles, en razón de que el lenguaje y lo físico existen
para este fin, constituyendo códigos simbólicos de manifestación y
revelación.

Conocer, es aprehender aquello que se conoce. Es realizar una síntesis,


de tal suerte que, la unión del sujeto y el objeto del conocimiento, sean el
conocer. Que el que conoce, sea idéntico a la cosa conocida. Se trata
entonces de una conjunción de opuestos, merced a la cual se produce el
conocimiento. Esta unión complementaria es la misma que se obtiene en
y por el amor, producida también por la atracción de oposiciones que se
conjugan y que de esa forma re-crean la unidad originaria a cualquier
nivel en que acontezca , estabilizando el equilibrio general, además del
particular. Es por medio de la unidad y su irradiación que se actualiza
perennemente el acto creativo. Eso puede verse en cualquier código,
serie, agrupación o estructura. Se repite un esquema en el que están
implícitas sus modalidades de desarrollo y conservación, y también su
propio fin a través de la multiplicación de sus posibilidades. Hasta que
éstas deben sintetizarse nuevamente en lo esencial, para entonces volver
a difundirse, y pasar nuevo hálito al ritmo vital. La unidad es el símbolo
más alto de todos, el símbolo por excelencia, porque lleva en sí la
potencialidad de lo simbolizable. El principio ontológico es la razón de
ser del símbolo; y la unidad, su manifestación simbólica. El Ser, El
mismo, aún siendo increado es el origen de la emanación que dará lugar
a la concreción material.

Reiterando el acto creativo, que nace de la pureza indiferenciada, sin


mezcla, de lo que no es ni un polo ni otro, sino lo que es en sí mismo,
nos regeneramos a nosotros y al universo, constituyéndose el hombre en
el símbolo central, de lo único, que es lo mismo que decir del ser, del
amor, o del conocimiento.

Comprendiendo la identidad entre el ser universal, el todo y el sí-mismo,


la entera manifestación de los principios se nos presenta como una
revelación. Se habrá llegado entonces a conocer la unidad del ser, que es
igual al sí-mismo, sin división ni extensión de ningún tipo, motivo por el
que no puede tener par. Sin embargo, esa realidad que a nivel cósmico es
la más alta, no es sino un punto afirmado en las posibilidades infinitas
del no ser. Por lo que el ser es un punto en la infinitud del no ser (o de lo
supracósmico, o del supra-ser o del hipertheos realmente
incondicionado) e inversamente el no ser es un punto presente en todo lo

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que es. La unidad actúa como símbolo y conecta a la unidad aritmética
(que será generadora de la serie numérica) con la unidad metafísica, que
también pudiera signarse con el cero aritmético.

Esto, si se considera al símbolo como lo que realmente es, o sea aquello


que posibilita cualquier manifestación, aun llevándola a su instancia más
alta, es decir, la de considerar simbólica a la misma tri-unidad de
principios universales que constituyen el ser. Pues tanto el ser como el
símbolo, se expresan primero como principios, y sucesivamente a tres
niveles en el discurso de la manifestación. Lo mismo sucede con la
unidad, que puede ser conocida a tres grados, y también en su
principio.

Otra cosa es lo que sucede en la sociedad actual, que considera al


símbolo, en el mejor de los casos, a nivel de alegoría. Aunque a veces ni
siquiera lo toma en cuenta aun en su forma literal, sino que lo rechaza de
plano por el hecho mismo de ser "simbólico", ya que considera este
hecho como una estafa, como la sustitución de lo que realmente es, por
lo que no puede ser. Y por lo tanto ese signo o símbolo ha de ser una
falsificación y un supuesto arbitrario. O al menos una invención, cuando
no un cuento. Con el mito sucede lo mismo, hasta el extremo de que
llamar a alguien mitómano, es una forma educada de decirle
mentiroso.

Es claro que esta confusión y esta ignorancia, por razones cíclicas, es


propia del hombre contemporáneo, que es el exponente más neto de la
estulticia generalizada, que viene incubándose desde antiguo. Valga un
ejemplo: en el universo todo es sexuado. Esta verdad evidente por sí
misma, sin embargo se le presenta al contemporáneo como una
extraordinaria novedad en el pensamiento humano, un gran
descubrimiento moderno, fruto de las investigaciones científicas de los
sexólogos, intérpretes y analistas, y una conquista de los movimientos
sexuales de distinto signo. El uso "correcto", o "libre", del sexo, parece
ser uno de los postulados axiomáticos de esta sociedad progresista. Se
visualiza al sexo como algo que el hombre no conocía de sí mismo o del
mundo. Un tema en el que no había reparado del todo hasta nuestros
días. Como si no hubiéramos estado siempre desnudos debajo de
nuestros vestidos, o la naturaleza hubiera ocultado este hecho de alguna
forma. Lo más menguado del caso es que, además, este
"descubrimiento" no se refiere al cosmos en su totalidad, todo él sexuado
o diferenciado en un par de opuestos que se atraen o se repelen sino

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que considera que sólo el ser humano posee este derecho "conquistado".
Pues supone que las mismas bestias hacen apenas un uso limitado de la
genitalidad, mientras que los vegetales prácticamente no la poseen y en
el reino mineral es nula. Todo esto referido sólo al plano más
estrictamente material, pues es obvio que se ignora la presencia real de
los mundos sutiles, y no se tiene ni idea de la existencia de los
arquetipos. Esta visión antropomórfica del sexo, como atributo personal
del ser humano, que las demás criaturas parecerían tener apenas por
añadidura 3 se ve agravada por el hecho de que lo sexuado, para la
mentalidad progresista, no excede lo erótico-genital. Y su
desconocimiento al respecto es tal, que se cree que la realización sexual
es en sí misma un fin, tan avanzado y moderno como la moda. Una
panacea universal aprobada con certificado, inventada recientemente por
la ciencia, para la tranquilidad y el confort psíquico de los ciudadanos.4

Por lo tanto, cuando decimos que el universo es sexuado, con seguridad


que nos estamos refiriendo a otra cosa de lo que vulgarmente se entiende
por esto. Estamos afirmando, como lo han hecho todas las tradiciones,
que en la creación, en la vida, hay siempre presentes dos corrientes
cósmicas de energía. Y que cada una de ellas representa un sexo, una
polaridad, que la genitalidad humana también manifiesta entre un
sinnúmero de seres y cosas. Unánimemente la antigüedad ha otorgado a
la sexualidad y sus misterios una importancia fundamental. A tal punto,
que se considera a la energía sexual no sólo como generadora, sino
también como re-generadora. Como el soporte y el impulso que permite
la realización y el conocimiento. Puesto que utilizando su polaridad
que es la misma dualidad de todas las cosas se pretende la unión
(donde la oposición no existe), encarándosela como un medio de
realización, de transmutación, que va de lo más grosero, a lo más sutil,
empleándose numerosísimas formas "prácticas" para obtener este objeto.
Por otra parte, y volviendo al tema, diremos que es imposible definir al
símbolo, pues él y la creación perenne no toleran límites conocidos en su
desarrollo lineal y cuantitativo. Siendo el símbolo el soporte del
Conocimiento, sus posibilidades son ilimitadas. El es en sí mismo su
propia definición, puesto que su función es su ser. Es siempre idéntico a
sí, y mutable con los cambios de los seres individualizados, las formas y
los estilos que lo reflejan. Se lo halla presente en todas las tradiciones,
porque se encuentra en la textura de la vida, de la manifestación y del
hombre. Este último es mucho más y mucho menos de lo que él
actualmente imagina. Mucho más en profundidad, en el sentido vertical
de lo no formal, mucho menos en cuanto a sus indefinidas posibilidades

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horizontales de mutación que él y las formas personalizan.5 Y lo mismo
sucede con su concepción de la vida, su visión del mundo, y su
comprensión del símbolo.

Ya hemos dicho que el símbolo es el punto de conexión entre una


energía vertical y otra horizontal, como lo figura la escuadra, o la letra
griega gamma, y que participa de ambas naturalezas. También hemos
afirmado que la energía vertical es descendente y ascendente a la vez,
pues va de lo simbolizado al símbolo, y de éste a lo simbolizado, como
un sin fin. Asimismo, que la energía horizontal se difunde e irradia
indefinidamente generando su propio plano, o campo de acción.
Debemos agregar que el sentido ascendente o descendente que le
otorgamos a esta energía, no sólo se manifiesta en función del camino de
ida y vuelta vertical que recorre, sino igualmente en cuanto es "benéfica"
o "maléfica" por decirlo así; benéfica en cuanto el símbolo es tal, y
como tal es comprendido, vale decir cuando cumple normalmente su
mediación; maléfica, si él es considerado apenas una convención
arbitraria, o una mera invención humana, y así es tomado, motivo por el
cual no es revelador de ningún otro nivel que no sea el psiquismo del
hombre. En este último caso, la degradación del símbolo sería un acto
sumamente perturbador, que sólo la comprensión, la vivificación del
simbolismo, pudiera equilibrar. Esto también estaría representado por la
figura de la cruz, en la cual los brazos horizontales conforman el campo
o plano de manifestación del símbolo, y los brazos superior e inferior,
estarían expresando su energía ascendente-descendente o benéfica-
maléfica, respectivamente.

En el símbolo específico de la rueda cósmica, imagen y modelo de la


creación, un eje fijo constituye un centro que irradia su energía hacia el
exterior, difundiéndose en proporción directa al cuadrado de las
distancias. En la concentración, o retorno al centro interior desde la
periferia, la energía recorre inversamente ese cuadrado de las distancias.
Una y otra energía son exactamente proporcionales entre sí y ambas
coexisten permanentemente. La primera expresa la voluntad de la
expansión indefinida, y la otra, la contracción necesaria a toda
manifestación. Si la primera fuese el fluir de las emanaciones hasta su
propio límite, ese límite estaría impuesto por la contracción de la
segunda y su atracción hacia el centro arquetípico.6 Estas dos energías se
figurarían geométricamente por dos espirales, una evolutiva y la otra
involutiva. Teniendo en cuenta que son simultáneas, y que constituyen la
estructura del huevo del mundo, siendo ellas la expresión simbólica de

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los principios de los que este huevo primigenio deriva.

Conviene asimismo hacer una distinción entre los símbolos naturales y


los símbolos específicos de la Ciencia Sagrada, o Ciencia a secas. Estos
últimos son los portadores sintéticos, conscientes y didácticos, de un
conocimiento o verdad, y nos han sido transmitidos a través del hombre
mismo.7

Ahora bien, hemos estado viendo que toda expresión o manifestación es


de por sí simbólica. Sin que esto deje de ser cierto en ningún momento,
conviene aclarar que hay determinados juegos de símbolos, mitos y ritos
que por otra parte se dan en distintas formas en todas las tradiciones
que han sido específicamente acuñados, como vehículos del
conocimiento, por los sabios y los inspirados de los innumerables
pueblos. Estos gestos rituales, revelados por los dioses a los mortales,
incluyen la enseñanza de una cosmogonía y la posibilidad de
comprender nuevos mundos, o nuevos estados del ser, que constituyen la
verdadera realidad de lo que es el hombre y el universo. Esta posibilidad
siempre es enseñada; el ser humano en su estado ordinario no la conoce,
ni puede realizarla por sí solo, mal que le pese, y necesita siempre un
espejo donde mirarse y reconocerse, y la palabra que lo rescate del
mundo de los muertos, o de los ignorantes, y le insufle la posibilidad de
una nueva vida, de encarnar el hombre nuevo. Ese espejo es, en primera
instancia, el juego de las simbólicas, que han de ser aprendidas y
enseñadas, para obtener así un imprescindible estado de virginidad.
Posteriormente, esas mismas simbólicas son ordenadoras, y quienes las
transmiten las conocen porque a su vez se las han enseñado. Esta cadena
iniciática tradicional nos remonta hasta el origen, tanto histórico como
atemporal, al fin del cual nos encontramos siempre con la misma
pregunta: ¿quién? 8¿Quién se los ha revelado a los sabios y a los
hombres? Según la tradición, su origen es no humano, por ser
supracósmico. De hecho, todos los pueblos coinciden en la fuente
mítica, producida en la noche de la historia, más allá del tiempo.
Además es unánime la idea de un dios civilizador y ordenador, o la de
un héroe liberador e instructor. Los símbolos necesitan ser enseñados,
para que haya una comprensión real de las fuerzas que concentran. La
energía que permanece oculta en el símbolo en estado potencial, requiere
ser activada. Mediante el rito del aprendizaje, el estudio y la meditación,
se despierta al símbolo y éste actúa. La relación es mutua. La energía-
fuerza que éste expresa viene a nosotros, y nosotros a nuestra vez la
proyectamos sobre él, estimulando su propia esencia. Se evoca entonces,

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además, la energía de todos los que han conocido, comprendido y
transmitido el símbolo. Y esa misma entidad, o estructura arquetípica,
actualiza los principios universales, haciendo que estos devengan a
nosotros y nosotros participemos de ellos, gracias a la identificación con
el símbolo y la mediación simbólica, reactivada por una exégesis ritual,
que es aquélla que a lo largo del hilo de la historia ha mantenido viva la
posibilidad de la regeneración, o lo que es lo mismo, la que hace factible
que todo siempre sea nuevo y verdadero.

Nos toca ahora ver las relaciones entre símbolo, mito y rito, y debemos
entonces afirmar que esos vocablos designan de distinta manera a una
misma cosa en tres formas operativas. Nos dice Mircea Eliade que: "El
mito es la explicación y la justificación de la irrealidad de la existencia".
El constituye un eje fijo que articula lo que constantemente deviene, lo
perecedero, lo ilusorio. Es una verdad tangible, un "modelo ejemplar",
periódicamente encarnado por la comunidad, o algunos de sus
miembros, y posibilita la regeneración colectiva estabilizando el orden
necesario para el desarrollo. El expresa los orígenes y la renovación de
la vida, armonizando y asegurando la continuidad de los pueblos. Los
mitos de la creación del universo y los trabajos de los héroes son el
testimonio revelado de una posibilidad diferente, de la realidad del más
allá, al nivel de la comprensión del hombre. Son ellos los que, al
transmitir este conocimiento, otorgan a la vida un sentido coherente y la
enriquecen con la opción salvadora de la realización espiritual. El mito
es necesario. Es un motor vivo y constante en la vida de las sociedades.
El nuclea las tradiciones orales y consagra los valores de lo colectivo y
lo individual. Promueve las acciones y educa a los hombres al enseñarles
lo que no podrían saber si no fuera por su intermedio. Los mitos son para
esos hombres toda la realidad y la verdad, y la dura existencia cotidiana
ocupa frente a ellos un lugar secundario o derivado, como las sombras
con respecto a la luz.

Se debe también subrayar la carga emotiva del mito y la resonancia


inmediata que encuentra en el hombre. Asimismo, no ha de pasarse por
alto su función mnemotécnica, pues el "recuerdo" es una fuerza
constitutiva de la vida y siempre la antigüedad ha considerado a la
memoria como una deidad. En una concepción donde el universo es un
conjunto de partes solidarias, indisolubles e interrelacionadas, el cosmos
también tiene mente y memoria. Los períodos de "sueño" en el universo,
corresponden a los momentos de olvido de los pueblos, a su
desintegración. El mito hace que éstos despierten y se produzca la

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reintegración y el "recuerdo". En el hombre sucede lo mismo, y gracias
al mito, nos liberamos del tiempo relativo y ordinario, y regresamos a un
tiempo otro, en donde todo es verdad, a un momento sin duración
cronológica, a un estado "mítico" original, perfectamente
experimentable, en el que las cosas y las concepciones cotidianas pasan
a ser completamente otras cosas y otras concepciones, pues el ángulo de
visión ha sido alterado por el conocimiento de lo suprahistórico y lo
sobrehumano.

Es importante destacar que la forma normal de transmitir un mito es a


través de la poesía 9 y su recitado rítmico reiterativo, la que junto con el
gesto y el movimiento conforma y escenifica la estructura del rito. Se
trata de dar expresión a los grandes ritmos cósmicos y naturales que se
transfieren a los acontecimientos y a los personajes en el tiempo de una
historia, en un estado particular. Esta cosmogonía repite mágicamente la
situación original, haciendo al presente efectivo, actual y renovador, por
obra del poder concentrado de la energía del mito y su ritualización.

La etimología de la palabra "rito" proviene del latín ritus, que significa


ceremonia religiosa. Deriva de la raíz sánscrita rt, que conforma el
nombre ritli: ida, marcha, encaminarse, adelantar o progresar, uso, etc., y
también la voz rita: orden. Se trataría pues de un uso o andar ordenado,
tal cual la marcha de los días, y especialmente las ceremonias en el
tiempo circular del calendario ritual, y su cristalización o actualización
en el espacio del templo, o casa cultual.

Debemos dejar bien establecido que cuando nos referimos aquí a las
ceremonias religiosas, lo hacemos en el sentido más amplio del término.
Por un lado, estas ceremonias jamás han sido "religiosas" en el sentido
que se atribuye hoy en día al término, y tampoco "ceremonias", como las
que vulgarmente conocemos. Los ritos de fecundación, de regeneración
y de iniciación, no tienen nada que ver con lo devoto-ortodoxo, piadoso-
sentimental, moral-justo, o con la solemnidad engolada, características
que son propias de la sociedad contemporánea y que constituyen un
derivado deforme de las virtudes de lo sagrado, lo heroico y lo
metafísico. Por otra parte insistimos en que la comprensión moderna de
lo que es una ceremonia, se halla vinculada a ideas asépticas relativas al
laicismo, la conmemoración, o la pompa exterior, cuando no son
actividades presuntamente mágico-fenoménicas, que no exceden el nivel
literal. Se toma la forma ceremonial como un fin en sí misma, o como
una comedia anticuada, o un hecho mecánico-institucional de corte

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digno.

Si el cosmos es la fijación de un gesto, o la solidificación de la inflexión


de un sonido, o la danza de un bailarín supracósmico, es por lo tanto un
rito primigenio que se halla implícito en todo lo manifestado. La
reiteración de este rito es una perenne actualización de ese hecho
efectuada a nivel sensible. Exige por eso el conocimiento del evento
cosmogónico original para que sea "verdadera", en el sentido de que
obtenga adecuadamente sus propósitos. O se precisa para esto, al menos,
una disposición tal de ánimo, que haga posible paulatinamente ese
conocimiento y su complementarla realización efectiva. El rito es
liberador; al imitar conscientemente y con la debida disposición
armónica el ritmo de la estructura cósmica, nos permite salir de ella por
su intermedio, encontrando así la posibilidad de trascenderla al
vivenciarla, y comprenderla en el corazón. Esta liberación no es ningún
"milagro", pues verdaderamente la estructura cósmica es nada más y
nada menos un soporte de lo increado, y el hombre un simple
extranjero, como exiliado en esta tierra. Este es un hecho normal, tal
cual el retorno a nuestra auténtica casa, o a nuestros orígenes no
humanos. Y el rito iniciático, una vía ordenada para efectuarlo.10

En realidad, la vida misma es el mayor de los ritos. Una ceremonia


permanente, el rito por excelencia, donde la perfección finita de cada
símbolo o gesto esconde e Implica una perfección infinita. En este
encuadre, la vida es una simbólica, y su conocimiento constituye la
ciencia de los ritmos y de los símbolos. Y es a través de la ciencia de los
símbolos, es decir, por medio del conocimiento de la simbólica, que se
realiza el pasaje de lo cósmico a lo supracósmico, de lo creado a lo
increado, de lo humano a lo no humano.

NOTAS
1
Debe haber por lo tanto un parentesco, una relación mutua entre estas dos
cosas para que una pueda simbolizar a la otra. Sobre todo cuando se tiene en
cuenta que la de orden menor debe su forma a la de orden secreto, a la que
expresa.
2
En las civilizaciones que utilizaban al 5, 10 o 20 como base de su
numerología.

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3
La sociedad moderna no sólo tiene una visión antropomórfica respecto a este
tema, sino que lo vuelca sobre todas las cosas. Comenzando por su concepción de
Dios. Todo lo "humaniza", y proyecta en todo su psicología, suponiendo además
que el hombre universal, es como él un progresista occidental del siglo XX, un
hipotético hombre "científico". La concepción del mundo contemporánea es
antropomórfica y psicologista y, para colmo, presume de ser objetiva.
4
La sobrevaloración de lo erótico-genital impide ver en el comportamiento
humano las innumerables formas de penetración y recepción.
5
A las que la tradición brahmánica y la budista designan con el nombre de
rueda de las reencarnaciones.
6
En el mundo del hombre, que depende de la atmósfera, ese papel le
corresponde a la gravitación gracias a la cual la sangre no se escapa por los
poros que comprime y solidifica lo creado.
7
Haciendo la salvedad de que éste no los ha inventado, y que no se trata de
una simple convención, como sería el caso de las modernas técnicas de la
comunicación, notación o señalización, o el uso que hace de ellas la publicidad, la
ciencia, y también su utilización por las políticas a cualquier nivel de sugestión
que sea o con el fin que fuese.
8
Esta es también la última pregunta de la cábala hebrea: ¿mi?
9
Hoy mismo en día, los mitos profanos se propagan a través de la canción.
10
Para dar sólo un ejemplo de los indefinidos posibles, diremos que el rito de la
danza en el que las coreografías cosmogónicas circulares son unánimes
asegura un medio de transformación y transfiguración espiritual, para aquél que
ha comprendido su significado y su naturaleza, en relación con el conocimiento
de sí mismo y del universo.

Indice

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