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Las cosas que vienen de noche.

Un cigarro en la mano y los ojos en lo suyos.

-A veces siento que no sé nada de ti.

-¿Por qué lo dices?

-Por tus ojos.

Ella baja sus intensos ojos negros. -¿Qué tienen mis ojos? Susurra con una

voz tímida pero ansiosa.

-Secretos...

Ella se ríe y lo mira de nuevo.

-Ya estás drogado. Dame un poco. No seas envidioso.

Toma con sus manos blancas y pequeñas el cigarro de marihuana y mientras lo

pone en sus labios lo mira con ojos de reto.

-Por qué será que cuando estamos “así” tenemos las únicas conversaciones

sensatas.

-Pero mira que ya estas muy mal, he escuchado de relaciones que se rompen

por las drogas pero esta es la primera vez que escucho de una que sobrevive

gracias a ellas.

-No seas irónica. Sabes que tengo razón.

-Siempre crees saber lo que pienso.

-¿Y no?...

Ella se levanta desnuda y se dirige al espejo. Se ata su pelo negro y largo con

una cinta blanca. Se pone la ropa mientras lo mira a través del espejo.

Permanece quieto e inmóvil pero la mira. Siempre le ha aterrado esa mirada


que parece saberlo todo. Muchas veces ha estado a punto de correr a él y

pedirle que la perdone pero se detiene porque mira sus ojos y siente que no

hace falta. Ella lo conoce tan bien y él conoce tan bien a Laura, la conoce tan

bien que casi no hace falta que conozca todo lo demás.

Lo conoció hace más de cinco años, desde entonces están juntos. En su

historia hay muchas cosas excepto momentos románticos y sin embargo

parece que se aman. Al menos eso se dicen. Pero no saben si lo dicen por que

lo sienten o simplemente es costumbre o tal vez lo dicen para no quedarse

solos, él con su vida y ella con sus secretos. ¿Cómo se puede vivir en la

realidad cuando todo son mentiras? y ¿cómo se puede amar cuando lo único

que quieres es no estar sólo?

Cinco años atrás todo era tan diferente. Escuchaban otra música, se ponían

otra ropa, no tenía esas marcas, él tenías los brazos más firmes y ella aun no

tenía celulitis, no sabían las mismas cosas pero ya tenían los mismos miedos y

esos mismos fantasmas. A lo largo de nuestra vida muchas cosas cambian,

gente va y viene, nuestro reflejo en el espejo nunca es el mismo y sin embargo

hay algo que no se mueve, que siempre está ahí, desde que nacemos hasta

que nos vamos. Sólo cambia de disfraz. Nos miente. Nos dice que ya se fue

pero sólo se transformo en otra cosa. Es un camaleón. Un maestro del engaño.

Me dice no temas. Yo le creo. Parece que ahora si estaré a salvo pero luego

me doy cuenta que eres el mismo pero con otro nombre...


Son los dos únicos en el parque. A lo lejos los sonidos de una avenida se

mezclan con el mecer de los árboles. La fuente que los separa se ha quedado

callada. Él sentado. Mirándola como aferrado. Esperando que ella lo mire. La

mujer con un cigarro en la mano y los ojos en un punto invisible. Aferrada a una

imagen que sólo vive en su mente.

-¿Qué miras? Le dice de manera retadora. -Parece que te conozco. Contesta él

mirándola intrigado.

-No creo.

-¿Por qué estas tan segura?

-Sé muy bien a quién conozco.

-Y cómo sabes que yo no soy uno de esos que conoces.

-Porque todos están muertos.

-¿Los has matado?

-De alguna manera.

-No me asustas. Siempre me he sentido atraído por lo turbio.

-Entonces vete antes de que ya nunca puedas dejarme.

-Suenas convencida.

-Y tú pareces desesperado.

-Lo estoy. Prende otro cigarro y lo mira excitada. -Siempre me he sentido

atraída por los desesperados, nunca hacen preguntas.

-Yo sólo hago las necesarias.

-Las preguntas sólo deberían hacérsele a las personas que no te importan. Las

respuestas de las personas que no te importan siempre dan lo mismo.


-Yo sólo creo en las respuestas que no se dicen con palabras. La mujer del

vestido negro se contonea en una risa que suena más a nervios. Se pone

frente al hombre rubio de ojos claros y mirada sugerente.

-¿Que tipo de respuestas son esas? -Son las únicas. Las autenticas. Las que

decimos sin decirlas. Como tú ahora. Tus palabras me dicen que me vaya pero

toda tú me ruegas que me quede, que te bese, que me quede para siempre a

tu lado..., me necesitas. La toma de la cintura y la empuja suavemente sobre

un árbol, acerca sus labios a su cuello.

-Eres tan deprimente. Le dice sin inmutarse mientras con una mano lo empuja.

Él baja la cabeza y por un momento parece que no sabe que decir. –En eso

nos parecemos. Soy tan patético y aun así no te has ido.

-Me diviertes, quiero saber hasta donde puedes llegar.

-Ten cuidado. Sólo hay algo en la vida que nos hace capaces de cualquier

cosa, es el miedo a estar solos. Nos hace olvidar. Pedir perdón.

Transformarnos. Hasta nos hace capaces de decirle a una extraña que la

amamos. El aire golpea sus rostros inmóviles, el cielo se llena de truenos y

nubes que anuncian una tormenta. Los dos ponen sus ojos en el cielo y él muy

sereno la toma de la mano. –Vamos a mi casa que va a llover. Ella lo sigue sin

decir nada y detrás suyo se va abriendo una tormenta que impregna el

ambiente de un aroma a tierra mojada. Ellos lo comentan mientras caminan y

siempre en las noches lluviosas cuando llega el mismo aroma ambos piensan

en ese momento y recuerdan que fue el primero.

Al principio todo era muy extraño. A veces despertaba y no recordaba quien

era. Muchas veces estuve a punto de sacarla pero sabía que la necesitaba que
no podía desprenderme de ella. Poco a poco me fui acostumbrando a su

presencia, a su olor en mi almohada, a su sombra deambulando por mi casa, a

sus ojos inquietantes, a sus palabras vacías. Nunca hablábamos de su pasado.

Pero yo siempre me preguntaba que había hecho para tener tanto miedo de

revelarlo. O quizás es que no había hecho nada. Muchas veces nos

avergüenzan más todas las cosas que no fuimos capaces de hacer. Yo le

contaba un poco de mi vida pero siempre resultaba tan aburrida cuando la

escuchaba que un día deje de contarla y ella parecía agradecerlo o tal vez

simplemente no le interesaba. Creo que de alguna manera sentía que si

conocía mi pasado yo debía conocer el suyo. Parecía que habíamos llegado a

un mutuo y silencioso acuerdo en donde renunciábamos a conocer todo

aquello que paso antes del nosotros.

-Nunca me has preguntado nada. Me dijo como si las palabras se hubieran

escapado de su boca. Yo sin mirarla le contesté: -¿Es necesario?

-¿Cómo puedes amar algo que no conoces? Somos dos extraños cumpliendo

un contrato. -¿Qué estas diciendo? No hay ningún contrato entre tú y yo.

-¿Es qué no te das cuenta? Seguimos juntos porque ambos estamos

cumpliendo con la parte de un pacto...

-Tú puedes irte cuando quieras.

-Lo dices porque sabes que no tengo el valor de hacerlo.

-Lo digo porque eres libre de hacerlo.

-Tú mejor que nadie sabes que no soy libre. Por eso estas conmigo y por eso

estoy contigo. Tú no podrías estar con alguien libre y yo no podría estar contigo
si lo fuera. Ese es nuestro pacto yo maquillo tu soledad y tú me ayudas a

esconderme de... todo lo que me escondo.

-Te ves tan desagradable cuando te pones dramática. Pareces tan infeliz.

-Eres un idiota.

-¿Porqué te digo dramática o porqué me produces flojera?

-Porque piensas que alguien puede no ser infeliz a tu lado.

Él la mira silenciosamente y la besa. Alejo mis labios de los suyos. Su olor me

produce nauseas. Se aleja y me mira profundamente, con cierta curiosidad.

–Dime entonces ¿Quién eres? Quiero saberlo.

-No te interesa. Si quisieras saberlo ya me lo habrías preguntado hace mucho.

-¡Quiero saberlo ahora!

-No cambiaría nada que lo supieras. Todo seguiría siendo lo mismo.

-Es por que te amo.

-No. Es todo lo contrario. Para amarme necesitarías saberlo primero.

Necesitarías saber a quien ibas a amar. Necesitarías saber si ibas a amar a un

monstruo a una don nadie o a una cobarde... Tú no me amas. Sólo me

necesitas. Por eso no te ha importado nunca quien soy. Te basta con saber que

me tienes. Por muchas semanas ninguno volvió a decir nada. Vivían sus vidas

ignorándose y evitándose. Ella muchas veces pensó en irse pero sabía que no

podía hacerlo. Muchas veces pensé en dejarla pero la idea de no tenerla, la

idea de ya no poder culparla me estremecía. Un día ella habló y me contó su

pasado, todo eran mentiras, él lo sabía y sin embargo quiso creerlas porque no

tenía más opción, sabía que confrontarme con mi pasado era la mejor manera

de alejarme, por eso me callé, y su silencio me lo seguía demostrando, y desde


ese día ya no me veía a los ojos, y desde ese día ya no lo veo a los ojos, es

culpa supongo, es porque si lo miro se dará cuenta que lo sé...

Hace cinco meses que no tenemos sexo. Creo que ya perdimos esa capacidad.

Antes era el único lugar donde pasábamos un buen momento juntos. Todo el

día podía odiarlo pero cuando estábamos desnudos en la cama sentía como si

lo necesitará. Esos momentos nos daban poder a ambos. Poder el uno sobre el

otro. Cada vez que sus manos rodeaban mi cintura y que sentía mis piernas

rozando su espalda yo sabía que lo tenía por un día más. Es como si yo fuera

su droga y mi cuerpo su dosis. Aprendí a usar el poder de mi droga. La

racionaba. Hacía que la necesitará. Que la idealizará. Que no pensará en otra

cosa que no fuera en mi cuerpo montado en el suyo, en mi sudor escurriendo

por todo su cuerpo, en mis gestos de cama, en mis dientes mordiendo su

cuello, mis uñas perforando su espalda. Y cuándo por fin me tenía sabía que

necesitaría más, sabía que regresaría desesperado por una dosis más de mi

cuerpo.

-¿La dejarás?

Él la suelta y gira su cuerpo evitando mirar su rostro. -No puedo.

-Pero no te ama. Ni tú a ella.

-El amor no es lo único que hace que dos personas estén juntas.

-Debería de serlo. Lo es para mí.

-Por eso no puedo estar contigo. Laura no me ama pero me necesita. Tú me

amas pero no me necesitas.

Busca sus ojos y pone sus manos en sus brazos -No te entiendo.
El sin moverse le contesta como si estuviera pensando en voz alta. –Lo tuyo es

racional, algo que elegiste por decisión no por necesidad. Pero lo de Laura es

pura necesidad, es instinto. Es tan animal. Es algo que se aferra. Por eso no

puedo dejarla porque necesito alguien que sienta lo mismo que yo. Alguien que

sepa que no puede dejarme bajo ninguna circunstancia. Alguien que este

conmigo porque no tiene más opción.

Y la mujer lo miro como si fuera la primera vez que lo veía y se aterró. Sintió

miedo pero después se dio cuenta que lo único que podía producirle era pena y

se vistió sin decir palabra y al final lo vio y quiso decir algo pero no encontró

palabras y no importaba porque él ya sólo pensaba en Laura y corrió a su casa

y la encontró fumando en la ventana con el sol bailando en su cara y la besó

sin decir nada y la recorrió con sus labios y toco cada parte de su blanco

cuerpo y se lo hizo primero con dulzura y luego de una manera que se parecía

más a la furia pero ella lo disfrutaba, lo sabía por sus gemidos y por su rostro

de ojos cerrados y mejillas rojas pero no entendía que ella lo disfrutaba más

porque de nuevo había regresado y se sentía poderosa porque entendía que lo

tenía y luego él le dijo que sentía que no la conocía y ella se rió y le dijo que

estaba drogado pero en el fondo sabía que era verdad y eso la tranquilizaba.

Cinco años había mantenido lejos a la otra, a la que era antes porque no quería

que la otra, de la que él no sabe ni el nombre, sintiera lo que cada día siente

ésta la que es ahora, la que llegó una noche y no se ha ido desde entonces...

Y desde esa noche todo ha cambiado. Ya no es la misma. Algo paso... Es como

si fuera otra, una que no conozco.


Laura camina por la calle larga que se parece a una por la que ella caminaba,

no es la misma pero sus árboles si lo son, y aunque no quiere todo lo que fue

se presenta a un desfile nostálgico de imágenes que le arrancan una lagrima

que recorre rápida su cara pálida, y la que ya no es sale de su prisión hecha de

silencio y una vez más ve su rostro, el rostro de ese que es el significado de

todo, ya no se resiste y los recuerdos la desgarran, se sienta en una banca a la

sombra de un árbol inquieto y su rostro, el rostro de él se vuelve más poderoso

y ella siente que lo puede tocar y lo toca y siente que le puede hablar y le habla

y ella y él tienen esa conversación que nunca llegó, esa conversación en ropa

de verano y palabras frescas y sus ojos no se alejan en ningún momento y el

viento se encarga de musicalizar el encuentro y el cielo lo adorna con figuras

de nubes y un sol medio cubierto que juega con la luz en sus rostros que lucen

tan felices, con esa felicidad que no se ve todos los días, esa alegría que sale

de los ojos y parece como una explosión que viene de adentro y ella no está

segura si este momento pasó... pero debe haber sucedido por que las palabras

que se dijeron ella jamás las había pensado... y todo eso que dejó porque

aunque tenía muchas cosas había algo que le faltaba y no sabía que era y se

aferró a ese vacío y pensó que el problema era el lugar y todo eso que tenía y

decidió huir y no se daba cuenta que ese vació la seguiría hasta el final del

mundo y aunque las calles no fueran las mismas y aunque toda la gente que la

rodeara no fuera la misma y aunque las palabras se dijeran de diferentes

maneras ese vació siempre la acompañaría en esas calles distintas, con esa

gente diferente y ese vacío siempre hablaría esas lenguas diferentes y no

importa a donde vayas yo te seguiré, yo caminare a tu lado, yo te recordare

que algo te falta no importa que lo tengas todo y Laura entendió que eso que
falta sólo se tiene cuando uno puede vivir con la idea de que no tiene nada y

siguió caminando por la calle larga que se parece a una por la que ella

caminaba...

La luna montada en el centro del cielo estrellado escuchaba los sonidos

quedos de una noche tranquila. La mujer de pelo negro e intensos ojos negros

se levantó de un salto tranquilo pero firme miró a la ventana que estaba a su

lado y buscó la luna, parece que entre las dos existía un lenguaje que nadie

más entendía. Cerró los ojos y su rostro quedó expuesto a la brisa nocturna

que la acarició con elegante ternura. Cogió de una silla el mismo vestido negro

que no usaba desde hace cinco años. Un poco más ceñido. Sus formas se

asomaban con discreto orgullo. Se miró al espejo y parecía que nunca se

hubiese visto. Todo parecía tan fresco, tan nuevo. Todo tenía un poco más de

brillo. Y se puso los zapatos, los mismos. Y cogió una pequeña maleta negra.

Llevaba sólo lo necesario. A dónde iba los recuerdos sólo estorbaban. No se

puede empezar nada nuevo si llevas cargando tu vida en la maleta. Y antes de

ir a la puerta lo miró. Sabía que esa era la última vez que lo vería. Sabía que al

salir de esa casa lo mataría. Lo mataría de la misma manera en que había

matado todo lo demás. Lo ya pasado. Lo mataría como se mata a todo eso que

ahogamos con la indiferencia. Lo mataría con el filo del olvido. Con la violencia

de la negación. Lo condenaría a la fría tumba del secreto. Le diría: Voy a vivir

como si nunca te hubiera conocido. Y se alejó casi corriendo. Rodrigo abrió los

ojos y su voz retumbó en el silencio: -¿Por qué te vas? Y Laura se detuvo. Sin

voltear a mirarlo dijo con voz que ya no era la que había sido –Porque ya no

tengo miedo a estar sola. Y entonces él supo que ya nada podría detenerla. Y
la puerta se cerró tras de ella y la noche siguió con su danza de luna y

estrellas.

Atl Mendarte. Marzo 2009


Primer Dialogo.

Es un dialogo entre cuatro estudiantes universitarios mexicanos que se reúnen


en torno a botellas de alcohol para discutir sobre temas que a ellos les resultan
importantes, los cuatro personajes representan a estratos de la sociedad uno
es el idealista, el otro es el desinteresado apático, otro el extremista liberal y
uno más que representa a la parte conservadora del país. Mientras conversan
esperan la llegada del quinto de ellos que al parecer logra conciliar sus cuatro
diferentes puntos de vista.
La mujer que viaja en el Mercedes blanco.

Julieta atraviesa con una perfecta línea recta la actividad marcada con el
número cuatro que corresponde a: hacer un croquis. Analiza detenidamente el
trayecto que tendrá que recorrer desde su casa en Santa Fe hasta la alejada
población de Zacualpan de Amilpas donde se encuentra el SPA cinco estrellas
que viene en la portada de la revista Hotel&SPA. Calcula que el trayecto le
quitará unas tres horas pero se siente satisfecha porque está convencida de
que merece esa experiencia liberadora alejada de las presiones del mundo
moderno que en diez hojas describen los editores de la revista.

Julieta da un último vistazo al croquis y pasa al número cinco: dejar


instrucciones a Juanita. Rápidamente busca una hoja en blanco y empieza a
escribir una perfecta letra molde. Mientras piensa en las indicaciones sus ojos
recorren la habitación iluminada magistralmente, su mirada se detiene en la
ventana entreabierta que deja ver en primer plano un par de frondosos árboles
y luego unas luces que parecen ser las de una ciudad que se pierde en el
horizonte, continua hasta un par de fotografías enmarcadas en metal: en una
aparece junto con su esposo y sus dos hijos. Se siente orgullosa al mirar a los
tres hombres de su vida: tan gallardos, tan guapos, tan exitosos. En la
siguiente fotografía Julieta tiene 24 años, está en el Puente Vecchio en
Florencia. ¡Que bien recuerda ese momento! Tenía un año de haber entrado a
la compañía y su carrera iba en ascenso, había ahorrado durante diez meses
para poder cumplir el primero de sus sueños: Italia. A partir de entonces los
logros siguieron, todos precedidos de mucho esfuerzo y perseverancia. Hubo
momentos en que se sintió derrotada pero siempre seguía adelante, estaba
dispuesta a tener todo lo que había imaginado. Para ella los logros materiales
eran equivalentes a felicidad. Y entonces debía ser una mujer muy feliz: un
lugar importante en la compañía, la casa de sus sueños, sus hijos en
universidades prestigiosas, un Mercedes en la cochera. Julieta detiene su
escritura se acerca al retrato del Puente Vecchio y no puede evitar sentirse
poderosa, ya no es esa chiquilla delgada y frágil que titubeaba y dejaba las
palabras a la mitad. Ya no se sonroja casi con nada y sigue sin recordar los
nombres pero antes lo hacía por distracción y ahora lo hace porque
simplemente no le interesa. Esa Julieta de Puente Vecchio no podría ser más
diferente a la Julieta Rivas Negrete de ahora, antes leía a Novo y a Tolstoi
ahora lee libros de Kiyosaki. ¡Cuántas cosas ha olvidado Julieta! Pero todo está
bien porque ahora maneja: un Mercedes blanco.

A las nueve en punto suena el reloj despertador y Julieta se levanta sin


retrasos. Camina hacía la ducha y veinte minutos después sale vestida con
jeans y una camisa Burberry los zapatos bajos son de la misma marca, toma su
maleta Louis Vuitton y le da un beso a su esposo que aun duerme. Procurando
no hacer ruido camina hasta la cocina y deja las instrucciones para Juanita: su
sirvienta desde hace 20 años. Ahora se dirige hasta la cochera donde la espera
su Mercedes blanco, abre la cajuela trasera y coloca con cuidado la maleta
mientras revisa que el croquis este en la bolsa de sus pantalones. Lo saca y lo
analiza un momento antes de subir a su auto, adentro se da cuenta que no está
sola, su hijo menor espera quieto en el asiento del copiloto. Ella lo mira y le da
un beso mientras le pregunta con suavidad.
-Perdón que no me haya ido a despedir de ti, pero pensé que dormías. Y el
joven de rasgos finos pero varoniles la apunta con sus ojos negros que parecen
tener vida propia. –Supuse que saldrías temprano por eso me apresuré.
Mientras lo escucha la mujer nota que Federico tiene una maleta.
- ¿A dónde vas? ¿Quieres que te deje en algún lugar?
Él contesta de una manera un poco maliciosa. –En realidad voy contigo, hace
mucho que no viajamos juntos.

Ella siempre se ha sentido alejada de él, nunca han discutido y desde afuera
parecen tener una relación envidiable sin embargo siempre ha existido una
enorme barrera entre los dos. Una barrera hecha de incomprensión pero no
esa incomprensión vulgar y tosca que se vuelve insoportable, sino una más
sutil y casi invisible, esa incomprensión que tenemos por las personas con las
que diferimos en los puntos más esenciales, esos sutiles puntos que parecen
sencillos pero que son los que forjan nuestro espíritu. Es decir: los esenciales.
La idea de un viaje juntos parecía sana y hasta bien intencionada pero Julieta
sabía que Federico quería algo más que una simple convivencia familiar. Lo
sabía porque escuchaba la intención de sus palabras, el sarcasmo en su
mirada. Había algo en las palabras y en la mirada de su hijo que la intimidaban
profundamente. Cómo si la cuestionaran. Es la sensación que tenemos cuando
estamos a lado de alguien que parece entendernos. Pero ese entendernos
profundo que nos enfrenta con esas cosas que no miramos o más bien con
esas cosas que preferimos no mirar. Muchas veces Julieta delante de su hijo
sintió esa mirada que no es provocadora si no más reveladora, había algo en
esos ojos que la hacia sentir un poco menos poderosa.

La primer parte del viaje resultó un poco tormentosa. En el interior del auto
reinaba un silencio que apenas si se perturbaba por los sonidos del exterior, los
dos pasajeros repasaban mudos una lista imaginaria de temas que pudieran
romper esa quietud incomoda. Sus intentos frustrados de generar una
conversación sólo iban impregnando el ambiente de una pesadez cada vez
más notoria. Julieta pensaba en alguna discusión que pudiera resultar
interesante y cuando estaba a punto de iniciarla se detenía por una especie de
freno invisible que la sumía en un juego de muecas y gestos que evidenciaban
su frustración. Federico hacía lo mismo pero él a diferencia de su madre
pensaba en el ¿Por qué? ¿Qué había pasado para que ya no pudiera ni tener
una conversación con esa que era su madre? Muchas ideas le circularon por la
mente y al final se dio cuenta que esa imposibilidad de comunicación venía de
un profundo desconocimiento. Nuestra era presume de ser la de las
comunicaciones. Tenemos un centenar de opciones para comunicarnos pero
irónicamente hemos dejado de hacerlo. Nos relacionamos pero no nos
involucramos. Nuestros mensajes han llegado al límite de la inmediatez.
Hemos confundido mensajes breves con mensajes vacíos. Federico y Julieta
hablaban y hablaban mucho pero desde hace tiempo que no tenían una
conversación. Una de esas que exige tiempo, presencia, interés y una
dispocisión total a la verdad. Nuestra era es también la de las apariencias, nos
hemos aferrado a ese disfraz que nos sostiene en un mundo que encontramos
frió y hostil, hemos aprendido a guardar bajo ese disfraz todo lo verdadero. Lo
que somos. Cargamos con el a todos lados, nos aferramos tanto que a veces
hasta nosotros mismos olvidamos lo que hay detrás. Por eso hemos dejado de
conversar. Porque eso exige desnudarse, arrancar toda esa parafernalia que
construimos alrededor nuestro. Conversar exige decirlo todo, hasta eso que
puede destruirnos. Hasta eso que implica que los demás lleguen a conocernos.
Y parece que nuestros tiempos: exigentes en utilidad no encuentran
provechoso un quehacer tan dramático. En esos pensamientos estaba
Federico cuando decidió tener una conversación con su madre:

-¿Siempre has sido así? Le dice sin voltear a mirarla pero viéndola por el reflejo
de uno de los cristales.
-¿Así cómo? Contesta ella con una sonrisita diplomática.
-Tan... tan en tu papel de mujer exitosa. ¿Siempre quisiste ser lo que eres?
-Claro toda mi vida me enfoque en lo quería y lo he logrado. Dice ella como si
estuviera dando una lección de vida a su hijo.
-Y ¿Qué es lo que siempre quisiste?
-Esto. Todo lo que tengo ahora. Ustedes, mis logros profesionales, la casa, mi
auto, la gente que me mira con respeto... Y ella busca más cosas porque las
escucha tan cortas, jamás había repetido sus logros en voz alta y por alguna
extraña razón esas metas que le habían llevado toda la vida se escuchaban tan
fugaces. Tan frágiles. Y se puso en silencio abruptamente y así estuvieron un
rato más...

-Creo que es admirable todo lo que has logrado pero se me hace increíble que
no haya algo más... anda haz memoria. Algo que no sea tener una familia ni
nada material.
Y ella se siente nerviosa e intenta pensar algo y repasa y repasa imágenes en
su cabeza, no quiere parecer una mujer de logros efímeros.
-Respeto. Creo que soy una mujer admirable. Las mujeres e incluso los
hombres me miran y piensan que les gustaría ser como yo.

Puntos: Cómo se mide la felicidad y el éxito? Lo q para algunos es felicidad


para otros no lo es. No puedo soñar con visitar Milán si no sé que es Milán?
UNO

Supongo que desde niño tuve más problemas que los demás. La pinche vida

no es fácil me decía mi padre, ya casi no lo recuerdo, vaguito tengo el recuerdo

ahí sentado en su sillón, desde que se levantaba hasta que se dormía se la

pasaba ahí, pobrecito, nomás de acordarme parece que lo escucho, al final

cuando ya casi se iba a morir, se la pasaba gritando, mi mamá le decía – ¿Que

te hago viejo? Y él ya ni contestaba, parece que ni oía, ya estaba más muerto

que vivo. Rápido se murió mi papacito. Ni un año con esa maldita enfermedad.

Bien que me acuerdo, el día que se murió estuve gritando toda la noche, yo me

arrincone abajo de la mesa, estaba chille y chille, mi ama ya ni lloraba, ya

nomás rezaba, ese día me di cuenta que dios ni existe y si existe esta sordo o

de plano se hace pendejo. ¿Por qué será que cuando más pide uno? Más lo

mandan a uno a la chingada. Yo por eso nunca pedí nada, lo que quería lo

tomaba. Pedir sólo humilla, sólo lo desprecian a uno y a mi la vida ya me

humillo mucho como pa’ que todavía me humille la gente pendeja. Eso lo sé

ahora pero pus de niño, de niño uno en bien menso. Cuando mi Jefe ya no

gritaba pensé que ya se había curado, yo ni sabía que tenía. Nadie supo. Y pa

que saber, si de cualquier manera se iba a morir. Si no teníamos pa tragar

menos para las pinches medicinas. Mi Jefe lo sabía, movió el taxi hasta que un

día ya no pudo, luego mi Jefa era la que tenía que chingarse, ni modo. Le

lavaba a una que otra vieja de ahí de la unida, pero ni así le sacábamos pal

gasto. Pobre de mi Jefa ese año se puso bien jodida. Estaba aquí bien chula mi

jefa. El día que murió mi Jefe le pidió a mi ama que bajará una foto, de esas
viejas de cuando eran novios, bien acá se veían los dos. Mi Jefe bien galán y

mi jefecita rete chula.

Mi Jefe la vio y se puso a llorar, pero ya no gritaba, nomás le escurrían las

lágrimas, con una mano apretaba la foto y con la otra a mi jefa, mis otros

carnales se pusieron a llorar y mi apa dijo algo, pero ya nadie le entendió,

nomás se oía el sonido, como un gemido. Quién sabe que habrá dicho. Yo

pensé que ya no nos podía ir más mal, pero como a la semana que llega un

pinche licenciado, de esos bien gandallas, bien mierda, Que nomás andan

buscando a alguien más pendejo que ellos pa sacarle hasta lo que no. Habló

cómo media hora con mi jefa, según que mi Jefe le debía una feria. El culero se

llevo el taxi y todavía quería que le pagáramos más. Mi pobre Jefa se le

escondía. No sólo a él. Con cuatro chamacos y sola la pobre le debía a media

colonia. Ya ni salíamos a la calle. Nos tenía encerrados. Nomás tocaban y se

ponía a rezar y a chillar. Nos quedábamos callados esperando a que se fueran.

Unos tocaban y tocaban, yo me ponía a contar hasta que se fueran, a veces

era tanto que tenía que empezar de nuevo. Desde el cero. Así nos

escondíamos hasta que una vez un cabrón llegó con policías y todo y nos sacó

a la calle. Mi jefa estaba ida, con su rosario y su pinche padre nuestro, lo

repetía y lo repetía, hasta se le olvido, ya decía pura incoherencia. Sus ojos

estaban idos.

La última vez que la vi dijo mi nombre: Ramiro. Y se rió conmigo, hasta me miró

pero luego siguió rezando, nos dejo encargados con Doña Lucha, una vieja

gorda y gritona que le tuvo lastima de verla tan jodida, y luego se fue
caminando. Dicen que camino hasta que un día callo muerta. Doña Lucha nos

preguntaba que si teníamos pariente pero pus no. Ninguno. Siempre fuimos

solos. Mi Jefe era del norte, de Sinaloa, nos contaba de cuando vivía allá. Pero

pus su familia lo desconoció porque mi Jefe siempre fue bien orgulloso y nunca

hizo lo que le dijeron. Así como yo. Cuándo escuche que Doña Lucha le llamó a

los del DIF yo me fui. Si ya iba a estar solo pus de una vez. La primera noche

que pasé en la calle me arrinconé en una esquina. Hacía un chingo de frío, me

puse unas cajas de cartón alrededor del cuerpo y aun así sentía el pinche aire.

Ni dormí, me la pase llorando como menso. Cerraba los ojos y sentía que mi

mamá me estaba abrazando y no tenía miedo porque nadie podía hacerme

nada. Pero este mundo es cabrón. A nadie le importas y si no te buscas tú la

ayuda te mueres.

Eso lo aprendí al tercer día de no comer. Buscaba en los basureros, una vez

encontré un gansito a medio comer, estaba todo aplastado, me supo bien

bueno. Mi panza chillaba cuando me lo estaba comiendo. Un día dije: ni modo

tengo que comer, de hoy no pasa. Camine hasta que encontré unas calles ahí

medio solas, paso una vieja, taba chamaca, se ve que venía de la escuela. La

seguí como dos cuadras, ni se dio cuenta. En una calle que estaba oscura le

llegué por la espalda y la agarré del cuello, estaba bien pinche flaca. Ni

resistencia puso, le baje 100 varos. Con eso comí tres días, luego me busque

otra vieja, es que son más fáciles, siempre piensan que las vas a violar y

prefieren aflojar la lana...


Y el hombre de traje oscuro que lo había observado sin parpadear. Lo

interrumpió con una voz infranqueable. Lo miró con el desprecio que se le tiene

a algo que no es humano y le preguntó. Está muy pinche conmovedora tu

historia pero ¿sabes qué cabrón?... ya la escuche. Ya la escuche un chingo de

veces y ya no me conmueve, me vale madres tu pinche madre loca y me

importa un pito como se murió el pendejo de tu padre. Me importa una

chingada que tú pinche vida sea una mierda. Tú historia vésela a contar a la

pinche Silvia Pinal o a cualquier otra pendeja ridícula que tenga ganas de llorar.

A MI...NO. Le decía mientras lo tomaba del pelo y lo aplastaba contra la

superficie de una mesa de madera. -Yo conozco a los de tu tipo, son animales

y así hay que tratarlos. Como bestias, sin corazón. ¿Cómo llegaste a la banda?

Y Ramiro lo miró sin parpadear y acercó su cabeza hasta donde pudo y con

tono triunfante le dijo como susurrando:- NO-TE-VOY-A-DECIR.

Y el hombre del traje negro permaneció sin mover el rostro, suspiro como quién

está a punto de enfrentarse a una ardua tarea. –Mira pendejo ya que te gustan

las historias, ahí te va una. Tengo 20 pinches años encerrando a cabrones

como tú. Conozco de cerca la escoria. A mi el diablo no me asusta. Me lame los

huevos el pendejo. Una vez agarre a un wey, 16 años tenía, era huérfano de

padre. Su mamá se caso con un pendejo que le pegaba a los dos. Les pegó

desde la primera noche hasta la última. Y no creas que les daba unos

golpecitos ahí namas. No. Les ponía unas chingas buenas. El wey este era un

escuincle y ya tenía la nariz hecha mierda. Un día el padrastro casi mata a la

mamá, el chamaco se cansó, amarró a su padrastro y con un cuchillo de cocina

lo fue rebanando poco a poco. Más que matarlo quería que sufriera. Quería
que el maldito sufriera como él había sufrido. Nunca se arrepintió. Hasta

parecía orgulloso de lo que había hecho. Uy sí te contará. Todo lo que yo he

visto en está pinche ciudad. Yo sé que está llena de weyes como tú que andan

por ahí buscando su venganza. Todos como tú han tenido una vida de mierda.

Mira wey te voy a decir algo, aquí entre tú y yo, a veces hasta los entiendo. No

tienen nada que perder. Saben muy bien que en sus vidas hay de dos caminos

o se mueren de hambre o se mueren en la pinche cárcel. Todos tienen como tú

una pinche historia triste, pero sabes que wey: eso a la gente no le importa.

Para todos los que andan allá afuera ustedes son unos animales. Si pudieran

los matarían como en el gabacho. Electrocutados acabarían todos ustedes. A

mi me pagaban por agarrar a tipos como tú. ¿Sabes por qué los odian tanto?

Porque ustedes les recuerdan que el pinche mundo está de la chingada. Por

eso. A ellos les gusta empaparse el hocico diciendo que vivimos en un pinche

mundo acá bien bonito, bien feliz, donde todos son libres e iguales, donde

todos tienen las mismas pinches oportunidades, pero llegan ustedes con sus

pinches historias y les recuerdan toda la mierda en la que están embarrados.

Por eso los quieren matar. A ver si muertos se callan y los dejan seguir

pensando que este pinche mundo está bien. Y ahora si pendejo ¿me vas a

decir como entraste a la pinche banda o vamos a seguir con más pinches

historias?

Atl Mendarte.
El Milagros

El cielo está particularmente negro y tiene miedo de que sea un mal presagio.

Se detiene y busca la luna que sale de entre un grupo de nubes como

apresurada a un encuentro. La calle sola. Con un silencio denso que se rompe

de pronto por el sonido de una puerta que se abre. – ¿Qué pedo wey?

Mete la mano en la inmensa bolsa que cuelga de su pantalón.

Luego se ríe y mueve la cabeza y el cielo ya no le preocupa más. Busca la

luna y supone q

Julio sabe muy bien que tiene que impresionar a los de la banda. De eso

depende su futuro y su permanencia en la agrupación. Esa noche sale a las 10

en punto. Guarda su navaja negra en la inmensidad de una de las bolsas de

sus pantalones. Está nervioso. Le tiemblan las piernas. Su respiración esta

acelerada. Prende un cigarro que ya fue usado más de una vez. Lo mantiene

en su garganta un largo instante. No tiene miedo. Sabe que esa será su noche.

Sabe como impresionar. Ha pasado largas horas planeando lo que hará. Tiene

todos los pasos estudiados. Si todo sale bien lo aceptarán en la banda y todo

será más fácil: ya no tendrá que pedirle dinero a su padre, hasta podría salirse

de su casa. Tener un cuartito para él solo donde nadie lo moleste. Donde

pueda ver la tele hasta que le duela la cabeza.

A mitad de la cuadra Julio se detiene y se para en un rincón oscuro a salvo de

la luz rojiza que baja de un poste medio chueco. Sólo un brazo alcanza a ser
iluminado por el resplandor: de sus bíceps nace un dragón entre rojo y verde

que descansa la cabeza en su muñeca morena. La oscuridad cubre los otros

cuatro tatuajes que adornan su cuerpo. Uno de la Virgen de Guadalupe. Fue el

primero que se hizo. Era una manda: en una pelea callejera lo apuñalaron y

sobrevivió. Los doctores no se lo explican. Su abuela le dijo que fue la

Virgencita. Él también lo cree. El segundo es el nombre de su mamá que murió

cuando él tenía catorce años. Otro más es el símbolo de su primera banda y el

último: un rostro con una lágrima, señal de que ha estado en la cárcel.

Julio hace un silbido que rápidamente es contestado. Espera en la oscuridad

mientras verifica el filo de la navaja. Hace unos movimientos con ella. Apuñala

varias veces a una victima invisible. Sus movimientos no son improvisados,

sabe que una vez que el cuerpo ha sido atravesado debe hacer un movimiento

arriba-abajo con su muñeca. Nadie sobreviviría a eso. Se excita. Imagina al

cuerpo herido frente a él. Desangrándose. Casi puede sentir como perfora sus

pulmones. Ve a los otros de la banda. Impresionados. Mientras corren le dan

golpecitos de aprobación. El líder lo llama. Le hacen el ritual de iniciación.

Todos lo saludan como a uno más de la pandilla. Pero la voz aguda de un

hombre gordo lo regresa a la realidad. – Ora cabrón deje ese fogón no te vayas

a quemar.

Y Julio se ríe mientras lo saluda con una especie de juego de manos. –Ni que

fuera tú pendejo.

-Oho luego luego a chingar... a ver wey tan perros los dikis ¡ehe! ¿Ladronde?

¿No qué andabas bien erizo? -Erizo tú pendejo. Yo siempre ando forrado.
-A ora. Ya vas puesto ¿verdad?

-Como puesto pendejo. Eso es después. Ahorita hay que estar bien búhos si

no nos carga la chingada. ¿Tú sí vienes verdad pendejo?

-Nomás un churrito pa los nervios bro. -Como eres pendejo. Ni vas a sentir

cuando te lleve la placa.

-No mames cabrón. ¿Cuál crees que sea el business?

-No sé carnal. Pero debe ser algo acá bien machin. No van a meter a cualquier

pendejo. Yo creo que mínimo un Seven o un Oxxo.

-No seas cabrón esos tienen un chingo de cámaras y dicen que en la caja

tienen un botón para avisarle a los feos. Un pendejo del barrio: El Panzón. A

ese lo agarraron dándole bajón a un Seven wey. Llegaron un chingo de trocas

llenas de Feos. Dicen que ni pinches diez minutos tardaron en llegar.

-Pues quien sabe Trucha. Pero el Zeus no es pendejo. Ese wey ya debe saber

a donde nos va a llevar.

-No mames wey. Yo la neta estoy que me cago. Casi no vengo wey. El hombre

gordo que viste unos pantalones anchos se agacha avergonzado y voltea a ver

a su amigo que camina seguro y lo mira comprensivo.

-No mames cabrón ¿y eso?

-La neta no quiero acabar en el reclu. Tengo dos carnales ahí wey y no mames

está cabrón. Si llegas sin ser de ninguna banda te va de la chingada.

-¿Y a fuera qué cabrón? Si no tenemos pandilla nadie nos va a respetar.

Cualquier día nos parten la madre y nadie nos va a defender. Esto ya no es

cosa de querer o no. El hombre alto de cara huesuda y ojos certeros se detiene

y su tono de voz se vuelve solemne. –Mira wey yo también tengo miedo, que

más quisiera que poder safarme pero no se puede. Esto es lo que somos y no
tenemos de otra. En este país sólo hay una pinche regla: chingar. A unos les

toca chingar con la ley de su parte a otros nos toca chingar con la ley en

nuestra contra. Pero al final todos chingamos. Uno tiene que ser realista y

entrarle. Muchos nos ven y feo y nos ven como la pinche escoria pero si

estuvieran en nuestro lugar harían exactamente lo mismo. El mundo está muy

pinche cabrón como para ponerse a ver si las cosas están bien o mal. Así que

ay tú wey...

Y los dos siguen caminando mientras se acercan a un grupo de unos doce

hombres. Todos impacientes. Mueven las manos y se ríen con carcajadas

nerviosas. De vez en cuando se quedan en silencio y concentran su mirada en

tres mas que están arrinconados, todos con melenas bien recogidas y con el

mismo tatuaje en su brazo izquierdo. Parecen discutir sobre un tema

importante. Miran con cuidado una hoja cuadrada y cuando por fin parecen

estar de acuerdo gritan demandantes al grupo que atiende rápidamente:

-A ver... todos escuchen bien porque no voy a andar repitiendo. Dice el más

alto y fornido de los tres mientras con sus palmas hace un sonido que parece

muy bien estudiado.

-Todos los que están aquí vienen porque quieren pertenecer a los Intoxicados.

Pero antes tienen que demostrar que tienen los huevos para hacerlo. Sólo se

van a quedar los mejores. Tienen que demostrar que son capaces de todo por

la pandilla. Hoy los vamos a dividir en tres grupos: uno va a ir con el Güero,

otro con el Sonrics y otro conmigo. Dividanse de una vez... Y el silencio se

rompe salvajemente y las palabras se vuelven un murmullo estruendoso de

palabras revueltas y emociones desbordadas, los que se conocen se buscan y


se rozan con las manos y hacen votos de confianza y los que no se conocen se

vuelven hermanos y con sus tatuajes se cuentan sus proezas y sus

desgracias...

El Zeus le dicen al líder de los Intoxicados que esa noche parece tan quieto y

tranquilo, mientras habla parece que busca con cuidado cada una de sus

palabras como si temiera decir una que no es la apropiada. Mira con atención a

cada uno de los cuatros que están rodeándolo. Sabe observar a la gente, sabe

identificar a los que sirven y a los que no. Alguna vez mientras platicaba dijo

que lo importante era tener decisión. Busca entre esos cuatro que lo miran con

respeto algún rasgo de los que él busca. Uno le llama la atención: tiene rasgos

delgados pero toscos, su piel morena le da un aire de misterio y su mirada

parece dispuesta. Mientras prende su cigarro decide que lo seguirá con

atención. –La cosa está así. Vamos a ir a la Farmacia que está a cuatro

cuadras. Todos los días recogen el dinero en la mañana. Eso quiere decir que

a estas horas tienen la ganancia de un día entero. Unos 30 mil pesos mínimo.

No es mucho pero es un buen principio para ustedes. En el local hay tres

personas: dos vigilantes y un empleado. Dos de ustedes van a agarrar a los

vigilantes, sólo uno tiene pistola. El ruco es el que la tiene. Si los encañonan y

no se ponen nerviosos no dan problema. Los otros dos van a ir con la

empleada y van a vaciar las cajas. Son cajas normales. No tienen ninguna

protección extra lo único que tienen que cuidar es que no presione la alarma.

Es una de esas alarmas silenciosas si la activan los feos llegan en 3 minutos. Y

tenemos que vaciar tres cajas. Los que se quedan con los vigilantes los tienen

que amarrar. Si alguien la caga queda fuera y si a alguien lo detienen y suelta


algo de nosotros iremos a hacer una visita a sus jefas o a sus escuincles. Así

que ándense con cuidado. En la cárcel a los maricones ya saben como les va.

Si alguno siente que no va a poder de una vez...

Julio voltea a ver a la Trucha que parece dudar. Todos se quedan en silencioso

esperando la señal de inicio. El Zeus los mira detenidamente y continúa su

discurso: -Yo voy a ir con ustedes pero sólo voy a observar como lo hacen. Si

nadie se va a rajar vamos de una vez. Ya saben el que la riegue queda fuera. Y

Zeus se adelanta sin decir palabra y atrás lo siguen los cuatro ansiosos.

Algunos con dudas y miedo pero todos dispuestos a hacer lo que tienen que

hacer. Cuando están a una cuadra de la Farmacia Zeus detiene el paso y da un

vistazo a su alrededor. –Tú y tú, señala al Trucha y a otro robusto personaje,

van a agarrar a los vigilantes. Los otros se esperan afuera hasta que vean que

ya está hecho y después entran por la cajera. Acuérdense del botón... Vamos.

Y los dos primeros corren nerviosos. Su corazón no deja de latir. Por su mente

pasa un montón de cosas: algunas no las entienden. Recuerdan las palabras y

tratan de visualizar lo que harán. Uno piensa en lo que dirá. Repite. Visualiza

sus gestos y cuando están dentro todo inicia:

El más robusto toma la iniciativa y rodea con su brazo desnudo el cuello del

vigilante que tiene más miedo que él. La trucha hace lo mismo con el más viejo,

su brazo delata su nerviosismo, el viejo se lamenta silenciosamente. Uno de los

dos, no se nota bien cual dice: -Quietesitos ya nos los chingamos si se ponen

cooperadores en un ratito nos vamos. Y a la mitad de las palabras entran los

otros tres y rodean a la cajera que llora y reza una oración que ninguno
reconoce. Julio toma el control y la mira con los ojos bien abiertos. La cajera

llora con más fuerza porque esa mirada la aterra. –A ver reinita ya sabes que

hacer, si te haces la lista te carga la chingada. Y desenfunda la navaja y la

acerca a su cuello tanto que ella siente como brota una chispa de sangre. –No.

Por favor no, les doy todo pero por favor no. Y Julio quita la navaja y la cajera

trata de controlar su temblor y junta el dinero suelto en unas bolsas de plástico.

Y el Zeus observa todo como un ser omnipresente. Estudia cada palabra y

cada reacción. Es como si oliera las sensaciones de todos los que están ahí.

Julio lo sorprende. Tiene garra y tiene valor. Lo mira con detenimiento. Piensa

que es un buen elemento. Lo es porque sabe muy bien que la banda es su

única opción. Y mientras toma el dinero con una mano con la otra la cajera

busca el botón rojo que le dijeron debe presionar en caso de asalto. Está

aterrada pero tiene que hacerlo. Por fin lo encuentra. Lo presiona suavemente

y con mucho cuidado, los encapuchados están tan atentos mirando el dinero

que no se dan cuenta. Trata de hacer tiempo. Tira un fajo de billetes y lo recoge

en cámara lenta. Julio se pone nervioso. Empieza a gritar un montón de

palabras sin sentido. La mira a los ojos y acerca su boca a su cara. Y su navaja

a su cuello. Sus palabras son interrumpidas por el sonido de una sirena que se

acerca. Todos pierden el control. Empiezan a moverse ansiosos en sus lugares.

Los oficiales tratan de soltarse. Uno recibe un golpe en la cabeza y es

derribado. El otro, el más viejo, el de la pistola, empieza a gritar: Ya se

chingaron pinches vividores. Y la trucha piensa en los relatos de sus hermanos

que están en el reclusorio. Se imagina adentro. Sólo y sin banda, sometido a

los otros más fuertes. Tiembla. Trata de amarrar al viejo pero se mueve mucho.
Su pistola se tambalea. El está a punto de llorar. Quiere correr pero sus piernas

no le responden pronto los sonidos que antes eran claros se convierten en

ruidos que no alcanza a comprender.

Y Julio mira a la cajera y le da un puñetazo. Las sirenas suenan cada vez más

cerca. Con una mano junta todo el dinero que faltaba. Desenfunda la navaja y

la acerca al vientre delgado de la cajera que ahora grita. Sus miradas se juntan.

Ella siente el frío del metal perforando su estomago, él siente como el filo de su

navaja parte la piel que se resiste. Voltea a ver a Zeus que lo mira atento.

Regresa su mirada a la herida. Recuerda los movientos. El tiempo se detiene.

Sólo piensa en Zeus que lo mira. Arriba. Abajo. El movimiento es rápido. La

mirada de la cajera se pierde. Las sirenas se acercan. Zeus lo mira y una

sonrisita se dibuja en su rostro. Julio lo hizo. Ya no tiene miedo. En un segundo

todo pasa: los sonidos de las sirenas, los gritos de los otros, el llanto de la

cajera que se rompe en un silencio estremecedor, el sudor frío que brota de

todo su cuerpo, la mano de Zeus apretando su brazo. Y corren. Corre lo más

rápido que puede. Sus piernas lo presionan. Las siente frías pero rodeadas de

ese sudor que hierve. Mientras corre voltea a ver a la trucha. Viene atrás de él,

junto con los otros. Todos ven a Julio que corre orgulloso. Unos policías vienen

detrás. Escuchan sus gritos: -Deténganse o disparamos. Nadie los obedece.

Ellos disparan.

La Trucha comienza a llorar. Julio no. Se siente poderoso. Inmortal. Corre. Y de

pronto los chillidos de la Trucha se detienen. Un cañonazo lo derriba. Julio

voltea, lo mira caer. La Trucha lo busca con los ojos. Dice algo. No lo entiende.
Julio se detiene. Lo mira. Es momento de una decisión que lo cambiará todo.

Las sirenas. Los gritos de la policía. El sonido de la calle. Y Julio en pausa.

Enfrentándose al gran cuestionamiento de toda existencia. A ese ser o no ser

de Hamlet. Y Julio decide. La policía se acerca. Sus miradas se juntan. La

Trucha llora herido. Julio mueve la cabeza y sigue corriendo. Corre tan fuerte

como puede. Ya es invencible. Nada lo detiene. Una hora después los cuatro

que lo lograron se reúnen alredor del Zeus. Él sólo ve a Julio. Lo mira a los ojos

como si lo retará y le dice: -¿Por qué te chingaste a la vieja?

Y Julio no siente miedo y contesta sin ninguna culpa: -Porque tocó la alarma.

Tenía que hacerlo. Y en sus ojos hay algo extraño que Zeus no entiende. Es

como si Julio tuviera una certeza, animal pero certeza, de que lo que hizo era

su obligación. Su responsabilidad. En ese momento el Zeus comprendió que

Julio había entendido su papel en la cadena alimenticia. El hombre se río

maliciosamente y preguntó: -¿Cómo te llamas?

Y Julio lo miro directamente y dijo: -Me dicen El Milagros

-¿Y eso?

-Es que me apuñalaron dos veces en un pulmón y pus no me morí.

-Ta bueno Milagros. Mañana aquí a la misma hora. Esto fue sólo para ver

quien servía. Mañana viene lo de a de veras.

Y el hombre moreno y fuerte se despidió como se despiden los hermanos de la

pandilla. Luego se perdió en la inmensidad de la calle y el Milagros se fue

caminando. Camino hasta que el sol se asomó en el cielo. Entonces se detuvo

y regreso a su casa. Mientras caminaba sonreía y sólo él entendía por qué lo

hacía.
Atl Mendarte

La pesada noche me cuenta sus letanías inmensas de silencio y desesperación. Estoy

inmóvil. Todo mi cuerpo expulsa un sudor caliente y toxico que me recorre de principio

a fin. Seguramente si me moviera dejaría una marca de sudor hirviente que recordaría

mi figura. Estoy a punto de levantarme y salir corriendo pero si lo hago seguramente

nunca dejaré de hacerlo. Recorreré todo el mundo y conoceré a gente que jamás

verán mis ojos. Mis pies pisarán tierra desconocida y un viento extranjero saldrá a

acariciar mi rostro. Intentará reconocerme con sus manos sabias. Y correré hasta que

mi cuerpo decida ya no hacerlo y entonces podría estar satisfecho porque al menos fui

a donde otros jamás fueron. Pero me quedo aquí. Inmóvil. Con mi sudor hirviente

reconociendo mi cuerpo que se seca. Se seca en el mismo lugar donde ha estado

siempre.

Y la angustia se apodera de mí y es poderosa. Y aun así no es suficiente. No basta

para que me levante y ande. Ande por esos caminos que veo en momentos de

silencio. No basta para que suba esas montañas que sólo viven en mi mente. No basta

para que deje todo lo que tengo y vaya por lo que realmente es mío. ¿Y de quién es

todo esto que poseo? No sé como ha llegado hasta mis manos. No sé en que

momento está vida se apropio de mi. Debió haber sido una mañana lenta en que yo

dormía. Debió haber sido en un momento de cobardía o simplemente debió haber

sido mientras dormía. Y un calor entra por mi garganta y recorre todo mi cuerpo por

dentro. Me quema. Hierve mi sangre. Mis ojos se cierran. Casi pensaría que voy a
morir. Pero es extraño porque jamás me había sentido más vivo. Y me levanto de un

salto y corro a la ventana. Y la luna corona al viejo cielo que cuenta historias

milenarias que ya nadie quiere escuchar. Y el viento frío entra impaciente y pasea por

mi cuerpo. Me toca. Y me quedo ahí tratando de encontrar el valor para salir corriendo.

Y siento como si mi espíritu se elevará y viera mi cuerpo ahí abajo sin movimiento.

Consumiéndose. Y quiero correr pero mis piernas no escuchan. O acaso no son ellas

las que me paralizan. Es este cuerpo que es mi cárcel. Es este cuerpo desde donde

veo como pasa el tiempo y yo... yo sigo ahí sin movimiento.

Es sábado. Como odio los fines de semana. Son los más difíciles de llevar. Tengo que

salir a caminar para no ahogarme. Hoy paso algo terrible. No dormí en toda la noche y

sin embargo no podía levantarme de la cama. Me sentía pegado a ella. Había algo que

me mantenía oprimido al colchón que guarda mi olor. Era algo invisible pero fuerte

como el acero. Intentaba liberarme pero era imposible. Una vez más mi cuerpo me

abandonaba. Yo intentaba gritar pidiendo auxilio pero nadie me escuchaba ni siquiera

yo.

Y veo esa recamará grande y no reconozco nada. Todo es tan ajeno. Es que no es

mío. Esas fotografías que cuentan una historia que sé de memoria con esa gente que

detesto. Me recuerdan todo lo que no soy. Malditas. Y me paro frente al espejo y miro

mi cuerpo seco...

Un viernes...
No pude dormir en toda la noche. Me siento extraño. Sigo sintiendo dentro de mi esa

fuerza que quiere apoderarse de mi cuerpo. Quizás me estoy volviendo loco o quizás

sólo es amargura. Se parece porque me hace odiar todo lo que me rodea. Odio las

sabanas que me recuerdan donde están mis piernas. Odio su piel cuando roza la mía.

Odio mi cuerpo escurrido y gelatinoso. La odio a ella. Está mañana se ha despertado

temprano. Casi ni me nota. Escucho sus rezos y quisiera golpearla NO ME GUSTA

El hombre le cuenta mentiras a su hijo que le pregunta sobre lo emocionante que ha

sido su vida. La mentira es el último recurso de los insatisfechos.


Extraños

No hay algo en específico que le cause esa molestia: es el todo. El conjunto de la

escena. Sentirse tan cerca de ellos. Esa sensación de tener que escucharlos. De no

poder cerrar una puerta que los mantenga alejados. Si al menos pudiera oír la música

de su Ipod. Pero él ha dicho que no. Y está vez lo dijo enserio. Sabe que si lo

desobedece tendrá que soportarlo durante todo el fin de semana y después

seguramente le impondrá un castigo. Y no puede arriesgarse. El próximo viernes

M.I.A. va a estar en Pasaje América. Durante un mes ha pensado sólo en eso. Sus

amigos dicen que está obsesionado con ella. Le hacen burla. A él no le importa. De

hecho le gusta presumir todo lo que sabe de ella. Incluso ha copiado un poco su estilo.

Todos en la escuela lo han notado. Esos pantalones entubados y las Tank top largas y

holgadas te hacen ver con mucho estilo le dijo Ariana. No cabía de la emoción. Se

sentía orgulloso. Le gustaba pensar que a pesar de sólo tener 18 años ya se iba

haciendo de un estilo propio. Su padre obviamente no lo entendía: le había dicho que

no entendía las modas: ya no se sabe si la ropa es de hombre o de mujer. Dijo eso en

American Apparel que vergüenza le dio. Todos escucharon y se rieron. Seguro

pensaron que era un idota. Él lo piensa a veces.

Lo piensa ahora: en este momento. En el auto negro que corre sobre la autopista a

Cuernavaca. Hace una hora que su papá no deja de hablar. Algo debe estar pasando.

Seguro cometió adulterio y ahora se siente culpable y quiere remediarlo llevando a la


familia a la casa de Cuernavaca. Y quiere hacer lazos con sus dos hijos adolescentes.

Piensa que en hora y media puede crear esos lazos que ya se rompieron desde hace

mucho. No. Otra vez la misma historia. Mi padre siempre cuenta esa historia de

cuando era joven. No puedo creer que sea tan aburrido. Seguramente si hubiera

nacido en está época sería un tetaso. Le gustaría el rock o peor aun el rock mexicano

y en su Ipod tendría a Maná o a los Jonas Brothers. Algo así. Mauro me dijo el otro

día que sólo conoces a una persona cuando ves la música que trae en su Ipod. Es

verdad. Eso no falla. Mi hermana es como cualquier niña tonta de 15 años. Un día

mientras se bañaba me di cuenta que tenía los discos de High School Musical. Al

principio me dio risa pero después se volvió un asunto serio. No podía verla sin

imaginar que escuchaba eso. Seguro cuando se encierra en su recamara juega a que

está en un concierto y canta con Zac X. Con eso es suficiente para que adivine el

futuro de mi hermana: a los 18 años o cuando entré a la Universidad se va a pintar de

rubia, va a estudiar Gastronomía, su novio se va a llamar Renato y después se casará

y competirá con sus amigas para ver quien tuvo la boda más cara. Y mi papá no se ha

callado. Lo más chistoso es que nadie lo escucha. Bla bla. Si alguna vez tengo hijos y

mi vida es tan aburrida como la de mi papá seguramente me voy a inventar alguna

historia. Pero no. No creo que mi vida sea aburrida. Si es verdad eso de la música mi

vida va a tener onda.

Voy a estudiar diseño gráfico o periodismo en la Universidad voy a probar la mota y mi

gusto musical evolucionará a algo más electrónico. Algo como electro. Entonces

alguno de mis amigos me invitará una tacha. Y seguramente conoceré gente

interesante. Una mujer un poco misteriosa. Con mucha personalidad. Al principio voy a

pensar que es sólo atracción y me voy a acostar con ella. Pero un día vamos a

platicar. Quizás en una terraza, después de una comida o mejor aun en la cama

después de haber hecho el amor. Ella va a prender un cigarro. Fuma obviamente.

Empezó a fumar cuando dejó la coca. Y entonces vamos a estar los dos acostados. A
lo mejor vamos a tener ganas de ya irnos. De respetar las reglas del sexo casual. Pero

va a hacer que nos quedemos. Yo diré que quiero ser escritor, ¿quién no?, ella no lee

mucho pero sabe cosas. Las ha aprendido viviendo. Se le ven en los ojos. Uno no

puede ocultar las cosas que sabe. Y entonces me preguntará sobre que quiero

escribir.

Al principio le voy a decir alguna frase mamona para sentirme intelectual, después le

voy a platicar esa historia que me ronda por la cabeza. Ella me escuchará con

atención y prenderá otro cigarro. Yo haré igual. Fumando. Hablaremos por horas. Me

dirá cosas inteligentes. No pensé que tuviera tan buenos puntos. Me hará pensar.

Tuve que anotar lo que me dijo en una cajetilla de cigarros. A partir de esa noche la

veré con otros ojos. Ya no será sólo su cuerpo. Descubriré que puedo hablar con ella.

Y entonces me enamoraré absurdamente. Y viviremos juntos pero aun seremos tan

jóvenes. Habrá un momento en que piense que la odio. Ella igual. Nuestras vidas

rozarán el desastre y un día cuando pensemos que ya todo está perdido hablaremos

sentados en una escalera y entonces recordaremos algo que ya habíamos olvidado:

que siempre podemos hablar. Y lo haremos y otra vez nos entenderemos. Y luego la

música evolucionará. Lo que era moda se volverá vintage yo creceré.

Mis hijos me verán como viejo. Cuando les platique sobre la música de mi Ipod

pensarán que anticuado es mi papá. Y seguramente alguna vez les contaré la historia

de mi vida mientras ellos piensan que todo lo que digo suena tan aburrido.

Atl Mendarte
No recuerdo como llegué a la fiesta. En esa época nunca planeaba las cosas

sólo sucedían y supongo que eso me gustaba. Me sentía menos responsable y

más aventurero. Siempre me ha gustado sentirme aventurero quizás porque no

lo soy. Siempre me gusta creerme las cosas que no soy. No es que me engañe

es más bien ponerme metas. Aunque siempre me he quedado a medias, nunca

concluyo las cosas. Me dan miedo los resultados. No sé lidiar con los finales.

Por eso mi editor me odia. Siempre tengo una novela o un cuentesillo que

marchan muy bien pero es justo después de llegar a la mitad de la historia

cuando ya no puedo concluirla. Me abrumo. Supongo que soy un cobarde. Tú

eres lo primero que he llevado hasta las últimas consecuencias. Cuando te vi

por primera vez supe que no podría dejarte a medias. Tal vez por eso te llegué

a amar. Porque sabía que eras lo único completo en mi vida.

Las fiestas me resultan tan entretenidas porque hay mucha gente y me encanta

ver gente. Las personas entre más complejas más divertidas. Hoy he hablado

con algunas mujeres. En general han sido aburridas. Había una que me

pareció interesante porque tenía mucha culpa. Era una de esas mujeres que lo

tienen todo pero están tan vacías. Es guapa. Alta. Con una mirada tan triste y

unos ojos tan bellos. Siempre me han intrigado las mujeres hermosas. En lo

personal creo que están malditas. Su belleza las supera. Es lo único que tienen
y llega un momento en que se dan cuenta. Y que duro es saber que lo único

que tienes no es suficiente. A está pobre mujer su marido la dejó por otra. Ella

dice que lo ha superado pero es su único tema. Uno habla de lo que es. No hay

mejor forma de conocer a alguien que escucharlo hablar. Por eso es que casi

no hablo. Me aterra que alguien llegue a conocerme. Es mejor escuchar. Yo

todo lo que sé lo he aprendido porque lo he escuchado. Está mujer vive tan

atormentada. Me habló mucho de su ex marido. Me dijo muchas cosas y entre

más me decía más me daba cuenta que lo único que hacía era preguntarse:

¿Por qué? Patética. Pero me agradó porque estaba tan atormentada. Me

fascinan las personas atormentadas. Este mundo sería mejor si todos

aceptáramos a nuestros fantasmas. Los tormentos sacan lo mejor de nosotros

o al menos lo más interesante. Ahora que escribo esto me doy cuenta que

estaba necesitando a alguien como tú. ¿Te has preguntado por que de entre

todas las personas que conocemos sólo elegimos a unas cuantas? Yo me lo

preguntaba cuándo te conocí. ¿Por qué de entre todas las mujeres me

enamore de ti? La más misteriosa. La más intensa. La más enferma...

Aun recuerdo el momento. ¿Tú no? Estaba a punto de irme. Ya me había

cansado de escuchar a la mujer dolida. Estaba despidiéndome cuando te vi. Tu

cara. Es el rostro más misterioso que he visto. Pensé que no habías dormido

en mucho tiempo. Fumabas sin control. Estabas desesperada parece que

estabas a punto de golpear a alguien. Escuchabas a una mujer gorda y simple.

Pensé que te estaba aburriendo. La mirabas con tanto desprecio. Me acerqué

poco a poco. Tenía miedo de que al hablarte perdieras el encanto. Me ha

pasado muchas veces: hay gente que aparenta ser interesante y en cuanto
habla resulta tan aburrida. Por eso he aprendido a no fiarme de las apariencias.

No hay nada más falso que las apariencias. Tenías ese vestido negro tan

dramático. Casi apostaría a que te lo pusiste sin verlo. Tu feminidad es tan

natural. Tan diferente. Dejaste a la mujer gorda hablando sola y fuiste directo

hacía mi. Lo primero que pensé es que hablabas demasiado rápido.

Quejándote de todo. Movías las manos sin control. Me salpicaste algunas gotas

de lo que bebías. Al principio te ame porque eras tan diferente a todo lo que

conocía. Casi pude haber pensado que eras molesta. Si cierro los ojos puedo

escuchar claro tu voz. Aquello que me dijiste:

-Ya no tolero estas fiestas. Si no fuera por el alcohol pensaría seriamente en

terminar mi vida social.

-A mi me parece divertida. Está llena de gente con vidas que jamás se

atreverían a contar.

-Yo no lo veo así. Creo que todos están muy orgullosos de su vida. No hay

nada más aburrido que la gente orgullosa de todo lo que ha vivido. Uno

siempre tiene que tener cosas de las cuales sentirse avergonzado.

-Sí eso crees me encontraras muy interesante porque me avergüenzo de todo

en mi vida.

-¿Me estás coqueteando?

-Eso es para más tarde. Ahora tengo que hacerte creer que no me interesas.

No hay nada tan estimulante como la indiferencia.

-Veo que sabes de amor. Le dice ella mientras con una mano alcanza un

martíni.
-Sé muy poco de amor. El amor es de esas cosas en las que hay que ser muy

ignorante. Entre más sepas más te das cuenta que es una mentira.

-Tienes razón. A mi me gusta ser ignorante en las cosas que me gustan.

-Eso suena extravagante. Yo para amar algo necesito conocerlo.

-Dame un ejemplo. Y lo miro con cierta emoción como quien lanza un reto que

de antemano sabe ganará.

-Soy escritor. Estoy enamorado del hombre por eso me gusta conocerlo.

Entenderlo.

-Intentas conocerlo. Te cuestionas sobre él. Pero si lo conocieras

completamente irremediablemente te aburriría. Buscarías otra cosa para

entender.

-Nunca lo había visto así.

-Es una regla de oro. Tú dices que la indiferencia es el mejor estimulante. Yo

digo que es la curiosidad. Hace poco deje al hombre con el que estuve cinco

años. Un día desperté y me di cuenta que ya no había nada nuevo. Conocía

todo de él. Hasta sus besos me los sabía.

-Hasta este momento había pensado que el amor era exactamente lo contrario.

-Sí así lo fuera no habría matrimonios fracasados. Eso es lo único que yo sé

sobre el amor: se alimenta de la curiosidad y es completamente alérgico a la

rutina.

Y a partir de ese momento todo cambio. Necesitaba seguir escuchando lo que

decías. Pocas veces siento que alguien dice cosas dignas de ser escuchadas.

Y ahí estabas tú. Con tu


Manual de palabras que no han sido escuchadas.

Supongo que mi madre se dio cuenta de que lo miraba con mucha curiosidad.

Se acercó a mi hombro disimuladamente y sin perder el paso me dijo: se llama

Rufino de joven era muy guapo. Se refería al hombre que iba caminando hacía

nosotros. Mediana estatura con unas bermudas azules y una guayabera de un

blanco angelical. Después del comentario de mi madre me sentí con la libertad

de analizarlo cuidadosamente casi descaradamente. Sí me cuestionaba sobre

mi análisis podría argumentarle que buscaba esa belleza perdida en ese rostro

que resultaba tan agresivo a la vista. No es que el hombre tuviera rasgos mal

hechos. Al contrario su construcción ósea era armónica y tenía una nariz

especialmente suave sin embargo no podías mantener los ojos en su rostro.

Quizás por que era demasiado delgado y un tanto chupado. O tal vez por sus

arrugas que parecían surcos desordenados. Pero más bien era por sus ojos.

Tenía una mirada pesada. No era nostálgica porque no había añoranza. Era

una especie de resentimiento algo que había sido frustración y ahora tan sólo

era resignación.
Los tres caminábamos sobre una de las calles que lleva a la plaza principal del

pueblo. Me gustaría decir el nombre de la calle pero creo que no tenía y si lo

tenía yo nunca me entere. Era una calle medianamente larga con casas a cada

lado. Todas bien hechas y de aparente prosperidad. Pintadas a dos colores: la

parte de abajo de un color más intenso que la de arriba. Colores pintorescos.

Muy mexicanos. Azul, rojo, blanco y algún verde atrevido que resaltaba de

entre todas. Mi madre caminaba rápido y yo le seguía el paso. Íbamos en

silencio. Captando los colores que desfilaban orgullosos en cada rincón.

Árboles verdes con unas flores lilas que emergían curiosas y unas bugambilias

rojas y moradas que aparecían en casi cada pared. Cuando el hombre estaba

más cerca de nosotros yo camine más despacio quería captar todo lo que me

fuera posible. Él caminaba con una especie de flojera orgullosa. Un observador

descuidado habría pensado que miraba, como nosotros, la paleta de colores

provincianos pero no era así. No miraba nada. Iba imaginando. Quizás

recordando, aferrándose a algún momento que se negaba a olvidar. Había algo

de desesperación. De ansía. No sé que es lo que pensaba. Mis observaciones

no son tan profundas. Lo que sí sé es que ese “algo” era para él como un ancla

que lo mantenía en tierra. Sabía que si lo perdía estaría condenado a la locura

o tal vez a la realidad.

Todos hemos sentido en algún momento el llamado de una mirada

observándonos. Es como una especie de comunicación. Esa tarde el hombre

sintió mi mirada y por un instante salió de su profunda contemplación. Me miró

casi con la misma curiosidad con la que yo lo veía. Al principio fue algo erótico.

Luego se convirtió en una especie de reconocimiento. Me miró y lo adivinó.


Estaba a punto de pararse y hablarme pero lo detuvo mi madre que lo veía

amenazante. Estoy seguro que de haber ido sólo, se habría detenido a decirme

algo: cualquier cosa. El momento plantaría las palabras. Habrían sido mensajes

que él aguardaba por decir. Escondidos en la censura. Olvidados en algún

rincón oscuro pero preparados para salir. Ordenados estratégicamente. Todos

con un sentido vital y profundo. Palabras que esa tarde él estaba listo para

pronunciar pero que tuvo que callar una vez más. Le dolían de no decirlas.

Fueron unos segundos los que estuvimos casi de frente, nos miramos a los

ojos. Luego seguimos caminando y yo no volteé la mirada pero estoy seguro

que él sí lo hizo. Se detuvo a la sombra de algún arbusto y miró como me

alejaba. Pensó en todo lo que quería decirme pero no pudo adivinar lo que yo

le contestaría. Esas palabras no las conocía. Sabía que existían pero le eran

desconocidas. Ajenas. Prohibidas. Y él quería escucharlas... necesitaba

escucharlas porque ya se había cansado de desearlas, de soñarlas. Y yo seguí

caminando y él miraba a la sombra de un arbusto como se alejaban esas

palabras que él jamás había escuchado.

Cuándo mi madre me dijo que nos quedaríamos toda la semana santa en el

Pueblo esperó que mi reacción fuera negativa. Tenía un discurso preparado y

muchas ideas para convencerme. No fue necesario. No entendió porque había

aceptado. Tal vez pensó que era la comida preparada en ollas de barro, o los

olores que emergían de todas partes o quizás simplemente porque no tenía

ganas de discutir porque el calor de alguna manera me había domado. Imaginó

muchas cosas pero seguramente no pensó que me quedaba porque quería

conocer al hombre de la mirada pesada. No era carnal. No había un sólo rasgo


de su físico que encontrará atractivo. Casi me repugnaba y aun así necesitaba

hablarle. Necesitaba mirarlo por un largo rato. Necesitaba escuchar lo que

tenía que decirme porque yo estaba seguro que había algo que necesitaba

saber.

Desde nuestro fugaz encuentro me obsesione con saberlo todo sobre él.

Pregunte a quien lo conocía. Trate de parecer ocioso. Un hombre que dice ser

mi tío pero que es más bien un amigo de la familia me dijo que todos en el

pueblo dicen que es homosexual, no uso esa palabra dijo: maricón. La

pronunció queda pero burlonamente. Su boca se abrió por completo para decir

la oración. Me miró fijamente esperando mi reacción. Trate de parecer tranquilo

pero curioso. Él siguió hablando. Se preguntaba porque me interesaba pero

estaba demasiado aburrido para pensar y de alguna manera encontraba

divertido contarme la historia de Rufino Guerra. Pensó que no tenía nada mejor

que hacer y en realidad le gustaba contar historias. Le gustaba escuchar sus

acentos pronunciados y el énfasis provocador que le daba a algunas palabras.

Le gustaba escuchar su entonación acomodada meticulosamente en las ideas

que quería resaltar. Hablaba lento y con un aire de misticismo exagerado.

Buscaba detenidamente cada palabra parecía que con cada adjetivo fijaba su

posición hacía la vida. Algunas partes de la historia las mezclaba con una

especie de filosofía popular que no entendía del todo. Su monologo fue largo y

al final me di cuenta que aquel extraño me había contado parte de su vida entre

las líneas de una historia que no era la suya. Me dijo tantas cosas pero tan

pocas sobre Rufino: que era homosexual ya lo sabía lo supe desde que lo vi.

Que estaba casado con una mujer deprimida, quizás porque se sentía culpable
de los exóticos gustos de su marido. Que tenía dos hijos que los visitaban con

frecuencia. Que vivía en una casa cercana pero separada de la de su esposa.

Que la gente rumoraba que había tenido un romance con un fuereño que vestía

camisas de seda desabotonadas en el pecho y que dejaban ver su prominente

mechón de vellos. Y que después de que el fuereño lo abandonó se recluyó en

su casa por dos meses. Y que invita a su refugio a jóvenes viriles y les da

alcohol a cambio de meter su boca en su verga. Y que los huele. Y que se pone

vestidos... y me dijo más cosas que no creí porque sonaban a historias que el

hombre inventaba para alimentar su morbo ignorante. Estaba a punto de

contarme otro detalle que parecía interesante pero de repente como si se diera

cuenta que había dicho ya demasiadas cosas se marchó precipitadamente por

una calle larga que conectaba a un lugar que parecía el fin del mundo. Yo lo

seguí unos pasos y me detuve esperando que se diera vuelta y me contará

aquello que estuvo a punto de decirme. Permanecí parado a la mitad de la calle

hasta que el sol me quemó demasiado y me di cuenta que ya no regresaría.

Volví a la casa de mi abuela y tomé un vaso de agua y las gotas que me

escurrieron por el cuello me recordaron lo caliente que estaba mi cuerpo.

En el transcurso de la tarde salí a la calle infinidad de veces con múltiples

excusas pero siempre con la intención de encontrarlo. No sucedió. Sin

embargo estaba decidido a hablar con él. La última vez que salí en su

búsqueda ya con la luna acomodada en el cielo decidí que si al otro día la

casualidad no nos topaba tendría que intervenir en el trabajo del destino. Volví

a la casa con esa determinación. Dentro se estaba llevando a cabo una reunión

familiar que incluía alcohol y unos platillos que al principio no reconocí pero que
sin embargo no dude en probar. Mi familia, tradicional como es cumplía con

puntual obediencia los mandatos eclesiásticos de no comer carne en Semana

Santa a mi esas ideas siempre me parecieron una estupidez, pero ¿qué

precepto eclesiástico no lo es? Durante toda la noche seguí pensando en

Rufino Guerra y en lo poco que sabía de él. Traté muchas veces de retener la

imagen de su rostro en mi mente y aferrarme a sus ojos que de repente

parecían como un espejo. El ruido de mi familia platicando de muchas cosas.

Como si estuvieran obsesionados con agotar todos los temas de conversación

posibles para llegar a un silencio apresurado que sólo originaría una tanda más

de temas que al final no eran más que los otros disfrazados con palabras

nuevas que ya habían sido pronunciadas. Mis pensamientos necios

aderezados con comida de cuaresma. Un hombre que sólo había visto una vez

y que de repente ocupaba todas mis ideas. Toda mi energía. Pensaba en lo

que podría estar haciendo. En lo que podría estar pensando. Lo imaginaba en

un lugar oscuro que poco a poco se iba iluminando con los pequeños detalles

que me inventaba como complemento de su cotidianeidad. Trataba de crearle

una voz que se iba volviendo más real y luego desaparecía y se convertía en

una más suave y luego en una más aguda y al final era una voz que se parecía

a la mía. Y ¿qué cosas decía? Palabras sueltas al principio. Sin sentido.

Palabras que tal vez no existían. Y luego palabras que se colaban del comedor

familiar y que luego se iban convirtiendo en otras que yo le ponía. Y al final la

imagen se iba desvaneciendo y las palabras se perdían y la voz se callaba y

luego la cara resplandecía y sólo quedaban los ojos. Unos ojos que eran como

espejo. Y después me daba cuenta del comedor familiar y ahora hablaban de

algo que debía ser política. Y yo los veía y me reía como si asintiera. Y
después seguía comiendo los platos de cuaresma. Y bebiendo algo que ya no

sabía que era. Y cuando el comedor quedó vació me levanté y fui a la cama.

No me quité la ropa y a pesar del calor no tarde en quedarme dormido.

Tuve un sueño muy extraño. No soy de esas personas que les de mucha

importancia. He escuchado como algunos intentan recordar cada detalle que

después interpretan como mensajes del subconsciente. Yo soy escéptico. Creo

que es una idea muy elaborada. Además aunque creyera casi nunca recuerdo

mis sueños será porque mi subconsciente es muy huraño. Sin embargo ese

sueño me sigue resultando tan claro y tan detallado. Era la misma calle larga

que llevaba a la plaza principal del pueblo. Vacía. Con un viento llorón que

llevaba en sus faldas hojas secas pegadas. Dos personas caminando. Hombre

y mujer. En silencio y con una marcha que parecían saber de memoria. Sus

ropas eran iguales y parecían uniformes. Al principio pensé que los que

caminaban eran mi madre y yo pero luego sus rostros me aparecieron como si

una cámara los enfocará con esmerado detalle. No tenían rostro. No había

nariz ni boca ni mucho menos ojos sólo una mancha de color piel que cubría

todo el espacio de la cara. De pronto de la nada frente a ellos pero distanciados

por unos cien metros aparecía un tercer hombre. Con unas ropas diferentes.

Una especie de gabardina que le cubría todo el cuerpo. El hombre caminaba

con un paso decidido. No podía ver los detalles que me rebelarán su identidad.

Y entonces cuando estuvo frente a los personajes sin rostro pude ver el suyo:

era el mió. Entonces lo entendí. Sentí mi cuerpo mojado en sudor. Abrí los ojos.

Vi el sol. Me metí a la regadera y me dije en silencio que al terminar iría a la

casa de Rufino Guerra.


No fue mucho el tiempo que permanecí inmóvil frente al portón negro que me

separaba de Rufino. La verdad es que pensaba en muchas cosas pero el

impulso que sentía por tocar la puerta y terminar de una vez con todo era más

poderoso. Sin embargo no podía dejar de preguntarme cual sería el pretexto

para tocar esa tarde su puerta. ¿Cómo explicaría mi presencia? Muchas ideas

pasaban por mi cabeza pero al final todas parecían estúpidas y terminaban

dejándome en la misma situación: sin ninguna razón lógica para estar ahí,

frente al portón negro. No podía evitar pensar que el hombre pensaría que mis

razones eran eróticas. Lo que menos quería era que Rufino Guerra confundiera

mi visita puramente existencial con una de fin sexual. Una decena de veces

puse mi mano en el timbre pero me arrepentía y volvía a pensar en algún

pretexto que después se desvanecía y repetía la secuencia, así fue hasta que a

la mitad de todo sentí una presencia justo detrás. Me voltee precipitadamente

como fingiendo que la situación me sorprendía. Dije una oración torpe que ni

siquiera recuerdo porque quizás estaba compuesta de palabras que no se

conocen. Él en cambio actuaba como si yo fuera un visitante regular. Me saludó

dándome la mano. Una mano suave que no quise apretar en exceso porque

me pareció demasiado frágil. Como de anciana. Me dijo unas palabras acerca

del clima y me miró cautelosamente como esperando mi reacción para

comprobar si mi visita no era una equivocación. Yo contesté cualquier cosa

pero en un tono amigable y hasta alegre que él interpretó inmediatamente y

correspondió invitándome a entrar en su casa. Sacó de entre una bolsa llena

de frutos, que parecían puestos a propósito para formar una pintura armoniosa

y campirana, una llave que compartía con otras un llavero que me pareció
femenino. No pude evitar mirarlo con cierta ironía y él se dio cuenta y lo ocultó

con su mano que ahora me pareció más vieja y después declamó una nerviosa

justificación que no sirvió de nada y yo simplemente contesté que me parecía

bonito. No dijo nada pero suspiró como si mis palabras le dieran tranquilidad.

Por fin logró abrir la puerta y yo me ofrecí a ayudarlo con la bolsa de frutas que

parecía más ligera de lo que en realidad era. Dimos unos pasos y nos

detuvimos casi en la mitad de un jardín repleto de rosas. Había de muchos

colores y no disimulaban el empeño que se ponía en su cuidado. Rufino me

hizo un comentario acerca de ellas y me pude dar cuenta que eran su orgullo.

Sin embargo a mi las rosas no me producen ninguna emoción y sólo podía

pensar lo molesto que debe ser su mantenimiento. Él en cambio las miraba

como si supiera su historia y estuviera ansioso de contarla. Quise ser amable y

pensé en algún cumplido. Compuse algunos pero todos sonaban tan vacíos.

No se puede hablar de algo que no te inspira ninguna emoción. Al final sólo me

acerque a una de las rosas que reposaba junto a una maceta blanca que

presumía una elegancia anticuada y la toque como acariciándola. El gesto le

pareció un cumplido y se soltó a explicarme un proceso que recitaba como un

escritor describiría su método creativo. Yo asentía con la cabeza y repetía la

misma expresión de admiración. La repetí hasta que se dio cuenta que estaba

protagonizando un monólogo y repentinamente guardó silencio. Se quedó

callado como si entrará en una meditación profunda y luego su cara adoptó un

gesto que parecía temor a que me aburriera y lo dejará. Entendí que no tenía

muchas visitas. No al menos, como la que yo le hacía. Atravesamos el jardín

de rosas y de macetas toscas y entramos a la casa. Mi primera impresión fue

pensar que había sido decorada por su esposa. Pero él miraba cada detalle
como si lo entendiera profundamente. Buscar un estilo que definiera la

decoración sería una misión confusa. Había de todo un poco. Cortinas

vaporosas que se parecían al terciopelo. Carpetas tejidas que por alguna

extraña razón me parecieron hechas por él. Cuadros de paisajes campiranos

que miraba como si buscará en ellos un refugio de algo que yo no entendía.

Fotografías en blanco y negro que retrataban mujeres que me resultaban

familiares, en medio de todas esas extrañas sobresalía la de un hombre con

una pose poco creíble que vestía una camisa de seda y dejaba ver su

prominente pelo en pecho. No lo conocía pero sabía quién era. Rufino esperó

paciente a que yo recorriera en silencio cada rincón de su estancia. Caminaba

detrás de mi como esperando a que me surgiera alguna duda que él sin duda

podría resolver. Yo permanecí en silencio. No hacía falta la descripción el

mensaje era demasiado claro. Se alejó de mí y se acercó a una consola de

madera fina que me pareció lo único que yo conservaría. Puso un disco de

vinilo que salió de un empaque que tenía de imagen central el rostro de una

mujer en blanco y negro: música que me remontó al México de las noches de

cabaret. Después de tanto soportar la pena de sentir tu olvido... Yo seguí

caminando como si estuviera en un museo. De reojo vi como Rufino Guerra

preparaba unos tragos mientras bailaba tímidamente la música que a mi me

sonaba como a una mezcla de tango con bolero. Me acerqué a él y me dio la

impresión de que quería besarme entonces me detuve y estiré la mano para

tomar el vaso con whisky. Él sintió mi rechazo y se perdió en la balada que

sonaba de fondo. Pensé que recordaba pero me di cuenta que en realidad veía

la foto del hombre de las camisas de seda. Hice lo mismo y quise decir algo

pero él se adelanto. Su voz sonaba más suave y se parecía a la de la mujer


que cantaba: Se llama Pedro. Yo guardé silencio porque esperaba escuchar

alguna historia. No dijo nada. Me quedé frente a la fotografía y la miré con tanto

cuidado que noté detalles que me habían pasado desapercibidos. Rufino ya se

había sentado en un sillón que estaba frente a una ventana. Su voz adquirió un

tono verdoso: ¿Te ha pasado que hay cosas que no sabes cómo decir? No

supe que contestar pero presentí que no esperaba respuesta. Deje de mirar la

fotografía y me senté en un sillón que también daba a una ventana. Le pedí

más Whisky y él se levanto enseguida. Cuando pasó junto a mi dejó un aroma

que se parecía a la lavanda. De la ventana entró una corriente que lo dispersó

y lo sustituyó por otro que no supe distinguir. Él me dijo que le gustaban los

vientos de Semana Santa yo le contesté cualquier cosa y lo vi sonreír. Me di

cuenta que era la primera vez que lo hacía.

Atl Mendarte

No sé como explicarlo pero se parece a la angustia. La angustia de saber que

vas a necesitar repetir esa sensación durante toda tu vida.

EL SUEÑO.

EL ENCUENTRO.

LA CONVERSACIÓN.
Pensó que debía ser el más perverso miembro de la curia. Había escuchado de

curas que sodomizaban niños, curas que se sodomizaban entre ellos, curas

que se reunían en rituales de sodomización colectiva, curas que abusaban de

monjas, curas que violaban misioneras, curas que se masturbaban en la casa

de Dios, curas que rompían el voto de castidad pero jamás había escuchado de

alguno que soñará con ser sodomizado por Jesucristo.

En realidad ni siquiera estoy seguro de lo que significa tener una mente abierta, pero

sentí que era mi deber hacer tabla rasa y despejar nuestra futura relación de

culpabilidades y rencores. Bolaño

Uno nunca termina de leer, aunque los libros se acaben, de la misma manera que uno

nunca termina de vivir, aunque la muerte sea un hecho cierto. Bolaños

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