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Habían acudido los trescientos treinta y tres jóvenes estoicos para cerrar el
curso con el suicidio colectivo. Existía en el centro de la plaza pública un
cuadrado de rigurosas llamas, donde los jóvenes se iban lanzando como si se
zambullesen en una piscina. El fuego actuaba con silencio y el cuerpo se
adelantaba silenciosamente. Esa decisión e imposibilidad de traición, ninguno
de los jóvenes transparentes habían faltado, únicamente podía haber sido
alcanzada por las pandillas diseminadas de estoicos contemporáneos. Aun en
el San Mauricio el Greco, lo que se muestra es patente: se espera la muerte,
no se va hacia la muerte, no se prolonga el paseo hasta la muerte. Solamente
los estoicos contemporáneos podían mostrar esa calidad; ningún traidor,
ningún joven vividor y apresurado había corrido para indicarle al Rey que los
jóvenes que él utilizaba para la guerra iban con pasos cautelosos a hacer sus
propios ofrecimientos con su propio cuerpo ante el fuego.
Las lecciones de los últimos estoicos transcurrían visiblemente en el jardín. Sus
cautelas, sus frases lentas, los mantenía para los curiosos alejados de
cualquier decisión turbulenta. Muy cerca, en sótanos acerados, una banda de
conservadores chinos, en combinación con unos falsificadores de diamantes de
Glasgow, había fundado la sociedad secreta El arcoiris ametrallado. En el
fondo, ni eran conservadores chinos ni falsificadores de diamantes.
Era esa la disculpa para reunirse en el sótano, ya que por la noche iban a los
sitios más concurridos del violín, la droga y el préstamo. Querían apoderarse
del Rey, para que el hijo del Jefe, que tenía unas narices leoninas de leproso,
utilizadas, desde luego, como un atributo más de su temeridad, fuese instalado
en el Trono, mientras el Jefe disfrutaría con su querida un estío en las arenas
de Long Beach.
Días antes del vuelco definitivo de los estoicos suicidas en la plaza pública,
había hecho traer de la bodega sus colecciones de vinos, con la disculpa de
consultar etiquetas y precios para la festividad trascendental. Los había
devuelto, alegando otras preferencias y la excesiva lejanía aun del festival,
pero regresaban los frascos portando los venenos más instantáneos. Los
gendarmes que creían transportar en esas ánforas líquidos sanguinosos
cordiales reconciliaciones con el germen y el transcurso, se quedaban absortos
al observar cómo abrevando los estoicos entraban en la Moira. Los estoicos,
con dosificado misterio causal provocado, morían al reconciliarse con la vida y
el vino les abría la puerta de la perfecta ataraxia.
Ante esa llamada y su noticia, la tropa salió como el cohete sucesivo que
permitiría a Endimión besar la Luna. Pero entre la llamada y la salida a escape
habían sucedido cosas que son de recordación. En ese cuartel, en la
manipulación de los nítricos, trabajaba un pacifista desesperado.
Nota: Publicado por primera vez en Literatura. Revista Popular, Núm. 4, febrero, 1944.
Tomado de Cuentos completos, p. 45 – p.56. Editorial Letras Cubanas, 1987.
José Lezama Lima: Sus ensayos son imaginativos, poéticos, abiertos y constituyen una recreación de textos y visiones.
Promotor de revistas y cenáculos, supo congregar en torno suyo a poetas de la talla de Gastón Baquero, Cintio Vitier,
Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Octavio Smith, entre otros. Su amistad con el poeta y sacerdote español Angel Gaztelú
(1914), contribuyó a la formación de su mundo espiritual. Su primer libro de poemas fue Muerte de Narciso (1937).
Siguen, entre otras obras poéticas, todas influidas por el estilo rico en metáforas y lleno de distorsiones de Góngora,
Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), Dador (1960) y Fragmentos a su imán, publicado póstumamente en
1977, en las que sigue demostrando que la poesía es una aventura arriesgada. En 1966 publicó la novela Paradiso, donde
confluye toda su trayectoria poética de carácter barroco, simbólico e iniciático. El protagonista, José Cemí, remite de
inmediato al autor en su devenir externo e interno camino de su conversión en poeta. Lo cubano, con sus deformaciones
verbales, desempeña un papel fundamental en la obra, como ocurre en su colección de ensayos La cantidad hechizada
(1970). Oppiano Licario es una novela inconclusa, aparecida póstumamente en 1977, que desarrolla la figura del
personaje que ya aparecía en Paradiso y de la que toma título.