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Cartografía e imperialismo

Federico Mare

Una historia crítica de la ideología del colonialismo europeo —y estadounidense— en


la modernidad (desde el Renacimiento hasta la Posguerra), así como de sus secuelas
neocoloniales e imperialistas más contemporáneas, no debiera desatender jamás la
dimensión cartográfica. Si hay algo que ha condensado ―y legitimado― la vocación
imperialista de Occidente son sus planisferios. Pero vayamos por partes.

En primer lugar, la preferencia temprana (siglo XVI) de Europa por la proyección de


Mercator. El cartógrafo flamenco Gerhard Kremer alias "Mercator", ante el problema
geométrico de cómo representar la esfera terrestre en una superficie plana o de dos
dimensiones ―esto es, en un mapa (mapamundi)―, optó por la proyección cilíndrica,
que se conocería desde entonces —año 1569— por su nombre. Esta representación,
que se convertiría rápidamente ―hegemonía de Occidente mediante― en la imago
mundi más difundida en todo el orbe durante los últimos cinco siglos, y que todavía
persiste hoy, tenía un importante defecto: a mayor distancia del ecuador, menor
fidelidad. La franja ecuatorial estaba bien representada, pero las zonas situadas al norte
y al sur de la misma se hallaban magnificadas, sobredimensionadas en su tamaño. Así,
por citar dos ejemplos, Europa (9.700.000 km²) aparecía como mayor a Sudamérica
(17..800.000 km²) y Escandinavia (1.100.000 km²) superaba a la India (3.300.000
km²). Había alternativas mejores, soluciones cartográficas geométricamente más
consistentes. Sin embargo, se impuso la distorsiva proyección de Mercator. ¿Por qué?
Porque ninguna ciencia es aséptica. Todo saber epistemático está atravesado por la
realidad socio-histórica y sus construcciones ideológicas. La propuesta cartográfica de
Mercator es, en una palabra, eurocéntrica.

Pero el sesgo ideológico del planisferio de Mercator no se agota en la proyección


cilíndrica. Otro elemento a tener en cuenta es el descentramiento del Ecuador. La
latitud 0º, el paralelo que divide horizontalmente al mundo en dos mitades iguales, no
se ubica en el centro del mapa sino bastante más abajo. ¿El resultado? Dos tercios del
mapa corresponden al hemisferio norte y sólo un tercio al hemisferio sur. Otra
distorsión nada casual, otra manipulación netamente eurocéntrica.

No es todo. Si consideramos el mapamundi de Mercator en su aspecto longitudinal u


"horizontal", Europa aparece en el centro, mientras que América y Asia a los costados.
Oceanía, como no cabría esperar de otro modo habida cuenta su papel marginal en el
sistema colonial mundial, queda partida en dos. Dicho de otro modo, el Atlántico es
privilegiado en desmedro del Pacífico. Este "atlantocentrismo" tampoco es casual.
También él revela el sesgo europeizante de la cartografía. Todas las potencias
coloniales occidentales se expandieron desde el Atlántico.

En segundo lugar, y ya dejando de lado al planisferio de Mercator, constatamos la


predilección de Occidente por la cartografía de corte geopolítico. La gama de mapas es
muy amplia: mapas orográficos, hidrográficos, geológicos, pluviométricos,
demográficos, etnolingüísticos, etc. etc. Sin embargo, el diseño cartográfico por
antonomasia ha llegado a ser el geopolítico. La primera imagen que nos viene a la
mente cuando escuchamos la palabra "mapa" es, sin duda, la del un mapamundi
variopinto en el cual cada territorio nacional está representado con un color. Esta
preferencia cartográfica por lo geopolítico tampoco es inocente. Al rastrear su origen,
nos topamos, una vez más, con la expansión colonial y la cosmovisión eurocéntrica. Si
hay algo que llama la atención de los planisferios usados —e impuestos— por las
potencias occidentales a finales del siglo XIX y comienzos del XX —"edad de oro" del
imperialismo— es el regodeo con la representación policromática. Cada imperio
colonial se distingue prima facie por un color, sin dificultad ni tardanza. ¡Cuánto
orgullo experimentaba un oficial británico de la Royal Navy al contemplar su patria
coloreada de rojo al igual que sus numerosas y extensas posesiones de ultramar! ¡Qué
placer indescriptible sentía un burgués de la London Stock Exchange al ver la quinta
parte de la superficie terrestre pintada de colorado! Lo mismo puede decirse de los
franceses, alemanes, holandeses, belgas, portugueses, italianos, españoles, daneses y —
desde luego— estadounidenses.

Por la misma razón, tampoco debe sorprendernos la celeridad proverbial conque se


plasmó en la cartografía de la época las resoluciones de la Conferencia de Berlín (1884-
85). Pocas cosas simbolizan tan bien la euforia imperialista de la Belle Époque como
los mapas multicolores del reparto del Africa. Los tonos vivos están reservados a los
territorios coloniales, abrumadoramente mayoritarios; los tonos deslucidos, a las dos
minúsculas regiones aún formalmente libres del continente: la República de Liberia y
el Reino de Etiopía. Todo un símbolo.

En tercer lugar y último lugar, debemos mencionar la elección del Real Observatorio
de Greenwich como punto de referencia para el trazado del meridiano 0º. Esta línea,
como es sabido, es la base de la división del mundo en sus 24 husos horarios. La
elección de la localidad de Greenwich para esta trascendental función cronométrica a
escala universal tampoco es casual. Está situada en Londres, capital del Reino Unido.
En 1884, año en que se convino hacer del meridiano de Greenwich el meridiano 0º,
Gran Bretaña era la mayor potencia colonial del orbe. Nuestro sistema de husos
horarios es anglocéntrico: su origen está indisolublemente ligado a la Pax Britannica.*

Los famosos planisferios "Rivadavia", que siguen siendo los más usados en las escuelas
de nuestro país, están diseñados de acuerdo a la proyección de Mercator. He aquí un
indicio claro de la presente condición semi-colonial de la Argentina.

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* El matemático Giuseppe Barilli (1812-1894), más conocido por el seudónimo de "Quirico Filopanti", no pudo
ofrendarle a su amada Italia, recientemente unificada, los frutos de su labor pionera. El creador del sistema de
husos horarios —un hombre de activa militancia nacionalista— no pudo ver cumplido su gran sueño: la elección
de Roma como punto de referencia para el trazado del meridiano 0º. Pura correlación de fuerzas: la Ciudad
Eterna era la capital de un estado emergente; Londres, el epicentro del mayor imperio mundial.

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