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LA CASA DEL AGUA

Alberto Sánchez Arguello

Premio único I Concurso nacional de literatura Juvenil


Fundación Libros para niños, 2003
Tiraje de mil ejemplares, ISBN 99924-63-02-9

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Senderos de montaña
Cuentan que en los tiempos en que los indios empezaban a doblegarse bajo la espada de los
conquistadores una de las tribus miskitas, que aún habitaban en el norte de Nicaragua,
decidió abandonar la lucha y pactar su rendición.
El líder de la tribu, un cacique de alta estirpe, se presentó en el campamento de los capitanes
españoles para ofrecerles tierras a cambio de la paz, al lado del cacique estaban los dos
sukias, hermanos gemelos que poseían el arte de la magia ancestral y que servían de guías
espirituales para la comunidad indígena.
Los capitanes no se confiaron del ofrecimiento y el cacique y su comitiva fueron apresados y
el pueblo entero puesto en esclavitud de los señores que luego talaron los bosques para
construir sus villas. Cuentan que los sukias lograron escapar una noche y fueron vistos por
última vez por unos niños de la tribu que les oyeron decir que se iban a vivir a Peñas
Blancas, unas montañas en lo profundo de la selva, y que volverían cuando el mundo
hubiese cambiado. Nadie supo más de ellos y sólo la leyenda sobrevivió.
Y era precisamente esa leyenda la que había movido a Eva ciento noventa y ocho kilómetros
desde Managua hasta la inmensa cordillera que estaba ante sus ojos, aunque ahora que
estaba cerca no parecía una cordillera, sino más bien un dragón acostado entre colinas y
bosques verdes. Al comienzo no comprendía el origen del nombre hasta que se fijó en los
farallones desnudos de roca blanca de la montaña, parchados por musgos propios del
bosque de nubliselva.
Eva tenía doce años y nunca había viajado tan lejos de su casa, pero no crean que era una
niña mimada, siempre que podía salía de excursión. Si uno la miraba de lejos parecía mayor,
alta con los hombros estrechos y un cabello ensortijado que parecía hecho de alambre; era
cuando la mirabas de cerca que podías ver la niña que brillaba en sus ojos café miel, unos
ojos que miraban al universo como si todo estuviera recién hechito, piedras, árboles y
montañas apenas salidos del horno como el pan del desayuno.
Cuando sus primas la invitaron a pasar una semana haciendo campamento en las faldas de
Peñas Blancas, Eva hasta que saltó de contenta y de poco sirvieron las advertencias de su
madre sobre las culebras y los saca bocados o que su padre no estuviese muy de acuerdo
en pasar tanto tiempo sin su colochona, ella simplemente hizo su mochila y se fue al
comenzar la semana santa con sus primas, por la carretera hacia Matagalpa, más allá de la
Dalia.
Pasaron casi cinco horas antes que pudiera ver el dragón verde de farallones blancos,
primero tuvieron que hacer varias compras: víveres en el mercado, plástico, hamacas y
colchonetas y un bolsón de rosquillas que casi exterminan en la camioneta si no ha sido por
la intervención oportuna de su tía.
El viaje acababa siendo bastante cansado, pero el panorama aminoraba la carga, era como
hacer un recorrido en un almanaque de fotos de nicaragua: pasar por el puente de Tipitapa y
mirar el barco que parece que está siempre a punto de salir a navegar con turistas, luego
Maderas y Darío, blancas y grises, el paseo por el trópico seco de la carretera entre
guiñocuajos y árboles sin hojas, con la tristeza de los cerros pelados que luego se van
repoblando poco a poco después de pasar Matagalpa y se empieza a subir por las curvas

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interminables de la vía hacia El Tuma-La Dalia. Finalmente la carretera que termina y la tierra
se extiende bajo las ruedas de la camioneta y mil cerros rodean los caminos hasta que se
llega a uno, imponente, que cubre todo el espacio mientras se extiende en cordillera como
una muralla que parece decirnos que no se puede pasar porque ya llegamos a casa.
Después de haber pasado Kansas City y el puente de la Gusanera llegaron al empalme de
La Mora y ya desde ahí se podía admirar el Picacho, el cerro que te da la bienvenida y que a
medida que te acercás parece que se te viene encima y es abajito de él que doblaron a la
derecha por que si se iban por la izquierda llegarían al Cua, donde dicen que aún vive Nicho,
el hombre que puede oler las cosas que aún no han pasado, pero esa es otra historia.
Acabaron por parquearse en medio camino al lado de un terrero alambrado. Lo primero que
hizo Eva al bajarse de la camioneta fue cerrar fuertemente los ojos y respirar hasta sentir
bien adentro la humedad de las plantas y el fresco sabor a montaña y menos mal que se
había recostado a un árbol cercano por que si no se habría caído del susto cuando Abraham
le habló quedito para saludarla.
“Hola, ¿anda paseando?” le dijo y la quedó viendo despacito por que no la quería asustar,
pero Eva no quería parecer chavala de ciudad y se hizo como si la montaña no la
impresionase, “No, es que me faltaba conocer estos cerros de por acá, ya estaba aburrida de
otros a los que me he subido”, el chavalo se sonrío un poquito mientras le miraba los zapatos
tenis de suela baja y las manos finas de quien no trabaja en el campo, “Ha de ser” le dijo y se
despidió con la mano porque no le gustaba la gente que hablaba aparentando.
Eva se sintió un poco apenada con Abraham que ella ni el nombre le conocía, luego le dirían
que era el hijo menor de don Chico, uno de los patriarcas más respetados de la zona y el
mejor cuentista de la región, pero al final la pena le duró poco, la montaña estaba ahí, sus
primas, el agua de los ríos... los sukias.
El tío levantó un poco una parte del alambrado que estaba recortado y entraron todos.
Estaban en un terreno más largo que ancho, como un tocino, y al fondo de viaje estaba un
hermoso árbol de liquidambar, una de esas maravillas que sólo se puede ver en el trópico
húmedo en sitios elevados, las hojas se parecían al maple pero el olor era como un perfume
de hierba que te abrazaba todito si te subías a él. Pues ahí mismo, bajo la sombra del árbol
empezaron a armar el campamento
Eva estaba deseando que la noche pasara rapidito para poder salir a recorrer todos los
senderos de la montaña, era casi como esperar navidad pero con un poquito de frío.

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De hormigas y naranjas

Al atardecer los techos improvisados de plástico negro eran lo único que separaba a los
viajeros de la lluvia fina que cubría de gotitas transparentes al bosque vespertino. Las
chavalas habían despreciado las hamacas con la lógica de dormir juntas para combatir el frío
de la noche, pero la solidaridad tenía su precio porque la tierra que estaba bajo sus
colchonetas era desigual y parecían bolillos rodando de un lado a otro de los montículos que
curvaban sus espaldas. Al final lograron reposar por medio de un enlace de manos y piernas
en el que todas se sujetaban entre sí.
Las urbanas acostumbradas a la televisión no podían dormirse pensando que era la hora de
la novela, pero Eva poco a poco dejó de pensar en el casamiento de José Miguel o en la
muerte de la hija de María Antonieta porque estaba hipnotizada viendo las últimas llamas de
la fogata que habían encendido como a las siete, el fuego parecía producir baletistas que se
consumían con el viento, o de repente las lenguas rojas y amarillas le parecían hojas de
alguna planta submarina, y así, poco a poco, se fue durmiendo al mismo tiempo que se
apagaba el fuego.
Soñó que estaba en el centro de la montaña, en un círculo que estaba dentro de piedras
inmensas, oscuras, casi negras, y del cielo caía el agua a chorros en cada costado de las
piedras, debajo de ella había una poza que le cubría de agua hasta las rodillas, aunque no
estaba sola, había alguien más que no lograba ver, pero en lo que intentaba entornar los ojos
para descubrir las formas que estaban tomando los chorros tuvo que mirar hacia sus piernas
por que miles de hormigas empezaron a salir de abajo y se le fueron subiendo por todo el
pantalón...
Entonces se despertó quitándose de encima las hormigas que estaban caminando por todas
la colchonetas, sus primas le llevaban ventaja en eso, las dos estaban cerca de la fogata
dando unos brincos tan bonitos que parecía que estaban bailando algún merengue bien
movido y los tíos se estaban riendo a carcajadas desde sus hamacas, si hasta les dolía el
estómago de ver a las chavalas bailar al ritmo de las hormigas.
Rosalina, la mayor de las primas, agarró un tizón de la fogata apagada y lo puso al lado de
las colchonetas, “¡las vas a quemar!” dijo alarmada la menor, pero la otra sólo le hizo un
gesto de silencio con impaciencia y le explicó que el humo las espantaba y la pobre Eva, que
aún estaba entre el mundo del sueño y la realidad, no podía ver ni su propia nariz con tanto
humo que llenó parte del campamento.
Al final todas se tranquilizaron y empezaron a preguntarse sobre el origen de la invasión, y al
final fue Luisa, la prima menor, la que apenada enseñó el montículo de cáscaras de naranja
dulce que ella misma había botado al lado de las colchonetas.
A decir verdad si no hubiera sido por el sueño que se las estaba comiendo a todas, el viaje
se podría haber terminado ahí con un pleito de los mil demonios que hubiera despertado a
los tíos que ya habían dejado de reír. Pero en vez de eso se miraron en silencio y cuando
Eva dijo que parecían ranas en aceite todas se carcajearon y se volvieron e enmolotar bajo
las sábanas, hasta el día siguiente.

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Un guía experto

En la mañana todo estaba mojado, la entrada del terreno ahora parecía un resbaladero de
barro, como una cerámica derretida por el agua. Todas se resbalaron, era como si les
pagaran por hacerlo, mientras una de le decía a la otra “cuidado” ella misma se iba de
espaldas y se agarraba de lo que fuera, que usualmente terminaba siendo un brazo o una
pierna ajena. “Les dije que trajeran botas” se quejó el tío, pero Eva ni siquiera tenía botines,
cuando le habían hablado de ir a la montaña ella recordó sus viajes navideños con sus
padres al hotel de montaña Selva Negra, en eso momento pensó que aquellas caminatas
con rótulos y mapas eran una versión “domesticada” de la vida silvestre, esto era la
naturaleza sin tapujos, y tanto le gustó la última frase que la anotó en cuanto pudo en su
libretita roja, una especie de diario personal donde escribía todo lo que le venía a la mente.
Se fueron a desayunar a una casa que estaba poco antes de llegar al terreno del tío, Eva
impaciente por empezar a explorar los bosques de arriba preguntó a que hora iban a subir,
“después de comer” respondió la tía y agregó con una sonrisa: “cuando hallamos arreglado la
gira con el guía experto”
La casa resultó ser de Don Francisco Cruz, Don Chico por supuesto. Ahí habían construido
un comedorcito para los visitantes y Doña María, la esposa de Don Chico cocinaba en el
fogón de barro blanco de río, algunos huevitos perdidos, frijolitos, pan de maíz y lo servían
con cuajada y café de la finca de los Cruz.
Por ahí fue que Eva supo como se llamaba el chavalo del otro día, y que claro, como ya se
habrán imaginado, era el famoso guía experto: Abraham.
Bueno, pensó para sus adentros, “ahora me va tocar comerme mis palabras porque él se va
a dar cuenta que nunca he subido cerros y mucho menos montañas”, pero el orgullo de la
colochona era más grande que su sentido común y empezó a envalentonarse a sí misma de
que sería la mejor escaladora, con botas o sin botas.
Tal vez ustedes se estarán preguntando por que tanta necedad de Eva con el bueno de
Abraham, pues sucede que en la escuela siempre le había molestado que vieran de menos a
las niñas en los deportes y las matemáticas y por eso siempre se ponía adelante, para
demostrar que las mujeres podían ser incluso las mejores, y además de eso el hijo de Don
Chico le gustaba, pero eso sí, primero se comía las hormigas de la noche anterior antes que
reconocerlo, así era ella.
Cuando por fin acabaron de desayunar Abraham los esperaba fuera de la casa con una
cutacha en la mano y un par de botas de hule que lo hacían ver un poquito más alto que Eva,
así que ella se ponía de puntillas cada vez que lo tenía al lado para mantenerse “a la altura”.
Se les juntó una aijada de Don Chico como de la edad de Luisa y empezaron a subir por uno
de los senderos que estaba cerca del terreno del tío, era la vía del Taiwán que le decían, ya
luego sabrán porque.

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La guerra de las gramíneas

Al comienzo el camino era bien empinado y sólo habían matorrales bajitos de donde
sujetarse, Abraham les había ofrecido cortarles ramas rectas para usarlas como bastones y
sólo Eva, en su plan de fuerza femenina, se había negado, ahora, después de haberse caído
unas tres veces, estaba totalmente arrepentida, pero aún tenía voluntad para seguir adelante
sin pedir la ayuda del guía experto.

Pasaron casi veinte minutos y el sol les estaba jincando la espalda cuando llegaron a las
puertas del bosque, se miraba raro pasar de un cerro de matorrales a un segundo piso
cubierto de árboles. Apenas se metieron tras la entrada de ramas sintieron el cambio del
clima: todo era fresco y saturado de humedad, se escuchaba el sonido del agua corriendo de
un río que aún no podían ver y los árboles eran tantos que apenas dejaban pasar, las
chavalas estaban alegres de estar cada vez más cerca de un rico baño, aunque temían que
el agua estuviese demasiado helada.
Avanzando entre la cortina vegetal llegaron a una serie de claros y en algunos de ellos
crecían unos zacates inmensos, verdes y largos de hojas filosas, tanto que Abraham les dijo
que tuvieran cuidado porque podían herir profundamente, aquello era el famoso Taiwán. La
aijada de Don Chico les dijo que parecían zacates por que eran parientes del zacate y en
general de cualquier tipo de grama porque eso es lo que eran: gramíneas. Luisa preguntó
porque alguien querría sembrar grama en medio de un bosque y el guía se sonrío como si
hubiera estando esperando esa pregunta.
“Están aquí por la guerra” dijo y todas quedaron atentas, así que él continuó: “ mi abuelo
decía que antes los hombres eran amigos del bosque, pero luego se alejaron de él porque
querían conocer el mundo y cuando se lo volvieron a encontrar pensaron que era su enemigo
y lo empezaron a cortar y ahí donde quedaba muerto el bosque, sembraban grama para
garantizar que ninguna otra semilla volviese a germinar, y así la grama se volvió aliada del
hombre contra el bosque y aún hoy en día esa guerra sigue”, Eva primero se quedó
digiriendo todo aquello y luego no se contuvo la risa, Abraham sólo la quedó viendo con
seriedad, “sos una grosera” le dijo al oído Rosalina, y la colochona sólo se encogió de
hombros. Más tarde el guía explicó que la gente sembraba el Taiwán en los potreros como
pasto de forraje, es decir, como alimento para el ganado. Eva no podía imaginar como la
grama podía ganarle de alguna forma a esos inmensos árboles que tenía a su espalda,
además que a ella siempre le había encantado acostarse en el césped del preescolar al que
había asistido y el olor de la grama recién cortada hasta le hacía suspirar. Entonces se puso
en cuclillas para fijarse en las raíces del Taiwán y se dio cuenta de la gran ventaja de las
gramíneas: ahí donde crecían cubrían completamente la superficie de la tierra, cualquier
cosa que se posase ahí seguramente no podría germinar... cuando levantó la mirada
Abraham estaba a su lado viéndola y se le acercó un poquito más para decirle “...entonces
uno tiene que decidir si está del lado de las gramíneas o del lado del bosque”

Eva se sintió algo confundida porque le costaba decidir entre la grama de su preescolar y
aquellas enormes moles vegetales que parecían poder cuidarse solas, “¿o no era así?”

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Entre Pioneras y Dragones


Más arriba el Taiwán se encontraba con unas plantas que eran más altas que los matorrales
con los que empezaron el sendero, pero eran más pequeñas que cualquier árbol que
hubiesen visto, “Estas son las pioneras” dijo Abraham mientras señalaba con un amplio gesto
aquellas plantas, “a mí me parecen pinches papayas” le respondió Eva con un aire de
indiferencia, y aunque Rosalina quería pellizcarle el brazo Eva no dejaba de tener razón:
tenían un tronco largo y sin ramas y era en su copa, que no elevaba más que algunos
metros, que tenía ramas con hojas parecidas a la papaya.
“Pues no” respondió el guía, “estas son las aliadas del bosque, empiezan a crecer ahí donde
pierde fuerza el Taiwán y con su crecimiento inician el proceso de regeneración del bosque,
por eso se les llama pioneras, son las primeras”, “como nosotras en la montaña” dijo con un
brinquito Luisa y la prima mayor hizo una cara de fastidio. La aijada de Don Chico, que se
llamaba Julia pero prefería que le dijeran July, señaló la tierra donde se asentaban las
pioneras, les hizo ver que estaba toda cubierta de hojas muertas de las mismas plantas, “así
van abonando la tierra” les dijo, “¿y cómo ayudan al bosque?” preguntó ya con curiosidad
Eva, pero July espero a ver si Abraham quería responder y al verlo que estaba ocupado
cortando algunas ramas secas siguió hablando: “con la sombra que producen perjudican a
las gramíneas que requieren sol, además sus hojas abonan la tierra pero permiten la
germinación de árboles como los aguacates o los sangre de drago...”, “¿los qué?”
preguntaron las tres y Abraham que ya estaba de nuevo cerca les señaló la columna de
árboles que estaban atrás de las pioneras. Sin necesidad de más explicaciones se dieron
cuenta de cual era el árbol que tenía aquel nombre extraño, su forma era ordinaria, pero las
hojas eran de un color naranja intenso. Abraham empezó a explicar las propiedades
medicinales del árbol, de sus hojas y su savia que era roja como la sangre, pero de repente
se quedó cayado y empezó a ver para todos lados, fue hasta entonces que todos se dieron
cuenta que Eva no estaba, y es que ansiosa como andaba por llegar más arriba había
seguido caminando sin avisar.
Eva ya había llegado a una parte del sendero desde la que se podía ver el río y era lindo ver
el agua corriendo suavemente y transparente, no era la gran corriente por que el invierno
había sido malo y la montaña estaba produciendo menos agua, pero era agua limpia y pura y
a Eva le entró una sed que empezó a salirse de la senda para beber directamente en la orilla,
pero Abraham la detuvo, “¿qué te pasa chavala?, ¿no ves que si te vas sola te podes
perder?”, Eva le frunció el seño y le dijo que ella se sabía cuidar bien, Abraham le respondió
un poco enojado: “ve vos, seguí así y te vas a encontrar con el Sisimique”, entonces si captó
toda la atención de la colochona “¿el qué?”, pero Abraham se sonrío sin hacer ningún intento
por contestar y ahí la dejó con la espina de la curiosidad, contento de haberle movido el piso
y bien dispuesto a torturarla en su incógnita. Ella se esforzó por recordar donde había oído
sobre eso, y por allá en el fondo de la memoria estaban las veces en que su abuelo le había
leído literatura nicaragüense, le sonaba algo con Juan Aburto, un libro rojo con unos cuentos
bien divertidos, que el hombre sin huesos, que la carreta nagua y claro, ¡el Sisimique!, pero
no recordaba más que el título, y con lo que ella detestaba no saber algo, era como toparse
con una pared y no poder bordearla. Así que volvió con el grupo y empezó a preguntarle a
Abraham intentando parecer poco interesada, pero nada, el chavalo la tenía agarrada y lo
sabía.

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Una cola de mono prehistórica

“Que pesada que te has puesto” le dijo en voz alta Rosalina y la pobre Eva se sintió extraña,
la verdad es que si estaba bastante agresiva pero ella normalmente no era así, siempre era
amable con la gente nueva, pero ahora sólo de patadas estaba con Abraham; Luisa un poco
más entendida de lo que estaba pasando le guiñó un ojo a Eva, como diciendo “yo ya sé”.
Al cruzar una vuelta el guía las detuvo para enseñarles algo que estaba a un lado del
sendero, a Luisa le pareció un coludo gigante y se alegró pensando que los que su mamá
tenía colgado en la sala de la casa en Managua podían llegar a ser así de grandes. “Esta es
la Ceatea Arbórea” les dijo Abraham y a Eva le pareció que ya era demasiado con estas
palabrejas, le parecía que le estaban echando en cara lo poco que sabía de botánica, pero
luego empezó a preguntarse como es que sabían tanto y con nombre científico y todo, pero
sobre todo quería saber que era el Sisimique!!!
“Pero así no la llamamos por aquí” continuo Abraham, el nombre científico me lo enseñó un
antropólogo que venía hace años por estos lados, aquí esto se llama cola de mono” y estiró
un poco una de las espirales recogidas de la planta, “es uno de los ancestros de los coludos
que ustedes conocen, pero esta planta es mucho más vieja, es prehistórica”, “Ala!!” dijo
Luisa, “o sea que esa planta está ahí desde que habían pterodáctilos!!”, “No seas burra!”, le
dijo su hermana impaciente, pero ya todos se estaban riendo, “No, la planta no tiene tanto de
vida, es la especie la que se remonta hasta muy atrás”, y todas se pusieron a imaginar un
mundo selvático con colas de mono inmensas como ensalada de dinosaurios, claro Luisa
aún estaba tratando de entender la diferencia entre la especie de la cola de mono y la planta
misma.
Y de nuevo se pusieron en marcha un poco sofocadas y dispuestas a meterse al río aunque
el agua estuviera hecha hielo.
“¿Falta mucho?” preguntó Rosalina mientras sacaba la lengua como si la hubieran ahorcado,
“ya casi llegamos” respondió July, aunque claro en el campo cuando te dicen eso en realidad
falta de una hora a media hora, y esta vez no era diferente.
Pronto llegaron ante una serie de piedras redondas inmensas cubiertas de musgo y con unas
arañitas como hechas de vidrio que hicieron que Luisa se agarrase a la espalda de Rosalina
como si la fueran a matar; siguiendo el borde de las piedras se detuvieron ante un tronco
enorme arriba de sus cabezas que parecía un puente entre los tenamastes “¿cómo habrá
quedado ese tronco ahí arriba?” dijo Rosalina y la aijada de Don Chico le contestó “eso no es
un tronco, es una raíz” y las chavalas miraron asombradas hacía el lado y hacia arriba y
vieron un árbol enorme con raíces aéreas como troncos que estrangulaban las rocas y se
extendían por varios metros alrededor, Luisa alcanzó a decir “¡guau!” y luego de tanto torcer
el cuello para atrás se fue de espaldas hacia el charco y se llenó todita de lodo.

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El santuario de los árboles gigantes

El árbol de las raíces enormes era un Ficus, y aquel tenían un tamaño impresionante, pero lo
más interesante era la formación de las raíces superficiales, eran como los tentáculos de un
pulpo gigante medio enterrados en la superficie húmeda del bosque y se podía pasar en
medio del tronco, ya que las formas caprichosas habían dejado un arco estrecho entre tronco
y raíces, por supuesto que pasar en medio de la mole vegetal era parte de la gira y Abraham
no dejó de conducir a las chavalas por ahí.
“Si hasta parece un árbol mágico como los de Harry Potter” dijo Luisa mientras se sujetaba
de la blusa de Rosalina con miedo de quedar atrapada entre la raíces, “demasiado cine”
pensó Eva, pero ella también se puso a soñar un poco, estaba imaginando el árbol en
movimiento, desencajando poco a poco sus raíces como si fueran brazos y haciendo lentos
movimientos de torsión con el tronco, como si quisiera bambolearse al ritmo del viento y
estando en esas se cayó del susto cuando efectivamente el tronco pareció moverse con un
sonido como quien estruja madera, “es el viento” explicó July pero la colochona ya estaba en
medio de las raíces, que siendo superficiales algunas, eran estrechas en la superficie y le
dolía bastante la espalda del golpe con aquellos bordes.
En el lugar habían varios árboles gigantes, otros Ficus y algunos Nogales que avanzaban
más allá del alcance de la vista, parecía que sus copas entrelazadas cubrían como un
enorme paraguas aquella parte de la montaña.
“Estos Nogales llegaron aquí después de que en el mundo hubo mucho frío, hace muchos
años” el inicio de los comentarios de Abraham atrajeron la atención de las chavalas y hasta
Eva puso atención, “en ese entonces todo se cubrió de hielo y los animales se fueron de un
lugar a otro buscando alimento y sitios más calientes, y entre ellos algunos pequeños
cargaron semillas en sus viajes y así fue como estos árboles llegaron a parar hasta aquí, a
esos tiempos los científicos le llaman Era Glaciar”, y ahí pegó el brinco Luisa para decir: “Yo
sé!, yo sé!, como en la película de muñequitos, la que se llama La Era del Hielo, ahí sale una
ardillita fea que siempre carga una bellota, igualito, igualito”, el resto del grupo la quedó
viendo y Eva pensó que definitivamente era demasiado cine.
Abraham se adelantó un poco y luego se volteó para decirles“Ahora podemos seguir
subiendo hasta llegar a La Casa del Agua o bajar hacia el río donde están unas posas
heladitas” a Eva se le aceleró el corazón, de alguna forma sabía que esa Casa del Agua era
el sitio con el que había soñado y estaba que le picaban los pies por llegar ahí, no tuvo que
pensar mucho para hablar “Yo quiero llegar hasta allá arriba”, pero las chavalas, tanto la
Rosa como Luisa ya estaban sofocadas de los sacabocados, que las habían llenado de
puntitos rojos y sólo la idea de estar hasta el cuello de agua fría y transparente les botó
cualquier deseo de seguir explorando, “Pues yo me bajo aquí y ya” dijo Rosalina mientras
miraba con fastidio a su prima. July, que había estado callada hacia rato les propuso “Por
que no acompaño a Eva para arriba y ustedes bajan al río y nos dan una esperadita?”, las
chavalas aprobaron con grandes sonrisas aunque Abraham no estaba tan de acuerdo, pero
al final, entre los brincos de las tres que hasta parecían chigüinas, hicieron lo que decía July
y se despidieron como si fueran a estar mucho tiempo sin verse.. y tenían razón.

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Una apuesta estúpida

Ya estaban subiendo Eva y July hacia La casa del Agua, cuando Luisa le pegó un grito a su
prima “Prima agarrate bien de July, cuidado te caes y te ensucies las nalgas como la vez del
Mombacho!” y la mayor se puso a reir recordando la vez que las tres estaban más zipotas y
Eva había quedado como carbonero de tantas caídas que se dio en una excursión de
vacaciones. A la colochona se le fue la sangre a la cabeza pensando en la vergüenza en que
la estaban poniendo con Abraham y July, si hasta que sentía caliente la jícara de tanta
arrechura, se volteó rapidito para responder “Aquí la única pendeja que siempre necesita
ayuda para no caerse sos vos!”, pero sólo le respondió el silencio, Luisa no se esperaba una
respuesta tan ruda, hasta se le salió una lagrimita por que la verdad es que no era la primera
vez que le decían así, después de algunos minutos le gritó más duro todavía “¨Pues no soy
pendeja y nunca vas a poder subir sola este cerro!!!”, Abraham estaba gozando un poco la
discusión, le parecía que ya era hora que la colochona le movieran un poco la cobija, pero no
estaba seguro sobre donde iba a acabar aquello, y mientras el guía pensaba esto Eva ya
estaba respondiendo “Te apuesto mis libros de Oz a que si puedo llegar sola”.
Ahí el tiempo se detuvo, Eva misma se arrepintió antes de pronunciar las palabras, ¿nunca
les ha pasado eso?, es como si el cuerpo tuviera vida propia y nosotros fuéramos como
tripulantes de una nave viendo por la pantalla el exterior, la orden de hablar sale tan rápido
que uno se mira a si mismo hablando palabras antes que de la orden de callarse logré llegar
a la lengua... pues igual, Eva estaba apostando sus libros favoritos de las aventuras de
Dorothy y sus amigos en el mundo de Oz, una serie que le había costado mucho reunir.
Había tenido la ayuda de sus padres y sus tíos, había aprovechado viajes a Costa Rica y a
Honduras y hasta una venta de libros viejos de la Biblioteca de su colegio, y ahora los estaba
apostando con algo que no estaba segura de poder hacer?
A Luisa se le olvidó lo de pendeja y hasta le brillaron los ojos pensando en los libros, “Pues
hacélo y yo te doy los cuatro libros de Harry Potter si llegás solita!”, en su interior hasta que
temblaba con la idea de perderlos, pero pensaba que la colochona no podría hacerlo,
además que estaba segura que ni Abraham ni July la dejarían.
Pero nadie conocía el verdadero carácter de la colochona, cuando Abraham quiso impedir
que siguieran con el asunto de la apuesta ya July había pegado un grito y oyeron el sonido
de un montón de ramas quebradas y charcos pisoteados, era Eva que había salido corriendo
para arriba como alma que lleva el diablo, sin avisar, sin pedir permiso, sólo movida por el
orgullo y un miedo terrible a perder su apreciada colección, con ese combustible podía subir
dos veces Peñas Blancas y Luisa se empezó a comer las uñas.
Abraham perdió todito el buen humor y pegó la guinda para arriba mientras señalaba a July
para que cuidara de las otras.
“Esto es posiblemente lo más estúpido que he hecho en mi vida” pensaba Eva mientras
esquivaba ramas caídas y se enredaba de vez en cuando en lianas finas que parecía querer
pararla, pero aquel pensamiento era extraño a su cuerpo que seguía corriendo como si nada.

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Ahora sólo somos tres

Abraham iba que parecía pedo de mula, pero Eva le llevaba mucha ventaja, para acabarla de
encabar el pobre chavalo se tropezó con una raíz y fue a parar a una cama de espinas que le
hirieron toda la cara y el aullido que pegó hizo estremecer a Luisa, pero ninguna se movió
porque July las aquietaba diciéndoles: “hasta que él vuelva con Eva no nos movemos”, pero
el guía no estaba en buenas condiciones para encontrar a nadie.
Eva, que ya llevaba más de veinte minutos de estar corriendo se detuvo exhausta, se puso
las manos en las rodillas y se agachó con la cabeza hacia delante, así se ponía después de
las pruebas de resistencia del colegio, siempre acababa hecha paste y sentía como si el
corazón se le fuera a salir, el aire le quemaba los pulmones como si fuera la primera vez que
respiraba.
Se le hacía extraño que aún no la hubiera alcanzado Abraham, pensó que debía de ser algún
golpe de suerte o tal vez hasta había desistido. Ella en realidad quería ser atrapada, pero
tenía que ser real para poder demostrarle a Luisa que le habían impedido subir, que no había
sido voluntario, porque sino de seguro que la chiguina jodida le quitaba los libros.
Así que en cuanto la colochona logró recuperarse, siguió subiendo pero no había avanzado
mucho cuando pasó sin fijarse por una red de raíces que sólo estaban esperando que ella
pasase encima para hundirse y Eva se fue en el hoyo tan rápido que ni para gritar tuvo
tiempo.
El mediodía había quedado atrás y la tarde se apresuraba sobre la cabeza de Abraham; él
sabía que si se les hacía oscuro tendrían un problemón, porque ahí si iba a ser bien difícil
hallar a la colochona, y con lo arrecha que era, se miraba que nunca había andado en ningún
cerro, chavala de ciudad al fin y al cabo, si tan sólo con el caminado él las sabía distinguir,
porque en el campo, y sobre todo en la montaña, la gente camina rapidito, cazando el día,
siempre levantando un poquito los pies en cada paso porque te encontrás con piedras y
ramas, mientras que los urbanos son más lentos y arrastran los pies porque están
acostumbrados a sus caminos, a sus aceras, a sus carreteras.
Abraham logró subir después de lavarse la cara en un manantial chiquito, pero quiso la
suerte que un ramas grandes cayeran sobre el hoyo donde Eva había desaparecido, y el
guía experto paso encima si darse cuenta de nada. Después de haber subido y bajado dos
veces por la misma ruta, empezó a gritar su nombre, pero nada, parecía que se la había
tragado la tierra, él sabía que la chavala no podía haber subido tan rápido, se sintió tan
impotente que bajó hacia uno de los bordes del río, se sentó en la tierra mojada y se quitó la
gorra, se quedó un ratito, sólo estaba ahí viendo su reflejo en el agua y se puso a llorar.
Arriba las chavalas estaban en silencio, Luisa estaba entretenida viendo unas maripositas
rarísimas, tenían color azul y otras café pero en medio de las alas era como si estuvieran
hechas de cedazo, eran transparentes. Rosalina y July sólo se quedaban viendo con tristeza
pensando en lo que pasaría ¿dónde estaba?, escucharon a Abraham cuando empezó a
gritar el nombre de la colochona, pero luego sólo silencio, entonces Rosalina dijo quedito:
“ahora solo somos tres”

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Las raíces del mundo

Eva vio su vida pasar ante sus ojos, ya había leído una vez en una revista lo de la gente que
estaba a punto de morir y que en los últimos segundos se les cruzaba por la memoria todo lo
que había pasado desde que eran chiquitos; para ella había sido ver en el techo un móvil con
unos monitos verdes, los ojos de su hermano tras los barrotes de la cuna donde ella estaba
tratando de levantarse, su mamá sonriéndole mientras la cambiaba, su papá zumbándola en
el aire como pelota, todos los niños que le regalaron cosas en la maternal, las fiestas con sus
amigas y varios atardeceres en el mar y en el fondo un sabor intenso a chocolate.
Pero no se murió claro, sólo se acabó dando un terrible guasmazo en la rabadilla cuando
llegó al fondo, se salvó de quebrarse algo gracias a que había un montón de ramas blandas
por la humedad, que acabaron de hacerse puré con el impacto de la colochona.
¿Y dónde diablos estaba?, era como una caverna larga, algunos metros arriba de su cabeza
podía ver el hoyo por donde había caído y por diferentes lugares caían haces de luz en línea
recta hasta el suelo cubierto de ramas, era como si la oscuridad tuviese goteras de luz.
Pensó en la posibilidad de no moverse de ahí y empezar a gritar auxilio para que Abraham la
encontrara, pero eso no iba con el carácter de Eva y menos aún con las ganas que tenía por
explorar aquel sitio y como dicen que la curiosidad mató al gato (o a la gata) se fue moviendo
la colochona entre las ramas viendo que encontraba.
Un tiempo después se encontró con algo que la maravilló: era una valla natural hecha con las
raíces de los árboles de la superficie, los rayos de luz que se fijaban en ellas las esculpían de
colores rojizos y verdosos, algunas eran delgaditas como cabello, pero otras eran tan
gruesas como troncos, y entre ellas hacían tejidos complejos que casi parecían las redes de
una araña gigante, a Eva se le ocurrió pensar que estaba viendo las raíces del mundo y que
todo aquello era la base del universo, así se quedó pensativa hasta que una arañita
transparente empezó a bajar suavecito en frente de sus ojos y cuando se posó en su nariz le
hizo dar un respingo de lo más cómico.
Pasando entre la red de raíces vio un poco de luz que venía en horizontal, se fue acercando
y al fin descubrió la salida a aquella cueva, al estar al lado de la abertura tuvo que escalar
sujetándose de algunas piedras y se acabó por romper varias uñas, pero aquello no le
importaba demasiado; ya con la ropa completamente enlodada pero con toda la energía del
mundo, Eva volvió a respirar el aire fresco de la montaña y los ojitos se le pusieron chiquitos
con el montón de luz que tenía a su alrededor.
Cuando ya pudo ver bien se giró todita para ver el panorama completo y la garganta se le
cerró cuando se dio cuenta que había salido en un lugar diferente y que ni siquiera se
escuchaba el río, ya debían ser bien pasadas las cuatro y a Eva le dio un escalofrío pensar
en anochecer perdida en la montaña.
Y como la desesperación es mala consejera salió corriendo para abajo y entre la inercia y los
tenis lisos Eva salió disparada y después de dar tres volteretas cayó de bruces y se golpeó la
cabeza, luego todo fue oscuridad otra vez.

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Ronda nocturna

Don Chico era un hombre viejo, incluso para aquellos lados, pero no se le notaba, si uno
miraba su cara podía contar sus años con las arrugas que le surcaban los lados de sus ojos,
pero su mirada era la de un niño, siempre dispuesto a regalar una sonrisa.
Cuando Abraham llegó a la casa asustado con las otras chavalas no necesitó escucharlo, él
ya sabía lo que había pasado, con la edad se necesitan menos palabras para entender al
universo, sólo es necesario abrir bien los sentidos para percibir la realidad y conocer lo que
sucede.
Mandó a llamar a sus otros hijos y se fueron a hablar con los tíos de Eva, los dos estaban
bien molestos con el guía, pero poco a poco se fueron calmando y después sólo tenían lugar
en su corazón para la preocupación porque así de chiquito se los había dejado la ansiedad
de perder a la colochona.
“¿Y ahora que vamos a hacer? Preguntó la tía, Don Chico no quería asustar a la gente de la
ciudad, pero él sabía que en semana santa en Peñas Blancas pasaban cosas y que hasta la
puerta de los duendes, esa especie de caverna que estaba al lado de la candela, se podía
abrir y que ahí quien sabe cuando hallarían a la niña. “Mire usted, nosotros tenemos focos y
somos cuatro, vamos a decirle a mi compadre Donaldo y a Félix que nos ayuden y vamos a
subir al cerro”, los tíos miraban con respeto al señor pero no dejaban de sentir preocupación,
Don Chico siguió pero con una voz más apagada “Vamos a subir, pero yo no le prometo,
porque fíjese bien usted que la montaña es de cuidarse y pasan cosas”, para la gente de
ciudad los cuentos de caminos sólo sirven para Pancho Madrigal o Lencho Catarrán, por eso
mezclar cuentos con la desaparición de la sobrina los arrechó, “pero que está hablando Don
Chico, esto es un asunto serio!” “y lo que yo le digo también es serio” dijo Don Chico
mientras se agarraba la visera de la gorra.
Ahí intervino Abraham que había regresado corriendo de la casa de Donaldo diciendo que ya
estaban listos para subir, Don Chico levantó la mano en señal de despedida y salieron todos
para el sendero otra vez, sólo que ahora eran hombres con focos y armados de machetes y
dos pistolas.
Luisa pensaba en la de cuentos que tendría al volver con sus amiguitas del colegio, mientras
que Rosalina pensaba en su prima, en lo increíble que era el como apenas unas horas antes
la habían pasado de lo más bien y ahora todo era el infierno.
Don Chico y los demás subieron hasta el segundo piso de los árboles y ahí se dividieron, ya
estaba oscureciendo y la noche no iba a ser muy clara, así que apuraron el paso y entraron
al bosque, por la vía del Taiwán.

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Dos chichotes y un Sisimique

Cuando Eva se despertó tenía todo el cuerpo adolorido y no se miraba nada, era noche
cerrada, y encima de todo le dolía la cabeza como si alguien le estuviera taladrando las
sienes. Se empezó a palpar la cabeza para ver si tenía alguna herida y sintió un poco de
sangre seca en la parte alta de la cabeza, ahí tenía el pelo todo pegado como si le hubieran
echado aceite, contabilizó dos chichotes, el de arriba y uno menos pronunciado en la frente,
arriba del ojo izquierdo; también tenía rayones en las piernas y brazos pero todo parecía
funcionar bien.
Hasta ese momento se dio cuenta que estaba sin zapatos, ese descubrimiento la dejó
sorprendida, empezó a hacer memoria pero no recordaba habérselos quitado, tenía que
haber pasado al momento de caerse, pero la verdad es que le parecía increíble que se le
hubieran soltado los dos, todavía uno de ellos, pero bueno ya era muy tarde para estar
buscándolos.
Se quiso levantar pero el dolor del tobillo izquierdo la botó, bueno pensó, “un tobillo torcido
no es la muerte”, pero había algo más inquietante y era que ahora que se había
acostumbrado a la oscuridad y al ruido de fondo del movimiento de las ramas, podía ver y
escuchar a alguien o algo que estaba a unos diez pasos de donde estaba ella.
“Hola” dijo Eva con timidez y bastante miedo, pero aquello no respondía, de repente le
parecía que se estaba imaginando cosas y que sólo era un tocón de árbol o un matorral, pero
por momentos dos objetos brillaban y parecían ser un par de ojos, “¿la estaba viendo?”
La luna quiso compadecerse de Eva y se apareció arriba de los árboles, no alumbró como le
gusta hacerlo en Plenilunio, pero si le mostró lo suficiente como para poder distinguir la
silueta de aquello que tenía enfrente.
Parecía un hombre, pero se sentaba como los monos, así en cuclillas y con las manos hacia
abajo como apoyándose en ellas también, la silueta que dibujaba la luna mostraban como si
todo el cuerpo estuviera cubierto de pelo, pero podía ser un hombre disfrazado no?, en todo
caso definitivamente que los objetos brillantes eran los ojos y parecía que la miraban con
más curiosidad que otra cosa. Pero claro la pobre Eva en esas condiciones no estaba para
hacer un análisis frío de la situación y sin quererlo empezó a sentir mariposas en el
estómago y las piernas se le empezaron a mover, como si intentaran bailar por sí solas, en
su mente sólo había una palabra: Sisimique.

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Zapatos en el lodo

Abraham ya había bajado a todos los santos del cielo, nunca pensó que se supiera de
memoria tantos nombres de religiosos, jamás había prestado atención al catecismo que le
había intentado dar su abuela, pero ahora era su único resguardo.
Nadie lo culpaba, al menos no su familia, sabían que los accidentes ocurrían y más en
semana santa, época en que los Cruz sabían muy bien que las fuerzas de la montaña se
mostraban con más intensidad que el resto del año, por eso hasta los hijos mayores de Don
Chico estaban asustados de estar metidos en el cerro a esas horas, les parecía que era
como estar tentando al diablo.
“¿Y decís que tenía curiosidad por saber que era el Sisimique?” era la tercera vez que Don
Chico le preguntaba eso a Abraham y la verdad es que el chavalo ya ni le contestó de la
sofocación, “Vos sabés bien que no es bueno andar hablando de eso, menos en estas
fechas”, Abraham estaba cansado de saberlo pero no le quería discutir a su padre que el no
creía en esos cuentos, pensaba que sólo eran chochadas para asustar a los chiquitos. “Si
hablas de eso a la gente le da curiosidad y se ponen a pensar en él, y eso lo llama, ya ha
pasado, yo lo he visto”, a los demás eso les dio un escalofrío que hizo que poco a poco se
juntaron un poquito entre todos. Abraham sólo pensaba que ojalá el Sisimique fuera el que
se la hubiera llevado, esa especie de mono-hombre que decían que bajaba de la montaña en
las noches sin luna para llevarse mujeres y nunca volver. Eso lo hubiera consolado, porque
él pensaba en un puma hambriento o hasta en un Danto enojado.
Para más dos semanas atrás toda la comunidad había andado entre sustos porque un
sobrino de Don Chico había subido a la quebrada escondida y dijo que había escuchado el
sonido del Sisimique, una cosa así como un chasquido de lengua sostenido, después varias
personas que vivían en las partes altas habían escuchado lo mismo, la gente andaba chiva
porque nadie se lo quería encontrar.
“¡Miren aquí!” dijo Miguel el mayor, todos se acercaron despacio porque no estaban seguros
de querer ver lo que fuera que estaba ahí, eran los zapatos de Eva, los tenis de suela baja,
Abraham los reconoció con amargura, ahora si pensaba lo peor.
Lo raro era que no habían huellas en el lodo, era como si algún pájaro grande los hubiera
dejado caer desde el cielo y se dieron un susto cuando encontraron varias plumas negras
bien largas cerca de los tenis, “esto es cosa del diablo” dijo Miguel, pero Don Chico le hizo un
gesto de silencio, “esto es cosa de la montaña, si está aquí es porque teníamos que
encontrarlos”
Don Chico le puso la mano en el hombro a Abraham “ahora sé que esto va a acabar bien”, su
hijo lo quedó viendo con duda “¿y cómo puede saber usted eso?” Don Chico se inclinó un
poco hacia atrás y respiró hondo “sientan la montaña y escuchen, el equilibrio no está roto”,
la verdad es que la explicación no le dijo nada a los hombres que estaban ahí, pero Abraham
se sintió un poco más tranquilo al ver la confianza de su papá en aquellos montes, y él
decidió confiar también..

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Un asunto de rapidez

Eva llevaba casi media hora sin moverse, su respiración era tan lenta que apenas se notaba
que estaba respirando, pero el corazón si que se podía escuchar, se oía como si fuera un
mecanismo de relojería a punto de estropearse. Y es que ella siempre había tenido un
corazón irregular, era el único defecto congénito que le preocupaba a sus padres y el único
aspecto de su cuerpo al que Eva le daba poca importancia.
Ella se puso a pensar en lo que significaba estar realmente sola, no poder acudir a tus
padres, hermanos, primos o amigos, sólo valerse de uno mismo; la soledad no le asustaba,
pero siempre había disfrutado de la posibilidad de buscar ayuda o compañía con facilidad,
ahora no tenía esas opciones.
De repente el Sisimique (la colochona ya daba por sentado que eso era) empezó a moverse
un poco, parecía estar buscando algo en los alrededores, movía la cabeza de un lado a otro
con impaciencia, a Eva se le ocurrió que debería haber escuchado algo, ¿pero qué? El
silencio era mortal y ella estaba haciendo un enorme esfuerzo por captar lo que el ser
captaba pero nada, lo más el lejano gorgoteo y algunos grillos que sonaban como si alguien
los estuviera pisando.
Qué otra cosa extraña iba a pasar ahora?, a pesar del miedo se sintió maravillada ante la
magia del universo, porque si aquello no era un sueño (a lo mejor dormía después del golpe)
entonces estaba en medio de un cuento real y eso le ponía la carne de gallina, la hacía sentir
especial.
Entonces sucedió, en realidad había visto nada, ni siquiera escuchó una ramita quebrada o
alguna hoja seca estrujada, era más bien una sensación interna, primitiva, que le erizó todos
los vellos de la espalda y una electricidad que recorrió su columna vertebral como un rayo.
Eva sintió lo que sentía el Sisimique: un animal grande se estaba acercando; la colochona
alcanzó a pensar que sus sentidos jamás habían estado tan afinados como en ese momento,
podía contactar con un almacén de memoria mucho más viejo que el de sus experiencias, y
ahí en la memoria colectiva, que había heredado de sus ancestros, logró identificar el
recuerdo de esa sensación: era un puma, un depredador de la selva.
El Sisimique se levantó como resorte y se puso de espaldas a ella, y era alto, más que su tío,
más que su padre, más que cualquier hombre que hubiese conocido, y pensando esto al fin
estaba saliendo del pánico que la tenía inmóvil, empezó a armar su plan de escape: ¿hacia
donde correr?, ¿por donde venía el Puma?
Finalmente el Sisimique dio un paso hacia delante y se agachó para agarrar un tronco caído,
ahí Eva dejó de pensar y toda la energía que sus piernas habían estado acumulando estalló
y salió disparada en dirección contraria al enorme animal, no sintió dolor en el tobillo, ni se
percató de que estaba corriendo descalza entre ramas quebradas y piedras, tampoco
escuchó el sonido pesado del Puma al saltar sobre el Sisimique, sólo pensaba en correr más
rápido, más rápido.

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Luz de piedra

Cuando al fin dejó de correr Eva sintió que los píes los tenía hechos trizas y el tobillo lo
estaba inflamado de todo el dolor que no había sentido en la carrera, se sentó en el piso y
empezó a mirar para todos lados con los ojos bien abiertos, pero sobre todo centró su
atención en escuchar todos los sonidos del bosque para ver si el Sisimique la había seguido,
pero sólo se escuchaban sonidos inofensivos, nada que la pudiera asustar.
Había logrado escapar de una situación peligrosa, pero seguía completamente perdida, pero
ahora había un sonido que le daba cierta esperanza: el gorgoteo se escuchaba mucho más
fuerte, estaba más cerca del río!, aunque claro en Peñas Blancas habían muchos ríos, pero
eso ella no lo sabía.
Encontró una rama cerca de donde estaba y así con todo y hojas, a como pudo, se acomodó
con ella para poder caminar a pesar del dolor.
Caminar de noche en el bosque, sólo con la luz tenue de la luna creciente, es algo que no
tiene mucho que ver con los ojos, es algo que tiene que venir de todos los sentidos juntos, es
despertar la parte de nuestro cerebro que heredamos de los reptiles, lo más básico para la
sobrevivencia.
Eva se detenía y tanteaba un poco con la mano y varias veces se la hirió con una planta que
era prima hermana de la cola de mono, esta se llamaba ceatea horrida y tenía más espinas
que un cactus. Pero siempre encontraba la ruta, si uno la hubiera visto a la luz del día habría
parecido que estaba practicando movimientos de artes marciales en cámara lenta.
Se estaba acordando de la noche anterior y el asunto de las naranjas y le salió una sonrisa,
su rostro hasta se resintió del gesto, lo tenía tan duro de la preocupación que le dolió el
cachete al estirarlo.
Pronto se encontró ante unas ceibas enormes, estaban tan juntas que formaban como una
pared en medio del bosque, parecía que sólo quedaba bordearlas, pero eran tantas que no
estaba segura de que valiese la pena, y en lo que estaba pensando que hacer lo vio...
Enfrente de ella estaba un hombrecito, arrugadito con un sombrero extraño, como puntudo,
la miraba con dulzura y parecía sostener algo en su mano derecha, a esta alturas a Eva casi
le daba igual encontrar marcianos o duendes en el bosque, lo que le preocupaba eran las
intenciones del extraño personaje.
“Hola” comenzó Eva y pensó “aquí vamos otra vez”, pero el hombrecito no se movió ni dijo
ninguna palabra, “parece que esta es la costumbre por aquí” pensó la colochona y decidió
arriesgarse a hacer alguna pregunta “¿sabe usted por donde puedo ir para volver al
camino?”, aquí se sintió como si fuera Alicia en el país de las maravillas, aunque claro en una
versión algo perversa.
El hombrecito extendió la mano derecha hacia ella y luego la abrió, entonces algo redondo
apareció en su palma, era una piedra de río como del tamaño de un mamón, Eva no estaba
segura de agarrarla, pero al fin y al cabo se la tenía que jugar por que pensaba que si aquel
ser le quería hacer daño lo haría aunque no le aceptase el regalo y por otro lado si era algo
que le iba a servir (aunque no tuviese ninguna utilidad aparentemente) pues bienvenido.

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Eva extendió la mano y recibió la piedrita, se sentía algo caliente como si fuera una bujía
recién apagada, entonces el hombrecito se inclinó un poco hacia delante y luego señaló
hacia su derecha que era por supuesto la izquierda de la colochona, ella pensó que le daba
casi igual ir a izquierda o derecha, cualquiera de estas menos hacia atrás.
Miró hacia la izquierda pensando ir para allá y cuando volvió el rostro al frente el hombrecito
ya no estaba, “típico de cuento de montaña” pensó Eva y empezó a caminar otra vez. Luego,
cuando le preguntaban con maravilla sobre sus aventuras, diría que en aquel momento debía
de haber estado completamente agotada porque todo le parecía de lo más natural, casi
esperaba encontrarse con algún caldero lleno de oro, y la verdad es que si hubiera decidido
ir por la derecha se habría encontrado con un gallo de oro, pero esa es otra historia.
No llevaba mucho de recorrido cuando empezó a notar un poco de claridad delante de ella,
no parecía ser la luna porque seguía igual de tenue, entonces se dio cuenta que en su mano
la piedrita se había empezado a iluminar, era algo gradual, como una de esas lámparas que
uno toca varias veces y son cada vez un poco más fuertes en su iluminación, pero además
con el tiempo Eva descubrió que la intensidad variaba de acuerdo a la dirección que iba
siguiendo, era como la piedrita además de iluminar servía como brújula para un lugar
concreto, “pues a seguirla “ pensó, “de todos modos no sé hacia donde ir”.
Y así siguió su camino doloroso hasta que el gorgoteo se convirtió en fluir y el fluir en
corriente y finalmente el río apareció ante sus pies, ya la piedrita iluminaba como un foco
grande y fue finalmente sorprendida al darse cuenta que estaba exactamente en el lado
opuesto al sitio de la caída, más arriba se podía ver aún la rama desencajada y Eva sintió
escalofríos, estaba súper contenta de estar a un paso de volver, pero al moverse corriente
abajo la piedrita volvió a perder intensidad, para entonces Eva ya sabía a donde pertenecía
su luz de piedra, tenía que ir hacia arriba, al sitio de su sueño, el principio y, aparentemente,
el fin de aquella extraña aventura.
Sin pensársela mucho empezó a subir, con todo el dolor de su alma, pero estaba segura de
que para que todo el desastre que le había ocurrido valiese la pena tenía que haber alguna
recompensa, y eso es lo que esperaba encontrar.

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Madre montaña

Ya Don Chico y sus hijos se habían alejado bastante del río cuando vieron a lo lejos la luz,
era tenue, parecía como si alguien estuviera quemando madera, pero una fogata no podía
moverse entre los árboles, Miguel hasta se puso pálido cuando su papá le enseñó por donde
se miraba, Abraham por el contrario pensó que seguramente era el otro grupo, Don Chico no
pensaba lo mismo “¿hijo ustedes llegaron hasta la casa del agua verdad?”, Abraham se dio
cuenta hasta entonces que la luz se estaba moviendo en esa dirección, “pues sí, no llegamos
a entrar pero si llegamos hasta debajo de ella”.
Don Chico se quedó pensativo mirando la luz y les dijo: “yo creo que vamos a volver al río”,
.los otros hijos se quedaron estáticos y uno de ellos hasta dio un paso atrás, Don Chico los
quedó viendo serio “¡ah no jodido, no se me pongan cagados que aquí tenemos que llevar
esa niña a su casa!”
Los hijos se apenaron y se pusieron a la delantera en la ruta hacia el río, Don Chico se
quedó un poco rezagado con Abraham y este le preguntó “¿papá como sabe tanto usted?,
¿por qué pasan estas cosas?”, Don Chico se le sonrío como si no se acabara de enojar,
“este mundo es grande hijo, y cuando uno tiene los años que yo tengo de vivir en estas
montañas uno puede sentir al cerro dentro de uno”, el hijo menor entendía aquello, cuando
su abuelo le contaba las historias de montaña y la misión de proteger el bosque, él había
empezado a sentir la montaña como algo suyo, como si fuera responsable por toda la vida
que tenía aquella tierra. “las cosas no siempre pasan por una razón, y en otras veces la
cosas que parecen malas en realidad son buenas”
Abraham ya no estaba preocupado, ahora él también se había relajado y podía sentir el
bosque, las piedras, el río, estaba respirado profundamente, sintiendo cada partícula de
oxígeno que recorría su cuerpo, era como si todas las cargas del día se hubiesen caído de
sus espaldas, estaban en el vientre de montaña y nada mala les podía pasar.
Allá arriba encontrarían a Eva y después del susto volverían a subir a la montaña, en
compañía de su papá o de los tíos, y podrían entrar a la casa del agua con toda la luz del día
y también les enseñaría a las chavalas la hermosa cascada Agua Luz, pero esa es otra
historia.

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La casa del agua

Eva estaba ante la entrada del túnel indecisa, el dolor del tobillo era tan intenso que estaba
pensando seriamente en no caminar más por miedo a hacerse un daño irreparable, pero el
sueño estaba ahí, a unos pasos solamente, sólo tenía que caminar pegadita a la piedra y
llegar al centro de aquella especie de casa de piedra, luego pensó mejor el nombre, y el agua
le enseñó su nombre verdadero: la casa del agua.
La piedrita en su mano la acabó de convencer con su intensidad renovada que parecía estar
a punto de llegar a su punto de máxima luz y eso que ya iluminaba como si fuera de día
alrededor de ella, todo se miraba blanco pero curiosamente la luz misma no era
enceguecedora.
Como era de esperarse acabó por decidirse a entrar y empezó un lento arrastrar de pies a
través de la caverna, en el último trecho cerró los ojos y dio un pequeño salto, sintió como si
mil agujas se le clavaran en los pies y en las piernas, cuando el agua le llegó a la cintura
sintió como si el cuerpo hubiera recibido una descarga eléctrica y tuvo que abrir
completamente la boca para aspirar aire, la piedrita entonces se iluminó totalmente, era
como si las piedras fueran hojas de papel y el agua se miraba tan transparente como espejo,
afuera la casa del agua parecía contener un faro marino, la luz se proyectaba por todas las
rendijas y el túnel y avanzaba a través del bosque, era como si se hubiese formado un río de
luz.. y entonces se apagó.
Entre el agua helada y el sonido fuerte de los cuatro chorros que caían dentro de la posa,
Eva movía la piedrita como quien mueve un foco de baterías, no parecía responder y ella se
acabó por resignar y agradecer al hombrecito, si es que realmente se lo había encontrado,
no fuera a ser que todo se lo hubiese imaginado.
Se salió del agua y se sentó en un espacio rocoso en una parte alta dentro de la casa del
agua, arriba se miraba el cielo estrellado y en medio estaba la luna solitaria que le había
dado una manita algunas horas atrás.
Pensó en sus primas, en sus tíos, en sus padres allá en Managua que a esta hora estarían
seguramente dormidos y pensó en Abraham, hasta ese momento se imaginó la de
problemas que debería estar teniendo por causa de ella, pero estaba segura que pronto todo
se resolvería cuando ella estuviese de vuelta y ella le agradecería por todo y ojalá que él no
se enojara para que pudieran ser amigos, también pensó en la guerra de las gramíneas y en
el bosque y en que ella realmente amaba los árboles, pero en ese momento estaba cansada,
tan cansada que se acostó y empezó a cerrar los ojos cada vez más y ya le parecía que
estaba otra vez soñando cuando los chorros de agua se hicieron cada vez más fuertes hasta
convergir todos en el centro de la posa y, como parte de aquella noche de rarezas, el agua
empezó a formar la silueta de dos hombres de rodillas, uno enfrente del otro, como si fueran
dos efigies humanas, eran iguales como gemelos y Eva sabía quienes eran pero ahora ya
estaba realmente dormida y soñaba que estaba de vuelta en Managua con su familia y que
estaba contando su aventura en la montaña entre Sisimiques, duendes y sukias legendarios.
Managua 12 de Junio del 2003

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Epílogo: Peñas Blancas y la Cooperativa


Guardianes del Bosque

La Cooperativa Guardianes del Bosque está ubicada en El Macizo de Peñas Blancas, es una
de las cinco áreas núcleos de la Reserva de Biósfera de Bosawás, reconocida por la Unesco
como Patrimonio de la Humanidad. La cooperativa tiene una extensión de 800 manzanas de
tierra. Las propiedades están ubicadas tanto en el área núcleo como en el área de
amortiguamiento.
Esta cooperativa se conformó en el 2002 con 52 socios, por la necesidad de realizar sus
actividades colectivamente y de esta manera aumentar las posibilidades de vivir dignamente,
conservar y recuperar el bosque. Entre estas actividades está la de mejorar la
comercialización de sus productos como el café, bananos, plátano, naranjas, mandarinas, y
experimentar con otros rubros como la naranjilla, calalas, quequisque, malangas, artesanías,
plantas ornamentales y el turismo. En relación al turismo, el lugar tiene gran potencial, y se
ha venido trabajando de forma comunitaria para que los beneficios sean repartidos entre la
mayor cantidad de personas y familias posibles.
En los últimos tres años han llegado muchos turistas a la zona. Fueron atendidos por las
familias campesinas, y se hospedaban en sus casas. Algunas de las visitas fueron brigadas
de estudiantes de Canadá y otros países, que llegan cada año para realizar algunos trabajos
en la comunidad, como la construcción de la escuela y mejoras en los senderos.
En el área de la Cooperativa Guardianes del Bosque existen 36 quebradas distribuidas en
toda la zona, en alguna de las cuales se pueden bañar, como en la quebrada La Pavona, que
forma diferentes cascadas, con medianas y pequeñas pozas de agua cristalina que circula
con fuerza y velocidad. Entre las cascadas más importantes se encuentran: la Cascada de
Los Arcoiris, lugar sagrado para la conservación de la Red de la Vida; también está la
Cascada La Escondida, El Sonoro y la Casa de Agua.
La zona está situada en el trópico húmedo, es un bosque de nebliselva, con una temperatura
muy agradable durante todo el año, que oscila entre los 13 y los 25 grados. Uno de los
principales atractivos es la posibilidad de visitar los cultivos de café, principal rubro de cultivo
en la zona. Es uno de los últimos reductos de bosque virgen de altura, y de los más
accesibles de conocer. Con un guía adecuado se puede apreciar y conocer la maravilla de la
naturaleza concentrada en este espacio. Mamíferos nocturnos, osos hormigueros, felinos,
zorro espín, dantos, quetzales, oropéndolas, colibríes gigantes, helechos gigantes, 4
especies de monos, 800 especies de orquídeas.
Desde Managua se toman los buses en el Mercado de Mayoreo que van hacia Matagalpa.
Se recomienda tomar los expresos que salen cada hora desde las 4:00 a.m. hasta las 6:00
p.m. Tardan como dos horas en llegar a Matagalpa. Al bajar en la terminal de buses de
Matagalpa, hay que tomar taxi hasta la terminal de Guanuca donde se toma el bus que va
para El Cua o para Bocay. Las salidas inician desde las 6 a.m., luego a las 9 a.m., 10 a.m.,
12 m y el último sale a la 1:30 p.m. El trayecto dura unas 3 horas y hay que bajarse en el km
195, en el Empalme de Las Manzanas en Peñas Blancas, unos 14 km antes de El Cua. De
ahí se camina 1 km al Sur para llegar hasta el albergue.

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La Cooperativa cuenta con un albergue con cuatro cuartos y con capacidad total para 24
personas. Cada cuarto es para 6 personas. También puede alojarse en las casas de los
productores a precios más favorables, que oscilan entre los US$ 2 y los US$ 4 por persona la
noche. Dispone también de un auditorio para eventos y un comedor, dos duchas y dos
letrinas. Los precios de dormida en el albergue son US$ 5 por persona y US$ 1.25 por
servicio de comida. Se recomienda avisar con dos días de antelación, si no puede llegar
directamente, ya que los teléfonos están sólo en Matagalpa.
Ubicación: Peñas Blancas, El Cua, Jinotega
Persona de contacto: Jairo Cruz
Teléfono: 4178380 4131827
Fuente: GUIA TURISMO RURAL RESPONSABLE FUNDACION LUCIERNAGA

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