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Prudencia I

Fecha Domingo, 05 abril a las 21:30:00


Tema Opinión

Opinión

Michael A. Galascio Sánchez (*)

• Según algunos textos antiguos, “la prudencia debe pesar en los graves negocios
las importancias y los peligros, y preponderando aquellas no se ha de detener por
estos, contentándose con la diligencia en precaverlos, como el Piloto que navegando
entre escollos y sirtes,- no pierde de vista ni el Cielo ni la carta, ni suelta de la
mano la sonda y el timón”

Antes de reflexionar sobre esta cuestión, no advertía la profundidad


del concepto de “prudencia”.

Como establece la “horizontalidad y verticalidad de la búsqueda”, en


principio leyendo, buscando en fuentes primarias y secundarias,
preguntando, debatiendo, hasta que como una gota de agua en el
desierto, se encuentra lo que parece ser la respuesta. En ese momento,
la búsqueda pasa de ser horizontal a vertical. Esto significa, que en ese lugar,
comenzamos a profundizar hasta llegar al fondo mismo del concepto.

Por este motivo, y una vez que he ahondado sobre el tema, considero conveniente
acercarles hacia lo que puede ser una descripción del concepto de “prudencia”. Mi
intención es que cada cuál, llegue a sus propias conclusiones, y una vez hayan pasado
por el proceso del razonamiento interno, sean capaces de atribuirle una definición.

Con frecuencia, suele existir confusión entre los conceptos de sindéresis y prudencia.
Según el diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, el concepto se asocia
a la “templanza, cautela, moderación”. Además, como significados secundarios, están la
“sensatez y el buen juicio”. En los libros de referencia, la acepción se define con nitidez
al afirmar que es “una de las cuatro virtudes cardinales, que consiste en discernir y
distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello.”

Según algunos textos antiguos, “la prudencia debe pesar en los graves negocios las
importancias y los peligros, y preponderando aquellas no se ha de detener por estos,
contentándose con la diligencia en precaverlos, como el Piloto que navegando entre
escollos y sirtes,- no pierde de vista ni el Cielo ni la carta, ni suelta de la mano la sonda
y el timón”. [1] En esta línea, “el hombre en sociedad está obligado a concertar sus
movimientos con los de los hombres que le rodean; él necesita de su asistencia, de su
afecto y de su estimación, y por lo tanto debe poner los medios para conciliárselas. Ve,
aquí lo que constituye la prudencia, la cual se cuenta en el número de las virtudes. La
prudencia no es más que la experiencia y la razón aplicadas a la conducta de la vida.
Podemos definirla, como el hábito de elegir los medios más seguros, de conciliarnos, la
benevolencia y los socorros de los demás hombres, y de abstenernos de todo lo que
puede disgustarlos o indisponerlos. La experiencia, fundada en el conocimiento de los
hombres, nos hace prudentes, esto es, nos indica como debemos obrar para agradarlos, y
lo que es menester evitar para no perder su estimación y cariño, tan indispensables para
nuestro bien y felicidad”[2] .

No obstante, en el sistema de conocimiento humano “la sindéresis y la prudencia”,


representan dos formas de conocimiento intelectual y práctico, que hacen referencia a la
acción como elemento fundamental, ya que sugiere, que algo es realizable y operable
por nosotros, y no meramente especulable.

Ambos conceptos, (sindéresis y prudencia) representan fuerzas intelectuales, en pugna


constante, incluso en nuestros días. Instrumentos al servicio del ser humano, cuyo
cometido consiste en dirigir nuestra conducta. Tal vez, por este motivo, es considerada
como causa, medida y forma de todas las virtudes por los filósofos griegos y
posteriormente los cristianos, especialmente por Santo Tomás de Aquino.

La importancia de conceptuarla como “causa”, está cimentada sobre la base, de que “las
virtudes”, las cuales son definidas como la “capacidad perfeccionada” del hombre,
como persona espiritual, entiéndase en el Occidente Clásico, (dotado de inteligencia y
libre voluntad), puede alcanzar su perfección, sólo, si está fundamentada sobre “la
prudencia”, que es la capacidad de tomar la decisión correcta.

En ésta línea, e intentando alejarme de cualquier zona árida del concepto, se podría
decir que la “prudencia” es la medida de las virtudes morales, ya que ésta, provee un
modelo de acciones éticamente buenas. Un ejemplo, ilustrativo es el siguiente: “El
trabajo del arte es verdadero y real, por su correspondencia con el patrón de su prototipo
en la mente del artista”. Análogamente, la actividad libre del Ser humano es buena, por
su correspondencia con el patrón de Prudencia.

Un método bastante eficaz para facilitar la comprensión del concepto, es a través del
conocimiento popular, legado en forma de proverbios o refranes, algunos, producto de
las experiencias e ingenio del pueblo llano, que lo plasma en sus costumbres y
tradiciones. Otros, son fruto de la reflexión profunda de grandes pensadores, que
comparten sus meditaciones y razonamientos con sus semejantes, ahorrándoles el
enorme esfuerzo, que implica llegar hasta la esencia misma de cualquier concepto.

El escritor británico, William Shakespeare, decía que “el hombre cauto jamás deplora el
mal presente; emplea el presente en prevenir las aflicciones futuras”. Lógicamente, su
reflexión refleja el elemento de “prevenir”, como uno de los que conforma la
“prudencia”. En la misma línea, comento el refrán popular que dice “nadie prueba la
profundidad del río con ambos pies”. Por lo tanto, el “praevideo” es reconocido por
ambos extremos del espectro cultural, como cualidad esencial de la definición,
comprensión y utilización efectiva de la “prudencia”.

Por otro lado, un famoso abogado estadounidense, Clarence S. Darrow, alegaba que
“hay momentos en que la audacia es prudencia”, lo que nos lleva a plantearnos el
aspecto oportunista de la misma, ya que se trata de utilizar la perspicacia, la flexibilidad
y desenvoltura para aprovechar las circunstancias de lugar y de tiempo en situación de
gran rédito económico e incluso hasta político. De ahí, “Onmi negotio tempos est, et
opportunitas” en Eclesiastés, Cápitulo 8, Versículo 6. También, el mismo autor,
manifestaba “no digas mal del rey ni aun con el pensamiento; ni digas mal del rico ni en
tu alcoba, porque los pájaros llevan las noticias y un alado hará saber tus palabras”. Sin
entrar en la corriente esotérica de la segunda cita, Eclesiastés convierte la “prudencia”
en sigilo hermético, y de paso introduce el elemento o rasgo de “templanza” al concepto
de “prudencia”.

Aunque el mensaje de Eclesiastés es clarificador, tal vez, en extremo, ese


comportamiento convertido en “prudencialismo”, es según Leopoldo Palacios, en su
fondo, “la conjunción armónica de lo ideal y lo real, el ensamblaje del caballero y el
escudero, la síntesis de Don Quijote y Sancho”.

Partiendo de ésta base, se hace evidente que el concepto está compuesto por una serie de
rasgos o cualidades que nos ayudan a comprenderlo.

Quizás, si comenzamos diciendo que la “prudencia” es un conocimiento, que por su


índole especial, requiere información del pasado y visión del presente, desvelamos
rápidamente los rasgos de “memoria” e “intuición.” Según Palacios, “este conocimiento
se adquiere de las dos únicas maneras como nos es accesible la noticia de las cosas: o
por tradición o por invención. De ahí, dos elementos adicionales de la “prudencia”: la
“doctilidad” al magisterio de los otros y la “solercia” o agilidad mental para la pesquisa
propia.

No obstante, no es suficiente con poseer, más que adquirir conocimiento para la


“prudencia”, sino que se necesita de otro rasgo que transforma lo adquirido. Este es, el
“razonamiento”. Pero claro, que los cinco rasgos mencionados sólo sirven para la
dimensión cognoscitiva de la misma.

Con todo, la dimensión importante, en términos prácticos, y por tanto, esencial para
operar en la realidad individual de los seres humanos, es la dimensión perceptiva. En
ésta línea, la “razón” requiere de tres elementos vitales que son los más utilizados por
empresarios, políticos y asesores de éxito. Se trata de la “providencia”,
“circunspección” y la “cautela”. En términos útiles, saber ordenar y dirigir las acciones
hacia un determinado fin, atender las circunstancias y evitar los obstáculos.

En este punto, deseo citar un párrafo del famoso discurso de Plinio: “No basta que sea
poderoso y opulento el Príncipe, si no es prudente. Porque, como dice Horacio. “el
poder y opulencia sin consejo y con su mismo peso se arruinan. Es la prudencia el alma
de la Majestad, ella la anima y da vida y duración; ella la acrecienta y levanta y no hay
animal, dice Séneca, más feroz que el hombre; y así pide más prudencia su trato; más
industria su yugo. Contra nadie, según Xenofonte, desenvuelve sus rebeldías tan sin
término, como contra la superioridad é imperio; por donde advierte Aristóteles, que es
la Prudencia la más propia virtud, la más cercana al Gobernador. Más heroicos hechos,
dice Tácito se acaban con los consejos que con las manos; más debemos sus
perfecciones á la razón y discursos, que al poder y denuedo. Oráculo es aquel de
Eurípides: Un discurso prudente vence muchas manos. La prudencia se halla en los
hombres de dos maneras: Unos hay, que por sí mismos desenlazan luces de su ingenio
las que aciertan en esos intentos; otros, que dóciles las reciben de maestros, libros y
consejeros; a ambos da título de prudentes el más florido de los historiadores; más
Cicerón porte en primer grado los primeros y en segundo los segundos. No pueden los
grandes Príncipes tener el primer género de prudencia; porque no hay ojos que no
pierdan los rayos en espacios inmensos. Toda forma y orden de enderezar la vida (dice
Cicerón) pide socorros a los hombres; no puede ninguno por sí solo vivir, ni aún para sí
solo; ¿qué será vivir para muchos, gobernar a muchos? No es, pues, poca prudencia
saber lo que dice Tácito, que no puede haber tan grande y dilatada sabiduría en el
Príncipe que pueda abrazarlo todo, alumbrarlo todo.” [3]

Evidentemente, lo que nos quiere transmitir el filósofo, es que como muy bien dice Sir
Phillip Sydney: “la Prudencia es la utilización sabia del poder que tenemos, de escoger
y de usar los medios adecuados para alcanzar un objetivo, el cuál, hemos seleccionado
como el mejor”. [4]

Sin embargo, en el camino hacia la comprensión del concepto, se hace imperioso


conocer a fondo, los rasgos que dan forma al mismo. Es ahí, cuando el individuo puede
comenzar a enfrentarse a su realidad, independientemente del punto en donde resida
dentro del amplio espectro social. Su éxito o fracaso, tanto en las cuestiones cotidianas
como profesionales, dependerá de cómo maneje o domine los rasgos cardinales.

Finalmente, en una próxima intervención es “capitalis”, ahondar sobre los rasgos,


elementos o cualidades que conforman la “Prudencia”, completando así un análisis que
a mi juicio en apasionante.

[1] Valladares de Sotomayor, A.: (1788) Varias Obras inéditas y críticas, morales,
instructivas. Políticas, históricas, satíricas y jocosas de nuestro mejores autores.
Antiguos y Modernos Dalas a Luz. Semanario Erudito. Tomo Noveno. Por Blas Román.
Página 292.

[2] Holsbach, B.: (1835) La Moral Universal o Los Deberes del hombre Fundados en la
Naturaleza. Tomo I. Impreso por Soler y Gaspar. Barcelona. Páginas 140-144.

[3]Plinio: (1787) “El Panegírico de Plinio, en Castellano”. Pronunciado en el Senado en


alabanza del mejor príncipe. Trajano Augusto, su filosofía política moral y económica:
Traducido del Latín por el Licenciado Don Francisco de Barreda. Madrid. Imprenta de
D. Antonio Espinosa. Página 218.

[4] Sidney, S.P.: (1807) APHORISMS OF SIR PHILIP SIDNEY; Vol I Printed for
Longman, Hurst, Rees and Orme. With Remarks by Miss Porter. London. Page 130

(*) Licenciado en Ciencias Políticas, doctorando en Psicología de la Salud y Clínica

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