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CURSO DE APOLOGETICA: SEGUNDO TEMA

LA TRADICION (Paradosis)

En nuestro tiempo, mucho se oye hablar de la cultura y de las buenas costumbres. A esto se le
llama “Guardar las tradiciones”. Y con ese calificativo incluso se llega a anunciar una cerveza como
de “tradición nacional”. Pero que tiene que ver esta “tradición” con la Tradición de nuestra Iglesia?.
Trataremos de desarrollar puntos específicos que nos ayuden a diferenciar y a poner en su lugar las
cosas y llamarlas con su verdadero nombre.

Comenzaremos definiendo qué es Tradición. La palabra Tradición proviene de la palabra


latina “traditio” que designaba el objeto que se transmitía. El verbo latino “tradere” significa
transmitir algo. Pero también dentro de este concepto, la palabra tradición puede significar,
asimismo, una corriente, un conjunto de costumbres o formas de vida de determinada cultura. Ej. La
tradición musical, la tradición literaria, etc. Es por eso necesario diferenciar la tradición de los
hombres de la Tradición de la Iglesia.

¿Transmitir, pero qué cosa? La tradición marcha paralelamente con la historia. En nuestro
caso, la historia de un pueblo, el hebreo, el cual es elegido por Yahveh, quien realiza por ellos grandes
maravillas. En esencia, la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, no es más que la narración
de todo lo que Dios hizo y seguirá haciendo por su pueblo amado, aunque infiel. Ahora bien, qué
pasaría si usted tiene conocimiento de un hecho sucedido hace mucho tiempo y no hay otra persona
que sepa de ello, y le piden que relate como fue que sucedió este hecho, ¿qué haría usted? Dos cosas,
o lo cuenta o lo escribe, claro está. De aquí podemos partir. Prácticamente la historia del pueblo
hebreo comienza cuando Yahveh escoge una ciudad llamada Ur, perteneciente a la Región de Sumer,
que fue parte de Mesopotamia, para llamar a un hombre, Abram, a quien prometió darle por herencia
todas las naciones de la tierra; a quien cambió el nombre y lo llamó Abraham, que significa “Padre de
muchas naciones”.

Como vimos en la primera parte, si tomamos en cuenta que según los antropólogos la aparición del
hombre inteligente sucedió hace más o menos 2,000,000 de años, y que los primeros rasgos de
escritura se dieron aproximadamente 3,500 años a.C., entonces ¿de donde sacaron los israelitas el
relato de la creación y del desarrollo de los Patriarcas y de la nación hebrea? Lo inventaron o lo
escribieron como se escribiría hoy cualquier novela o cuento de ciencia-ficción. Pues sencillamente
ni lo uno ni lo otro. La Palabra de Dios no es un invento, pues es Revelación de El mismo. Entonces
¿sí lo escribieron?, pero ¿cuándo?

Veamos como nos lo planteamos con la misma Sagrada Escritura, en lo que llamaremos “la enseñanza
de los ancianos”. En el Salmo 44,2 podemos leer: “Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos,
nos lo contaron nuestros padres, la obra que tú hiciste en sus días, en los días antiguos, y con tu
propia mano”. En el libro del Esclesiástico 8,9 se encuentra: “No desprecies lo que cuentan los
viejos, que ellos también han aprendido de sus padres; pues de ellos aprenderás prudencia y a dar
respuesta en el momento justo”.

Si meditamos bien estas dos citas, podemos notar que se habla de transmisión “oral” y no-
escrita de los acontecimientos y, esta transmisión era de padres a hijos. Esto se convirtió en una ley,
instaurada por Yahveh mismo: “Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a
vuestra mano como una señal y sean como una insignia entre vuestros ojos. Enseñádselas a vuestros
hijos, hablando de ellas tanto si estás en casa, como si vas de viaje, así acostado como levantado. Las
escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas, para que vuestros días y los días de vuestros hijos

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en la tierra que Yahveh juró dar a vuestros padres sean tan numerosos como los días del cielo sobre la
tierra.” (Deut. 11,18-21).

Esta lectura es curiosa, pues hace referencia al “hablar” y al “escribir”, pero se nota que el
hablar involucra una actitud activa, mientras que el escribir una acción pasiva, o sea, que hay mayor
oportunidad de transmitir las grandes maravillas que Dios realizó con su pueblo por medio de las
palabras, pues al hablar no sólo utilizamos la voz, sino que hacemos uso de la gesticulación y
podemos, al mismo tiempo que realizamos nuestras labores cotidianas, hablar del Señor. La escritura
en sí no mueve, quien mueve es el Espíritu de Dios en nosotros y a veces, por mucho que leamos, esa
transformación a una “nueva persona” no se realiza.

El Señor Jesús, al enviar a sus discípulos a la gran misión mundial, les dijo: “Id por el mundo
entero, predicad el evangelio a toda la creación” (Mc. 16,15). Jesús envía a “predicar”, no a
“escribir”. Los apóstoles cumplieron este mandato. San Pablo en sus cartas escribía: “Porque yo
recibí del Señor lo que os he transmitido...” (1 Cor. 11,23). Lo mismo dice en 1 Cor. 15,3. En
2 Tim. 2,1 encontramos una orden que da Pablo: “Tú, pues hijo mío, vigorízate en la gracia que se
halla en Cristo Jesús. Y lo que me oíste en presencia de muchos testigos, eso mismo transmítelo a
hombres fieles los cuales serán aptos para enseñarlo a otros”. Aquí Pablo no le dice a Timoteo que
les transmita lo que dice esta carta ni lo que le dijo en la primera carta; le dice que enseñe lo que le
escuchó decir en presencia de muchos testigos y que estas personas que reciban la enseñanza sean
aptos, o sea, personas que además de poseer la capacidad de aprender, fuera capaz de transmitir
“fielmente” lo que a su vez recibieron. Esto es lo más importante. No se trata sólo de que le cuenten
una historia, sino de que usted sea capaz de contársela a otra persona “igualito” a como lo escuchó.
Podrá a veces usar sus propias palabras, pero no variar la historia agregándole o quitándole hechos,
personajes o lugares que forman parte de ella. En esto los apóstoles siempre pusieron mucho énfasis:
“Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he
transmitido” (1 Cor. 11,2).

Guardar y transmitir la tradición es requisito indispensable para la salvación tanto en el


Antiguo como en el Nuevo Testamento: “Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo
os enseño para que las pongáis en práctica, a fin de que viváis y entréis a tomar posesión de la tierra
que os da Yahveh, Dios de vuestros padres. No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis
nada; para así guardar los mandamientos de Yahveh, vuestro Dios que yo os prescribo..... Mira, como
Yahveh, mi Dios, me ha mandado, yo os enseño preceptos y normas para que los pongáis en práctica
en la tierra en la que vais a entrar para tomarla en posesión. Guardarlos y practicadlos, porque ellos
son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de
todos estos preceptos, dirán: -Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente-... Pero ten
cuidado y guárdate bien, no vayas a olvidarte de estas cosas que tus ojos han visto, ni dejes que se
aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; enséñaselas, por el contrario, a tus hijos y a los
hijos de tus hijos” (Deut. 4,1-2.5-6.9).

“En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si
permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el
Hijo y en el Padre, y esta es la promesa que El mismo os hizo: la vida eterna” (1 Jn. 2,24s). Pero no
sólo se trata de guardarla como se guardaría un tesoro, escondiéndolo donde nadie lo pueda encontrar,
sino que debo hacerla parte fundamental de mi vida y en la relación con mis hermanos, buscando día
a día la edificación del Reino de Dios.

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Tradición y Costumbres: Cuando nosotros asistimos a las festividades de Santo Domingo o de San
Jerónimo, nos encontramos con una amalgama de personajes curiosos, que ya forma parte esencial
dentro de las mismas. Ej. El Cacique, los negritos, la vaca, el torovenado, etc. Y si le preguntamos a
uno de ellos el por qué de su disfraz y de su actuación, lo común es que contesten así: “Pues yo lo
hago porque esta es una promesa que comenzó con mi abuelo(a) y se ha hecho tradición de la
familia”. Pero, ¿qué tiene que ver la tradición de esta familia con la Tradición de la Iglesia?
Absolutamente nada. En primer lugar: La Tradición de la Iglesia, para que pueda ser reconocida
como tal, debe ser aceptada universalmente. Por Ej. El Bautismo de los niños. En segundo lugar:
No debemos confundir la palabra costumbre con la palabra tradición. La costumbre es algo que se
adquiere con el tiempo y esto puede ser transmitido de padres a hijos y es aquí cuando se le confunde
con la tradición, pues como decíamos anteriormente, la palabra tradición puede también significar
una corriente, un conjunto de costumbres o formas de vida de determinada cultura. En la Sagrada
Escritura podemos encontrar muy claramente esta diferencia. En Hc. 6,13s. Leemos: “Presentaron
entonces testigos falsos que declararon: -Este hombre no para de hablar en contra del Lugar Santo y
de la Ley; pues le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este lugar y cambiaría las
costumbres que Moisés nos ha transmitido-”. ¿A qué costumbres se referían estos falsos testigos?
Veamos Marcos 7,1-13: “Se reúnen junto a El los fariseos, así como algunos escribas venidos de
Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, no lavadas, -es
que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a
la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan no comen; y hay otras muchas
cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-. Por ello, los
fariseos y los escribas le preguntan: -¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los
antepasados, sino que comen con manos impuras?- El les dijo: -Bien profetizó Isaías de vosotros,
hipócritas, según está escrito: -Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el
precepto de dios, os aferráis a la tradición de los hombres- Les decía también: -¡Qué bien violáis el
mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: -Honra a tu padre y a tu
madre- y –el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte, pero vosotros decís:
-Si uno dice a su padre o a su madre: lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán –es
decir: ofrenda-, ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, acumulando así la Palabra de
Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a estas-”.

Ese montón de purificaciones no eran prescritas por la Ley, los rabinos las habían añadido a la
Ley de Moisés y las llamaban parte de la tradición. Veamos 2 cosas importantes en esta lectura: 1)
Jesús, llama a los fariseos “hipócritas”. La palabra hipócrita viene del griego “hipocrites” que
significa “actor” y se le llamaba así a los que hacían los papeles principales en las obras de teatro en
Grecia y que generalmente utilizaba una máscara para representar mejor a su personaje. De ahí se
deriva la palabra hipocresía que significa aparentar lo que no se es. O sea, Jesús les dijo que
aparentaban lo que no eran. 2) La palabra aramea Korbán, significa una ofrenda, y en particular una
ofrenda que se hace a Dios. Esto quiere decir que los fariseos por no ayudarle a sus padres, de seguro
ya ancianos, se valían de este supuesto voto, que aparte de ser inventado no significaba una verdadera
donación de bienes, sean éstos dinero en efectivo u otro tipo de artículo y, por se ofrenda, adquirían
un carácter de “sagrado” que, lógicamente, le quitaba toda posibilidad a sus padres o a cualquier otra
persona, de reclamarlo. De esta forma los fariseos quedaban exonerados de la obligación de
mantener a sus padres, alegando que esta “ofrenda” tenía tanto valor como el que cumplieran con el
cuarto mandamiento de la Ley de Dios.

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Por otro lado, se imagina usted la cantidad de agua que gastaban estos judíos con todos estos
rituales. En el evangelio de San Juan 2,6, dice que había unas tinajas en las que cabrían 2 o 3
metretas. La metreta equivalía a unos 40 litros, entonces en cada una de las tinajas cabrían de 80 a
120 litros y como eran 6 de ellas, eso nos hace de 480 a 720 litros, más o menos. ¡Y eso que viven en
el desierto!

Vemos entonces como los fariseos habían agregado otras costumbres a lo que estaba escrito
en la Ley y cosas tan absurdas que iban aún en contra de la misma Ley.

Analicemos otro caso de exageración de la Ley y revisemos otros pasajes de la Sagrada


Escritura:

''Yahveh dijo a Moisés: -Habla a los israelitas y diles que ellos y sus descendientes se hagan
flecos en los bordes de sus vestidos y pongan en el fleco de sus vestidos un hilo de púrpura violeta.
Tendréis pues flecos para que, cuando los veáis os acordéis de todos los preceptos de Yahveh” (Num.
15,37ss). Jesús, hablando a la gente de Jerusalén les decía, refiriéndose a los escribas y fariseos:
“Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien
largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las
sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame ‘Rabbí”'' (Mt. 23,5-7). Nuevamente
notamos como una orden de Dios es tergiversada por los escribas y fariseos para su propio beneficio.
La intensión de Dios al dar la orden a Moisés de que su pueblo se hiciera flecos en los bordes de sus
vestidos, era para que tuvieran presente siempre su fidelidad a El; era como una especie de voto
sagrado. Las filacterias eran parte de las vestiduras de los varones judíos durante las oraciones
matutinas y consistían en tiras de pergamino que se colocaban en pequeñas envolturas pintadas en
negro y se sujetaban en la frente o en los brazos con unas tiritas de cuero y contenían cuatro pasajes
del Antiguo Testamento: Ex. 13,1-10; 11-16; Deut. 6,4-9; 11, 13-21. Estas filacterias se las colocaban
en el brazo y en la frente basándose en lo que dice Ex. 13,9.16 y Deut. 11,18.

Como vemos, de nuevo la vanidad y el deseo de vanagloria de los escribas y fariseos, los lleva
a exagerar otro precepto de Dios. Las filacterias ya no cumplían su verdadero fin: Recordarles que
cumplieran con los mandamientos de Yahveh, principalmente el de: “Ama al Señor tu Dios con todo
tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.

Sagrada Escritura y Tradición: En este momento usted tiene cerca de usted una Biblia, pero esta
Biblia que usted está viendo, no siempre fue un libro completo a como lo es hoy. La Biblia es la
recopilación de una serie de escritos o pequeños libros que fueron recopilados por el pueblo de Dios y
que son considerados como inspirados por Yahveh. Como explicaba anteriormente, el término Libro
proviene de Biblos y de ahí la palabra Biblia que significa “los libros”. Pero estos libros fueron
escritos en unos idiomas que ya casi no existen en el mundo, o que muy pocas personas lo hablan, a
como son el hebreo, el griego y el arameo. El Antiguo Testamento fue escrito en casi su totalidad en
hebreo y otra parte, los libros deuterocanónicos, que fueron escritos en griego. El Nuevo Testamento
fue escrito en griego y en arameo. No quiero seguir adelante sin antes aclarar un problema común
que se suscita entre nuestros hermanos separados y nosotros, a como es el tema de los libros
deuterocanónicos. Luego de la salida de los hebreos de Egipto, en la región de Palestina, se
desarrollaron una serie de acontecimientos políticos que fueron nocivos para Israel. Desde comienzos
del siglo XII, un pueblo procedente del Mar Egeo, conocido como “pueblo del mar”, conquistó el
litoral de Palestina. A lo largo del siglo XI, fueron acorralando progresivamente a los israelitas en la
región central y ya por el año 1050 a.C. ejercían control hasta el Río Jordán. En esta época, Saúl, es
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nombrado como primer Rey de Israel. Durante este reinado, no hizo otra cosa más que pelear con los
pueblos vecinos: los amonitas, arameos, moabitas, amalecitas y en especial con los filisteos. Allá por
el año 1004 a.C., Saúl murió en una batalla contra los filisteos, en el monte conocido como Gelboé,
cuando al ser herido por una flecha enemiga, no quiso que los filisteos lo capturaran vivo, y por eso
se suicidó cayendo sobre su propia espada (1Sam. 31,1-13). Al morir Saúl, lo sucede David, quien
conquistó la fortaleza de Jerusalén anteriormente ocupada por los jebusitas y la convirtió en su
capital. Más tarde venció a los moabitas y les hizo pagar tributo. También conquistó Edom y de este
modo su reino dispuso de un puerto sobre el Mar Rojo. Al morir David, por el año 970 a.C. lo sucede
en el trono su hijo Salomón, que se encarga de la construcción del Templo de Jerusalén y de grandes
y hermosos monumentos que embellecieron a la capital hebrea, siguiendo el ejemplo de las grandes
metrópolis orientales. Al morir Salomón, lo sucede su hijo Roboán, en el año 931 a.C. En este
período, el reino se dividió irremediablemente en dos mitades. Las tendencias separatistas de las
tribus del norte agravadas con la administración pesadamente burocrática y ambiciosa de Salomón, se
separaron y formaron un reino independiente. Diez tribus integraban este reino, que más tarde se
llamó Israel, mientras que las dos tribus restantes del sur se unieron en el reino llamado Judá, con su
capital en Jerusalén (1Rey. 12). Esta es la parte de la historia de como los hebreos se dividieron y,
después de esta división sufrieron algo mucho más terrible: la Diáspora, o sea la dispersión. Esta
sucedió así: Por el año 605 a.C. Nabucodonosor que gobernaba en nuevo imperio babilónico, llegó a
Siria con su ejército, infligió una gran derrota a los egipcios en Carchemisch y conquistó toda la
región hasta la frontera egipcia. Siria y Palestina Meridional, quedaron convertidos en estados
vasallos de Babilonia. Sólo el Rey Jehoiakin de Judá se atrevió a oponer alguna resistencia; pero los
ejércitos babilonios tardaron muy poco tiempo en bloquear el pequeño reino y Jehoiakin, que acababa
de suceder a su padre, fue tomado prisionero (2Rey. 2,4). Diez años más tarde, Judá se rebeló
nuevamente contra los babilonios, a pesar de las vehementes protestas del profeta Jeremías. En este
tiempo, los babilonios devastaron completamente a la región y arrasaron a Jerusalén con su templo
(2Rey. 25). Todos los habitantes, excepto los más pobres, fueron deportados a Babilonia. Con el
tiempo esto originó una fusión de raza y cultura, como en la zona septentrional de Israel, donde los
pocos supervivientes del antiguo reino israelita se mezclaron con los habitantes de otras razas y
crearon una religión híbrida, en parte judía y en parte pagana. Por eso, cuando el emperador persa
Ciro, publicó un decreto que permitía al pueblo judío volver a su patria y reedificar su templo, no
todos los judíos de Babilonia se decidieron a regresar a Judá. Por otro lado, los que regresaron a su
tierra natal, tuvieron que enfrentarse con serias dificultades –la lucha por ganarse el pan de cada día,
los conflictos y divisiones internas y las luchas con los samaritanos del norte-. Con todo este
panorama, el imperio persa se veía cada vez más débil y fue en este período en que surge la
imponente figura de Alejandro Magno, un griego que logró conquistar todo este majestuoso imperio
en el año 330 a.C. quedando de esta forma Palestina sometida a control griego. Es aquí donde se
instituye el griego como idioma oficial, llamado griego Koiné o común. Toda esta introducción
histórica, es necesaria, pues es en el momento de la diáspora o dispersión, cuando los judíos que
fueron desterrados a Babilonia, agregaron varios libros o rollos que circulaban en ese tiempo, a los
libros que ya formaban el Antiguo Testamento. Por eso se les llama Deuterocanónicos, o sea del
segundo canon y, a los que ya formaban parte del Antiguo Testamento se les conoce como
protocanónicos, o sea de la primera lista. Canon significa lista u orden de los libros que forman la
Biblia y que son inspirados por Dios. Los libros que forman parte de la segunda lista son 7 libros
completos y 2 adiciones en el Antiguo Testamento y 6 libros enteros y 3 adiciones en el Nuevo
Testamento. En el Antiguo: Tobías, Judith, adiciones del texto griego al original hebreo de Ester. Las
más importantes son: El sueño de Mardoqueo (1,1a-1r); texto del Decreto contra los Judíos (3,13a-
13g); Oración de Mardoqueo (4,17ª-17i); Oración de Ester (4,17k-17z); Ester es presentada al Rey
(5,1ª-1f; 2ª-2b); Texto de la carta a favor de los judíos o decreto de rehabilitación (8,12ª-12v);
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Explicación del sueño de Mardoqueo (10,3ª-3l). Adiciones al texto hebreo hechas en el griego al
libro del profeta Daniel que son: Oración de Azarías y el canto de los tres jóvenes (3,24-90); Susana y
el juicio de Daniel (13); Bel y el dragón (14). Libros I y II de Macabeos, de los cuales los
protestantes eliminaron de la Biblia los textos, pero si usted revisa cualquier Biblia sectaria, se
encontrará en las hojas finales, en los mapas, uno de ellos que dice “Palestina en tiempos de los
Macabeos” Que locura, verdad? Pero sigamos. Están también los libros del Esclesiástico y de
Sabiduría. En el Nuevo Testamento tenemos la controversia con los libros que fueron conocidos y
tenidos por inspirados únicamente por los hebreos que emigraron fuera de Palestina y que formaron la
colonia y la sinagoga de Alejandría. Estos libros son: Carta a los Hebreos, Epístola de Santiago, II y
III Carta de San Juan, II Carta de San Pedro, el libro del Apocalipsis y unos capítulos de los
Evangelios de San Marcos (16,9-20); San Lucas (22,43s) y San Juan (7,53-8,10). Todos estos 14
libros fueron aceptados en su totalidad por la recién fundada Iglesia Cristiana, la que los declaró
como libros inspirados por Dios, que contienen su palabra y, por lo tanto, son sagrados. En
consecuencia, estos libros pasan a formar parte de la Tradición viva de la Iglesia y son fuente y regla
de fe y vida para todos los cristianos, ya que ellos contienen muchas enseñanzas fundamentales, como
la resurrección de los muertos y el sufragio por ellos (II Mac. 7; 12,38-46); las buenas obras y la
santidad del matrimonio (Tob. 1; 8). Todas estas verdades de los libros deuterocanónicos del Antiguo
Testamento, anunciaban con precisión la doctrina que Cristo señalaría posteriormente. Todos estos
libros están contenidos dentro de la traducción que se hizo de la Biblia hebrea al Idioma Griego unos
200 años a.C. y que se conoce con el nombre de la Septuaginta o versión de los LXX, que fue la
Biblia que utilizaron los primeros miembros de la Iglesia primitiva y, cuando en los evangelios se
citan textos del Antiguo Testamento, se hacen basándose en esta versión, pues hay casi 350 citas del
A.T. que se encuentran en el N.T. En otras palabras, si los primeros cristianos, incluso los discípulos
no tenían dificultad alguna en aceptar todos estos libros, pues si aceptaban esta versión, lo hacían con
todos estos libros incluidos, ¿Por qué fue hasta el siglo XVI, que con el nacimiento del protestantismo
se eliminan de la Biblia? Como dijo don Quijote: “Cosas veredes Sancho amigo”. El Nuevo
Testamento, es aceptado en su totalidad por todos los cristianos: Católicos y no Católicos. La primera
aprobación de los cánones se dio primeramente en el año 405, con el Papa Inocencio I; año 495, con
San Gelasio I (Papa) y San Hormisdas (Papa) en el año 520. Las aprobaciones ecuménicas
universales que se sucedieron fueron: En el Concilio XII de Florencia (1438-1445); En el decreto
“para los jacobitas” del (04/02/1441); Concilio de Trento, 19 Ecuménico (Sesión 4 del 08/04/1546);
El Concilio Vaticano I, 20 Ecuménico (3ra. Sesión, del 24/04/1870).

“Estas verdades y enseñanzas están contenidas en la Sagrada Escritura y en las tradiciones extrabíblicas,
que los Apóstoles recibieron del mismo Cristo, o que fueron transmitidas de generación en generación, a
partir de los Apóstoles bajo la inspiración del Espíritu Santo; y así han llegado hasta nosotros. Con la
misma nobleza y reverencia con que acepta y venera la Sagrada Escritura, el Concilio acepta también y
venera las tradiciones referentes a la fe y a la moral (mores), ya que proceden oralmente del mismo
Cristo o han sido inspiradas por el Espíritu Santo, e incesantemente mantenidas en la Iglesia Católica”
Concilio de Trento, declaración del 8 de abril de 1546

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