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La Ética de Santo Tomás

Indice
1. Introducción
2. Ética De Santo Tomás
3. Bibliografía

1. Introducción

En santo Tomás la ética constituye una parte fundamental de su obra. Para


éste, la ética no es un apartado más dentro de su pensamiento, no es un
accesorio del resto de la obra como en otros pensadores, sino que supone
uno de sus puntos básicos de reflexión.
Por otra parte me identifico con los aspectos y elementos de moralidad que
santo Tomás expone y que hoy en día observamos que se han perdido o
cuando menos se han deteriorado hasta convertirlos en valores
prescindibles
En santo Tomás encontramos como ejes sobre los que giran sus
pensamientos: el bien en todo ser y el obrar del mismo según la naturaleza,
siendo, en el caso del hombre, la naturaleza racional y por tanto la suprema
norma ética. En segundo lugar, elementos de moralidad que nos describen
como debe ser una acción buena: el hecho y el fin deben ser buenos así
como las circunstancias. La virtud como hábito bueno que se forma por la
repetición de actos del mismo tipo, y cuyas semillas existen en todo hombre.
La ley natural de la cual derivan los "diez mandamientos" y la ley moral que
Dios ha impreso en el corazón de cada uno. En definitiva, el bien común es
la aspiración de toda ley.
Son todos estos aspectos que trascienden la época de santo Tomás y que
poseen valor tanto en nuestros días como en el contexto histórico de su
época. Es más, creo que especialmente hoy debemos tener en cuenta a
santo Tomás y su concepción de la ética.

2. Ética De Santo Tomás

La ética de Santo Tomás gira en torno al concepto de bonum. El bonum


presenta un doble respecto, uno óntico y otro personal. En ambos es el
bonum un principio ético.

Ser y valor
El bonum surge prendido al ser, coincidente con el ser. En realidad bien y
ser son idénticos. Tan sólo añade el bien al ser un especial matiz, la relación
con el fin y la tendencia a él. Santo Tomás ve en la consecución de los
propios fines de la naturaleza y de su obrar, las virtudes específicas y el
valor de cada ser. "La bondad de cada ser consiste en que se comporte
conforme a su naturaleza" (Summa theologica; De virt. in com).
El "bonum" humano. Puesto que el hombre posee una especial naturaleza y
un agere correspondiente a este esse, el bonum humano, estará en que
cada hombre particular sea y obre como corresponda a la esencia y a la
idea de hombre. La naturaleza común humana constituye, pues, el principio
óntico de la moral. No es esto un materialismo ni un naturalismo, o una
simple moral de bienes, pues ya en la antigüedad entendió siempre la
naturaleza humana ideal, y así lo entiende santo Tomás, quien toma las
ideas de la mente de Dios. "De Dios tienen las naturalezas lo que son como
naturalezas, y en tanto son ellas defectuosas en cuanto se apartan de los
planes de su dueño que las ha ideado" (Summa theologica). Y cuando
subraya que por naturaleza humana debe entenderse la racional, viene a
expresar lo mismo; porque sólo mediante la razón superamos lo sensible en
nosotros y llenamos un orden ideal. La ratio recta es aquí la conciencia
moral. Por ello cae la lex naturalis, como principio de la moralidad humana,
bajo el principio aún superior de la lex aeterna. De ella participa nuestra
humana naturaleza en cuanto a racional
Dios y el bien. Tenemos aquí una moral teónoma. Dios es aquí todo lo
opuesto a un dios extraño, caprichoso; ni tampoco se coloca a Dios en la
base de los valores como una idea kantiana, al modo de como se entiende
modernamente, que no sabe uno cómo y por qué ello ha de ser así, sino
que es Él, Dios, el ser por el cual somos lo que somos, nuestro ser y
nuestro bien.

Bien personal
El "habitus principiorum". Desde que Kant presentó el valor moral como algo
y originariamente personal, como lo que impone respeto, en oposición a lo
utilitario y deleitable, y el imperativo categórico como algo irreducible a otra
anterior categoría, se sentiría uno inclinado a mirar la fundamentación
escolástica de la moral en el ser y en Dios, último fundamento del ser, como
una desvirtuación de lo específicamente moral. Sin embargo, sería ello un
declarado desconocimiento de la realidad. La fundamentación de la moral
en el ser y en Dios es metafísica y toca a la radio essendi; no puede
resolverse en una pura fenomenología de lo ético y de su primera captación
en la ratio cognoscendi. Este lado del problema ético es considerado por
santo Tomás en el contexto de la teoría del habitus principiorum.
Apriorismo ético. Y con ello apunta santo Tomás exactamente a lo mismo
que Kant quiere determinar con su indeducibilidad del imperativo categórico
y la moderna teoría axiológica con su apriorismo de los valores. Así como
en el terreno teorético hay axiomas evidentes por sí mismos, supremas
reglas del pensar, así también se dan en el terreno ético semejantes
principios; son verdaderos principios, es decir, algo primitivo e
indemostrable. Se dan en la naturaleza humana, o más exactamente en su
razón y en su natural recto uso; los lleva consigo en su mismo ser
(impressae); son patentes a todos los hombres y encierran una participación
del valor y de la verdad de Dios.
Ley natural. Santo Tomás la define como la "participación de la ley divina en
la criatura racional" (Summa theologica). Otra expresión que traduce la
fundamental conciencia natural del valor es el concepto de "sindéresis", muy
manejado por los escolásticos, así como otro concepto, corriente entre los
místicos, de "centella del alma" (scintilla animae). El supremo principio o
axioma ético reza así: "Se ha de hacer el bien y evitar el mal". Cuando se
aplican los principios a casos particulares la sindéresis se convierte en la
conciencia (recta ratio). Filosóficamente considerada ha significado siempre
la conciencia un apriorismo ético. Indicadores para el descubrimiento del
bonum humano son las tendencias originarias y esenciales de la naturaleza
humana (naturales inclinationes), que son orientaciones, unas simplemente
vitales, otras espirituales y morales. En la práctica la cosa va por otro
camino. Es evidente que santo Tomás, para quien el contenido de la ley
moral coincide con el Decálogo, al descubrir y delinear el contenido de esta
ley moral, no ha perdido de vista la revelación.
Ideal humano. Surge entonces el concepto de naturaleza humana ideal. En
el plano filosófico no sabemos de antemano lo que corresponde. Sólo en el
orden ontológico del ser es la naturaleza humana ideal algo "anterior", a
partir de lo cual hay que deducir y fundamentar nuestra conducta
correspondiente. En el orden del conocimiento, sin embargo, nos
encontramos siempre ya en marcha y tenemos que buscar a posteriori, con
cierta regresión, el contenido de este ideal humano y ponerlo en fase de
realización. Pero nuestra marcha no es con todo un caminar sin rumbo;
poseemos en nuestro espíritu un judicatorum del bien y del mal moral, que
dicta a todo hombre y en todas las situaciones con tono de "principio", es
decir, de algo último en orden del conocimiento, indeducible, y por ello con
una inmediatez categórica, lo que cuadra y lo que no cuadra con la ley
moral. Señala también la forma precisa ético-moral en que ha de vaciarse la
plenitud de la propia vida individual; pues dándose ideas aun de lo
individual, se han de dar también las ideas de todos los individuos.
En la Secunda Secundae, gran tratado de las virtudes, dibuja santo Tomás
la estampa ideal del hombre en una forma que revela haber sido conducida
su pluma tanto por el letrado como por el santo. Podríamos sacar hoy de su
doctrina sobre las virtudes una excelente teoría de los valores,
fenomenológicamente elaborada. Las virtudes del corazón del hombre que
allí se ensalzan, transparentan la vocación y la grandeza del hombre en
general, y dejan abierto a cada uno en particular el camino para convertirse
en una persona que se conquiste el respeto de los otros.
Libertad. Presuposición básica de toda la ética de santo Tomás es la libertad
de la voluntad, como no podía ser menos. Esta libertad queda tan a salvo
dentro de la doctrina de la ley eterna y la providencia de Dios, como en san
Agustín o Boecio. La solución al problema de conciliar la libertad con la ley,
discurre como en Boecio. Sólo en los seres de la naturaleza inferiores al
hombre, las razones eternas actúan como principios internos de movimiento
de las cosas, por tanto necesaria y uniformemente; pero para el hombre
toma la ley eterna el carácter de una regla o mandato, que, aun incluyendo
en sí la validez ética incondicional, no implica necesidad física.
Actus humani. Santo Tomás se extiende detalladamente sobre las
aplicaciones graduales de la libertad en la vida práctica concreta. Considera
el influjo de las circunstancias; motivos y motivaciones; deseos y gustos; fin,
intención y consentimiento; elección de medios y caminos; realización y
cumplimiento; educación y dominio de la voluntad (Imperiun nihil aliud est,
quam actus rationis ordinantis cum quadam motione ad aliquid agendum);
elementos subjetivos y objetivos en la estructuración del obrar moral.

Felicidad
Contemplación fruitiva de Dios. Como en la tradición griega y cristiana,
también para santo Tomás la teoría de la felicidad constituye el fin y la
conclusión de la ética. Antigüedad y Edad Media entienden la vida del
hombre de un modo teológico. El hombre marcha hacia un fin, y en el
conocimiento de este fin y en la ordenación de todo su obrar hacia este fin,
consiste la sabiduría para los académicos lo mismo que para los
peripatéticos, para los estoicos como para los cristianos. La consecución de
este fin y meta es ya en todos ellos un estado de reposo y de gozo. Santo
Tomás utiliza también la terminología aristotélica en la descripción de la
felicidad y la ve por tanto en la contemplación de Dios. Como Aristóteles vio
la suprema felicidad del hombre en la intuición contemplativa de la verdad,
en el pensamiento del pensamiento, así también santo Tomás declara de
forma parecida: "La esencia de la felicidad consiste en los actos
intelectuales", porque sólo a través del entendimiento se nos hace presente
el fin supremo de toda nuestra vida, y además es el entendimiento la más
noble facultad del hombre. Tenemos nuevamente el intelectualismo tomista.
Pero mientras en Aristóteles esa felicidad suma se acaba y completa en
esta presente vida, la traslada santo Tomás, como cristiano, a la otra vida
del más allá.
Eudemonismo. No se debe denominarla eudemonismo, como tampoco
fueron puro eudemonismo la ética de Platón ni la de Aristóteles.
Efectivamente, nunca desempeña en ellas un papel decisivo la inclinación y
tendencia subjetiva. Todos sus principios son de orden objetivo, aprióricos.
Como ya ocurre frecuentemente en la antigua moral, también aquí los
términos eudemonísticos son tan sólo vehículos de otros valores
inconmensurablemente superiores, de los valores éticos en sí mismos.

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