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1 ¿POR qué será que nos gusta tanto el salir a un jardín o a un parque de la
ciudad? Y ¿Por qué resulta agradable alejarse de la ciudad para ir a campo
abierto?
¿Por qué será que la contemplación de la belleza de un río que atraviesa
majestuosamente el valle, o de las laderas de un monte revestido de arbustos y
flores, produce serenidad?
¿Por qué sentirá el hombre admiración ante la inmensidad del océano o ante la
majestuosidad de las montañas con su cima en las nubes?
¿Por qué resulta tan hermoso el canto de los pájaros y tan placentera la
observación de los animales silvestres en su estado natural de libertad; descubrir
a un ciervo saltando con gran agilidad, a un canguro brincando por la sábana e
incluso, a un rebaño de ovejas, mientras pacen en el monte?
¿Cuál es la razón de que en el cielo, sobre la tierra y en los mares, todas las
bellezas que rodean al hombre puedan ser apreciadas y disfrutadas a través de
sus sentidos y de su inteligencia, haciéndole percibir la maravilla de estar vivo?
La respuesta a estas preguntas es: ¡El hombre fue hecho para vivir en un
paraíso!
2 Es cierto que los hijos del hombre no han tenido nunca la oportunidad de
disfrutar de un paraíso, igual que lo hizo la primera pareja humana, y que la extra
gran mayoría consideran esta posibilidad cómo una utopía; pero aún así, el
hombre siente una íntima nostalgia de lo que la vida en un paraíso significaría.
En cierto modo, ha heredado el aprecio de la primera pareja humana por aquel
paraíso que habían recibido del Creador que ellos reconocían cómo su Dios.
10 Refiriéndose al relato del Génesis, dice Pablo que “Adán fue formado primero
y más tarde Eva”, (1Timoteo 2:13) y que “Adán no fue engañado, fue Eva, quien
seducida, incurrió en la transgresión”. (1Timoteo 2:14) Y escribe a los
discípulos: “…me temo que tal como la serpiente sedujo a Eva con sus
artimañas, por algún motivo, también vuestras mentes se alejen de la sencillez y
de la pureza que tienen para con Cristo”. (2 Corintios 11:3)
Eva había dejado que la mentira de la serpiente radicara en su mente y en su
corazón surgió el deseo de desobedecer el mandato de Dios. Cómo vio que a
pesar de su desobediencia no había muerto, persuadió a su esposo a compartir
con ella el fruto prohibido; y aunque, según dice Pablo, él sabía lo que esto
implicaba, eligió la desobediencia y la muerte. En respuesta a las preguntas de
Dios, ellos confesaron su pecado voluntario, y cómo no tenían base para el
perdón, nunca se lo pidieron. Así, expulsados del paraíso, huyeron de la
presencia de Dios.
Esto implicaba para ellos y para sus descendientes el retorno a la tierra, de
donde habían sido tomados, o sea, a un estado de inexistencia; la inexistencia
que resulta de la desobediencia voluntaria a Dios. Por esto dice Pablo que “…el
salario por el pecado es la muerte, pero el don generoso de Dios mediante Cristo
Jesús nuestro Señor, es la vida eterna”. (Romanos 6:23)
12 Comiendo del árbol prohibido, Adán y Eva habían decidido ser como dioses y
determinar por sí mismos lo que era bueno y lo que era malo. Por esto “dijo
Yahúh Dios: ‘He aquí que el hombre es cómo uno de nosotros en el
entendimiento del bien y del mal; ahora, pues, no vaya a extender su mano y
coma además del árbol de la vida, y comiendo de él, viva para siempre’… Y
colocó Querubines delante del jardín de Edén, y la espada de fuego que daba
vueltas para guardar el camino del árbol de la vida”. (Génesis 3:22-24) Y vivió
Adán casi un día entero de Yahúh, puesto que vivió hasta cumplir novecientos
treinta años y Pedro escribe a los discípulos: “hay algo que no debéis perder de
vista hermanos, y es que para el SEÑOR, un día es como mil años y mil años
solamente como un día”. (2Pedro 3:8) De modo que si bien no murió
inmediatamente, murió en el día de su desobediencia, cómo Dios le había dicho,
y esto le permitió llegar a ser padre de muchos hijos e hijas, (Génesis 5:1-5) que
por su desobediencia nunca pudieron llegar a ver el jardín preparado por Dios
para el hombre ni alcanzar la perfección y la vida.
Durante mil seiscientos cincuenta y seis años, aquel jardín estuvo fuera del
alcance de los hombres, ninguno volvió a entrar en él; ni siquiera hombres tan
piadosos como Abel, Enoc y Noé. Entonces llegó el diluvio del día de Noé y el
paraíso desapareció bajo las aguas.
21 Desde entonces, ningún judío puede probar que es descendiente del rey
David. Pero Jesús había ya sido reconocido en su día cómo descendiente de
David y ni siquiera sus enemigos más feroces intentaron desmentir su
genealogía registrada por Mateo y por Lucas en las Escrituras, ni el derecho que
por nacimiento disfrutaba. Él es por tanto “el León de la tribu de Judá, el
descendiente de David”, “el Cordero que fue sacrificado” y “es digno de recibir la
autoridad, la grandeza, el conocimiento, el poder, el honor, la gloria y la
bendición”, (Apocalipsis 5:5 y 12) “el Santo; el Veraz, el que tiene la llave de
David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir”.
(Apocalipsis 3:7) Él es quien ha redimido a la humanidad de la muerte
heredada, poniendo a su alcance la vida sin final, y se dirige a sus discípulos
para decirles: “Yo, Jesús, envié a mi ángel para dar a conocer estas cosas a la
congregación, yo, la raíz de David y la fulgurante estrella de la mañana”,
exhortándoles luego con estas palabras: “El espíritu y la esposa dicen: ‘Ven’ y
cualquiera que lo oiga, repita: ‘Ven’; venga quien tenga sed, y quien lo
desee, beba gratuitamente el agua de la vida”. (Apocalipsis 22:16-17)
22 Aunque Jesús estaba legalmente legitimado para tomar reinar sobre Israel,
cuando Pilatos le preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?... Respondió Jesús:
‘Mi Reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mi gente
habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es
de aquí”. Insistió Pilatos: “¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: ‘Tú lo dices,
soy rey; yo he nacido para esto y he venido al mundo para esto: para dar
testimonio de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad, escucha mi voz”.
(Juan 18:33 y 36-37) La verdad que Jesús predicó fue la esperanza que los
hombres debían poner en el futuro reino de Dios; él era rey porque había sido
ungido por Dios para reinar sobre su reino, y en armonía con las palabras que
Jesús dijo a Pilatos, este hizo que sobre el palo de su ejecución, se fijase un
cartel con estas palabras: “Jesús el nazareno, rey de los judíos”. (Juan 19:16-
22)
23 Viéndolo uno de los malhechores que habían sido condenados a morir con él
y tenía esperanza en la resurrección, le suplicó: “Jesús, acuérdate de mí cuando
vuelvas con tu reino”, (Lucas 23:41) y Jesús fortaleció su esperanza,
contestándole: “Verdaderamente, hoy te digo que estarás conmigo en el
paraíso”. (Lucas 23:39-43)
Estas palabras de Jesús se referían al momento de la resurrección, cuando
todos los que fuesen juzgados merecedores, vivirán bajo su reinado, disfrutando
de la Tierra paradisíaca que Dios había dispuesto para el hombre en un
principio.
24 El paraíso prometido en las Escrituras debe ser para los seguidores de Jesús,
una esperanza segura, y el reino de Jesús, una realidad. Antes del nacimiento
de Jesús, Yahúh había enviado su mensajero a una virgen judía de la familia real
de David, para anunciarle la disposición de Dios y recibir su consentimiento.
Cuando ella aceptó, Gabriel, el mensajero, le dijo: “Le llamarás por nombre
Jesús. Éste será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará
el trono de David su padre, y gobernará como rey sobre la casa de Jacob para
siempre, y de su reino no habrá fin”. (Lucas 1:26-33)
25 Jesús demostró ser digno del reino que Dios le otorgaba, no solo por cumplir
los requisitos anunciados por los profetas, también por su total fidelidad al
designio de su Padre celestial.
Dice Pedro: “Cristo murió una vez para siempre por los pecados, un justo en
favor de los injustos, que fue muerto en el cuerpo, pero que fue hecho vivo en el
espíritu para conducirnos de nuevo a Dios”. (1Pedro 3:18-19) Así, “el primer
Adán fue hecho alma viviente, mientras que el último Adán, un espíritu dador de
vida”. (1Corintios 15:45) Y tras entregar su vida en redención de la humanidad,
obtuvo la resurrección a una nueva vida cómo hijo espiritual de Dios, adquiriendo
“una naturaleza tan superior a la de los ángeles, cuanto mayor es su
responsabilidad en la posición que le ha sido otorgada”. (Hebreos 1:4) Con esto,
llega a ser rey a la diestra de Dios en el cielo, cómo había profetizado el rey
David, diciendo: “El cetro de tu poder lo extenderá Yahúh desde Sión: ¡Domina
sobre tus enemigos! Para ti es la soberanía desde el día de tu nacimiento, en
santo esplendor desde el seno, desde la aurora de tu juventud. Lo ha jurado
Yahúh y no ha de retractarse: ‘Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de
Melquisedec’”. (Salmo 110:2-4)
El tiempo se ha acortado
26 El reino terrenal del linaje de David fue destruido hace más de dos mil
quinientos años, en el año 586 antes de nuestra era y no debía ser restaurado
hasta el momento establecido por Dios para entregar el reino a quien él había
designado. El profeta Ezequiel anunció de parte de Yahúh, al último rey de
Israel: “En cuanto a ti, vil criminal, príncipe de Israel, cuya hora ha llegado con la
última de tus culpas, así dice el Señor Yahúh: La tiara se retirará, se depondrá
la corona, todo será transformado; lo humilde será elevado, lo elevado será
humillado. Una ruina, una ruina, una ruina cómo jamás la ha habido; esto es lo
que haré con él (el reino de Israel), hasta que llegue aquel a quien
corresponde el juicio y a quien yo lo entregaré”. (Ezequiel 21:30-32)
31 En el transcurso de los mil años del reinado de Cristo todo el sepulcro habrá
sido vaciado por completo; no quedará un solo cementerio en la Tierra. El
Paraíso es un lugar en el cual vivir para siempre, y no un lugar de muerte. Adán
y Eva fueron echados del paraíso original después de haber pecado a fin de que
murieran afuera. En cuanto a este Paraíso restaurado, extendido por toda la
Tierra, resultará cierta la profecía confortante: “Y Dios mismo estará con ellos. Y
él limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más
lamento, ni clamor, ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.” (Apocalipsis
21:3, 4).
¿Te encuentras entusiasta con esta alegre perspectiva para el futuro cercano, en
“esta generación”? (Mateo 24:32-34) Por falta de tiempo no se cita de las
profecías de la Biblia la descripción de la hermosura natural de la Tierra que
refleja las glorias y la paz de la Tierra Paradisíaca bajo el reino de Dios por
medio de la Descendencia de Su “mujer”. El camino de regreso a la paz en el
Paraíso es por medio de ese gobierno celestial perfecto. Tu ya puedes comenzar
a andar por ese camino de regreso. Sigue sin desvío en las pisadas del Cordero
como Pastor amoroso. Él te llevará a salvo a la paz eterna en el Paraíso.