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CONDUCIENDO VIDAS

1° Sam 22:1-2, 2° Sam 15:1-6

J.S.Santana
21-Feb-2006

Introducción
En el agitado mundo que nos ha tocado vivir, aparecen y desaparecen dis-
tintos modelos para dirigir las vidas de otros seres humanos; esto es, distintos
modelos de liderazgo. En general, sin embargo, podemos clasificar estos mod-
elos solamente en dos: el modelo concebido por Dios, y todos los otros modelos
humanos. Por supuesto que Jesús, como el buen pastor, constituye el máximo
ejemplo del primer caso, mientras que la historia humana está repleta de ejem-
plos del otro caso. En la Iglesia, como una congregación de vidas rescatadas
por Dios y en el proceso de una restauración total, debería manifestarse esa
conducción de vidas propuesta por Dios, especialmente cuando esas vidas es-
tán atravesando por situaciones angustiosas. En este escrito veremos dos casos
paralelos y cercanos que ejemplifican de manera general estos tipos de lider-
azgo en el contexto del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento: se trata del
caso del rey David y de su hijo Absalón.

Dos modelos de dirección


Cuando quedaron al margen de la vida de su pueblo, tanto David como Ab-
salón se rodearon más o menos del mismo tipo de gente: gente afligida o con
sentimientos de injusticia hacia ellos. En el caso de David, la gente lo buscó a él,
mientras que en el caso de Absalón, fue éste quien se dedicó al reclutamiento
a ese tipo de gente. Ambos se conformaron en líderes: uno por la palabra de
Dios (1° Sam 16:1-13); y el otro, por su propio ímpetu (2° Sam 15:10). Ambos
eran, aparentemente, devotos del mismo Dios. Uno adoraba a Dios conforme
al propio corazón de Dios (1° Sam 13:14, Hch 13:22, 2° Sam 6:12-23), y con todo
lo que tenía; pero el otro, lo hacía mientras acariciaba sus propios propósitos
egoístas (2° Sam 15:7-12, especialmente v. 12). Uno se ganaba el corazón del
pueblo y la gente gracias al respaldo de Dios (1° Sam 18:1, 5-7, 12-30, especial-
mente vv. 16,28); mientras que, el otro se robaba el corazón de la gente (2° Sam
15:6,13, Rom 16:18) por su atractivo personal (2° Sam 14:25) y por el engaño de
sus palabras (2° Sam 15:3-6). Uno respetó la investidura de los líderes puestos

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por Dios sobre él y se sometió a la acción justiciera de Dios cuando la autoridad
delegada de Dios, esto es el rey Saúl, se volvió injusta (1° Sam 24:10-15); mien-
tras que el otro se rebeló contra la autoridad familiar y política que Dios había
puesto sobre él (2° Sam 15:3, 10, 12), y no esperó en la justicia de Dios cuan-
do su familia se vio ultrajada, sino que se tomó la venganza en sus manos (2°
Sam 13:19-39). Uno llevó a la gente que lideraba, de su situación de angustia,
amargura y desesperanza, a una situación de victoria y valentía que ellos mis-
mos nunca habían imaginado (1° Cro 11 y 12); el otro, condujo a sus seguidores
en rebeldía, incluso cambiando las buenas intenciones con las que algunos de
ellos se le habían acercado (2° Sam 15:11), hasta el punto de una total derrota
(2° Sam 18:5-8). De uno su reino fue confirmado eternamente, en la persona
de Jesucristo, su descendiente (1° Cro 17:7-15); del otro, sus aspiraciones para
arrebatar el reino fueron sofocadas abruptamente con su muerte (2° Sam 18) y
aun de su descendencia no se tiene memoria (2° Sam 18:18).

El consejo de Dios en la dirección


Cuando se enfrentaron estos dos hombres, y, por supuesto, los estilos de
adoración, de oración y de vida detrás de ellos; en medio de la lucha y su
aparente retirada, la principal arma de David fue su comunión con Dios y
la oración a Él (2° Sam 15:31, 17:14), mientras que Absalón, empezando por
la descalificación del que consideraba su oponente, o sea, su padre (2° Sam
15:3,4), con astucia y sagacidad quiso aun allegarse el mismo consejo de Dios
(2° Sam 15:12, 16:23, 1° Cro 27:33) arrebatándolo aparentemente del lado de
David. En estas acciones, el rey David obtuvo respuesta de Dios a sus ora-
ciones, mientras que las estratagemas de su rebelde hijo, fueron frustradas.
La manera en la que Absalón intentó hurtar el consejo de Dios del lado de
su padre, fue por medio de seducir a uno de los principales consejeros de su
padre, Ahitofel, para que se pasara a su bando. Ahitofel era un prestigiado con-
sejero de David; a través de él, muchos consejos de parte de Dios le llegaban al
rey David. Entendemos que Dios le dio esos dones y lo puso al lado de David
con ese propósito. Por supuesto que, siendo parte de la familia de David, Ab-
salón sabía esto y quiso capitalizarlo para sus propósitos, suponiendo que al
atraer a Ahitofel a su lado, estaba también poniendo a Dios de su parte. Es in-
teresante que, ya estando Ahitofel al lado de Absalón y en el momento que se
requiere de su consejo, éste resulta ser acertado (2° Sam 17:14), aunque después
ese consejo es frustrado por Dios mismo. ¿De dónde provenía su visión? Nos
dice 2° Sam 16:23 que su consejo “era como si uno consultara la palabra de Dios”;
esto es, era como una palabra profética. De aquí, entendemos también que,
aunque Dios puede usar gente diversa como sus profetas, éstos no necesaria-
mente son gente de Dios; véase por ejemplo el caso de Balaam en el Antiguo
Testamento (Num 22:1 y ss.), y el caso de Caifás en el Nuevo Testamento (Jn
11:49-52).
En efecto, como dijimos anteriormente, parece que Dios había puesto estos
dones “proféticos” sobre Ahitofel, pero el uso que ahora estaba haciendo de el-

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los era insensato — véase por ejemplo el consejo que le da a Absalón en 2° Sam
16:21, que aun cuando había sido profetizado por Natán en 2° Sam 12:11,12, lo
ponía a él como instrumento de maldad (cf. Mt 18:7, 26:24, 7:22-23). Es intere-
sante que, en medio de la sabiduría que Dios había dado a Ahitofel su nombre
signifique hermano de estupidez o hermano de impiedad o hermano de insipidez, aquí
está entonces un claro ejemplo de cuando la sal pierde su sabor (Mt 5:13), que
es cuando los dones y talentos que Dios ha otorgado para el bien del mundo,
son empleados con propósitos mezquinos o, incluso, malignos.
Notemos que la situación que estamos describiendo en estas líneas; esto es,
la confrontación entre estos dos estilos de vida, era el resultado de los errores o
del mal comportamiento de cada uno de los dos actores de este episodio: el rey
David y Absalón. Ahora bien, lo que vamos a considerar aquí es la respuesta de
ellos en medio de esta situación. Mientras que en el fondo de la vida de David
operaban el arrepentimiento y el perdón, en Absalón sus móviles eran el odio
la venganza y el rencor. Así pues, el consejo de Dios se manifiesta, no necesari-
amente donde están los profetas, sino donde hay humildad y quebrantamiento
de espíritu (Sal 51:17, Is 57:15).
Al encontrarnos nosotros en alguna situación parecida, ¿cuál será el princi-
pio que moverá nuestro actuar? ¿Será un genuino arrepentimiento delante de
Dios lleno de humildad y quebrantamiento y su perdón y nuestro perdonar a
otros, o será el orgullo, el rencor, la venganza y el odio?

Líder de los abatidos


Cuando pasamos por aflicción, no es recomendable aislarnos. Aunque, en
general, la gente que no pasa por aflicciones, no tiene mucha inclinación a jun-
tarse con las personas que pasan por problemas, sí existen aquellos abatidos o
dolidos que mucho agradecerán la compañía de quienes atraviesan por situa-
ciones similares. ¿Cuál será, sin embargo, el propósito de buscar a gente así? En
efecto, el grupo de afligidos que se reunieron al rededor de David, lo hicieron
para guerrear a su lado; pero David supo imprimir en ellos y en esa guerra los
principios que conducían su propia vida — a corregirlos incluso cuando ellos
querían llevarlo a expresar venganza cuando aparentemente había esa posibil-
idad en el caso de Saúl (cf. 1° Sam 24:1-7). Esa actitud fue la que hizo de su
grupo “los valientes de David” a los que Dios daba la victoria en todo lo que
emprendían, incluso en situaciones tan angustiosas como cuando sus mujeres
y sus hijos fueron secuestrados por los amalecitas (cf. 1° Sam 30). Notemos que
allí David no prescindió del consejo y la ayuda de Dios, aun cuando la mis-
ma gente estuvo a punto de volverse contra él — 1° Sam 30:6-8. La actitud de
Absalón con su grupo fue en todo contraria a esto, pues se dedicó a verter so-
bre ellos los resentimientos que tenía y que probablemente empezaron cuando
sintió que su padre no obró con justicia en el caso de su hermana Tamar.
En circunstancias como las narradas, quien toma iniciativas se constituye
en líder de manera muy natural. Si nos toca jugar este papel, sin embargo,
conviene que nos preguntemos ¿qué es lo que reúne a la gente al rededor de

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nosotros? ¿Dios mismo y la Palabra de Él que nos sostiene o nuestra personali-
dad, atractivo personal y nuestra argumentación y elocuencia? ¿Es la posición
de liderazgo algo que Dios me ha dado; es una función que Él me ha puesto
para que desarrolle o es algo que yo he perseguido afanosamente y que he
logrado por el ímpetu de mi personalidad? De la respuesta que demos a es-
tas preguntas se derivará el destino de los grupos que nos toque comandar.
Pero, aún antes de responder a estas preguntas, hay una pregunta más básica
que conviene que nos hagamos: ¿Cuál es la fuente de nuestro actuar? ¿Es una
relación personal de calidad con el Señor o es cualquier otra cosa? La Palabra
de Dios nos muestra que David tenía una relación con Dios cotidiana e intensa
(véase p. ej. Sal 5:3 y Sal 63:1). Incluso en aquellos momentos en que había fal-
lado, su acercamiento al Señor era manifiesto (véase Sal 32, Sal 38 y Sal 51). En
cambio, ¿cuál era la relación que guardaba Absalón con Dios? Nuevamente la
Escritura nos da algunas pistas al respecto. En 2° Sam 15:7-12 lo encontramos
disponiéndose para ofrecerle un sacrificio a Dios; según se nos dice, como una
respuesta a un voto que le había hecho al Señor con anterioridad. Esto quiere
decir que había algún tipo de conversación entre él y Dios, ya que le había
prometido el sacrificio si se le cumplían ciertas expectativas: las de regresar a
Jerusalén, por cierto, pero no las de recibir el perdón de su padre, porque no
sentía culpa alguna por el asesinato de su hermano Amnón (cf. 2° Sam 14:32).
Era su relación con Dios, entonces un tipo de relación condicional: “Señor, si tú
cumples mis deseos, entonces te premiaré con mi devoción”. Evidentemente,
mientras que estas condiciones no se cumplieran no habría ningún tipo de re-
spuesta de su corazón hacia Dios. Es así entonces que, al mismo tiempo que
ejecuta sus sacrificios; esto es, mientras que expresa su devoción, se encuentra
ya desarrollando el plan mezquino y egoísta para apoderarse del reino y hacer
a un lado a la autoridad política y familiar que Dios había puesto sobre él (2°
Sam 15:12). En este mismo versículo encontramos que Absalón manda llamar
a Ahitofel. ¿Qué significado tiene esto? Bueno, pues la fama de este hombre
como consejero de parte de Dios era muy extendida (2° Sam 16:23). Esto quiere
decir que Absalón reconocía la importancia del consejo de Dios para cualquier
empresa. Sin embargo, la manera cómo él pensaba pedir este consejo a Dios
era algo semejante a: “Señor, aconséjame cómo llevar a cabo mis propias em-
presas; cómo lograr mis propósitos; cómo destruir a los que se interpongan
en mi camino”, etc. y no como en el caso de David, que decía: “Señor, aconsé-
jame cómo enderezar mi vida de acuerdo con tus propósitos” (cf. Sal 5:8, 25:4,5,
86:11, y 143:8-10).

Conclusión
De lo anterior entendemos entonces que lo importante en nuestra relación
con Dios, no es, en sí misma, la devoción — esto es, una devoción: alabanza y
adoración, como una actitud religiosa de un pago a Dios por sus servicios —, ni
siquiera es la búsqueda del consejo de Dios — esto es, la búsqueda de la palabra
profética de dirección pero para sacar adelante nuestros objetivos egoístas —,

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sino la alabanza y adoración que dan respuesta al corazón de Dios en espíritu
y en verdad (cf. Jn 4:23), y la búsqueda de su consejo para que abra nuestros
ojos para enderezar nuestros caminos de acuerdo con su Palabra (cf. Sal 119:17-
20,105-112). Es precisamente en este tipo de relación con Dios que David dirige
una sencilla oración a Dios, cuando Absalón había hurtado del lado de David
a su consejero divino: “¡Entorpece ahora, oh Jehová, el consejo de Ahitofel!” (2° Sam
15:31), y es en este mismo tipo de comunión que su oración recibe una respues-
ta explícita por parte del Señor: “Entonces Absalón y todos los de Israel dijeron: ‘El
consejo de Husai, el arquita, es mejor que el consejo de Ahitofel’. Ello porque Jehová
había ordenado que el acertado consejo de Ahitofel se frustrara, para traer Jehová la ru-
ina sobre Absalón” (2° Sam 17:14). Cuando nuestras vidas operan bajo este tipo
de comunión con Dios que busca en espíritu y en verdad su dirección para la
corrección de nuestros pasos, nuestras oraciones son escuchadas por parte de
Dios, y no sólo eso, sino que además, Dios puede incluso frustrar consejos que
acertadamente podrían venir en nuestra contra. ¡Qué Dios nos ayude a buscar
de todo corazón este tipo de comunión con Él cada día!

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