You are on page 1of 8

qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyu

iopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfg
hjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcv
bnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwe
rtyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopa
EL ALMA DE LA MUJER Y LA
IGLESIA CATÓLICA
sdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjkl
zxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnm
Por Cáer Ibormeith

qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyu
iopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfg
hjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcv
bnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwe
rtyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopa
sdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjkl
zxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnm
rtyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopa
sdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjkl
zxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnm
CUENTO E HISTORIA

La afirmación de que durante muchos siglos las mujeres fueron consideradas por la
Iglesia como criaturas sin alma se ha convertido, en la mente de muchas personas, en
una verdad indiscutible y una certeza absoluta. Se trata de una afirmación que va en
numerosas ocasiones acompañada por detalles “históricos” tales como: “fue en el
Concilio de Nicea donde se decidió que las mujeres no tenían alma” o “en el Concilio
de Trento (1545-1563), celebrado doce siglos después del de Nicea, se decidió (por uno
o dos votos de diferencia) que la mujer sí tenía alma”.

Éstas, y otras afirmaciones semejantes, son hoy día sostenidas por multitud de
individuos, especialmente mujeres; sin embargo, esas aseveraciones resultan tan
conocidas como falsas, y así nos lo demuestra el Profesor Emérito del Maurice Kennedy
Research Center en el University College de Dublín (Irlanda), Michael Nolan; quien ha
investigado uno de los posibles orígenes de esta leyenda negra, a la que debemos
remontar al siglo XVI: en esta época, un joven profesor de Silesia llamado Valentius
Acidalius, tuvo la ocurrencia de diseñar un panfleto humorístico en el que aprovechó la
ambigüedad del término latino “homo” (el cual tiene dos acepciones: la de ser humano
y la de varón) para demostrar que, según la Biblia, sólo los varones adultos tenían alma.
Sin embargo, algunas personas no parecieron entender la broma, entre las que se
encontraba un tal Simon Geddicus, que diseñó otro panfleto a modo de respuesta
titulado "Defensa del sexo femenino". La mecha de la polémica estaba encendida y, a
veces como burla a veces como crítica, fue retomada en nuevos panfletos, artículos y
libros en los siglos posteriores hasta llegar a manos de los enciclopedistas franceses.

Sin embargo, numerosas personas podrían argumentar que es normal que ese
catedrático afirme semejantes cosas, ya que él es un varón. Pues bien, atendamos ahora
a la opinión de una mujer, la historiadora francesa Régine Pernoud, estudiosa de la
condición femenina en la Edad Media, quien no solo secunda lo expuesto por el
Profesor Nolan, sino que afirma: “Así pues, de ser cierto que la Iglesia consideraba a
las mujeres criaturas sin alma, ¡durante siglos se habría bautizado, confesado y
admitido a la eucaristía a seres sin alma! En ese caso, ¿por qué no a los animales? Es
extraño entonces que los primeros mártires venerados como santos hayan sido mujeres

2
y no hombres (…) En fin, ¿a quién creer: a los que reprochan precisamente a la Iglesia
medieval el culto de la Virgen María o a los que estiman que la Virgen era entonces
considerada como una criatura sin alma?”. A lo que debemos añadir detalles como que
algunas mujeres, procedentes de todas las clases sociales, gozaban en la Iglesia y a
causa de su función en ella, de un extraordinario poder en la Edad Media (algo que, por
supuesto, la historiografía decimonónica de corte iluminista ha ignorado o incluso
silenciado). Encontramos un claro ejemplo en algunas abadesas, cuyo poder se
respetaba al igual que el de los demás señores; teniendo derecho a portar báculo como
los obispos y siendo administradoras de vastos territorios con aldeas y parroquias bajo
su dominio en calidad de Señoras.

Pero, nuevamente, muchas personas (ahora menos numerosas) continuarían


declamando que la Sra. Pernoud se trataría de una mujer de corte conservador y
anticuado, tratando de invalidar de este modo sus declaraciones. Sin embargo, las
afirmaciones que esta historiadora defiende no solo están sustentadas por autores
varones o mujeres anticuadas, sino también por mujeres como Uta Ranke-Heinemann,
una teóloga feminista liberal poco partidaria del Magisterio eclesiástico y contraria a
muchos dogmas de la Iglesia Católica. Dicha mujer reconoce la falsedad de este bulo en
uno de sus artículos (donde aprovecha para criticar a Santo Tomás, entre otras cosas)
del que podemos extraer este breve fragmento: “Hay que decir con toda claridad que no
es cierto que la Iglesia haya llegado a negar, incluso a dudar en algún momento, de
que las mujeres tengan alma o de que sean seres humanos”.

Así pues, ahora sabemos que hay varones, mujeres anticuadas e incluso algunas
feministas que defienden algo que, al menos antes de comenzar este artículo, parecía
indefendible. Pero, ¿en qué se basan estos estudiosos para sostener dicha postura? Si la
Iglesia Católica nunca dudó de la realidad espiritual ni de la realidad humana de la
mujer ¿qué se debatió en el, ya famoso, Concilio de Nicea?

3
¿QUÉ OCURRIÓ EN REALIDAD?

En el año 585, se produjo el conocido como Segundo Sínodo de Macón,


convocado por el rey franco Guntram y presidido por el obispo (y Santo) Prisco de
Lyon. En esta reunión, encuadrada dentro del Concilio de Nicea, un obispo planteó una
pregunta de índole más filosófica que espiritual: “¿Puede la mujer ser designada con el
sustantivo “homo”?”. He de reconocer que la primera vez que tuve conocimiento de
esto me sorprendí e incluso me pareció ridículo. Sin embargo, el asunto tiene más lógica
de la que a simple vista parece:

En el siglo VI d.C., el idioma hablado en lo que fuera el antiguo Imperio


Romano Occidental era el Latín, por lo que el uso de la palabra “homo” era muy común
entre las gentes. Gregorio de Tours, obispo y cronista de la época merovingia, quien
asistió a este concilio y tomó nota escrita de lo debatido en él, nos explica como los
demás obispos remitieron al interpelante al relato de la creación de Génesis 5:2 a modo
de respuesta: “macho y hembra los creó; y los bendijo, y les puso por nombre Adán el
día en que fueron creados”. De aquí, los obispos sacaron dos conclusiones: la primera
de ellas es que Dios llama tanto al hombre como a la mujer Adán, definiéndolos por
tanto de la misma forma (… y les puso por nombre Adán el día en que fueron creados);
y la segunda es que la traducción de la palabra hebrea Adán al latín, lengua hablada en
el Concilio, era Homo. Así, los obispos concluyeron que, como Dios había creado al
Homo (Ser Humano) como varón y mujer, era lógico que fuera perfectamente designada
con ese apelativo. Sin embargo, esto no parece convencer a muchos (yo incluida hace
un tiempo) que ven este hecho como un sinsentido enrevesado; pero veamos por qué se
produjo este episodio:

El término latino "homo" tenía dos significados: el de “hombre” entendido como


varón y el de “hombre” entendido como ser humano (un ejemplo de esto lo
encontramos en el tecnicismo Homo Sapiens, sin ir más lejos, el cual se traduce como
Hombre sabio entendido como humanidad, varón y mujer). Esto no había supuesto
ningún tipo de problema en tanto a lo que cuestiones gramaticales y del lenguaje latino
se refieren; sin embargo, en su aplicación filosófica se producía una incoherencia: ésta
se debía a que Jesucristo era denominado “Filius Hominis” (literalmente “Hijo del
Hombre”); sin embargo, Jesús no nació de un varón, sino que fue concebido sin
intervención masculina por una mujer: la Virgen María. Por lo tanto, Jesús, siendo
“Hijo de María”, era en verdad “Hijo de Mujer”. De esta forma, y amparados por el ya
citado fragmento de la creación de Génesis, los obispos concluyeron que,
efectivamente, el término “homo” también definía a la mujer y que, por lo tanto (y
recuerdo, en el nivel filosófico en que nos movemos), esa palabra debía emplearse con
ambos sexos sin distinción, entendiéndose Filius Hominis como Hijo del Hombre
(humanidad).

Lo que hicieron los reunidos en ese Concilio fue poner por escrito su resolución
para que le quedara constancia de la misma a las futuras generaciones (nosotros). Pero

4
ahora, dejaré que sea el propio Gregorio de Tours quien nos cuente en primera persona
que fue lo que ocurrió en ese lugar:

[Traducción aproximada]: “Intervino en el Sínodo cierto obispo, el cual sostenía que la


mujer no podía designarse con el término "hombre" (homo). Sin embargo, aceptó el
razonamiento de los demás obispos y no insistió en su planteamiento; puesto que el
libro sagrado del Antiguo Testamento nos dice: “en el principio, creó Dios al hombre
(hominem), y los creó macho y hembra, y los llamó Adán” (Gen. 5:2), que significa
“hombre hecho de arcilla”; y para ambos utilizó la palabra “hombre”. Y nuestro señor
Jesucristo es llamado "hijo del hombre" (Filius Hominis), aunque es el hijo de una
virgen, de una mujer”.

RIZAR EL RIZO

A pesar de lo expuesto en la sección anterior, y con el (único, por cierto) testimonio de


alguien que presenció la reunión de obispos del Sínodo fresco en nuestra mente, hay
personas que continúan clamando que la Iglesia consideraba que la mujer no tenía alma.
Un ejemplo lo encontramos en la filósofa y novelista Simone de Beauvoir, quien
afirmaba: “Es, por fin, en el siglo XVIII cuando hombres profundamente demócratas
plantean la cuestión con objetividad. Diderot, entre otros, emprende la tarea de
demostrar que la mujer es, como el hombre, un ser humano”. Una leyenda negra que, a
pesar de las pruebas que la historia ofrece, se niega a ser rechazada. Como podemos
comprobar, la sombra de “las luces” se deja ver nuevamente como un intento de mostrar
el “avance” y la “ilustración” de una época erróneamente autodenominada heredera de
la cultura clásica y superior a la anterior, hasta el punto de permitirse el lujo de
minusvalorarla al referirse a ella como “la del medio”.

5
Arrojemos un poco más de luz a tanta sombra pues, además de la ya expuesta
referencia histórica, encontramos las conclusiones del historiador y especialista en el
período merovingio, Roger-Xavier Lanteri (que vendría a confirmar lo ya expuesto por
Pernoud y Ranke-Heinemann y registrado en el testimonio de de Tours) en su obra
Brunehilde1: “El Concilio decide finalmente que la cuestión está resuelta y se dejará de
lado. Es decir, que no constituye materia canónica. ¿Se ha hablado sobre el alma de las
mujeres? En modo alguno que nosotros sepamos (…)”. Entonces ¿en qué se basaron los
ilustrados para lanzar acusaciones tan gratuitas? La respuesta nos la da, una vez más, la
historiadora Regíne Pernoud: “los enciclopedistas, llevados por su animadversión hacia
la Iglesia Católica, agrandaron y deformaron esa simple interpretación semántica
formulada por un único obispo y rechazada por el resto; y que no tenía nada que ver
con el alma de las mujeres”.

1
Princesa hispana que se convirtió al catolicismo y a la que el obispo Gregorio de Tours describió
con estas palabras: «Joven de modales elegantes, de hermosa figura, honesta y decente en sus costumbres,
de buen consejo y agradable conversación».

6
BIBLIOGRAFÍA:
NOLAN, MICHAEL; The Myth of Soulless Women.

PERNOUD, RÉGINE; Pour en finir avec le Moyen Age, La femme sans ame; Éditions
du Seuil, 1977.

RANKE-HEINEMANN, UTA;
http://www.vallenajerilla.com/berceo/utaranke/mujer.htm

LANTERI, ROGER-XAVIER; Brunehilde: la première reine de France; Perrin, Paris, 1995.

DE BEAUVOIR, SIMONE; Le deuxième sexe; Folio Essais,Galiimard.

DE TOURS, GREGORIO, Historia de los francos, libro VIII, cap. 20.

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/es/

7
8

You might also like