You are on page 1of 3

VIGILANTES DE “ALGO”

Por. Javier Fernández Bilbao

—Vaya mierda de trabajo ¿no te parece? —dijo el guarda novato para romper la
segunda hora de mutismo entre ambos dos.

—Psché. Es lo que hay.

—Tú pareces haberte acostumbrado. Pero a mí me cuesta resignarme a éstos


muros, a la noche, a la soledad…entiéndeme, no es que desprecie tu compañía, pero no
eres demasiado hablador. Un poco de conversación ayudaría a sobrellevar el paso de las
horas.

—Mira, chaval. Yo he pasado aquí mil noches, y he conocido un montón de


pimpollos desagradecidos como tú. Si crees que te mereces un puesto más digno para
tus capacidades, lo mejor que puedes hacer es renunciar a éste trabajo. Mañana vendrá
otro, quizá parecido a ti, y puede que con ganas de soltarme la misma cantinela de
siempre. Puede que no lo haga hasta la segunda o tercera noche, pero acabará por
hacerlo. Todos lo hacéis.

—Escucha tío. No quiero mosquearme contigo. Bastante jodido es pasar la


noche entera en esta caseta, como para que encima deba hacerlo con alguien con quien
no me hablo. Sólo es que… ¿cómo coño has aguantado aquí tanto tiempo? ¿No has
podido encontrar nada… mejor?

—Vaya, no te das por vencido. A mí me la suda si tengo que hacer guardia


contigo sin hablar en toda la noche. Ya lo he hecho muchas otras, y no me importa en
absoluto. El trabajo exige dos guardas, eso es todo. Yo no quiero compromisos de
ningún tipo ¿sabes? No busco hacerme colega de nadie. Por eso, ni iremos juntos a
tomar unas cervezas, ni me iré de putas contigo por tu cumpleaños. Sólo quiero hacer
mi trabajo y cobrar cada primero de mes. Punto.

—Comprendo… Tú eres responsable de que al menos el ochenta por ciento de


éste trabajo sea una mierda.

—Me alegro que vayas comprendiendo.

—Vete al carajo, so capullo.

***

—Al menos podrían decirnos qué es lo que guardamos ¿no te parece?

—¡Já! Ya me extrañaba a mí. Tardabas en hacer la preguntita de rigor. ¿De


verdad te interesa saber qué hay tras esa puerta?
—Joder, ayudaría. Pensaba que tarde o temprano hablarías de ello, pero cuando
acepté este trabajo tampoco sabía que acabaría siendo compañero de un cabrón
amargado como tú.

—Si lo supiese —escúchame bien—, si lo supiese, seguramente habría dejado


éste empleo hace mucho.

—¿Todo éste tiempo, y aún no sabes qué vigilas?

—Todos lo que han pasado por éste trabajo renuncian demasiado pronto. Se
cansan demasiado pronto. Algunos se echaban a dormir en la caseta al calor de la estufa.
A mí no me importaba. De hecho, lo prefería. Sólo yo, he pasado todas las noches
perfectamente despierto, vigilando, cumpliendo por lo que me pagan. Por eso, sólo yo
he oído los gorgoteos, los quejidos ahogados, los arañazos en el metal, los golpes
sordos… pero… ¿a quién iba a decírselo? ¿A un puto vago que cobraba lo mismo que
yo por roncar toda la noche? ¿Tal vez a un tío que se quedaba colgado fumando
canutos? ¿A un jefe que nunca aparece ni le importa una mierda quién haga las guardias
y cómo? Nunca he trabajado solo, pero me he sentido solo la inmensa mayoría de
noches. He pasado miedo, mucho miedo ¿comprendes? Al fin, como tú dices, es
cuestión de acostumbrarse a los muros, a la soledad, a la noche… y también al miedo. Y
sé que vigilamos la puerta no por quien pueda entrar, sino por lo que pueda salir tras
ella.

—¿Pretendes acojonarme para que me vaya primero, o tan sólo tomarme el


pelo?

—Te repito que no me importa lo que pienses.

—Esta es mi segunda noche, y aún no he oído nada-de-nada de lo que tú dices.

—Claro. Hablas demasiado, silbas, canturreas esas jodidas canciones… mientras


tanto, yo camino en silencio, escuchando, siempre vigilando la puerta. El miedo me
hace estar atento, despierto. Si algo sucediera, no quisiera que me pillase desprevenido.

—¡Esta si que es buena! O sea, que no eres tan duro como aparentabas…

—¿Crees que nunca antes trabajé de noche vigilando naves en polígonos


industriales? Me duelen los huevos de recorrer pasillos solitarios noche tras noche. Me
las he visto más de una vez con rumanos, moros, gitanos, y algún que otro hijo de puta
más. Ahora fíjate bien en la puerta. Golpéala con los nudillos. ¿Ves? Acero. Cinco
centímetros. Y ahora piensa. ¿Cuántas naves ves a tu alrededor más que ésta? ¿Qué
coño fabrican aquí, si es que fabrican algo? ¿Ves las luces de la ciudad desde aquí? No,
¿verdad? Solo pinos. La copa de los putos pinos. Sin embargo pagan bien, y por eso yo
no hago preguntas.
—Creo que el trabajo de vigilante nocturno te está afectando al coco. Estás
paranoico perdido. ¿Qué crees que podrían guardar ahí dentro? Esto no es una película
americana, y esto no es el Hangar 18 por mucho que te empeñes.

—Claro. Ni yo tan gilipollas como tú. Si tienes lo que hay que tener, quédate
pegado a la puerta y escucha atentamente un buen rato. Pero que sea un buen rato, no
diez minutos. Luego me dices si eso que suena ahí dentro te parece un taller clandestino
de los chinos.

—Estás como una puta cabra.

—No tienes huevos.

—No me vas a acojonar.

—Pues venga, demuéstramelo. Yo mientras tanto haré una ronda por ahí afuera.

***

—Jaime…

—¡Hombre! Ya estás aquí. Que pronto te has cansado.

—No es eso. Es que…

—Es que, ¿qué? Venga, dime, ¿lo has oído, verdad?

—La puerta. No sé… creo que he tocado una palanca o algo… y se ha movido.

—No me jodas…

—Me asusté y vine a por ti, pero…no sé… creo que algo me ha seguido desde
allí.

—Claro hombre, y ahora voy yo y me trago ese cuento. Estando yo aquí esa
puerta nunca se ha abierto, ni se abrirá.

—Entonces, dime por tu padre que no estás viendo la misma cosa que yo veo ahí
enfrente.

—Pero qué… cojones… es…

—Corramos, Jaime. Corramos…

—No. Ya… nos dará igual…

***

___________________

You might also like