“Lo que diferencia a la Ciencia Política de las demás ciencias es la particularidad
de sus paradigmas”. Las grandes teorías científicas que marcan auténticas revoluciones científicas son a la vez paradigmas políticos, dado que influyen no sólo en el modo de observar científicamente lo político, sino en las instituciones políticas que dan sentido a un orden político en crisis. Ejemplo de ello son las teorías de Aristóteles, Santo Tomás, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Montesquieu, Marx, Weber, entre otros. Las grandes revoluciones y crisis políticas que se han producido a lo largo de la historia política como el derrumbe de la polis griega, el surgimiento de los estados nacionales, los totalitarismos de izquierda y derecha, la crisis del Estado de Bienestar, etc. conforman verdaderas crisis históricas de las que surgen nuevos paradigmas, nuevas grandes teorías que tratan de interpretar y explicar los hechos y fenómenos que ocurren en la realidad política. Es por eso que las teorías políticas, paradigmas científicos que orientan a la disciplina, son también perspectivas ideológicas que legitiman la práctica política. Ello explica la permanente relación circular entre la teoría y la práctica y entre los valores políticos vigentes y el desarrollo científico. Una de las grandes tradiciones en investigación en la Ciencia Política es el conductismo político. Corriente que recibió la influencia directa del Círculo de Viena (Neopositivismo o Positivismo Lógico) cuyos miembros al emigrar a los países anglosajones produjeron una verdadera revolución científica. El conductismo político surge de la psicología conductista de Watson y toma de esta escuela el estudio de los comportamientos políticos poniendo el acento en el análisis de los procesos y mecanismos a través de los cuales los hombres interactúan políticamente, dejando de lado los estudios institucionales, como el Estado, que son objeto de análisis por parte de la tradición europea. Para esta corriente, el lugar de la Ciencia Política será el sistema político. La política no puede expresarse sólo como poder, ni sólo como Estado, ya que ésta se encuentra a niveles inferiores y superiores al Estado, los partidos, sindicatos, organizaciones supraestatales, etc. David Easton, uno de los principales exponentes del conductismo, define la Ciencia Política como “una actividad de asignación autoritativa de valores para una sociedad”. Significa que el sistema político asigna roles, valores, establece normas, etc. a los distintos miembros de la sociedad en forma autoritaria, porque las decisiones que de él se desprenden son obligatorias para todos sus miembros. Debido a la influencia del neopositivismo, la Ciencia Política comienza a utilizar técnicas cuantitativas en sus investigaciones, produciéndose un desarrollo sustancial de las encuestas y la aplicación de modelos matemáticos para medir los comportamientos políticos. A partir de uniformidades y regularidades observadas en la realidad política, se elaboran teorías predictivas, aplicándose leyes de causalidad. Esta tendencia cuantitativa le otorgó un mayor rigor científico a la disciplina. Se exige neutralidad científica. Una ciencia libre de valores y de ideología. También, se produce un retiro de la Ciencia Política del campo de la Filosofía Política, el Derecho Público y la Historia Política, a la vez que se produce una mayor interdisciplinariedad con las Ciencias Sociales, como la Sociología, la Psicología y la Economía. Esto último le otorga a nuestra disciplina una mayor especificidad. El hecho político es percibido como producto de una ingeniería institucional realizada a través del Estado, cuyos promotores son los actores sociales organizados, en particular, los partidos políticos. Se entiende la Democracia como un conjunto de procedimientos basados en normas que son garantizadas valorativamente por los ciudadanos, por lo que tiene una gran influencia la historia política de cada país. Las instituciones, y no el individuo, son el centro de la escena política.