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El pescado desconocido

por Silvina Ocampo

a Unpoko Karagato

RAFAEL guardaba los pescados que pescaba con su padre cuando iban al río; los
llevaba, en un tarrito lleno de agua, al jardín de su casa para echarlos en la fuente. Les
construía casitas con ladrillos o piedras y puentes con ramas. Su padre lo reprendía
diciéndole:
-Cada cosa en su lugar. Los pescados se miran o se comen pero no se tocan… Y
acordate: se le dice pez al pescado que no fue pescado y pescado al que fue pescado.
-¿Cuándo se sabe si no fue pescado?
-Cuando nada en el agua como en su casa.
Rafael, nunca, nunca lo escuchaba.
Un día le tocó llevar un pescado más grande que los otros; tenía una cara muy rara:
sus ojos eran colorados, sus aletas estaban cubiertas de musgo y su cola se retorcía
como la cola de una serpiente.
-Dejalo -le dijo su padre-. Parece malo. Es un pescado desconocido.
-Pez -corrigió el pescado.
Rafael no hizo caso. Cuando llegó al jardín, tomó al pescado para echarlo adentro de
la fuente. En ese momento el pescado dijo algo, algo que Rafael no comprendió porque
el animal hablaba entre dientes. Durante toda la noche Rafael oyó resonar en el jardín la
voz aguda y turbia del monstruo. Rafael no era miedoso: no tenía miedo de los ladrones,
ni de las tormentas, ni del dentista; no tenía miedo de la oscuridad, pero aquella vez
tuvo miedo del pescado desconocido.
A la mañana siguiente, cuando Rafael se acercó a la fuente el pescado le habló:
-No me iré de esta fuente ni de este jardín. Me gustan mucho.
-Te divertís en la fuente, como yo me divertiría en el baño si no fuera por las orejas
-dijo Rafael.
-¿Quiénes son las orejas? -preguntó el pescado.
-Estos dos cartuchos que tengo de cada lado de la cabeza. No me gusta que me las
limpien y siempre me las limpian en el baño.
-¿Qué es el baño?
-Es una fuente donde me baño y donde hay jabón.
-¿Qué es jabón?
-Algo que hace espuma.
-Llevame allí.
-No puedo; está dentro de la casa.
Después de esta conversación se hicieron muy amigos. Pero el pescado se comía a
los otros pescados.
-¿Por qué te comés a tus compañeros? –preguntó Rafael.
-¿De qué viviría?
-¿No te doy gusanos y carne cruda?
-No me alcanza -contestó el monstruo-. Agradecé que no te devore. Y que no devore
a tus padres, como lo haré cuando sea más grande. Además la caza me entretiene.
Rafael no se atrevió a decir a sus padres lo que había oído y siguió llevando
pescados a la fuente, para aplacar al monstruo.
Un día encontró al pescado trepado a un árbol, torturando a una paloma, para
comérsela; otro día lo encontró escondido debajo de una planta, tratando de matar con
mucha lentitud a un gato.
-No me gusta tu conducta -dijo Rafael-. Parecés una comadreja. Te llevaré al río
donde naciste. Allí estarás mejor.
Rafael se agachó para tomar al pescado, que echó a reír alejándose de un brinco.
-Nunca podrás alcanzarme, y no me iré de este jardín -dijo con su voz aflautada.
-Salvé tu vida ¿y así me agradecés?
-¿No comés pescados y no comés gallinas? ¿En qué consiste mi mala conducta?
-No se me había ocurrido pensar en eso -dijo Rafael, bajando la cabeza-. Como
pescados y gallinas, es cierto, pero no los torturo antes de comerlos.
El pescado crecía, pero nadie lo notaba porque el agua estaba cubierta de verdín. Un
día Rafael no pudo ir al río, a traer pescados. Corrió a la fuente y el monstruo se lo
reprochó:
-Si no me traés pescados, entraré en la casa y te comeré vivo.
-Te he traído carne cruda. No me dan permiso para ir al río -gimió Rafael-. Llueve
mucho y podría mojarme.
-Más se mojaron en el diluvio. Te ordeno que vayas -respondió el monstruo- y no
podés desobedecerme.
-Mi padre tiene un revólver. No te aventurés cerca de la casa, por favor.
-¿Qué es un revólver?
-Algo que mata.
-A mí nada me mata. Mi resolución es irrevocable.
Rafael corrió adentro de la casa y se puso a jugar al dominó con su padre, como lo
hacía todos los domingos. A la hora del té, cuando la familia estaba reunida alrededor
de la mesa, golpearon a la puerta. Rafael palideció. Rogó a todos que no abrieran, pero
el padre, que esperaba visitas, abrió la puerta y dejó entrar a las visitas y, junto con
ellas, al pescado. Para que no lo reconocieran, el pescado se había puesto sobre la
cabeza unas hojas de hortensia.
-Esta noche es Nochebuena, pero parece que estamos en carnaval –dijo el dueño de
casa al ver al enmascarado-. ¿Quién es éste?
-Es una broma -respondió Rafael.
-No voy a devorarte -dijo el pescado a Rafael, escondiéndose detrás de la puerta,
con su risa estridente-. Soy bueno, porque soy todavía chiquito. Quiero vivir en tu baño.
Pero tendrás que comer jabón o esponjas -dijo Rafael-, porque mi madre no me
permitiría llevar carne cruda ni gusanos ni pescados al cuarto de baño. ¿No querés que
te muestre el árbol de Navidad?
-Llevame a tu baño. Yo sé lo que hago -dijo el pescado con orgullo.
Sin que nadie lo viera, Rafael lo llevó al cuarto de baño. Llenó la bañera de agua, lo
echó adentro, y luego volvió corriendo a la sala, para terminar de tomar su taza de
chocolate. En los bordes de la bañera, en una jabonera había un jabón en forma de
pescado; en cuanto el monstruo lo vio, golosamente quiso comerlo. Sostuvo una larga
lucha, hasta que lo devoró. Con la boca llena de espuma, exclamó:
-¡Qué pez resbaladizo y qué sabroso!
Fueron sus últimas palabras. Murió en el acto.
Cuando en la casa vieron al pescado muerto en el baño, el padre dijo a Rafael:
-No vuelvas a poner un pescado en el baño. Los pescados de jabón son mejores.
¿Pero dónde está el que te regalé?
-Dentro del pescado -contestó Rafael.
-Es la eterna historia -dijo el padre-. El pez grande se come al chico.

Del libro La naranja maravillosa, Ediciones Orión, 3ª ed., 1983.

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