Professional Documents
Culture Documents
Conceptos generales
Teorías artísticas
Artistas y patronos
URBANISMO Y ARQUITECTURA
Introducción
Urbanismo
ESCULTURA
Características generales
La corte
Murcia: Salzillo
PINTURA
Características generales
A comienzos del siglo XVII el arte español estaba totalmente
condicionado por la ideología contrarreformista tanto desde el
punto de vista de los contenidos (fundamentalmente
religiosos) como por la contención formal que poseían sus
representaciones. El caso de la pintura de un manierismo
desbocado de El Greco (que muere en Toledo en la tardía
fecha de 1614) era totalmente excepcional y como prueba de
ello fue el escaso número de discípulos que dejó, de los que
sólo merece un cierto respeto la obra de Luis Tristán (1585-
1624). La sociedad española estaba acostumbrada a un arte
más severo, más comedido que había triunfado en la corte con
la llegada de los italianos que vinieron a decorar El Escorial
(Carducho, Cajés, Zúcari) y con los flamencos utilizados
como retratistas (Antonio Moro). Los encargos que recibían los
pintores procedían de las instituciones religiosas de una forma
abrumadora; igualmente eran de religiosos muchos de los
retratos que se encargaban; también se cultivaba el bodegón
(a veces con el contenido simbólico que, “per se”, poseen las
“vanitas”) y en un lugar casi insignificante la pintura de
género, el paisaje, nuca cultivado por él mismo (Francisco
Collantes, 1599-1656), la pintura de historia (Juan de
Toledo, h. 1615-1665) salvo los magnos ejemplos del Salón de
Reinos) y la mitología (a la que se consideraba poco menos
que pecaminosa y siempre bajo la mirada de la Inquisición). La
escasez de un burguesía impidió más variaciones y no
desarrolló el coleccionismo que estaba en manos de la
aristocracia (Felipe IV llegó a poseer 5.500 cuadros, el Marqués
del Carpio 3.000 y el Marqués de Leganés más de 1.1000) que
podían permitirse adquirir en el extranjero las obras que los
pintores españoles no estaban acostumbrados a realizar.
Desde el punto de vista de los centros creativos, a comienzos
del XVII la capital de la corte, Madrid, apenas estaba
desarrollada si exceptuamos en entorno directo del rey porque
desde el punto de vista religioso el centro fundamental estaba
en Toledo; Valencia seguía manteniendo sus contactos
tradicionales con el mundo italiano y sólo Sevilla, que gozaba
de la exclusiva del comercio con Indias, podía recordar un
poco el ambiente de lo que eran los grandes núcleos
financieros y culturales de Europa. La cronología se adapta
bastante bien a los diferentes reinados del s. XVII; el de Felipe
III (1598-1621) supone el abandono del Manierismo italo-
flamenco, que no encajaba bien con la mentalidad española, y
la implantación progresiva del naturalismo barroco; el de
Felipe IV (1621-1665) es la época de los grandes maestros que
no sólo desarrollan los modelos de la etapa anterior sino que
se llega a soluciones plásticas que se han convertido en
prototípicas de lo barroco español y en el de Carlos II (1665-
1700) triunfa de forma definitiva el barroquismo de origen
flamenco en su formas más extrovertidas, dinámicas,
coloristas y exaltadas.
La transición
Una serie de notables artistas ayudará al tránsito entre el
manierismo tardío y el naturalismo barroco. En Valencia
Ribera
José de Ribera (1591-1652), conocido en Italia como “lo
Spagnoletto” (él habitualmente firmaba sus obras como
Zurbarán
Francisco de Zurbarán (1598-1664) era extremeño y se
formó en Sevilla, entre 1614 y 1617, con un pintor del que
apenas se tiene noticia (Pedro Díaz de Villanueva) debiendo
conocer en ese periodo a Velázquez y Cano que estudiaban
con Pacheco. Establecido en Llerena, envió algunas series a
Sevilla, siendo la más interesante la de la Merced Calzada, con
obras espléndidas (con composiciones tomadas de grabados)
como la Aparición de san Pedro a san Pedro Nolasco y
especialmente el San Serapio, de 1628, donde muestra sus
verdaderas capacidades como artista: la fiel copia de los
modelos naturales y su habilidad para transmitir los
sentimientos sin recurrir a la representación del martirio, en
este caso mostrándonos su resultado y no su realización. Al
mismo tiempo atiende demandas de los franciscanos (Muerte
de san Buenaventura, 1629) siendo apreciable el hecho de que
su taller pueda asumir estos encargos de forma paralela. Su
fama crece en Sevilla de donde es llamado en 1629 en contra
de la opinión de Cano y otros pintores que exigían su examen
para poder abrir taller. Su pintura es demandada para
importantes encargos como se puede apreciar en La apoteosis
de santo Tomás, 1631, que recuerda las composiciones de
Roelas y que seguramente sea su obra más ambiciosa hasta el
momento.
Este éxito le lleva a ser reclamado, en 1634, para contribuir a
la decoración del Salón de Reinos donde pinta la Defensa de
Cádiz y los Trabajos de Hércules, si la primera resulta
simplemente aceptable, los segundos muestran la incapacidad
del artista para crear composiciones originales y adecuadas a
la temática exigida porque las imágenes más se acercan a las
formas de cualquier gañán que a las del héroe mitológico.
Regresa a Sevilla habiendo contactado con las colecciones
reales y con los pintores más innovadores del momento que
usaban una paleta mucho más clara que la suya que terminará
por ser asumida por Zurbarán. Así puede apreciarse en sus
cuadros para la Cartuja de Jerez y, especialmente, en el
conjunto de mayor calidad de todos los que realiza: la
Sacristía del monasterio de Guadalupe (Cáceres) que todavía
se puede apreciar “in situ” y que se realiza entre 1638 y 1647;
muchos de los cuadros con jerónimos resultan inolvidables
destacando, por encima de todos, el de Fray Gonzalo de
Illescas, un asombroso retrato de veracidad total y de
interesante simbolismo (la “vanitas” de la mesa coronada por
el símbolo del pecado –manzana- que puede redimirse gracias
a la caridad ejercida por el fraile en la lejanía); más ricos en
colorido son los lienzos que recrean diversos episodios de la
vida de san Jerónimo.
A finales de la década de los cuarenta diversos problemas
(peste de 1649, muerte de su hijo Juan que era oficial en su
taller) afectan negativamente a la demanda lo que le obliga a
trabajar para América (que se consideraba un mercado
secundario). Todavía hacia 1655 puede que realice obras para
la sacristía de la Cartuja de las Cuevas en Sevilla (San Hugo en
el refectorio) aunque los historiadores no se ponen de acuerdo
Cano
La obra pictórica de Alonso Cano (1601-1667), de quien se
han dado algunas noticias al tratarlo como escultor, ha sido
injustamente relegada al valorársele tanto o más como
imaginero o arquitecto y por ponerlo en comparación con los
otros artistas coetáneos suyos. Cano, sin embargo, fue el
artista español que más se aproximó al ideal de genio
universal típico del Renacimiento y del alto Barroco y a pesar
de sus diversas contribuciones a las artes, fue
fundamentalmente pintor y uno de los mejores dibujantes
españoles de todos los tiempos. Su estilo pictórico parte del
naturalismo para ir evolucionando en contacto con ejemplos
extranjeros (fundamentalmente los venecianos y en especial
Veronés) hasta una pintura con una base adecuada de dibujo y
composición, con unas figuras dulces y serenas, rica de
colorido, e incluso monumental en sus últimos conjuntos, a la
que podría calificarse como clásica. Y todo ello resulta más
sorprendente si tenemos en cuenta que su vida (incluso
obviando muchos de los retazos novelescos transmitidos por
sus primeros biógrafos) estuvo llena de tensiones y problemas
derivados de su carácter fogoso y problemático.
Las primeras pinturas de Cano en Sevilla apenas se han
conservado pero de los pocos ejemplos podemos deducir lo
novedosa que era respecto a lo que hacían sus
contemporáneos, con un colorido claro y delicado. Un ejemplo
de ello es el San Juan Evangelista, organizado con un
interesante escorzo. A comienzos de 1638 es llamado a Madrid
por el Conde-Duque y en la Corte realiza diversos trabajos no
cayendo en desgracia real cuando lo hace su protector; en
Velázquez
El caso de Diego de Silva Velázquez (1599-1660) es
totalmente excepcional en el panorama artístico español
anterior al siglo XX. Nadie alcanzó en la Edad Moderna la
consideración social de la que gozó el pintor sevillano y sólo
los casos del arquitecto de Felipe II Juan de Herrera en el siglo
XVI y mucho más alejado el de Goya a finales del XVIII y
principios del XIX pueden parecérsele. Los primeros datos,
aunque fragmentarios, publicados (1649) sobre Velázquez nos
los proporciona su propio suegro Francisco Pacheco y la
primera biografía completa (1715-24) la escribió Palomino que
contó con datos y documentos de primera mano aunque
cargando las tintas siempre a favor del biografiado. De ambos
se derivan la mayoría de las consideraciones y detalles que
conocemos de su vida y de su obra. Velázquez nació en Sevilla
y fue bautizado el 6 de junio de 1599 su padre era de origen
portugués y su madre era de ascendencia sevillana; adoptó el
apellido de su madre según la costumbre portuguesa, también
habitual en Andalucía. Antes de los diez años comenzó su
formación en el taller del mejor pintor sevillano del momento
Francisco de Herrera el Viejo aunque, dado el mal carácter del
artista, Velázquez cambió de maestro pocos meses después y
formalizó contrato de aprendizaje con Francisco Pacheco 1564-
1644), hombre de amplitud de miras y gran cultura que
plasmaría en su obra El arte de la pintura, con quien iba a
estar seis años. Pacheco, que tuvo como discípulos en aquél
momento a Alonso Cano le enseñaría los fundamentos del
oficio pero entre uno y otro no existen similitudes de estilo; en
1617, aprobó el examen ante el gremio de pintores de Sevilla
y recibió licencia para ejercer como maestro de imaginería y al
óleo pudiendo, excepcionalmente por demanda de los
examinadores, practicar su arte en todo el reino, tener tienda
pública y contratar aprendices. Antes de cumplir los 20 años,
en abril de 1618, se casó, como era bastante común en el
ambiente gremial, con la hija de Pacheco con la que tendría
dos hijas.
Velázquez en la corte
La muerte de Felipe III en 1621 permite la subida al trono de
Felipe IV y el ascenso político de un sevillano, Gaspar de
Guzmán (Conde-Duque de Olivares) que favorecerá los
intereses de los sevillanos en Madrid; esperanzado con esta
presencia, Velázquez marcha a la corte en 1622 y aunque no
pudo retratar al rey (sí lo hizo con el capellán real honorífico y
excelso poeta Luis de Góngora) pudo visitar las colecciones
reales y conocer la pintura veneciana del quinientos (Tiziano,
Veronés, Tintoretto) que influirían en su cambio de estilo. Fue
llamado a la corte en el verano de 1623 para pintar al rey con
aplauso generalizado lo que determinó su nombramiento como
pintor real y que se le ordenase el traslado de su familia a
Madrid. Su éxito motivó el recelo de otros pintores (Vicente
Carducho y Eugenio Cajés) que le acusaron de ignorancia y de
ser únicamente un pintor práctico. El contacto con las
colecciones reales supone una revelación para el pintor y esto
se traduce en un aligeramiento de su pintura que abandona
progresivamente los empastes que van siendo sustituidos por
las transparencias en una evolución que ya no se detendrá
nunca, tal como podemos apreciar en obras como los retratos
del Conde-Duque de Olivares y de Felipe IV. En 1628 ya se
había convertido en pintor de cámara, el cargo más alto como
pintor en la corte teniendo como misión retratar a la familia
real. Este hecho hace que desdeñe los encargos privados,
tanto de instituciones (iglesias, órdenes religiosas) como de
particulares. En esa misma fecha llegó a Madrid Pedro Pablo
Rubens que, ante las dotes observadas en el sevillano, le
recomendó que viajase a Italia a perfeccionar su estilo (el
propio Rubens se dedicó a copiar los tizianos de la colección
real); obtenida la licencia del rey, Velázquez marcha a Italia en
1629; antes había realizado una de sus primeras obras
maestras (que posiblemente retocó a su vuelta) el Triunfo de
La madurez madrileña
Velázquez, que es favorecido progresivamente por el rey con
diversos cargos palaciegos (Ujier de Cámara primero, Ayuda
de Cámara después), asume, a su retorno, el trabajo en dos
encargos regios: Las decoraciones del Salón de Reinos del
Palacio del Buen Retiro (cuyo programa iconográfico,
compuesto de obras que narraban diversos triunfos de las
tropas españolas en todo el mundo en la década de los veinte
a cargo de tres generaciones de pintores –Maíno, Jusepe
Leonardo, Vicente Carducho, Zurbarán, Pereda, Castelo y
Cajés- podría haber sido diseñado por el propio Velázquez) y
la de la Torre de la Parada, realizados a mediados de los años
treinta.
Para el primero realiza los retratos ecuestres del Felipe III,
Felipe IV (con atavío militar y caballos en corbeta), los de sus
respectivas esposas (en actitud mucho más estática) y el del
príncipe Baltasar Carlos, que ocupaba un posición algo más
elevada y por ello presenta el caballo una panza mucho más
voluminosa. Además de ellos, realiza la Rendición de Breda
(Las lanzas), que ha sido bien estudiado documentando la
procedencia de los motivos iconográficos (composición,
paisaje, general holandés); es destacable, además del gesto
caballeroso de Ambrosio de Espínola que recibe las llaves de
manos de Justino de Nassau y de los diferentes retratos, el
papel que se otorga a las lanzas –enhiestas las de los soldados
españoles de los tercios, más cortas y escasas las de los
holandeses- al caballo que, extrañamente para los
convencionalismos de la época, muestra al espectador su
grupa y contribuye a dar profundidad a la escena. Del mismo
momento es el Retrato ecuestre del Conde-Duque en el que
Velázquez representa al político, excelente jinete por otra
parte, como un general dirigiendo los ejércitos permitiéndose
el lujo, quizá porque el propio encargo lo facilitaba, de crear
Valoración crítica
A pesar del éxito del que gozó en vida, con la propia
afirmación de Lucas Jordán que llegó a decir de Las Meninas
que eran “la Teología de la Pintura” Velázquez, a diferencia de
lo que ocurrió con otros pintores del Siglo de Oro como Murillo,
no fue valorado en el siglo XVIII (algo lógico si entendemos el
cambio de gusto que introdujeron los Borbones) ni en la
primera mitad del XIX salvo el caso excepcional de Goya;
todavía hoy es solamente considerado por muchos críticos e
historiadores como uno de los mejores retratistas de su
tiempo, al nivel de Van Dyck, por ejemplo, pero nada más. Sin
embargo, las cosas comenzaron a cambiar a mediados del XIX;
los naturalistas e impresionistas, y en especial a Manet,
entendieron la complejidad de su propuesta pictórica de tal
forma que, como pintor, se le consideró sólo equiparable a
Tiziano o a Rembrandt. Émile Bernard consideraba que si se
quería aprender a pintar había que estudiar a Velázquez
aunque era consciente de que como él no podía haber otro y
que seguirle acarreaba el peligro de caer en el abismo de la
vulgaridad. Velázquez, a pesar de su impresionante biblioteca
para la época, llena de tratados de teoría artística y de obras
de filosofía (curiosamente con muy pocos títulos religiosos), ha
El siglo XVIII
Tradicionalmente se ha pensado que la pintura barroca del
siglo XVIII no estaba a la altura de su predecesora y rompía
con la espléndida evolución mostrada durante la centuria
anterior; aunque es verdad que la falta de buenos modelos y
el cambio de gusto influyeron negativamente en el desarrollo,
es posible que los estudios que se están realizando sobre ella
nos proporcionen una visión menos negativa de la que se nos
ha transmitido. La nueva dinastía mostró preferencias por
pintores extranjeros, especialmente retratistas en un primer
momento, de los que cabría destacar el sensible paisajista
Michel Angel Houasse, que manifestó mostró un cierto
interés por el arte español del siglo anterior, y los decoradores
Giovanni Battista Tiépolo (1696-1670), gran pintor rococó
que deja en el Palacio Real de Madrid alguna de sus últimas
obras, y Anton Rafael Mengs (1728-1779) que sienta las
bases del Neoclasicismo.
De los españoles, y antes de la eclosión de Goya, podrían
mencionarse Antonio González Velázquez (1723-1793), los
hermanos Francisco Bayeu (1734-1795) y Ramón Bayeu
(1746-1793) y José del Castillo (1737-1793) que, con una
estética ecléctica donde tiene cabida lo clasicista, lo rococó y
lo popular, trabajaron como decoradores y proporcionaron
cartones para la Real Fábrica de Tapices. Muy por encima de
ellos desde el punto de vista de la calidad plástica se
encuentran el bodegonista Luis Eugenio Meléndez (1716-
1780), muy valorado en la actualidad pero viviendo
pobremente toda su vida, que recuperó el género de la
naturaleza muerta (aunque despojándola de todo tipo de
trascendencia) que tanta importancia había tenido en el siglo
XVII; tampoco tuvo mayor éxito en su momento Luis Paret y
Alcázar (1746-1799), sensible pintor de escenas de género,
muy dentro de la estética rocoó, y de paisajes,
TEXTOS
Texto1
El pintor no podrá dar vida a sus ideas y pinturas sin el natural: pero de la
manera que el alimento del cuerpo no usado con proporción, tiempo y
preparación puede matar, así en la pintura usando del natural sin
preparación y sin ciencia será ocasión de grandes daños. Por eso yo dijera
que se ha de estudiar del natural y no copiar.
Vicente Carducho, Diálogos de la pintura, 1633.
Texto 2
En España, particularmente en esta Corte, se va introduciendo el cubrir las
capillas con cimborrio de madera, y es obra muy segura, y muy fuerte, y que
imita en lo exterior a las de cantería, ésta se ha usado della en edificios, o
que tienen pocos gruesos de paredes, o que lo caro de la piedra es causa de
que se hagan con materia más ligera, y menos costosa. En Madrid mi patria,
Corte del Rey de España, hizo la primera un famoso arquitecto de la
Compañía de Jesús, por nombre el Padre Francisco Bautista, en el Colegio
Imperial de su Religión, en su gran fabrica de su Iglesia, que por los malos
materiales de esta Corte, fue necesario echarla de madera.
Fray Lorenzo de San Nicolás, Arte y uso de arquitectura, 1633-63
Texto 3
El edificio resulta proporcionado a la grandeza del lugar, pero su arquitectura
en general es desabrida por no haber atendido a los consejos de los
arquitectos, aunque eran italianos y eminentes. Sólo les preocupó la
comodidad y el acabarlo rápidamente sin importarles la majestad y la
firmeza de la obra, cualidades que deben ser tenidas en cuenta en las obras
reales. Así el edificio ha que dado demasiado bajo, las ventanas mezquinas,
desnudas y vulgares, las habitaciones demasiado largas y estrechas. En
comparación con una casa bien hecha, esta más parece monasterio que
residencia real. Y porque tan sólo prepararon los terrenos para lo que se ha
construido apenas podrán ampliarlo en el futuro, aunque incluso ahora cada
día cambian los proyectos y los engrandecen.
Bernardo MONANNI, 1633
Texto 4
"Sea notorio e manifiesto a todos Quantos vieren esta publica escritura de
obligación cómo yo Gregorio Fernández escultor vezino desta ciudad de
Valladolid otorgo e conozco por esta presente carta que me obligo con mi
persona e vienes muebles e raizes abidos e por aber de azer e que are y
dare echo y acabados en toda perfezion de madera un paso, para la cofradía
de la Santa Vera Cruz desta dicha ziudad de la historia del Descendimiento
de Cristo Nuestro Señor de la Cruz con siete figuras que an de ser de Cristo
Nuestro Señor quando le descendieron y Nicodemos y Josefz y Nuestra
Señora San Juan y la Magdalena y otra figura todo conforme a la traza que
del dicho paso esta echa y en mi poder de lo cual me otorgo por Contento a
mi voluntad... el cual dicho paso de talla en toda perfezion de la escoltura le
dare y entregare echo y acavado a Juan Ximeno y Francisco Ruiz alcaldes de
la dicha cofradía para el día de Carnestolendas primero que vendrá del año
venidero de mill e seiscientos veinte y quatro por cuya obra madera y talle y
demas manufactura e trabajo de las dichas siete figuras del dicho paso se
me a de dar la cantidad de maravedís que Francisco Diez platero de oro
vecino desta ziudad dijeren que valen más cada una que cada una de las
figuras del paso que hize para la dicha cofradía del Azotamiento de Nuestro
Señor tasandose en mas valor y trabajo de cada una de las dichas figuras
que allare e de azer della que hize del dicho paso del Azotamiento de
manera que para el dicho paso qne ansí me obligo de azer del santo
Descendimiento se me ha de dar y pagar todo lo que se me dio por el otro
paso que ansí hize del Azotamiento para la dicha cofradía con el más valor
quel dicho Francisco Diez dijere vale cada una de las dichas siete figuras que
ansí me obligo de azer para el nuebo paso del Descendimiento y para le yr
asiendo y acabarle se me a de dar dinero el que fuere menester para
madera y oficiales y que me obligo que para el dicho día de Carnestolendas
dare echas y acabadas las dichas siete figuras todas enteramente y cada
una en perfezion conforme la dicha traza y zeras que de dicho paso esta
hecho y como dicho es en mi poder y le dare para el dicho dia puesto
plantado y asentado en su tablero cruces y escaleras... en la ciudad de
Valladolid a diez y seis días del mes de junio de mili seiscientos veinte y tres
años...”
Texto 5
Habiendo ido a Roma en 1625, deseando ya volver a España, por no
marcharme sin ver alguna parte de Italia me dirigí a la insigne ciudad de
Texto 6
(A propósito del ciclo de San Pedro Nolasco, en el claustro segundo
de la Merced Calzada, en Sevilla). Es una admiración ver los hábitos
de los religiosos, que, con ser todos blancos, se distinguen unos de
otros, según el grado en que se hallan, con tan admirable propiedad
en trazos, color y hechura, que desmienten al mismo natural;
porque este artífice era tan estudioso que todos los paños los hacía
por el maniquí, y las carnes por el natural; y así hizo cosas ma-
ravillosas, siguiendo por este medio la escuela de Caravaggio, a
quien fue tan aficionado que quien viera sus obras, no sabiendo
cuyas son, no dudara de atribuírselas al Caravaggio.
En dicho sitio tiene un cuadro que llaman el de la Perra, donde
tiene hecha una tan al natural que se teme no embista a los que la
miran; y allí mismo está una figura de un mancebo con unas
mangas de lama o tela de plata, que cualquiera conoce de que tela
son. Un aficionado tiene en Sevilla un borreguillo de mano de este
artífice, hecho por el natural, que dice lo estima más que cien
cameros vivos (…).
Antonio PALOMINO, Museo pictórico y escala óptica, 1724.
Texto 7
En que se describe la más ilustre obra de don Diego Velázquez
Entre las pinturas maravillosas, que hizo don Diego Velázquez, fue una
del cuadro grande con el retrato de la señora emperatriz (entonces
Infanta de España) dona Margarita María de Austria, siendo de muy poca
edad: faltan palabras para explicar su mucha gracia, viveza, y
hermosura; pero su mismo retrato es el mejor panegírico. A sus pies esta
de rodillas dona María Agustina, menina de la reina, hija de don Diego
Sarmiento, administrándole agua en un búcaro. A el otro lado esta dona
Isabel de Velasco (hija de don Bernardino López de Avala y Velasco,
conde de Fuensalida, gentilhombre de cámara de Su Majestad, menina
también y después dama, con un movimiento y acción propicia de hablar:
en principal término está un perro echado, y junto a él Nicolasico
Pertusato, enano, pisándolo, para explicar a el mismo tiempo, que su
ferocidad en la figura, lo doméstico, y manso en el sufrimiento; pues
cuando Le retrataban se quedaba inmóvil en la acción, que Le ponían;
esta figura es obscura, y principal, y hace a la composición gran armonía:
detrás esta Mari Bárbola, enana de aspecto formidable: en término más
distante, y en media tinta esta dona Marcela de Ulloa, señora de honor, y
un guardadamas, que hacen a lo historiado maravilloso efecto. A el otro
lado están don Diego Velazquez pintando: tiene la tabla de colores en la
mana siniestra, y en la diestra el pincel, la llave de la cámara, y de
aposentador en la cinta y en el pecho el hábito de Santiago, que después
de muerto le mandó Su Majestad se Le pintasen; y algunos dicen, que Su
Majestad mismo se lo pintó, para aliento de los profesores de esta
nobilísima arte, con tan superior cronista; porque cuando pintó Velazquez
este cuadro, no le había hecho el rey esta merced. Con no menos artificio
considero este retrato de Velazquez, que el de Fidias escultor V pintor
famoso, que puso su retrato en el escudo de la estatua, que hizo de la
diosa Minerva fabricándole con tal artificio, que si de allí se quitase, se
Texto 8
Mira una bóveda: entra en ella con la consideración, y ponte a mirar a
tus padres o a tu mujer (si la has perdido) o los amigos que conocías:
mira qué silencio. No se oye ruido; solo el roer de las carcomas y
gusanos tan solamente se percibe. Y el estruendo de pajes y lacayos
¿dónde están? Acá se queda todo: repara las alhajas del palacio de los
muertos, algunas telarañas son. ¿Y la mitra y la corona? También acá la
dejaron. Repara hermano mío que esto sin duda ha de pasar, y toda tu
compostura ha de ser deshecha en huesos áridos, horribles y
espantosos; tanto que la persona que hoy juzgas más te quiere, sea tu
mujer, tu hijo, o tu marido, al instante que espires, se ha de asombrar de
verte; y a quien hacías compañía, has de servir de asombro.
Miguel de MAÑARA, Discurso de la verdad, 1671.
BIBLIOGRAFÍA:
Diego ANGULO ÍÑIGUEZ, Pintura del siglo XVII, en Ars Hispaniae, Madrid,
1958.
Jonathan BROWN, Imágenes e ideas en la pintura española del siglo XVII,
Alianza, Madrid, 1980.
Fernando CHUECA GOITIA, Invariantes castizos de la arquitectura española,
Ed. Seminarios y ediciones S.A., Madrid, 1971.
José FERNÁNDEZ ARENAS (Ed.) Renacimiento y Barroco en España, en
Fuentes y Documentos para la Historia del Arte, vol. VI, Gustavo Gili,
Barcelona, 1982.
Julián GÁLLEGO, Visión y símbolos en la pintura española del Siglo de Oro,
Aguilar, Madrid, 1972.
Paul GUINARD, Pintura española. 2 del Siglo de Oro a Goya, Ed. Labor,
Barcelona, 1972.
Manuel GÓMEZ MORENO, Escultura del siglo XVII, en Ars Hispaniae, Madrid,
1963.
Juan José MARTÍN GONZÁLEZ, Escultura barroca en España, 1600-1770,
Cátedra, Madrid, 1983.
Antonio Acisclo PALOMINO, Museo pictórico y escala óptica, Aguilar, Madrid,
1947.
Alfonso E. PÉREZ SÁNCHEZ, Pintura barroca en España, 1600-1750, Cátedra,
Madrid, 1983.
Francisco Javier SÁNCHEZ CANTÓN, Escultura y pintura del siglo XVIII. Goya,
en Ars Hispaniae, Madrid, 1958.
Domingo SÁNCHEZ-MESA MARTÍN, La escultura y la pintura en la Andalucía
Barroca, en Historia del Arte en Andalucía, Tom. VII, Sevilla, 1991.