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Prólogo

Con profunda alegría vemos que nuestros planteamientos educativos de hace


diez años han ido desfondando las puertas de los reformatorios y se han vuelto
casi “consignas oficiales”. No se trata de petulancia, sino de presentar sobre todo a
quienes están seriamente empeñados en el advenimiento de la “educación nueva”,
un ejemplo de lo que puede una experiencia innovadora, por más modesta que sea.
Consideremos que esta estrategia de la causa ejemplar es válida pese a las resistencias
que engendra, como es lógico que ocurra siempre que aparece un intento de cambio.
En noviembre de 1979 participamos en Bombay, India, en un seminario sobre
“muchachos socialmente desamparados”, organizado por el Bureau International
Catholique de l´enfance. Allí se presentaron tres experiencias que eran muestras de
una nueva concepción educativa en la recuperación del muchacho callejero: Unaugu
de Nairobi, África; Snehasadan de Bombay, Asia y el Programa Bosconia-La Florida
de Bogotá. Curiosamente, como si hubiera existido un acuerdo previo, en tres
continentes distintos, tres experiencias educativas reconocidas por muchos como
válidas, presentaban las mismas consignas de libertad, trabajo y ambiente acogedor.
Los hechos anteriores, una década de trabajo y el Año Internacional del Niño
(1979), han alentado la decisión de divulgar, mediante una publicación, nuestro
trabajo con los muchachos de la calle para tratar de replantear el fenómeno del
“gaminismo” en su etiología, prevención y tratamiento.
Nos parece que hay ya cierto consenso comunitario que el gaminismo es un
problema estructural, socioeconómico, muy relacionado por lo tanto, con el
desempleo, los bajos salarios, la falta de vivienda, de salud, de educación, el desarraigo
producido por la migración rural, etc.
Así se desprende fácilmente un nuevo concepto de prevención: sólo un digno nivel
de vida que dé a la juventud oportunidad de llegar al matrimonio con educación,
afecto y empleo, puede impedir la proliferación de parejas que sigan arrojando
gamines.
Esta consideración hasta hace poco no era tan obvia. Muchos explicaban el
fenómeno del gaminismo únicamente en términos de patología cerebral y hormonal,
de herencia biológica, de irresponsabilidad de los padres.
No desconocemos que como causas próximas del fenómeno gaminismo pueden
aparecer éstos y otros factores parecidos. Inclusive, reconocemos en esta etiología

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todas las infecciones de nuestra época con sus medios de comunicación al servicio de
la explotación, con sus “criminales de cuello blanco” como diría Tomás Moro, con
sus conflictos de culturas; en fin, con su explícita ideología criminógena.
Pero que los factores anotados representen las causas profundas, no. Lo que está
en la base es la enorme indigencia económica y cultural, propia de una sociedad
injusta.
Por otra parte, queremos también cuestionar lo que nuestra sociedad ha
considerado atención “curativa” al muchacho desadaptado. Hoy más que nunca
resulta evidente que no se puede educar allí donde falta la libertad.
¿Hasta qué punto los reformatorios, con su estructura autoritaria represiva,
garantizan la libertad a la que tiene derecho todo ser humano, y más un niño? ¿Hasta
qué punto las obras tradicionales salvan el componente afectivo que debe tener todo
proceso de educación?
Nuestro punto de vista es que para educar se necesita libertad, un ambiente
excepcionalmente acogedor y trabajo productivo.
Siempre hemos descreído de los equipos técnicos y los aparatos terapéuticos
que pretenden hacer labor eficaz en los represivos, sórdidos y mustios ambientes de
reformatorio. ¿En un lugar en donde a un niño no se le permite vivir su libre, sana y
alegre vida de niño, no es acaso cinismo ofrecerle tratamiento terapéutico?
El ambiente puede tanto como la herencia. Nuestro muchacho, a pesar de su triste
historia, sigue siendo un ser emergente siempre que haya una adecuada interacción
afectiva con el ambiente que lo rodea.
Esto supone desmasificar, crear pequeños grupos, constituir los elementos de
una casa-familia. Y no se trata de hacerle creer que vamos a reconstruir la familia
propiamente dicha. Sencillamente es hacerle entender que lo que han perdido es
importante y que con su colaboración podemos crear una situación igualmente
válida: vivir en un pequeño grupo de coetáneos, libremente aceptado.
La enfermedad de la no relación, que es la de nuestro muchacho, no se cura
creando una relación artificial y mistificada, sino valorizando las otras relaciones
posibles en este período, pues el sentido de la propia identidad sólo se adquiere en la
espontaneidad de la relación con los demás.
Lo importante es hacerle entender que llegamos a ser personas gracias al favor del
otro: si el otro me determina, me habla, me promueve, me ama.
Y el adulto, ¿qué papel desempeñaría en este grupo? El más adecuado de acuerdo
con sus aptitudes y personalidad. Lo importante es que su acción no signifique
represión sino amistad, servicio, liberación. De él depende, sobre todo, que el grupo
se presente como muy simpático, alegre, valioso y no como un ghetto o clínica de
subvalorados, humillados, estigmatizados.
Creemos además que la salvación social de nuestros muchachos depende en muy
buena parte de los mismos muchachos. La situación histórica lo exige. La juventud

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ha sido conducida por los mayores a un callejón sin salida y desconfía de la escala de
valores que le ofrecen, porque no están en condiciones de justificarla.
Dejemos que los jóvenes se lancen a la búsqueda. Ellos aceptan nuestra
colaboración si ven que nuestra oferta es sincera y humilde.
Con satisfacción hacemos notar que es precisamente en Bogotá, una ciudad
famosa por el fenómeno del gaminismo, la que está promoviendo experiencias
educativas como ésta del Programa Bosconia-La Florida, que supone una seria puesta
al día en el campo pedagógico.
Sobra decir que en forma indiscutible merece un reconocimiento el Gobierno
Distrital de Bogotá porque no sólo ha facilitado los recursos económicos, sino
porque se ha puesto en la singular tarea de favorecer, con todos los medios posibles,
la investigación científica acerca del gaminismo y el nacimiento de una respuesta que
por sus consistencia puede ser aprovechada también por otras ciudades.
Agradecemos al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, a Unicef, a
la Fundación Interamericana y a muchos amigos que han hecho posible la
publicación de este libro y presentarlo como merecen nuestros muchachos, quienes
desafortunadamente parece que no tuvieran derecho a nada digno, ni siquiera en la
prensa que habla de ellos.
Intencionalmente hemos buscado una presentación que pudiera suscitar interés y
simpatía por el tema del muchacho callejero. Creemos que así estamos colaborando
en lo fundamental: una nueva concepción y una nueva actitud frente a este problema.
Queremos hacer notar que para nosotros lo más valioso no son tanto las opiniones
que este libro ofrece cuanto la experiencia que lo sustenta. En ese sentido son autores
del mismo, todos los educadores que integran el equipo del Programa. Desde
luego, con distinta categoría; los de mayor mérito son los que pueden aducir mayor
abnegación, búsqueda y eficiencia educativa.
Terminamos haciendo notar que gracias a nuestra decidida consigna de autogestión
a todo nivel, el libro es fruto de la reflexión comunitaria de un grupo de personas
muy empeñadas en el cambio. Con ellos hemos trabajado y reflexionado sobre el
muchacho callejero y sobre el Programa Bosconia-La Florida. De allí nacieron estas
páginas que expresan nuestra labor educativa.

Javier De Nicoló

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