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DEBATE

Mejor, democracia de adversarios


El conflicto entre campo y Gobierno pone de relieve que el sentido de una política
democrática no es suprimir la división ni creer que los opositores son enemigos, sino
mantener la unidad en un contexto de disensos y tolerancia a la diversidad.
Por: Hugo Quiroga
Fuente: POLITOLOGO, UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO

La protesta del campo puso en evidencia una concepción antagónica del poder sustentada por el
Gobierno nacional. En general, este tipo de concepciones identifica al oponente como un enemigo al que
hay que eliminar y no como un adversario de legítima existencia. Nuestras sociedades viven y
permanecen en conflicto, están muy lejos de ser sociedades conciliadas. El sentido de una política
democrática no es suprimir la división, sino mantener la unidad en un contexto de conflicto y
tolerancia a la diversidad, en donde se maneje de manera diferente la oposición "ellos" y "nosotros".

En la lógica democrática, el principio de regulación y resolución del conflicto debe ser siempre el mismo:
la utilización de medios pacíficos y la vía de los acuerdos. En este sentido, la democracia está asentada
en un campo de tensiones entre consenso y disenso. Una democracia pluralista tiene que dar lugar al
disenso y a los diferentes intereses en pugna, sin olvidar que el consenso implica en buena medida
concesión y que el consenso total puede significar la clausura del espacio democrático.

Néstor Kirchner es un gran arquitecto del poder, que encontró su fuente de acumulación en dos
dispositivos centrales: la cooptación interesada y la situación de disolución de las identidades políticas
masivas. El riesgo de una concepción de esta índole es que puede conducir a considerar como
enemigo a aquel que no es cooptado o que mantiene sus disidencias.

Lo que define a una práctica de gobierno democrática es que ofrece canales de expresión del conflicto.
En verdad, el conflicto con el agro es fiscal. El "decisionismo presupuestario" se ha convertido en el
elemento central de la vida política actual, que contribuye a la concentración y centralización del poder en
el gobierno nacional. Su b
ase son los recursos fiscales y el uso arbitrario de los mismos, que crea muchas veces vínculos forzosos
que someten a gobernadores e intendentes.

La crisis actual se manifiesta en su doble sentido de conflicto y toma de decisiones. Ha entrado en crisis
un estilo de gobierno personalista que requiere permanentemente de poderes discrecionales que
desdeñan la consulta, la discusión pública y el diálogo político. Es la arquitectura de un poder que
muestra signos de resistencia en el interior de su propia fuerza, a partir de las disidencias oficiales frente
al conflicto con el campo, y descubre, al mismo tiempo, cierto agotamiento en la sociedad.

La palabra y la comunicación son una condición fundamental de toda sociedad democrática. Las marcas
verbales no pueden ser constituyentes de antagonismos y dicotomías. La contraposición "oligarquía
versus gobierno popular" sólo puede conducir a peligrosos desencuentros, también la obstinación del
campo. En situaciones de conflicto, la voz del Estado deber ser serena, tranquilizadora, nunca áspera o
crispada, en cuanto debe ser causa de unión de la comunidad política. Las pasiones, los intereses, y los
comportamientos, tanto del Estado como de los sectores rurales, no pueden ser objeto de intransigencia,
ni pueden convertirse en intercambio desenfrenado de manifestaciones de poder.

Hay una sociedad entera que espera y desea preservar el sentido de comunidad a través del
consenso, para lo cual no hay que escamotear el diálogo ni los compromisos asumidos.

La crisis que golpea nuestro presente ha extendido la audiencia que reclama una distribución justa de la
coparticipación y ha constituido un nuevo actor social, los autoconvocados del campo. Uno de los
problemas más importantes de la democracia argentina consiste en transformar el Estado fiscal
centralizador en un Estado federal equitativo de la distribución de los recursos fiscales entre la Nación
y la Provincias, en vista de una mayor autonomía provincial y local.

Pero la crisis política alcanza también a la oposición. Su debilidad y fragmentación afecta la vida
pública y le resta consistencia al sistema político. El juego democrático exige una oposición responsable
de control de gobierno, sin negar de antemano la interacción y cooperación, para instituir una agenda
pública superadora de las propuestas del oficialismo. A la vez, y como contracara, el Gobierno debe
generar contextos de diálogos y poner fin a la práctica de la cooptación interesada para debilitar a
la oposición, ni negarla para reducirla a su mínima expresión. Este sendero conduce al fortalecimiento
institucional de la democracia

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