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ENZO TRAVERSO LA VIOLENCIA NAZI Una genealogia europea Prefacio Como suele pasar, este libro nacié como un ensayo corto que fue creciendo a lo largo del tiempo. Resume una investiga- cién que ha sido tema de seminarios, conferencias y colo- quios que he dictado en varios paises. Quisiera agradecer a los amigos y colegas que, pacientemente, leyeron este texto con sus diferentes versiones y me hicieron llegar sus comen- tarios: Miguel Abensour, Alain Brossat, Federico Finchelstein, Eric Hazan, Roland Lew, Michael Lowy, Arno J. Mayer, Magali Molinié, Elfi Miiller y Paola Traverso. Sus criticas y, a veces, sus desacuerdos me permitieron definir con mayor exactitud la perspectiva elegida y concluir este trabajo. De todos modos, queda claro que soy su tinico responsable. i i Tntroducci6n Laviolencia nazi se instalé en la memoria colectiva y en nues- tras representaciones del siglo xx recién en los tiltimos veinte afios. Auschwitz, su topos emblematico, adquirié un estatu- to comparable al de la caida del Imperio Romano, la Refor- ma o la Revolucién Francesa por el lugar que ocupa en nues- tra conciencia histérica, sin que s¢ pueda por ello, como a esas rupturas temporales, conferirle una significacién andlo- ga en la secuencia diacrénica del pasado. La caida del Impe- tio Romano marca el fin de ‘Ja Antigiiedad; la Reforma modi- fica la relacién entre Dios y los hombres, iniciando la secula- rizacién de sus formas de vida y de su vision del mundo; la Revolucion Francesa, por su parte, altera la relacion de los individuos con el poder, transformando a los sujetos en ciu- dadanos. Estos acontecimientos adquirieron la dimensi6n de grandes quiebres histéricos que demarcan el itinerario de Oc-, cidente. Aunque el judeocidio esté inscripto en el contexto de Ja Segunda Guerra Mundial, la comparacién de este gran ca- taclismo, que partié en dos el siglo xx, con los giros hist6ri- cos antes. mencionados no es posible desde el punto de vista de sus consecuencias. Auschwitz no modificé las formas de ta civilizacion; hoy se considera a las cémaras de gas 47a ruptura de la civilizacién, un momento revelador de sus aporias, de su potencia destructiva. El_exterminio aparecié como una de las caras de la civilizacién cuando los detracto- tes del Iluminismo se aliaron al progreso industrial y técnico, ‘al monopolio estatal de la violencia, a la racionalizacion de jas practicas de dominacién. Por el contrario, desde el punto 9 10 LA VIOLENCIA NAZI de vista de la historia de los judios, la Shoah constituye un giro histérico radical en el cual se da por concluida, del modo mas trdgico posible, una fase en Europa. Debi rrir unos treinta afios para que el mundo occidental recono- Gera Ia dimension de esta mutilacién. Auschwitz, en tanto desgarro en el cuerpo de Europa que no modifica sin embar- go el marco de la civilizacién, constituye un traumatismo di- ficil de aprehender; la explicacién histérica del acontecimiento no atraviesa el “agujero negro” (segtin Primo Levi) de su in- teligencia. De alli, la distancia abierta entre su reconocimien- to casi obsesivo y su escasa comprensién, entre la posicién central de este giro del siglo en nuestro paisaje mental y el vacio de su inteligibilidad racional. El problema aparece a menudo delimitado por sus enfoques antinémicos: desde la elevacién del judeocidio a nivel de entidad metafisica, lugar exento de memoria histérica e impregnado del dogma de su impenetrabilidad normativa (posicién sostenida en los tra- bajos de Elie Wiesel) hasta la historizacién funcionalista, de- finida adecuadamente por Dan Diner como “un repliegue metodolégico en la descripcién de las estructuras” (Diner, 2000a: 165). Esta “puesta en historia” tiene el mérito indis- cutible de establecer, en sus multiples dimensiones, el hecho del genocidio de los judios de Europa otorgando de este modo fundamento indispensable a nuestros conocimientos; no obs- tante, y por més que la aclaracién factica resulta absoluta- mente necesaria, ésta no deviene, por el mero hecho'de ser | explicita, portadora de sentido. Existe una singularidad histérica del genocidio judio per- petrado con el objetivo de llevar adelante una remodelacién § biolégica de la humanidad, desprovista de naturaleza instru- mental, concebida ya no como un medio sino como una fina- # lidad en si. Hannah Arendt lo reflejé bien, en su ensayo sobre Eichmann en Jerusalén, al sefialar que los nazis habian queri- do “decidir quién debia y quién no debfa habitar el planeta” (Arendt, 1977: 279). Un limite extremo -sefiala Saul 4 i INTRODUCCION i Friedlander- “al que sdlo se lleg6 una vez en la historia de los tiempos modernos” (Friedlander, 1993: 82-83; Traverso, 1999: 128-140). Podrfamos replicar, sin embargo, que todos los acon- tecimientos histéricos son histéricamente singulares. La sin- gularidad de la Shoah presenta ademas una dimensién antro- poldgica nueva que constituye, segin Jiirgen Habermas, “la firma de toda una época”: Entonces sucedié algo —sostuvo durante la “querella de los Ristoriadores” en Alemania— que hasta ese momento nadie hubiera podido considerar posible. Se afecté a _una esfera rofunda de la solidaridad que existia entre todo lo que po- ‘dia ser considerado distintivo de lo humano. Mas alla de dia ser considerado distintivo ce To humane todo aquello que podria definirse como bestialidad y que la Historia universal PE eprese Tepstrado, hasta entonces = acep- taba sin mds que la integridad de esta esfera profunda sé fidntenia intacta. Desde ese momento, se rompid un lazo de ingenuidad que nos unfa, cierta ingenuidad en Ta cual abre- vaba la autoridad de tradiciones que ignoran la duda; lazo que, de un modo general, alimentaba las continuidades his- Téricas. Auschwitz modifico las condiciones que permitian que los tejidos historicos de la vida se perpetwaran esponta- neamente y no solo en Alemania por cierto (Habermas, 19876: 163 [trad. franc.: 297)). Auschwitz introdujo la palabra genocidio en nuestro vocabu- lario; su singularidad reside, tal vez, en que recién a partir de Auschwitz logramos comprender que un genocido es, precisa- mente, el desgarro de ese tejido historico hecho de una solida- ridad primaria subyacente a las relaciones humanas, que per- mite a los hombres reconocerse como tales, mds alla de sus hostilidades, conflictos y guerras. El reconocimiento de esta singularidad fue tardio, tanto desde el punto de vista de nues- tra conciencia histérica como desde la historiografia del nazis- mo, pero logré dar por terminado un largo perfodo de indife- rencia, ocultamiento y negacién. Esto tuvo una doble conse- cuencia: por un lado, un considerable progreso de la 12 LA VIOLENCIA NAZI historiografia y, por otro, la anamnesis colectiva del mundo occidental. Este logro data ya de los afios ochenta ~simbélica- mente se lo podria ubicar en el Historikerstreit aleman- y su | reafirmaci6n ritual corre hoy el riesgo de transformarse en un discurso retérico que conducirfa a un eventual empobrecimiento ya la consecuente limitacién de nuestro horizonte epistemolé- gico. A pesar de su cardcter tinico, el nazismo tiene una histo- ria que no podré ser comprendida si nos limitamos exclusiva- mente a las fronteras geogtficas de Alemania y, desde el pun- | to de vista temporal, al siglo xx; su estudio requiere adoptar una perspectiva diacrénica y comparada a la vez. Antes se re- legaba el genocidio a una nota al pie de pagina en los libros de la Segunda Guerra Mundial; hoy, el énfasis que se pone en subrayar su cardcter de acontecimiento “sin precedentes” y “absolutamente unico” puede llegar a constituir un obstaculo contra los intentos de aprehenderlo en el contexto de la histo- ria europea. Arno J. Mayer tiene razon en subrayar, en el mar- © co de su critica a la metodologia de Fernand Braudel, que Treblinka y Auschwitz obligan al historiador a reconsiderar la importancia de los fenémenos de tiempo corto (Mayer, 1990: 8). Entre el verano de 1941 y fines de 1944, en apenas tres ‘ afios y medio, el nazismo borraba a una comunidad inscripta | en Ja historia de Europa desde hacia m4s de dos milafios; lego | practicamente a erradicarla por completo en ciertas regiones, tal el caso de Polonia, donde su existencia constituia un ele- mento social, econémico y cultural de importancia capital para Ja vida del pais en su conjunto. Es cierto que esta destruccién stibita e irreversible cuestiona el enfoque braudeliano de la his- toria, que reduce el acontecimiento a “una agitacién de super- ficie”, mera “espuma” superficial y efimera “que las mareas generan con su fuerte movimiento” (Braudel, 1969: 12). Hace mas necesario aun el estudio de sus premisas histéricas de lar- | ga duracién. Cualquier tentativa de comprender el judeocidio 1 Véase también Traverso (1992: 146).

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