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CÓRDOBA. DOMINGO 9 DE AGOSTO DE 2009
Primera cita en
A 95 años del
comienzo de la guerra
que terminaría con
todas las guerras.
S
iempre que se recuerda el esta-
llido de la Primera Guerra Mun-
dial es de rigor citar la profecía
perfecta del Canciller de Hierro,
Otto von Bismarck: “Alguna locura en
los Balcanes hará estallar la próxima
guerra”. Esa locura fue el asesinato en
Sarajevo (28 de junio de 1914) del archi-
duque Francisco Fernando, perpetrado
por nacionalistas serbios. Pero la muer-
te del heredero de la corona austro-hún-
gara fue la chispa que se necesitaba pa-
ra provocar la voladura de ese polvorín
de Europa que, desde el último cuarto
del siglo XIX, eran los Balcanes.
Entre 1875 y 1897 se produjeron gue-
rras entre Serbia y Turquía (1875/76),
Rusia y Turquía (1877), Bulgaria y Ser-
bia (1885), y Grecia y Turquía (1897),
además de haberse evitado in extremis
una guerra entre Bulgaria y Grecia por
Macedonia. En el Congreso de Berlín,
realizado tras la guerra ruso-turca, el
Imperio Austro-húngaro, que había apo-
yado al Imperio Ruso durante la con-
tienda, se unió al Imperio Otomano pa-
ra evitar que los rusos siguieran avan-
zando hacia su sueño plurisecular de
llegar a las aguas templadas del Medi-
terráneo.
Los Romanov jamás perdonaron lo
que consideraban traición de los Habs-
burgos, que habían sido salvados del te-
rremoto revolucionario de 1848, que es-
tremecía hasta los cimientos de Euro-
pa, enviando un poderoso ejército que
garantizó la estabilidad de Viena. De
1877 en adelante, el paneslavismo im-
pulsado por Moscú se alzará como la
mayor oposición contra el pangerma-
nismo. Fatalmente, ambos movimien-
tos confluían en los Balcanes... Para col-
mo, Guillermo II de Alemania, que en-
vidiaba a Bismarck, destruyó una de
sus mejores obras diplomáticas, el tra-
tado de paz con Rusia, que el káiser no
renovó. Los Romanov, a pesar de su an-
cestral fobia por todo lo republicano,
fueron decantándose entonces en favor
de una alianza con Francia y Gran Bre-
taña. La reina Victoria, y sobre todo su
hijo, el futuro Eduardo VII, detestaban
a Wilhelm, nieto de la reina y sobrino
de su sucesor. A su vez, Nicolás II de
Rusia era sobrino de Eduardo y primo
del futuro Jorge V, con quien tenía un
asombroso parecido.
Así visto este entrelazamiento, tal
parecía que la guerra habría sido una
cuestión de familia. Nada de eso. Los
movimientos revolucionarios de 1848
habían fortalecido los sentimientos na-
cionalistas, que, como advertía otro
gran canciller, el austríaco Klemens
von Metternich, son causantes de gue-
rras crueles e interminables.
La neonazi operación de limpieza ét-
nica lanzada por Slobodan Milosevich
confirma la teoría de Metternich sobre
los nacionalismos y las sabias preven-
ciones de Bismarck sobre la volatilidad
de los Balcanes.
La Primera Guerra Mundial no so-
lucionó ningún problema y creó, en 1919,
Conferencia de Paz de Versalles me-
diante, las condiciones óptimas para el
estallido de la Segunda Guerra Mundial,
exactamente dos décadas después. La
denominada Gran Guerra barrió de la
escena europea los imperios Alemán,
Austro-húngaro, Turco y Ruso, y prohijó
estados ahistóricos y, en el peor de los
casos, antihistóricos; arrebató a Gran
Bretaña y a Francia el liderazgo en la
política mundial y lo depositó en los Es-
tados Unidos, que se elevó también al
rango de primera potencia económica;
promovió un portentoso desarrollo
científico y tecnológico, pues muchos
de los perfeccionamientos del simple ar-
te de matar se utilizarían luego con fi-
nes pacíficos que mejorarían notable-
mente la calidad de vida de la humani-
dad. La irracionalidad inmanente del
hombre lo quiere así.
La primera víctima
Hacia las 10 del domingo 2 de agosto de
1914, una niña de la aldea fronteriza
francesa de Joncherey, que caminaba
hacia una fuente en busca de agua pa-
ra su hogar, vio a ocho soldados ale-
manes montados a caballo, que mero-
deaban esa zona. Corrió a avisar a las
patrullas francesas; una de ellas, man-
dada por el caporal André Peugeot
avistó al enemigo y ordenó al teniente
Hans Meyer, que comandaba el grupo
incursor, que retornara a las líneas ger-
manas. Meyer gatilló tres veces su pis-
tola y mató a Peugeot. Siete de los ocho
jinetes alemanes fueron capturados, el
restante logró huir. La tormenta de ace-
POR JUAN MARGUCH
ESPECIAL
ARMAGEDÓN
COMBATIENTES Y NEUTRALES
Dos alianzas militares combatieron en la
Gran Guerra en el frente occidental: las
llamadas Potencias Centrales (o Triple
Alianza), es decir, Alemania, Austria-
Hungría, Imperio Otomano y Bulgaria, y
las Potencias Aliadas (originariamente
Entente Cordiale): Francia, Gran Bretaña,
Rusia e Italia, que en 1915 abandonó la
Triple Alianza y se sumó a la Entente, a
cambio de promesas de ganancias terri-
toriales que nunca fueron cumplidas to-
talmente, de ahí que los políticos italia-
nos hablaran de “vittoria mutilata”, ex-
presión que Benito Mussolini utilizó asi-
duamente para construir su poder políti-
ro, como definió magistralmente Ernst
Junger al primer ensayo mundial de
Armagedón, recién se desencadenaría
al día siguiente. El primero de los
3.386.200 soldados que perdieron la vi-
da en todos los frentes de batalla fue el
infortunado André Peugeot.
Balance del horror
En la Primera Guerra Mundial fueron
movilizados 65.038.810 seres humanos.
Entre quienes prestaron servicio mili-
tar activo, la proporción de bajas fue de
una por cada ocho soldados. En total,
murieron 8.538.315, incluidos los civi-
les. Alemania tuvo 1.773.700 muertos;
Rusia, 1,7 millón; Francia, 1.357.000; Aus-
tria-Hungría, 1.047.000; Turquía, 800 mil;
Italia, 535 mil; Gran Bretaña, 1.010.000;
Estados Unidos, 60 mil; 332 mil serbios,
158 mil rumanos, cinco mil griegos, cin-
co mil portugueses... En la proporción
de muertos por soldados movilizados,
Serbia tuvo el 35 por ciento; Turquía, el
27; Rumania, el 25; Bulgaria, el 23; Fran-
cia, el 17; las colonias francesas (hicie-
ron un gigantesco aporte), el 16... El an-
siado armisticio, que entró en vigencia
a las 11 horas del día 11 del mes 11 (no-
viembre) de 1918, no contuvo la sangría.
Temas
co; además, se sumaron a esa alianza
Portugal, Bélgica, Serbia, Grecia y Ruma-
nia. Y en 1917 intervinieron los Estados
Unidos, que dieron un vuelco decisivo a
la lucha, al sumar a los aliados su enor-
me potencial humano y material (“la gue-
rra del hombre rico”, como llamaron su
esfuerzo bélico). En el frente oriental,
Japón, Nueva Zelanda y Australia lanza-
ron breves y exitosas ofensivas contra
las bases que Alemania poseía en Nueva
Guinea, las islas Marianas y el puerto de
Qingdao, en China. Sólo permanecieron
neutrales España, Holanda, Suiza, Dina-
marca, Suecia y Noruega.
La guerra que debía terminar con
todas las guerras hizo renacer a
Polonia y a Finlandia, que habían
quedado bajo el dominio del Imperio
Ruso, que se desplomó tras las
revoluciones de marzo y octubre de
1917, y formó naciones multiétnicas,
como Yugoslavia y Checoslovaquia,
que se desintegraron en la segunda
posguerra. Los países bálticos,
Estonia, Letonia y Lituania,
recobraron su independencia tras el
fin del zarismo, pero fueron
reconquistados por la Unión
Soviética, por acuerdo de
Josif Stalin con Adolf Hitler, y
volvieron a ser libres tras el
derrumbe del Imperio Soviético.
Siguieron muriendo por millares los he-
ridos por bala, bayoneta, gas y por frag-
mentos de granadas y obuses. El 80 por
ciento de los heridos perdió por lo me-
nos un dedo o un ojo, el ocho por cien-
to padeció amputaciones de cierto ries-
go, el tres por ciento quedó con minus-
valías muy graves, el siete por ciento
perdió una pierna o un brazo. Como con-
secuencia de la infraalimentación y del
colapso de los servicios asistenciales ci-
viles se propagó una espantosa epide-
mia de gripe llamada “española”, que
mató a 166 mil personas en Francia,
225.330 en Alemania, 228.900 en Gran
Bretaña, 550 mil en los Estados Unidos
y más de 16 millones en la India.
Muchos deudores, un acreedor
Francia emergió de la guerra con deu-
das consolidadas por 4.600 millones de
dólares, a ser pagados en 62 años, pero
a su vez era acreedora de Bélgica y Ru-
sia por 335 millones; Gran Bretaña debía
842 millones a los Estados Unidos, pero
era acreedora de Rusia por 1.740 millo-
nes de libras esterlinas. Cuando Lenin
llegó al poder, desconoció la deuda ex-
terna contraída por el zarismo. Los Es-
tados Unidos quedaron acreedores de
todos los aliados, por 1.890 millones de
libras esterlinas. Nunca se cobraron; las
deudas de guerra difícilmente se paguen.
Y Alemania, arbitrariamente declarada
culpable de la guerra, fue condenada en
Versalles a pagar reparaciones por 32.800
millones marcos oro, equivalentes al 63
por ciento de su producto interno bruto
(PIB); de esa suma, pagó algunas amor-
tizaciones (para lo cual recibió présta-
mos de los acreedores), la monstruosa
hiperinflación (entre enero de 1922 y no-
viembre de 1923 la tasa acumulada de
inflación alemana ascendió a un billón
por ciento), licuó gran parte de la deu-
da y el resto fue piadosamente olvidado.
De haber pagado en tiempo y forma, Ale-
mania habría cancelado esa deuda en
1989, justo cuatro meses antes de la de-
molición del Muro de Berlín.
LA VOZ DEL INTERIOR
SEÑALES
POR EMANUEL RODRÍGUEZ
DE NUESTRA REDACCIÓN
Con la soga
al Cuello
El día que nos demos cuenta de que
convivimos con un ser mágico, quizá es-
ta ciudad se vuelva más amable. Alguno
de los inútiles ministerios del Estado de-
bería servir alguna vez para que sea ley
caminar esporádicamente por Córdoba
junto a Jorge Cuello, un hombre que pa-
rece adelantarse a cada paso para dibu-
jar la ciudad que su acompañante pisa.
No siempre es un paseo saludable: las
necesidades —la necesidad de magia, en
este caso— no tienen que ver con la sa-
lud. Pero, sí, siempre es un paseo intere-
sante. Jorge tiene el aspecto, los gestos
desmedidos, el pelo y el perfume de un
loco. Una vez lo vi salir de una fiesta, yo
estaba en la vereda, descansando del
baile, junto a otros amigos. Cuello
irrumpió desde la puerta, con una bote-
lla de champán bajo la axila y el paso
destartalado pero firme de un elefante
sumamente delgado. Los que estába-
mos fuera comentábamos que la fiesta
estaba muy bien. Cuello interrumpió y
dijo: “Y como si todo esto fuera poco...
¡me voy!”. Y dobló como doblan los an-
droides, 90 grados en un solo movi-
miento, nos dio la espalda y se alejó ca-
minando. Nosotros sabíamos que Jorge
no tenía un peso, y que vivía a más de
60 kilómetros de la fiesta, en Villa Las
Rosas, pero también sabíamos que de
alguna manera iba a llegar a su casa.
Lo conocí hace 10 años, mientras pinta-
ba un cuadro enorme que era su ver-
sión personal del Kama Sutra y que se
llamaba Con paciencia y con saliva. En
aquella época, en sus pinturas y en su
cabeza siempre estaban pasando mu-
chas cosas al mismo tiempo, y en la mi-
tad de esas cosas la gente no tenía ro-
pa. Una parte de ese Cuello un tanto
desaforado y excesivo abrirá una
muestra el miércoles, en la biblioteca
de la Universidad Católica de Córdoba
(Trejo 323, a las 19). La muestra se lla-
ma “Mandala, Cuello, mandala” y con-
siste en una serie de dibujos circulares
o mandalas que se llaman Mandala a la
concha de su madre, Mandala bien
lejos, Mandala a la peluquería, Mandala
a freír buñuelos. Y así. Cuando lo llamé
para preguntarle sobre la naturaleza de
esta serie de pinturas lo primero que
me dijo fue: “Me separé”. Después me
contó que el mismo día en que se se-
paró de la madre de sus hijos más pe-
queños, había muerto su propia madre.
“No fue un buen día”, me comentó.
El arte del mandala consiste en buscar
la meditación y la concentración a
través de un soporte gráfico, una re-
presentación geométrica de las relacio-
nes entre micro y macrocosmos. En el
brahmanismo y en el budismo, los man-
dalas permiten a quien los utiliza rein-
tegrarse en el universo y en la unidad
de conciencia absoluta. A Jorge le sir-
vieron para salir adelante, y salió según
su estilo, con el paso destartalado pero
firme de un elefante sumamente delga-
do. Salió a pintar de nuevo la ciudad
por la que habremos de caminar sin sa-
ber que convivimos con un ser mágico
que, como si todo esto fuera poco, vol-
vió.