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Enric Mompó
El fracaso de la República
Para hallar una respuesta hay que remontarse al 14 de abril de 1931, fecha en la
que fue proclamada la II República española, acompañada de una inmensa ola de
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Enric Mompó: ¿Hubo o no una revolución española?, Debate, en Razón y Revolución nro.
3, invierno de 1997, reedición electrónica.
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Enric Mompó: ¿Hubo o no una revolución española?, Debate, en Razón y Revolución nro.
3, invierno de 1997, reedición electrónica.
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Claudín, Fernando: La crisis del movimiento comunista, Ruedo Ibérico, Barcelona, 1978, p. 173
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Broué, Pierre, Emile Témime: La revolución y la guerra de España, Comuna, p. 108
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Enric Mompó: ¿Hubo o no una revolución española?, Debate, en Razón y Revolución nro.
3, invierno de 1997, reedición electrónica.
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partidos derechistas habían intentado en vano: una reforma autoritaria que les
permitiera acabar de una vez por todas con la amenaza revolucionaria.
Por su parte, los republicanos estaban dispuestos a negociar la vuelta a la
normalidad. Todo con tal de evitar que los acontecimientos provocacen aquello que
unos y otros temían: la entrada del movimiento revolucionario en la escena política.
Los republicanos eran conscientes de que se podía llegar a un acuerdo con el ejército
que salvase las instituciones legales, de la misma forma que también sabían que con
quien no se podía negociar era con la revolución. Mientras gobierno y sublevados
negociaban, los partidos obreros del Frente Popular llamaban a la población a la
calma: "El gobierno manda, el Frente Popular obedece". Sin embargo, y a pesar de
todo, las negociaciones fracasaron cuando la población trabajadora ocupó las calles.
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Tuñón de Lara, Manuel: Historia de España. La crisis del Estado: dictadura, república, guerra
(1923-1939), Labor, Barcelona, 1981, t. IX, p. 224
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Miravitlles, Jaume: Episodis de la guerra civil espanyola, Pórtic, Barcelona, 1972, p. 69
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Enric Mompó: ¿Hubo o no una revolución española?, Debate, en Razón y Revolución nro.
3, invierno de 1997, reedición electrónica.
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La mayor parte del ejército se había sublevado, las unidades que no lo habían
hecho se habían disuelto, víctimas del contagio revolucionario. La burguesía y los
terratenientes habían huído abandonando sus propiedades por temor a las represalias
de los revolucionarios, esperando la victoria de los sublevados. Las fábricas, los
talleres y los latifundios eran ocupados y expropiados por los obreros y campesinos,
que empezaban a reorganizar espontánea y colectivamente la producción. Las
instituciones republicanas habían desaparecido para dar paso a las patrullas obreras,
que controlaban el orden público y dirigían y organizaban la vida cotidiana en los
pueblos y ciudades. La policía y la guardia civil habían desaparecido para dar paso a
las patrullas obreras, que controlaban el orden público y dirigían la represión contra
los simpatizantes de la sublevación. El ejército había sido sustituido por entusiastas e
improvisadas milicias revolucionarias, que se enfrentaban a los sublevados allí donde
éstos se habían hecho fuertes. Todo fue llevado a cabo por los trabajadores de forma
espontánea, sin que mediara para ello la dirección de los partidos y sindicatos obreros,
ni siquiera los más radicales:
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Fraser, Ronald: Recuérdalo tú, recuérdalo a otros, Crítica (Grijalbo), Barcelona, 1979, t. I, p. 316
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3, invierno de 1997, reedición electrónica.
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seguir siendo los intermediarios entre la burguesía y la clase obrera, posición política
que era la fuente principal de sus privilegios. Los dirigentes socialistas de izquierdas,
dirigidos por Largo Caballero, se habían subido a la cresta de la ola revolucionaria,
pero tampoco ellos creían en la revolución. El socialismo, la dictadura del
proletariado, que en algún momento habían defendido en sus discursos, se limitaban a
un simple cambio pacífico del gobierno de la república. Los socialistas de izquierda
jamás contaron con un programa acabado, que les permitiera encabezar con éxito una
revolución. Confiados en su fuerza, bascularon durante toda la guerra entre los dos
polos en los que se encontraba dividido el campo "antifascista". El Partido Comunista,
férreamente controlado por los agentes de Stalin, era un simple peón de la política
internacional del Kremlin. La diplomacia estalinista pasaba en aquellos momentos por
establecer alianzas con Francia y Gran Bretaña, que contrarrestaran la amenaza
hitleriana que pesaba sobre la URSS. Una revolución socialista triunfante en España
era doblemente "inoportuna"6. Por un lado habría asustado a las potencias capitalistas
"democráticas" y las habría lanzado en brazos de Hitler. Para consolidar las buenas
relaciones era necesario demostrar que la URSS había abandonado definitivamente el
sueño bolchevique de la "revolución mundial". El primer Estado Obrero de la historia
no sólo ya no era una amenaza, sino un valioso aliado a la hora de aplastar cualquier
movimiento revolucionario que pudiera poner en peligro los intereses británicos y
franceses. Por otro lado, una revolución triunfante en España, que no estaba controlada
por su peón incondicional, el Partido Comunista, sino por dos organizaciones, el
anarcosindicalismo y el socialismo de izquierdas, que tenían escasas simpatías por su
tiranía, era un serio peligro para su liderazgo sobre el movimiento comunista
internacional, y podía llegar a cuestionar incluso su propio dominio sobre la URSS.
Si los líderes socialistas y comunistas hubiesen reconocido lo que resultaba
evidente, que estaban ante una revolución socialista, habrían perdido todos los
argumentos para seguir defendiendo los compromisos de Frente Popular, y se habrían
visto obligados a apoyar a un movimiento revolucionario en el que no creían. La
negación de la revolución socialista era una coartada ante sus bases sociales para
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El término "revolución inoportuna" para referirse a la revolución española, es acuñado por Claudín
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(op. cit.).
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Abad de Santillán, Diego: Por qué perdimos la guerra, Plaza y Janés, Barcelona, 1977, p. 180-181.
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realidad, nos encontramos ante un falso debate. Desde diferentes puntos de vista,
ninguna alternativa política, ni siquiera las más radicales, era partidaria de llevar la
revolución hasta sus últimas consecuencias, por lo menos mientras la guerra no
hubiese terminado con la derrota del ejército franquista.
La antítesis "guerra o revolución" no era real. Ambos términos, lejos de
contraponerse, se complementaban. El triunfo del bando antifascista en los primeros
momentos se debió sin duda alguna a esta confluencia. El entusiasmo revolucionario
que desencadenó la lucha contra la sublevación, fue uno de los factores fundamentales
que decidieron la caída de la república y la derrota de los militares en la mayor parte
del país:
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Alba, Víctor: La revolución española en la práctica, Jucar, Madrid, 1977, p. 23.
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Enric Mompó: ¿Hubo o no una revolución española?, Debate, en Razón y Revolución nro.
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La dualidad de poderes que existió entre julio de 1936 y mayo de 1937 terminó
con la derrota de los revolucionarios. Al negarse sus direcciones a tomar el poder,
acabaron entregándoselo a sus adversarios del Frente Popular, más audaces y
clarividentes. Después de las jornadas barcelonesas de mayo de 1937, el aparato de
Estado republicano estaba reconstruido. Los comités revolucionarios que tuvieron el
poder local durante los primeros meses de la guerra, habían desaparecido y en su lugar
estaban los ayuntamientos y las instituciones republicanas. Nuevos cuerpos policiales
habían sustituido a las patrullas obreras. Las milicias revolucionarias de los primeros
momentos habían desaparecido, para dar paso a un nuevo ejército similar al sublevado.
Como la burguesía continuaba en el bando franquista, las colectivizaciones
continuaron funcionando para ocupar el vacío económico que había provocado la
huida de sus antiguos propietarios, pero habían perdido su fuerza y estaban
controladas por funcionarios republicanos. La revolución había muerto y en su lugar
volvía a alzarse la república resucitada.
En el bando sublevado, el ejército, convertido en la columna vertebral de la
reacción, había conseguido unificar a las formaciones políticas de la derecha y la
extrema derecha. Falangistas, requetés y monárquicos alfonsinos, tuvieron que
subordinarse a regañadientes al proyecto militar. Unificadas las diferentes fracciones,
la burguesía y los sectores sociales dominantes estaban en mejores condiciones que
sus adversarios para alcanzar el triunfo.
Transformada la guerra revolucionaria en una simple guerra civil, en la que ya
no estaba en juego el tipo de sociedad, o los intereses de distintas clases sociales, la
victoria militar estaba en manos del bando mejor armado y organizado. El triunfo
franquista sólo era cuestión de tiempo.
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