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Entre ustedes ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre;

Ya no hay varón ni mujer, pues todos son uno solo en Cristo Jesús (Gal 3,28)

Del mismo modo que en la Iglesia Católica no hacemos


diferencia entre ricos y pobres, doctores o analfabetos, ciudadanos de las grandes urbes de la
costa e indígenas de la Amazonía, tampoco cuando nos comprometemos en beneficio de
nuestro país distinguimos entre los nacidos en esta tierra de los venidos de otros países. En
cuanto a la misión de la Iglesia no nos fijamos en el lugar del nacimiento sino en la generosidad
e identificación con la cultura local. Por lo tanto la Vida Religiosa Peruana apostólica es una
activa y eficiente presencia no sólo de religiosos y religiosas nacidos en el Perú, sino de un
vasto n 煤 mero de religiosos y religiosas extranjeros que quieren al país tanto o más que los
peruanos y que ofrecen un servicio invalorable en los campos de la educación, salud,
organización social y evangelización.

Por estos motivos la Conferencia de Religiosos del Perú expresa su indignación ante la
expulsión de nuestro país del religioso británico Paul Mcauley de la Congregación de
Hermanos de La Salle. El hermano Paul ha prestado servicios invalorables en el campo de la
educación en sectores de la sociedad donde el Estado está ausente. Nos parece doloroso que
su compromiso con las minorías y con nuestra la Iglesia que promueve la protección de la
creación, hayan sido consideradas pruebas suficientes de que su presencia en nuestra patria
resulte incómoda y perturbadora para el gobierno.

El acto de expulsión, explicado por el Gobierno, estaría revestido de toda legalidad: un


extranjero no puede comprometerse en situaciones que alteren la estabilidad del pueblo
peruano. Con la misma lógica podríamos preguntarnos por la legalidad de muchas de las
compañías mineras actuando en abierto y descarado perjuicio de nuestro territorio y la vida de
sus habitantes. Por lo tanto nuestra indignación es doble ya que la medida de expulsión no
corresponde a la autoridad moral que ha demostrado el Gobierno en el manejo del tema
ambiental y la protección de los grupos aborígenes de nuestra patria, temas que el hermano
Paul Mcauley ha cultivado con sabiduría, coraje y cariño durante la última década.

La expulsión del hermano Paul es sentida por los miles de religiosos peruanos como una seria
afrenta a nuestra misión, cumplida en fidelidad a Cristo; también constituye un grave atentado
contra la democracia en el país y contra el convenio que el Estado Peruano y la Santa Sede
suscribieron hace años. Los religiosos y religiosas en el Perú somos un cuerpo único extendido
en nuestro territorio (peruano), uno de cuyos miembros ya no puede estar con nosotros por
decisión del Gobierno. Siguiendo la labor del hermano Paul estamos de pie muchos religiosos,
peruanos y extranjeros, listos para continuar siendo una presencia incómoda mientras la
codicia de los poderes económicos se cierna sobre los habitantes y el territorio de nuestra
Amazonía.

LAS MISIONERAS Y MISIONEROS PERTENENCIENTES A LA CONFERENCIA DE


RELIGIOSOS DE PERÚ.

Lima, 6 de julio del 2010

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