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La Reconquista y la formacién de la Espafia medieval (de mediados del siglo x1 a mediados del siglo xu) FRANCISCO GaRCta Frtz El periodo comprendido entre mediados del siglo x1 y mediados del siglo xuu repre- senta una época de expansin politica, militar y territorial para el Occidente cristiano. Sobre la base de una fucrte y continuada subida demogrdfica, de unas cconomias agra- ria y urbana en pleno dinamismo y diversificacién, y de unas instituciones polfticas y sociales progresivamente consolidadas, la sociedad del Occidente europeo protagonizara durance aquellas dos centurias un notable crecimiento a costa de sus vecinos paganos y musulmanes: en el sur de Italia y en Sicilia los normandos se imponfan a las sociedades y poderes isl4micos allf asentados desde tiempo atrés; en el centro y este de Europa, el Tmperio alemén dilaraba sus fronteras frente a diversos pueblos estavos a fo largo de la costa del mar Baltico, hasta llegar a Lituania, Letonia y Estonia; en el Levante Medite- rrineo, los cruzados procedentes de todos los rincones de Europa consegufan recuperar Jerusalén para la Cristiandad y establecerse en Tierra Santa. El Occidente latino y cris- tiano, que hasta el siglo x habia sido un dmbito de civilizacién arrinconado y presionado desde cl exterior por vikingos, hvingaros o sarracenos, pasaba ahora a convertirse en una sociedad amenazante. Todo ello ocurria al mismo tiempo que se consolidaban las grandes monarquias, se definfan Jas fronteras entre reinos —con las incvitables ficciones que estos procesos con- llevan—, y se multiplicaba la conflictividad interna, propia de un orden feudal y de la constante competencia por el poder entre los clanes que integraban las clases dirigentes. Se entiende, pues, que la guerra se convirtiera en una realidad permanente, que acaba- 1fa teniendo profundas implicaciones polfticas, institucionales, socioeconémicas y cul- turales en todos los contextos. 142 Edad Media Esen este escenario general en el que debe enmarcarse la historia militar de la Penfn- sula Tbérica de aquellos dos siglos, puesto que muchos de los fendmenos que caracteri- zan a su realidad bélica corren patalelos a los del resto del Occidente o se insertan ple- namente en ellos, especialmente el que conocemos como Reconquista, esto es, el largo y complejo proceso de expansién politica y milicar que los reinos cristianos peninsula- res llevaron a cabo a costa de sus enemigos musulmanes, una dindmica que precisamente entre los siglo x1 y xim1 alcanzé su mayor velocidad y envergadura, 1, RECURSOS MILITARES Y ECONOMICOS, 1.1. Recutsos militares: la composicién de los ejércitos, Combatir a un enemigo exigia unos recursos militares y unos fundamentos econ6- micos que soportaran todo el edificio bélico. Aunque los contingentes de cada nticleo politico peninsular presentaban particularidades, creemos que resulta posible sefialar al menos dos grandes modelos de organizacién de los recursos bélicos: en general, los ejér- citos de los reinos cristianos se presentan como fuerzas reclutadas, financiadas y mante- nidas por poderes locales 0 feudales més que por el propio estado, no permanentes —se reunfan ex proféso para una campafia y se disolvian a su conclusién—, con un escaso grado de profesionalidad, desconocedoras de prdcticas y entrenamientos colectivos, y carentes de infraescructuras administrativas y de cuadros de mando estables, En contra- posicidn, los ejércitos musulmanes se atienen a un perfil mds «estatalista», con un mayor nivel de profesionalizacién y permanencia, y dotados de unas estructuras burocréticas estables, No obstante, a pesar de las evidentes diferencias que separan al modelo de orga- nizacién militar feudal u occidental, del islmico u oriental, también exiscen puntos de coincidencia en la naturaleza de las obligaciones bélicas, los sistemas de reclutamiento y la articulacién de sus ¢jércitos de uno y otro modelo, similitudes y diferencias que comentaremos en los siguientes pérrafos!. ino atacando murallas évabes, pdgina miniada de las Cantigas de Sia. Marta, sigh xm (Biblioteca del ‘Monasterio de El coral). La Reconguista y la formacin de la Fspafia medieval (de mediados del siglo xt 2 mediados del siglo xin) 13 1.1.1, Ejércitos de los reinos cristianos Entre los reinos cristianos del norte, la reunién de los efectivos armados que com- pontan sus ejércitos se fundamentaba sobre usia serie de obligaciones militares y de for- mulas de reclutamiento de diverso tipo. La més elemental, sin duda, era el deber de ir a Ja guerra que incumbfa a tados los stibditos cuando eran convocados por sus gobernan- tes, En virrud de este principio genérico y de alcance universal, un dirigente tenia el derecho de exigir a todos sus gobernados un servicio militar gratuito, lo que tedtica~ mente le facultaba para reunir un ejército en caso de necesidad. En la préctica esta obligacién general resultaba inaplicable, entre otras razones por- que ningiin gobicrno disponfa de mecanismos para organizar un reclutamiento que po- dia afectar a centenares de miles de personas, ni una masa reunida con este criterio podria considerarse realmente un eército, ni las comunidades afectadas estaban dema- siado dispuestas a cumplir con ella de manera incondicional. En consecuencia, desde muy pronto se fueron introduciendo mecanismos de correccién y de seleccién que ajus- taban el principio cedrico a las posibilidades organizativas reales de los poderes piblicos y & los intereses de las comunidades: se mantuvo en los casos en los que el reino fuera atacado, de modo que el deber milicar implicaba de manera efectiva a todos los stibdi- 108 s6lo cuando hubiera una necesidad defensiva. Como las operaciones solfan tener una incidencia comarcal o local, la obligacién general se traducfa, normalmente, en ef deber de defender fa ciudad, la villa o el territorio inmediato, si bien en las entidades més poquefias —caso de los condados catalanes— este tipo de movilizacién defensiva podia extenderse sobre todo 0 casi todo su dmbito. La cuestién era distinta en caso de que el rey quisiera llevar a cabo una expedicién ofensiva —un fonsado—, En tales supuestos se fueron introduciendo condicionantes de diverso tipo que alteraron de manera sustancial el principio de obligacién general: por razones operativas, resultaba mucho més efectivo contar con un menor nimero de gue- sreros, pero minimamente armados y entrenados, que con una multitud inexperta ¢ ingobernable, ¢ igualmente era més eficaz movilizar Gnicamente a los stibditos de los territorios cercanos al campo de operaciones, que a todo el reino, Si a ello se unen las razones politicas 0 juridicas que llevaban a los gobernantes a otorgar privilegios a los pobladores de dererminadas localidades, se entiende que, en la prictica, este tipo de obli- gacién militar estuviera muy circunscrita, tal como se recoge en los fueros locales y orde- namientos gencralcs de todos los reinos: novmalmente, los habitantes de no pocas ciu- dades hispano-cristianas sélo tenfan que unirse a la hueste regia una ver al afio, y ello siempre que la expedicién se llevase a cabo en un espacio relativamente cercano —en su frontera»—, durante un tiempo determinado —normalmente entre tres dias y tres meses, segtin el fuero de cada localidad— y bajo determinadas condiciones —encabe- zada personalmente por ef monarca, emprendida con la intencién de levantar un cerco, offecer lid campal o luchar contra los musulmanes—, Ademds, fa exigencia tendié a con- centrarse sobre un grupo social 0 sobre una parte del mismo —un tercio 0 das tercios—, que normalmente era aquel que poda aportar un mejor equipo y quizds mayor expe- 144 dad Media riencia, esto es, sobre los caballeros, y a veces también sobre algiin porcentaje de peones. Ademds, la obligacién sélo afectaba al sefior de la casa, quedando exento el resto de la poblacién. Por ultimo, muchas localidades acabaron redimiendo este deber mediante el pago de una tasa de sustituciGn de servicio, la fonsadena. No existen demasiados datos en torno a la forma en que se ponfa en practica este reclutamiento general, pero cabe pensar que serian los representantes del poder real en cada territorio —condes, potestades, tenentes...— los que realizarian el llamamiento, selec- cin, organizacién del contingente y traslado hasta el lugar de reunién general, si bien en aquellas ciudades con gobierno urbano auténomo serfan las autoridades locales —alcaldes y jueces— las que efectuarian estas tareas. El segundo sistema de reclutamiento que permitfa a los gobernantes de los reinos ctis- tianos occidentales en general, ya los hispdnicos en particular, reunir a un numezoso grupo de guerreros, era el que se derivaba de las relaciones feudovasalléticas establecidas entre sefiotes y vasallos. En este caso, ef deber militar no era sino uno de los que tenfa que asu- mir el vasallo come contraprestacién del beneficio 0 feudo que hab‘a recibido del sefior: en Navarra y en Aragén, por ejemplo, la nobleza debfa acuditr al llamamiento regio durante tres meses al afio, a su propia costa. En Castilla, por su parte, los hidalgos que recibiesen de un sefior soldadas, tenencias de fortalezas, tierras 0 equipo militar —caballo y loriga—, igualmence estaban obligados a prestarle un servicio militar de tres meses. Este sistema permitfa a los monarcas contar con las aportaciones de sus vasallos direc- tos, pero al mismo tiempo facultaba a estos tiltimos —los grandes sefiores feudales—, aplicando el mismo mecanismo de relaciones privadas y contraprestaciones de deberes y servicios mutuos, a rodearse de sus propias milicias, que a la postre eran con las que se presentaban ante el rey cuando cran requeridos. De esta forma tanto la monarquia como la nobleza estaban en condiciones de reunir no sélo una parte sustancial de los ejércitos de campo, sino también de dotar a las guarniciones de los castillos. El alcance de esta obli- gacién o la magnitud del servicio que el vasallo debta prestar al sefior —cl ntimero de caballeros que tenfa que aportas, cl equipo con el que debfa presentarse, el tipo de ope- raciones en las que deberia participar—, dependfa normalmente del valor del feudo reci- bido: cuanto mayor fuese éste, mayor tendria que ser el deber comprometido. Esta formula de reclutamiento tenfa algunas ventajas respecto a la obligacién de cardcter general: en la medida en la que los vasallos habfan recibido una retribucién antes de que se les exigiera el servicio —el feudo—, cabfa esperar de ellos que se presentaran con el niimero de hombres y, sobre todo, con el equipamiento que hubiera sido estipu- lado en el contrato feudal; en segundo lugar, el sistema involucraba sobre todo a una elite social que justificaba su preeminencia en funcién de su dedicacién militar y que parti- cipaba de valores guerreros y caballerescos, de modo que bien puede considerarse que los grupos asi reclutados no sélo eran los que estaban mejor equipados, sino también los mejor entrenados y con mayor experiencia bélica. Pero no carecfa de problemas: era un servicio limitado, tanto en el tiempo como, a veces, en el espacio: los feudatarios cata- lanes, por ejemplo, tenfan que servir gratuitamente al rey por el feudo que habfan reci- [La Reconquista y la formacién de la Expaia medieval (de mediados del siglo x1 a mediados del siglo x1) 45 bido cuando las operaciones se desarrollaran en Catalufia, pero no asi si aquellas tenfan lugar fuera de sus fronteras. Siendo estos dos sistemas de recluramienco los que habitualmente aportaban la masa de guerreros al cjército real, existian no obstante otros expedientes, y entre estos, por supuesto, la entrega de determinadas cantidades de dinero a los combatientes era uno de los més corriences. El pago de soldadas era la férmula utilizada por los gobernantes para conseguir el alargamiento de las obligaciones gratuitas, tanto de las generales como de las feudales, una vez que se cumplia el plazo estipulado en los fueros o en los con- tratos vasalléticos, Por otra parte, tanto los monarcas como otras instituciones —caso de las Ordenes Militares— y petsonas —determinados nobles 0 caudillos milicares—, podian recurrir directamente a la contratacién de tropas que quedaban vinculadas a ellos tinicamente en virtud de un convenio econémico. El sistema de pago de soldadas tenta la ventaja de que el contratante podia evitar las limitaciones temporales y espaciales de las otras fSrmulas de reclutamiento, pero el ser- vicio creado de esta forma seguia sin set permanente, puesto que estas fuerzas s6lo esta- ban movilizadas durante el tiempo que durase la operacién o el dinero disponible. No obstante, allf donde se esperaba que un determinado cuerpo del ejército realizara un ser- vicio con continuidad —caso de las comitivas personales de los reyes o de las guarni- ciones de los castillos—, el dinero solia ser el fundamento para el reclutamiento. Pero habla otto conjunto de causas que hacia que los gurreros engrosasen las filas de un ejército, incluso sin estar obligado a ello: las expectativas de ganancia que toda guerra generaba, Por supuesto, aquellas expectativas respondfan a esperanzas de muy diverso tipo, pero todas tenfan algo en comiin: incitaban a los guerreros a unitse a los gjércitos sin necesidad que mediara el cumplimiento de una obligacién, ni ptiblica ni pri- vada, Ast, es posible comprobar cémo la posibilidad de acrecentar la influencia politica sobre un monarca poniendo a su servicio determinados recursos militares 0 el suefio de conseguir prestigio gracias a la gloria 0 la fama adquirida en los combates, podian inel- tat a determinados miembros de la nobleza a tomar parte en la guerra sin que técnica~ mente estuvieran impelidos por una obligacién. Por otra parte, no pocos individuos podian aspirar a ascender socialmente gracias a las ganancias materiales conseguidas durante la guerra: por ejemplo, el paso de pedn a caballero, con todas las implicaciones fis- cales, polfcicas y sociolégicas que conllevaba este cambio de estatus, era un fenémeno bien conocido que actuaba muchas veces como causa suficiente del enrolamiento. Y aunque no se produjera o se esperara tina mejora de la condicién social del individuo, el borin podia ser una férmula de enriquecimiento répido no desprecizble, capaz. por si mismo de movi- lizar a muchos. Claro que las expectativas que podfan poner en el camino de la guerra a un individuo no tenfan por qué ser tinicamente materiales: en un contexto en el que buena parte de los enfrentamientos armados estaban justificados y expresamente animados por razones de indole religiosa —la guerra contra el Islam—, los guerreros podfan aspirar a conseguir, mediante su participacién voluntaria en las expediciones, los beneficios penitenciales y 146 Edad Media espirituales que las autoridades eclesidsticas prometian cuando se predicaba una cruzada contra los musulmanes: el perdén de los pecados cometidos, fa gloria o la salvacién eterna. Sobre estos fundamentos, los monarcas hispano-cristianos podfan reclutar ejércitos que presentaban dos sefias de identidad caracterfsticas: en primer lugar, la heterogenei- dad de sus componentes, un rasgo explicable por la diversidad de obligaciones y expec- tativas a las que cada grupo o individuo respondia, por la variedad de modalidades de reclutamiento y por el muy distinto grado de preparacién, equipamiento, motivacién y compromiso de cada guerrero. En segundo lugar, la fuerza resultante de esta yuxtaposi- cidn escasamente conjuntada de elementos tenfa un marcado cardcter temporal, puesto que permanecfa unida sélo el tiempo que durase la campaiia. No obstante, la diversidad también afectaba a este ultimo rasgo: a pesar de que, tomado en su conjunto, los ejércitos feudales no eran permanentes, algunos de los ele- mentos que los componfan sf lo eran. En este sentido, cabe destacar que existieron peque- fios nticleos de guerreros, en general bien armados, entrenados y disciplinados, que ofte- clan alos gobernantes un servicio militar continuo, Sin duda representaban una minorfa, pero el valor de su aportacién era més cualitativa que cuantitativa: disponian de tiempo y recursos para realizar una instruccién personal y colectiva en el uso de las armas y de los movimientos técticos, tenfan espiritu de cuerpo y su disponibilidad era inmediata. Entre estos cuerpos, que pueden considerase como verdaderas elites, destacan en pri- mer lugar los efectivas que estaban al servicio personal de los reyes, formando comitivas armadas —caballeros y ballesteros principalmente— que velaban por su seguridad, pero que también constitufan el micleo en torno al que se organizaba ef resto del ejército cuando era convocado, Estas mesnadas o militiae regis estaban vinculadas a los monar- cas mediante un juramento de fidelidad y recibfan algun tipo de beneficio o estipendi Para esta época su mimero era poco felevante —la de Fernando III de Castilla posible- mente no superaba los ciento cincuenta o doscientos hombres y cabe suponer que era una de las mejor dotadas—, pero lo que determinaba su importancia militar era su profe- sionalidad, preparacién y disponibilidad. Un segundo cuerpo de cardcter per- manente lo configuran los contingentes aportados por las Ordenes Militares. Naci- das en Tierra Santa al calor de las cruzadas —caso de la Orden de Temple y Ia del Hospital—, estas instituciones que com- binaban la vida religiosa y la militar no tardaron en arraigar en los reinos cristia~ nos peninsulares, donde ademds inspira ron la creacién de otras especificamente hispanas —Santiago, Calatrava y Alcin- tara, aunque hubo otras Ordenes y cofra Cet dias menores*—. Cabal illo de Aleahia. ‘La Reconquista y la formacién de la Bspatia medieval (de mediados del siglo x1 a mediados del siglo x1) 147 Respaldadas por papas y monarcas, las Ordenes Militares contaron desde muy pronto con importantes recursos econémicos y con unas estructuras insticucionales que les permitfan sostener a unos contingentes pequefios —a mediados del siglo xau los efec- tivos de todas las Ordenes radicadas en Castilla-Leén quizds no superaran el millar—, pero jerarquizados, organizados, entrenados, bien armados y disciplinados. No obstante, su composicién también era heterogénea en cuanto a su preparacién y equipamiento, y de desigual valfa militar: junto a los hermanos —freires—, que representaban un verdadero modelo de caballero pesadamente armado —dotado de caballo de guerra, cota de malla, escudo, lanza larga y espada—, los escuderos —sergents— disponian de un equipo menos completo. Junto a estas tropas permanentes las Ordenes contaban con el setvi- cio temporal de los caballeros y peones de Jas villas que estaban bajo su jurisdiccién, con los voluntarios que decidian integrarse en alguna de ellas para beneficiarse de las indul- gencias penitenciales y ptivilegios espirituales que oftectan los papas a quienes luchasen junto a ellos, y con fuerzas contratadas. Es posible que, a veces, el papel desarrollado por las Ordenes en el esfuerzo smilitar y en la expansién territorial de los reinos cristianos hispénicos se haya sobrevalorado, pero no cabe duda de que su aportacién eta muy apreciada por la monarqufa: por su experiencia y conocimiento los reyes contaban con el consejo de sus maestres para la pla- nificacién y desarrollo de las actividades de la hueste regia; por su destreza y disponibi- lidad inmediata sus tropas siempre eran convocadas, respondian de manera répida y pro- tagonizaban acciones attiesgadas; por su permanencia ofrecfan un servicio no limitado en el tiempo, mantentan la presién contra los enemigos cuando el grueso de la hueste regia se habfa disuelto, y se podfan hacer cargo de las guarniciones de un buen nimeto de castillos de frontera. No obstante, por mucho que las fuerzas permanentes de las comitivas regias y de las ‘Ordenes Militares pudieran conformar una elite imprescindible para la conformacién de un ejército, la masa de los guerreros que acababa integrandolo formaba parte de efecti- vos no permanentes que se reclutaban especificamente para una campafia en concteto y que volvian a sus casas una vez terminada la expedicién. Mayoritariamente, estas fuer zas eran las que proporcionaban los sefiores y las ciudades. ~ Por lo que respecta a las tropas sefioriales, cabe recordar que, obligados por el deber general que afectaba.a todos los stibditos o por el servicio feudal, los nobles aportaban unos efectivos que ellos mismos se encargaban de reclutar y organizar dentro del marco sefiorial, y que por tanto estabatt bajo su dependencia directa, Estas milicias tampoco formaban un cuerpo homogéneo, ni por el estatus social, ni por la preparacién ni por el armamento de sus componentes: el niicleo central estaba formado por caballeros pesa- damente armados que mancenfan vinculos familiares o vasalléticos con el noble princi- ‘pal que las encabezaba, pero a éstos se unian otros caballeros de rango menor que habfan hecho de Ja guerra un oficio —caso de los infanzones— y caballeros villanos 0 peones procedentes de las villas 0 ciudades que pettenecian a su jurisdiccién. No conocemos bien su'estructura interna si bien, por lo que se refiere a su direccién, seria el noble prin- 148 Edad Media cipal quien las encabezara, tal vez contando con la ayuda y consejo de algiin cargo de su confianaa, al que algunas fuentes denominan armiger o alferez del sefior. Por supuesto, estas milicias podian actuar de manera completamente auténoma, al.margen 0 en con- tra de las directrices regias, lo que por otra parte no resultaba en absoluto extrafio, pero incluso cuando se integraban en Ia hueste regia parece que mantenian su coherencia interna, sin que llegaran a disolverse en unidades superiores. No es facil, para esta época, cuantificar el tamafio de cada una de estas milicias, entre otras razones porque el ntimero de guerreros que podia llegar a reunir un noble depen- dia de su patrimonio y de los feudos u honores recibidos, y esto era extremadamente variable, pero algunos indicios permiten pensar que, 2 mediados del siglo xin, una hueste sefiorial de cien caballeros completamente equipados y cuatro o cinco centenares de caba- Ileros ligeros y de peones debfa de ser considerada como un gran contingente. En todo caso, la suma de todas ellas representaba, en cuanto a la calidad, pero también en cuanto al ndmero, una de las aportaciones més importantes para la formacién del ¢jército real. En esto tiltimo las huestes sefioriales compartfan protagonismo con los contingen- tes allegados por los nécleos urbanos: formados por los propios vecinos, que cumplian as{ con las obligaciones que recogian los fueros locales, dirigidos por las autoridades de la ciudad —juez, alcaldes—, estructurados por unos cuadros de mando cuyas funciones también aparecen reguladas, los caballeros villanos y los peones que los integraban desa- rrollaban un importante papel en la organizacién militar del reino: por una parte, dis- frutaban de una autonomia de accién que les permitia defender de manera autosufi- ciente sus propios recintos amurallados y sus términos en caso de agresién —en determinados momentos de crisis del poder central, la defensa de las fronteras del reino recayé casi exclusivamente sobre ellos—, y realizar campafias por su propia iniciativa, interés y recursos?, Por otra, su aportacién al ejército real resultaba irrenunciable, no sélo por el nimero de guerreros que podian Megar a reclutar, sino también por su experiencia en la guerra de frontera, En este sentido, no deja de ser significative que, a pesar de que estos hom- bres de ciudad no fueran profesionales de la guerra y de que su disponibilidad estaba limitada en tiempo y espacio, su presencia se constata en la mayorla-de las campafias, cabalgadas, cercos y batallas campales. Por tiltimo, y por lo que respecta a la composicién de los ejércitos cristianos, a los contingentes no permanentes que ya hemos presentado, se unfan también aquellos otros evoluntatios» que se presentaban para participar en las expediciones bendecidas por los privilegios de la cruzada. Resulta aventurado indicar cémo se organizaban, aunque pre- visiblemence Hegaban agrupados en torno a las milicias de detetminados nobles, a las fuerzas de algunos eclesidsticos que habfan participado en las predicaciones 0 en grupos formados 2 hilo de estas tiltimas. Al menos en algunas campafias —en la conquista de Zaragoza o en la batalla de Las Navas de Tolosa—, su colaboracién fue notable, no sélo por el mimero de efectivos o por la cualificacién de algunos, sino también por su entu- siasmo militante (Vid. infia pp. 198-201 y 205-208). [La Reconquista y la formacién de la Hspatia medieval (de mediados del siglo x1 mediados del siglo x11) 49 1.1.2. Bjércitos musulmanes Como deciamos al principio de estos parrafos, las pautas seguidas por los estados islémicos para reunir y organizar sus recursos difieren de las de los nticleos hispano-cris- tianos, Desde luego, entre ambas habfa puntos de coincidencia que no se pueden obviar, pero también encontramos algunas diferencias sustanciales que, en definitiva, son las que permiten hablar de un modelo organizativo distinto. Como ocurria en los reinos del norte, los distintos poderes politicos andalusfes y norteafricanos también conocieron la obligacién general que permitia a los dirigentes movilizar al conjunto de la poblacién en caso de necesidad o de cara al desarrollo de una campafia concreta. En estos supuestos los poderes piiblicos ordenaban a los gobernado- res de las ciudades 0, en sui caso, a los jefes tribales, la realizacién de reclutamientos for- 20508 que recafan sobre el conjunto de la poblacién. No sabemos si existfa algun criterio de seleccién —edad, condicién fisica, estatus socioeconémico o profesional—, pero desde luego las fuerzas ast reclutadas formaban un contingente diferenciado del resto de! ejército, al que las fuentes denominan hitétd y que seguramente presentarfa una composicién étnico-cultural heterogénea: por ejemplo, en tiempos de los grandes imperios norteafricanos esta conscripcién afectaria a la poblacién de otigen andalusf,'a las tribus drabes y las beréberes del Magreb, Previsiblemente en la mayoria de los casos la valfa y preparacién militar de estos efectivos seria escasa, por lo que cabe suponerles el desarrollo de funciones de servicio més que bélicas. En todo caso, la dedicacién de estas fuerzas al organigrama militar serfa temporal y compensada eco- némicamente con pagas 0 donativos. Otro recurso militar de los estados iskimicos, que presenta un evidente paralclismo con alguno de los que ya hemos visto entre los reinos cristianos, es el de los «wolun- tarios: aquellos musulmanes que pretendian cumplir con el precepto del yihdd, tenfan la posibilidad de hacerlo uniéndose a los ejércitos que marchaban a combatir a tierra de infieles, Sbemos que estos «voluntarios de la guerra santa» —los muctaww't— permanecfan agrupados en un solo cuerpo individualizado y que luchaban juntos —a veces en posiciones de vanguardia—, si bien hay que suponer, atendiendo a su composicién —combatientes no profesionales, sectores religiosos de la sociedad islé- mica, ancianos piadosos—, que destacarian més por su entusiasmo militante que por su descreza y equipamiento. Sin duda estos aspirantes al martirio destacarfan del resto de los contingentes por su singularidad, pero quizds no siempre por su ntimero —aun- que en algunas campafias podia llegar a ser un grupo nutrido— ni desde luego por su eficacia. Tanto los reyes de taifa como los gobernantes norteafricanos contaron con séquitos armados personales 0 guardias palatinas —Ilamados haiam o ‘abid— destinados a garan- tizar su seguridad, pero que llegado el caso también formaban parte de los ejércitos de campo. Se da la circunstancia de que en no pocas ocasiones los integrantes de estos cucr- pos eran esclavos extranjeros que mantenfan sus scfias de identidad religiosa —cristia- nos— o que destacaban por sus rasgos étnicos —negros y blancos—. 150 Edad Media Ni los efectivos procedentes del reclutamiento obligatorio, ni los voluntatios ni las, guardias palatinas marcaban el cardcter de los ejércitos musulmanes de la época, Por el contratio, el rasgo distintivo de los mismos, precisamente el que los diferenciaba de sus con- temporineos cristianos, era la existencia de un ejército regular asalariado, de cardcter per- manente, organizado, mantenido y equipado por cl estado, Fsta fuerza armada, llamada ‘und, era el pilar bésico de la organizacién militar de los estados iskimicos medievales, pudiendo considerarse que los soldados regulares —murtaziga— tenfan un cardcter pro- fesional, puesto que el cobro regular de un salario—mensual o trimestral—, unido a los donativos en dinero y equipo que recibfan al comienzo y al final de cada campafia —baraka—, les permitia una completa dedicacién a la actividad militar. Sin duda era el elemento més numetoso y mejor equipado y preparado del ejército islAmico. E] control de su gestién, reclutamiento y financiacién por parte del diwvdn, Ia oficina que se encar- gaba de realizar el listado de los soldados inscritos en cl registro militar y de distribuir las soldadas, convertfa al ejército en una herramienta estatal, en un grado que no se encontrarfa en Occidente hasta finales del siglo xv. Este ejército permanente estaba repartido por diversas circunscripciones o distr tos, tehiendo como lugar de cabecera o concentracién algunas ciudades o fortifica- ciones importantes: en la época de los grandes imperios norteafricanos, por ejemplo, ciudades como Marrakech o Sevilla serfan centros militares que acogfan a una parte importante del yund, pero tropas del ¢jército regular también se encontraban cn Valencia, Murcia, Granada, Cérdoba o Alcacer do Sal, entre otros lugares. A esta terri- torializacién de las fuerzas armadas profesionales contribuia también la pervivencia de una antigua férmula de financiacién de las tropas, el régimen de igtd’, en virtud del cual el gobernante entregaba a los contingentes determinadas tierras en las que se asen- taban, o las rentas pagadas por los habitantes de las mismas, a cambio de la prestacién de un servicio militar. El und presentaba una composicién muy heterogénea, puesto que en él se inte- ‘graban elementos de muy diversa procedencia é:nico-culeural, tradicién o costumbres militares, y motivacién: contingentes andalusies, beréberes pertenecientes a los més variados troncos tribales del Magreb, drabes, turcos ¢ incluso mercenatios ctistianos convivian en el marco de una tinica estructura organizativa. Por lo que sabemos, las sin- gularidades étnicas, religiosas, politicas y tdcticas se mantenfan dentro del ejército, de modo que cada grupo conscrvaba su identidad y organizacién interna. Esta falta de homogeneidad estd en la base de los problemas disciplinarios y de su probada inefica- cia en momentos claves. 1.2, Recursos econédmicos: la financiacién de las operaciones En una economfa bisicamente agraria y de rendimientos mediocres, como era la de das sociedades medievales, extraet las cantidades necesarias para hacer frente a las deman- das bélicas no s6lo-era complicado, sino que ademés éstas, por importante que llegaran a ser, siempre serfan escasas: seguramente caracteristicas tan marcadas de la guerra medie- ‘La Reconquista y la formacisn de la Espa‘ia medieval (de mediados del siglo x1 a mediados del siglo x1) 191 val como la temporalidad y estacionalidad de las operaciones, la no permanencia de los ejércitos 0 la necesidad de recurrir continuamente a los arreglos privados de cardcter feu- dal para conformar una hueste no sean del todo ajenas a estas limitaciones financieras. Por supuesto, cada reino procuré solventar estas necesidades econémicas de una manera distinta, pero tambign en este terreno se pueden esbozar dos modelos distintos de financiacién: el construido pot las monarquias cristianas del norte, que se atiene en sus lineas genetales ala fscalidad del Occidente europeo, y el vigente en al-Andalus, que se ajusta al de los estados islémicos medievales. Por lo que respecta al primero, cabria destacar en primer lugar que, para suftagar los gastos bélicos, los reinos feudales podian acudir a las sumas procedentes de cualquiera de las rentas que cobraban a sus stibditos, pero ademds crearon una setie de impuestos finalistas cuyo objetivo espectfico era la financiacién de diversas actividades militares: es ¢l caso, por ejemplo, de la anubda y Ia castilleria, dos rentas destinadas a costcat los set- vicios de vigilancia de los términos y la construccién o reparacién de fortalezas, respec- tivamente. Originalmente ambos conceptos aludfan a la obligacién personal de los sib- dicos de participar en aquellas tareas, pero con el paso del tiempo los servicios personales comenzaron a ser tedimidos mediante la entrega de una cantidad de dinero, lo que daria lugar a le creacién de las dos rentas, que entraron a formar parte de los impuestos ordi- natios que cobraba la monarquia. Esta misma trayectoria puede observarse en el que fue, posiblemente, el mds impor- tante de los impuestos ordinarios de cardcter militar cobtado en los reinos de Castilla y Ledn: la fomsadera, Otiginado como una multa que se imponfa a quienes incumplian con la obligacién general de acudir a las expediciones organizadas por el rey —el fonsado—, acabé convertido en un canon pagado por la redencién del servicio. No sabe- mos cémo los monarcas gestionaban Ee estos fondos, pero por Jo menos en algunas ocasiones las sumas pagadas - a por los hhabitanees de-un desermainado — ‘4 4 bigs 5 3 Cee gues Moro Inicleo se repartfan entre aquellos otros vecinos que sf acudian al fonsado. También en el reino de Aragén se documenta el rederiptio exercinusy el defoctus servitii, pago por tedencién de servicio y multa por incum- plimiento militar, respectivamente. Las sumas procedentes de estos ingresos no eran suficientes para cubrir los gastos de la guerra,-de ahi que los monarcas tuvieran que realizar peticiones de cardcter extraor- dinario que dieton origen a nuevos impuestos nacidos de la perentoriedad bélica. Es el caso del «petitunt» castellano-leonés, nacido a finales del siglo x1 como una exigencia excepcional para sostener el coste de la guetra contra los almorfvides, acabé pot con- vertitse, un siglo después, en un recurso ordinatio de la Corona, En la misma tenden- cia se inserta el bovaticum 0 bovaige cobrado de forma extraordinaria por la monarqula catalano-aragonesa en los siglos xi y XIN, ¢ igualmente, a comienzos del siglo xin los 152 Edad Media reyes de Leén, de Castilla y de Aragén, presionados por las necesidades militares, exi- gian a sus sibdicos otro impuesto extraordinario —conocido como moneda y pagadero cada siete afios— a cambio de no alterar el valor de las monedas. En casi todos los casos, estas imposiciones extraordinarias requerfan el consentimiento del reino, reunido a tal efecto en asambleas o curias que estan en el origen de las cortes medievales. En la medida en que la guerra se justificaba por razones religiosas, las rentas de la Iglesia hispana se convirtieron en una fuente sustancial para su financiacién. En muchas ocasiones, bien fuera por convencimiento, bien por interés, las autoridades eclesidsticas, contando con el beneplicito del papado, accedieron a las demandas econémicas que reyes, algunos nobles, Ordenes Millitares y determinados obispos les planteaban utili- zando el argumento de la lucha contra los infieles, la defensa de la Cristiandad o la expansién de sus fronteras. A veces, por el contrario, la participacién de los poderes lai- cos en las rentas eclesidsticas —especialmente en la tercera parte del diezmo que se reser- vaba pata el mantenimiento de las fabricas de las iglesias, conocida como tercias— no era ni voluntaria ni consentida, y respondia a una verdadera extorsién. Por otra parte, el hecho de que algunas campafias militares recibieran la considera- cién de cruzada, implicaba la puesta en funcionamiento de algunos mecanismos extraor- dinarios de financiacién: la concesién de bulas de cruzada con privilegios espirituales y penitenciales por parte del Papa no se limitaba a los guerreros que personalmente par- ticipasen en las expediciones, sino que tambien se extendfa a quienes realizaran aporta- ciones econémicas o materiales para el reclutamiento, equipamiento o sostenimiento de los cruzados. Estas cléusulas generaban un flujo de donaciones en metdlico, de caballos, de armas, de equipos o de viveres procedentes de todos aquellos que no podian 0 no que- rian combatir, pero estaban interesados en beneficiarse de las indulgencias. Por lo demds, en algunas ocasiones la guerra contra el Islam en la Peninsula pudo financiarse con las contribuciones impuestas por el Papa a Ja Iglesia hispana —la vigésima, que represen- taba el 5% de las rentas eclesidsticas— para costear [as cruzadas en Tierra Santa. De la misma forma que, Ilegado el caso, la Iglesia pod{a verse obligada a contribuir ala guerra entregando parte de sus rentas en contra de su voluntad, también otras comu- nidades se vefan en una situacién parecida cuando las necesidades financieras apremia- ban: no es extrafio que los vecinos de determinadas ciudades o las aljamas judfas, se vie- ran constrefiidas a entregar empréstitos forzosos a los monarcas para que pudieran emprender o culminar las campafias, todo ello bajo el compromiso de una futura resti- tucién. Claro que también existfan préstamos dinerarios de cardcter més o menos volun- tario: banqueros, comerciantes, Ordenes Militares, iglesias ¢ incluso reyes aparecen como prestamistas de monarcas y de otras instituciones y personas que carecfan de numerario suficiente para costear su actividad militar. Los reinos cristianos también podfan contar con otro importante recurso econé- mico de cardcter extraordinario para financiar la guerra: los tributos —parias— que, en determinadas citcunstancias, pagaban los estados islmicos a sus vecinos del norte. Escas contribuciones eran exigidas como contrapartidas al apoyo militar prestado a un La Reconquista y la formacién de la Espaita medieval (de mediados del siglo x1 a mediados del siglo x1u) 153 nticleo politico musulmén frente a terceros —en cuyo caso se creaba una especie de «protectorado» 0 zona de influencia del reino cristiano sobre el islmico—, como requi- sito para detener una incursién que estaba en marcha © para no iniciar una agresién. Estos ingresos dependian del escenario politico que hubiese en la Peninsula en cada momento, pero determinadas circunstancias fucron particularmente propicias para su imposicién: la época de los primeros taifas —desde mediados del siglo x1 hasta la ultima década de esta centuria— quizds fuera la época dorada de las parias, cuando todos los reinos cristianos —-Aragén, Navarra, los condados catalanes, y por supuesto Castilla- Leén— aprovecharon la fragmentacién, debilidad y enfrentamientos de aquellos para exigirles ef pago de enormes sumas de oro. Pero, en realidad, cada vez. que al-Andalus se dividié la situacién volvié a reproducirse: ast ocurrié en los afios centrales del siglo xm, cuando las dificultades que encontraron los almohades para imponerse en tierras levan- tinas faculté otra ver a la monarquia catalano-aragonesa para imponer patias sobre algu- nas de las segunda taifas —al rey Lobo de Murcia—, y lo mismo volvié a ocurrir en el siglo xm, cuando el surgimiento de las terceras taifas permitié que Fernando III recom- pusiera el régimen de parias en Andalucfa. Sin duda, estas grandes cantidades de dinero sirvieron para retroalimentar la guerra y costeat las grandes conquistas (Vid. infra pp. 180-183 y 187-193) Por tiltimo, la ganancia que derivaba directamente de la actividad militar, el botin, también contribufa a financiar la guerra. Ello cra asi porque una parte de los beneficios que se obtenfan en una campatia, el quinto, revertia a favor de las arcas de la monarquia, Ja cual podfa a su ver utilizar estos fondos para costear nuevas expediciones, reponer equi- pos, pagar salarios o recompensar fidelidades. El resto del botin se repartia entre los gue- rreros participantes, y se hacfa en funcién del equipo militar aportado por cada uno, de modo que la patticipacién bélica devenfa on una auténtica industria: cuanto mayor fuera la inversién inicial que el combatiente realizara en su caballo, equipo y armamento, mayor serla su parte del botin, lo que, a su vez, le permitiria disponer de mejores instrumentos que, en futuras campafias, devengarfan ganancias mds sustanciosas4. En realidad, la ganancia econdmica de la guerra por via del botin no es una cucs- tidn exclusiva de los reinos cristianos, puesto que el beneficio material del guerrero, a través de su participacién en los bienes caprurados al enemigo durante las campafias, era también una préctica muy aquilatada en la cradicién militar de los estados musulmanes, que por supuesto contribufa a financiar la guesra. Engarzando con las costumbres preis- Limicas, cl Corén y la Sunna legitimaron y regularon el reparto del borin —ganima—: como en los reinos cristianos, un quinto de lo conseguido quedaba en manos del gober- ante, mientras que el resto sc dividia entre los combatientes en proporcién a su cate- goria social o militar y siguiendo una reglamentacién muy detallada>. Todavia es posible encontrar otro paralelismo entre las férmulas de financiacién de fa guerra utilizadas por los cristianos y las de los musulmanes: como ocurrfa en Occi- dente con la predicacién de la cruzada, en el mundo islémico el yihad no sélo animaba alos hombres a combatir «por la causa de Dios», sino también a colaborar con sus bienes 154 Edad Media y-con sus haciendas, de modo que quien entregaba dinero, caballo o armas para la gue- zra contra el infiel, o quien equipaba a un guerrero a su costa, adquitia la misma con- dicién que un combatiente. Sin embargo, a pesar de estas coincidencias, en el mundo islamico la obtencién de recursos para financiar la guerra respondia a un modelo diferente al que hemos glosado para los reinos cristianos: si en estos la mayor parte de los medios econémicos procedfan de imposiciones extraordinarias, exigidas al hilo de las necesidades y caracterizadas por una fuerte irregularidad ¢ inconstancia, en los estados musulmanes el sistema imposi- tivo estaba perfectamente reglado en las normativas juridico-religiosas —el Corin y la Sunna—, por lo que al menos teéricamente el sistema no podia quedar al albur de la voluntad o la necesidad del soberano. Cualquier abuso o imposicién fiscal extracorénica —magirim— no sélo se consideraba injusta, por cuanto no se aten(a a la ley, sino tam- bién impfa, pues violaba los preceptos divinos. ‘Ast las cosas, los tinicos ingresos legitimos de los estados istémicos eran los proceden- tes de la limosna legal que entregaban los creyentes —sadaga o zakat—, que en grandes lineas equivalfa al diezmo de sus ganancias, y las imposiciones terrivoriales y personales pagadas por los no musulmanes —el jardy’y la yizya—. Como podré suponerse, las nece- sidades del gobierno, incluyendo por supuesto las relacionadas con la guerra, obligaban a no pocos ditigentes a violar estos preceptos y a establecer exigencias ilegales, pero enton- ces corrian cl riesgo de enfrentarse no sélo a una poblacién descontenta, sino también a los sectores religiosos de la sociedad: eso fue, precisamente, lo que ocurtié cuando los reyes de taifa del siglo x1, para hacer frente al pago de patias requerido por los monarcas ctistia- nos y a las amenazas militares de sus vecinos, establecieron nuevas cargas sobre sus stibdi- tos y los ulemas no dudaron en justficar su deposicién por parte de los almoréyides. Los almohades también justificarfan la guerra contra estos ultimos por su impiedad al impo- ner tasas ilegales®. Es posible que estas limitaciones legales y religiosas dejaran a los gobernantes musul- manes en una posicién de inferioridad respecto a los monarcas cristianos a !a hora de obtener recursos financieros para sostener la guerra, pero esto se compensaba gracias al mayor desarrollo agrario y comercial de al-Andalus, que permitfa a los estados islimicos disponer de unos vohimenes de riqueza que eran impensables para sus vecinos del norte. Cabrfa preguncarse, entonces, porqué disfrutando de unas finanzas més potentes para costear su actividad militar, los estados islamicos fueron perdiendo terreno frente a los ctistianos, No es ficil dar una respuesta concluyente, aunque quizds la razén pueda encontrarse no tanto en la organizacién militar, cuanto en la distinta conformacién de ambas sociedades: mientras que las cristianas se organizaron para la guerra, las isldmicas dejaron esta actividad en manos de ejércitos profesionales. En consecuencia, los gober- nantes musulmanes tenfan oro, pero carecian de una base social que se implicase en la guetra, mientras que los reyes cristianos disponian de poco numerario, pero contaban con mucha gente dispuesta a ganarse la vida en la guerra, A este fenémeno es al que se referfa un autor musulmdn del siglo xH al intentar explicar emo los pobres estados de La Reconquista y la formacién dela Espaia medieval (de mediados del sigo x1 a mediados de siglo X00) 155 norte habjan podido imponerse sobre los ricos estados del sur: los reyes cristianos repar- fan lo poco que tenfan entre sus guerreros, mientras de fos reyes musulmanes «se guar- daban los dineros y perdfan soldados. De donde resultaba que los cristianos tenfan teser- vas de soldados y los musulmanes reservas de dineros, y a esta circunstancia se debe que nos sojuzgaran y triunfaran de nosotros.» 1.3, Logistica de la guerra: transporte y abastecimiento Uno de las mayores retos técnicos al que tenia y tiene que hacer frente cualquier diri- gente politico y militar, en cualquier época histética, ¢s el de mover y alimentar a sus con- tingentes, dos conjuntos de actuaciones que los tratadistas militares suelen englobar bajo el concepto de «logistica», Ambas acciones dependen en muy buena medida de los nive- Jes de desarrollo tecnol6gico, econémico y administrative de cada momento, y los medie- vales no se caracterizan precisamente por su sofisticacién y solvencia. No puede extrafiar, pues, que durante el petiodo aqui estudiado los reinos y estados carecieran de sistemas logisticos permanentes que garantizascn la seguridad y rapidez de los movimientos de los gjézcicos, el transporte del material necesario para la guerra y, de manera muy especial, el mantenimiento de hombres y monturas durante !as campafias. Las limitaciones en este terreno eran enormes, hasta el punto de que muchas de las decisiones militares que’afec- taban al curso de las operaciones estaban determinadas por la imposibilidad de hacer frente a aquellos retos. Por supuesto, aunque en todos los estados o reinos de la Espatia de la Plena Edad ‘Media encontramos evidences incapacidades a lz hora de desplazar y alimentar a sus ¢jér- citos, no todos las presentan en el mismo grado: en general, el mayor indice de desarrollo administrativo de los estados islémicos les permitié contar con unas maquinarias orga- nizativas bastante mds sofisticadas que las de sus vecinos feudales del norte, cuyos siste- mas logisticos resultan, habirualmente, bastante primarios. 1.3.1. Medios de transporte Por lo que respecta al traslado de un ejército desde el punto de concentracién hasta el lugar que se querla atacar o defender, quizés la primera consideracién que haya que tenct en cuenta sca la de los medios de transporte disponibles. Para unos cjércitos formados por caballeros y peones, el movimiento de un contingente viene marcado por la marcha a pie, a caballo 0 en mulo, cuya velocidad solia ser lenca: para la época que tratamos, se ha cons- tatado que una tropa formada exclusivamente por hombres montados podia cubrir, razo- nablemente, unos 40 0 50 km. en una sola jornada, si bien en algunas circunstancias —-grupos reducidos, con equipamiento ligero y en trayectos de un solo dia— las distan- cias recorridas podian llegar a los 70 km. Los peones, obviamente, se desplazaban con bas- tanre mds lentitud: entre 25 y 30 km. diarios representa una media aceptable®. En la mayoria de las campafias los ¢jércitos estaban integrados por caballeros y peo- nes, as{ que su velocidad tenia que ajustarse al ritmo de estos tltimos. Ademés, como 156 Edad Media hombres y monturas iban cargados de material —viveres, armamento, tiendas de cam- pafia— y debfan mantener la formacién, el avance normalmente era atin mds pausado, especialmente durante las grandes expediciones: para el trayecto realizado por el ejército almordvide desde Granada hasta Uclés durante la incursién que culminarfa en la oéle- bre derrota castellana —el 29 de mayo de 1108—, los efectivos musulmanes necesita- ron entre veinte y veinticinco dias, lo que significa una velocidad media entre 18 y 23 lcm. diarios, Un ritmo parecido lo encontramos en otras expediciones: en el trayecto entre Cérdoba y Huete, realizado durante el verano de 1172, el ejército almohade tuvo que emplear veintitin dfas, con una velocidad media de unos 23 km. por jomada, un promedio muy parecido al que necesité el contingente cruzado que luché en Las Navas de Tolosa para trasladarse desde Toledo —entre 15 y 20 km.—?. Por supuesto, uno de los factores que incidfa en la lentitud de los desplazamientos era el estado de los caminos, Seguramente un pequefio destacamento podia moverse con sol- rura por cualquier tipo de terreno, pero las grandes concentraciones de hombres y anima- les tenfan que hacerlo por rutas bien transitadas y conocidas, que previsiblemente eran las ms anchas y las que se encontraba en mejores condiciones, Sin duda, las antiguas calza~ das romanas segufan siendo empleadas, y viejos caminos como la Ruta de la Plata, el era- dicional entre Cérdoba y Toledo por tierras manchegas, o el que circunvalaba la costa mediterrnea en el drea levantina fueron utilizados una y otra vez por los ¢jércitos. El problema radicaba en que, por regla general y debido a la inexistencia de insti- tuciones que velasen por ellos, cl estado de conservacién de aquellos caminos cra muy deficiente, Por supuesto, siempre cabta la posibilidad de que, como ocurrirfa més tarde durante fa Guerra de Granada, una vanguardia de gastadores del propio ejército se encar- gnse de arreglar las vias, abrir senderos o de reparar o construir puentes, pero lo cierto es que apenas se encuentran noticias que permitan pensar que, para los siglos centrales de la Edad Media, se recutriese a estas practicas. Quizés el tinico ejemplo claro de las mismas, ¥ por ello especialmente resaleable, sea el que se observa en el mundo almohade: hay constancia de que los califas tenfan la previsién de dar érdenes a los funcionarios y gobemnadores de los lugares por donde tendria que marchar el cjército, para que acon- dicionasen las vfas de comunicacién™, Los movimientos de tropas a lo largo de los caminos presentaban otro problema'afia- dido: el de contar con lugares seguros y habitables en los que descansar durante las noches, Para un momento inmediatamente posterior al aqui analizado, los tratadistas de cuestiones militares adverrian precisamente sobre la pertinencia de clegir localizaciones idéneas para establecer los campamentos, lugares donde hubiese puntos de agua, hierba para las monturas y lefia, alejados de lechos de rios, arroyos o zonas pantanosas que pudieran inundarse, y en los que condiciones topogrificas no facilitaran el ataque de los enemigos —bajo oteros o sierras—". Los conductores de la hueste, los adalides, tenfan la obligacién de conocer el terreno y elegir los puntos mds adecuados y seguros para cl ascntamiento. Obviamente, ello suponta tener una informacién previa no sélo sobre las caracteristicas de los lugares por 1La Reconguistay la formacién de la Espafia medieval (de mediados del siglo x1 a mediados dei siglo x11) 157 donde tendrfa que pasar el ejército, sino también sobre las fuerzas, posiciones, movi- mientos ¢ intenciones de los adversarios, para lo cual debfa contarse con un red de infor- madores que proporcionase aquellos datos: «lenguas», ebarruntes» y «escuchas» jugaban, pues, un papel fundamental para el desarrollo de una marcha y la supervivencia de una hueste en terreno enemigo!?, Aunque estas tiltimas apreciaciones y consejos aparecen en fuentes de finales del siglo xim1 y primeras décadas del x1V, las cosas no ser‘an diferentes en tiempos anteriores. Por ejemplo, la reconstruccién del itinerario seguido por el ejér- cito cruzado que participé en la campafia de Las Navas de Tolosa ha permitido consta- tar que al final de cada jornada la hueste se asentaba en lugares en los que habfa agua y hierba para mantener a hombres y bestias!?. Cuando las tropas viajaban por territorio enemigo su estacionamiento podia depender de factores imprevistos, bien por la cercanfa del adversario, bien por que lo inadecuado de un terreno insuficientemente conocido. Sin embargo, al menos micn- tras que el ejército se desplazara por tierra propia, los dirigentes podian dar las érde- nes pertinentes para que, con suficientemente anticipacién, se acondicionaran los lugares donde tendrfa que descansar. Los almohades, cuyos contingentes se traslada- ban a fo largo de miles que kilémetros dentro de su propio imperio cuando marcha- ban desde el Magreb hasta las fronteras de al-Andalus, disponian de «casas de etapa» y «aguadas» a lo largo de los caminos, cuyos responsables eran avisados con tiempo para que las preparasen, almacenasen viveres y forraje, y desde luego garantizasen la existencia de agua’, En algunos casos los movimientos de tropas requerian la utilizacién de barcos, lo que daba lugar a problemas logisticos muy especificos, relacionados con la disponibilidad de una fuerza naval y con las dificulrades de su conduc- cién, Durante este periodo, al menos en dos ‘Sello real de Jaime 1, (Archivo de la Corona de Aragén). contextos distintos el transporte maritimo resule6 esencial para el desplazamiento de los contingentes: el primero de ellos estd relacionado con los proyectos de conquista de las Islas Baleares protagoniza~ dos por Jos gobernantes catalanes o catalano-aragoneses. Ya en 1113-1115 Ramén Beren- guer III se habfa unido a una expedicidn cruzada, encabezada por la repuiblica de Pisa, con el objetivo de tomar las islas, y légicamente la flota tuvo un papel esencial: los barcos pisa- nos y catalanes —-un centenar, entre galeras y navios de transporte-— no slo cargaron a los hombres que desembarcaron en Ibiza y Mallorca —se calcula que fueron unos veinte mil efectivos—, sino también los caballos, armas, viveres y, especialmente, material y equi- 158 Edad Media pos pesados que se utilizaron para construir las torres de madera, méquinas de lanzamiento de piedras y de grandes dardos —balliseas—, dispositivos para la proteccién del acerca- miento de los guerreros a las bases de los muros y arietes que se emplearon en la expug- nacién de las dos ciudades. Esta vez la conquista de Baleares no se consolidé, pero en 1229 Jaime I llevé a cabo otra campafia contra Mallorca, esta vez definitiva, en la que la logis- tica naval volvié a tener un protagonismo determinante: se tuvo que reclucar, organizar y financiar una flota de unos ciento cincuenta barcos de distinta capacidad y funcionalidad —veinticinco naves de gran tonelaje, doce galeras, dieciocho taridas para la carga de caba- los y un centenar de buques y galeotes—, que fueron capaces de transportar a unos diez mil hombres!5. El segundo contexto en el que el transporte maritimo tenia un papel crucial para el curso de las operaciones militares lo encontramos en el paso del Estrecho por parte de contingentes musulmanes: dado que las sedes centrales y la mayor parte de los territo- rios y recursos que controlaban los gobernantes almordvides y almohades se encontra- ban en el norte de Africa, todas sus expediciones en al-Andalus exigfan, ademds de unos preparativos complejos para el desplazamiento de las tropas a través de los caminos terrestres, una organizacién especial para atravesar el Estrecho de Gibraltar, Esta accién requerfa que en los puertos norteafricanos se concentraran un buen ntimero de naves que debian transportar no sélo a miles de hombres, sino también caballos, viveres, arma- mento y bagaje, en una operacién que podfa durar uno o dos meses. Por los detalles que conocemos de las travesias almohades, sabemos que se trataba de un ejercicio complejo que en su momento hab/a obligado al califa a construir una flota para garantizatla, lo que a su vez implicaba no pocos problemas organizativos relacionados con su organiza- cién, reclutamiento y mantenimiento’$, 1.3.2. Sistemas de abastecimiento Junto al problema del movimiento de ropas y de equipos, el otro gran reto logis- tico era el del abastecimiento de hombres y monturas, Como hemos comentado, la inexiscencia 0 ineficacia de sistemas estables de intendencia dificultaba el curso de las operaciones, especialmente cuando se trataba de grandes expediciones de larga duracién, que concentraban a miles de personas, caballos y mulas que, alejados de sus firentes habi- tuales de provisiones, tenfan que alimentarse y beber durante muchos dias. La forma més simple de aprovisionamiento para cualquier hueste que se internara en territorio enemigo era vivir sobre el terreno a base de saquear las comarcas por las que se desplazaba. Sc trata de una préctica cotidiana entre los ejércitos medievales, que ser- via no sélo para alimentar a un contingente, sino también para castigar o debilitat a los adversarios!”; para su realizacién, bastaba con que, partiendo del cuerpo central expedi- cionario, pequefias partidas de algareadores, debidamente protegides por efectivos armados, se desgajasen de la hueste en busca de comida —cereales y frutos—, ganado, hierba 0 paja. El borin conseguido de esta forma pasaba a integrar ef almacén comin y era repartido con posterioridad entre todos los miembros de la hucste!®, La Reconquista y la formacién de fa Esperia medieval (de mediados del siglo x1 a mediados del siglo xm) 159 En la medida en que la supervivencia de un contingente podia llegar a depender de los viveres y del agua que encontrasen sobre el terreno, resultaba necesatio tener un conocimiento previo de su estado, de modo que la expedicién eligiera caminos en los que encontrase alimentos, fuentes y hierba para el ganado. Ademds, y por esta misma consideracién, no todas las estaciones del afio eran propicias para la guerra: habfa que emprenderla en primavera y verano, entre otras razones porque era entonces cuando los frutos estaban madutos, las cosechas preparadas para la siega y el pasto disponible para las monturas. Como se decfa en un libro de consejos dedicado a Fernando III de Casti- lla, habia que entrar en tierra enemiga cuando pudiera encontrarse en ella hierba verde © seca y mantenimiento para la gente, y no debla detenerse hasta que la hubiese saqueado y recogido el ganado y los cereales, porque de esta forma, se conclula, por adonde fueres, hallards qué comer ti y tus compafias.9!? Esta forma de abastecimiento tenfa limitaciones y problemas. Quizds una hueste pequefia podfa sobrevivir con lo que encontrase sobre fa marcha, pero las posibilidades que un gran ejército tenfa de conseguirlo disminufan en proporcién directa a su nuimero y al tiempo que estuviese sobre un mismo terreno: cuantos mas hombres y bes- tias conformaran un contingent, y cuanto mayor fuera el tiempo de permanencia en tun lugas, mds asiduamente tendrfan que enviarse partidas de forrajeadores —aumen- tando asf el riesgo de que éstos suftieran contraataques enemigos— y més acelerada- mente se esquilmarian los recursos de una zona, haciendo imposible encontrar viveres. En absoluto son extrafios los casos de ejércitos que tuvieron que abandonar una comarca sélo porque la presién sobre el terreno habla agotado cl suministro, como tam- poco lo son los ejemplos en los que, por esta misma razén, una operacién —habitual- mente un cerco— tenfa que darse por terminada. Asi, en 1133 una expedicién dirigida por Alfonso VII que se habia internado en el valle del Guadalquivir y saqueado siste- maticamente el entotno de Sevilla durante dos 0 tres semanas, tuvo que levantar el cam- pamento y ditigirse a la zona de Jerez cuando comenzaron a escaseat las ganancias. Si los planes de-Alfonso VII se fueron ajustando a las posibilidades de vivir sobre el terreno, los de su nicto, Alfonso VIII, simplemente tuvieron que interrumpirse: en 1213 se vio obligado a finalizar cl asedio sobre Bacza a causa del hambre que padecta la hueste y que no pudo ser remediada con las algaras enviadas por los alrededores en busca de alimentos, una situacién muy similar a Ja que vivié el ejército almohade en 1172 ante las murallas de Huete, cuando la vuelta de los forrajeadores con las manos vacias precipité una retirada catastréfica™, Esté claro, pues, que la provisién de viveres no se podfa confiar tnicamente a la suerte que se tuviese en cl camino, de ah{ que cualquier expedicién procurase llevar con- sigo, cuanto menos, una parte de los alimentos que necesitaba. En los ¢jércitos de corte feudal, era normal que cada guerrero 0 cada milicia convocada por el rey se encargase de llevar no sélo su propio armamento, sino también el mantenimiento necesario hasta cl final del periodo de servicio obligatorio. No obstante, esta aportacién inicial podia completarse con los repartos de viveres y equipos hechos por los reyes antes de iniciar la 160 Edad Media campafia, como ocurrié en Toledo con motivo de la cruzada que culminé en la batalla de Las Navas. Por cierto que en algunos estados islimicos medievales resultaba frecuente que los dirigentes repartieran, entre las tropas concentradas antes de iniciar la campatia tunes donztivos extraordinarios —barake— que incluian no s6lo dinero, sino también bienes, equipos, tiendas de campafia, ropa, armas y caballos?!, Claro que la cantidad de viveres que podia llevar un combatiente era limitada y diff- cilmente aleanzaria para mds de unos dias: en caso de expediciones mayores los responsa- bles tenfan que comprar y acumular viveres antes de la partida, y organizar trenes de abas- tecimiento que los acompafiasen. La magnieud de los recursos acumulados con anterioridad la puesta en marcha de una expedicién dependia del ae ntimero de hombres y de bestias que lo conformasen, de la duracién prevista y Punt de leche, siglo xr, Mae Anquoligicn de Hitoria de la capacidad organizativa y recauda- de Onde), dora del estado convocante: los reinos ristianos del norte, con unas maquinarias administrativas muy pobres, no estaban en con- diclonés de hacer grandes demostraciones, pero los estados islémicos, que contaban con tunes estructuras estatales més desarrolladas, eran capaces de reunit verdaderas montafias de trigo y cebada, grandes cantidades de caballos y de quintales de armas —espadas, lan- zs, adargas y flechas—, Pero algo aparentemente tan simple como transportat los recursos acumulades plan- teaba unos problemas organizativos de una magnitud extraordinaria: teniendo en cuenta Jas normales necesidades alimenticias de un caballo de guerra, un contingente de mil caballeros tendefa que cargar con 1.620 toneladas de grano, heno y bebida para ali- mentar a sus monturas durante un mes, para lo cual habrfan hecho falta entre dicz mil y quince mil mulas, Por supuesto, cabrfa suponer que al menos el agua y la hierba podrlan encontrarse en el camino, pero también habria que tener en cuenta que los caba- llos de guerra no eran las tnicas bestias que viajaban —posiblemente por cada uno de aquéllos iban otras tres monturas de servicio—, y que ademds de la cebada o la avena para los caballos habfa que transportar la comida para los homabres y para las bestias de carga. Un tren de abastecimiento que hubiese pretendido portar viveres para una hueste de tamafio medio podia llegar a extenderse a lo largo de una 0 dos decenas de kiléme- tros, lo que quiere decir que entre el principio y el final habria casi un dia de viaje”. Se comprende, pues, que las posibilidades de que ua ejéccito tcansportase coda la comida que necesitaba para una campafia completa también eran limitadas y que los problemas de suministros fueran casi una constante en el curso de una expedicién, y ello tanto entre los ¢jércitos cristianos como entre los musulmanes. Ni el avituallamiento sobre el terreno ni la organizacién de trenes de abastecimiento eran sistemas seguros, ¥ en el mejor de los casos dificilmente podrfan mantener a un contingente durante més de un mes. Y es que, como ditfa Ibn Jaldin «cuando se atraviesa un terrisorio ajeno, se ven los ejéscitos obligados a saquear fos cereals y los ganados, a robat todas las locali- La Reconguistay la formacin de la Espatia medieval (de mediados del siglo x1 a mediados dl siglo xt) 161 dades por donde pasarians y todavia, por lo regular, no logran lo suficiente de provisio- nes y forrajes. Si, por otra parte, quisieran traet consigo, de su pals, efectos esenciales, no podrfan conseguir las bestias de carga suficientes.»”# Por supuesto, quedaba una iiltima opcién: enviar recuas de suministro desde la reca- guardia hasta el lugar en ef que estuviese el ejército. Sin embargo, este tipo de operaciones no sélo resultaba muy artiesgado —una recua era una presa ficil para el enemigo—, sino que ademés requetfa que Ja hueste a la que se iba a suministrar estuviese fija sobre el terreno, por ejemplo cetcando o defendiendo una ciudad o una fortaleza. Este tiltimo caso, referido a guarniciones de castillos situados en posiciones muy expuestas al enemigo, es relativamente frecuente: en los afios setenta def siglo xi, en varias ocasiones los almohades tuvieron que enviar viveres desde Sevilla a los defensores de Badajoz, presionados por las actividades de Gerardo Sempavor. Se Hlegaron a poner en movimiento recuas formadas por miles de acémilas —entre tres mil y cinco mil— que llevaron no sélo comida para los hombres —trigo, cebada, aceite y sal—, sino también forraje para los animales y armas. Alguna de ella, por cierto, fue asaltada y su carga cayé en manos de Gerardo. El mismo sistema empleé Jaime I para aprovisionar en 1237 El Puig de Santa Maria, cuya guami- cin pasaba entonces por momentos muy complicados: dos mil acémilas reunidas en Daroca y en Teruel se encargaron en aquella ocasién de transportar los viveres?>. Por cierto que, a propésito de las actividades de este ultimo monarca, cabe sefialar que cuando las campaiias se realizaban en zonas cercanas a la costa resultaba factible aprovi- sionar a los eércitos utilizando una flota que, pattiendo de los puertos de la retaguardia —Tarragona y Tortosa se citan con frecuencia en este contexto—, llevase los alimentos hasta las inmediaciones de los escenarios bélicos: fuse asf como Jaime I consiguié abastecer de pan, vino, avena, queso, frutas y medicinas a la hueste que cercaba Burtiana en 1233, a la guarnicién de El Puig en 1237 0 al ejército que asediaba Valencia en 1238, Visto en conjunto, pues, parece claro que los problemas log(sticos podian represen- tar un enorme reto para cualquier dirigente militar de la época, hasta el punto de que en no pocas ocasiones fueron estos condicionantes técnicos y materiales, més que los planteamientos tictioos 0 estratégicos, los que determinaban la toma de decisiones y la suerte de las campafias. 2, FORMAS DE LA GUERRA Existe una congrucncia evidente entre los recursos disponibles para hacer la guerra y la manera en que se concibe y realiza la aproximacién hostil al enemigo: las estrategias y las técticas tenfan que ajustarse a unos medios escasos y limitados, lo cual no sélo deter- minaba la tipologia de los combates, sino también el cardcter de las relaciones politicas establecidas con el enemigo, puesto que la guerra se dirimfa tanto en el campo bélico como en el diplomético, Sin duda, fueron muchos los escenarios que podrfan elegirse para estudiar este aspecto de los conflictos, pero creemos que en el mundo hispdnico medieval hay uno particularmente representativo que nos servird como modelo de ané- lisis: la guerra entre reinos cristianos y estados islimicos””, 2.1, Estrategias y tacticas militares Las formas en las que se desarrollan los conflictos armados durante la Edad Media no se entenderfan si no tuviéramos en cuenta cuatro realidades bésicas: una, que cual- quier operacién bélica que tuviera un cardcter expansivo, que aspirase a ampliar impo- ner el dominio propio sobre un drea y unas poblaciones que estuvicsen bajo la jurisdic- cién de un enemigo, exigia controlar el espacio; dos, que el medieval, desde los comienzos de este periodo histérico, fue un tetritorio fuertemente encastillado, jalonado de todo tipo de puntos fuertes, fortalezas y recintos amurallados de toda indole y mag- nitud; tres, que toda fuerza empefiada en conquistar un espacio ast articulado tenfa que anexionarse, expugnar 0, cn todo caso, dominar aquellos puntos fuertes; cuatro, que la manifiesta superioridad de las técnicas militares defensivas sobre las ofensivas —era mucho més ficil defenderse desde un castillo que tomarlo— de una parte animaba a cualquier comunidad agredida a refugiarse detrds de sus murallas, y de otra obligaba a los agresores a adaptar sus pricticas bélicas a las condiciones de inferioridad en las que 4 priori se encontraban, buscando para ello férmulas que minasen la resistencia de los enemigos que se habjan amparado tras los muros. El mundo hispdnico medieval no difiere de este panorama, de ahf que las actuaciones de los protagonistas de la guerra se atengan al modelo que acabamos de exponer. Conse~ cuentemente, los reinos cristianos del norte, empefiados en un amplio programa de expan- sién militar y territorial, desarcollaron una estrategia que les permitfa obtener el mayor ren- dimiento posible de sus limitados medios para alcanzar los objetivos conquistadores que se propusieron. Dicha estracegia, fruto de la adapracién consciente o inconsciente de los recursos téc- nicos, militares y ecoriémicos a las condiciones reales de la guerra —necesidad de con- trolar el espacio, encastillamiento, superiotidad de lo defensivo— se basaba en una cons- tatacién, corroborada recurrentemente por la experiencia: el avance territorial, la imposicién del dominio sobre nuevas tierras y poblaciones, rara vez. podia ser el resul- tado de una operacién aislada,’intensiva en cuanto 2 la aplicacién de recursos y muy con- centrada en el tiempo. Por el contrario, los grandes éxitos, aquellos que acarreaban el traspaso de grandes extensiones y nutridas comunidades de manos musulmanas a manos ctistianas, solian ser consecuencia del despliegue de campafias temporales o estaciona- les, reiteradas a lo largo de muchos afios, que permitfan ejercer sobre los enemigos una presién més 0 menos constante una temporada tras otra, de modo que sus fundamen- tos materiales, politicos y psicolégicos, y con ello su capacidad de resistencia militar, fue- ran desgastindose progresivamente, De esta forma, cuando llegase el momento de plan- tear un enfrentamiento bélico masivo —el choque en una batalla campal, el establecimiento de un cerco—, el enemigo se encontratfa debilitado y desequilibrado, con sus posibilidades mermadas para hacer frenve al choque final. El principio estraré- gico era tan simple como pragmdtico: habia que debilitar al cnemigo, dosificando el esfuerzo, antes de enfrentarse a él con todos los medios disponibles. La Reconguista y la formaciéin de la Espatia medieval (de mediados del siglo x1 a mediados del siglo xu) 163 Desde esta perspectiva, se entiende que todas las conquistas de grandes ciudades musul- manas, aquellas que conllevaban la anexién de amplisimas comarcas —Toledo en 1085, Zara- goza en 1118, Valencia en 1238, Sevilla en 1248, ..— estuvieran. prevodidas de largas Fases de aproximacién y desgaste —duraban quinquenios o incluso decenios—, durante las cua- les las tropas castellano-leonesas, navarro-aragonesas 0 catalano-aragonesas fueron desmante- ando el «fondo de resistencia» de sus enemigos (Vid. inffa pp. 194-195, 198-201 y 208-213). Esta manera de concebir y de practicar el enfrenramiento armado con el enemigo explica que la forma rutinaria de la guerra fuera la campafia de saqueo, de corto o medio radio y escasa duracién —entre un dia y, las més largas, un mes y medio—, de baja intensidad, realizadas por contingentes de peones y caballeros no demasiado numerosos —los mis grandes podian alcanzar los dos mil efectivos, pero los més pequesios podian no sobrepasar la decena—, cuyos objetivos siempre eran limitados desde el punto de vista estratégico y casi nunca pasaban por la conquista permanente de una plaza, sino por la consecucién de borin y la destruccién de los biencs materiales del adversario. ‘Aunque se pueden sefialar diferencias entre una pequefia cabalgada o algara organi- zada por la guamicién de un castillo de froncera o por una partida que se desgajara de un ejército mayor en busca de provisiones, y una aceifa.o gran expedicién que se inter- nase profundamente en terrivorio enemigo, lo ciervo es que presentan algunas pautas comunes: casi siempre eran campafias estacionales, desarrolladas en primavera y verano, en el curso de las cuales se incendiaban las cosechas, se talaban los arboles frutales y las vifias, se robaba el ganado, se destrufan las infraestructucas agratias, se saqueaban villas y aldeas, y se cautivaba o asesinaba a la poblacién, Las consecuencias inmediatas de este tipo de acciones no dehen exagerarse: por des- tructivas que fueran, su incidencia s6lo era local, quizés comarcal, y su temporalidad per- mitia a fas victimas recuperarse una vez. pasados los ataques. Sin embargo, la trascenden- cia militar de estas operaciones no derivaba del impacto que, aisladamente, una de ellas pudiera tener sobre el contrincante, sino de la acumnulacién de dafios que provocaba su rei- teracién cada temporada: estos punzamientos repetidos tenfan unos efectos corrosivos a medio o largo plazo sobre su estabilidad, y no slo porque, al arruinar sus bases materia- les se desgastaban las bases financieras que soportaban su entramado defensivo, sino tam- bién porque la incapacidad de los gobernantes para hacer frente a estas incursiones propi- ciaba el descontento interno que, a la poste, facilitaba la ulterior conquista. Como consecuencia adicional, estas acciones enriquecian al que las practicaba, de modo que la ganancia servia de estimulo para futuras acciones: la cabalgada retroalimentaba la guerra, Obviamente, la temporalidad y la estacionalidad de estos ataques limitaba la mag- nitud de los dafios que estas empresas podfan causar: cuando, al cabo de varias semana de actuacién por territorio enemigo, se complicaban las posibilidades de mantenerse sobre el terreno, se avecinaba el otofio o se empezaba a correr el riesgo de que sus adver- sarios, pasado el primer momento de sorpresa, pudieran reaccionar y prepatat un con- traataque, la cabalgada necesariamente renfa que poner fin a la campatia y volver @ su lugar de origen. Ademés, por intensas que hubicran sido las destrucciones causadas, una - Edad Media vez que los agresores se retiraban, las victimas tenfan tiempo para recuperarse, volver a sembrar y reconstruir lo asolado. Este intervalo era vital, por cuanto permitfa a los agredidos recuperar una parte de los recutsos perdidos y recomponer su resistencia, Precisamente por eso, para cualquier ¢ér- cito que estuviera dispuesto a poner en préctica una estrategia de conquista y expansion territorial resultaba muy «til disponer de bases fortificadas situadas en las fronteras 0 incluso en pleno territorio enemigo: desde ellas se proporcionaba seguridad a quienes par- ticipaban en las cabalgadas, puesto que asi contaban con un lugar donde refugiarse en caso de necesidad, pero sobre todo las guarniciones de estas fortalezas podfan dar continuidad y permanencia a los ataques. Entre campajia y campafia organizada por un monatca, entre una primavera y la siguiente, las fuerzas acantonadas en los castillos de frontera o en los contracastilles construidos cerca de las ciudades cuya ancxi6n se pretendfa seguian guerre- ando, destruyendo, robando y matando, quebrando la capacidad de resistencia material, nallitar y psicoldgica de las poblaciones atacadas, sosteniendo en el tiempo los efectos de las devastaciones. La politica de ereccién, mantenimiento 0 control de fortificaciones prac- ticada por los reyes navarro-aragoneses en el valle del Ebro durante la segunda mitad del siglo x1, o la estrategia trazada por Jaime I —y un siglo y medio antes por el Cid— en la con- quista del reino de Valencia, responden a este modelo (Vid. infra pp. 197-201 y 208-210). No obstante, siendo imprescindibles estas fases de desgaste y constituyendo ésta Ja manera cotidiana de hacer la guerra, lo cierto es que rara vez consegufa, por s{ misma, la anexién de un punto fuerte o de una comarca, Bastaba con que un castillo o una ciudad contaran con una guarnicién adecuadamente armada y unas minimas reservas de viveres, para que el recinto amurallado se convirtiera en una barrera de proteccidn suficiente para ova oo f ae Contracastillos en el Ebro. La Reconquists y la formacion de la Bepaita medieval (de mediados del siglo x1 a mediados del siglo xan) 165 la continuidad de la resistencia de los defensores y en un obstéculo insalvable para los agre- sores, Al final, si realmente éstos aspiraban a su conquista, se velan abocados a fijar su posi- cidn frente al punto fuerte, y aplicar directamente la fuerza contra las mutallas, En determinadas ocasiones, la expugnacién podia llegar con cierta facilidad: bastaba con un pequefio grupos de hombres, bien adiestrados y conocedores del terreno, que apro- vechasen las circunstancias —noches oscuras 0 tormentosas, guarniciones descuidadas— para escalar por sorpresa una fortaleza y se hiciesen con su control. Hubo verdaderos espe- Gialistas que llegaron a tenet éxitos muy notables: por ejemplo, durante la década de los afios sesenta del siglo x1, Gerardo Sempavor, un personaje de origen portugués, consiguid conquistar mediante estas técnicas un buen ntimero de puntos fuertes en tierras de la actual Extremadura y del Alentejo luso —como Trujillo, Evora, Céceres, Monvinchez y Sexpa, y estuvo a punto de tomar también Badajoz— (Vid. infra pp. 187-190). Estas operaciones no requerfan ni contingentes bien nutridos, ni una fuerte finan- clacién, ni infraestructuras logisticas complejas ni técnicas o maquinas de expugnacién sofisticadas, Claro que, habicualmente, s6lo tenfan éxito contra pequefias 0 medianas fortalezas mal custodiadas, Frente a grandes ciudades amuralladas bien guarnecidas la situacién era bien distinta: en estos supuestos una expugnacién exigfa la reunién de un contingente numeroso, el levanramiento de uno o varios campamentos en el entorno de lugar que se pretendia conquistar, el establecimiento de I{neas de abastecimiento y el des- pliegue continuado de ataques con los que se intentaba destruir 0 sobrepasar puertas y murallas, aplicando para ello la tecnologia de asedio conocida en la época —arieves, torres de asalto, méquinas de lanzamiento de piedras, minas...—. En definitiva, para llevar a la prictica este tipo de proyectos se necesitaba realizar un gran esfuerzo bélico, sécnico, humano y econémico, que ademés tenfa que prolongarse en el tiempo —desde luego, no era cuestién de horas como en los ataques por sorpresa— y responder a un plan de actuacién sistematico y bien organizado. Un asalto a viva fuerza contra las murallas podia ahorrar tiempo y evitar otros riesgos habituales en los asedios lar- gos —problemas de abastecimiento, enfermedades, deserciones, salidas de los cercados, le- gada de un ¢jército de socorro—, pero el precio en vidas humanas era muy alto y el éxito casi nunca estaba garantizado: de hecho, el ntimero de ciudades conquistadas mediante un efectivo asalto a viva fuerza, o porque los defensores se rindieran al comprender que su resis- tencia estaba a punto de ser superada por los ataques enemigos, es realmente escaso. El éxito operativo y técnico alcanzado por los cruzados en Almeria y Lisboa en 1147 son excepcio- nes explicables por la magnitud de las fuerzas reunidas, por su destreza en el empleo de méquinas y técnicas de expugnacién y quizds por su particular motivacién, circunstancias que no siempre se encontraban juntas en un ejército medieval (Vid. inffa p. 61-62). Por el contrario, lo que suele abundar en las fuentes son testimonios que ilustran las cextraordinarias dificultades que tenian los atacantes para acercarse hasta la base de un muro y escalarlo con éxito o derruirlo: de una parte, la habilidad de la guarnicién ase- diada a la hora de impedir la aproximacién de los atacantes, de abortat sus escaladas, de impedir el trabajo de minado de las murallas, de destruir sus méquinas, de desarbolar

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