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Carmen Paz

La bendición
de ser mujer
Abrazando a la Diosa
en el siglo xxi

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A mis tres hijos,
Diego, Adrián y Christian.
Ellos son mi mayor bendición.

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Mujer…
Eres la mediadora entre los mundos.
Eres la guardiana de los ciclos naturales.
Eres un sol para nuestra Tierra.

Mujer…
Gracias por tu existencia.

Mi agradecimiento

Cualquier libro que sale a la luz se ha ido manifestando con la ayuda


y la inspiración de muchas personas. En este caso, no podía ser de
otra manera. Llevo muchos años investigando en el área de lo feme-
nino, a veces por el anhelo de descubrir qué se encierra en el alma
de una mujer, pero, sobre todo, por mi propia necesidad de cambio.
Durante este tiempo, me he nutrido de diferentes fuentes, tanto
escritas como testimoniales y he tenido el privilegio de conocer a
personas maravillosas que han apoyado mi proceso. Unas veces lo
han hecho de manera consciente, y otras, sin saberlo; a veces ha
ocurrido de manera amorosa, y otras, a través del contraste de nues-
tras personalidades; a veces, desde la distancia, y otras, a través de la
convivencia diaria. Pero de todas ellas, he recibido vida. Son muje-
res y hombres de una gran calidad humana y espiritual que, a través
de sus escritos o de su presencia, han despertado en mí el anhelo de
superarme y de compartir lo que voy descubriendo en el camino.
Entre todas estas personas están:
Mis padres, Anselmo y Carmen, a los que agradezco que me per-
mitieran nacer en el seno de su pareja. Gracias por sus cuidados y
atenciones.
Mis hermanos, Rosa María y Anselmo, simplemente por ser y
estar cuando los necesito.

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Diego, padre de mis tres hijos, con quien compartí veinte años
de mi vida. Gracias.
Mis hijos, Diego, Adrián y Christian, porque, a pesar de mis
muchos libros, ellos son mi mayor aportación al mundo. Me siento
orgullosa de cada uno de ellos, con sus maravillosas diferencias y
dones. Gracias por elegirme como madre en esta existencia.
Mi agradecimiento también al maestro Carlos Elías Michán, que
con su bien hacer y estar, ha favorecido enormemente el contacto
con mi esencia.
Y en especial, quiero mostrar mi agradecimiento a todas las mu-
jeres con las que he reído, llorado y disfrutado, pues son, y siempre
serán, las verdaderas maestras que han inspirado este libro: mis
alumnas y compañeras de los círculos femeninos de sabiduría, con
las que disfruto cada minuto que paso junto a ellas; mis amigas del
alma, María del Carmen Lahuerta, que ya no está entre nosotros,
pero sigue viviendo en nuestros corazones –creativa, femenina, mu-
jer y artista que dejó una huella entrañable en la vida–; María del
Carmen Ángela Gracia, a la que quiero sin condiciones y admiro
por su paciencia y cariño en mis momentos difíciles, quien me ayu-
dó a revisar el primer manuscrito de este libro con entusiasmo –mu-
jer coraje llena de recursos para vivir–; Marisol Cano, que con su
ternura y entrega activa todas mis cualidades femeninas cuando es-
toy en su presencia; María de los Ángeles Félix, mujer de una gran
entereza y claridad, con quien comparto no sólo una hermosa y só-
lida amistad, sino también descubrimientos y pequeñas iluminacio-
nes femeninas; Anita Montero, para que sepa que ha sido y es fuen-
te de inspiración para muchas mujeres –Gracias por todo lo que has
aportado a la vida. Gracias por ser mi amiga–; Juanita, por su alegría
y las hermosas ilustraciones de este libro –¡Bellísimas!–; Teresa Sega-
do, por estar siempre disponible, a pesar de todo y de todos; María
José Madrigal, con quién he compartido momentos inolvidables
durante muchos años; Ángela Palacios, a la que quiero y admiro por
todo lo que ha vivido como mujer. Estar con ella es como llegar a mi
hogar; Mari Trini Mora, por el coraje y la determinación con que
enfrenta sus desafíos; María Helena Peris, mujer danzarina de la
vida, por la que siento una gran admiración como mujer y un gran

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cariño como amiga y hermana. Juntas nos adentramos por primera
vez en las sagradas tierras de la Diosa en Avalon; Sara Bernad, que
con su alegría me conecta con mi niña interior y con la transparen-
cia; Ana M.ª Rallo, por su entrega, cariño y claridad. Compartir con
ella es abrir las puertas de mi corazón y creatividad de par en par;
Marta Molas, escritora y amiga con quien comparto el amor por la
escritura y a la que admiro de corazón. Gracias por creer en mí, sin
tu ayuda no habría sido posible la realización de este libro; María
Begoña González, amiga de la infancia con quién he vivido y com-
partido entrañables momentos de mi juventud y a la que quiero sin
reservas; Katrina Raphaell, maestra inspiradora con la que estudié
cristaloterapia, por mostrarme la senda de los cristales en la sanación
y el desarrollo espiritual y con quien comparto una amistad entra-
ñable a pesar del tiempo y la distancia; Sarabjit Kaur K., por su ca-
risma y entrega en todo lo que hace y comparte. Hermana de alma
y amiga del corazón. Gurudass Kaur K., por compartir conmigo sus
descubrimientos como mujer en mis primeros pasos como buscado-
ra de la esencia femenina. Cálida y entrañable, la recuerdo con
amor.
Y por último, no puedo olvidar a todas esas mujeres que, antes
que yo, emprendieron su camino de auto descubrimiento y quisie-
ron aportar al mundo un granito de arena con sus escritos. Nom-
brarlas a todas sería muy largo, pero citaré entre ellas a Sara Ban
Breathnach, Marianne Willamson, Jean Shinoda Bolen, Maureen
Murdock, Patricia L. Reilly, Miranda Gray, Nancy Qualls Corbet,
Paule Salomón, Clarisa Pinkola Estés, Riane Eisler, Marija Gim-
butas, Margaret Starbird, Diane Stein, Kathy Jones y Christiane
Northrup. Todas ellas han sido, y son, una fuente de inspiración
constante para mí.

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Introducción

En esta existencia soy mujer. Y como mujer, he tenido que aprender


a vivir en una sociedad centrada en el desarrollo de los aspectos mas-
culinos de nuestra naturaleza como seres humanos en detrimento de
los femeninos, una realidad que las mujeres de estos tiempos esta-
mos enfrentando. Estas conductas aprendidas a lo largo de siglos
han borrado el pasado de nuestra historia femenina. Un pasado
que nos habla de que no siempre fue como lo es en la actualidad, de que
es posible crear y vivir en una sociedad más armoniosa y respetuosa,
en la que el hombre y la mujer puedan andar de la mano apreciando
y manifestando cada uno, su potencial divino en esta tierra. Sé que
es así y tú también lo sabes, pero, siendo realistas, nos damos cuenta
de que aún distamos mucho de conseguirlo.
Tan sólo estamos abriendo la puerta que conduce a este estado de
conciencia universal en el que entenderemos al fin que somos una
unidad dentro de la diversidad, que todos estamos interconectados
y que, por lo tanto, crear esta nueva sociedad es una responsabilidad
compartida. No podemos crecer a nivel individual sin que todo a
nuestro alrededor crezca, al igual que no podemos denigrarnos a
nosotras mismas sin que algo de nuestro entorno se denigre con
nosotras.
Yo fui una «hija del padre», como muchas de vosotras. Una hija
que tardó en abrazar su naturaleza femenina y a su madre. Pero mis
despertares son súbitos y apasionados, así que cuando comencé la

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búsqueda de mi naturaleza femenina y descubrí las atrocidades que
se cometieron en la historia en contra de la mujer, incluso en la ac-
tualidad dentro de algunas culturas, me estremecí. Entré en un pro-
ceso de negación de lo masculino y desarrollé unas dotes guerreras
hacia el hombre en general, que ni yo misma sabía que anidaban
dentro de mí.
Con el tiempo empecé a entender que si bien al principio fuimos
víctimas de la sociedad patriarcal, ahora podemos convertirnos en
cómplices, si seguimos permitiendo que esto siga ocurriendo. No hay
tiempo para lamentaciones y sí para actuar. Me motiva enormemente
convertirme en una generadora del cambio, en una participante activa
y comprometida con la creación de un nuevo paradigma que nos lleve
a abrazar como seres humanos nuestra naturaleza femenina en toda su
amplitud. Ahora estoy asumiendo que puedo ser una mujer que mire
hacia el pasado con una actitud de aceptación y de compromiso con-
migo misma y con mi entorno y no sólo con una actitud de resenti-
miento e impotencia ante lo que hemos creado como humanidad.
Por lo tanto, bucear atrás en la historia de la humanidad en bus-
ca de nuestras raíces, no me lleva a la negación de la otra mitad de
la humanidad, los hombres, sino al encuentro de un hilo conductor
que se perdió en el pasado y que ha de ayudarnos a recuperar el
contacto con las tradiciones iniciáticas femeninas ancestrales, que
siempre existieron y que es necesario recuperar y actualizar para res-
taurar el equilibrio entre lo masculino y lo femenino en nuestra so-
ciedad.
Cuando decidí escribir este libro, se me presentó un pequeño
conflicto interno, ya que me daba cuenta de que no había desarro-
llado ni integrado por completo todo lo que en él comparto. ¿Qué
fuerza moral podría tener, transmitiendo aspectos que yo misma estaba
en proceso de aprender? Pero me tranquilizó pensar que, a veces, no
hace falta saberlo todo para compartir con los demás lo que vamos
descubriendo. Es prepotente pensar que alguien pueda ser portador
de la verdad absoluta. En ocasiones somos meros intermediarios del
conocimiento. Otras veces, nos dejamos impregnar de él y comen-
zamos a vivirlo. Hasta que, al final, acabamos transmitiendo nuestra
sabiduría, que no es otra cosa que el conocimiento aplicado a nues-

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tra vida y llevado a la experiencia. Y te confieso que este libro está
lleno de todas estas posibilidades.
Algunas cosas, las transmito desde el potencial que siento den-
tro de mí; otras, desde lo que voy integrando a mi vida de manera
cotidiana, y otras forman parte del entramado de la propia expe-
riencia que tengo como mujer y ser humano. Y todo ello forma
parte de mi propio viaje interior que aún no ha concluido, ni creo
que lo haga nunca. Muchos de los descubrimientos y trabajos que
comparto contigo, forman parte de mi rutina diaria desde hace
años, y aun ahora me sorprendo a mí misma repitiendo errores y
actitudes que tanto daño me han hecho en el pasado.
Mi trabajo es continuo y está inconcluso. Yo no tengo todas las
respuestas, e incluso a veces ni siquiera conozco las preguntas, tan
sólo me considero una mujer comprometida con el desarrollo de mi
conciencia, así que considera este libro como una llave que te abrirá
las puertas de un sendero, el de la vida, en el que nos encontraremos
caminando juntas, pues yo todavía estoy en él.
El libro se estructura en tres partes:
La primera está dedicada a esbozar la historia perdida de lo feme-
nino a fin de presentar a la lectora un panorama sintético y general
de nuestra trayectoria. Aquí nos adentramos en la figura de la Diosa
en la Antigüedad y en sus símbolos, y exploramos nuestra naturale-
za femenina, nuestra anatomía sutil y nuestra misión como mujeres
de los nuevos tiempos.
La segunda se centra en el conocimiento de nuestra naturaleza
cíclica, que conecta con el simbolismo lunar; los rituales femeninos
y la creación de círculos femeninos de sabiduría.
Por último, realizaremos algunas de las prácticas que son benefi-
ciosas para nosotras y con ello tendremos oportunidad de conocer
las herramientas necesarias que nos harán descubrirnos y explorar
nuestra completitud como mujeres.

Espero y deseo sinceramente que la lectura y la aplicación en tu vida


de alguna de las claves que comparto contigo te sean de ayuda en tu
propio caminar. Integra lo que te sirva, y, lo que no, déjalo pasar. Ser
una mujer iniciada en la vida significa que no estamos concluidas,

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por lo tanto el viaje es continuo y eterno. La información es sintéti-
ca; el mensaje, claro. Un equipaje ligero para que el viaje hacia el
descubrimiento y la aceptación de nuestra esencia femenina se rea-
lice con belleza y armonía.

Gracias por tu apoyo y confianza.


Sin tu presencia, no sería posible compartir.

Carmen Paz
Torres de Cotillas-Murcia

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Par te I

Abrazando a la Diosa
en el siglo xxi

La mujer es un ser de luz


que vive la experiencia humana
en un cuerpo femenino

La historia olvidada de lo femenino


t
Abrazando a la Diosa
t
La mujer en la era de Acuario
t
Nuestra naturaleza interna
t
Anatomía sutil

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La historia olvidada de lo femenino

El ser humano es una especie realmente sorprendente. Somos los


únicos habitantes del planeta que hemos desarrollado la inteligencia
hasta el punto de tener la capacidad de «darnos cuenta» y de ser
cocreadores de nuestra propia evolución. En la actualidad vivimos
momentos en los que nuestro nivel sociocultural y tecnológico ha
avanzado notablemente, pero no es una fantasía asegurar que, si se-
guimos avanzando en la misma dirección en la que hemos venido
haciéndolo durante las últimas décadas, probablemente este desa-
rrollo desemboque en una desaparición masiva de nuestro legado
cultural. Nos encontramos en un punto de la historia en la que es
prioritario cambiar el rumbo de nuestra actuación en el mundo.
Hay quien habla de la era de Acuario, de la llegada de un nuevo
tiempo en el que tendrá lugar una transformación profunda de
nuestra cultura a todos los niveles. Una edad dorada similar a otras
épocas de la historia en las que la vida en el planeta era más armo-
niosa y pacífica; donde las personas eran más importantes que las
cosas y donde se honraba la vida y a las energías nutrientes y regene-
radoras de la naturaleza y no se rendía culto a la muerte ni a los po-
deres destructivos de la misma.
La arqueología y la antropología, a través del estudio del legado
de la Antigüedad hasta nuestros días, ha ido reconstruyendo nuestra
historia. Estas ciencias recogen información de nuestro pasado por
dos vías fundamentales:

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• A través de los vestigios que quedan de las construcciones donde
vivían nuestros ancestros y del descubrimiento de los utensilios,
muebles y recipientes que utilizaban cotidianamente.
• Mediante el diseño de los cementerios, lo que ha permitido hallar
indicios claros de cuál era su actitud respecto a la vida y la muerte
como ciclos naturales de la existencia.

Todos estos descubrimientos nos han facilitado el acceso a nuestro


pasado lejano y nos han dicho mucho sobre cómo eran nuestra for-
ma de vida y de organización social. Es aquí donde se ha encontrado
un indicio inequívoco de que, hace miles de años, existió un perío-
do de paz y gran desarrollo cultural y tecnológico. Un período don-
de la sociedad no se caracterizaba por el dominio del hombre sobre
la mujer, ni de la mujer sobre el hombre. Los restos de este legado
cultural nos muestran que, en los primeros tiempos de nuestra his-
toria, la mujer y las cualidades femeninas eran respetadas, exaltadas
y valoradas enormemente.
Algo natural, dado que nuestros ancestros observaron que la vida
se revelaba en la Tierra a través de la mujer. Ya desde las épocas del
Paleolítico y el Neolítico, se confería cierto énfasis a lo femenino en
las sociedades primitivas. Se han encontrado estatuillas femeninas de
diferentes tamaños y formas, donde queda patente la importancia
que nuestros ancestros daban al milagro de la vida, encarnado en el
cuerpo de una mujer. Los restos arqueológicos de esta etapa señalan
con claridad que estos pueblos eran ya conscientes de que, tanto en
el reino humano como en el animal, la vida surgía de la hembra.
Estas culturas, tenían un enfoque común: el culto a la vida a tra-
vés de la adoración a la figura de la Diosa, como energía generadora y
origen de toda vida, la cual creaba a partir de sí misma. Para muchos
arqueólogos, estos signos de sociedades enfocadas hacia lo femeni-
no, no han tenido la suficiente relevancia y, por lo general, sólo
apuntan a señalar el arte o los rituales religiosos de aquellas culturas,
sin profundizar en la implicación que esto tenía en la organización
cultural y social de la época. Pero es digno de resaltar que en el arte
del Neolítico no se ha encontrado ninguna imagen de batallas o de
guerreros, ninguna imagen masculina de dominación.

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Sí aparecieron, en cambio, una serie de símbolos relacionados
con la naturaleza –imágenes y estatuas de mariposas; serpientes; for-
mas redondeadas similares a los huevos; estatuillas femeninas volup-
tuosas embarazadas, solas o con un niño en brazos; árboles, y moti-
vos acuáticos– que dejan patente que la mujer tenía un papel
importante en estas sociedades.
Quizá uno de los descubrimientos más importantes del siglo xx
hayan sido los yacimientos de la isla de Creta. Ésta fue una sociedad
altamente avanzada, tanto a nivel social como a nivel tecnológico y
artístico. Se caracterizaba por el culto y respeto hacia la naturaleza y la
expresión de la vida desde todos sus matices. Lo más destacable del
arte de Creta está en observar que en él no aparecen escenas de escla-
vitud, muerte, dominación o batallas. Era una sociedad donde reina-
ba el culto a la deidad femenina y que conjugaba con armonía los
ámbitos femenino y masculino.
No obstante, en esta cultura observamos que también estaban
presentes los aspectos racionales y concretos propios de la naturaleza
masculina. Junto con el auge artístico, también desarrollaron gran-
des conocimientos de navegación y comercio; diseñaron complejos
modelos arquitectónicos e incluso idearon una red de cañerías inte-
riores; construyeron viaductos y pavimentaron sus caminos. Algo
parecido a la cultura celta, que, bien arraigada en los cultos a deida-
des femeninas, también desarrolló un pensamiento lógico que logró
expresar con sus grandes conocimientos de astronomía, matemáti-
cas e ingeniería. Los vestigios encontrados en las construcciones de
piedra, como Stonehenge, Avebury y otros lugares de Gran Bretaña
e Irlanda, confirman un gran conocimiento de estas ciencias.
Una de las estudiosas de más renombre internacional que consi-
deró estos descubrimientos como fundamentales en la historia fue
Marija Gimbutas (1921-1994). Esta arqueóloga lituana, afincada en
Estados Unidos, ha sido una de las investigadoras que mayor dedi-
cación ha destinado a las culturas de la Europa antigua. Sus exhaus-
tivas incursiones en los hallazgos arqueológicos la llevaron a afirmar
que los habitantes de la Europa primitiva desarrollaron las artes, la
tecnología, la escritura y las relaciones sociales ampliamente. Eran
pueblos pacíficos que cuidaban de la tierra y disfrutaban del entor-

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no: el predominio masculino no existía; hombres y mujeres se rela-
cionaban desde la equidad; no había superioridad de unos sobre
otros, porque el culto a lo femenino, no implica que las mujeres de
estas épocas, dominaran a los hombres, como sugieren algunos. De
hecho, los indicios arqueológicos ponen de manifiesto que las socie-
dades matrifocales eran respetuosas e igualitarias en cuanto a las
diferencias de sexo. Pero hubo un momento en el que se produce el
gran cambio en estas sociedades de la Antigüedad. Los pueblos nó-
madas del norte empezaron a invadir Europa. Su forma de vida es-
taba más desconectada de la naturaleza y más enfocada hacia la lu-
cha y la dominación.
Algunas de las incursiones más importantes se llevaron a cabo
por los pastores esteparios que iban en busca de tierras más fértiles
para sus ganados. Todos estos pueblos tenían en común el modelo
dominador masculino, en el que la violencia y una estructura social
generalmente jerárquica y autoritaria eran habituales, según señala
la antropóloga Riane Eisler.1
El descubrimiento de los metales en la Antigüedad, dio un vuel-
co a la cultura de aquellos tiempos. Metales como el cobre y el oro,
que en el neolítico se conocían y utilizaban para confeccionar uten-
silios ornamentales y religiosos, empezaron a utilizarse en la fabrica-
ción de armas. Con el desarrollo de las tecnologías de destrucción,
los metales empezaron a ser utilizados en la elaboración de arma-
mento, que servía para la lucha, el saqueo y la esclavitud de los
pueblos que eran invadidos. La metalurgia se extendió rápidamente
a raíz de estas crecientes invasiones, llegando a convertir las armas
en objetos sagrados y a los guerreros en héroes. Todo lo relacionado
con las mujeres, y lo femenino entró en un proceso de degradación,
y la gran devastación, tanto física como psíquica de estos pueblos,
dio lugar a un empobrecimiento del legado cultural que hasta en-
tonces se había construido. Da la impresión de que los hombres de
la época, sabiendo que no podían traer al mundo vida, como hacía la
mujer, decidieron tener el poder de quitarla. Fueron tiempos muy
difíciles en los que las sociedades existentes se fueron transformando

1.  Eisler, R. El cáliz y la espada. Ediciones Cuatro Vientos, Chile, 2000.

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a gran velocidad. El dominio masculino, guerrero y belicoso, aplas-
tó, literalmente hablando, el legado de lo femenino.
El dios de la guerra, había destronado a la diosa de la vida.
No obstante, a pesar de estos cambios, todavía existieron mujeres
que siguieron reclamando su vinculación a la Tierra y a la vida. Se
han encontrado indicios de que tanto en Sumeria como en Babilo-
nia, algunas mujeres conservaban y manejaban sus bienes, en espe-
cial la élite de las sacerdotisas que también participaban en los orá-
culos y la sanación. En la antigua Grecia, algunas mujeres estudiaron
en la Academia de Platón y otras desempeñaron papeles importan-
tes en la vida pública y cultural de Atenas. Algunas de ellas, incluso
crearon sus propias escuelas filosóficas. Y parece ser que tanto Sócra-
tes como Pitágoras fueron instruidos por mujeres sacerdotisas.
Por otro lado, y según apunta Riane Eisler,2 después de las armas
quizá lo que más influyó en el desarrollo de la cultura dominadora
fuera la pluma, «pues a fin de cuentas, fue esta herramienta, aparen-
temente insignificante, la que literalmente pondría cabeza abajo a la
realidad». Cuando los escribas hombres, empezaron a emplearse en
los templos y palacios de los gobernantes, la historia empezó a escri-
birse desde una nueva perspectiva: la masculina. Siempre se ha di-
cho que la historia ha sido contada por los conquistadores, y no por
los conquistados. Por los hombres, y no por las mujeres. Quizá
nuestra perspectiva histórica de los acontecimientos sería diferente
si le diéramos voz a la parte silenciada. Abrirnos a una nueva visión
de la historia mediante el rescate de las narraciones orales de las
mujeres puede ser un comienzo, puesto que esta ha sido la manera
que siempre han tenido de transmitir su verdad. La escritura y la
lectura, durante siglos, sólo ha estado disponible para los varones y
de cierta élite. Metodologías que nos ayuden a escuchar activamente
las narraciones de las mujeres y a tener como fuente histórica y espi-
ritual sus propias vivencias y experiencias es un camino a recorrer
para el despertar de nuestro legado femenino.
Y, como guinda del pastel, nos encontramos con otro de los ins-
trumentos decisivos que convirtieron a las culturas patriarcales en

2.  Eisler, R. El cáliz y la espada. Ediciones Cuatro Vientos, Chile, 2000.

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las dominadoras de las sociedades existentes: los antiguos sacerdotes
cristianos. Éstos formaban parte del poder del Estado y pertenecían
a la élite masculina que gobernaba y explotaba al pueblo. Los sacer-
dotes contaban con el apoyo de los ejércitos y de la justicia, y en el
nombre de Dios cometieron verdaderas barbaridades. Cualquier
idea novedosa que pudiera ir en contra de la ideología establecida
era consideraba herejía y, como tal, era llevada ante los tribunales
eclesiásticos y condenada con la tortura y la muerte de quienes la
promovían. La élite sacerdotal fue, sin lugar a dudas, la que reescri-
bió la historia a su conveniencia, con el objetivo de consolidar su
dominio a través de la violencia y el autoritarismo.
El Antiguo Testamento dice, de forma explícita y repetitiva, que
es voluntad de Dios que la mujer sea gobernada por el hombre.
Durante más de 2.000 años nos lo hemos creído y, lo que es peor,
hemos actuado en consecuencia, perpetuado estos conceptos duran-
te milenios y dejándonos en un estado de «orfandad espiritual» don-
de sólo reconocemos la figura del Padre y no hay lugar para la Ma-
dre, creadora y nutricia que sostiene la vida en todas sus
manifestaciones. Algunos textos que todavía están muy vigentes en
nuestra cultura religiosa y social menosprecian y oprimen delibera-
damente a las mujeres. Por citar unos ejemplos:

«El hombre no ha sido sacado de la mujer, sino la mujer del hom-


bre, y el hombre no ha sido creado para la mujer, sino la mujer para
el hombre»
S. Pablo, siglo i d. C.

«No consiento que una mujer enseñe ni domine al marido, sino que
se mantenga en silencio. Porque Adán fue creado en primer lugar y
Eva después. Y no fue Adán el que fue engañado, fue la mujer la que
cayó en pecado»
Primera epístola a Timoteo.

No obstante, parece ser que los comienzos del cristianismo fueron


muy diferentes a como nos lo han contado. Son muchos los escritos
que han salido y están saliendo a la luz de aquellos tiempos, entre

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ellos los Manuscritos de Nag Hammadi, una colección de textos
gnósticos de los primeros cristianos descubiertos en Egipto, en el
año 1945. Los Rollos de Qumrán, una colección de casi 800 textos
escritos por los esenios en hebreo y arameo. Y los Evangelios Gnós-
ticos entre los que se encuentran el llamado Evangelio de María
Magdalena y el Evangelio de Judas. Todos estos textos proporcionan
nuevos enfoques y lecturas de los textos bíblicos que conocemos.
En ellos se han descubierto datos tan interesantes como que Ju-
das no fue realmente un «traidor», sino un discípulo amado que
seguía las instrucciones de Jesús para que se cumpliera un plan divi-
no. O el descubrimiento de que María Magdalena, sacerdotisa, lejos
de ser la prostituta que nos han hecho creer los escritos bíblicos ac-
tuales, fue una discípula directa de Jesús que desempeñó un papel
predominante en el cristianismo, pues parece más que probable que
fuera ella misma la primera depositaria del legado de Jesús.
Jesús proclamaba la igualdad espiritual para todos, hombres y mu-
jeres, ricos y pobres. Y esto, claramente, iba en contra de lo estableci-
do hasta entonces. Fue un gran maestro de su época, si bien su men-
saje no fue del todo entendido. Sus enseñanzas eran universales y
solidarias, basadas en el amor entre los seres humanos, y bien pudo
haber equilibrado el sistema patriarcal que reinaba entonces. Pero no
era el momento. La resistencia fue demasiado fuerte.
Estos primeros cristianos suponían una gran amenaza al dominio
masculino así como al poder de los antiguos padres de la Iglesia, y du-
rante siglos, los patriarcas de la Iglesia y sus sacerdotes persiguieron a
estos cristianos y fueron menospreciando la figura femenina en la reli-
gión, negando su acceso al sacerdocio y tan sólo permitiendo su pre-
sencia como parte sometida al dominio masculino. Las persecuciones
y las ejecuciones de todos aquellos y aquellas que no estaban en el or-
den impuesto por la jerarquía eclesiástica están bastante documenta-
das. Las cazas de brujas realizadas en la Edad Media estaban organiza-
das y financiadas por la Iglesia y el Estado. Las mujeres que fueron
acusadas de brujería en realidad fueron perseguidas por
sus creencias religiosas basadas en el culto a la divinidad femenina,
por sus dotes curativas, o simplemente por ser sexualmente atractivas.
No fueron pocos los prelados que, al ser rechazados por una mujer, la

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acusaban de brujería para vengarse de ella. Algo muy distinto a lo que
ocurría en la Antigüedad, cuando la mujer era considerada como la
encarnación de la Diosa y la sexualidad era objeto de veneración y ce-
lebración, no de pecado y perversión como se ha venido transmitiendo
a lo largo de los últimos siglos.
Actualmente la sexualidad de la mujer todavía en algunas cultu-
ras asiáticas y africanas sigue siendo explotada y degradada. Incluso
hoy, hay sectores de nuestra sociedad que piensan que la sexualidad
y la espiritualidad están desconectadas. La Iglesia nunca reconoció a
la Diosa, ni la naturaleza sexual de la mujer. Separó el cuerpo del
espíritu y todo lo relacionado con el cuerpo se consideró pecamino-
so, a pesar de que la historia nos dice que las sacerdotisas de la An-
tigüedad tenían su sexualidad totalmente integrada a sus vidas, por-
que eran ellas mismas las que daban sentido a las prácticas sexuales
dentro del ámbito de la espiritualidad. Se dice que la profesión más
antigua del mundo es la prostitución, pero hay mujeres que asegu-
ran que no fue la prostitución, sino el sacerdocio femenino, que
incluía prácticas sexuales de iniciación en los misterios de la vida.
Incluso en escritos tántricos que datan de hace siglos se dice: «Shakti
iti Shakta Iti Shava», que quiere decir: «Sin la energía de la mujer, el
hombre es cadáver».
Así que internándonos en nuestra historia, nos hemos encontra-
do con dos modelos básicos de sociedad que han estado patentes en
las culturas de la Antigüedad:
Un modelo femenino pacífico y solidario, donde las relaciones
sociales estaban basadas en el equilibrio y la armonía entre los sexos,
con un gran desarrollo de la cultura, el arte y el bienestar de los
hombres y mujeres por igual.
Y el modelo masculino, bélico y dominador, donde prevalecie-
ron los enfrentamientos y el sometimiento de algunos de los habi-
tantes de estas sociedades. Una época donde los hombres empezaron
a dominar el ámbito social y donde los valores femeninos fueron
ignorados e incluso minusvalorados hasta límites extremos, como
vemos que aún ocurre en algunos sectores de nuestra sociedad ac-
tual. Este modelo lleva a un empobrecimiento de la cultura y una
mayor tendencia a períodos de guerra.

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Cabría preguntarse el porqué de estos cambios en las sociedades
antiguas, por qué se pasó de un extremo al otro… Y, sobre todo, el
«para qué». Aquí entraríamos en consideraciones psicológicas y algo
más metafísicas.
Desde el punto de vista psicológico podemos intuir y entender que
quizá todo este proceso estaba especialmente diseñado para que la
evolución de nuestra conciencia como seres humanos se desarrollara
plenamente. En la propia maduración de los hijos, nos damos cuenta
de que, aunque en los primeros años dependen completamente de su
conexión con la madre, después pasan al dominio del mundo del pa-
dre, para poder independizarse y adquirir la conciencia de sí mismos
a través de afianzar su ego. Al separarse del principio femenino, el ser
humano tuvo la oportunidad de experimentarse a sí mismo, tanto a
nivel cultural como psicológico. El hombre, conocedor de su fuerza y
de su tendencia hacia la lucha y el combate, pronto entendió que,
imponiéndose a través de la violencia, conseguía acaparar mayor pro-
tagonismo en la historia y comenzó a someter a la figura femenina a
sus designios. Con esto, señala Paule Salomón3, el hombre consigue
independizarse de la figura disolutiva de la Madre para entrar en el
proceso de identidad y conciencia de sí mismo. Aunque con ese cam-
bio hayamos perdido un poco nuestro rumbo.
Por otro lado, desde un punto de vista metafísico, sabemos que las
leyes universales, de las que nos habla la sabiduría ancestral, siempre
han estado actuando en el desarrollo de la humanidad y, si prestamos
un poco más de atención a la ley del ritmo, podemos darnos cuenta
de que a lo largo de nuestra historia no hemos hecho sino dejarnos
llevar por esta ley natural que nos arrastra de un lado a otro, como si
de un péndulo se tratara, y cuyo objetivo podría entenderse como
algo necesario para la experimentación de las polaridades, a fin de
aprender a usarlas e integrarlas adecuadamente mediante nuestra
ubicación en el «centro». Por otro lado, según la ciencia astrológica,
se nos dice que la historia de la humanidad se va manifestando de
manera diferente dependiendo de la era imperante. Unas eras nos
empujan a un desarrollo predominante de los aspectos más masculi-

3.  Salomon, P.: La mujer solar. Ediciones Obelisco, Barcelona, 2003.

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nos de nuestra naturaleza humana, y otras, a desarrollar más los fe-
meninos, así como hay momentos en los que el equilibrio de estas
dos fuerzas se puede manifestar con plenitud.
Todos estos siglos de interacción de estas dos formas de sociedad
masculino-femenina han revelado que el modelo masculino, el cual
prevalece en nuestros días, está abocando a nuestra sociedad a un es-
tado crítico en donde los desequilibrios, tanto sociales como cultura-
les y sanitarios, están a la orden del día. No es difícil observar que nos
encontramos ante una encrucijada de caminos, en un momento deci-
sivo de la historia donde urge reubicarnos y donde hemos de recon-
quistar nuestra herencia psíquica perdida a través del tiempo, activan-
do en nuestra vida aquellas cualidades femeninas ignoradas desde
hace miles de años.
Es muy posible que todo este proceso fuera necesario. Quizá al
separarnos del principio femenino, tuviéramos la oportunidad de
experimentarnos y desarrollar otros aspectos de nuestra naturaleza
interna, pero el precio que tuvimos que pagar ha sido demasiado
elevado. Este viaje por el péndulo de la historia, nos ha ido llevando
del culto a la madre Diosa al culto hacia el padre Dios; del cuidado
de la naturaleza, a su devastación; de honrar la vida y a las energías
nutrientes y regeneradoras de la naturaleza, a rendir culto a la muer-
te y a los poderes destructivos de la misma.

Vinculación Solidaridad Mujer Paz Vida y regeneración


Jerarquía Dominio Hombre Guerra Muerte

Hemos experimentado las dos polaridades en toda su expresión y,


aunque las leyes universales han de seguir actuando, las tradiciones
espirituales dicen que cuando uno se sitúa en el «centro», la oscilación
del péndulo es menor. Así que ahora nos toca decidir qué vamos a
hacer de acorde a las necesidades de los nuevos tiempos. Se nos da la
oportunidad de rectificar nuestro rumbo en la historia. Vivimos tiem-
pos que favorecen enormemente alcanzar de nuevo un estado de equi-
librio que disfrutamos en otras épocas, no para retroceder sino para
avanzar un paso más en un modelo social realmente solidario y lúci-
do. Nunca antes en la historia de nuestro planeta habíamos creado

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tantas asociaciones y organizaciones mundiales dedicadas a mejorar la
situación de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad y de la cul-
tura religiosa. Desde finales del siglo xix, cuando se crearon los prime-
ros movimientos feministas y sufragistas, hasta ahora, han sido mu-
chos los avances que se han logrado en este terreno, aunque todavía
queda mucho que hacer. Gracias a estas pioneras que fueron en busca
de la equidad entre los sexos, disfrutamos en la actualidad de una so-
ciedad más abierta y comprometida a realizar los cambios necesarios
en nuestra cultura. Mis respetos y reconocimiento a todas ellas.
Afortunadamente, empezamos a darnos cuenta de que la mujer en
nuestra sociedad realmente tiene mucho que aportar, sólo con que se
prepare para ello y retome el contacto con su esencia femenina. Y, ¿por
qué resalto estas ideas? Porque me he dado cuenta que ser mujer no es
garantía de tener una mente abierta y crítica ante las relaciones de
dominación del patriarcado. Honestamente creo que la mayor dificul-
tad no está en que la mujer acceda a puestos relevantes en la sociedad
que hasta ahora han sido exclusivamente masculinos, sino en la «adap-
tación» a esos modelos patriarcales que muchas mujeres experimentan
para ser reconocidas y valoradas en un mundo de hombres. Considero
que éste es el problema acuciante: que la mujer pierda su voz para ser el
eco de las voces masculinas. Y esa misma dificultad la podemos encon-
trar en la experiencia espiritual, que integra a la mujer, pero le pide su
«adaptación» al sistema establecido por las teologías patriarcales.
Adaptarnos a la sociedad patriarcal nos ha privado en muchos casos
de manifestar nuestra feminidad y ahora vivimos un tiempo en el que
las actitudes que las mujeres hemos desarrollado para sobrevivir en un
mundo de hombres deben dar paso al reconocimiento y la valoración
de las cualidades intrínsecamente femeninas que hemos ido dejando
por el camino, integrándolas como parte de nuestra experiencia evo-
lutiva y permitiendo que estos dos principios universales, el masculino
y femenino, se manifiesten en nosotras mismas y en la sociedad, ple-
namente activos y funcionales.
Quizá ha llegado el momento de rescatar la figura de nuestra
«Madre Arquetípica», introducirnos en el mundo mítico de la Diosa
y zambullirnos en nuestra conciencia profunda para despertar a la
mujer consciente y completa que estamos destinadas a ser.

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