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ENZO TRAVERSO LA VIOLENCIA NAZI Una genealogia europea Prefacio Como suele pasar, este libro nacié como un ensayo corto que fue creciendo a lo largo del tiempo. Resume una investiga- cién que ha sido tema de seminarios, conferencias y colo- quios que he dictado en varios paises. Quisiera agradecer a los amigos y colegas que, pacientemente, leyeron este texto con sus diferentes versiones y me hicieron llegar sus comen- tarios: Miguel Abensour, Alain Brossat, Federico Finchelstein, Eric Hazan, Roland Lew, Michael Lowy, Arno J. Mayer, Magali Molinié, Elfi Miiller y Paola Traverso. Sus criticas y, a veces, sus desacuerdos me permitieron definir con mayor exactitud la perspectiva elegida y concluir este trabajo. De todos modos, queda claro que soy su tinico responsable. i i Tntroducci6n Laviolencia nazi se instalé en la memoria colectiva y en nues- tras representaciones del siglo xx recién en los tiltimos veinte afios. Auschwitz, su topos emblematico, adquirié un estatu- to comparable al de la caida del Imperio Romano, la Refor- ma o la Revolucién Francesa por el lugar que ocupa en nues- tra conciencia histérica, sin que s¢ pueda por ello, como a esas rupturas temporales, conferirle una significacién andlo- ga en la secuencia diacrénica del pasado. La caida del Impe- tio Romano marca el fin de ‘Ja Antigiiedad; la Reforma modi- fica la relacién entre Dios y los hombres, iniciando la secula- rizacién de sus formas de vida y de su vision del mundo; la Revolucion Francesa, por su parte, altera la relacion de los individuos con el poder, transformando a los sujetos en ciu- dadanos. Estos acontecimientos adquirieron la dimensi6n de grandes quiebres histéricos que demarcan el itinerario de Oc-, cidente. Aunque el judeocidio esté inscripto en el contexto de Ja Segunda Guerra Mundial, la comparacién de este gran ca- taclismo, que partié en dos el siglo xx, con los giros hist6ri- cos antes. mencionados no es posible desde el punto de vista de sus consecuencias. Auschwitz no modificé las formas de ta civilizacion; hoy se considera a las cémaras de gas 47a ruptura de la civilizacién, un momento revelador de sus aporias, de su potencia destructiva. El_exterminio aparecié como una de las caras de la civilizacién cuando los detracto- tes del Iluminismo se aliaron al progreso industrial y técnico, ‘al monopolio estatal de la violencia, a la racionalizacion de jas practicas de dominacién. Por el contrario, desde el punto 9 10 LA VIOLENCIA NAZI de vista de la historia de los judios, la Shoah constituye un giro histérico radical en el cual se da por concluida, del modo mas trdgico posible, una fase en Europa. Debi rrir unos treinta afios para que el mundo occidental recono- Gera Ia dimension de esta mutilacién. Auschwitz, en tanto desgarro en el cuerpo de Europa que no modifica sin embar- go el marco de la civilizacién, constituye un traumatismo di- ficil de aprehender; la explicacién histérica del acontecimiento no atraviesa el “agujero negro” (segtin Primo Levi) de su in- teligencia. De alli, la distancia abierta entre su reconocimien- to casi obsesivo y su escasa comprensién, entre la posicién central de este giro del siglo en nuestro paisaje mental y el vacio de su inteligibilidad racional. El problema aparece a menudo delimitado por sus enfoques antinémicos: desde la elevacién del judeocidio a nivel de entidad metafisica, lugar exento de memoria histérica e impregnado del dogma de su impenetrabilidad normativa (posicién sostenida en los tra- bajos de Elie Wiesel) hasta la historizacién funcionalista, de- finida adecuadamente por Dan Diner como “un repliegue metodolégico en la descripcién de las estructuras” (Diner, 2000a: 165). Esta “puesta en historia” tiene el mérito indis- cutible de establecer, en sus multiples dimensiones, el hecho del genocidio de los judios de Europa otorgando de este modo fundamento indispensable a nuestros conocimientos; no obs- tante, y por més que la aclaracién factica resulta absoluta- mente necesaria, ésta no deviene, por el mero hecho'de ser | explicita, portadora de sentido. Existe una singularidad histérica del genocidio judio per- petrado con el objetivo de llevar adelante una remodelacién § biolégica de la humanidad, desprovista de naturaleza instru- mental, concebida ya no como un medio sino como una fina- # lidad en si. Hannah Arendt lo reflejé bien, en su ensayo sobre Eichmann en Jerusalén, al sefialar que los nazis habian queri- do “decidir quién debia y quién no debfa habitar el planeta” (Arendt, 1977: 279). Un limite extremo -sefiala Saul 4 i INTRODUCCION i Friedlander- “al que sdlo se lleg6 una vez en la historia de los tiempos modernos” (Friedlander, 1993: 82-83; Traverso, 1999: 128-140). Podrfamos replicar, sin embargo, que todos los acon- tecimientos histéricos son histéricamente singulares. La sin- gularidad de la Shoah presenta ademas una dimensién antro- poldgica nueva que constituye, segin Jiirgen Habermas, “la firma de toda una época”: Entonces sucedié algo —sostuvo durante la “querella de los Ristoriadores” en Alemania— que hasta ese momento nadie hubiera podido considerar posible. Se afecté a _una esfera rofunda de la solidaridad que existia entre todo lo que po- ‘dia ser considerado distintivo de lo humano. Mas alla de dia ser considerado distintivo ce To humane todo aquello que podria definirse como bestialidad y que la Historia universal PE eprese Tepstrado, hasta entonces = acep- taba sin mds que la integridad de esta esfera profunda sé fidntenia intacta. Desde ese momento, se rompid un lazo de ingenuidad que nos unfa, cierta ingenuidad en Ta cual abre- vaba la autoridad de tradiciones que ignoran la duda; lazo que, de un modo general, alimentaba las continuidades his- Téricas. Auschwitz modifico las condiciones que permitian que los tejidos historicos de la vida se perpetwaran esponta- neamente y no solo en Alemania por cierto (Habermas, 19876: 163 [trad. franc.: 297)). Auschwitz introdujo la palabra genocidio en nuestro vocabu- lario; su singularidad reside, tal vez, en que recién a partir de Auschwitz logramos comprender que un genocido es, precisa- mente, el desgarro de ese tejido historico hecho de una solida- ridad primaria subyacente a las relaciones humanas, que per- mite a los hombres reconocerse como tales, mds alla de sus hostilidades, conflictos y guerras. El reconocimiento de esta singularidad fue tardio, tanto desde el punto de vista de nues- tra conciencia histérica como desde la historiografia del nazis- mo, pero logré dar por terminado un largo perfodo de indife- rencia, ocultamiento y negacién. Esto tuvo una doble conse- cuencia: por un lado, un considerable progreso de la 12 LA VIOLENCIA NAZI historiografia y, por otro, la anamnesis colectiva del mundo occidental. Este logro data ya de los afios ochenta ~simbélica- mente se lo podria ubicar en el Historikerstreit aleman- y su | reafirmaci6n ritual corre hoy el riesgo de transformarse en un discurso retérico que conducirfa a un eventual empobrecimiento ya la consecuente limitacién de nuestro horizonte epistemolé- gico. A pesar de su cardcter tinico, el nazismo tiene una histo- ria que no podré ser comprendida si nos limitamos exclusiva- mente a las fronteras geogtficas de Alemania y, desde el pun- | to de vista temporal, al siglo xx; su estudio requiere adoptar una perspectiva diacrénica y comparada a la vez. Antes se re- legaba el genocidio a una nota al pie de pagina en los libros de la Segunda Guerra Mundial; hoy, el énfasis que se pone en subrayar su cardcter de acontecimiento “sin precedentes” y “absolutamente unico” puede llegar a constituir un obstaculo contra los intentos de aprehenderlo en el contexto de la histo- ria europea. Arno J. Mayer tiene razon en subrayar, en el mar- © co de su critica a la metodologia de Fernand Braudel, que Treblinka y Auschwitz obligan al historiador a reconsiderar la importancia de los fenémenos de tiempo corto (Mayer, 1990: 8). Entre el verano de 1941 y fines de 1944, en apenas tres ‘ afios y medio, el nazismo borraba a una comunidad inscripta | en Ja historia de Europa desde hacia m4s de dos milafios; lego | practicamente a erradicarla por completo en ciertas regiones, tal el caso de Polonia, donde su existencia constituia un ele- mento social, econémico y cultural de importancia capital para Ja vida del pais en su conjunto. Es cierto que esta destruccién stibita e irreversible cuestiona el enfoque braudeliano de la his- toria, que reduce el acontecimiento a “una agitacién de super- ficie”, mera “espuma” superficial y efimera “que las mareas generan con su fuerte movimiento” (Braudel, 1969: 12). Hace mas necesario aun el estudio de sus premisas histéricas de lar- | ga duracién. Cualquier tentativa de comprender el judeocidio 1 Véase también Traverso (1992: 146). | | INTRODUCCION 13 debe considerar simultaneamente la irreductible singularidad del acontecimiento’y su inscripcién en los “tiempos largos” de Ia historia (Vidal-Naquet, 1991: 256). Es evidente que resultaria imposible aplicar ala “solucién final” las célebres consideraciones de Tocqueville sobre la rup- tura historica iniciada en 1789: “La Revolucién concluy6 de pronto, en un esfuerzo convulsivo y doloroso, sin transicién, sin preocupacion, sin miramientos, aquello que, tarde o tem- prano, hubiera terminado por si mismo. Esta fue su obra” (Tocqueville, 1967: 81). La Shoah modificaba una tendencia ue se crefa irreversible: el cierre de los guetos, la emancipa- cidn de los judios, su integraci6n social y su asimilacién cul- tural en el seno de las naciones europeas. La “solucién final” fue un quiebré histérico que, lejos de acelerar un proceso que “hubiera terminado por si mismo”, destruy6 los logros apa- rentemente duraderos de la Emancipacién, cuya preparacién se habia realizado en la época de las Luces y llevado-adelante durante el siglo xx en la mayor parte de Europa. Pero las rup- turas histéricas, incluso las mas desgarradoras y traumaticas, tienen sus propios origenes. Para definir los del judeocidio, hay que romper las barreras que, con demasiada frecuencia, limitan su interpretacién y buscar sus premisas en un contexto, més amplio que el de la historia del antisemitismo. ‘ “La Revolucién Francesa inventé el uminismo”, escribié Roger Chartier en una brillante formula elfptica (Chartier, 1990: 17). Se podria decir, de modo andlogo, que Auschwitz “invent6” el antisemitismo, al hacer aparecer como un proceso coherente, acumulativo y lineal un conjunto de discursos y prdcticas que, antes del nazismo, se suponfan discordantes y heterogéneos, a menudo absolutamente arcaicos, en distintos paises de Euro- pa. El antisemitismo estaba lejos de dominar el panorama his- t6rico. Su lugar en la historia del siglo’xrx era real, sin discusién, aunque de modo creciente limitado a una posicién defensiva. Existfa una fuerte tendencia, principalmente entre los judios asimilados del mundo occidental, a considerar la hostilidad de 4 LA VIOLENCIA NAZI la que eran objeto como un prejuicio tenaz pero totalmente pore cr6nico; la reaccién ante el caso Dreyfus fuera de Francia asi lo: demostraba. El nacimiento del antisemitismo modern, la me-, tamorfosis de la antigua exclusién de origen religioso en odio’ racial reforzado en nombre de la ciencia recibieron escasa aten-, cién por parte de los contemporaneos de los hechos, por hi decir que pasaron completamente inadvertidos. i Los origenes culturales del nazismo no se reducen a los de- tractores del Iluminismo, a la ideologia vélkisch y al antisemi-| tismo racial. Alcanzan un campo mucho més amplio. Este es-| tudio, que intenta explorar las condiciones materiales y los) encuadres mentales del judeocidio, deberd remontarse més alla, de 1914 y superar las fronteras alemanas. Este enfoque debe, evitar dos obstaculos: el de la disolucién del crimen en un lar-| go proceso histérico que borraria sus caracteristicas distinti- vas y el de una interpretacién exclusivamente “shoah céntri- ca” de la historia. El peligro en ciernes es una historizacion del nacionalsocialismo que reduce sus crimenes a un momento de; la Segunda Guerra Mundial 0 a un aspecto marginal de esta, tiltima; se trata, evidentemente, de cierta relativizacién, de una banalizacién del genocidio judio (un peligro al que esta ex- puesto el admirable fresco del siglo xx de Eric J. Hobsbawm). (Hobsbawm, 1999). El “alegato” de Martin Broszat, publica- do durante los afios ochenta, con miras a lograr un “cambio) de Optica” que, evitando interpretar el pasado a través del pris- ma de Auschwitz, permitiera dar por terminada la “insulari- zacién” del periodo hitleriano, no logré sustraerse al peligro de una historizaci6n relativizante (Broszat, 1987: 129-173)? La tendencia a interpretar la “solucién final” como el produc- to, no previsto ni calculado, de una “radicalizacién, acumulativa” del régimen hitleriano a lo largo de la guerra —tal como afirma Hans Mommsen, el maximo exponente de la es- 2 Cf. también Friedlander (1993: 91-92). Estas tesis fueron objeto de una rica correspondencia entre Broszat y Friedlander (1990). INTRODUCCION 15 cuela funcionalista (Mommsen, 4983: 399)—revela las aporias de una historizacién del nazismo que reduce su principal cri- men a un acontecimiento sin sujeto. El reverso de una focali- zacion exclusiva sobre la culminacion criminal y genocida del nazismo es, por el contrario, un enfoque excesivamente res- trictivo, a veces incluso ahistdrico, en el que el pasado aleman resulta aislado, criminalizado en su conjunto (tal el planteo de Daniel J. Goldhagen) 0 anulado por la erupcién inesperada y brutal de la violencia hitleriana. Esto equivaldria a reducir el pasado aleman a una antecdmara de Auschwitz 0 a interpretar el judeocidio como un cataclismo sin antecedentes ni causas, como si los encuadres mentales de los verdugos, sus practicas, sus medios de accion y su ideologfa no pertenecieran a su siglo niasu contexto civilizacional, que no fue otro que Europa y el mundo occidental durante la primera mitad del siglo xx. Auschwitz se transformaria asi y para siempre en un enigma total, irreductible a cualquier intento de historizaci6n; esta- riamos ante “un 70 man’s land de la comprensi6n” (Diner, 1987: 73). El uso ptiblico de la historia que se dibuja en ese paisaje intelectual, en equilibrio inestable entre una visibilidad enceguecedora y uma escasa comprensién de la Shoah, no deja de generar interrogantes. Es lamativo constatar que la instala- cién de Auschwitz en el coraz6n de la memoria occidental coin- cide con una negacién tan inquietante como peligrosa, la de las raices europeas del nacionalsocialismo. Hoy se ha difundi- do entre muchos historiadores Ja tendencia a expulsar de la trayectoria del mundo occidental los crimenes del nazismo. Me limitaré en estas paginas al examen de tres interpretacio- nes, algunas de las més conocidas de las ltimas dos décadas; sninguna es realmente nueva aunque todas han sido renovadas ‘en su formulacién: a) el nazismo como antibolchevismo (Nolte, 2000); b) el nazismo como reaccion antiliberal simétrica al ‘éomunismo (Furet, 1995; Furet y Nolte, 1998); ¢) el nazismo “gomo patologia alemana (Goldhagen, 1996). 16 LA VIOLENCIA NAZI Ernst Nolte analizé el genocidio de los judios como el punto} ctilmine de una “guerra civil europea”, cuyo nacimiento no; se ubica en 1914, durante el estallido del antiguo orden con- tinental establecido en Viena un siglo antes, sino en 1917, con la Revolucién Rusa y dos afios més tarde, gracias a la, fundacién del Komintern, con el nacimiento de un “partido| de la guerra civil mundial” (Nolte, 2000: 27, 582, 594). Esta tesis volvié a encender el debate de los historiadores alema- nes en 1986, ya que establece la interpretacién de Auschwitz como la “copia” radical, desmesurada e incluso “singular” pero no obstante derivada de una barbarie “asiatica” origi- nariamente introducida en Occidente por el bolchevismo. ¢Cémo explicar los crimenes nazis perpetrados por un régi- men surgido en una nacién europea, moderna y civilizada? La respuesta —segiin Nolte- se halla en el traumatismo provoca- do por la Revolucién de Octubre en Alemania. El bolchevis- mo, primer ejemplo de un régimen totalitario que ya en el inicio de la guerra civil rusa practicaba una politica de terror y de “exterminio de clase”, habria actuado sobre el imagina- rio alem4n como “cincel” (Schreckbild) y “modelo” (Vorbild) | (Nolte, 1987: 45 [trad. franc.: 34]) a la vez. El antisemitismo nazi es, para él, sélo “una especie particular de antibolche- vismo” y el genocidio judio simplemente “la imagen inverti- da del exterminio, también tendencioso, de una clase mun- dial por parte de los bolcheviques” (Nolte, 2000: 557-558). Como refuerzo de esta tesis, Nolte trae a colacion un hecho indiscutible: la presencia masiva de judios en el movimiento comunista ruso e internacional. El hecho de considerar a los judios responsables de las masacres perpetradas por el bol- chevismo (la destruccién de la burguesfa) permitié concluir ‘ que “era necesario, como represalia y con caracter preventi- vo, exterminar[los]” (Nolte, 2000: 541). Auschwitz aparece justificado por el “genocidio de clase”(Klassenmord) de los | bolcheviques, “precedente légico y factico” de los crimenes nazis (Nolte, 1987: 45 [trad. franc.: 34]). Mucho se ha escri-: INTRODUCCION 7 to sobre las tesis de Nolte y también sobre sus simplificacio- nes excesivas del proceso histérico, que anulan completamente los origenes alemanes del nacionalsocialismo, y sobre sus al- cances claramente apologéticos, tema que no consideramos necesario ampliar aqui. Evidentemente, Nolte encara un aspecto muy importante del nacionalsocialismo, su naturaleza en tanto movimiento contrarrevolucionario, surgido como reaccién a la Revolu- ci6n Rusa, como antimarxismo y anticomunismo militante. Esto es cierto en lo que respecta al fascismo, a Mussolini mas que a Hitler y, en general, a la contrarrevolucién siempre tan estrechamente, “simbidticamente”, ligada a la revolucién. Octubre de 1917 sacudié profundamente a la burguesia eu- ropea, con un impacto semejante al que recibié la aristocra- cia después de 1789. El terror y el miedo provocados en las clases dominantes por la dictadura de los soviets —equivalen- tes a los generados en Europa Central por las efimeras expe- riencias revolucionarias que la siguieron, de la revuelta espartaquista en Berlin a las reptiblicas de los consejos en Baviera y en Hungria en 1919 fueron de gran magnitud. Pero el hecho de que el nacionalsocialismo tomase vuelo en tanto movimiento anticomunista no significa —contrariamente alo que intenta mostrar Nolte— que su antisemitismo surgie- ra con la contrarrevolucién y mucho menos que fuera posi- ble presentarlo como una copia del bolchevismo. El nazismo tenia raices muy sdlidas en la tradicién del nacionalismo vilkisch que impregnaba desde hacia décadas las diferentes corrientes de la cultura alemana conservadora. Hitler se vol- vi6 antisemita en Viena, a principios de siglo, en una época en.la que él no podia ain sufrir la influencia del anticomunismo ni temer por la presencia de los judfos en la Reyolucién Rusa y en los levantamientos politicos de Euro- pa Central (Hamann, 1996; Kershaw, 1999: 239). Ahora bien, sesta primacia del antisemitismo en relacién con el antibol- ‘chevismo debe ser tomada en su justa perspectiva. La contra- —_— 18 LA VIOLENCIA NAZI / rrevolucién fascista no se limita a “restaurar” el antiguo or-' den, “trasciende” el pasado, toma una dimensién moderna, { apunta a construir un orden social y politico nuevo, actia | como una “revolucién contra la revolucién” (Mayer, 1971: 33). Aparece la retérica revolucionaria de los fascismos, tan impactante en Italia como en Alemania. Sin embargo, el con-| tenido de la contrarrevolucién moviliza elementos mas anti- guos. Si bien el movimiento nazi tomé forma bajo la Repti- blica de Weimar, su ideologia se habia alimentado de un con- junto de elementos que existfan ya antes de la Primera Guerra Mundial y de la Revolucién Rusa y que se radicalizaron pau- latinamente en el contexto creado por la derrota alemana y el surgimiento del comunismo. El nazismo heredé de Ja cul- tura alemana y europea del siglo xix su imperialismo, su pan- germanismo, su nacionalismo, su racismo, su eugenismo, su antisemitismo. E] antibolchevismo se sumé a esta lista y, aun- que no los habia creado, los exacerbé. El anticomunismo liberal de Furet coincide mds bien con el. Zeitgeist dominante. Furet postulé la identidad del liberalis- mo y de la democracia mediante de una ecuaci6n filoséfica e histéricamente discutible, la identidad del liberalismo y de |. democracia —“el mundo del liberal y el de la democracia son filos6ficamente idénticos”—; intent6 luego reducir el fascism y el comunismo a un paréntesis en el camino ineludible de la democracia liberal. “El mayor secreto de complicidad entre bolchevismo y el fascismo —escribe en El pasado de una ilu- sién- sigue siendo, sin embargo, la existencia de este adversa- rio comin, la democracia (Furet, 1995: 39),* que ambas doc- trinas enemigas reducen 0 exorcizan basdndose en la convic 3 Acerca del fascismo como “revolucién contra la revolucién”, cf; Neocleous (1997). Sternhell (1997) y Mosse (1999) hacen hincapié en k naturaleza “revolucionaria” del fascismo. 4 Para una critica de la tesis de Furet, cf. Berger y Maler (1996: 17-57) i y Bensaid (1999: 166). 4 INTRODUCCION 19 | cion de su agonia y que sin embargo les dio origen.” En su Correspondencia a Nolte, Furet criticé la visi6n del nazismo | como simple reaccién antibolchevique y subrayé la singulari- | dad de los crimenes nazis; se diferencia asi de su interlocutor | aleman por el mayor equilibrio de sus andlisis y los matices que contempla. No obstante, desde una perspectiva macrohis- torica, el antiliberalismo constituye un rasgo clave tanto del nazismo como del comunismo, por Jo cual los ubica, a pesar de su hostilidad mortal, en una misma linea en el contexto del siglo. Afirma que ambos “son episodios cortos, encasillados | por aquello que intentaron destruir. Estos productos de la de- | | mocracia fueron destronados por la misma democracia”. Al | subrayar que “ni el fascismo ni el comunismo fueron los sig- nos inversos de un destino providencial de la humanidad” | (Furet, 1995: 15), Furet daa entender que tal destino provi- | dencial existe y que esta representado por su enemigo comun y vencedor, el liberalismo. Se trata de la posicién clasica del antitotalitarismo liberal. En noviembre de 1939, unos meses después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el politicélogo americano Caziton J. Hayes lo afirmé con palabras mas draméticas ¢ inspiradas: I totalitarismo dictatorial de nuestros dias es una reacci6n -o aun mas, una revuelta— contra la civilizacién hist6rica occi- dental en su conjunto. Una revuelta contra la moderacién y la proporcién dela Grecia Clésica, contra el orden y el legalismo fe la Antigua Roma, contra la rectitud y la justicia de los profetas judfos, contra la caridad, la misericordia y la paz de Cristo, contra toda la herencia cultural de Ia Iglesia Cristiana de la Edad Media y de la Epoca Moderna, contra el Ituminis- mo, la raz6n y el humanitarismo del siglo xvm, contra la de- 3 mocracia liberal del siglo xx. Repudia todos estos elementos clave de nuestra civilizacién histérica y libra una guerra a muerte contra todos los grupos que los recuerdan con emo- ci6n (Hayes, 1940: 101 [trad. franc.: 336)). 20 LA VIOLENCIA NAZI El ex comunista austriaco Franz Borkenau, que calificaba a la urss de “fascismo rojo” y a la Alemania nazi de “bolche-' vismo marr6n”, caracterizaba por entonces al totalitarismo , como una “revolucién mundial” que amenazaba “todos los. valores que fueron transmitidos, desde Atenas y Jerusalén, | pasando por la Roma de los emperadores y la de los papas, | hasta la Reforma, el Iluminismo y la época actual”. (Borkenau, 1940: 17 [trad. franc.: 359]). Aun sin permitirse el tono calmo y distante del historiador francés, Hayes y Borkenau consideraban a las dictaduras totalitarias una | novedad reciente y, al menos segtin su deseo, efimera; agre- gaban que no constituian mds que “un simple episodio” en la historia de la civilizaci6n occidental que el nfm | | | { | i 7 moderno coroné. Medio siglo después, Furet confirma este diagnéstico que hace del totalitarismo una especie de antioccidente. Esta visién del tatalitarismo como paréntesis antiliberal se acerca, curiosamente, a la que Benedetto Croce present al final de la guerra: una “enfermedad intelectual y moral” de Europa, una desviacién del ctirso natural de la ; historia-(Croce, 1963: vol. 2, 46-50).> Llegamos asf a Goldhagen. Su explicaci6n del genocidio ju- | dio es estrictamente monocausal y da cuenta de lo que po- } drfamos calificar, en referencia a los debates hist6ricos, como | una forma de intencionalismo extensivo. Segin su interpreta- cién, el antisemitismo, no tanto el de Hitler sino, fundamen- talmente y por sobre todo, el de los alemanes‘ es la clave, tini- ca y suficiente, para comprender Auschwitz. Para Goldhagen, la Shoah no tiene sus raices en el contexto histérico de la Europa moderna sino en una tara estructural de la historia alemana. En otras palabras, propone analizarla, im vitro, en tanto resultado inevitable de una enfermedad alemana cuyos 5 Véase a este respecto Bobbio (1990: 166-177). 6 Véanse las observaciories de Rousso (2001: 691). INTRODUCCION 21 primeros sintomas habrian aparecido con Lutero. He aqui una nueva version, simplificada y radicalizada, de la tesis cla- sica del deutsche Sonderweg. Para Goldhagen, el genocidio judio fue concebido como “un proyecto nacional aleman” (Goldhagen, 1996: 11 [trad. franc.: 19]) del que Hitler sdlo fue, en definitiva, el principal ejecutor: “El Holocausto defi- ne al nazismo pero no sélo a él; también define ala sociedad alemana durante el perfodo nazi” (Goldhagen, 1996: 8 [trad. franc.: 15]). “Los ejecutores directos —que él calcula en 100 mil personas, tal vez incluso lleguen a 500 mil o mas (Goldhagen, 1996: 167 [trad. franc.: 172]}~ actuaron con el apoyo del conjunto de la sociedad alemana, obsesionada desde varios siglos atras por la conviccién de que “los judios mere- cian morir” (Goldhagen, 1996: 14 [trad. franc.: 22)). Para dar una apariencia de veracidad a este cuadro de una Alemania moderna totalmente impregnada de antisemitismo “eliminacionista”, Goldhagen debe simplificar el pasado y; fun- damentalmente, evitar inscribirlo en un contexto europeo. Esta vision de una nacién de pogromistas olvida simplemente que en el cambio de siglo, el principal partido aleman, la socialdemo- cracia, se oponia al antisemitismo y contaba con muchos miem- bros judios. Olvida el ascenso socioeconémico e intelectual de los judios de lengua alemana, del Kaiserreich en la Reptblica ” de Weimar, situaci6n sin igual probablemente en el resto de Eu- ropa, a pesar del surgimiento del nacionalismo vélkisch. No se trata de defender el mito de una “simbiosis judeoalemana”, sino de reconocer que los judfos habian logrado hacerse un lugar, precario, por cierto, y mal definido, pero real en el seno de la Sociedad alemana. Por otra parte, una simple mirada al conjun- to del continente indica que, a principios del siglo, Alemania parecfa ser una pequefia isla de felicidad para los judfos euro- peos frente a las olas de antisemitismo que arrasaban la Francia del caso Dreyfus, la Rusia de los pogromos zaristas, la Ucrania y la Bohemia de los procesos por asesinato ritual y la propia ‘Austria de Karl Lueger, el intendente socialcristiano, populista y 22 LA VIOLENCIA NAZI abiertamente antisemita de Viena. Para que el antisemitismo ale- man (que, a pesar de su difusi6n como habitus mental, sélo | representaba el 2% del electorado a principios de siglo) haya | logrado constituir la ideologia del régimen nazi, fue necesario el | traumatismo de la Primera Guerra Mundial y una dislocaci6n | de las relaciones sociales en todo el pais (Wistrich, 1997: 152- | 160). En resumen, fue necesaria una modernizacién social caé- | tica y desgarradora, la inestabilidad politica crénica bajo Weimar, la crisis econémica profunda y prolongada, el surgimiento de un nacionalismo agresivo alimentado por el temor al bolchevis- mo y la revolucién alemana esbozada entre 1918 y 1923, a los que se sumé también y finalmente la espera de un salvador carismatico, encarnado por un siniestro personaje cuya popula- tidad, fuera de ese contexto, jamds hubiera superado algunas cervecerias de Munich. } La violencia bruta de los Einsatzgruppen no constituye el | rasgo singular del nacionalsocialismo, sino lo que comparte con muchas otras masacres de este siglo terrible, un rasgo: comtin con las ejecuciones en masa de armenios en el Impe- rio Otomano, con las depuraciones étnicas de la ex Yugosla via y las ejecuciones a golpe de machete en Ruanda. El. judeocidio no fue sdlo una erupcién de violencia bruta, sino” una masacie perperrata “sin Od1O"s praciavs ua dete nificado_de produccién industrial de muerte, un engranaje, creado por una minoria de arquitectos del crimen, puesto ent practica por una masa de éjecutores a veces afanos0s, otras. ificonscientés, en medio de la silenciosa indiferencia de la gran) mayorfa de Ja poblacién alemana, con la complicidad de. Europa y la pasividad del mundo. Alli reside la Sagal faridad, Gis ef lbro de Goldhagen ai saiera rota, del geeidio hu dio. La apologia de Occidente, implicita en su tesis de una patologia alemana, adquiere rasgos de caricatura cuando él explica, en una nota, que la brusca desaparicion de este an- tisemitismo visceral y atavico en la sociedad alemana de la : posguerra fue Ja consecuencia inmediata y milagrosa de la ocu- INTRODUCCION 23 pacién de los aliados: “los alemanes fueron reeducados” (Goldhagen, 1996: 594, n. 53). Jiirgen Habermas defendid una tesis andloga, en definitiva, sobre la base de una argu- mentacién mds minuciosa y motivaciones més dignas. En su encendida defensa de un “patriotismo constitucional”, opues- to a la herencia de la nacién alemana concebida en términos étnicos —Staatsbiirger contra Stammgenossen-, adopté a su vez la tesis del deutsche Sonderweg subrayando que Alema- nia se habria integrado a Occidente sélo “después —y a tra- yés-de Auschwitz”? (Habermas, 1987a: 75 [trad. franc.: 58]). Las interpretaciones de Nolte, Furet y Goldhagen se basan en elementos indiscutibles tomados de forma aislada: el ge- nocidio judfo fue la culminacién de un antisemistimo secular que habia adquirido rasgos especificos en Alemania; el nacionalsocialismo fue un movimiento contrarrevoluciona- rio alimentado por su oposicién radical al bolchevismo y la “solucién final” se concibié y se ejecuté durante una guerra de cruzadas contra la urss; el comunismo y el fascismo se oponfan, por razones y con métodos diferentes, al liberalis- mo. Estas tres lecturas se apoyan en datos reales proyectados de modo unilateral sobre el panorama del siglo y, a partir de una interpretacién estrictamente monocausal, restituyen una imagen deformada. Comparten, ademas, mis alla de sus di- ferencias, la misma actitud apologética con respecto a Occi- dente, al que ven como sanador de una Alemania perdida en su “via especial” (Sonderweg) hacia la modernidad (Goldhagen, Habermas) 0 como el receptaculo de una tradicién naciona- lista perfectamente legitima a pesar de sus excesos (Nolte) o incluso como la fuente de un orden liberal hist6ricamente inocente (Furet). Ahora bien, el nazismo no se reduce al re- chazo de la modernidad politica y a los detractores del Ilumi- 7 Véase también la Laudatio de Goldhagen pronunciada por Habermas (1997: 13-14). Sobre Goldhagen y Habermas, cf. Traverso (1997b: 17-26). Para una excelente perspectiva de este debate, cf. Finchelstéin (1999a). 24 LA VIOLENCIA NAZI nismo; su visién del mundo integraba también una idea de la ciencia y de la técnica que no tenia nada de arcaico y que hallaba muchos puntos de contacto con la cultura de la Eu- ropa liberal del siglo xrx. Occidente, a su vez, no esta total- mente inscripto en los generosos principios de la Declaracién de Derechos Humanos. Presenta también otras caras, encie- tra otras Concepciones de las relaciones entre los seres huma- nos, Otras concepciones del espacio, otros usos de la raciona- lidad y otras aplicaciones de la técnica. El estudio que presentamos toma. estas tres lecturas y las cuestiona. Intenta ademés prestar especial atencién al anclaje profundo del nazismo, de su violencia y sus genocidios, en la historia de Occidente, en la Europa del capitalismo industrial, del colonialismo, del imperialismo, aquella en la que surgieron las ciencias y las técnicas modernas, en la Europa del eugenismo, del darwinismo social, en la Europa del “largo” siglo xix que concluyé en los campos de batalla de la Primera Guerra Mun- dial. Esta constitayé, indiscutiblemente, un momento de rup- tura, una conmoci6n social y psicologica protunda en Ja que ‘hhabitualmente se reconoce el acto fundador del siglo 2 Sin esta ruptura, en la que se originan tanto los fascismos como el comunismo, el exterminio industrial puesto en practica en los campos nazis no seria concebible. Pero esta irrupcién del nue- vo sae que ponia fin bruscamente a la “persistencia” de las formas ~politicas y, en gran medida, mentales~ heredadas del Antiguo Régimen (Mayer, 1981), hacia precipitar de modo des- garrador un conjunto de elementos acumulados a lo largo del siglo xxx, desde la Revolucién Indusirial y el surgimiento de la sociedad de masas, que habian sufrido una considerable acele- racin a partir de 1870. La produccién industrial que llegar, en la vispera de la Primera Guerra Mundial, al modelo fordista del trabajo en cadena; la reorganizacién del territorio dentro de los Estados a través de la extensién de la red ferroviaria ydela racionalizacién de la administracién piblica; la innovacién cientifica y el desarrollo tecnolégico que dieron base al surgi- INTRODUCCION 25 miento significativo de los medios de comunicacién; la moder- nizacién de los ejércitos y la finalizaci6n del proceso de con- quista y de particién colonial del mundo fuera de Europa; la formacién de nuevas elites urbanas de tipo burgués y pequefio burgués que limitaban las prerrogativas atin sdlidas de las an- tiguas capas aristocraticas.y constituian el vector de las ideolo- gias nacionalistas; la contaminaci6n del racismo, del antisemi- tismo y de las formas tradicionales de exclusién con los nue- vos paradigmas cientificos (principalmente con el darwinismo social) que realizaban una sintesis antes desconocida entre ideo- logfa y ciencia, todas estas mutaciones forman el telén de fon- do de la Gran Guerra y subyacen al salto cualitativo que ella establece tanto en el despliegue como en la percepcién de la violencia (Maier, 1997: 29-56; Salvati, 2001: caps. 1 y 2). Se jnstauran antes de 1914 y constituyen las bases materiales y culturales de los grandes cambios de Europa durante la prime- ra mitad del siglo xx. El objetivo de este ensayo no es develar las “causas” del na- cionalsocialismo, una “obsesi6n por los origenes”, enfermedad que, segtin Marc Bloch, padecian los historiadores y que los hacia olvidar que “un fenémeno histérico no se logra explicar acabadamente por fuera del estudio de su momento” (Bloch, 1974: 41). Esta genealogia no busca “causas” en una perspecti- va determinista sino “origenes”, en el sentido que Hannah Arendt daba a este término, elementos que devienen constitutivos de un fendmeno histdrico sélo después de haberse condensado y cris- talizado en él: “El acontecimiento ilumina su propio pasado al que, sin embargo, -no se hubiese accedido a través de su andli- sis” (Arendt, 1990: 73).* No se trata entonces de reconstruir el proceso de radicalizacién del régimen nazi hasta su debacle fi- nal, la acumulacién de factores y la constelaci6n de circunstan- 8 Para un buen esclarecimiento de la nocién de “genealogia” y su uso en historia, més alld de Nietzsche y Foucault, cf. Chartier (1998a: 132- 160). 26 LA VIOLENCIA NAZI cias que hicieron posibles sus crimenes. Se trata mds bien de captar los elementos en el contexto civilizacional en el cual se inscribe este régimen, elementos que lo aclaran para constituir, retrospectivamente, los “origenes”. Este estudio debe mucho a las intuiciones, esbozadas por Hannah Arendt en Los origenes del totalitarismo, sobre el vinculo que se establece entre el nazis- mo por un lado y el racismo y el imperialismo del siglo xxx (Arendt, 1976), por el otro. Estas intuiciones seran retomadas aqui sobre la base de los logros de nuevas lineas de investiga- cidn, abiertas a lo largo de estas tiltimas décadas. Los recientes trabajos de Edward Said —quien demostré la necesidad de estu- diar la dimensién subyacente y oculta de Ja civilizacién occiden- tal, el mundo colonial, ese espacio de alteridad inventado y fantaseado cuya imagen apuntaba a legitimar sus valores y sus formas de dominacién— constituyen otra fuente de importancia para este ensayo (Said, 1978 y 1993). Este enfoque pone de manifiesto una Jaguna impresionan- te -o lo que es peor, un nueva negacién—en los historiadores mas fecundos que, durante los tiltimos afios, renovaron la investigacién sobre los origenes culturales del fascismo y del nazismo (y cuyos trabajos dejaron rastros indiscutibles en este libro). Mas alld de sus divergencias en el andlisis del fas- cismo —sobre la amplitud de su dimensién simbélica y estéti ca, 0 sobre el papel de la Primera Guerra Mundial en su naci- miento-, Zeev Sternehell y George L. Mosse estan de acuerdo en no atribuir practicamente ninguna importancia a la heren- cia del imperialismo y del colonialismo europeos en la for- macién de la ideologia, la cultura, el mundo mental y las Prdcticas del fascismo. Sternhell subraya acertadamente la brecha abierta por el racismo bioldgico entre el fascismo ita- liano y el nacionalsocialismo aleman, que reduce ambas va- riantes, bien diferentes, de una misma tendencia cultural e ideoldégica de reaccién contra el lluminismo, surgida durante el primer cuarto del siglo xix (Sternhell, 1989 y 1997). Mosse capt6 correctamente las premisas del racismo moderno en el | | | i | | i | { INTRODUCCION 27 racionalismo y en el primer cientificismo del siglo xvm, estu- dié después el surgimiento de la ideologia vélkisch y del an- tisemitismo en el seno de la cultura alemana cuyas manifesta- ciones literarias, iconograficas y populares analiz6é maravillosa- mente (Mosse, 1964 y 1978). Ambos ignoraron llamativamente el papel del imperialismo y el colonialismo en la “nacionali- zacién de las masas” y en la formacién de un nacionalismo conquistador, agresivo, no igualitario, antidemocratico. Nin- guno de los dos insistié sobre la conexién entre la emergen- cia de este nuevo nacionalismo y las prdcticas imperiales de la Europa liberal; no interpretaron siquiera las violencias coloniales como premisa que las potencialidades de extermi- nio del discurso racista moderno pusieron en prdctica. Que- da claro que no se trata de borrar la singularidad de la vio- Tencia nazi a través de la mera asimilacién de Ta misma a las masacres coloniales, sino de reconocer que fue perpetrada en el marco de una guerra de conquista y exterminio entre 1941 _ concebida como una guerra colonial dentro de Euro- _pa. Esta guerra colonial copiaba su ideologia y sus principios -con medios y métodos mucho mas modernos, poderosos y mortiferos— de los que, durante el siglo xix, habia instaurado el imperialismo cldsico. Si bien las victimas de la “solucién final” encarnaban la imagen de la alteridad en el mundo occidental, objeto de persecuciones religiosas y de discrimi- naciones raciales ya desde la Edad Media, las circunstan- cias historicas de su destrucci6n sefialan que esta antigua y, por cierto, particular estigmatizacién habia vuelto a insta- larse después de la experiencia de las guerras y de los genocidios coloniales. El nazismo permitié el encuentro y la fusién de dos figuras paradigmaticas: el judio, el “otro” del mundo occidental, y el “subhombre”, el “otro” del mundo colonizado.? 9 Véase sobre este tema el debate Lal, Bartov (1998: 1187-1194). 28 LA VIOLENCIA NAZI La argumentacién de este ensayo estd articulada en dos planos. Por un lado, he intentado reconstituir las premisas materiales del exterminio nazi: la modernizaci6n y la serializacién de los dispositivos técnicos de las formas de matar entre la revoluci6n industrial y la Primera Guerra Mundial. Las camaras de gas y los hornos crematorios son el punto maximo alcanzado Iuego de un largo proceso de deshumani= zaciOn e industrializacion de Ta muerte que integra la raciona- lidad instrumental, productiva y administrativa del mundo occidental moderno (Ia fabrica, la burocracia, la prisién). Por otra parte, he estudiado minuciosamente la fabricacién de los estereotipos racistas y antisemitas que abrevan en el cientificismo de fines de siglo. En primer lugar, el surgimiento de un “racismo de clase” que retranscribe en términos de raza los conflictos sociales del mundo industrial y asimila las clases trabajadoras a los “salvajes” del mundo colonial; en segundo término, la difusién de una nueva interpretacién de la civilizaci6n basada en modelos eugenistas y, finalmente, la aparicién de una nueva imagen del judio —construida sobre Ja figura del intelectual—- como metafora de una enfermedad del cuerpo social. La convergencia entre ambos planos, uno material y otro ideolégico, comienza a esbozarse durante la Gran Guerra, el auténtico laboratorio del siglo xx, para ha- llar finalmente su sintesis en el nacionalsocialismo. 1. Vigilar, castigar y matar La guillotina y la muerte en serie La Revolucién Francesa constituy6 una giro histérico en las me- tamorfosis de la violencia en Occidente. No nos planteamos generar un nuevo proceso contra el Iluminismo -siguiendo el camino de Jacob L. Talmon— para lograr establecer las raices del terror totalitario ni establecer en el Tribunal Revolucionario yen la Guerra de “Vendée los antecedentes de las modernas prac- ticas de exterminio politico. La guillotina, perfeccionamiento de la mannaia italiana de principios del siglo xvml, concentra nuestra atencién como etapa esencial en el proceso de serializa- cién de los modes de matar. Asi como Ja ejecucién de Luis XVI simboliza el fin del Antiguo ‘Régimen, su instrumento, la guillo- tina, anuncia el advenimiento de la modernidad a la cultura ya las practicas de muerte. .Unas décadas después de la puesta en practica de este nuevo instrumento, Lamartine definia con clari- dad la mutacion antropolégica producida: \ Esta m4quina inventada en Italia, que un célebre y humani- tario médico de la Asamblea Constituyente llamado Guillotin trajo a Francia, reemplaz6 los atroces y degradantes supli- cios que la Revolucién quiso abolir. Los legisladores consti- tuyentes consideraban que este mecanismo tenia, ademas, la ventaja de evitar el derramamiento de sangre provocado por la mano de otro hombre, mano responsable del golpe, a ve~ ces mal dado, y de reemplazarla en la ejecucién por un instru- mento sin alma, insensible como la madera e infalible como el hierro. Una vez que el ejecutor daba la sefial, el hacha cafa 29 30 LA VIOLENCIA NAZI sola, Este hacha, cuyo peso se centuplicaba a través de e pesas atadas a su estructura, Se deslizaba entre dos ranuras, een un movimiento horizontal y vertical a la vez, come eldel con siesta, y separaba la cabeza del tronco gracias al peso del ane nida con la rapidez del rayo. Se lograba asi suprimir al dolor y el tiempo en la sensacion de muerte (cit. en Arasse,| 1987: 65-66). i Para comprender lo novedoso de la guillotina, debemos re- cordar las caracteristicas de la ejecucion capital durante el Antiguo Régimen cuyo ritual ptiblico relaté Joseph de Maistre en su inolvidable.texto Las veladas de San Petersburgo. El aristécrata saboyano pintaba un retrato aterrador del verdu- go, a quien admiraba por considerarlo un pilar del orden| tradicional. Describia su llegada al patibulo ante una multi- tud silenciosa y palpitante, el rostro aterrorizado del conde- nado, su boca “abierta como un horno”, sus aullidos, sus huesos que estallaban bajo el peso de la barra, la sangre que salpicaba y manchaba al verdugo que permanecia inmutable ante los espectadores horrorizados. De Maistre manifestaba | cierto respeto hacia esta figura aparentemente tan poco ho- norable pero indispensable, desde su punto de vista, para la sociedad; sus semejantes huian de él con horror, le temian y lo aceptaban como brazo secular de la autoridad, de un or- den divino, transcendente, un orden que exigia sumision y | obediencia: “Dios, autor de la soberania, también lo es del castigo”. Para De Maistre, el verdugo adquirfa las caracteris- ticas de una “criatura extraordinaria” que encarnaba al mis- mo tiempo “el horror y el vinculo de Ja asociaci6n humana” (Maistre, 1979: vol. 4, 33). En un admirable ensayo sobre él autor de Considérations sur la France, Isaiah Berlin subray6 la modernidad de su vi- sion del verdugo. Muy lejos del optimismo del Tluminismo, que postulaba una humanidad perfectible, dispuesta a ser | moldeada por la razon y teleolégicamente orientada hacia el progreso, De Maistre consideraba a la humanidad como una Hissisisiee enaiseciepsesaassnseestsecaseceeeeisntittneessttttstrseer OT rmicinneEal VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 31 especie despreciable y sérdida, siempre dispuesta a matar, sujeto de una historia a la que él describfa como una matan- za permanente. La “apariencia” de los escritos de De Maistre esclasica ~afirma Berlin— pero el niicleo que encierra es terri- blemente moderno: la visién de un orden politico basado en el terror que los totalitarismos del siglo xx se encargaron de concretar (Berlin, 1992: 100-174). La fuerza de la obra de De Maistre reside en esta mezcla de modernidad y oscuran- tismo, en su prefiguracién visionaria de un universo de nihi- lismo en el que no caben las nociones de humanidad, raz6n y progreso que esgrimia el Iluminismo— envuelto en una apo- logia tenebrosa del orden divino y del absolutismo. Un siglo después, cuando los opositores al Iluminismo sellaron una alianza con la técnica moderna, esta mezcla de mitologia arcaica y nihilismo destructor desembocé finalmente en el fascismo. Pero el decisivo y fatal encuentro entre el mito y el acero, entre el irracionalismo de la ideologia vélkisch y la racionali- dad instrumental de la industria, deterior6 inevitablemente la “apariencia” de la argumentacién de De Maistre. La mo- dernidad de su visién de un orden basado en el terror se ocul- taba detrds de una sacralizacion y de cierta vision heroica del verdugo que, ya en la época de Las veladas de San Petersburgo, resultaba anacrénica, Durante la Revolucion, el verdugo dejé de ger el duefio absoluto de la ceremonia punitiva y fue reem- plazado por la guillotina como nuevo simbolo de soberania. El temible verdugo con su hacha real salié de escenas una maquina asumi6 su antiguo papel, él se transformé en su apéndice, técnico y obrero. El nuevo simbolo de la justicia democratica era un dispositivo técnico para matar. Como con- trapartida, tal como explica Roger Caillois, el antiguo ver- dugo desaparecié junto con “el esplendor que rodea al mo- narca”, pues la existencia de aquél estaba indisolublemente ligada a la suya (Caillois, 1964: 33; Bée, 1983: 843-862; De Becque, 1997: 114). Antes, portador de un cuerpo “doble” —el 32 LA VIOLENCIA NAZI cuerpo eterno de la realeza y el de su persona, mortal (Kantorowicz, 1989), el monarca perdia ahora, con su ca- beza, la dignidad y la sacralidad de una ejecucién real (Walzer, 1974). El Gnico privilegio que Luis XVI conservé fue la ca- rroza que lo condujo al sitio de su ejecucién en lugar de la carreta que normalmente llevabaa los condenados a muerte. Se mostr6 su cabeza cortada, chorreando sangre, como prue- ba de la normalidad de su cadaver; su muerte no diferia en lo mas minimo de las que la habian precedido. El haber sido ejecutado por una maquina le otorgaba, en el altar de la igual- dad republicana, el estatuto de un criminal comin. Bajo el Terror, la ejecuci6n era ptiblica; atin no se la ocultaba, no se intentaba volverla aséptica y banal. La Revolucién Francesa constituye justamente un momento de ruptura en el que el anti- guo sistema de sacrificios celebra su triunfo antes de desapare- cer, en el que las violencias ritualizadas del pasado se desen- cadenan en un cuerpo social que se prepara a exorcizarlas (Corbin, 1990: 127-129). Detrds del espectdculo y de la fies- ta de masacre, la guillotina oculta el inicio de un giro histéri- co por el cual la revolucién industrial entra.en el campo de la“ pena capital. La ejecucién mecanizada, serializada, dejara pronto de ser_un espectdculo, una liturgia del sufrimiento, para convertirse en un procedimiento técnico del asesinato en cadena, impersonal, eficaz, silencioso v rapido. El resulta do final'seré la deshumanizacion de la muerte (Sofsky, 1998: 112). Los hombres, desplazados del género humano, fueron exterminados como animales a partir de entonces (Brossat, 1998: 124). La ejecucién dejé de ser lo que era durante el Antiguo Régimen, un holocausto, un sacrificio necesario para el esplendor y la legitimaci6n de la soberanfa real. La historia de la guillotina refleja de modo paradigmatico la dialéctica de la raz6n. Al final de un largo debate de la socie- dad en el cual el cuerpo médico habia tenido un papel destaca- do, la guillotina llega para coronar la lucha de los filésofos contra la inhumanidad de la tortura. Durante siglos, las mo- VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 33 narquias y la Iglesia habfan desplegado sus esfuerzos para ha- cer mas sofisticados los aparatos de tortura y aumentar asi los sufrimientos de los torturados. Dado que la guillotina lograba condensar la ejecucién en un instante y eliminar casi el sufri- miento fisico del condenado, se la acepté como un progreso de Ja humanidad y de la razon (Arasse, 1987: 11), como una in- novacién que ponja fin a la inhumanidad de la tortura y de las yiolencias politicas del pasado, exorcizando para siempre el . espectro de las masacres de San Bartolomé." Casi nadie imagi- naba por entonces, ni siquiera después de las ejecuciones masi- yas del Terror, los efectos futuros de la racionalizacién y de la mecanizacién del sistema de matar. La implantacién de la gui- Uotina determiné la “emancipacién” del verdugo que, sin su aura siniestra, logré el estatuto de ciudadano y, a partir de 1790, pudo ser votado en las elecciones (Arasse, 1987: 151). Apenas dos generaciones més tarde, se volverfa un simple fun- cionario. En 1840, la Gazette des Tribunaux utilizaba estos términos para aludir al Sr. Sanson, ejecutor durante la Monar- quia de Julio y nieto del ultimo verdugo del Antiguo Régimen: “El ejecutor actual difiere mucho de su padre: no tiene, desde ef punto de vista de su profesi6n y de los aspectos vinculados a ella, esa dificultad, esa molestia, ese malestar que se observaba en su predecesor. Al estar convencido de la utilidad de su tarea y de los servicios que presta a la sociedad, se considera a si mismo un ordenanza que no hace otra cosa que dar cumpli- miento a una sentencia; habla de sus funciones con absoluta soltura” (cit. en Arasse, 1987: 162). Cuatro figuras acompa- fian la aparicién de este nuevo dispositivo de muerte: el médi- co preocupado por eliminar el sufrimiento de sus semejantes, el ingeniero obsesionado por la eficacia técnica, el juez que se expide sobre el derecho a vivir de los condenados y finalmente 1 En el siglo xnx, ésra era atin la opinién de Edgar Quinét y de Michelet, cf. Mayer (2000: 106). Gerould (1992) analizé el impacto extraordinario de la guillotina en la cultura del siglo xx. 34 LA VIOLENCIA NAZI el verdugo, resignado ya a abandonar sus atributos reales para asumir un perfil “profesional” corriente. Estas cuatro figuras recotreran juntas un largo camino. Tendrén un papel irreem- plazable, bajo el Tercer Reich, en Ja ejecucion de la “operacion T4” -la eutanasia de los enfermos mentales y de las “vidas no dignas de ser vividas” (lebensunwerte Leben)-, pues prepara- ron su estructura, tomaron decisiones, las llevaron a la practi- cay las defendieron a nivel juridico frente a los familiares de sus victimas. La guillotina iniciaba un proceso que Kafka jlustrara ade- cuadamente un siglo después. El personaje de su novela En la colonia penitenciaria, escrita durante los primeros meses de la Gran Guerra, es una maquina que condena y ejecuta a la vez; el oficial a cargo describe al visitante sus caracteristicas, sus fun- ciones, su perfeccién técnica (Kafka, 1952: 197-234 [trad. franc.: 66]; Traverso, 1997a: 50-57). Evidentemente, este extrafio apa- rato, ubicado a igual distancia de los instrumentos de tortura de la Edad Media y de las primeras m4quinas industriales, sigue siendo el simbolo de la soberanfa -graba la Ley en el cuerpo del condenado- aunque su disefio y funcionamiento nos introduz- can ya en un universo totalmente nuevo. El oficial que estaba a su. cargo, medio tonto, indiferente a Ja suerte de los condenados y completamente sometido a su maquina (Apparat), se volvid un encargado de mantenimiento facil de reemplazar. El aparato mata, el hombre sélo lo vigila. La ejecucion es una operacién técnica y el que esta al servicio de la maquina sdlo es responsa- ble de su mantenimiento: Ja matanza se ejecuta sin sujeto. El verdugo ya no es el defensor de la soberania divina, no encarna por ende simbolo alguno. No celebra ninguna ceremonia publi- ca, sé torné un mero eslab6n en un proceso mortifero cuya ra- cionalidad instrumental lo priva de cualquier singularidad. El caracter rudimentario de la guillotina no debe engafiarnos: in- augura una era nueva, la de la muerte en serie, que mas adelante un ejército silencioso y anénimo de pequefios funcionarios de la Ganalidad del mal Mevara a cabo. VIGILAR, CASTIGAR ¥ MATAR 35 La guillotina, verdadero giro antropolégico revela -coin- cidimos en esto con “Walter Benjamin el abismo de una muer- te sin aura. Es el fin de Ja muerte espectaculo, de la actuaci6n qealizada por el artista-verdugo; de la representacion tnica y sagrada del terrors el inicio de la era de las masacres moder- nas, en las que la ejecucién indirecta. cumplida técnicamente, @hmina el horror de Ja vi a visible y abre el camino @ Su multiplicacion infinita (acompafiada por la desresponsa- filizacién ética del ejecutante, reducido al papel de encar- gado de mantenimiento). Las c4maras de gas son la aplica- cién de este principio en Ja época del capitalismo in ustrial. Tgtransformacion del verdugo en supervisor de una ma- quina de muerte conlleva una inversion de los papeles cuya fendencia historica Gunther Anders explica como ja prima- Gia de las m4quinas por sobre los hombres. En poco tiem- po, la violencia humana mas cruel y desenfrenada no podra tivalizar con la técnica. Con la deshumanizaci6n técnica de Ja muerte, los crimenes mas inhumanos serdn crimenes “sin hombres” (Anders, 1981: 189). La prision y la disciplina de los cuerpos Siguiendo a Michel Foucault, muchos historiadores analiza- ron el proceso por el que, a lo largo del siglo xix, la “fiesta unitiva” deja su lugar a la ejecuci6n oculta, alejada de la mi- rada del ptblico, y surge la institucién carcelaria como jugar cerrado, laboratorio de una “técnica de coercion de los indivi- duos” antes desconocida (Foucault, 4975:155)2 El principio de eacierro se impone en las sociedades Sccidentales. La crea- cién de las casas de trabajos forzados para “yagabundos ocio- 2 Em ja misma linea de Foucault, cf. principalments Ignatieff (1978) ¥ Perrot (2001). Para un abordaje més fluenciado por la sociologia de Norbert Elias, cf, Spierenburg (1984). Se puede encontrst = resumen de este debate historiogxéfico en Garland (1990) y una ‘actualizacion en Brossat (2001) 36 LA VIOLENCIA NAZI sos” y miserables, marginales, prostitutas e incluso para nifios durante la Revolucién Industrial coincide con el nacimiento de la cArcel moderna. Durante la primera mitad del siglo xix, Gran Bretafia se doté de una amplia red de workhouses en las que se interné a centenares de miles de personas. Otras muta- ciones se produjeron por entonces. Los cuarteles dejaron de estar reservados a una elite militar de origen aristocrAtico y se adaptaron a las exigencias de los ejércitos modernos, ejércitos de la €poca democratica cuyos “levantamientos masivos” de 1793 demostraron su poder. Las fabricas, alrededor de las cuales se levantaron ciudades nuevas, conocieron un desarrollo im- presionante: Catceles, cuarteles, fabricas, todos estos lugares estaban regidos por el mismo principio de encierro, la discipli- na del tiempo y de los cuerpos, la division racional y la meca- nizaci6n del trabajo, la jerarquia social, la sumisi6n de los cuer- pos a las mdquinas. Ninguna de estas instituciones sociales muestra las huellas de la degradacién del trabajo y del-cuerpo inherente al capitalismo. Marx y Engels, primero, y Max Weber, luego, vincularon la disciplina de la fabrica capitalista con la del ejército y la del obrero con la del soldado. Al principio del capitalismo industrial, los autores del Manifiesto comunista constataban el nuevo rostro de la sociedad disciplinaria: “Masas de obre- ros se amontonan en las fabricas donde se los organiza como si fueran soldados; simples soldados de la industria ubicados bajo la supervisién de suboficiales y oficiales” (Marx, Engels, 1994: 408). En el capitulo sobre las m4quinas, en el primer il libro de El Capital, Marx iba aun més lejos; presentaba a la : fabrica moderna como un lugar de “pérdida sistemAtica de las condiciones de vida del obrero” que comparaba, citando a Fourier, con “trabajos forzados atenuados” (Marx, 1975: bd. 1, 449). En visperas de la Primera Guerra Mundial, Weber vefa en la “disciplina militar {...] el modelo ideal de la empre- sa capitalista moderna” (Weber, 1956: bd. 1, 873). Desde una visién retrospectiva, el proyecto pandptico de Bentham VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 37 aparece como el signo que anunciaba un nuevo sistema de control social y de disciplina de los cuerpos, concebido como un modelo de transparencia represiva valido para el conjun- to de la sociedad. En el epigrafe de Panopticon, Bentham sefialaba las miltiples aplicaciones de su modelo que, segiin él, era dtil tanto para las cArceles como para las fabricas y escuelas. Su proyecto se ubicaba en el entrecruzamiento de la vision utilitarista del establecimiento correctivo tipico de las paises protestantes de la época del capitalismo mercantilista y la carcel de la sociedad industrial moderna, coercitiva y disciplinaria.? E] dispositivo pandptico pretendia ser, al mis- mo tiempo, lugar de produccién y lugar de disciplina de los cuerpos y las mentes para someterlos a los nuevos dioses mecanicos de la economia capitalista. Este nuevo tipo de carcel debia desarrollarse durante la primera fase del capitalismo industrial, cuando las clases tra- bajadoras se volvieron “clases peligrosas”* y los estableci- mientos penitenciarios comenzaron a llenarse con una po- blacién heterogénea, compuesta de figuras sociales refracta- rias a los nuevos modelos disciplinarios (desde vagabundos hasta prostitutas, desde ladronzuelos hasta borrachos).5 Por un lado, la resistencia al sistema fabril y la dislocacién de las comunidades rurales habian producido un notable aumento . de la marginalidad social, la “criminalidad” y, por ende, la poblacién carcelaria; por el otro, el advenimiento de las m4- quinas habfa hecho caer abruptamente la rentabilidad de los trabajos forzados. En este contexto, la cdrcel sufrié una ver- dadera metamorfosis, caracterizada por la nueva introduc- cién masiva de medidas punitivas y de practicas degradantes. La concepcién retributiva de la justicia y la visién utilitaria 3 Sobre el Panopticon de Bentham, cf. Melossi, Pavarini (1977: 67-69) y Perrot (2001: 63-100). 4 Esta metamorfosis es central en el estudio cldsico de Louis Chevalier (1959). 5 Para un andlisis del caso inglés, cf. Ignatieff (1978). 38 LA VIOLENCIA NAZI de la institucién carcelaria, difundidas por los fildsofos del Tuminismo, cedieron su lugar a una nueva vision de la cdrcel como lugar de sufrimiento y alienacién. La dialéctica de este proceso ya estaba presente en Ja acogida que tuvo en Europa el panfleto clasico de Cesare Beccaria, Det delitti e delle pene (1764). Este manifiesto contra Ja tortura y Ja pena de muerte ; defendia el derecho de los acusados a un juicio equitativo y protegia el principio de espiatio de redencion del condenado. El debate suscitado en Europa estuvo centrado, sin embargo, en la explotaci6n racional del trabajo carcelario. El matemati- co francés Maupertuis y el economista piamontés Giambattista ‘Vasco propusieron incluso que los detenidos fueran utiliza dos como cobayos para efectuar experiencias médicas. Fran- | co Venturi escribid que todo el debate sobre las crceles a | fines del siglo xvul estuvo marcado por el encuentro entre la} filosoffa del Iuminismo, el célculo econdémico y “algo mas | preocupante, una vieja crueldad que por entonces tomaba | | f i formas nuevas, mas racionales” (Venturi, 1970: 140).° Las carceles conservaban la racionalidad autoritaria de la fAbrica y del cuartel, pero modificando su funciéns el trabajo carcelario no se concebia mas como fuente de beneficio sino { como castigo y.como metodo de tortura ‘Ruche, Kirchheimer, t 1994: 218- 7 Los detenidos estaban obligados a despla- | zar enormes piedras sin otro fin que regresarlas al punto de | partida, o a accionar, durante largas jornadas, bombas que no hacfan otra cosa que volver el agua a la fuente de origen. En 1818, William Cubbit habia organizado un molino de} disciplina (tread-mill) que, wna vez evaluado en la prision de Suffolk, sirvié de modelo a muchas instituciones carcelarias | pritanicas (Rusche y Kirchheimer, 1994: 253) Un observador | francés, el barén Dupin, describi6é con gran admiracién las | 6 Véase también sobre el debate en Jos reformadores ingleses, Ignatieff (1978). 7 Bl libro de Ruche y Kirchheimer analiza sobre todo los casos inglés, § aleman y norteamericano; ‘sobre Francia, cf. O’Brian (1982: 150-190). Q VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 39 “ruedas penitenciarias” inglesas cuya introduccién recomen- daba en Francia. Se trataba de varios cilindros de didmetro variable, que los prisioneros debian mover durante horas ca- minando en su interior. Los cdlculos efectuados por los res- onsables del sistema penitenciario inglés, auténticos precur- sores de la fisiologfa del trabajo, sugerian que esta actividad correspondfa a un ascenso de unos miles de metros por dia. Este sistema se aplicé escasamente a tareas productivas —mo- ler el trigo o hilar algod6n-; se lo definfa mas bien como un “suplicio” (Doray, 1981: 69). Era una sintesis de disciplina | “pandptica” (el control total del detenido) y “mecanica” (la ‘ sumision del cuerpo a las exigencias técnicas del dispositivo punitivo) (Gaudemar, 1982: 16-23) que llevaba a su paroxis- mo el orden de la fabrica, disoci4ndolo tendenciosamente de su finalidad productiva. El reformador Robert Pearson ha- bia elaborado un programa que apuntaba a desviar a las cla- ses populares del crimen por medio del terror: Para domar a los animales més salvajes, los privamos de sue fio; no hay criminal que no exprese repugnancia hacia la mo- notonia de una vida que lo obliga a dormir poco y al respeto de tin horario establecido. Propongo [...] que descanse en una cama dura en lugar de una hamaca blanda. Sugiero que se lo alimente con raciones minimas de pan negro y agua [...]. De- biera llevar ropas de prisionero, gruesas y de colores desagra- dables. No experimento ninguna simpatia por quienes defien- den los nobles sentimientos del prisionero y rechazan el uni- forme penitenciario; éste resulta indispensable por razones de seguridad pues permite distinguirlos; el hecho de que los pri- sioneros condenados Ileven uniforme forma parte, a mi en- tender, de las exigencias de un sano sistema de disciplina peni- tenciaria (Ruche y Kirchheimer, 1994: 252). La consecuencia de la difusién de estas practicas represivas fue un considerable aumento de la tasa de mortalidad en las c4rceles, evidente en los registros de todos los paises euro- peos (Ruche y Kirchheimer. 1994: 248-249). Al analizar el 40 LA VIOLENCIA NAZI caso de la carcel de Clairvaux, bajo la Monarqufa de Julio, Michelle Perrot no dud6 en hablar de “cuasi genocidio” (Perrot, 2001: 200). Las carceles de principios del siglo XIx, en las que el trabajo, a menudo sin finalidad productiva, se concebja exclusivamente con un objetivo de persecucién y humillacion, constituyen los antecedentes historicos del mo- derno sistema concentracionario. Primo Levi definia el tra- bajo en Auschwitz como “un tormento del cuerpo y de la mente, mitico y dantesco”, cuya tinica finalidad era la afir- macién de la dominacién totalitaria. Sefialaba que esta con- cepcion disciplinaria y punitiva era la antitesis del trabajo “creador” que la Propaganda fascista y nazi alababa como parte de su herencia de la retérica burguesa que exalta el trabajo como una actividad que “ennoblece” (Levi, 1986: 96-97 [trad, franc.: 119-121]). El elemento comin entre el tread-mill de la cdtcel de Suffolk y el trabajo de los campos nazis es lo que Primo Levi definié en Los bundidos y los sal- vados: “la violencia inttil, difusa, como fin en si, que no pre- tende otra cosa que crear dolor” (Levi, 1986: 83 [trad. franc.: 104]), Algunos principios que rigen las work-houses del si- glo xix se encuentran también en los campos de concentra- ci6n del siglo siguiente: lugares cerrados, trabajo coercitivo, “violencia initil”, control de tipo militar, castigos, ausencia total de libertad, uniforme, marcas en los cuerpos, condicio- nes.de vida inhumanas, humillacién. En El capital, Marx definfa las work-houses inglesas como “casas de: terror” y analizaba las reservadas a los nifios como el escenario de una “gran masacre de inocentes” (den groben herodischen Kinderraub)® (Marx, 1975: bd. 1, 785-786). Evidentemente, yincular ambas instituciones acentuando su afinidad morfolégica no significa asimilarlas. Existe una 8 Apoydndose en esta critica del sistema de workhouses, ciertas perso- nas vieron en Marx un critico ante litteram del totalitarismo, Losurdo (1991: 75-76). BAe 0 @ través del { oe, VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 41 diferencia sustancial entre sus finalidades: el disciplinamiento énun caso, el aniquilamiento én él otro. Los Campos nazis no eran carceles “mas duras” o més perfeccionadas en sus técni- cas coercitivas, sino un fendmeng nuevo que respondfa a una légica diferente. La comparacién tiene sin embargo un “va- lor heuristico” —decimos con Wolfgang Sofsky- en la medida en que “ilustra la transformaciGn del trabajo humano en tra- bajo de terror”? (Sofsky, 1995: 214). En otras palabras, el yniverso concentracionario suponfa una etapaanterior, la de Ia cdrcel moderna en.la época de la revolucion industrial. Digresion sobre el sistema concentracionario nazi Con el fracaso de la Blitzkrieg en el Este, Alemania se trans- formé. progresivamente en unGistema esclavista moderne (Franz Neumann la definié como una forma de “capitalismo monopolista totalitario”) (Neumann, 1987), que inyect6 masivamente la fuerza de trabajo extranjera en la economia de-guerra, Speer fue el encargado de levar adelante Ta racionalizacién de la produccién industrial basada en el tra- bajo coercitivo de jos extranjeros. Con excepcién de una minoria de alemanes antifascistas 0 “gsociados”, las “fuer- zas del trabajo” (Zwang-sarbeiter) formaban un ejército va- tiado, formado por civiles de'los paises ‘ocupados, prisione- le euerra y deportados (raciales *politicos). En 1944, esta mano de obra extranjera supéraba los 7.6 millones de personas (muchas de ellas eran mujeres) y representaba un_ cuarto de la clase obrera industrial. Durante esa misma épo- ca, los deportados de la: abajaban también para la in- dustria alemana. En@bril de 1942, 9 Sofsky hace esta observaci6n con respecto a la esclavitud luego de haber demostrado las diferencias que la separan de la cdrcel y de los cam- pos de concentracién nazis 42 LA VIOLENCIA NAZI car el sistema de los campos de concentracién bajo la direc- cién de la wna (Wirtschaft und Verwaltung Hauptasart), la Oficina central de la administracion y de la economia de las ss de Oswald Pohl, con la tarea de hacer productivo el trabajo que hasta entonces sdlo habia sido punitivo y para disciplinar a los detenidos En el interior de los campos de concentraci6n, las ss empleaban la fuerza de trabajo de los prisioneros de guerra y de los deportados de varias Konzern alemanas y, de este modo, disponian de una numerosa mano de obra utilizable a discrecién y sumamente harata. Muchas grandes empresas instalaron sus talleres de produccién en los campos y éstos se multiplicaron como hongos alrededor de Ta: i triales. En 1944, aproximadamente la mi- tad de los deportados de los campos de concentraci6n traba- jaba para la industria privada y el resto para la organizacién Todt, encargada de la produccién de armas (Herbert, 1997). En la ctispide de este ejército de trabajadores extranjeros se encontraban los civiles de los paises ocupados de Europa Oc- cidental (franceses, italianos, belgas, holandeses, etc.), segui- dos por los prisioneros de guerra de Europa del Este; en la base, estaba la masa de los Untermenschen, los prisioneros de guerra soviéticos y polacos, que eran los mas explotados y que estaban destinados a un aniquilamiento rapido; al final, esta- ba la minorfa de judios y de cingaros deportados que habian escapado de las cAmaras de gas pues habfan sido elegidos para el trabajo. Los prisioneros de guerra y los deportados politicos y raciales estaban sometidos a condiciones de esclavitud mo- derna, lo que se podria llamar una forma de taylorismo biologizado. Seguin el paradigma taylorista, la fuerza de traba- jo estaba segmentada y jerarquizada en base a las diferentes funciones del proceso de produccién y, como en la esclavitud, la alienacién de los trabajadores era total. A diferencia de Ta esclavitud clasica, los deportados no constituian una mano de ‘obra destinada a reproducirse, Sin0 a consumilse hasta suago- hasta suago- tamiento, en el marco de un aliténtico exterminio a través del VIGILAR, CASTIGAR ¥ MATAR 43 trabajo. Segin la visién nazi del mundo, la divisién del trabajo coincidia con una brecha “racial” que establecia la jerarquia interna de esta categoria de obreros esclavos. Una estratifica- cién profesional, impuesta por el sistema de valores nazis que implicaba una revisién total del principio de igualdad, se im- ponia a la estratificacién profesional del proletariado inheren- te al capitalismo industrial. La biopolftica nazi realizaba la fusién de la modernidad industrial y de los opositores del Iu- minismo: Taylor reaparece en un capitalismo remodelado se- gtin los principios racistas y después del entierro de los valores de 1789 (Peukert, 1987: 128). Toda la existencia de los campos de concentracién nazis estuvo marcada por una tensién constante entre trabajo y exterminio. Estos campos, que habian surgido como lugares punitivos y que luego, durante la guerra, fueron convertidos en centros de produccién, se transformaron de facto en cen- tros de exterminio por el trabajo. Esta contradiccién, vincu- lada con el sistema policratico del poder nazi, se traducia, por un lado, en Ja racionalizacién totalitaria de la economia impulsada por Speer y, por el otro, en el orden racial estable- cido por Himmler. Se puede ver este conflicto en el estatuto de los campos de exterminio, que no fueron concebidos como lugares de producci6én sino como centros de muerte para los judios de Europa, y que seguian dependiendo, sin embargo, de Ja wvna. En cuanto al resultado de esta tensién entre el trabajo y la muerte, podemos recordar la constatacién de André Sellier, ex deportado e historiador del campo de Dora, cerca de Buchenwald, campo creado para producir, en una fabrica subterranea, los célebres V2 con los que Hitler queria forzar el repliegue de Gran Bretafia. En Dora —escribe Sellier— la produccién de cadaveres “en y por la fabrica” fue siempre mis eficaz que la fabricacién de V2 (Sellier, 1998: 103). 44 LA VIOLENCIA NAZI La fabrica y la division del trabajo | La guillotina marca el primer paso hacia la serializacién de} las practicas de matar; Auschwitz constituye.su epilogo in- | | | i | | | | dustrial en el periodo fordista del capitalismo. La transicién fue larga, sin embargo. Entre la cuchilla mecdnica utilizada para las ejecuciones capitales después de 1789 y el extermi- nio industrial de millones de seres humanos, se ubican varias etapas intermedias. La mds importante, durante la segunda mitad del siglo xux, fue sin lugar a dudas la racionalizacién de los mataderos. Antiguamente, se los instalaba en el centro de la ciudad; en esta época se los ubicaba lejos (como a los cementerios) segiin lo indicaba la politica higienista en pos del saneamiento de los centros urbanos. Su desplazamiento hacia los suburbios se sumaba a la idea de la concentracién y de la drastica reduccién de su ntiimero. Alli eran mucho me- nos visibles y, al mismo tiempo, se despojaban de Ia dimen- sién de fiesta y sacrificio que habia acompafiado a la matan- za de ganado. El matadero, sintoma revelador de una nueva sensibilidad y de una intolerancia creciente hacia las mani- festaciones externas de violencia, testimonia-esta mutacién antropolégica descripta por Alain Corbin como el paso de las “pulsiones dionisiacas” de la masacre tradicional a las “matanzas pasteurizadas” de la edad moderna (Corbin, 1990: 137-139). Este desplazamiento de los mataderos hacia fuera de los centros urbanos coincidia con su racionalizacié6n; co- menzaban a funcionar como verdaderas fabricas. Tal es el caso de los mataderos de la Villette en Paris, disefiados por Haussmann e inaugurados en 1867. Similar es el caso de los nuevos mataderos de Chicago que, en algunas décadas, Ile- gardn a destacarse. Alli se exterminaba a los animales en se- tie, segtin procedimientos estrictamente racionalizados: re- | cues VIGILAR, CASTIGAR ¥ MATAR 45 union en los establos, matanza, evisceracién, tratamiento de los desechos. Noélie Vialles define con exactitud las caracte- risticas de la matanza industrial: masiva y anénima, técnica y, en la medida de lo posible, indolora, invisible e idealmente “inexistente. Debe ser como si no existiera”. La misma deno- minacién de matadero” ~innovacién semdntica en este perio- do- apuntaba a exorcizar toda imagen de violencia. Hablar de matadero implicaba evitar terminos como “matanza” o “desollamiento” (Vialles, 1987: 21-23). En La jungla, nove- la naturista contempordnea del ensayo weberiano sobre La ética protestante, el escritor estadounidense Upton Sinclair describia los mataderos de Chicago como “el Gran Carnice- ro: la encarnacién del espiritu del capitalismo” (“It was the Great Butcher ~it was the spirit of Capitalism made flesh”) (Sinclair, 1985: 377).1° En su Teoria del cine, Siegfried Kracauer establecfa una analogia entre los mataderos y los campos dela muerte y subrayaba, por medio de una comparacién entre los documentales de los campos nazis y un filme como Le sang des bétes de Georges Franju, hasta qué punto reinaba en am- bos lugares el mismo cardcter metédico de los dispositivos de matanza y la misma organizacién geométrica del espacio (Kracauer, 1960: 305). En el fondo —escribia~ los Lager nazis eran mataderos en los que se mataba a hombres desplazados del género humano como si fueran animales. El historiador Henry Friedlander subrayé esta afinidad definiendo los cam- pos de exterminio nazis como “mataderos para seres huma- nos” (Friedlander, 1997: 471). No sabemos si Hitler pensaba en los mataderos cuando decidié la “solucién final”, pero los arquitectos y los ingenie- ros de la empresa Topf d’Erfurt que disefiaron los hornos crematorios de Auschwitz pensaron en ellos seguramente. Los * N. del T: En el original, “abattoir” del verbo “abattre”: derribar, cortar, talar y también matar, sacrificar.. 10 'Véanse los comentarios de Pick (1993:"182-185). 46 LA VIOLENCIA NAZI campos funcionaban como fabricas de muerte, lejos de la vista de la poblacion civil; en ellos la produccién y la elimi- nacién industrial de cadaveres reemplazaban la produccién de mercancias. Segiin los principios tayloristas del scientific management, el sistema de matar se dividia en varias etapas: concentracion, deportacién, expoliaci6n de los bienes de las victimas, recuperacién de ciertas partes de su cuerpo, gaseado e incineracién de los cadaveres; todo con el fin de aumentar el rendimiento. Los responsables de los campos de extermi- nio no tenfan dificultad alguna en reconocer esta estructura tipicamente industrial: un médico ss de Auschwitz lo habia descripto exactamente: “la cadena” (am laufenden Band) (cit. en Hilberg, 1988: 837) . El ex ss Franz Suchomel, interroga- do por Claude Lanzmann, afirmaba: “Treblinka era una ca- dena de muerte; era primitiva, es verdad, pero funcionaba bien” (Lanzmann, 1985: 83).1! Auschwitz presenta entonces, gracias a sus procedimien- tos industriales de matar, afinidades esenciales con la fabrica, como lo indican de modo evidente su arquitectura, con sus chimeneas y sus barracas alineadas en columnas simétricas y su localizacién en medio de una zona industrial y de una importante red ferroviaria. Produccién y exterminio se entre- lazaban, como si la masacre (las cAmaras de gas de Birkenau) hubiera sido s6lo una forma particular de produccién del mismo nivel que la fabricacién de caucho sintético que moti- v6 la creacién del campo de Auschwitz m (Buna-Monowitz). Por la mafiana, los trenes de carga llegaban y descargaban su cargamento de judios deportados; los médicos ss procedian a la selecci6n; una vez separados los aptos para el trabajo, se expoliaban los bienes a los deportados y se los enviaba a las cAmaras de gas; por la noche, ya habian sido incinerados; sus 11 “La historia de la organizacin del holocausto —escribe Z. Bauman— podria ser incluida en un manual de scientific management”; Bauman (1989: 150). Aan tt rN VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 47 ropas, valijas, anteojos, etc. se clasificaban y se almacenaban al igual que ciertas partes del cuerpo, como el cabello y los dientes de oro. Filip Miiller, uno de los miembros del Sonderkommando de Auschwitz, dejé en sus memorias una descripci6én minuciosa de un crematorio de Auschwitz: La larga sala, que medfa tal vez unos 160 metros cuadrados, estaba ocupada por una nube.de humo y de vapor que inva- dia la garganta. Dos grandes complejos de hornos rectangu- lares, cada uno de los cuales estaba provisto de cuatro cé- maras de combusti6n, se ergufan en medio de la sala. Entre los hornos se habfan instalado los generadores en donde se encendia y alimentaba el fuego. Para hacerlo se utilizaba el coque, que se llevaba en volquetes. Impresionantes llamara- das escapaban hacia el aire libre a través de dos canales sub- terrdneos que conectaban los hornos a gigantescas chime- neas. La violencia de las llamas y el calor que se desprendia del horno eran tales que todo crujia y temblaba. Algunos detenidos cubiertos de hollin y empapados en sudor se ocu- paban de rasquetear uno de los hornos para desprender una sustancia incandescente y blanquecina. Esta se acumulaba en las grietas, se incrustaba en el piso de hormigén, debajo de la reja del horno. Cuando esta masa se enfriaba un poco, se volvia blanca, grisdcea. Eran las cenizas de hombres que, algunas horas antes, habian estado con vida y que habian dejado este mundo después de haber padecido un martirio atroz sin que nadie se inmutara. Mientras se desprendian las cenizas ‘de uno de los grupos de hornos, se encendian los ventiladores ubicados sobre un complejo préximo y se ha- cfan los preparativos para una nueva tanda. Una gran canti- dad de cadaveres ya cubria los alrededores sobre el desnudo piso de cemento (Miilles, 1980). Como en una fabrica taylorista, la distribucién de las tareas completaba la racionalizacién del tiempo. Un equipo disponia de algunos minutos —la duraci6n variaba segiin la potencia de los hornos~ para incinerar.los caddveres mientras que otro miembro del Sovderkommando, al que bien podria denomi- 48 LA VIOLENCIA NAZI narse “cronometrista”, “controlaba que se respetara la ca- dencia”. “Mientras los cuerpos se carbonizaban —agrega Miiller-, preparabamos la horneada siguente” (Miillez, 1980: 43-45). A mitad de camino entre Jas fotos de Men at Work de Lewis Hine y el Infierno de El Bosco, este retrato de Auschwitz describe un proceso que cost6 meses de estudio y de pruebas a las ss y a los técnicos de la empresa Topf (Pressac, 1993). Si bien la légica de los campos de exterminio no era evi- dentemente la misma que la de una empresa capitalista —-no se producfan mercancias sino cadaveres-, su funcionamiento adopté la estructura y los métodos de la fabrica. En los cam- pos de la muerte —escribié Giinther Anders— se operaba la “transformacion de los hombres en materia prima” (Robstoff). La masacre industrial -agrega~ no se desarrollaba como una matanza de seres humanos en el sentido tradicional del tér- mino sino, mas precisamente, como una “produccién de ca- daveres” (Anders, 1980: 22). No resulta inatil, desde este punto de vista, retomar la analogia ya establecida con el taylorismo; en el fondo, Auschwitz no era m4s que una cari- catura siniestra de aquél. Algunos principios constitutivos de la “organizacién cientifica de las fabricas”, teorizada por Frederick W. Taylor ~sumisién total de los trabajadores a los mandos, separacién rigurosa de la concepcién y de la ejecu- cién de las tareas, descalificacién y jerarquizacién de la fuer- za de trabajo, segmentacién de la produccién en una serie de operaciones cuyo entero dominio correspondia, anicamente, a la supervision— se aplicaban estrictamente (Taylor, 1977: 59). Si bien una de las condiciones histéricas del capitalismo moderno es la separacién del trabajador de los medios de produccién, el taylorismo introdujo una etapa nueva que consistié en disociar al obrero del control del proceso de tra- bajo; abrié de este modo el camino a Ja producci6n en serie del sistema fordista. En la industria estadounidense, cuyo ejemplo seré ampliamente imitado en Europa después de la Primera Guerra Mundial, esto se tradujo en el paso de la VIGILAR, CASTIGAR Y¥ MATAR 49 antigua clase obrera de oficio al “obrero masa”, unskilled y siempre reemplazable. El ideal de Taylor era un obrero descerebrado, privado de toda autonomia intelectual y ape- nas capaz de cumplir mecdnicamente operaciones estandarizadas; segiin sus propias palabras, un “hombre puey” o un “gorila amaestrado” (Taylor, 1997: 59)? (un “chimpancé”, escribié Celine en su Viaje al fin de la noche) (Céline, 4952: 225). Un ser deshumanizado, alienado, un autémata. En Americanismo y fordismo, Gramsci definia al obrero de la fabrica taylorista como un ser en. el que el “vin- culo psicofisico”, que siempre habia estado incluido en las condiciones de trabajo y que requeria “cierta participacion activa de la inteligencia, de ja fantasia y de la iniciativa”, habia sido roto (Gramsci, 4975: vol. 3, 2165). La concep- Gién de los “equipos especiales” (Sonderkornmandos) de los campos de exterminio, compuestos por deportados (judios en su mayor parte) encargados de ejecutar jas tareas vincula- das al proceso de matar (desnudamiento de las victimas, Or- ganizacin de las filas delante de las camaras de gas; extrac- orn de los cadaveres, recuperacin de los dientes de oro y de los cabellos, clasificaci6n de ropa y calzado, transporte de los cuerpos hasta los crematorios, incineracion, dispersion de las cenizas) implicaba forzosamente una alienacién total en el trabajo, ideal del paradigma taylorista cuyo triunfo siniestro y caricaturesco evidenciaba. Primo Levi consideraba la con- cepcién de los Sonderkommandos como “el crimen mas de- moniaco del nacionalsocialismo”: el intento “de ubicar en otros, especialmente en las victimas, el peso de la falta, de modo que, para aliviarlos, no les quedara siquiera la con- ciencia de su inocencia” (Levi, 4986: 39 [trad.franc.: 53). Evidentemente, Taylor nunca imaginé tal “abismo de oscuri- dad”, pero los disefiadores de las cAmaras de gas y de los hornos crematorios estaban familiarizados con Jos métodos 12 Véase también Pouget (1998: 97)- 50 LA VIOLENCIA NAZI modernos de la organizaci6n del trabajo y de la produccién, industrial. Por una ironfa de la historia, las teorfas de Frederick Taylor, que habia concebido la direccién cientffica de las! fabricas como un modo para aumentar la productividad | mejorando la antigua organizacién militar del trabajo in-| dustrial, hallaban su aplicacién en un sistema totalitario, al | servicio de una finalidad que dejé de lado lo productivo para volverse exterminadora. En Taylor y en el antisemita | Henry Ford -la traduccién alemana de su obra El judio in- ternacional fue un best-seller del que se publicaron 37 edi- ciones en la Alemania hitleriana (Ford, 1941)-, el nazismo hallé con qué satisfacer tanto su voluntad de dominio (la animalizacién del obrero) como su aspiracién comunitaria (la unidad entre capital y trabajo). La animalizacién de los obreros afectaba ahora a los Untermenschen: la unidad del capital y del trabajo fundaba la Volksgemeinschaft aria. En este sentido, los miembros de los Sonderkommandos no encarnaban el ideal del trabajador ensalzado por la Weltanschauung nazi, sino slo su dimension destructora. Destinados a morir como los otros deportados, ellos perso- nificaban una figura nueva que se forjé en los campos, a la que Jean Améry habfa bautizado como el “hombre deshumanizado” (Améry, 1977: 44 [trad. franc.: 48]). Sin embargo, el nazismo exaltaba el trabajo en tanto actividad creadora, espiritual, ilustrada por el “miliciano del traba- jo” (Arbeiter) de Jiinger y por los “soldados de la labor” (Werksoldaten) del pintor Ferdinand Staeger (Jiinger, 1980a)." El trabajador aleman tenfa la misién de construir el Reich milenario, era el antécesor del “hombre nuevo”. El 13°A mi parecer, “miliciano del trabajo”, como proponia Delio Cantimori, restituye de mejor manera el espiritu del texto jiingeriano que el término “trabajador”, traduccién literal. Cantimori (1991). Véase tam- bién Michand (1996: 312-313). VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 51 trabajo, concebido como actividad estética y creadora a la vez, como acto “redentor” —opuesto a las ocupaciones defi- nidas como parasitarias y calculadoras del judfo-, era el medio adecuado. Instituciones como la Fuerza por la Ale- gria (Kraft durch Freude) y oficinas como la Belleza del Tra- bajo (Schénbeit der Arbeit) se planteaban intervenir en los efectos de la racionalizacién productiva para limitar o con- trarrestar sus aspectos mAs alienantes a través de medidas paliativas (comidas calientes, higiene de los talleres, activi- dades deportivas y recreativas, vacaciones organizadas, etc.) (Rabinbach, 1978: 137-171). En resumen, se trata de cierta ambivalencia que caracterizaré siempre la relacién del na- zismo con el taylorismo y el fordismo, que fueron aplicados ala industria alemana —como a la del resto de Europa~ des- dela Primera Guerra Mundial y admirados por Hitler y los ingenieros nazis,"* mientras que los responsables del Deutsche Institut fiir Technische Arbeitschulung (piNtTA)'S los consideraban “antialemanes”. La administracién racional Como toda empresa, la fabrica productora de muerte conta- ba con una administracién racional fundada en los princi- pios de cdlculo, especializacién, segmentacién de las tareas en una serie de operaciones parciales, aparentemente inde- pendientes pero coordinadas. Los agentes de este aparato burocratico no controlaban el proceso en su conjunto y cuan- 14 La autobiografia de Henry Ford fue publicada en Ja “Biblioteca nacionalsocialista” y Hitler habia expresado su admiracién por el indus- trial estadounidense en sus conversaciones con Martin Bormann; Hitler (1952: vol. I, 271). El principal admirador de Ford era el ingeniero nazi Schwerber (1980). Véase a este respecto, Herf (1984: cap. 8). 15 Sobre la critica dirigida al taylorismo por la pinta, cf. Rabinbach (1992: 284-288). t } 52 LA VIOLENCIA NAZI i do conocfan su finalidad se justificaban diciendo que ellos no tenfan sesponsabilidad alguna, que ejecutaban ordenes 0 que | su funcién era limitada y parcial y que nada tenia que ver | con lo criminal. | Max Weber consideré esta indiferencia moral como un} tasgo constitutivo de la moderna burocracia especializada | ¥, Por consiguiente, irreemplazable pero separada de sus me- | dios de trabajo y ajena a la finalidad de su accién. En Eco- | nomia y sociedad, esbozé este retrato: “Bajo sus formas aca- | badas, la burocracia se basa, de modo muy particular, en el | principio sine ira et studio. Al deshumanizarse y eliminar el amor, | el odio y todas las emociones, Pprincipalmente los sentimien- tos irracionales y desprovistos de cdlculo, del tratamiento de las cuestiones administrativas [Amtgeschéfte], la buro- cracia expresa su naturaleza especifica en el punto mas va- lorado del capitalismo demostrando su virtud”. La encar- | naci6n de esta tendencia caracteristica de la racionalidad | instrumental del mundo occidental ~agregaba Weber—es el | “especialista” (Fachmann), “rigurosamente objetivo” y al H mismo tiempo “indiferente a los asuntos de los hombres” (Weber, 1956: bd. m, 718). Raul Hilberg, el principal histo- tiador de la destruccién de los judios de Europa, describié la burocracia de la “solucién final” en términos estricta- merite weberianos: La masa de los burécratas redactaba memorandos, escribia proyectos, firmaba cartas, hacia llamados telefénicos, parti- cipaba en conferencias. Estos burécratas podian destruir un pueblo entero sin moverse de su escritorio. Nunca tenian que ver “100 cadaveres, uno al lado del otro, ni 500 ni 1.000”, salvo en las recorridas de inspeccién que no eran j obligatorias. Estas personas tampoco eran idiotas. La rela- } cién entre sus pilas de papeles y las pilas de cadaveres en el i Este no les pasaba inadvertida y tenian conciencia de las de- ? bilidades del razonamiento que acusaba a los judios de to- dos los males y otorgaba a los alemanes todas las virtudes. | i VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 53 De alli que se sintieran obligados a justificar sus actitudes individuales'’ (Hilberg, 1988: 883). Las justificaciones que expondran en el proceso de posgue- rra no hacen mds que reafirmar los principios, por todos co- nocidos, de la deontologfa administrativa: la ejecucién de érdenes, el deber sentido como una “misién”, etc. En la ma- yoria de los casos, el celo de los burécratas de la “solucién final” no se basaba en su antisemitismo. No eran ajenos a él, muy por el contrario, pero el odio a los judios no era el mévil de su acci6n. Su celo en la aplicacién de las medidas de perse- cucién y del dispositivo logistico de exterminio se referia tan- toa un habito profesional, como a una indiferencia generali- zada (Browning, 1992: 125-144). La mayoria de ellos conti- nuaron su carrera de funcionarios después de la guerra, como responsables de gestién y estadistica en la RFA y algunos in- cluso en la RDA. La burocracia tuvo un papel irreemplazable en el genoci- dio de los judfos en Europa. El proceso de exterminio hallé en la burocracia su principal érgano de transmisién y de eje- cucién. Los “soldados de la ciencia” (wissenschaftliche Soldaten) (Aly Roth, 2000: 19) —asf se Ilamaba bajo el Tercer Reich a los funcionarios— no fueron quienes concibieron la politica nazi ni sus responsables, sino su instrumento. La burocracia organiz6 la aplicacién de las leyes de Nuremberg, el censo de los judfos y de los Mischlinge, las expropiaciones a los judfos en el marco de las medidas de “arianizacién” de la economia, las operaciones de guetizacién y luego de de- portacién, la gestién de los campos de concentracién y de los centros de matanza. Este aparato burocratico tuvo un papel clave en la concrecién de los crimenes nazis y no obstaculizé 16 En este pasaje, la alusi6n es implicita al discurso de Himmler diri do a los jefes de las ss en octubre de 1943, cuya grabacién puede escuchar- se actualmente en el museo de Karlhorst, Berlin. 54 LA VIOLENCIA NAZI | nunca la radicalizacién carismatica del régimen (Neumann, | 1987). El mecanismo de toma de decisiones en el nazismo sufrié una gran mutacién durante la guerra; se pasé de las! leyes (Nuremberg, 1935) a las directivas escritas aunque no | publicadas (el juicio oral de la conferencia de Wannsee, 1942) | y, finalmente, a las érdenes dadas por via oral (la puesta en i funcionamiento de las camaras de gas) (Hilberg, 1988: 52-} 53). Pero, a pesar de este abandono de la formalizacién legal, el nazismo necesitaba una burocracia moderna, eficaz y ra- cional. Con la puesta en marcha de los centros de matanza, después de la ola de masacres que habia acompafiado la Blitzkrieg en el Este, ese ejército de ejecutores atornillados a sus escritorios se volvié el centro vital del sistema de destruc- cin de los judfos. La propaganda y la publicidad de las pri- meras medidas antisemitas (los autos, las leyes de Nuremberg, | | las “arianizaciones” de la economia, los pogromos de la Noche de Cristal) fueron desplazados por el lenguaje en c6- digo de las operaciones de exterminio rigurosamente sacado del lenguaje administrativo, en el que el asesinato era deno- minado “soluci6n final” (Endlésung), las ejecuciones “trata- miento especial” (Sonderbehandlung) y las camaras de gas | “instalaciones especiales” (Spezia-leinrichtungen). La buro- | cracia fue el instrumento de la violencia nazi y este instru- | mento era un producto auténtico de lo que debe ser llamado | ~tomando la expresién de Norbert Elias aunque con conclu- | siones diametralmente opuestas a las suyas— el proceso de civilizacién: la sociogénesis del Estado, la racionalizacién | administrativa, el monopolio estatal de los medios de coer- | cién y de violencia y el autocontrol de las pulsiones (Elias, | 1973, 1975). Por ello, Adorno vefa en el nazismo la expre- | sion de una barbarie “inscripta en el principio mismo de la civilizaci6n” (Adorno, 1969: 85 [trad. franc.: 205]). El itinerario que, a mas de dos siglos de distancia, establece Ja vinculacién del nazismo con la prisi6n moderna, cuyo VIGILAR, CASTIGAR Y MATAR 55/56 manifiesto fue el Panopticon de Bentham, y con la guillotina, que habia hecho su aparicién durante la Revolucion France- sa, aparece ahora bajo otra luz. La violencia nazi integraba y desarrollaba los paradigmas subyacentes a estas dos institu- ciones de la modernidad occidental. El paradigma de la gui- llotina —ejecucién mecanica, muerte en serie, matanza indi- recta, desresponsabilizacién ética del ejecutador, matanza en tanto proceso “sin sujeto”— ha celebrado sus triunfos en las masacres tecnoldgicas del siglo xx; el paradigma de la pri- sién —principio de encierro, deshumanizacién de los deteni- dos, debilitamiento y disciplina de los cuerpos, sumisién a las jerarquias, racionalidad administrativa— hall6 su apogeo en el sistema de concentracién de los regimenes totalitarios. Los campos de exterminio nazis realizaban la fusién de am- bos paradigmas dando origen a algo horrorosamente nuevo e hist6ricamente inédito que no tenfa mucho que ver ni con una ejecuci6n capital, ni con un establecimiento penitencia- rio. Creaban un sistema industrial de muerte en el que tecno- logia moderna, divisién del trabajo y racionalidad adminis- trativa se integraban como en una empresa. Sus victimas ya no eran “detenidos”, sino una “materia prima” —formada de seres vivos desplazados del género humano~ necesaria para la producci6n en serie de cadaveres. El nuevo y hasta enton- ces desconocido umbral que establecieron las camaras de gas no deberia ocultar esta antigua filiacién, que hace del exter- minio nazi el punto més alto y la sintesis de un largo proceso hist6rico iniciado a fines del siglo xm. 2. Conquistar El imperialismo “Bl desarrollo de la civilizaci6n industrial iba de la mano de la conquista y la colonizacion de Africa. Ambos se volvieron jndisociables en el imaginario europeo. El universo de las m4quinas, de los trenes y de la produccién industrial no po- dfa ser comprendido en todo su conjunto si no se lo oponfa al retrato viviente de una edad primitiva, salvaje y tenebro- sa. En la visién del mundo imperialista, difundida por la prensa y una rica iconografia popular, la dicotomia entre ci- vilizacién y barbarie se concretizaba en la imagen de un im- ponente barco, dirigido por europeos con uniformes ‘colo- niales, que se adentraba en los gigantescos rios africanos, en medio de un paisaje con cabafias de paja, hombres desnudos de piel negra, hipopétamos y cocodrilos. Joseph Conrad in- mortalizé en la literatura este estereotipo africano: “el retor- no a los primeros dias del comienzo del mundo” (Conrad, 1996: 152-153). Las metamorfosis del racismo moderno, desde las prime- ras sistematizaciones “cientificas” de Gobineau —la jerarquia de las razas humanas, la vision del mestizaje como fuente de degeneracion de los pueblos superiores y de decadencia de la civilizacién— hasta las elaboraciones posteriores de Georges 1 Sobre el mito del “continente tenebroso”, cf. Brantlinger (1988: 173- 197). 57 58 LA VIOLENCIA NAZI Vacher de Lapouge o de Houston Stewart Chamberlain, cu- ¥ yos escritos ya estaban profundamente contaminados por el | darwinismo social, la antropologia médica, el eugenismo y la ; biologia racial, son indisociables del proceso de colonizacién | de Asia y de Africa. Los racistas de fines del siglo xxx recha- | zaban la resignacién de Gobineau frente a la “decadencia” | de Occidente ~actitud en la que Arendt veia la proyecci6n del ocaso de la aristocracia europea (Arendt, 1976: 171-175 [trad. franc.: 89-96])— y promovian el empleo de nuevas terapias (la “seleccién” de razas, la exterminaci6n de los pueblos ven- cidos como “ley natural” del desarrollo histérico) que halla- rn en el mundo colonial su principal banco de pruebas. Esta voluntad “regeneradora”, esta aspiracién a un nuevo orden mundial y a nuevas relaciones de dominacién entre los hom- bres marcan, justamente, el pasaje de la ideologia de la deca- dencia al vitalismo, de la apologia del orden tradicional al culto de la modernidad técnica como fuente de conquista y de poder, y permiten, en otras palabras, la transicién del conservadorismo al fascismo. En ese entonces, el racismo bio- l6gico y el colonialismo conocieron un desarrollo paralelo en el que ambos discursos complementarios tenfan puntos en comin: la “misi6n civilizadora” de Europa y la “extincién” de las “razas inferiores”; es decir, la conquista a través del exterminio. En 1876, el rey Leopoldo u de Bélgica se abocaba al elogio del colonialismo. En su discurso, podemos hallar concentrados todos los estereotipos del espiritu eurocéntrico del siglo xix: “Abrir a la civilizacién la tinica parte de nuestro globo que atin no ha sido penetrada, atravesar las tinieblas que envuel- ven poblaciones enteras es —me aventuro a decirlo— una cru- zada digna de un siglo de progreso” (Schmitt, 1974: 190). Carl Schmitt cita este pasaje en Der Nomos der Erde y lo interpreta como el apogeo del Jus publicum europaeum del que el derecho internacional no era mds que una simple ex- tensién y que autorizaba naturalmente las guerras de con- CONQUISTAR, 59 quista fuera de Europa. El liberalismo clasico presenta nu- merosas huellas de tal vision del mundo. John Stuart Mill, que también fue uno de los responsables de la East India Company, afirmaba en el comienzo de su célebre ensayo so- bre la libertad que “el despotismo es un modo de gobierno legitimo cuando se est4 frente a barbaros” (Mill, 1991: 14- 45 (trad. franc.: 75]; Parekh, 1995: 81-98).? Las Indias Occi- dentales, afirmaba en sus Principios de economia politica, no eran “paises” (countries) en. el sentido occidental del tér- mino, sino “el lugar donde Inglaterra consideré util producir azticar, café y otras mercaderias tropicales (cit. en Said, 1994: 108)”. Alexis de Tocqueville, que rendia homenaje constan- temente al orgullo “aristocratico” de las tribus indias de América y que deploraba su masacre, escribfa que aquéllas “ocupaban” este continente, “pero no lo posefan”. Las tri- bus vivian en medio de las riquezas del Nuevo Mundo como residentes provisorios, como sila Providencia sélo les hubie- ra concedido un “corto usufructo”. Tocqueville agregaba que estaban alli esperando ser reemplazadas por los europeos, quienes eran los propietarios legitimos (Tocqueville, 1961: vol. 1, 67). En su correspondencia, sefialaba que la expan- sion de los Estados Unidos hacia el Oeste era el modelo para la colonizacién de Argelia (Cohen, 1980: 377-378), donde el fin principal del ejército francés, para el que la destruccién de los pueblos y la masacre de las poblaciones arabes no eran mas que una “necesidad molesta” (Tocqueville, 1991: t. 1, 704, 698),? era la “dominacién total”. Edward Said y Michael Adas tienen raz6n en sefialar que la cultura colonial no era una simple forma de propaganda y que la ideologfa imperialista debia ser considerada seriamente, ya 2 Con respecto al trasfondo colonialista de las teorfas del derecho in- ternacional, cf. Tuck (1999). 3 Véase Le Cour Grandmaison (2001) y E. Said que habla, respecto de este tema, de una politica de genocidio en Argelia, cf. Said (1994: 218- 221). eons 60 LA VIOLENCIA NAZI que la Europa del siglo xix estaba completamente convencida de estar llevando a cabo una misién civilizadora en Asia y en Africa (Said, 1994; Adas, 1989: 199-210). Esta cultura, estig- | matizada y objeto de un rechazo violento durante la época de la descolonizacién, fue olvidada mas tarde sin haber sido so- metida a un andlisis exhaustivo. Inclusive hoy en dia, sigue siendo negada (Rivert, 1992: 127-138). Ahora bien, la inteli- gibilidad del siglo xx se veria enriquecida si se pusiera fin a este olvido: el vinculo que une el nacionalsocialismo al impe- rialismo cldsico ya no seria practicamente invisible, como en la actualidad. No obstante, para muchos analistas de los aiios treinta y cuarenta, resultaba completamente evidente. Ernst Jiinger, asignado en calidad de oficial a la Wehrmacht en Paris, en el afio 1942, pasaba su tiempo leyendo El corazén de las tinieblas de Joseph Conrad. Los sucesos contempordneos con- firieron una viva actualidad a este relato de la colonizacién del Congo que describia “el pasaje del optimismo civilizador a la total bestialidad”. El héroe de esta novela —observaba Jiinger en su Diario~ habia escuchado evidentemente la mtsica de la obertura de nuestro siglo” (Jiinger, 1980a: 329-330). En 1942, Karl Korsch, filésofo marxista aleman exiliado en los Estados Unidos, esboz6 una interpretacién histérica de la violencia de la guerra que ponia en tela de juicio la dinamica global de Occi= dente: “La novedad de la politica totalitaria -escribja— reside en el hecho de que los nazis difundieron entre los pueblos ‘civi- lizados’ de Europa los métodos antiguamente reservados a los ‘autéctonos’ o a los ‘salvajes’ que vivian fuera de la pseudocivilizaci6n” (Korsh, 1942: 3; Jones, 1999: 203). En Los origenes del totalitarismo, obra publicada en 1951 que retine varios textos escritos durante los afios de guerra, Hannah Arendt establece que el imperialismo europeo es una etapa esen- cial en la génesis del nazismo. A su entender, la violencia colo- nial del siglo xxx fue una de las premisas de los crimenes perpe- trados un siglo mas tarde contra los europeos y, principalmen- te, contra los judfos, victimas de un genocidio concebido en CONQUISTAR 61 tanto proyecto de purificacién racial. En la segunda parte del libro, Hamada precisamente “El imperialismo”, describe la politica de dominacion colonial del siglo xxx como una prime- ra sintesis entre masacre y administracion, cuya forma mas acabada fueron los campos nazis. El racismo moderno (justifi- cado en nombre de la ciencia) y la burocracia (la mds perfecta encarnaci6n de la racionalidad occidental) nacieron separados pero tuvieron evoluciones paralelas. Se encontraron en Africa: Ja conquista de este continente, llevada a cabo gracias a las armas modernas y planificada por la burocracia militar y civil, puso de manifiesto un potencial de violencia hasta ese enton- ces desconocido. Arendt empleaba una férmula sobrecogedora para aludir a ella: “masacres administrativas” que prefigura- ban los campos de exterminio nazis: Cuando los europeos descubrieron “las maravillosas virtu- des” que la piel blanca podfa tener en Africa, cuando en la India, el conquistador inglés se convirtié en un administra~ dor que no crefa mas en la validez universal de la ley pero que estaba convencido de su aptitud para gobernar y domi- far, el escenario estuvo listo para acoger todos los hozrores posibles. Ante los ojos de todos, se desplegaban numerosos tlementos que, una vez reunidos, serian capaces de crear-un gobierno totalitario basado en el racismo. Los burécratas de as Indias proponfan “masacres administrativas” mientras gue los funcionarios en Africa declaraban que “no se autori- yard ninguna consideracién de orden ético, como los dere- chos humanos, que pudiese obstaculizar el paso” de la do- minacion blanca (Arendt, 1976: 221 [trad. franc.: 168]). La nocién de “espacio vital” no es una jnyencion nazi. No es més que la versién alernana de un lugar comin de la cultura europea dutante el imperialismo ~sucedié lo mismo con el malthusianismo en Gran Bretafia-, se invocaba la idea de “espacio vital”, inspiradora de la politica de conquista, para justificar los fines pangermanistas; por su parte, las teorias 62 LA VIOLENCIA NAZI malthusianas se empleaban a menudo para legitimar el ham- bre en la India; ciertos observadores las aceptaban como “una terapia de salvacién contra la superpoblacién” (Brantlinger, 1988: 24-25; Davis, 2001: 32-33). Tanto el concepto de “es- pacio vital” como el “principio de poblacién” postulaban una jerarquia en el derecho de existir que, mas tarde, se trans~ formé en una prerrogativa de las naciones, es decir, de las “razas” dominantes. En 1901, bajo el imperio de Guillermo II, el geégrafo aleman Friedrich Ratzel acufié la expresién Lebensraum, que ya pertenecia al vocabulario del naciona- lismo aleman mucho antes del nacimiento del nazismo. Esta fusién del darwinismo social con la geopolitica imperialista era el producto de una visién del mundo extraeuropeo como espacio colonizable por los grupos biolégicamente superio- res. Para Ratzel, el “espacio vital” era una necesidad para restablecer, en Alemania, el equilibrio entre el desarrollo in- dustrial, en adelante irreversible, y una agriculrura amenaza- da. En las colonias, los alemanes habrian restablecido el vin- culo armonioso con la naturaleza y preservado su vocaci6n de pueblo rural (Ratzel, 1966).* En el imperio de Guillermo II, la idea de Lebensraum inspiraba a la corriente pangermanista y establecia la exigencia ampliamente difundida de una Weltpolitik que pudiera conferir a Alemania un lugar inter- nacional comparable al de Francia y Gran Bretafia. El hecho de que esta concepcién haya podido traducirse en una politi- ca de expansionismo colonial al Este, en un mundo poblado de Untermenschen eslavos, era evidente para muchos nacio- nalistas alemanes a finales del siglo xix, cuando se inicia el anélisis de las nociones de Mittelafrika y de Mitteleuropa como dos aspectos indisociables de la politica exterior alemana. Los sintomas de tal visién del mundo, que atribufan a los alemanes una “misidn civilizadora” al Este de Europa, son 4 Sobre la historia de la idea de Lebensraum, cf. Lange (1965), Smith (1986), Kershaw (1999: 364-369). CONQUISTAR, 63 souy claros en Treitschke y en el joven Max Weber (Wippermann, 4981: 85-104). La Liga Pangermanista era el foco principal de propagan- da de este proyecto. Desde fines del siglo x, muchos de sus , representantes habjan elaborado planes de germanizacién del mundo eslavo que implicaban la marginalizacién y Ja expul- sion de las poblaciones “no germanicas”. A menudo, estos proyectos como en la obra del gedgrafo Paul Langhans, Ein Pangermanistisches Deutschland (1905) (Korinman, 1999: | 34, 58, 62)— inclufan medidas jurfdicas de inspiraci6n racis- ta, hasta eugenista (prohibicién de los casamientos mixtos, esterilizacion forzada, etc.) que ya anunciaban las leyes de Nuremberg de 1935. Durante la Primera Guerra Mundial, ya estaban dadas las condiciones necesarias para el inicio de Ja aplicacin de los programas pangermanistas. En el mo- mento del Tratado de Brest Litovsk, que aprobaba la modifi- cacién de las fronteras orientales, el gobierno aleman habia proyectado una politica de germanizacién de los territorios ocupados que se completaba con el desplazamiento forzado de una parte de las poblaciones eslavas (Wehler, 1985: 212). Bajo la Republica de Weimar, después de la derrota y de las amputaciones territoriales infligidas a Alemania a través del Tratado de Versalles, elnacionalsocialismo retomo y radicaliz6 esta reivindicaci6n que se reformulé en términos racistas en. el marco de un programa imperialista agresivo. A principios de Tos afios veinte, el escritor volkisch Hans Grimm tuvo un gran éxito con $4 novela Volk ohne Raum (Un pueblo sin espacio) que popularizaba Ja idea de “espacio vital”. Grimm, que adherfa al NSDAP en. 1930, cuenta la histo- tia de Frei Bott, un alem4n en el Africa occidental alemana 5 Desde la “controversia Fischer” en 1961, la historiografia alemana ha reconocide los clementos de continuidad entre los fines immperialistas del Imperio Prusiano durante la Primera Guetta ‘Mundial y los proyectos nazis de conquista del “espacio vital”, cf. Husson (2000), cap. 3- 64 LA VIOLENCIA NAZI que, luego de haber participado en la represién de una re- vuelta indigena, rehizo su vida lejos de las ciudades indus- trializadas, en contacto con la naturaleza no contaminada, suceddneo de la selva germdnica que ya se encontraba rodea- da de las chimeneas de las fabricas y atravesada por rutas. El corolario implicito de este paraiso germAnico en Africa sudoriental era la segregaci6n racial més estricta. El tltimo gobernador alemdn en Africa, Heinrich Schnee, dirigié en 1920 un ambicioso Deutsches Koloniallexikon en tres voli- menes en el que se incluye su articulo Verkafferung ° (cafrisation), que no es otra cosa que la “regresién del euro- peo al nivel cultural del nativo”; con el fin de evitar la dege- neracidn de la vida en la selva, en contacto con poblaciones de color y, sobre todo, por las relaciones sexuales con los autéctonos —lo que conllevaria pérdida de inteligencia y des- censo de productividad-, Schnee preconizaba el régimen de segregaci6n racial (cit. en Warmbold, 1989: 191). Las leyes nazis de Nuremberg conmovian a la Europa de los aiios treinta ya que afectaban a un grupo emancipado desde hacfa ya un siglo, perfectamente integrado en la sociedad y cultura ‘ale- manas; el conjunto de las potencias coloniales ya las habian adoptado, sin embargo, como medidas normales y naturales en lo referente al mundo no europeo. En comparaci6n con la enorme bibliograffa sobre la historia del antisemitismo en Alemania y sobre los antecesores ideolégicos e inspiradores teéricos de Hitler -desde Richard Wagner hasta Arthur Moeller van den Bruck, desde Wilhelm Marr hasta Houston Stewart Chamberlain— los trabajos que intentan esclarecer tam- bién los crimenes nazis a la luz de la cultura y las practicas coloniales alemanas y europeas en general son muy escasos. El acento recae sobre las caracteristicas especfficas del antisemi- tismo nazi y no sobre su anclaje en una teoria y una practica de exterminio de las “razas inferiores” que eran el punto en comtin de los imperialismos occidentales. | ie | CONQUISTAR 65 La “extincién de las razas” En la cultura occidental del siglo xix, “colonialismo”, “mi- En civilizadora”, “derecho de conquista” y “practicas de exterminio” eran, a menudo, sindénimos. La literatura, tanto de origen cientifico como popular —obras cientificas, revistas antropoldgicas, relatos de viajes, novelas y cuentos-, dirigi- da a los estratos sociales cultivados y a las clases obreras, divulgaba el principio del derecho occidental a la domina- “ion mundial, a la colonizacin del planeta y a la sumisi6n, hasta la destrucci6n, de los pueblos salvajes. ‘Alli donde la colonizaci6n implicaba la erradicacion total de Jos nativos, como en los Estados Unidos, este principio se afir- maba de una manera muy explicita: en 1850, ensu viaje hacia el Oeste, el antropélogo estadounidense Robert Knox escribia en The Race of Man que “el exterminio” no era mds que “una ley de la América anglosajona (cit. en Brantlinger, 1988: 23)”. Tal grado de franqueza no era muy habitual en los cientificos de la Inglaterra victoriana, que preferian abordar la cuesti6én en tér- minos de “extincién de razas inferiores”. Hacia mediados del siglo xix, esta idea se integr6 a la cultura europea como un he- cho establecido que el darwinismo se encargé de probar en el plano cientifico, verdadero ethos del capitalismo triunfante en el que se mezclaban, segin proporciones variables, Smith, Malthus, Darwin, Comte y Spencer; en otras palabras, “dejar hacer”, “principio de poblacién”, teoria de la selecci6n, determinismo positivista y evolucionismo. Sin lugar a dudas, esta teoria se merecia la definicién que le atribuy6 Lukacs: “una defen- sa pseudobiol6gica de los privilegios de clase” (Lukacs, 1984: 537). 6 Bl capitulo sobre el darwinismo social es vélido en el marco de una obra cuyas tesis generales resultan hoy en dia antiguas. Sobre Ia formacién del darwinismo social, cf. Claeys (2000). 66 LA VIOLENCIA NAZI La “extincién de las razas inferiores” fue uno de sus grandes descubrimientos y un tema privilegiado en sus debates. En 1864, este tema fue central en una sesién de la Anthropological Society de Londres, en donde la teorizacién del imperialismo se basaba en sélidos fundamentos cientificos, siempre acompafiados de una buena dosis de moralismo victoriano. El debate se inicié con una comunicacién del doctor Richard Lee en la que infor- maba acerca de “la rapida desaparicion de las tribus aborigenes frente al avance de la civilizacién”, citando el ejemplo de Nue- va Zelanda, para luego concluir afirmando que “el destino de Europa era el de repoblar el planeta” (Lee, 1864, xcvm).’ Evi- dentemente, la elevada tasa de mortalidad de los maories y de los polinesios estaba vinculada también ~precisaba Lee—a las enfermedades introducidas por los europeos, pero se trataba de un fenémeno cuyas causas eran aun m4s profundas: “Debemos considerar este hecho —ésta era su conclusi6n— como una ilus- tracién de la humanidad en su forma mas rudimentaria, en don- de ciertos grupos retroceden y desaparecen ante otros ilumina- dos por la inteligencia y dotados de superioridad intelectual” (Lee, 1864: xcrx). Thomas Bendyshe, teérico de la seleccién natural de las razas, citaba en su intervencién a un darwinista social estadounidense, el profesor Waitz, que argumentaba que no sélo habfa que “reconocer el derecho del americano blanco a destruir al piel roja (red man con minisculas en oposicién a White American),.sino que ademas habia que acordarle tal vez el mérito de haber actuado como un instru- mento de la Providencia, poniendo en marcha y defendiendo la ley de la destruccién” (Bendyshe, 1864: c). Bendyshe agre- gaba observaciones que generalizaban la experiencia ameri- cana: “Ciertos filantropos mérbidos, que crearon asociacio- nes para la preservacién de estas razas, atribuyen su extin- 7 Véase Burrow (1963: 137-154) y Rainger (1978: 51-70). Sobre la percepcién de Africa en la cultura inglesa del siglo x1x, cf. Lorimer (1978). Lindqvist también hace referencia a este debate (1998: 173). CONQUISTAR 67 cjén a las agresiones por medio del fuego y la espada que los aborigenes reciben de parte de los colonos y a las enfermeda- des letales que éstos jntroducen. En cierta medida, puede ser cierto, pero no hace més que confirmar los efectos de una ley mds poderosa que establece que ja raza inferior debe ser en- gullida por la superior” (Bendyshe, 1864: cv1). Alfred Russel ‘Wallace, fundador junto con Darwin de la teoria de la selec- cion natural, intervino en este ‘debate reafirmando la ley de “la preservacion de las razas favorecidas en la lucha por la vida”, cuya consecuencia inevitable era “la extincién de to- das las poblaciones inferiores y mentalmente subdesarrolla- das con las que los europeos entran en contacto” (Wallace, 1864: cLxrv-cLxv). Segén el investigador, esta ley explicaba Ja desaparicién de los indios en América del Norte y el Brasil, de los tasmanios, de los maorfes y. la de otras poblaciones indigenas de Australia y de Nueva Zelanda. Cerraba su ex- posicién con una justificacion biolégica del imperialismo: La superioridad del europeo es evidente; en tan solo algunos Silos pudo salir de su estado némade ~la cantidad de la “SepIacion era Casi extacionaria en este perfodo~ para-alcay” zar su estado actual de civilizacién, con un porcentaje mas wes de fuerza y Tongevidad medias y con una capacidad mas rapida de crecimiento. El europe logré todo esto por soeio dels mismas faults ue er no a cor al hombre salvaje en su lucha por la existencia sino tame bién_multiplicarse a costa suyas sucede lo mismo que cori los Vegetales de Europa trasplantados en América del Norte y Se Rustralia, que ahogan a las plantas indigenas por el vigor de su organizacién y por sus facultades Superiores de repro- faccion” (Wallace, 1864: CLXv, 53-54). duccion "( : Unos afios mas tarde, Wallace desarroll6 su tesis sobre la extincién de las razas inferiores en un capitulo de Natural Selection (1870), en el que dejé establecido que, en un futuro lejano pero en ese entonces ya previsible, este proceso lega- 68 LA VIOLENCIA NAZI ria a su fin: cuando “el mundo esté habitado sélo por una raza bastante homogénea” (Wallace, 1864: cLxv, 53-54). El antropélogo britanico Benjamin Kidd escribié en Social Evolution, uno de los compendios del darwinismo social mas difundidos hacia fines del siglo xix, que era completamente inGtil para el hombre blanco dar muestras de sus virtudes filantrépicas y de su ética cristiana ya que, a pesar de si mismo y en cumplimiento de una ley antropoldgica e histérica tan fatal como impiadosa, éste seguiria causando la muerte de los pueblos “salvajes”: “Cuando una raza superior entra en con- tacto y en competencia con una raza inferior, el resultado es siempre el mismo”, por mas que se lo alcance “a través de los métodos rudos de la guerra de conquista” o por medio de aque- llos mas suaves, pero igualmente eficaces, “a los que la ciencia ya nos tiene acostumbrados”. Desde su 6ptica, esto volvia in- Util la elucidacién de las causas de “la extincién”: la ametra- ladora o las enfermedades (Kidd, 1894: 48-49).? Obviamen- te, el discurso de los naturalistas britanicos tenia su equivalen- te en Francia, donde el darwinismo social ejercié gran influencia en el desarrollo de la antropologia: Las razas humanas ~escribfa Edmond Perrier en 1888- deben su extensién sobre el planeta a su superioridad; del mismo modo que los animales desaparecen ante el hombre, este ser privilegiado, el salvaje retrocede ante el europeo antes de que la civilizacién haya podido Iegar hasta él. Por mds lamenta- ble que este hecho sea desde el punto de vista moral, pareciera ser que la civilizacién se extendi6 sobre el mundo destruyen- do a los barbaros en vez de someterlos a sus leyes (cit. en Bernardini, 1997: 145). Hacia fines del siglo xrx, las fantasias de la cultura imperia- lista se focalizaron en Tasmania, la mds pequefia de las islas 8 Sobre Kidd, quien moderé su imperialismo e incluso criticé la euge- nesia durante sus ltimos afios de vida, cf. Crook (1984).

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