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DE Nuestro CATALOGO EL PUERTORRIQUENO: REALIDAD DE FRACTURA* Diez afios después de emigrar a Nueva York, Eduardo Marin regresa a Puerto Rico para atender ciertos asuntos de familia y pa- sarse un mes de vacaciones en su patria antes de comenzar sus es- tudios universitarios en los EE.UU. Por su modo particular de ha- blar, una mezcla de inglés y espafiol, de vestir y de portarse la gente lo toma por turista y en su propio pueblo natal lo rechazan por “americanito”. Pero la miseria de su pueblo chico despierta en nuestro joven sus mas nobles sentimientos y se forja grandes ilu- siones de transformar los arrabales en un lugar decente para vivir. A partir de ese momento Ardiente suelo, fria estacién, de Pedro Juan Soto, va mds alld de expresar la necesidad del hijo prédigo de reconciliarse con su pasado, para documentar el fracaso de una generacién que no puede incorporarse a la vida puertorriquefia. El problema fundamental del protagonista, y del que toma con- ciencia al final de su via crucis existencial, es que es un desarraigado. Bastan unos dias de prueba de fuego en el “ardiente suelo” para hacer afiicos el espejismo con que enfoca y deforma la realidad puertorriquefia. Las ilusiones, forjadas a larga distancia y durante afios en la “fria estacién”, naufragan en una noche tropical. Ex- tranjero en su propio pais, el “americanito” llega a parar, tiltima estacién, a la fiesta de los New Yorkers, Hijos adoptivos o genuinos de Ia Gran Urbe, despreciados en Nueva York como en Puerto Rico, los New Yorkers son unos fracasados. Hermanados por la necesidad comin de evadir la realidad y carentes de personalidad propia, este “Caribbean jet-set” tiene que aferrarse de la viltima moda para man- tenerse en alguna onda. El final de fiesta es aleccionador: “todos desnudos, sentados alli a la manera india, ridiculos porque casi todos conservaban el calzado, el Ifo de ropas en frente, las miradas perdidas en el piso o fijas en determinados senos, muslos...” En- tonces se apagan las luces, perdiéndose en otra oscuridad que no reclame ninguna entrega moral. La fiesta es el espejo deformador donde 1a imagen de su des- orientacién se asoma con esperpéntica realidad. Borracho, sale co- rriendo, vaga por las calles, piensa en su padre, también borracho y rodando por las calles de El Barrio, el Harlem puertorriquefio... (México: Universidad Veracru- * Pxomo Juan Soro, Ardiente suelo, frie estaci zana, 1961,) 399 Telémaco que no Mega a hacer contacto. La absurda odisea en busca de algin signo, alguna clave que le ayude a descifrar el enig- ma de su vida termina en la playa de su pueblo natal, el origen de las cosas. Se encuentra a Forén, un amigo de la nifiez: “Yo vine de lejos... looking for something”, le dice. Pero Forén, el epilép- tico, es sordomudo. ¢Un signo? €Y quién es realmente el protagonista de Ardiente suelo, fria estacién? La respuesta se desdobla con inquictante perplejidad: es el puertorriquefio en busca desesperada de su identidad propia. Para Eduardo Marin la vida del puertorriquefio es un juego, la pe- regrina; “No era él, ahora mismo, un peregrino en esta tierra? No habia dado saltos y mas saltos a través del crucigrama de Nueva York? Regresaba al punto de partida, pues, encogia la pierna iz- quierda, lanzaba al aire la piedrecita de su esperanza y partia de nuevo a través del crucigrama”. La experiencia colectiva en Ja “fria estacién” es de situacién limite, West Side Story sin Romeo & Julieta. Ciudadanos de segunda, tienen los derechos civiles de vivir en los barrios més pobres, pagando los alquileres mas altos por los depar- tamentos mds inmundos. Y Pedro Juan Soto, a través de una serie de flashbacks suscitados por la experiencia presente de} protagonis- ta, documenta el proceso de desintegracién de la vida puertorriquefhia en La Ciudad. Segtin Soto, ese proceso se inicia en e] momento en que la mujer se transforma en obrero asalariado, desplazando al marido como jefe de familia. Un poco de pantalones, un marido muy dado al trago, una obsesién de alejarlo de las malas influen- cias... y canicas que ruedan sin rumbo cierto por el crucigrama de la Gran Urbe. Hoy en dia la situacién es algo distinta a la que caracterizaba la década de los 50, época en que se sitda la novela. En visperas del milenio, se ha inaugurado la Gran Sociedad. Y al puertorri- quefio también le ha tocado lo suyo. Sabemos estar en cola. La Gran Sociedad nos tolera y nos ampara, como también tolera con aleccionadora indiferencia la violencia en las calles y la discrimi- nacién programada. Por suerte, la competencia selvatica por la hembra americana, letra de cambio en los 50, se ha relajado; y en la actualidad incluso se goza de cierta popularidad, que los socié- logos, partiendo de cierto puritanismo, explican imputandole a la mujer un sentido de culpabilidad colectivo que trata de expiar en forma arbitraria y conveniente. La vision final de Nueva York, Ifrica a lo William Burroughs, describe la Tierra Prometida que encuentran los puertorriquefios al otro lado del Lago Grande: “En la bruma, los rascacielos eran je- 400 ringuillas dispuestas en hileras. Cada uno agarraria la suya, se in- ‘yectaria, sofiaria quimeras de dolares, brios de espaninglis, baratijas adquiridas a plazos cémodos, preciosas nevadas como sélo Holly- ‘wood podia regalarlas... Benzedrina, cocaina, mariguana, heroina, seconal, todo mdgicamente mezclado dentro de la jeringuilla de un rascacielo para encantar a las venas y consolar al cerebro”. El final de la novela, el rechazo mutuo entre el protagonista y a sociedad insular, nos deja con una perturbadora visin del destino de esa generacién puertorriquefia. El espafiinglis que habla el puer- torriquefio es un lenguaje compuesto y desarticulado, que limita las posibilidades de alto desarrollo lingiifstico en ambos idiomas. Y desde luego, no es consecuencia de la Batmania, ni del Pop, ni del Camp, ni el Go, Man, Go que esta de moda ahora en México como en muchas otras partes. Desdoblamiento de la realidad de fractura, el problema lingiiistico para el puertorriquefio en el fondo es un in- quictante problema de expresién. La ambivalencia politica de Puer- to Rico se quiebra en multiples contradicciones y ambigiiedades, que cuando no impiden, frustran las posibilidades vitales del hombre de expresarse con plenitud dentro de la sociedad. De ah{ que el problema radical del puertorriquefio sea fijar el campo de lucha vital, donde pueda tener cauce normal esa necesidad interna que siente el hombre de identificarse consigo mismo y con su razén de ser particular e incontrovertible. En este momento en que la cuestién palpitante, desde el Con- greso de Escritores en México hasta Punte del Este, pasando por la Conferencia de los Estados Antillanos, es una Comunidad Lati- noamericana basada en la no intervencién y la integracién econd- mica y cultural de carécter, a mucha honra, puramente latinoame- ricano, gqué papel desempefia Puerto Rico? ¢Es que nuestro destino de ser siempre un desarrollo condicional? ¢Es que a estas al- turas un pueblo puede satisfacerse con una nota al pie en la His- toria que diga, como dice Raimundo Lazo (Historia de la Literatura Hispanoamericana), hablando del vacio en nuestra literatura de siglos pasados: “Pero en el abandono, en el forzado silencio, la vida insular antillana forjaba el cardcter del pueblo puertorriquefio, lamado a tener, por adversas circunstancias, dramatica historia”? La importancia capital de Ardiente suelo, fria estacién, que con- vierte la novela de Pedro Juan Soto en documento de nuestro tiem- po, consiste en plantear la crisis de una generacién puertorriquefia que toma conciencia viva de su esencial desarraigo, Las nuevas generaciones viven el desarraigo a quemarropa. Y la realidad de fractura del puertorriquefio, al proyectarse como tinica imagen fac- 401 tible del hombre, est4 a punto de convertirse en la leyenda de nuestro tiempo, y, lo que ya seria demasiado grave, en el sentido y forma de nuestra historia. FRANCISCO PABON. PRIMERA VOZ DE LENERO* De tragedia de la soledad podria calificarse la de Enrique Ur- quizo —personaje central de La voz adolorida. El —su vor— se due- t a través de paginas y paginas por no haberse sabido rescatar a s{ mismo. Se trata de un largo mon6logo interior con el fin —quizd— de evitar seguir cavando el mismo foso. La mente de Urquizo no esta enferma, su historia es coherente —asi narrativa como estructuralmente. Su pensamiento se ajusta al pensamiento cotidiano en sus caminos mds simples: el recuerdo enlazado a la divagacién, la recreacién de momentos cdlidos —o Algidos— que acarrean cambios en el estado de dnimo del que pien- sa: Enrique Urquizo, que de nifio respiré la atmésfera —seca, austera— creada por dos tias solteronas, amargadas e hipécritas, quienes propiciaron el enloquecimiento de su madre —la de En- rique—, al encerrarla por haberse casado y procreado un hijo, que le fue arrebatado. Ellas contribuyeron en no pequefia medida a debilitar su cardcter, ya de suyo blando. Clima de abulia y desprecio, y en él dos chispas: una, en la infancia: aproximarse al cuarto de su madre —a la que no cono- cla— para poderle recitar el poema que con motivo del dia de todas las madres le habfa ensefiado Miss Eugenia; otra cuando Isabel Huerta significé en su vida un frente a la incomprensién —al me- nos durante los dias que precedieron a la boda—; “..,la noche tranquila, el aire distinto, ese recordar la piel, sentirla, recrearme en su recuerdo al mismo tiempo que van apareciendo las palabras que sdlo Isabel Huerta pudo decirme Porque era la wnica que en aquel instante estaba entendiéndome a mi...” (p. 132). La cons- truccién no puede ser mds ordenada, ni mas profunda la evidencia de la soledad, Urquizo resulta atormentado, obsesionado por el pasado, siem- pre sometido a la estricta vigilancia de las resentidas solteronas y * Vioewre Lufxo. Le voz adolorida. (México: Universidad Veracruzana, 1961.) 402

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