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Critica Arqueologia Victor M. Fernandez Martinez 5. ARQUEOLOGIA Y FEMINISMO 5.1. EL FEMINISMO HOY No cabe duda de que el amplio movimiento de emancipaci6n de tas mujeres constituye uno de los fenémenos sociales criticos mas importantes del siglo xx. Algunos piensan que el movimiento ha onseguido gran parte de sus objetivos y que, al menos de modo parcial y en los paises occidentales, se trata de la tinica «revolucién» ue ha triunfado realmente, legdndose a llamar por ello a la centu- ia precedente «el siglo de las mujeres» (Amat 2000; Camps 1998). ‘ue durante el siglo x1Xx e inicios del xx cuando tuvo lugar la «pri- era Ola» feminista, con las luchas por la igualdad legal, divorcio, ceso al trabajo y educacién superior, voto politico, etc. (Sanders 1999). El final de la primera guerra mundial, cuyas inusuales condi- iones sociales habian provocado accidentalmente una mayor igual- de acceso a trabajos y puestos de responsabilidad, en pro de la mtribuci6n de todos a la victoria bélica, trajo consigo un perioda” menor actividad feminista hasta el estallido del feminismo ma mo © de la «segunda ola» en los afios sesenta y setenta ( \ 1999). Ademas de un gran ntimero de organizaciones soci s a reformar leyes e instituciones por la via de la (diversos «movimientos de liberacién» de las muj 136 UNA ARQUEOLOGIA CRITICA por ejemplo en nuestro pafs el Partido Feminista de Espana fundado en los setenta por Lidia Falcén), el feminismo ha creado un variado cuerpo de «teorfa feminista» de enorme riqueza critica, esencial para comprender y reformar el mundo presente. A continuacién ve- remos resumidos algunos de sus hitos mas significativos antes de pasar a las aportaciones habidas en antropologia y sobre todo en ar- queologia. Fue la publicacion en 1949 de El segundo sexo de Simone de Beau- voir el disparo de salida de la moderna teoria feminista (Beauvoir 1998-1999) (Figura 16). Un hecho fundamental establecido desde en- tonces es la famosa afirmacion de que «no se nace mujer, se hace mu- jer», es decir, la apreciacién de la naturaleza social y por ende his Ori- ca de la condicién femenina. Beauvoir denuncié que esa condicién consiste en ser precisamente el eterno otro de los hombres, una cate- goria de objeto frente a quienes se reclaman como los tinicos sujetos. La categoria «mujer» carece de sustancia y es una mera proyeccion de Ficura 16, Intelectuales que han influido en el movimiento feminista: Simone de Beauvoir (1908-1986), Luce Irigaray (1930), Julia Kristeva (1941) y Judith Butler (1956). ARQUEOLOGIA Y FEMINISMO 137 las fantasias masculinas, lo que no deja a las mujeres otra alternativa que «sofiar con los suefios de los hombres». Aunque Beauvoir recha- za que para resolver esa condicién sirvan teorias criticas clasicas como el marxismo o el psicoanilisis, una clara base materialista la lle- va a defender que la emancipacién econ6émica es la inica oportunidad que tienen las mujeres para acabar después con la opresién psicolégi- ca (Thornham 1999: 34). La linea inaugurada por Beauvoir corres- ponde a lo que podriamos llamar teoria feminista critica 0 «radical», que busca ahondar en los entresijos mas profundos de la relacién en- tre géneros y relaciona ese ambito esencialmente dispar con las demas asimetrias que siembran la sociedad contempordnea en cuestiones de raza y sobre todo de clase. En esta direccién —aun reconociendo las grandes diferencias que existen entre ellas— van las obras de Kate Millet, Shulamith Firestone, Juliet Mitchell, Sheila Rowbotham, Luce Trigaray, Héléne Cixous, Julia Kristeva, Judith Butler, Gayatri Spivak, etc. Otra linea del feminismo, que se podria llamar «liberal» en térmi- nos generales, es aquella que aspira fundamentalmente a terminar con el retraso que en todos los sentidos sufren las mujeres con respecto a los hombres en la mayoria de las sociedades actuales, pero evitando cualquier andlisis que lo relacione con otras estructuras opresivas de poder, En esta amplia opcin se mueven algunas de las feministas mds famosas, como Betty Friedman, Shere Hite o Germaine Greer, y tal vez se pueda colocar aqui grosso modo a algunas de las tltimas estre- las del llamado postfeminismo, como Naomi Wolf. También me atre- veria a decir que las categorfas de la clasificacién tal vez mas difun- dida del movimiento, «feminismo de la diferencia» y «feminismo de la igualdad», divisién falsamente excluyente que es rechazada meto- dolégicamente por muchas activistas (Scott 1990; Sanahuja 2002: 20), se corresponden asimismo con las orientaciones radical y liberal © «conformista» del movimiento. Dos importantes obras publicadas en 1970 por feministas nortea- mericanas, La politica sexual de Kate Millet y La dialéctica del sexo de Shulamith Firestone (Millet 1995; Firestone 1976), sirvieron para introducir un concepto especialmente titil, el de « Marx, Engels y Lenin tuvieron conoci- miento mo ientos feministas radicales (siempre se cita. que’ = que animaba a la uni6n de los proletarios del mundo € dn, y feministas de gran valia como Klara Kollontay participaron activamente en la revolu- é o alguna raz6n que va mds alld de su posicién pe sonal Coma bres de la época, no quisieron incorporar la lucha contra la ex sion familiar de la mujer al combate general contra le explotaciém cemjunta de hombres y mujeres por culpa de la propiedad privada de tes medios de producci6n. Pero Kollontay se dio cuenta de que la subondimaeién femenina no procedia de la propiedad priv: ARQUEOLOGIA Y FEMINISMO 139 (la tesis fundamental de Engels), sino que era anterior y habia surgido a causa de la divisién sexual del trabajo (el «contrato sexual»), que otorg6 a los hombres el principal puesto productivo y el derecho al cuerpo femenino (/bid.: 98-100). Otra diferencia importante se refie- re al interés que el movimiento feminista tiene en general por el suje- to, la mujer concreta («lo personal es politico»), que le ha llevado a criticar tanto al marxismo por ver la persona como parte de una clase social, como al postmodernismo que tiende a verla como un campo de paso de los diferentes discursos (/bid.: 93). El marxismo también tiene dificultades para explicar la presencia casi universal de la opresién femenina, tanto en sociedades tradicio- nales como industriales, lo que desmiente que la condicién sea una consecuencia del sistema capitalista. Pero la relacién hist6rica de con- comitancia entre ambos 4mbitos parece innegable: todo el aparato productivo mercantil depende de que las mujeres tengan y crien hijos sanos en mimero suficiente, en un trabajo esencial de reproduccién que, sin embargo, no recibe ninguna compensacioén econdmica y es por ello la causa del generalmente bajo estatus social femenino. Por otro lado, los «méritos» feministas del marxismo vienen desde el principio, pues ya Engels expuso el punto de vista anterior afirmando que en su tiempo la esposa era una especie de «prostituta gratuita» y en el Manifiesto comunista de 1848 se defendia la abolicién de la fa- milia burguesa. El hecho de que los estados comunistas no consiguie- ran abolir la explotacién femenina en el terreno laboral y no digamos ya en el familiar, ha de entenderse en el contexto general de fracaso practico que supuso el «socialismo real» por muy diversas causas. Por lo demas, la acusacion de los marxistas al feminismo burgués de que sdlo busca reformar el sistema para favorecer a un grupo reducido de mujeres en vez de rechazarlo en su conjunto por oprimir a todas las mujeres y hombres, parece dificil de refutar. Actualmente, una cierta retirada del marxismo economicista clasico y el mayor auge de los marxismos «neo» 0 «post», con su mayor atencién al joven Marx y sus ideas sobre la realizacién humana personal y el cambio ideoldgi- co en general, podrian hacer pensar que ambos movimientos tienen todavia mucho camino en comin (Barrett 1991b; Gamble 1999: 269- 270; Rivera 1994: 99). El segundo campo teérico que mas ha influido en el feminismo ra- dieal es el psicoandlisis. Las primeras feministas radicales acusaron @ _ ls forias de Freud de misoginicas, y Millet y Firestone egaram: '@ achacarle que su idea de la «envidia del pene» como caracteristacs 140 UNA ARQUEOLOGIA CRITICA femenina sirvié para apoyar la reaccidn contra el primer feminismo del siglo x1x. Pero una teorfa basada en el sexo y en la infancia, en las relaciones madre-hijo y en los procesos inconscientes que sustentan la personalidad humana, no podia ser dejada de lado por el movimiento feminista. En frase de Juliet Mitchell, el psicoanilisis no es «una inci- taci6n a la sociedad patriarcal, sino su anilisis» (cit. en Gamble 1999: 236; Thornham 1999; 39-40). La mayorfa de las feministas influidas por este movimiento son francesas, lo que no es casualidad si pensa- mos que fue en Francia donde se desarrollé la continuacién mis criti- ca de la teorfa freudiana, en la obra de Jacques Lacan. De los tres 6r- denes en que Lacan divide la esfera psiquica —imaginario, simb6lico y real—, el primero se identifica con la inicial relacion de la madre y el nifio, la cual es luego reprimida al inconsciente por la irrupeién del orden simbélico, en forma de lenguaje y de la figura del padre que acaba sometiendo el deseo hacia la madre. Para Lacan, la obra de Freud se puede leer como un intento de responder a la pregunta: {qué es un padre? (Vanier 1999: 15). Dos ideas fundamentales se ven aqui: por un lado, que el orden patriarcal no es congénito sino que se impo- ne a otro més natural y primigenio, que no desaparece y que es posi~ ble y necesario recuperar, y por otro que ese orden se impone a través del lenguaje, aprendido mediante oposiciones binarias en las que el término masculino siempre es privilegiado. Se trata del «falocentris- mo» 0 «falogocentrismo», referido no al pene bioldgico sino al falo como «significante trascendental» en palabras de Jacques Derrida, el falo como representacién del Nombre del Padre, el apice simbélico del poder masculino (Gamble 1999: 294). En esa linea, Luce Irigaray mostré cémo la mujer tiene que apren- der a decir «yo-ella» en vez del «yo» indiferenciado que es irreme- diablemente masculino, y construir una diferencia femenina puesto que la estrategia de la igualdad no basta en un orden social que nunca es neutro en lo que se refiere a los géneros (Irigaray 1978; Sanahuja 2002: 37-43) (Figura 16). Este feminismo «de la diferencia», que aun= que establece naturalmente relaciones con lo bioldégico no cae en el esencialismo, ha de entenderse sobre todo en términos lingiifsticos, es decir relacionado con la conocida premisa estructuralista sobre el me= canismo universal de asignacién de significado por la oposicién bina ria de unos significantes respecto a otros. La ensefianza principal del postestructuralismo consistio precisamente en cémo desconstruir esas relaciones binarias, tanto por razones epistemoldgicas (de cualquier! manera, la cadena de significantes es interminable y el sentido ARQUEOLOGIA Y FEMINISMO_ 141 siempre provisional) como éticas (acabar con la injustificada preemi- nencia de los términos privilegiados) (Culler 1992). Por eso no se busca una igualdad homogénea, que idealmente seria centrada y esta- ble, sino una «diferencia» cambiante y de significado final siempre «diferido» (la differance derridiana) (Gamble 1999: 216-217). Dentro de esta misma corriente, Julia Kristeva (Figura 16) y Héléne Cixous de- fienden la recuperacién de aquella etapa materna reprimida, median- te el lenguaje poético o usando conceptos diferentes del tiempo (ci- clico frente al lineal masculino) (Kristeva 1982), o por medio de un nuevo tipo de discurso, écriture féminine (practicable tanto por muje- res como por hombres) que permita articular nuevas imagenes y 6r- denes gramaticales para asi subyertir el orden simbélico masculino. como mejor forma de avanzar hacia unas instituciones sociales mas justas (Cixous 1995). Otro itil concepto analitico cuyo empleo comenzé, como el de pa- triarcado, en los afios setenta fue el de «género». En un principio se trataba de distinguir el sexo (macho-hembra), una caracterfstica bio- ldgica (fija), respecto del género (hombre-mujer, masculino-femeni- no) que seria su expresién social (cambiante), adquirida mediante procesos de aculturacién muy variables. En su origen, el paso de un concepto al otro suponia la liberacidn del esencialismo biolégico in- herente al primero de ellos. Ello implicaba que género y sexo no siempre coincidian (caso de los comportamientos homosexuales, lés- bicos, bisexuales, etc.), y que el género presentaba un abanico de posibilidades mucho mayor que la aparentemente estricta divisién biolégica entre machos y hembras. Toda esa variaci6n tiene, como es légico, unas rafces hist6ricas asimismo complejas, y por ello se reco- gen las ideas de Foucault (1980) sobre el concepto moderno de ho- mosexual, con su componente clasificatorio y patolégico, que surgié hacia 1870, o la conocida tesis de Philippe Ariés (1987) acerca de la familia y la imagen actual de la nifiez, como una etapa de la vida hu- mana separada y sometida al cuidado y la educacion, que existe tini- camente desde la Edad Moderna. La idea suponia un ataque directo al modelo tinico y obligatorio de pareja heterosexual, que es la base mis- ma de la opresi6n patriarcal como ya vimos. En segundo lugar, al re- ferirse al género sin especificar, se inclufa también a la parte masculi- na, y su estudio superaba por tanto a la mitad femenina abarcando tanto a mujeres como a hombres, en lo que respecta tanto a sus Tes= Ppectivos papeles sociales como a las relaciones entre los dos génenas- Se trataba de analizar la masculinidad ademas de la feminidad (Sega 142 UNA ARQUEOLOGIA CRITICA tra y Carabi 2002), aunque las analistas siguen siendo en su gran ma- yorfa mujeres y son las mujeres también el principal tema de los ac- tuales estudios de género (Rivera 1994: 149-178; Gamble 1999: 193, 239-240; Sanahuja 2002: 31-36). Pareceria que todo fueran ventajas con la aparicién de ese con- cepto. Sin embargo, muchas feministas criticas han sefialado los pro- blemas que tiene el cambio de orientacién teérica. En primer lugar, el término ha sustituido en los medios académicos al de feminismo e in- cluso a la misma referencia a las «mujeres», habiendo sido mas acep- tado por su supuesta «

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