Professional Documents
Culture Documents
Abrió el redil
y dejo salir su rebaño a pastar,
antes de partir
sumergió una pequeña bolsa
con las bellotas seleccionadas
en un barril con agua .
Noté que cargaba por bastón una vara de hierro del grueso de mi pulgar y como de metro y medio de largo.
Empecé a andar en un camino paralelo al suyo. Sus pastizales estaban en un valle, dejo el perro a cargo del rebaño
y se encamino hacia donde yo estaba parado, temí que me fuera a reprender por mi indiscreción;
pero no fue eso para nada: esta era la dirección a la que se dirigía y me invito a ir con él si no tenía algo mejor que hacer.
Subió hasta la punta de la colina como a cien metros de distancia. Ahí comenzó a clavar su vara de hierro en la tierra,
haciendo un pequeño hoyo en el que plantaba una bellota a la vez, para luego taparlo con tierra.
El estaba plantando árboles de Encino.
Le pregunte si la tierra le pertenecía, dijo que no, ¿Sabia él de quien era? dijo que no. Suponía que era propiedad de la
comunidad ó quizá pertenecía a gente que no le importaba nada de ella, él no tenía interés en saber de quien era.
Plantó sus cien bellotas con muchísimo cuidado.
Después de la comida de medio día, regreso a su tarea de plantar.
Supongo que debí haber insistido mucho en mis preguntas, pues accedió a contestarme.
Durante tres años había estado plantando árboles en este lugar. Ya había plantado cien mil de ellos. De los cien mil,
veinte mil nacieron y de esos veinte mil, él esperaba que la mitad se perdieran devorados por roedores o algún impredecible
designio de la providencia. Aún así, quedaban diez mil árboles de encino creciendo donde antes nada había crecido.
Fue entonces que empecé a preguntarme la edad de éste hombre.
Tenía obviamente más de cincuenta,… cincuenta y cinco me dijo él. Su nombre Elzeard Bouffier.
En otro tiempo tuvo una granja en los valles bajos, ahí había pasado la vida.
Perdió su único hijo, luego su esposa.
Entonces se retiro a esta soledad donde su único placer era vivir tranquilamente con su perro. Pensaba que ésta tierra
estaba muriendo por la falta de árboles. Añadió que dado que no tenía negocios ni compromisos pendientes,
decidió remediar ésta situación, por aquéllos tiempos y aunque aún era joven llevaba ya una vida solitaria,
así que sabía como tratar cortésmente con almas solitarias.
Mi propia juventud me forzaba a considerar el futuro en relación a mi mismo con cierta búsqueda de la felicidad. Le
comenté que dentro de treinta años sus diez mil robles serían magníficos. El contestó simplemente que si Dios le daba
licencia, en treinta años plantaría tantos más, que éstos diez mil serían como una gota de agua en el océano.
Además, estaba ahora estudiando
la reproducción de árboles de Haya
y tenía un invernadero con semillas
creciendo cerca de su casa.
A decir verdad,
la cosa en sí misma no me impresiono;
lo había considerado como un pasatiempo,
lo olvidé.
La guerra terminó, y me encontré poseído de un ligero sentimiento de moverme y un enorme deseo de respirar aire puro
durante algún tiempo. No fue por otra razón que me encamine hacia aquéllas desoladas tierras de nuevo.
El paisaje no había cambiado. Sin embargo, más allá de los desolados pueblos vislumbre a la distancia una especie de
neblina gris que cubría la cima de las montañas como alfombra. Desde el día anterior había empezado a recordar de
nuevo al pastor que plantaba árboles, diez mil robles reflexione, realmente ocupan un buen espacio.
Había visto morir demasiados hombres durante esos cinco años como para no imaginar fácilmente
que Elzeard Bouffier estaba muerto, especialmente cuando a los veinte,
uno considera a un hombre de cincuenta años como un viejo con nada mas que hacer que morir.
El no había muerto, de hecho estaba increíblemente vigoroso y despierto, había cambiado de trabajo.
Ahora tenía solo cuatro corderos, pero a cambio, tenía un centenar de colmenas de abejas. Se había desecho de los corderos
porque amenazaban sus jóvenes árboles. Me dijo, y yo lo veía por mi mismo,
que la guerra no lo había perturbado en lo mas mínimo. Había seguido plantando ininterrumpidamente.
Los robles de 1910 tenían ya diez años y estaban mas altos que cualquiera de nosotros.
Era un espectáculo Impresionante. Me quede literalmente mudo,
y como el no hablaba, pasamos el día entero caminando a través de sus bosques en silencio.
Divididos en tres secciones, había once kilómetros de largo y tres kilómetros de ancho.
Cuando recuerdas que todo esto ha brotado de las manos y el alma de un único hombre sin recursos técnicos,
es cuando entiendes que el hombre puede ser tan eficaz como Dios en otros reinos aparte del de la destrucción.
También había seguido adelante con sus planes,
las Hayas estaban tan altas como mis hombros y diseminadas mas allá de donde la vista alcanzaba a dominar.
Luego me mostró unos hermosos retoños de los Abedules que había plantado cinco años antes, en el año de 1915,
cuando yo peleaba en Verdum. Los había plantado en aquellos valles que pensaba que eran buenos, y ciertamente,
había humedad muy cerca de la superficie de la tierra.
Los retoños eran como delicadas señoritas y muy bien desarrollados.
La creación parecía desenvolverse como una reacción en cadena.
El no se preocupaba de ello; estaba determinadamente cumpliendo su tarea con la mayor simplicidad,
cuando regresamos hacia el pueblo ví que el agua corría en arroyos que habían estado secos desde tiempos inmemoriales.
Este fue el resultado mas impresionante
de una reacción en cadena
que nunca antes había yo visto.
Algunos
de aquellos tristes pueblos que mencioné,
fueron construidos a orillas
de antiguos asentamientos romanos
cuyos rastros
aún se encuentran diseminados;