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Ana Bolena

(Rochford Hall, 1507 - Londres, 1536). Noble inglesa, reina de Inglaterra


tras casarse con Enrique VIII. El matrimonio, que apenas duró tres años,
acabó con la trágica muerte de Ana a causa de los intereses dinásticos de
su esposo: su boda con Enrique no consiguió satisfacer la imperiosa
necesidad de proporcionar al rey un heredero varón que perpetuara la
dinastía en el trono. El matrimonio provocaría, en cambio, la ruptura de la
monarquía inglesa con el catolicismo romano y la fundación de la Iglesia
anglicana.

Ana Bolena

Ana Bolena (o Boleyn) nació hacia 1507, con toda probabilidad en Rochford
Hall, condado de Essex. Era hija de sir Thomas Boleyn, posteriormente
vizconde de Rochford y conde de Wiltshire y Ormonde, y de Isabel Howard,
hija del conde de Norfolk. Pertenecía, pues, a una de las familias más
influyentes de la nobleza inglesa. Buena parte de su infancia transcurrió en
Francia, en la refinada corte del rey Francisco I, donde recibió una
esmerada educación áulica.

A su regreso a Inglaterra en 1522, ocupó el lugar que por su rango le


correspondía en la corte como dama de la reina Catalina de Aragón,
primera esposa de Enrique VIII e hija menor de los Reyes Católicos. Su
atractivo impresionó a la corte y pronto Ana se vio rodeada de un cerco de
admiradores. Entre ellos se contaban lord Henry Percy, heredero del
condado de Northumberland, y el propio rey, que cubrió de títulos y
posesiones al padre de Ana para tratar de obstaculizar el matrimonio de la
joven con Percy. Finalmente, Enrique ordenó la intervención del cardenal
Wolsey para impedir su boda.

Ana había aparecido en la corte inglesa cuando en ella se debatía el grave


problema de la sucesión al trono. Catalina de Aragón había tenido dos hijos
varones, que nacieron muertos, y una niña, María (la futura María I). La
edad de la reina hacía prever la imposibilidad de nuevos alumbramientos
con éxito. Pero Enrique VIII necesitaba a toda costa un hijo varón para dar
continuidad a su dinastía, todavía no firmemente asentada en el trono
inglés. El heredero se convirtió en una auténtica obsesión para el monarca,
que llegaría a determinar, más que cualquier otro factor, tanto su vida
privada como su política.
En 1527, cuando Catalina contaba 44 años, Enrique solicitó formalmente al
papado la anulación de su matrimonio, argumentando para ello el hecho de
que la reina era la viuda de su hermano Arturo, muerto cuando todavía era
príncipe de Gales. Ya en este momento el monarca había comenzado una
apasionada relación con Ana Bolena. Dos años después, tras un arduo tira y
afloja diplomático, el papa Clemente VII se negó a conceder el divorcio, en
gran medida a causa a las presiones del rey de España y emperador de
Alemania, Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón.

La negativa papal hacía imposible un matrimonio ulterior de Enrique y, por


lo tanto, descartaba la posibilidad de tener herederos varones con derechos
legítimos al trono, según el derecho canónico. Ello precipitó la crisis política
entre Inglaterra y Roma, que culminó con la separación oficial de la Iglesia
nacional inglesa de la jurisdicción papal y con la constitución de un nuevo
culto, el anglicano, influido por la Reforma luterana. A pesar de que pocos
años antes Enrique VIII había proclamado su adhesión inquebrantable al
catolicismo, su deseo de conseguir un heredero le arrastró a romper los
vínculos religiosos de su monarquía con el papado, causando una profunda
conmoción en la Cristiandad, y a asumir las doctrinas más moderadas del
luteranismo que él mismo había combatido tiempo atrás.

El 25 de enero de 1533, Enrique se casó secretamente con Ana Bolena,


quien posiblemente estaba encinta. En abril, con la sanción de la nueva
iglesia, de la que el propio rey se había erigido en cabeza, el recién
nombrado arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, declaró la nulidad de
pleno derecho del matrimonio con Catalina de Aragón. El día de
Pentecostés de ese mismo año, Ana Bolena fue solemnemente coronada en
la abadía de Westminster. En septiembre, la reina dio a luz a una niña, a la
que se llamó Isabel (futura Isabel I).

En los años siguientes, el rey esperó con creciente impaciencia el


nacimiento de un varón, al tiempo que perdía interés por su esposa. Ésta
se había ganado la hostilidad de los miembros más influyentes de la corte
debido a su carácter caprichoso y arrogante, lo que la dejó sin apoyos
políticos cuando su matrimonio entró en crisis. La reina intentó apartar del
afecto del rey a María, hija de Catalina de Aragón, a la que prohibió
relacionarse con sus parientes (incluida su madre, a la que nunca volvió a
ver), despojó del título de princesa y humilló al nombrarla dama de
compañía de su hija Isabel. En 1534, Ana tuvo un aborto y, en enero de
1536, dio por fin a luz a un niño que, sin embargo, murió a las pocas horas,
lo que significó su definitiva caída en desgracia.

En mayo de ese año, Enrique hizo explícito su rechazo a la reina


abandonándola en el transcurso de un torneo en Greenwich. La crónica
galante afirma (con escasos visos de realidad) que el monarca sucumbió a
un ataque de celos cuando la reina entregó su premio a uno de los
caballeros concursantes. Al día siguiente, Ana fue arrestada por orden del
rey y encerrada en la Torre de Londres. Los cargos contra ella consistieron
en una lista de acusaciones de adulterio con cinco hombres de la corte,
incluido su propio hermano, lord Rochford.

Ana fue juzgada por una corte de pares de la que formaba parte su propio
padre (sir Thomas Boleyn, hecho duque de Norfolk por Enrique VIII) y
unánimemente condenada. Tras permanecer diecisiete días encarcelada,
murió decapitada en la Torre de Londres el 19 de mayo de 1536. Según los
testimonios contemporáneos, su comportamiento fue digno y calmo incluso
en el patíbulo, a fin de preservar de la cólera regia a su hija Isabel.

Nunca se ha probado documentalmente la culpabilidad de Ana Bolena en


los cargos que la llevaron a la muerte. Casi con toda probabilidad, la reina
fue víctima de un complot urdido para eliminarla del trono cuando
quedaron en evidencia sus escasas posibilidades de tener hijos varones. El
consejero del rey, Thomas Cromwell, y el deseo del rey de casarse con su
nueva amante, lady Jane Seymour, intervinieron también en la caída de
Ana. El 30 de mayo de 1536, Enrique VIII contrajo matrimonio con Jane
Seymour, que moriría dos años después al dar a luz al príncipe Eduardo.
El divorcio de Catalina de Aragón y la consiguiente ruptura con Roma, la
decapitación de Ana Bolena y los sucesivos matrimonios de Enrique VIII
hasta completar el número de seis (incluido el que contrajo con la luego
también decapitada Catalina Howard) no sirvieron para garantizar la
continuidad de la dinastía Tudor. El hijo de Jane Seymour, que reinó con el
nombre de Eduardo VI, murió siendo todavía muy joven y sin dejar
herederos. Ascendió entonces al trono la hija de Catalina de Aragón, la
católica María I. Su muerte sin hijos en 1558 deparó la subida al trono
deIsabel I, hija de Ana Bolena.

La nueva reina condenó a la dinastía Tudor a la desaparición, al negarse


obstinadamente a contraer matrimonio. Sin duda, la terrible muerte de su
madre y la personalidad tiránica de su padre influyeron en la soltería de la
reina, que sus contemporáneos contemplaron con estupor y todavía hoy
sigue provocando asombro en los historiadores, que a menudo la atribuyen
falazmente a supuestos defectos físicos que habrían impedido a Isabel
relacionarse sexualmente con varones.

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