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¿Por qué no crece mi Iglesia?

por Wilbur Madera

Uno de nuestros deseos más profundos como líderes es ver crecer a nuestras iglesias en todo sentido. Los que
son dedicados, no escatiman esfuerzos encaminados a la multiplicación: discipulado, oración, estudios bíblicos,
eventos evangelísticos, entrenamiento de liderazgo, por mencionar algunos. Sin embargo, aunque los líderes
están trabajando fuertemente y la iglesia tiene una vida espiritual sana, a veces, no vemos el crecimiento que
desearíamos experimentar. En tiempos así, nos preguntamos “¿Por qué no crece mi iglesia? ¿Qué más debo
hacer?”

Quisiera proponer que la respuesta no está tanto en lo que no estamos haciendo, sino más bien en qué estamos
haciendo y cómo lo hacemos. Es decir, que quizá no tengas que agregar algo más a lo que ya haces, sino
repensar y reestructurar lo que haces.

Si como líderes estamos trabajando diligentemente y la iglesia practica una vida espiritual correcta, y aun así,
no estamos creciendo, entonces quizá es tiempo de considerar otros factores de índole administrativo y/o
organizativo.

Algo parecido ocurrió en la Iglesia primitiva en Hechos 6, cuando se requirió de un grupo de personas que
velaran por las necesidades físicas de la congregación. El problema no era que los líderes no estuvieran
trabajando; ni que la espiritualidad de la congregación fuera deficiente. El punto problemático tenía más que ver
con la administración del ministerio. La solución dada fue la creación de este grupo de varones, que antes no
existía como tal, que se encargarían de esa área administrativa del ministerio, mientras los apóstoles se
dedicarían diligentemente a la enseñanza y la oración.

En nuestras iglesias tenemos situaciones parecidas. La solución a la falta de crecimiento no siempre tiene que
ver con un liderazgo negligente o con el estado espiritual precario de la congregación. A veces, la falta de
crecimiento se debe a factores administrativos. Si piensas que este es tu caso, espero que las siguientes
observaciones y aplicaciones puedan destrabar el flujo del crecimiento normal que tiene una iglesia con buenos
líderes, prácticas espirituales sanas y un ministerio bien administrado.

Quizá nuestra iglesia no está creciendo por alguno de los siguientes factores o una combinación de los mismos:

Ministerio centrado en el Pastor

Dada la gran responsabilidad que tiene el pastor de velar por los fieles, aunado al hecho de que recibe un salario
por sus servicios, se hace muy fácil y natural construir todo el funcionamiento ministerial alrededor de este
puesto. El pastor percibe que es su responsabilidad hacerlo todo, y la iglesia tiene la expectativa de que así
ocurra. La enseñanza, visitación, evangelización, capacitación, dirección de cultos, consejería, y demás
actividades ministeriales están centradas en el tiempo, capacidad y disposición del pastor. A veces, los pastores
y la iglesia llegan a estos acuerdos silenciosos en los que todos están cómodos con el arreglo.

Pero el problema principal en ese caso es que la iglesia se desarrollará solamente hasta donde lleguen la
capacidad, tiempo y disposición del Pastor. Una iglesia cuyo ministerio está centrado en el Pastor retardará su
crecimiento porque una sola persona no puede hacerlo todo; no puede supervisarlo todo; no puede decidirlo
todo; no puede enseñarlo todo. En fin, una iglesia es un cuerpo que necesita centrar el ministerio en los dones
que Dios ha repartido entre los miembros de esa comunidad específica.

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Si bien es cierto que el Pastor tiene la preparación teológica y ministerial para guiar a la iglesia, también es
cierto que no tiene todos los dones para realizar todo el ministerio. Por lo tanto, es en perjuicio del crecimiento
de la iglesia local centrar el ministerio en el pastor. También es en perjuicio del pastor hacerlo porque él mismo
limitará su efectividad e influencia.

Lo mejor que podemos hacer como líderes es reclutar, capacitar y poner a funcionar a las personas a quienes
Dios ha dotado para realizar los diferentes ministerios de la iglesia. Mientras más liberemos nuestro tiempo de
tareas para las cuáles Dios ha dotado personas dentro de nuestra iglesia, más podremos enfocarnos en aquellas
partes del ministerio que nadie puede hacer mejor que nosotros. Muchos pastores quedan atrapados en un área
del ministerio donde otros podrían destacar, e inclusive, hacerlo mejor que ellos. Por ejemplo, conozco pastores
que aun teniendo excelentes músicos en sus iglesias, se aferran a seguir dirigiendo las alabanzas o acompañando
con algún instrumento. Debemos recordar que cuando centramos el ministerio alrededor nuestro, estamos
estorbando el desarrollo de muchos líderes en potencia que Dios ha puesto en nuestra congregación.

Como pastor de la Iglesia había centrado la enseñanza de la Escuela Dominical alrededor mío. Era el maestro
principal de una clase como de 30 personas. Cuando decidimos descentralizar el ministerio, dividimos a la gente
en grupos de 10 a 12 personas estudiando alrededor de una mesa con un maestro que dirigiera cada grupo. Al
descentralizar el ministerio, aumentamos nuestro potencial. Actualmente tenemos 10 mesas llenas de personas
estudiando la Palabra de Dios (120 personas aprox.) y 10 nuevos maestros desarrollando sus dones. De haber
insistido en centrar el ministerio alrededor mío, quizá tendría todavía mis 30 alumnos, pero seguramente no
tendrían ningún nuevo maestro desarrollándose. Con experiencias como ésta, he aprendido que los muchos
haciendo poco, pueden lograr más, que los pocos haciendo mucho.

Los pastores pueden trabajar mucho, pero hasta que no descentralicen el ministerio, no alcanzarán el potencial
ministerial que pudieran tener usando los dones que Dios ha repartido en esa congregación en particular.

Falta de un rumbo claro y definido

Las Iglesias que conozco están llenas de actividades. Todos los diferentes ministerios y grupos tienen diversas
actividades y eventos durante la semana. Pienso que las iglesias sí trabajan, y trabajan bastante. El problema es
que trabajan sin un rumbo único, claro y definido. No hay una dirección establecida; una descripción del sueño
que están persiguiendo; una meta que encierre el propósito de todo lo que hacen como Iglesia. Quizá algunas
iglesias sí tienen su visión y declaración de misión, pero en la práctica, se han convertido en palabras sobre el
papel. No regulan, orientan ni conducen las decisiones, el presupuesto, los planes, las estrategias, las relaciones
y cada cosa que ocurre en la iglesia.

En una situación así, cada líder establece su propio rumbo, metas y estrategias para su ministerio, resultando en
muchos esfuerzos apuntando en cientos de direcciones que no llevan a la Iglesia hacia ninguna parte. Por eso
vemos iglesias muy activas que no están creciendo al ritmo que se esperaría a juzgar por los esfuerzos de sus
miembros.

El liderazgo de nuestra iglesia decidió que nuestro sueño consistiría en ser “Una comunidad que glorifica a
Dios guiando a las personas a una relación creciente con Cristo”. Con un fuerte énfasis en la palabra
comunidad que glorifica a Dios, subrayamos tres relaciones básicas en las que buscamos que las personas
crezcan: a) Relación con Dios; b) Relación cristocéntrica con los creyentes; y c) Relación de influencia con lo
no creyentes.

Determinamos también que nuestra misión como Iglesia es Hacer Discípulos (Mateo 28:18-20) y el ambiente a
donde queríamos llevar a todas las personas sería la comunidad misma, traducida en la práctica, en grupos

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pequeños y el culto congregacional. Decidimos llevar a las personas en esa relación creciente con Cristo a
través de tres pasos estratégicos:

1. CONOCE (actividades y eventos a los que las personas llegan como nuestros invitados);

2. CONÉCTATE (actividades y eventos a los que las personas llegan como nuestros amigos);

3. COMPROMÉTETE (actividades y eventos a los que las personas llegan como nuestra familia).

Siguiendo estos pasos estratégicos, organizamos actividades o ambientes en los que la gente no creyente tenga
un primer contacto con la Comunidad; ya que nos han conocido, nuestro desafío es convertirlos en amigos, para
que con el tiempo, lleguen a ser parte de la familia. Como vemos, se trata de una relación progresiva y creciente
con Cristo que lleva a una persona de ser incrédulo a ser discípulo comprometido del pueblo de Dios.

Una vez que establecimos el rumbo que seguiríamos como Iglesia, comenzamos a reestructurar y reordenar los
elementos del sistema para que todos apuntaran en la misma dirección. No ha sido nada fácil, pero el esfuerzo
ha dado resultados satisfactorios, hemos visto cómo el Espíritu Santo usa esta sencilla estrategia para convertir
hijos de ira en Hijos de Dios.

Quizá en tu iglesia ha faltado un rumbo general claro y definido, por eso todos los ministerios están tratando de
hacer su mejor esfuerzo, pero en diferentes direcciones. El resultado es que no se percibe tangiblemente el
avance de la iglesia a través de sus ministerios. Quizá es tiempo de llevar al liderazgo en un retiro para definir el
rumbo, la filosofía de ministerio, la misión, la visión y la estrategia, entre muchas otras cosas, para que todos los
elementos que componen la iglesia apunten en una sola dirección.

Líderes desenfocados

Es muy común ver a los pastores y líderes de las iglesias empleando horas y horas a la semana en el ministerio.
Si echamos un vistazo a nuestras agendas notaremos que raras veces hay una noche desocupada o un espacio
intencionalmente destinado para nuestras familias. Estamos invirtiendo nuestro tiempo en el ministerio. Pero
aun así, no se ve el fruto proporcional a nuestros esfuerzos en términos del crecimiento resultante.

Este es un problema que todos enfrentamos como líderes. Quisiera sugerir que el problema no está en cuánto
tiempo estamos invirtiendo, sino en la falta de enfoque que solemos tener en el ministerio. Estamos invirtiendo
horas y horas en diversas cosas, en vez de enfocarnos en dos o tres que sean fundamentales para el desarrollo
del ministerio y sean congruentes con nuestros dones. La misma historia ocurre con los demás líderes. Están
haciendo malabares con seis pelotitas a la semana y eso resta eficiencia en lo que hacen por su falta de enfoque.

Siempre aducimos que no hay gente que ocupe las vacantes ministeriales, y por eso, tenemos que hacer muchas
cosas diferentes a la vez. Pero eso no podría estar más lejos de la verdad. Dios nunca abandona Su iglesia y Él
ha repartido los dones necesarios en la gente que se congrega para suplir las necesidades ministeriales.
Debemos dejar de promover un desenfoque en nuestros líderes y pedirles que se dediquen a uno o dos aspectos
del ministerio a lo sumo, pero que lo hagan con todo su esfuerzo enfocado. Los líderes enfocados redundarán en
ministerios de calidad, crecientes y efectivos.

En nuestra iglesia dejamos de medir el compromiso con Cristo de acuerdo con el número de eventos o
ministerios en los que participaban las personas por semana. Para que las personas se enfoquen ahora medimos
el compromiso con las siglas ADAMI. Los discípulos comprometidos son discípulos ADAMI:

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Adoran (participan en el culto comunitario dominical);

Diezman (diezman fielmente al Señor);

Aprenden (participan en un grupo pequeño durante la semana y/o un grupo pequeño dominical);

Ministran (participan enfocadamente en un ministerio de la Iglesia según sus dones);

Influyen (invierten tiempo intencional en la relación con sus conocidos, amigos y familiares no creyentes y los
invitan oportunamente a los eventos donde puedan conocer a la comunidad y el ministerio de la Iglesia).

Al clarificar las expectativas, hemos permitido que la gente enfoque sus esfuerzos y optimice el tiempo para
cumplir todas sus responsabilidades cristianas como empleado, padre o madre, hijo o hija, y demás papeles
semejantes. Todo esto redunda en un mayor número de líderes enfocados; es decir, haciendo una o dos cosas en
el ministerio general de la Iglesia, pero haciéndolas con toda su dedicación y atención. Contrario a lo que
piensen algunos, cuando los líderes se enfocan, no pierden compromiso, sino lo fortalecen.

Sistemas en Competencia

En muchas de nuestras iglesias no sólo los líderes están desenfocados, sino también los diversos ministerios.
Estamos muy acostumbrados a iniciar ministerios de acuerdo con la última moda, el último curso que hayamos
tomado, o la idea que está funcionando en la iglesia de enfrente. No hay nada malo en iniciar nuevos
ministerios; el problema viene cuando vamos traslapando varias capas de sistemas ministeriales que al final de
cuentas, entran en competencia por recursos económicos y humanos.

La Escuela Dominical infantil compite con el “Club Buenas Nuevas”. El grupo juvenil de los viernes, compite
con los que atienden a los jóvenes los domingos en la mañana. El grupo de oración compite con el ministerio de
Deportes. El Estudio bíblico de los miércoles compite con los grupos pequeños de entre semana. En fin,
ponemos ministerio sobre ministerio sin darnos cuenta cómo lo nuevo y lo antiguo compiten entre sí. El
resultado es una iglesia con mucha actividad, pero sin avanzar hacia el mismo punto. Sin mencionar, los
conflictos interpersonales que se dan cuando los líderes ven amenazado su nicho ministerial por la incursión de
un nuevo grupo de ministerio con quienes tendrán que competir por recursos humanos y económicos.

Para comenzar a salir de este embrollo, nos preguntamos cuál era la visión, misión, estrategia, filosofía de
ministerio y expectativas de los discípulos de nuestra Iglesia. Luego comenzó el doloroso proceso de alinear
todos nuestros ministerios con el rumbo en el que habíamos decidido ir. Fue doloroso, porque tuvimos que dejar
ir varios programas que amábamos, pero que ya no estaban cumpliendo su propósito en el contexto actual de
nuestro ministerio. En ese proceso tuvimos que recordarnos que las formas de hacer el ministerio no
necesariamente son canónicas, sino más bien, son tradicionales. Aun cuando amamos y respetamos nuestra
tradición, había que enfocar nuestro ministerio de acuerdo con la visión. Ciertas formas del pasado, ya no
encajaban con el presente.

Por ejemplo, solíamos tener un estudio bíblico los miércoles a las 8:00 pm al que asistían como 15 personas. Al
sacrificar ese estudio y reemplazarlo con un sistema de grupos pequeños durante la semana, descubrimos, que al
dar opciones de horarios y lugares diversos, las personas se conectaban más para estudiar la Biblia entre
semana. Sencillamente, el ritmo de la vida urbana moderna no correspondía a la inflexibilidad de tener un
estudio bíblico un solo día y a una misma hora. Así tuvimos que hacer con cada uno de los programas que
hacíamos para alinearlos, estructurarlos y organizarlos de tal manera que guiaran a las personas a una relación
creciente con Cristo.

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Si tu iglesia está trabajando fuertemente y no ves los avances, cuestiona donde hay sistemas en competencia que
están estorbando el crecimiento fluido de la congregación. Luego, toma esas decisiones difíciles y reestructura
todo para que de una forma, lógica y natural, vaya conduciendo a las personas hacia donde las quieres llevar.

En nuestro caso, decidimos que por cada grupo de edad, sólo haríamos tres cosas:

1) Reuniones enfocadas para invitar personas nuevas de esa etapa o condición en la vida;

2) Eventos especiales y Retiros para las personas que ya estuvieran conectadas con la Iglesia de ese grupo de
edad, y

3) Grupos pequeños homogéneos de ese grupo de edad o condición en la vida.

De esta forma, en cada ministerio, ya sea de jóvenes, universitarios, solteros, varones, mujeres o matrimonios
tenemos exactamente los mismos tipos de actividades. Al limitar el tipo de actividades y ordenarlas
estratégicamente hemos evitado entrar en conflictos de sistemas y enfocar los ministerios para que lleven a las
personas, sin importar de qué grupo estemos hablando, al mismo lugar.

Los sistemas en competencia atrasan el crecimiento. En tanto que los sistemas organizados, de cooperación y
estratégicamente ordenados llevan al cumplimiento de la misión.

Ministerios enfocados sólo hacia adentro

Cuando la iglesia enfoca su ministerio sólo hacia adentro, va perdiendo su potencial para crecer. Cuando
dejamos de ser intencionales en alcanzar a nuevas personas y nos ocupamos sólo en mantener a los que ya están
adentro, la iglesia entra en una especie de letargo espiritual que impide su crecimiento. Normalmente, al revisar
la programación ministerial de una iglesia apagada e indiferente, notarás que el común denominador es que todo
lo que hacen está orientado hacia los de adentro.

Por otro lado, las iglesias vivas y crecientes tienen la característica de ser intencionales en estar alcanzando, por
medio de sus ministerios, a personas que no conocen a Cristo. Las personas recién convertidas inyectan nueva
vitalidad a la iglesia. Su entusiasmo por Cristo, despierta a los antiguos miembros de su apatía. Tiene un efecto
vivificante el ver, en primera fila, lo que Dios hace en la vida los demás.

En nuestra iglesia uno de esos esfuerzos hacia fuera se llama “Mundo S”. Se trata de un programa para niños y
sus padres en el que se enseñan valores por medio de la actuación, música y multimedia. Los sábados a las
7:00pm nuestras familias tienen una oportunidad de invitar a sus conocidos, familiares y amigos a pasar un rato
agradable que sirve como introducción a la comunidad de nuestra iglesia. Esto abre la puerta a conversaciones
espirituales que desembocan, posteriormente, en la presentación del evangelio.

Otro de los esfuerzos intencionales hacia afuera es nuestra clase para visitas que le llamamos “Punto de
Partida”. A todos los que asisten como invitados al culto les ofrecemos esta clase que tiene dos finalidades: 1)
Ser buenos anfitriones de nuestros visitantes y 2) Dar una probadita de lo que es estudiar la Biblia en un grupo
pequeño. La mayoría de las personas que participan en Punto de Partida continúan viniendo. Al terminar sus 7
lecciones iniciales, los conectamos de inmediato al siguiente curso básico y así sucesivamente hasta llegar a ser
miembros en plena comunión de la Iglesia. Esta estrategia ha rendido magníficos frutos. No hay nada como ser
testigos de lo que Dios va haciendo en la vida de personas que llegaron a la iglesia siendo no creyentes y poco a
poco, fueron experimentando una relación creciente con Cristo.

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Si al hacer un balance de tu programación ministerial descubres que todo está orientado hacia adentro, entonces
habrá llegado el momento de hacer cambios en los que incluyas esfuerzos intencionales para alcanzar a nuevas
personas para Cristo.

Falta de evaluación

Un ministerio que no se evalúa constantemente está destinado a perpetuar sus propios errores. La evaluación
mantiene el enfoque, el entusiasmo, la innovación y la creatividad. Si no evalúas, nunca sabrás si estás
cumpliendo la misión.

Muchas iglesias realizan actividad tras actividad, programa tras programa y no separan tiempo para celebrar los
logros, corregir los errores, ajustar las estrategias, prever posibles problemas y planear para el futuro. La
evaluación es fundamental para mejorar la efectividad del ministerio.

Nuestro equipo ministerial se reúne cada lunes a las 10:00am. En esa reunión celebramos la obra que Dios hizo
durante el fin de semana; comentamos nuestros errores cometidos, sus posibles soluciones y nos preparamos
para los desafíos de la semana en curso. La constancia en la evaluación nos ha permitido estar mejorando
continuamente lo que hacemos.

También una o dos veces al año nos reunimos por dos o tres días consecutivos para evaluar nuestras estrategias
ministeriales y reestructurar todo aquello que sea necesario. En esas reuniones de evaluación, poco a poco, se ha
ido forjando toda nuestra filosofía de ministerio.

Evaluar requiere tiempo, esfuerzo y constancia, pero tiene un efecto positivo en el crecimiento de tu iglesia.
Comienza a planear esos tiempos regulares para evaluar en todos los niveles del ministerio en tu iglesia.

Conclusión

Una Iglesia con un liderazgo diligente, una vida espiritual sana y una administración ministerial adecuada
tendrá como resultado un crecimiento constante. Si tu iglesia no está creciendo revisa cuidadosamente cada uno
de estos tres aspectos y trabaja en los ajustes necesarios. Aquí nos hemos dedicado a reflexionar sólo en el
aspecto administrativo del ministerio, pero el crecimiento viene cuando se da una combinación positiva de los
tres. Por lo demás, abócate como líder al ministerio que Dios te ha dado, fomenta una vida cristocéntrica dentro
de tu iglesia y revisa constantemente el aspecto administrativo de tu ministerio. Nuestro sueño debe ser ver
iglesias crecientes, sólidas y dando testimonio del glorioso evangelio de Jesucristo.

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