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DESAPRENDER

Cada día más, me habita la certeza de que no he elegido estar donde estoy ni decir lo que digo.
No he elegido estar aquí.

Todo se ha ido dando, en una coherencia admirable, que solo he podido percibir a posteriori.

Constituye para mí una evidencia el hecho de que he sido –estoy siendo- conducido hacia donde
“no sé” a partir de lo que “creía saber”…

Creía saber qué era “creer” y quién era “Dios”; quién era “yo” y qué era mi “vocación”.

Y se me ha regalado percibir la realidad de una manera tal, que ha dado la vuelta a todas mis
ideas y creencias.

Había creído en un Dios personal, Padre amoroso…, y descubrí que, aun sobre la base de una
intuición sabia, esa idea era fruto de una proyección mental. No me resultó fácil decir adiós a
aquel dios en quien había creído sostener mi vida y mi propia identidad. Fue necesario un duelo
intenso en el que llorar -y despedirme de- mis sentimientos de orfandad y de culpa.

Y, sin embargo, en este nuevo desaprendizaje, la caída de dios me mostró a Dios.

El camino empezó queriendo “acercarme” a Dios y “encontrarme” con él. Y se me ha hecho ver
que entre Dios y yo no hay distancia para un camino: somos no-dos.

Tuve que fortalecer mi yo y llegué a identificarme con él, con sus necesidades, sus deseos y sus
miedos, sintiéndome con frecuencia como si estuviera en una noria cansina. Y se me ha hecho
descubrir que ese yo no tiene nada que ver con mi verdadera identidad.

Crecí identificado también con una creencia, recibida como “la verdad”, a la que me aferraba en
busca de la seguridad que mi yo necesitaba. Y se me ha hecho patente que es necesario dejar
caer todas las creencias, porque terminan convirtiéndose en obstáculo para abrirse a la verdad.
He visto que la Verdad es inapresable, que no se la puede pensar, aunque se la puede “ser”. Y,
al serla, se la conoce y se muestra en su radiante luminosidad.

Me moví en un mundo de dualidades, fronteras y etiquetas. Y me han abierto los ojos para ver
que todo lo que se muestra no es sino expresión y despliegue de lo Único real, el Misterio del
Ser, el Fondo de todo fondo, la Mismidad de lo que es; que todo lo que pasa no es sino la otra
cara de Lo que es.

Busqué la salvación en el mundo de las formas. Y se me hizo caer en la cuenta de que ese es
solo un mundo onírico, del que hay que despertar.

Me devané intentando hallar el sentido de mi existencia -¿para qué estoy aquí?-. Y se me regaló
la plenitud de sentido en cuanto pude detener mi mente: vi que el sentido no es algo “añadido” a
la existencia, sino otro nombre más de lo que es, de lo que somos. Y que, silenciada la mente, se
muestra por sí mismo en plenitud.

Me fatigué desde un perfeccionismo cuya meta era siempre “hacer”. Y se descorrió el velo que
me permitió reconocer que se trata solo de ser, y que todo lo demás “se da por añadidura”.

Creí encontrar en Jesús el “salvador” de mi vida. Y se me mostró que todo está ya “salvado”,
que no hace falta sino “verlo”, y que Jesús no era alguien separado, sino mucho más: nada
menos que un “espejo” nítido y radiante en quien ver reflejada mi (nuestra) verdadera identidad.

Crecí en una religión que me ofrecieron como “la verdadera”. Y se me ha ofrecido palpar el
“territorio” al que todas las religiones, como mapas, conducen: la espiritualidad
transconfesional y transreligiosa.

Fui ordenado sacerdote en el marco de una religiosidad y teología dualista. Y, sin saber
previamente cómo, me he visto traído a una vivencia universal que trasciende roles y etiquetas.

Pero aún faltaba el aprendizaje mayor. Desde niño crecí pensando que tenía que ser “alguien”,
que todo dependería de mi esfuerzo, que tenía que aprender a controlar todo… El objetivo,
aunque no siempre explícitamente declarado, no era otro que fortalecer el sentimiento de la que
consideraba mi identidad: llegar a ser yo. Había aprendido que ese era el objetivo último de la
existencia, y que a ello debían encaminarse todos los esfuerzos…

Y, de pronto, de manera imprevista y sorpresiva, se me hace ver que también ese yo era solo
otra creación mental. No existe tal cosa como “yo”; eso es solo un personaje del sueño, una
“forma”, una apariencia… Veo claro que lo que soy es Consciencia, Vacuidad, Espaciosidad…,
compartida con todas las otras “formas”. Cae toda apropiación. No hay nadie que haga nada. Y,
sin embargo, todo se hace. Cae igualmente todo orgullo y toda culpa.

Y aquí estoy… Aquí he sido conducido…

Por caminos de soledades y de plenitud, de “no saber” y de evidencias, de desconcierto y de luz,


de resistencias y de entrega…, hasta la rendición ante Lo que es.

Necesito seguir expresando todo esto, aun siendo consciente de que, al hacerlo, vuelvo a caer en
la dualidad –las palabras y los conceptos no pueden superar esa barrera-, pero sé bien que, en
realidad, no es “nadie” quien esto expresa.

Celebro con gozo la Unidad que somos, lo único realmente Real, La Consciencia una que
sostiene las mil formas aparentes, la Vida que juega a “disfrazarse” en cada uno de nosotros.

Celebro el desaprender… Solo queda Admiración y Gratitud.

Enrique Martínez Lozano

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