You are on page 1of 3

Nombre: Andrés Montoya

Carnet: 13-10923

Botella al mar a los hijos de Cervantes


Un médico cirujano con postgrado en Salud Pública, un doctorado en Teología y Pastor principal de la
comunidad cristiana en Puerto Ordaz publico alguna vez que la reencarnación es la creencia hindú que
establece que, después de la muerte, el alma se incorpora en otro cuerpo, en otra vida. Se cree, además,
que las personas renacen una y otra vez a lo largo de los siglos y que la condición que cada uno goza, o
soporta, en una nueva vida es consecuencia de sus vidas pasadas. La reencarnación esta también
vinculada con el concepto de karma, según el cual cada individuo paga por sus comportamientos en sus
próximas vidas, sea de manera positiva o negativa. Si consideramos que esto es cierto para toda vida, en
la vida de la novela es fácil distinguir la presencia de karmas, que para ser específicos son dos los que se
han manifestado.

En primer lugar, la novela ha sufrido, a lo largo de su vida más reciente, una crisis de identidad. Bueno,
llamarlo crisis es un tanto exagerado y más cuando ni ella se ha enterado de la situación. El hecho es más
parecido a cuando vas caminando por la calle y alguien te llama pero confunde tu nombre. Para algunos
esto sonaría poco relevante y sin gran importancia, sin embargo para otros tantos el nombre es símbolo
de identidad, propiedad intransferible, que aparte puede abarcar muchas características de la
personalidad inclusive hasta condicionarlas. Lo cierto es que, entre algunos géneros literarios se presenta
la misma confusión, dividendo muchas veces a escritores, críticos, eruditos y editores entre estilos,
formas y hasta a veces fondos. Para no sorpresa de quien lee esto, la llamada novela corta, nouvelle para
los amigos de la casa, está entre los juzgados. Culpable por omisión, gracias a unas tantas obras, y, de
nuevo, en pleno desconocimiento de sus actos. A pesar de ello, esta obra literaria ha de absolverse gracias
al trabajo y la exactitud de grandes escritores, que con empeño han tomado cartas en el asunto en frente
del jurado para esclarecer un poco el disparate. Uno de ellos, fue el uruguayo Mario Benedetti, quien en
“Tres Géneros Literarios”, separa con mucha pedagogía el cuento, la novela corta y la novela en tres figuras
bien diferenciables. En otras palabras, resalta aquellos patrones de cada género que son capaces de revivir
en la memoria mientras se lee un determinando ejemplar, transformando la clasificación en una sutil cata.

De hecho la disciplina se vuelve bastante intuitiva y mecánica haciendo fácil la tarea deportar cualquier
obra a sus determinados territorios y fronteras. Por ejemplo, podemos tomar “El evangelio según San
Marcos” del gran maestro Jorge Luis Borges y “Aura” del mexicano Carlos Fuentes y realizar el pertinente
ejercicio que Benedetti nos propone. Siguiendo la norma, en la primera estamos en la presencia de los
visibles detalles de un cuento. Por un lado, La obra se desarrolla en un tiempo presente estático, sin
requerir de biografías o grandes antecedentes históricos. Maneja la sorpresa, de poco en poco, girando
en torno a la anécdota sobre Baltasar Espinosa y los Gutres. Y en sí, se desarrolla sin prescindir de grandes
descripciones o profundas reflexiones. Por otra parte, la segunda obra, también se centra como un
excelente ejemplar de novela corta para la receta del maestro uruguayo. En Aura podemos percibir como,
en palabras de Benedetti, “la nouvelle es una excitación progresiva de la curiosidad del lector”. De
principio a fin, existe una clara evolución del hecho el cual vamos reencarnado en la segunda persona de
Felipe Montero. Todo vale, todo se palpa y todo es vital para que la historia te hunda en su propio secreto.
Un secreto que, sin importar cuando se presente, siempre tendrá sentido en el tiempo de vida de una
novela corta.

Pero, ¿Y si las cosas fueran un poco diferentes? ¿Qué pasaría si ahora Baltazar Espinosa resucitara al tercer
día y predicara a los Gutre su profunda espera en el purgatorio y como su conciencia sobre sí mismo
trascendió? ¿O que pensaríamos si Felipe solamente pasara unas noches en la casa de consuelo y sus
visiones y transfiguraciones no fueran más que producto de un mal sueño causado por los riñones en salsa
de cebolla? ¿O que si despertara en forma de cucaracha, cobrara sus cuatro mil pesos y regresara al cafetín
para leer su periódico? Es normal pensar que el ejercicio ya no sería tan sencillo.

Otro de los autores que invierte tiempo en dilucidar esta situación, y con bastante perspicacia, es Juan
Villoro en su entrevista con Amadeli Bencomo, entrevista que por cierto fue recopilada por el autor en un
ensayo llamado “La Novela Corta: Noticias desde la tierra de nadie”, Villoro, que aparece en medio del
debate, nos trae dos aspectos que podrían darle sentido al problema. Uno de ellos, es acerca del papel
fundamental que tiene el editor en la partida de nacimiento de cualquier obra. Fundamental no porque
condicione la concepción o propósito de la obra en sí, para el autor las características de cada género y
sus distinciones dependen en gran medida de estilos, esencias, contenidos y sus formas de presentarse,
creencia de la que hace eco durante toda la entrevista. Sin embargo, comienza y termina su intervención
oral haciendo referencia al elemento del editor. Tal es el hecho, que cuenta una anécdota de como su
obra “Llamadas de Ámsterdam” padeció de una doble nacionalidad por caprichos editoriales. Lo que nos
deja un extraño sabor de simplicidad. ¿Después de tanto discutir, todo se reduce a una simple etiqueta
de anaquel? Si, el asunto parece bastante claro si lo vemos así. Claro, esto si lo pensamos desde la estética
del problema. Ya que la importancia de la identidad se torna mayor con una visión que nos regala Villoro,
el problema de la paternidad.

Tras ofrecer un consuelo temporal a este karma, Villoro nos asoma una conclusión muy acertada que
debería preservarse para vidas siguientes. Esto es el asunto de la autonomía de la novela. Para el escritor
mexicano lo más importante es que las obras se independicen de sus padres (o madres), que puedan
desarrollar su propia voz para que terminen diciendo por si solas, sin autores sobreprotectores o editores
niñera, lo que quieran ser y, lo más prometedor, a quien quieren llegar. Propósito que cobra más sentido
para los nuevos retos que afrontan los géneros literarios.

Si bien una vida sin tener nombre propio sigue siendo vida, a veces hasta más interesante, un nombre sin
existencia, no tiene sentido alguno. Y es que el cuestionamiento de si existe una vida o no en la novela es
el segundo karma que atraviesa. Milán Kundera en “La desprestigiada herencia de Cervantes”, como quien
defiende una causa perdida, deja en manifiesto la gran misión de la novela y lo difuminada que se ha visto
su luz en medio de “un torbellino de la reducción”. En palabras de Kundera “la pasión de conocer se ha
adueñado de la novela para que escudriñe la vida concreta del hombre y la proteja contra el olvido del
ser, para que mantenga el mundo de la vida bajo una iluminación perpetua”. Una misión digan de las
profetas de la Biblia o los Dioses de Oriente. Misión que se ha hecho vigente durante muchas épocas
fundiéndose con el pasar de la historia del hombre. Historia que, además, bajo la intención de la novela
no es única y absoluta, carece de homogeneidad para dar paso a la riqueza de la incertidumbre y la
ambigüedad. Este hecho, para el autor, ha enfrentado a la obra literaria con el deseo del hombre de
establecer un orden, un sendero claro entre lo bueno y lo malo debido a su “incapacidad de soportar la
relatividad esencial de las cosas humanas”. Como si fuera poco, la novela, según kundera, pareciera
cumplir su fecha de caducidad con la transición de las épocas, “se encuentra en un mundo que ya no es
el suyo”. Un mundo totalitario que con los medios de comunicación, el mercado y todas las
transformaciones sociales persigue la unificación en todas las cosas para así lograr la verdad absoluta. Con
lo que “la novela no puede vivir en paz con el espíritu de nuestro tiempo”. Pensar en su extinción es casi
inmediato.

Culturalmente, el karma se ha percibido como una ley de causa y efecto, una consecuencia, buena o mala,
de acciones realizadas en el pasado. Pero el karma también funciona en su sentido inverso, como un
acumulador de buenas (o malas) causas para generar una transformación positiva (o negativa
respectivamente) del porvenir de una vida después de otra. En el caso de la novela este sentido es
bastante aplicable. Aclarando en primera instancia un hecho importante: la novela no está muerta,
reencarna una y otra vez. Según la tradición hindú para reencarnar, debiste morir primero. Efectivamente,
como Kundera atestiguo en algún momento la muerte de la novela en manos del totalitarismo ruso, la
novela ha tenido tantas muertes como vidas posibles. Sin importar cuantas veces haya sido fusilada por
tiranías, ahogada por dictaduras, despellejada por los medios de comunicación, la novela renace en una
nueva vida, vida que no depende de nombres ni de tiempos, vida que vive para sí. Vida que se concibe en
toda historia, en todo relato que realce y suspire, con su propia voz sobre las incertidumbres del hombre,
que encienda una vela al mundo de la vida y grabe en nuestra memorias de corto plazo un trozo del ser
que no sabíamos que estaba allí. Si el karma ha de funcionar como un acumulador de buenas causas, es
la mejor oportunidad que tiene la novela. Es hora que los autores concilien pasado con el presente y den
paso a la vida reencarnada de la novela. Que una identidad cambiante no detenga su camino. Bienvenidos
los llamados híbridos de Villoro, bienvenidos las historias con triple nacionalidad que gritan al alma
humana desde sus líneas fronterizas y te invitan a degustar un café, bienvenidos los sin nombres, los
hermafroditas, los que saltan de aquí allá, bienvenidas siempre las obras que nos protejan del olvido del
ser porque en ellas hay vida reencarnada.

Quizás cualquier alegue que como es posible que un mito religioso pueda servir como analogía disfrazada
de argumento para justificar tal hallazgo ¿No tendría menos sentido que un médico cirujano que además
es pastor de una comunidad cristiana hablara sobre el hinduismo y la reencarnación? ¿Acaso no está el
hablando desde su verdad para referirse a algo que es verdad para muchos otros? Verdades relativas que
coexisten unas con otras afianzando la incertidumbre perenne en nuestras vidas. ¿Protegerlas no era
acaso la misión con la que la novela vino al mundo?

You might also like