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Flor

M. Urdaneta



© 2017 Enamorado de una Stripper © Flor M. Urdaneta

Todos los derechos reservados.
Este libro no puede ser reproducido o transmitido de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o impreso sin el permiso escrito
del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción, los personajes y nombres son fruto de la imaginación del autor.
Diseño de portada: Flor M. Urdaneta
Página oficial: https://www.facebook.com/flormurdaneta/?fref=ts















“Encontrarás el sentido de la vida cuando dejes de buscar que otros te amen y comiences a amarte a ti misma”.














En honor a las heroínas
a quienes a diario les dicen mamá.
Contenido
Prólogo
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la Autora
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Redes sociales
Prólogo
Cada vez que me miro al espejo, desconozco a la mujer que se refleja en él. He perdido mi esencia, mi
humanidad. Rogué durante años por un milagro, pero dejé de creer que existiera un Dios al que pudiera
pedirle algo como lo que yo necesito.
Debería rendirme, dejar de luchar por seguir viviendo, o mejor dicho, sobreviviendo, pero no puedo.
Simplemente, no tengo más opción que seguir adelante.
Esta noche, me siento especialmente ansiosa sin saber porqué. He hecho esto por años, ya debería
estar acostumbrada a mostrar mi cuerpo a cada desgraciado que paga la cuota, pero es inevitable. El asco
y la vergüenza siempre arderán en mis venas. Creo que a pesar de todo, no he perdido toda mi
humanidad; aún queda algo de mí salvable ¿habrá alguien que lo vea?
Me quito la bata negra de seda y la dejo en el respaldo de la silla antes de salir a escena. Tomo una
profunda inhalación y vacio mis pulmones con una exhalación pausada, intentando relajarme.
—Solo sal ahí y actúa. Eres la mejor actriz de este jodido mundo. —recito, enfrentando mi reflejo en
el espejo.
Salgo del camerino y camino por el estrecho pasillo que me conduce a una puerta negra. Vuelvo a
exhalar antes de entrar en el personaje que le hace ver a los hombres una sensualidad que aborrezco.
Porque, más allá de lo que ellos pueden ver, hay una chica asustada que perdió sus sueños, que sufre y
llora… que no quiere esta vida. Pero a ellos no les importa lo que puedan decirles mis ojos, solo vienen
por mi cuerpo.
Con la habitación en penumbras, camino lentamente por una pasarela angosta de lustroso suelo negro.
A mi paso, las bombillas incrustadas a los lados se encienden.
El olor a perfume llega a mí antes de poder ver al cliente de esta noche. Es exquisito, varonil y muy
costoso. Ninguna fragancia barata podría inundar esta habitación, nunca había pasado.
Al alcanzar el pequeño escenario, descubro la presencia de un hombre apuesto y joven, más de lo que
esperaba. Por lo regular, mis clientes son viejos, huelen a alcohol y a tabaco. Sus ojos son de un celeste
claro que resaltan en medio de la escasa iluminación y, por un segundo, me pierdo en ellos. Es la primera
vez que soy yo la que disfruta viendo, que en realidad me interesa mirar. Su cabello es oscuro y lleva una
perfecta barba tipo candado muy prolija. Es muy atractivo.
En su ficha de cliente dice que es voyerista. Dudo de que sea verdad. Su mirada no es como la de los
otros. No sé cómo explicar lo que sus ojos claros me están trasmitiendo. Es atemorizante sentirse tan
vulnerable.
Mientras me desvisto lentamente, veo crecer el deseo en él. Es hombre, es lógico que reaccione así,
pero por alguna extraña razón, la forma en la que me observa me hace querer saber más de él, saber qué
piensa de mí. ¿Solo ve a una stripper o encuentra en mis ojos mi verdad?
No te hagas ilusiones, Melissa. Eres lo que eres y ninguno de esos hombres es distinto a Steven.
Estás tan deseosa de libertad, que ves espejismos. Concéntrate en bailar, solo hazlo.
El hombre se remueve inquieto en el sofá, luchando con el deseo de llegar a mí y poner sus manos en
mi cuerpo. Él tardó un poco más que los otros. Para este momento, ellos ya estarían masturbándose en su
asiento.
¿Por qué él solo me observa? Hay algo extraño en ese hombre y no sé qué es. ¿Qué vino a hacer
realmente aquí?
Con un movimiento rápido, recoge su saco y desliza un papel blanco sobre la piel del sofá. Su voz
gruesa y varonil pronuncia tres palabras «Léelo, por favor». Me paralizo al instante. Quizás sorprendida
por su profunda mirada o absorta por su poderosa voz.
Mis ojos deambulan entre él y la nota en el sofá, de forma itinerante. No entiendo. ¿Por qué me deja
una nota? Le hago la pregunta con mis ojos, porque mis palabras quedaron atascadas en algún lugar entre
mi cerebro y la punta de mi lengua. No logro decir ni pío.
Mientras se aleja, observo su espalda ancha, oculta tras una camisa blanca –que sin duda goza de una
perfecta musculatura–; su andar seguro y masculino y esa curva abultada en su trasero que invita a ser
tocada, y descubro que estoy extrañamente atraída hacia él.
¿Quién es ese hombre?
Me toma un par de minutos abandonar el escenario y buscar la nota que dejó en el asiento. Su perfume
sigue danzando en aquel espacio y me encuentro inhalando profundamente, llenándome de aquel olor a
almizcle, madera y hombre. Sí, un verdadero hombre que me ha dejado anonadada, no sé por qué. Desde
Steven, ningún hombre había llamado mi atención. Es más, los repudiaba a todos.
¿Qué significa esto?
Dejo la interrogante en el aire y me preocupo primero por resolver el enigma que significa este papel.
Lo desdoblo lentamente y encuentro una invitación. Mi corazón se desalienta por unos segundos al pensar
que se trata de otro más pidiéndome un revolcón en algún motel, o quizás en el puesto trasero de su auto,
pero no había desdoblado la nota correctamente y leo el mensaje completo. «Te esperaré mañana a las
seis treinta en el Café Ragazzi. No es lo que piensas. Te ofrezco la oportunidad de dejar atrás La Perla y
de cumplir tus sueños. Sinceramente, John».
1
—Este año, nos honramos en otorgarle el premio Cannes Lions al señor John Alexander Stuart y a su
agencia Stuart Publicity.
El público aplaude de pie, aunque para mí no es la gran cosa. Ni el reconocimiento ni los premios me
importan mucho, pero debo aparentar que sí. Desde hace muchos años, no hay nada que me haga feliz, y
mucho menos algo tan superfluo como esto.
Me levanto de mi asiento y camino hasta el pódium sin preocuparme por sonreír. Los que me conocen
saben cómo soy y no pienso cambiar para su complacencia.
—Buenas noches. Antes que nada, felicito a todos los que me acompañaron en esta categoría, fue todo
un honor para mí. En segundo lugar, le doy las gracias a mi equipo de trabajo porque sin ellos no estaría
delante de ustedes recibiendo este premio. Y por último, aunque no menos importante, le agradezco a mi
madre, quien dio todo por mí y me enseñó que no hay sueños inalcanzables, que todo se puede lograr con
esfuerzo y dedicación. Gracias.
Luego de recibir mi premio, vuelvo a mi lugar y me siento a esperar que el espectáculo termine. Al
final del evento, habrá una celebración, pero no pienso asistir. Si vine, fue por insistencia de Taylor,
quien jugó una carta infalible: el recuerdo de mi madre.

***
—Señor Stuart, su jet está listo para salir a Boston —indica Marco, mi asistente.
Todos mis empleados son hombres, no contrato mujeres desde hace tres años. Tener a mi secretaria
más ocupada en comerme con los ojos que trabajando no era productivo para la empresa, lo mismo con
las publicistas, que muchas veces confundían “ascender” con “seducir al jefe”. Los medios me tildan de
machista y no me he tomado a la tarea de negarlo. Prefiero que piensen así, es la fachada perfecta para
mantener la atención en otra cosa que no sean las mujeres.
—¿Por qué tan callado, John? —pregunta Hanna, mi hermosa y muy quisquillosa “compañera” desde
hace unos meses. La conocí en una conferencia cuando ella era estudiante de último año de publicidad. Se
acercó a mí pidiéndome un autógrafo, se autoproclamaba como “mi mayor fan”. Al principio, me pareció
muy joven para mi gusto, pero algo en ella me atrajo, no fueron sus largas piernas, ni su cabello castaño
claro, tampoco sus ojos grises ni su piel bronceada, fue su determinación.
—Estoy asimilando —respondo. Hanna inclina la cabeza a un lado mientras lleva su dedo índice a su
barbilla. Está “analizándome” como lo llama ella.
Me he cuestionado mucho nuestra relación –si es que puede llamarse así a lo que tenemos– no me
gusta jugar con los sentimientos de las mujeres, pero ella sabía lo que implicaba estar conmigo: solo
sexo. Nuestro trato es beneficioso: yo tengo compañía y ella adquiere experiencia del mejor publicista de
Boston y, según el premio que me dieron hoy, del país.
—¿Pensabas que no ganarías? —inquiere.
—No —respondo secamente.
—¿Querías ganar?
—No.
—Genera mucha atención ser galardonado. ¿Es eso lo que te tiene así? —puntualiza, dando en el
clavo. Asiento.
—¿Ves? Te conozco mejor que nadie —alardea mientras se termina la copa de Martini que sostiene en
su mano. Le gusta jugar a adivinar lo que estoy pensando y, aunque acierta muchas veces, no conoce ni la
mitad de mis secretos.
Una vez que su copa queda vacía, abandona su asiento y se sube a mi regazo. La sujeto de las caderas
mientras la beso duro, con avidez brutal, saboreando el Martini que degustó minutos antes. A ella no le
importa que sea tan carnal, es más, le gusta. Sabe que necesito esto, que la tensión de estar en aquel
evento me está consumiendo y el sexo es una vía de escape para mí. Agarro su cola de caballo con mi
mano derecha, echando su cabeza hacia atrás, y deslizo mi lengua desde su mandíbula hasta el escote de
su pecho. Muevo mi mano derecha por sus muslos hasta encontrar su centro húmedo y hambriento.
—¿Sin bragas? —murmuro alentado.
—Fácil acceso —contesta con picardía.
Incito su punto más sensible con mi pulgar mientras la penetro con dos de mis dedos. Sus jadeos no
tardan en estallar y tomo su boca para bebérmelos todos. Son como ronroneos roncos de una gata en celo.
La sigo follando hasta que la liberación llega a ella con espasmos fuertes y gruñidos guturales.
Hanna me retribuye poco después, hincándose de rodillas delante de mí. Es buena en lo que hace y
sabe cómo me gusta. Quisiera sentir más por ella que este deseo libidinoso, pero no puedo. No sé cómo
querer a alguien, nunca me he enamorado y renuncié a esperar que algún sentimiento, distinto al rencor,
llene mi corazón.

***
—Buenas tardes, señor Stuart. Bienvenido a La Perla —anuncia Robert, el portero del club de stripper
La Perla. Es un lugar exclusivo, costoso y muy reservado. Con la fortuna que cuesta entrar aquí, me
aseguré de que ninguna información se filtre.
En cuanto ingreso al local, camino hacia una mesa para tomarme mi acostumbrado trago de whisky.
Desde mi lugar, observo a Yanine, una de las tantas stripper que bailan en el escenario cada noche. Sus
pechos se contonean suavemente, en respuesta a los movimientos sensuales que la pelirroja de curvas
pronunciadas le exige a su cuerpo. En este punto, cualquier hombre estaría excitado, yo no. Mi propósito
aquí no es ese.
Me pongo en pie cuando termino mi trago, el ambiente de La Perla no es uno del que disfrute. La
música me martilla la cabeza y el juego de luces de colores me hace desear que los seres humanos
viéramos todo en blanco y negro.
Mi cita de hoy me espera en la habitación dos, una mazmorra de BSMD con toda la parafernalia. Pero
no practico esas artes y no vine aquí por eso. Si quiero sexo, tengo a Hanna; aunque no tendría problemas
con estar con otra mujer, pero no aquí, no pagando por ello.
Ingreso a la habitación y me ubico en la silla alta de hierro dispuesta frente al escenario. Minutos
después, una luz central se enciende, revelando el cuerpo esbelto de una mujer. Usa botas altas de cuero y
un sexy conjunto negro de látex que no deja nada a la imaginación.
La rubia se contonea hasta un tubo de pole dance, envuelve sus piernas alrededor de él y se desliza
hacia abajo con un movimiento que debería emocionarme de alguna forma. No lo hace.
—Hola, Susy. ¿Qué has decidido? —En todas las habitaciones, hay cámaras de vigilancia, por un
asunto de seguridad para las chicas, pero por suerte no graban el sonido. Por eso me atrevo a hablar.
—Estoy dentro —responde con un guiño.
—¿Conoces las reglas? —Se baja del tubo, camina con sensualidad hasta la silla que ocupé al entrar y
se sienta a horcajadas sobre mí. Sujeto sus caderas mientras ella acerca su rostro lentamente a mi cuello.
Su lengua acaricia suavemente el lóbulo de mi oreja y luego susurra:
—Nadie debe saberlo.
—Hora del show —siseo. Ella sabe que no tendremos sexo. En mi ficha marqué la casilla Voyerista,
un simple espectador.
Con el mismo ritmo sensual que caminó hacia mí, se dirige hacia la cama. Cierro los ojos a partir de
ahí, no me interesa ver un espectáculo de masturbación, pero tengo que quedarme en la habitación hasta
que termine.
Vuelvo a casa satisfecho. Sumar una más a mis filas siempre es reconfortante. Eso sí debería recibir
una ovación de pie, no un estúpido premio que adornará un espacio pequeño en una estantería.
Temprano en la mañana, me encuentro en mi despacho de Stuart Publicity, revisando mi bandeja de
emails. Mi agencia es una de las más exitosas en Boston y el trabajo nunca falta, pero tengo un horario
muy estricto: de siete a siete, es solo trabajo. A partir de las 7:01 p.m., me desconecto de Stuart
Publicity. Cuento con un equipo para encargarse de cualquier eventualidad y, si se tratase de algo de
suprema importancia, mi asistente me lo informaría.
—Buenos días, señor Stuart —saluda Marco, mi asistente. Asiento con la cabeza sin apartar la mirada
de la pantalla de mi Mac—. Le recuerdo la agenda de hoy: a las nueve, la reunión para Lewis Comestics;
a las doce, el almuerzo con Alexia Slim; a las dos, la prueba de vestuario; y a las seis, la video
conferencia con los clientes de New York.
—Si es todo, te puedes retirar.
—Sí, señor.
En cuanto Marco cierra la puerta, una llamada de un número desconocido entra a mi teléfono móvil. Lo
respondo sin titubear, estoy casi seguro de qué se trata.
—¿Hablo con el señor Stuart? —La voz de retorno está distorsionada.
—Sí —confirmo. Es de La Perla, como supuse.
—Tenemos disponible a Candy para hoy a las cinco de la tarde.
Tengo más de dos meses en la lista de espera para verla, es la única del club que no conozco y la más
costosa, además. Y por raro que esto sea, no está permitido tocarla y mucho menos follarla. No tengo
problemas con eso, pero me llama la atención que sea así. ¿Qué tiene de especial esa tal Candy? Creo
que la respuesta a esa interrogante la tendré hoy, a las cinco en punto de la tarde.
—Ahí estaré —cuelgo la llamada y me comunico con Marco para que cancele la video conferencia de
las seis. Pocas veces cancelo algo de mi agenda, pero no puedo desaprovechar la oportunidad de conocer
a la joya más preciada de La Perla.
A las nueve de la mañana, ingreso a la sala de conferencias para reunirme con mi equipo de
publicistas. Tenemos la oportunidad de ganar un contrato millonario con una compañía de cosméticos que
no pienso perder.
—Buenos días, caballeros —digo al entrar. Desabotono mi saco y me siento en la silla de cuero que
encabeza la mesa rectangular—. Vamos al grano, las propuestas para la campaña Lewis Cosmetics.
Fred es el primero en hablar.
—Este… umm… señor Stuart —balbucea. Lo miro con el ceño fruncido, no es típico de él hablar
como tarado—. Es difícil para nosotros realizar esta campaña, se trata de productos femeninos y nunca
hemos trabajado este tipo de mercado. —Me levanto de mi asiento y empuño cada mano sobre la mesa.
—¿Me están diciendo que un equipo de siete hombres no puede aportar una sola idea para lanzar una
campaña de cosméticos? ¿Saben cuál es el margen de ganancias que obtendríamos con Lewis?
—Señor, yo…
—Silencio, Fred. Levante la mano quien tenga una idea para esta campaña publicitaria. —Espero unos
minutos y nadie parece tener una— Pues bien. Si para el día de mañana, ninguno trae una buena
propuesta, serán despedidos.
Saco mi móvil del bolsillo de mis pantalones y marco el número de Hanna. Quiero que mi equipo
escuche lo que tengo para decir.
—Buenos días, señorita O´Connor. Tengo una propuesta para usted. Necesito para mañana a primera
hora una propuesta de campaña para una nueva línea de cosméticos totalmente hipoalergénicos, hechos
con productos naturales, para Lewis Cosmetics. Si me gusta, tendrá el cargo de subgerente de publicidad
y mercado de Stuart Publicity.
—Dalo por hecho, John —responde con entusiasmo. Ha estado rogando por una oportunidad así por
meses.
—Nos vemos mañana —Con eso, doy por terminada la llamada—. ¿Qué esperan? ¡Vayan a trabajar!
Ineptos, han tenido tres días para traerme una propuesta y no hay ninguna en mi escritorio.
Salgo de la oficina a las once treinta para ir a mi cita con Alexia. El ascensor me lleva desde el piso
quince hasta el sótano, donde mi chofer me espera en un auto negro tipo sedan. Subo en el puesto de atrás
y le digo a Mick a dónde llevarme. Aprovecho el viaje para responder algunos emails que llegaron, todos
de la oficina.
Mi chofer detiene el auto frente a Mistral, un restaurant que sirve comida francesa. A mí me da igual
dónde nos reúnanos, pero a ella le encanta hacerme gastar dinero y se lo concedo porque lo vale.
Como es su costumbre, ya me está esperando en una mesa. Ella exagera con la puntualidad y nunca he
logrado ganarle en eso. Camino directo hasta su mesa y me siento en la única silla disponible.
—Hola, Alexia, ¿cómo va la investigación? —pregunto sin dar rodeos.
—John, qué gusto verte —ironiza. Es una mujer hermosa. Liso cabello negro roza sus hombros;
hermosos ojos azules resaltan la palidez de su rostro y labios carnosos que le dan un aire sensual
inigualable. Preguntarán si me la he follado. Pues no. Eso de amigos con derecho a roce no va conmigo.
—Te pago bastante dinero para que des con el paradero del hombre que me engendró. Las
formalidades no son necesarias —siseo.
—¿Por qué estás tan alterado? —replica.
—Ahora qué ¿eres mi psicóloga?
—No, gracias a Dios. A ella le debes pagar mucho más que a mí.
—Sin duda —consiento—. Entonces, ¿hay noticias?
—Me has contratado para una misión imposible, pero déjame decirte que Tom Cruise quedó pendejo a
mi lado —alardea. Típico de ella—. Conseguí un nombre, Giuseppe Bartoli. ¿Te suena? —pregunta,
entrecerrando los ojos.
—No —pienso durante unos minutos—. Sabemos que es italiano porque mi madre lo dijo en su diario,
y que sus iniciales son G.B., pero nunca mencionó su nombre.
—Por lo que supe, Giuseppe se fue de Estados Unidos hace cinco años y volvió a Italia, pero tiene
planeado regresar. Creo que es nuestro hombre.
—¿Cuándo? —gruño.
—En dos meses.
—Busca más información: fotos, si tiene esposa, hijos, a qué se dedica… todo lo que puedas.
—Estoy en eso, pero no es fácil. Me diste migas de pan, John. Que diera con un nombre, es un milagro.
—No esperaba menos de ti.
—Oh, ¿debo sentirme emocionada por tu palmadita en mi espalda? —bromea entre risas.
—Mejor pidamos la comida para que ocupes tu boca en algo que no sea molestarme —espeto con
disgusto.
—Dios quiera que la comida sirva para algo con tu estado de humor. Aunque quizás necesites más que
comida. ¿El cuerpo de una mujer de ojos grises, quizás?
—No empieces —advierto. Ella se ríe sacudiendo la cabeza a los lados. Disfruta molestándome y yo
siempre caigo.
Después de almorzar con Alex, como le digo cuando estoy de buen humor, me subo de nuevo a mi auto.
Mientras Mick conduce a mi próxima parada, el nombre de mi supuesto padre sigue dando vueltas en mi
cabeza. Giuseppe Bartoli. ¿Será él? ¿Al fin obtendré mi venganza? Espero que sí, lo he buscado desde
que recibí mi primer cheque gordo y no descansaré hasta tener a ese desgraciado entre mis manos.
El viaje a mi siguiente cita se me hace corto. Todavía me siento alterado por la reciente información
que me dio Alex, pero necesito dejar eso en pausa por un rato y concentrarme en Taylor. Tomo varias
respiraciones hasta lograr serenarme lo suficiente para mostrar mi mejor cara.
—Todavía no me explico qué hombre en su sano juicio, con una vida por delante, millonario, guapo e
inteligente como tú, está dispuesto a amarrar su vida a una sola mujer. —Con ese discurso, saludo a mi
hermano.
—Mierda, John. No me vengas de nuevo con lo mismo. Ya te dije que amo a Sabrina y casarme con
ella es lo mejor que me está pasando en la vida —admite mientras pasa sus dedos por su cabello negro,
como un gesto de frustración.
—Sabes que aprecio mucho a Sabrina, pero no entiendo ¿cómo querer a alguien te vuelve un estúpido?
—No bromeo.
—¡Mierda, John! Tu papel como padrino es mantenerme centrado en mi boda y no en alejarme del
altar. ¿En qué estaba pensando cuando te escogí?
—En que soy tu hermano mayor, en eso pensabas.
Taylor sonríe ampliamente con mi aseveración. No compartimos la sangre, pero él es mi hermano.
Desde que nos conocimos, cuando él tenía diez años y yo doce, somos inseparables. Mi mamá cuidaba de
él como si fuera suyo. Y aunque la vida no ha sido fácil para ninguno de los dos, a él le ha tocado la peor
parte. Sus padres murieron en un trágico accidente de auto y quedó al cuidado de su abuela, quien murió
un año después a causa de un infarto. Desde ese día, se fue a vivir con nosotros.
Mamá nos enseñó a luchar por nuestros sueños, a no rendirnos. Trabajamos duro para llegar a nuestro
estatus. Taylor Carter es uno de los mejores abogados de Boston y un gran ser humano. Él es mi única
familia.
—Tierra llamando a John.
—Perdona, estaba pensando… ¿tienes un plan de escape? Porque soy excelente en eso —bromeo.
—Ahí vamos de nuevo —libera una exhalación cansada y niega con la cabeza.
—Era broma, Tay. Espero que seas muy feliz con Sabrina.
—Yo también lo deseo, John. Ahora, vamos al tema que nos concierne: los trajes.
Por suerte, no hay que hacerle más cambios a los trajes y esa fue la última prueba. Me despido de Tay
y vuelvo a la agencia; necesito revisar unas campañas de publicidad y hacer varias llamadas antes de
dejar la oficina.
A las cuatro de la tarde, me levanto de la silla frente a mi escritorio y camino al baño privado de mi
oficina para asearme un poco. Una vez que tengo el rostro lavado, que me he perfumado y peinado el
cabello hacia atrás, salgo del baño y me pongo el saco azul que completa mi traje.
Esta vez, Mick no me espera en el sótano. No me gusta llevarlo al club, prefiero mantener todo bajo
perfil. Me subo a mi deportivo negro y conduzco hasta La Perla, en absoluto silencio. Suelo escuchar
música clásica, más que todo, pero hoy prefiero viajar sin otro sonido más que el de mi cabeza. El
trabajo me mantuvo ocupado, pero una vez que encendí el auto, el apellido Bartoli volvió a aparecer y,
con él, ese sentimiento de odio y repulsión que late con fuerza en mi pecho cuando recuerdo el tipo de
persona que es él.
Sacudo esos pensamientos una vez que detengo el auto frente al club, tengo que concentrarme. Al
entrar, camino enseguida a la habitación uno, la única que no he visitado porque es exclusiva para ella.
Me pregunto a qué se deben tantas atenciones. Incluso, en la puerta hay un guardia de seguridad que se
encarga de verificar mi identificación antes de dejarme ingresar. Con las otras no es así y eso me da en
qué pensar. Sin duda, Candy es la joya de La Perla.
Mis ojos hacen un rápido recorrido de la habitación, que no es amplia, pero sí muy lujosa. En una
esquina, hay un sofá rojo de cuero en forma de “U ” , justo frente a un pequeño escenario, con un tubo de
pole dance cromado de suelo a techo incluido. Pequeñas luces blancas iluminan lo que parece una
pasarela, que termina al fondo de la habitación y lleva a una puerta negra. Las paredes están recubiertas
en cuero negro acolchado y, al fondo, espejos de suelo a techo.
Camino hasta el sofá, me quito el saco y lo dejo a un costado. Luego, me aflojo el nudo de la corbata y
comienzo a remangarme la camisa hasta la mitad de los brazos. No he terminado de doblar la segunda
manga, cuando todas las luces de la habitación se apagan. Segundos después, una música sensual se deja
escuchar como un preámbulo para Candy.
No tengo un punto en qué enfocarme, todo está en penumbras y no escucho nada más que la voz suave
de la mujer que entona aquella sensual canción. ¿Desde dónde vendrá Candy?
Como una respuesta a mi interrogante, pequeños focos amarillos comienzan a encenderse a su paso.
Candy camina con seguridad sobre la pasarela, exhibiendo sus largas y tonificadas piernas. La observo
extasiado. Su sedoso cabello castaño cayendo sobre la piel cremosa de sus hombros; sus pechos
redondos y llenos ocupando un brasier blanco de encaje, haciendo conjunto con un diminuto bikini… esas
piernas de ensueño que imagino envolviéndome.
¡Dios, ella es preciosa!
Nuestros ojos se encuentran por unos segundos y es cuando me doy cuenta del color avellana de los
suyos, de los rasgos perfilados de su rostro y de esa boca carnosa y sensual que me invita a devorarla
con la mía.
Como si leyera mis deseos, sus labios se humedecen uno contra el otro y eso aviva aún más mi interés
de poseerla aquí y ahora.
¿Qué carajo me pasa con ella?
Vine aquí con un propósito, que no era terminar con una erección dolorosa en mi entrepierna. Se
supone que mi trabajo es rescatar strippers, no desear follarlas. Concéntrate, John.
Sí, eso sería más fácil si ella no se estuviera quitando el brasier con agonizante sensualidad. Mucho
más fácil si no caminara solo con bragas hasta el tubo cromado, al cual envidio con toda la fuerza de mi
ser, y se contoneara sobre él como desearía que hiciera conmigo.
De forma involuntaria, me desplazo hacia adelante en el asiento, con la intención de ponerme en pie,
pero luego recuerdo que no vine aquí por eso y, que además, Candy no puede ser tocada.
¡Mierda!
El baile parece eterno, y no me quejo, quiero que esté delante de mí por horas y días, y seguir
disfrutando de sus manos paseándose por esa piel tostada que imagino cálida y suave.
Me remuevo en el asiento, inquieto. Mis palmas están húmedas y mi garganta seca. Pero si eso fuera
todo, no tendría problemas. Me preocupa más lo duro que está reclamando mi sexo acariciar el suyo.
¡Estoy jodido! Mis prioridades nunca habían estado comprometidas, hasta hoy. Lo único que quiero es
devorarla entera hasta que mi nombre estalle en su boca y retumbe en estas cuatro paredes.
Recojo el saco del sofá y me dispongo a ponerme en pie, no puedo seguir aquí. Mi lucha interior es
demasiado fuerte y no creo poder contenerme. Nunca había experimentado tal descontrol y no es algo de
lo que estoy disfrutando. ¿Por qué esa mujer puede derribar todas mis defensas? No es típico de mí. No
me siento cómodo con ello.
Antes de salir huyendo, deslizó mi mensaje sobre el asiento de cuero del sofá y pido—: Léelo, por
favor.
Candy deja de bailar, me mira por unos segundos, luego al papel, y de vuelta a mí, sin poder entender
de qué se trata.
La intensidad de su mirada me rebaza de tal manera que me hace sentir vulnerable y eso es algo que
jamás sentí con ninguna mujer.
Tengo que irme. No me fío de mí en este momento.
2
—¡Wow! John. Estuviste sorprendente. ¿De dónde salió todo eso? —pregunta Hanna con una sonrisa
satisfecha.
—¿Importa? —espeto de mal humor.
—No te enojes, sabes que soy muy curiosa —ronronea mientras traza un camino descendente desde mi
pecho hasta mi miembro todavía endurecido.
—La curiosidad mató al gato, muñeca —aparto su mano de mi entrepierna y me levanto de la cama.
Disfruté follándola, pero fue suficiente para mí.
—Sí, pero se murió sabiendo —replica burlona. Cuando comienzo a vestirme, su sonrisa se convierte
en un puchero infantil—. Quédate esta noche.
—No hacemos eso, lo sabes. ¿Comprendes que esto no es una relación?
—Sí, lo sé. Pero…
—Pero nada. Buenas noches, Hanna.
—Buenas noches, John —esboza una pequeña sonrisa y se deja caer en el colchón, sin preocuparse
por cubrir su desnudez. No puedo despreciar su belleza, su cuerpo es una oda a la perfección y es una
gran amante, pero creo que esta fue la última vez. Hanna se está ilusionando con una relación y eso no lo
puedo permitir.

***
Llego a casa tarde en la noche. No sé cómo lograron convencerme de comprar una vivienda tan grande
y lujosa. La mujer de bienes raíces aseguró que era una inversión a largo plazo; quizás fue solo por eso,
por la inversión. No me gusta desperdiciar el dinero. Vivíamos con tan poco que no me acostumbro a esta
clase de lujos. Cuatro habitaciones, cuatro baños y medio, piscina, recibidor, una sala para recepción,
cine, spa, un garaje para cinco autos… es demasiado para un hombre solo. Aunque Arthur y su esposa
viven en un anexo cercano.
Él es un gran hombre, quien con mucho esfuerzo y trabajo, logró levantar a su familia. Tiene dos hijos,
Manuel y Milady, son unos buenos muchachos trabajadores e inteligentes, ambos están estudiando en las
mejores universidades del país, costeado por mí. Cuando tienes dinero de sobra, la mejor inversión es
ayudar a los demás.
Subo a mi habitación luego de beberme dos vasos de whisky, necesitaba relajarme, sacar de mi cabeza
los acontecimientos del día, pero ni eso surtió efecto. Entre mi reunión con Alexia, con noticias del
desgraciado que me engendró, y mi experiencia con Candy, no he tenido ni un minuto de silencio en mi
cabeza.
Recién pude quedarme dormido a las tres y tanto de la madrugada, para escuchar la jodida alarma a
las cinco treinta. Me levanto con pesar y camino adormilado hasta mi baño para darme una ducha que
termine de espabilarme.
Una vez vestido con un traje azul, camisa blanca y corbata con franjas azules y negras, bajo a tomar el
desayuno. Sandra, la esposa de Arthur, es la mejor cocinera que he conocido jamás, aparte de mi madre,
y siempre se encarga de que salga de casa bien alimentado. Al inicio, no me gustaba molestarla, pero ella
es bastante testaruda y no me quedó opción.
Después de devorar el omelette de Sandra, salgo de la casa, maleta en mano, hasta el sedan negro en el
que me espera Mick. Lo saludo como de costumbre y emprendemos viaje a Stuart Publicity. No suelo
tener conversaciones con él de camino al trabajo, casi siempre empleo ese tiempo en revisar algunos
emails personales y leer la prensa en el móvil, pero estoy al tanto de que está casado y tiene una hija de
tres años.
—Buenos días, caballeros. ¿Quién comienza? —pregunto, mientras ocupo mi asiento habitual en la
sala de reuniones. El primer punto de mi agenda es la campaña de Lewis y espero no perder mi tiempo.
Anderson se levanta y despliega un afiche con su propuesta.
—Para la campaña, he creado este eslogan “Sé natural, compra Lewis Cosmetics” acompañado con
una fotografía de una modelo con labios rojos y un labial en su mano.
—Típico. Siguiente propuesta.
Una tras otra, son puro cliché. No hay nada que valga la pena. Presiono el intercomunicador y hago
pasar a Hanna a la sala de conferencia. Espero que no me defraude, la puse en un pedestal ayer delante
de mis publicitas.
—Caballeros, les presento al futuro de la publicidad, Hanna O´connor —anuncio, una vez que cruza la
puerta. Está usando una falda de tubo negro con una blusa blanca. Se recogió el cabello en un rodete y
lleva el maquillaje adecuado. Exuda elegancia y profesionalismo, pero no me impresiono. La estimo, sí,
pero no siento nada especial por ella y solo por eso me atreví a incluirla en el proyecto.
—Gracias por el halago, señor Stuart. Es un placer saber que me tiene en tan alta estima —dice,
mientras se sienta en la silla disponible diagonal a mí.
—Muéstranos tu campaña, Hanna —directo al grano.
—La he nombrado belleza natural y el eslogan será Lo natural te embellece, exclusivo de Lewis
Cosmetics. La campaña abarcará anuncios publicitarios, vallas, cuñas en radio y televisión,
acompañados de la imagen femenina, una hermosa mujer sin maquillaje observándose en un espejo que la
refleja completamente maquillada luciendo más atractiva y natural. Al tocar el espejo, se desvanece su
reflejo dejando ver el logo de Lewis Cosmetics con la frase Lo natural te embellece.
—Excelente. Caballeros, Hanna se merece sus aplausos, usaremos su propuesta. Oficialmente, estás
contratada en Stuart Publicity para dirigir la campaña de Lewis. Felicidades
Sonríe ampliamente y luego dice—: Gracias, señor Stuart. Estaré encantada de trabajar en tan
prestigiosa agencia.
—Que esto les sirva de ejemplo. Y no me vengan con la excusa de que ella lo logró por ser mujer,
ustedes también pueden crear grandes campañas, y lo han hecho. Solo recuerden: quien no avanza, se
queda en el camino y no quiero rescindir de ninguno de ustedes. Somos un equipo. Eso es todo por ahora.
Me pongo en pie y salgo de la sala de conferencia. Hanna me alcanza en el pasillo y me da de nuevo
las gracias. Le digo que se reúna con Blake, el encargado del personal, que él le mostrará su oficina. Ella
asiente, sin borrar la sonrisa, y luego se aleja rumbo a la oficina de Blake, por indicaciones mías.
Pasé todo el día trabajando, incluso, almorcé en la oficina. Tenía varias llamadas por hacer y una
reunión con el contador, que fue pesada como siempre. A las seis en punto de la tarde, bajo en el
ascensor hasta el sótano, donde me espera Mick para llevarme al Café Ragazzi, donde me cité con Candy.
El viaje es rápido, a pesar de estar en la hora pico.
Me quito la corbata y el saco y lo dejo en el asiento trasero de mi auto para lograr un aspecto más
casual.
Mi ansiedad cobra fuerza a medida que avanzo al café. La idea de verla, y tener quizás algún tipo de
conversación, me emociona más de lo que debería. Llevo un par de años teniendo este tipo de reuniones
con diferentes mujeres, pero esta es la primera vez que experimento este nivel de estrés, temiendo que
ella no aparezca.
Pasada una hora, mi temor se hace evidente: ella no vendrá. Pago la cuenta y salgo del café, totalmente
decepcionado. Debí suponerlo, Candy no es como las otras, hay un misterio detrás de ella, incluso, en su
mirada. No supe discernir qué quería decirme cuando me miró con tal intensidad, luego de pedirle que
leyera mi nota, pero parecía que quería gritarme algo a través de sus ojos marrones. Pensando en eso,
quizás ella nunca leyó el papel y por eso no acudió a la cita. O tal vez la asusté, también es posible. A
muchas chicas tuve que visitarlas varias veces antes de que dijeran que sí.
Al subir al auto, le pido a Mick que me lleve a la fundación Cambiando el Futuro, necesito más
información de Candy y sé muy bien dónde encontrarla.
—Buenas tardes, John. —Me recibe con mucho cariño Martha, la secretaria de la fundación. Ella era
la mejor amiga de mi madre y sabe porqué hago esto. La saludo con un abrazo y le pregunto cómo está su
familia, tiene dos hijos adolescentes que suelen ser un dolor de cabeza. Por suerte, su esposo Jack la
ayuda mucho con ellos. Su respuesta es corta y concisa «bien».
—Quiero ver a las chicas. ¿Podemos hacer una video conferencia?
—Claro que sí, John. Dame diez minutos mientras las contacto a todas.
Camino a mi oficina, que es un poco más pequeña y sencilla que la que tengo en la agencia, pero en
ambas, hay dos portaretratos. Uno con una foto de mi madre, se ve sonriente, feliz. Ver su imagen siempre
me pone emotivo, han pasado varios años y no dejo de extrañarla. En el otro, Taylor y yo estamos de pie
frente a lo que sería mi primera oficina.
—Todo listo —anuncia Martha desde la puerta. Camino detrás de ella hasta la sala de conferencias y
me siento en el sillón reclinable frente a una gran pantalla de televisión.
—Hola, chicas. ¿Cómo han estado?
—Hola, John —responden las diez al mismo tiempo. Todas pertenecían al club La Perla, yo las
recluté para sacarlas de ese mundo tan sucio y peligroso. Cada una, se encuentra ahora cumpliendo sus
sueños: unas estudian, otras son modelos y algunas ya se han graduado y están ejerciendo las profesiones
que eligieron.
—Susy aceptó la propuesta días atrás. —Les cuento emocionado.
—Me alegro mucho, quisiera que todas lo hicieran, pero sabes que algunas tienden a aferrarse a lo que
conocen y tienen miedo de salir de allí —comenta Jessica.
—Tristemente, Candy no acudió a la cita. —Todas comienzan a murmurar a la vez cuando hablo de
ella.
—Chicas, no logro entenderlas. Hable una a la vez.
—Ella no aceptará, John —revela Vivian, con tristeza.
—¿Por qué dices eso? —La preocupación es evidente en mi tono de voz y me arrepiento enseguida de
fallar. No es típico en mí reaccionar de forma beligerante.
—Porque ella es la mujer de Steven. Ella no aceptará, hasta puede que te delate.
¿Candy es la mujer del dueño del club la Perla? Ahora entiendo porqué no fue a la cita.
—Él la cuida mucho, John. Lo mejor es que te alejes de ella, es peligroso —agrega Marla.
—Gracias por el consejo, chicas. Estaré atento.
La pantalla queda en negro segundos después, pero no soy capaz de ponerme en pie. Las palabras de
Vivian se repiten en mi cabeza como un eco: «ella no aceptará, hasta puede que te delate». Si es
verdad, entonces estoy jodido.

***
Pasaron dos semanas antes de obtener otra cita con Candy. Es una locura, pero quiero intentarlo de
nuevo. Ella podrá ser la mujer del jefe, pero tiene derecho a las mismas oportunidades que tuvieron las
demás. ¿Quién dice que está ahí por decisión propia? Eso es lo que quiero averiguar.
Trato de ocultar mi ansiedad detrás de una perfecta cara de póker. Lo menos que necesito es llamar la
atención de nadie, en especial, la del tal Steven. Por lo que sé, es un maldito proxeneta, un explotador
sexual que trafica adolescentes y subasta su virginidad como si fuese un maldito objeto. Luego, las lleva
a los clubes menos exclusivos donde se prostituyen por un par de billetes.
Por lo que me han dicho las chicas que he reclutado, las que trabajan en La Perla tienen libertad de
salir y entrar cuando quieran, lo que facilita mi tarea. Con Alexia, estoy trabajando en un plan para
recabar pruebas en su contra y desmantelar su comercio ilegal de trata de blanca, pero requiere de mucho
tiempo y paciencia.
Le entrego mi identificación al guardia de la puerta uno y luego entro a la habitación. Me siento en el
sofá y espero que Candy aparezca. Esta vez, estoy más ansioso que antes y mi corazón me lo hace saber,
latiendo con todo su poder. Sus golpes derivan a un dolor tan agudo en mi caja torácica que, de no saber
que gozo de buena salud, diría que estoy al borde de un infarto.
Me seco el sudor de las palmas de las manos sobre mis pantalones. Hasta mi frente, espalda y cuello
están sudando.
¿Por qué tarda tanto en salir? ¡Mierda! Estoy paranoico y al borde de un ataque de ansiedad.
Tengo que controlarme. Piensa en Candy como otra de las chicas, olvida lo que sentiste cuando la
viste caminar por esa pasarela.
Cuando finalmente la luz se apaga y la música comienza a sonar, mi estado de ansiedad empeora. No
pensé que mi corazón pudiera latir más deprisa y mucho menos que mi virilidad cobraría fuerza en
segundos.
¡Estoy tan duro que duele!
Lentamente, la habitación vuelve a cobrar vida y veo la perfecta silueta de Candy acercándose con un
andar sensual y atrevido que me lleva a la locura. Mi necesidad es tan carnal que me estremece.
¡Joder, John. Contrólate!
¡Mierda! Está caminando hacia mí. ¡Se está acercando! Cinco pasos más y la tendré al alcance.
Cuatro, tres, dos… ¡joder!
Candy se sienta en mi regazo y su peso presiona directo sobre mi miembro macizo. Un gruñido ronco
se escapa de mi boca y tengo que hacer acopio de todo mi valor para no tocarla. Son las reglas.
¿Y que ella esté sobre mí no rompe las reglas? ¡Qué importa!
Me humedezco los labios al ver los suyos tan cerca de los míos y me digo: ¡Eres fuerte, John!
Con esa idea formada en mi cabeza, aparto los ojos de su boca y miro sus pupilas ambarinas. Son los
ojos más hermosos que he visto alguna vez, expresan un mar de sentimientos que me hacen perder en
ellos.
Inhalo con fuerza, apreciando el olor acaramelado de su piel, ese que sin duda quedará impregnado en
mí y que jamás olvidaré.
—No lo intentes más, no aceptaré. —Su voz es delicada, grácil, tan cautivante como un panal de miel
es para las abejas.
Me pregunto si sabe tan dulce como huele.
—¿Por qué? —pregunto con un hilo en mi voz.
Esta mujer tiene un poder ridículo sobre mí. Es perturbador.
—Porque no soy libre —contesta sin titubear.
Luego de eso, se levanta de mi regazo y camina con exuberante sensualidad hasta el tubo de cromo que
envidio para terminar su rutina.
Me quedo pasmado mirando cómo su delicioso cuerpo se devela para mí. Soy un masoquista, sin duda,
y también un cínico, pero simplemente no puedo cerrar los ojos, no puedo pretender que no estoy
disfrutando ver cómo sus manos se pasean por sus pechos y cómo sus pezones se endurecen al contacto.
Mi cuerpo reacciona ante aquellos estímulos visuales y la necesidad de liberar mi miembro para
rodearlo con mi palma crece cada segundo.
Con el poco valor que me queda, me levanto del sofá y abandono el recinto sin mirar atrás. No puedo
más.
Antes de salir del club, me acerco al área de citas para programar otra con Candy. No me rendiré, y
mucho menos ahora que sé que no está aquí voluntariamente. No descansaré hasta lograr su liberación.
Ella despertó en mí un instinto descontrolado por querer protegerla y estoy determinado a lograrlo.
La recepcionista de La Perla es una mujer de unos cuarenta años, de cabello rojo y ojos verdosos que,
aunque hermosos, carecen de brillo. Vi esa mirada en alguien más y el simple recuerdo me afecta de tal
forma que aprieta mi corazón. ¿Cuál será su historia?
—Lo siento mucho, señor, pero Candy no volverá a estar disponible —dice en tono amable.
—Entiendo —deslizo una tarjeta sobre la mesa, le doy dos toques con el dedo índice y ella se
apresura a tomarla. Fue un movimiento rápido, pero vi que sus manos temblaron. Me gustaría ayudarla.
Salgo del edificio con el tiempo suficiente para llegar a la despedida de soltero de Taylor, que será en
un restaurant no muy lejos de aquí. Mientras conduzco mi Audi por las oscuras calles de Boston, la
imagen de Candy en mi regazo se repite como la proyección de una película en una sala de cine. Su
recuerdo me sacude de una forma tan brutal que me eriza la piel. Es un pensamiento tan vívido que puedo
hasta sentir su aroma dulce y el calor de su cuerpo en mi regazo. ¡Es una locura! Ni cuando era un
adolescente con las hormonas revueltas, sentí tanta conmoción en mi interior. No puedo explicar lo que
siento, pero comienzo a pensar que el amor a primera vista existe.
¡Mierda, no! ¡No puedes enamorarte de una stripper!
—¡Hermano, qué bueno que viniste! —me saluda Taylor con un abrazo.
—¿Creías que me lo perdería? Cuando las bebidas son gratis… —bromeo.
Lo sigo a la barra, me siento en una silla a su lado y pido una cerveza. Mientras la tomo, me habla de
su boda y de lo loco que lo está volviendo su prometida.
Una hora después, con todos los invitados presentes, la típica música de stripper comienza a sonar por
los altavoces. ¡No puedo creer que permitiera algo así! Lo miro con el ceño fruncido desde mi lugar,
pero él niega con la cabeza.
Bueno, quizás no lo sabía y sus amigos decidieron… ¿qué mierda?
Bradley –uno de sus amigos– sale al escenario con la vestimenta más horrenda que he visto en mi
vida. ¡Voy a tener pesadillas hasta que muera! El hombre corpulento y velludo se contonea delante de
Taylor, haciendo alarde de una falsa sensualidad. Todos parecen disfrutarlo, se están riendo fuerte, pero
yo solo ruego por una cosa: que termine ya.
—Nos vemos mañana, John. No faltes —pide Taylor una hora después, cuando la despedida de soltero
llega a su fin.
—Aún estás a tiempo de huir. —Él me mira como si quisiera asesinarme. Me rio.
—Mañana a las nueve, sin falta —espeta.
—Está bien. Asistiré a tu ejecución.
—Tu día llegará, John, y cobraré mi venganza —sentencia.
—¡Espera sentado! —grito, mientras rodeo mi Audi para subirme a él.
3
Sabrina luce realmente hermosa en su vestido de novia. No puedo negar que Taylor hizo una gran
elección. Ella también es abogada y, aunque es una riquilla de cuna, no es para nada la típica hija
malcriada. Ha aprendido a defenderse sola en la vida sin depender de sus padres.
Taylor sonríe como un tonto, hasta creo que está babeando un poco. Le hago una seña con la mano,
rozando la comisura de mis labios como burla. Él gira los ojos con disgusto, lo que me hace sonreír.
Disfruto molestándolo, es mi pasatiempo favorito.
—… Puede besar a la novia —indica el oficiante. Los novios se dan un pequeño pico y todos en la
iglesia aplauden emocionados. ¿Tanto alboroto por un beso?
Luego de la ceremonia, llegamos al salón donde se celebrará la fiesta. La decoración es muy elegante,
mientras que música instrumental armoniza el ambiente.
Luego de su primer baile oficial, hago sonar mi copa, llamando la atención de los invitados. Todos
fijan su mirada en mí, lo que aumenta mis nervios. No soy bueno dando discursos, o escribiéndolos.
—Muchas felicidades a ambos —comienzo—. Taylor, sabes que eres como un hermano para mí y me
da vergüenza decir esto, pero no tengo nada preparado. Tú más que nadie está al tanto de que no soy un
hombre de grandes palabras. Por suerte, mamá escribió esta carta para ti, especialmente, para leerla hoy.
Desdoblo el papel y comienzo a leer.
—“Querido Taylor, lamento no poder acompañarte en este memorable día. Escribí esta carta a
sabiendas de que John no tendría nada preparado para decir, tú sabes cuán torpe puede llegar a ser
(cariño es broma, mamá te ama a pesar de eso) –todos ríen–. Quiero que sepas que te amé desde el
instante que llegaste a nuestras vidas, te convertiste en el hombre que toda madre anhela tener,
amoroso, compresivo, sincero y, sobretodo, honrado. Mi consejo para ti y tu esposa es que no dejen
que la rutina y los afanes de la vida apaguen el amor, aprendan a amar tan intensamente que no quede
espacio para el odio, perdonen con la misma frecuencia con la que discuten, recuerden a cada instante
porqué decidieron unir sus vidas y aférrense a eso. Amar no es suficiente, deben mantenerlo vivo. Te
amo, Taylor. Nunca lo olvides”.
Termino de leer la carta, con dificultad. Mi mamá era el ser más especial de este mundo y la extraño
cada día. Taylor me mira con los ojos húmedos y articula «Gracias». Señalo al cielo y él lo entiende.
Todo es por ella.
El momento emotivo ha finalizado, dando lugar a la fiesta. Me acerco a la mesa donde está sentada
Alexia y la invito a bailar. Una vez en el centro de la pista, nos balanceamos al ritmo de una balada
romántica que desconozco. Nunca le he prestado atención a ese tipo de música.
—Necesito que investigues a la novia de Steven —susurro en su oído. Ella sabe de quién hablo, no
tengo que decirle nada más.
—John Stuart siempre tan directo.
—Contigo no hacen falta formalidades.
Alexia es prima de Sabrina y es una excelente investigadora, por no decir la mejor.
—En cuanto termine la investigación que ya me pediste, lo haré.
—No, esta es la prioridad ahora —replico con cierta molestia.
—Huy, pero no me ladres —dice socarrona.
No comento nada más y bailamos hasta que termina la canción.
Más tarde, despedimos a los nuevos esposos, quienes se marchan en una limusina blanca adornada con
la típica frase recién casados en la parte trasera.
Después de eso, subo a mi Mercedes plateado y le indico a Mick que me lleve a casa. No tengo mucho
por hacer los fines de semana, y más desde que mis encuentros con Hanna se redujeron a nada. Ella me
llama algunas veces, y otras más entra a mi oficina, sugiriendo que hagamos un buen uso del escritorio,
pero ya le he dicho que eso no va a pasar y parece que lo está entendiendo.
Durante el camino, observo las hojas que caen de los árboles, anunciando la llegada del otoño. El
tráfico es algo pesado, por lo que el auto apenas se mueve. Miro con detalle a una chica que aparta las
hojas del suelo, buscando algo entre todas ellas. Pero no, no es cualquier chica, es Candy.
—Mick, detén el auto ahora mismo. —Cuando lo hace, me bajo y troto hasta ella.
—¿Candy, eres tú? —Ella da un respingo y me mira con los ojos entornados—. No huyas, por favor —
le pido cuando noto sus intenciones.
—¿Qué quiere de mí? —pregunta con nerviosismo. Sus hermosas pupilas color whisky brillan con
algo muy parecido al miedo. ¿Me teme? Espero que no.
—No es nada malo, Candy —digo en tono sereno. Lo último que quiero es asustarla. Ella se arrodilla
en el suelo. La imito. Sus manos se mueven de forma frenética entre las hojas, buscando no sé qué.
—Mire, señor, no puedo reunirme con usted, me mantienen vigilada y hasta esta charla resulta
peligrosa —Sus manos tiemblan mientras sigue con su búsqueda implacable.
—Tranquila, Candy. ¿Qué estás buscando?
—Nada y todo —responde sin mirarme–. Busco un anillo que traía en mi dedo, es plateado, un aro
sencillo. Lo necesito, no puedo volver sin él. —Habla tan rápido que sus palabras salen atropelladas.
—¿Volver a dónde? —indago.
—Melissa, ¿este señor te está molestando? —dirijo mi mirada hacia el hombre alto y musculoso que
se paró detrás de ella. Viste de negro y tiene grandes músculos en sus bíceps y pectorales. Es como la
mole de los Cuatro Fantásticos. Sin embargo, no me asusta.
—No, Max. El señor me está ayudando a encontrar mi anillo. Tú sabes que soy muy torpe, venía
jugando con él y se me cayó entre las hojas.
—Déjalo así, compraremos otro de camino.
Odio el tono que usó con ella, fue demasiado hostil y arrogante. Melissa, como dijo el mastodonte que
se llamaba, se pone en pie para marcharse con él.
—¡Lo encontré! —grito, al dar con el anillo que ella buscaba con preocupación. Melissa me mira
perpleja, sin parpadear. Quisiera preguntarle si está bien, pero Max mira todo con atención. Debo
recordar lo que dijo: la vigilan—. Ten, tómalo —extiendo mi mano y ella titubea un poco antes de
alcanzarlo. Sus dedos hacen un leve contacto con los míos y aquel simple roce, aunque poco, me sacude.
Quiero más, tocarla entera, sin olvidar un espacio de su hermoso cuerpo.
—Gracias señor, fue usted muy amable al ayudarme. —Su voz suena frágil y a la vez sensual. Su
acento me dice que no es de aquí. El maldito de Steven debió traerla de algún país suramericano.
Una pequeña sonrisa se asoma en sus labios carnosos antes de dar media vuelta y alejarse con Max.
Me gustaría seguirla, pero no quiero meter a Mick en esto. Subo al auto y volvemos a ponernos en
marcha. Ya no hay rastros de ella ni del mastodonte en el camino, no sé qué dirección tomaron. Espero
que Alexia haya encontrado alguna información que me sirva para llegar a ella, mi deseo de salvarla se
ha transformando en urgencia y no tendré paz hasta que lo logre.

***
—Hola, John ¿está todo bien? —pregunta Vivian. Necesito información de Melissa y sé que ella me la
puede dar. El fin de semana fue una tortura, los datos de las chicas solo están en la fundación y Martha
maneja todo con supremo cuidado. Tuve que esperar hasta hoy para poder contactarla.
—Sí, no te preocupes. Solo necesito cierta información de Candy. ¿Por qué dices que es peligrosa? —
Ella niega con la cabeza.
¿No me va a ayudar o no sabe más?
—Ella no es peligrosa, te lo digo por Steven. Para él, Candy no es una stripper más, es su tesoro, y la
cuida como si en verdad lo fuera.
—¿Qué más sabes?
—Steven es muy peligroso, John. Es lo único que te puedo decir.
—Entiendo que estés asustada, pero…
—Lo siento, John. No quiero involucrarme.
—Lo entiendo. Gracias.
Me despido de ella y salgo de la fundación rumbo a la oficina. La charla con Vivian no respondió mis
dudas. Lo que dijo, ya lo sabía. Lo que necesito es una dirección, un indicio al menos de dónde puedo
encontrarla.
En el trabajo, no había mucho por hacer, así que decidí ir temprano a casa. Por suerte, Hanna estaba en
una reunión con los asesores de Lewis Cosmetics y pude pasar de ella. Cada día es más difícil
deshacerme de Hanna y se está volviendo asfixiante. Creo que al terminar la campaña, rescindiré de su
contrato.
Entro directo a mi oficina cuando llego a casa, me siento en mi sillón reclinable mientras aflojo mi
corbata y me quito el saco. Destapo una botella de whisky y lleno un vaso de vidrio hasta la mitad,
necesito serenarme y beber siempre funciona.
No tengo grandes aficiones, no juego golf, ni voy a fiestas o miro partidos de fútbol en la tele. Soy
como un lobo solitario, y eso no era algo que me molestara realmente, pero ahora es distinto y creo que
Melissa es la responsable de eso. Jamás me encontré extrañando a una mujer, o deseando que estuviera
sentada sobre mi regazo.
¡Es una mierda!
Si mamá estuviera aquí, quizás hablaría con ella de esto. Pero no está, el maldito cáncer se la llevó de
mí muy pronto y, lo peor, en medio de sufrimientos. Luchó tanto contra esa enfermedad y al final perdió.
Recuerdo ese día, estaba sentada junto a la ventana en una mecedora, le gustaba ver el atardecer, decía
que era como un regalo.
—John —me dijo con su voz frágil. Me acerqué a ella y tomé su mano—. “Mi final se siente muy
cerca. Sé que no te gustan las despedidas, pero piensa que esto no lo es. No me marcho para siempre,
solo me ausentaré de este mundo físico, mi alma descansará en algún otro lugar. Quiero que recuerdes
estas palabras, nunca las olvides: no llenes tu corazón de odio, sé juicioso. No actúes por impulso,
analiza antes las consecuencias de tus acciones. No tomes venganza, haz justicia. No hagas preguntas,
busca soluciones. Sé siempre íntegro, no elijas el camino fácil porque el final será escabroso. Desde el
instante que supe que estabas dentro de mí, te empecé a amar, nunca lo dudes. Si alguien un día te
hace desconfiar de lo que fui y de lo que tú significaste para mí, no lo creas. Tú has sido y siempre
serás lo más grande en mi vida. Te amo”.
Su frágil mano se debilitó al final de sus palabras. Esa tarde, mamá se fue. Taylor llegó minutos
después y estalló en llanto sobre mí. Yo no lloré ese día, no lo hice aún después. Solo acepté lo que mi
madre me dijo, que no era una despedida, que siempre estaría presente en mi corazón. Las lágrimas
llegaron inesperadamente un año después, cuando encontré uno de sus diarios y cometí el error de leerlo.
Mi teléfono móvil vibra en el bolsillo de mi pantalón, sacándome de mis recuerdos. El número no me
parece conocido, pero decido responder.
—Sí, buenas noches.
—¿Me comunico con el señor Stuart?
—¿Quién me habla? —pregunto con reserva. Tengo que ser precavido.
—Soy Scarlet, la recepcionista del club La Perla.
—Hola, Scarlet. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Cariño, por mí nada, soy un caso perdido. Te llamo por Candy, sé que quieres ayudarla y yo también
quiero que lo hagas.
—¿Ella sabe de esta llamada?
—No, solo escúchame atentamente. En dos días, saldré con ella a hacer unas compras y te enviaré un
mensaje con la dirección. Lo único que debes hacer es estar a la hora en ese lugar ¿entiendes?
—Candy dice que la tienen vigilada —replico con duda.
No sé si pueda confiar en Scarlet. Aunque, ¿no fui yo quien le dio la tarjeta?
—Sé cómo despistar a sus guardaespaldas, por eso no te preocupes.
—Bien, estaré ahí.
—No me llames a este número. Yo volveré a comunicarme contigo cuando pueda.
—Gracias.
—No me las des, cariño.
La línea queda en silencio después de eso. Sigo dudando de las intenciones de Scarlet, pero no tengo
otra opción si quiero ayudar a Melissa.
Los siguientes días pasan tan lentos como el andar de una tortuga, o quizás sea mi ansiedad por ver a
Melissa. Es una locura, en las noches me cuesta conciliar el sueño y en el día se me hace difícil hilar las
ideas. ¿Cómo puede afectarme tanto una mujer que apenas conozco? Y no es que sepa mucho de ella,
por no decir nada.
—Hola, cariño. ¿Por qué esa carita? —pregunta Hanna, irrumpiendo en mi oficina.
Tengo que hablar con Marco de esto. ¿Cómo es posible que ella siga entrando sin ser anunciada?
No sé ni para qué hago la pregunta, es lógico que con dos pestañeos Hanna se mete a cualquiera en el
bolsillo… menos a mí.
—Es la única que tengo —replico sin mirarla. No tengo tiempo para ella y sus intromisiones.
—Oh, John. Yo sé que te tiene tan cabreado —ronronea mientras hace girar mi silla de escritorio para
meterse entre mis piernas.
—No va a pasar, Hanna.
—¿Por qué no? Llevas más de tres semanas rechazándome. ¿Te estás acostando con alguien más, es
eso? —reclama.
—Primero, eso no es tu problema —digo, apartándola de mí con efectividad, pero sin maltratarla—.
Segundo, pensé que habías entendido que tu contrato con mi empresa anula nuestro acuerdo previo. Ya no
habrá más sexo casual entre nosotros. No mezclo negocios con placer, bien lo sabes.
—Pero Johnny —pronuncia el apodo que eligió para mí, con un puchero—. Eso no tiene porqué
afectarnos, podemos separar muy bien lo personal de lo profesional.
—No lo creo. Has venido casi a diario con insinuaciones a mi oficina.
—Entonces no lo haré más. Podemos vernos fuera del horario laboral —insiste.
—Dije no, Hanna. Eso ya se acabó —sentencio.
—¿Y si renuncio? Puedo encontrar empleo en otro…
—Eso no haría la diferencia, sabías muy bien que esto nunca iba a llevar a nada. Perdóname si soy
insensible, pero es la verdad.
—Lo entiendo. ¿Entonces se terminó? —murmura cabizbaja.
—Lo siento.
Hanna da media vuelta y sale de mi oficina. Esperé algún portazo o quizás un berrinche, pero lo tomó
muy bien. Quizás es más madura de lo que pensé.
Después de eso, trato de concentrarme en el trabajo., aunque he mirado el reloj como un maníaco.
Estoy esperando el dichoso mensaje de Scarlet para saber dónde nos vamos a encontrar. Antes me
jactaba de la paciencia como una de mis grandes virtudes, pero parece que todo lo concerniente a
Melissa me convierte en otra persona. No hay paciencia, no lobo solitario… no corazón insensible.
Incluso, hasta he dejado de pensar en el hombre que me engendró.
El sonido de una notificación llama mi atención. «Seis en punto, Copley Center», dice el tan ansiado
mensaje. Es un centro comercial no muy cercano a mi oficina. Miro la hora en mi Rolex, marca 5:10 p.m.
Debo salir ahora mismo, si quiero llegar a tiempo. Me quito el saco y lo cambio por un jersey de cuello
en “V”, que es más acorde para un centro comercial. Por suerte, tengo varios cambios de ropa en mi
oficina para casos como estos.
Salgo de ahí y me parece raro no ver a Marco en la recepción, pero decido marcharme sin darle aviso.
Si me necesita, que me llame.
Camino hasta el ascensor y presiono el botón para llamarlo. Espero que no se detenga en cada uno de
los catorce pisos hasta llegar aquí. Las puertas se abren poco después, por suerte, y comienzo a entrar
en el ascensor, pero un grito inusual de Marco me detiene. Él nunca levanta la voz en la oficina y menos
me llama por mi nombre.
—¿Qué rayos te pasa?
—Es Hanna, señor Stuart. Dicen que tiene mucho tiempo en el baño y no quiere abrir la puerta.
¡Mierda! Si no me voy, llegaré tarde a la cita. Espero que no sea más que un berrinche.
Hago mi camino hasta el baño, toco la puerta tres veces mientras llamo a Hanna, pero no responde.
—Marco, busca al señor Méndez, que traiga la llave del baño —ordeno.
Sigo tocando la puerta de forma incesante, pero Hanna no responde. Y yo que pensaba que era muy
madura para su edad, y me sale con esto. Debí suponer que era un error contratarla en mi empresa.
—¿Por qué tardaron tanto? —Le reclamo a Marco. Pasaron más de diez minutos y estoy bastante
urgido por resolver esto e irme para mi cita con Melissa.
—Es que…
—No importa. ¡Abra la puerta ahora mismo!
Cuando Méndez logra abrirla, entro al baño de inmediato y les pido a los demás que se queden fuera,
no sé en qué condiciones esté…
—¡Hanna! ¡Pidan una ambulancia! —grito.

***
Nunca pensé que ella fuese el tipo de chica depresiva. Tomó una gran cantidad de pastillas que por
poco la mata. Evidentemente, perdí mi cita con Melissa, no podía dejar sola a Hanna en el hospital, me
sentía responsable. Debí pensar un poco más las cosas antes de involucrarme con una chica menor que yo
y, para colmo, contratarla en mi agencia de publicidad. Nunca confíes cuando una mujer te dice que será
solo sexo, siempre habrá un daño colateral.
—John —susurra Hanna cuando logra abrir los ojos. Llevaba dormida casi seis horas. Es un alivio
que esté despierta.
—¿Por qué lo hiciste?
—John, yo —titubea—… me enamoré de ti.
—Hanna, lo siento tanto. No debí aceptar aquel trato cuando me lo propusiste. Fue imprudente de mi
parte —lamento.
—Mentí, John. Te amo desde antes de que me conocieras. Fui a esa conferencia con la intención de
seducirte. Haría cualquier cosa por ti —confiesa, lágrimas ruedan por sus mejillas, incrementando mi
sentimiento de culpa.
—Debí saberlo. Es que… sabes que soy una persona muy insensible y yo… lo siento tanto —
balbuceo. No dejaré que asuma toda la culpa. Ella es muy joven e impulsiva y se supone que a mis treinta
y dos años tendría la experiencia para saber que había sentimientos involucrados para ella. Quizás lo
sabía, pero no me tomé el tiempo para pensar en Hanna. ¡Soy un egoísta!
—¿Te asustaste? ¿Crees que… sientes algo por mí? —pregunta con un brillo de esperanza en su
mirada.
—Claro que me asusté, me preocupo por ti.
—Pero no lo suficiente —gimotea.
—Tranquila, Hanna, todo estará bien. Llamaré a tus padres para que decidan qué es lo mejor para ti.
—No, John. No soy una niña, tengo veintitrés años y puedo cuidarme sola —grita alterada.
—Luego de esto, no puedo confiar en que serás responsable de ti. De verdad lo siento.
En cuanto llegan sus padres, les explico lo que sucedió, omitiendo algunos detalles por respeto a su
intimidad. Ellos deciden llevarla a casa. Hanna estará bajo vigilancia profesional durante un período. Es
una lástima que siendo tan brillante, decidiera tomar el camino fácil.

4
—Mamá, perdóname. Sé que hice mal al robarme esa manzana, pero tenía hambre.
—John, te lo he dicho muchas veces: nunca tomes nada que no sea tuyo. Ven conmigo, le pedirás
disculpas al frutero y le pagaremos la manzana.
—Mamá… —repliqué—. Me da mucha pena.
—Todos debemos asumir nuestros errores, John. Así como decidiste hacer lo malo, debes ahora
hacer lo correcto.
Estuve tan avergonzado de tener que admitir ante ese señor que le había robado, que aprendí la
lección. Mi madre me enseñó con su ejemplo. Le tocó una vida difícil, pero nunca pasó por encima de
nadie. No necesitas destruir a las personas para lograr tus objetivos.
—¡Alex, nunca me había alegrado tanto de verte! —Le digo, mientras la saludo con un abrazo efusivo.
—Eres increíble, John. Tú sí que sabes cómo halagar a una mujer.
—Ni lo menciones. Lo de Hanna fue realmente inesperado, pero mejor hablemos de lo que te trajo
aquí. ¿Qué información me tienes?
—No fue mucho lo que encontré, pero es algo. Estoy trabajando para darte más información.
—Sandra te preparó unos aperitivos, te espera en la cocina.
—En pocas palabras, vete —bromea.
—Pero hay aperitivos.
—Sí, sí. Ya me voy.
En cuanto la puerta se cierra, abro la carpeta para saber qué encontró.
Archivo
Melissa Alejandra Sánchez Batista
Fecha de nacimiento: 11 de septiembre de 1990
Lugar de nacimiento: Maracaibo-Venezuela
Edad: 26
Estatura: 1.68
Ojos: marrones
Cabello: castaño
Melissa llegó a Estados Unidos hace ocho años, conoció a Steven meses después. Desde hace tres
años, trabaja en el club La Perla como stripper ocasional. Ha viajado fuera de Estados Unidos varias
veces. Acostumbra a desayunar en el café Budare Bristo, donde sirven platos típicos de su país. Max es
su guarda espalda, en pocas ocasiones sale sola. Melissa tiene tres hermanos en Venezuela que viven con
sus padres. Sus calificaciones en la preparatoria le otorgaron una beca de estudio en la Universidad de
Boston donde inició la carrera de pre-leyes. Seis meses después, abandonó la universidad.
Nota: John esto es lo que conseguí hasta ahora. Sé que vive con su novio, pero no puedo ubicar la
dirección. Seguiré informando.
Estoy seguro de que Steven la obligó a abandonar los estudios. Típico de un proxeneta. Les gusta tener
el control, dominar a las mujeres y hacer con ellas lo que le plazca. Melissa solo tenía dieciocho años
cuando conoció a ese bastardo. ¡Tiene ocho años sometida a él! Necesito encontrarla lo más pronto
posible y ya sé cuál será mi próximo movimiento.
Anoche, apenas pude dormir. El plan que ideé con Alexia no dejaba de dar vueltas en mi cabeza y
espero que funcione porque quizás solo tenga esta oportunidad para llegar a Melissa.
Una vez que estoy usando ropa deportiva, con una gorra de los Lakers incluida, bajo las escaleras
hasta llegar a la salida de mi casa. Esta vez, paso del desayuno de Sandra, ya sé dónde comeré esta
mañana.
—Estaciona aquí, Mick. —Le ordeno cuando llegamos al Café Budare Bristo, donde Melissa come
casi a diario de 7:30 a.m. a 8:30 a.m. Desde mi posición, tengo una vista perfecta de la entrada. Alex ya
está en el interior ocupando alguna de las mesas del café. Solo espero su confirmación para abandonar mi
puesto en el auto e ingresar al local.
«Creo que no vendrá». Le escribo a Alex.
«Paciencia, campeón».
«No sé si pueda esperar un minuto más».
«Tendrás que».
Minutos después, una melena rojiza se deja ver en la entrada del café: Scarlet. Mantengo mis ojos fijos
en ella hasta que finalmente aparece Melissa. Viste jeans ajustados, botas de invierno y una sudadera
negra de la Universidad de Boston. Su hermoso cabello castaño está recogido en una cola de caballo y
sus grandes ojos se mueven nerviosos de un lado al otro, como si quisiera asegurarse de que nadie la está
siguiendo. Mis pulsaciones perdieron su control desde el mismo momento que la vislumbré. Y aunque el
deseo de correr hacia ella y rodearla con mis brazos es imperioso, tengo que esperar la señal.
«Está entrando, Alex. Espero por ti».
«Ya la vi, está justo a mi lado. Llegó la hora, campeón».
Me pongo los lentes aviador y me ajusto la gorra hacia abajo para ocultar mi rostro. En menos de
cinco minutos, estoy empujando la puerta de cristal que da paso al café. El lugar no es muy grande, si
habrán diez mesas es mucho, pero es agradable. El olor de la comida es distintivo y hasta hace gruñir a
mi estómago. Miro de forma disimulada a ambos lados del pequeño local y luego me acerco a la mesa de
Alex, que está contigua a la de Melissa, como ella mencionó.
¡Dios! Mi corazón va a salirse de mi pecho. Desde aquí, puedo percibir la fragancia dulce de su
perfume y, con mi vista periférica, noto la hermosa sonrisa que dibujan sus labios. Lentamente, acerca
una taza blanca de café y sopla un poco para enfriar la bebida. No debería estarme excitando con eso,
pero lo estoy, y mucho. Sus carnosos labios acarician la porcelana de la taza. La envidio. Quisiera que su
boca estuviera contra la mía para saborearla de la misma forma que ella lo hace con su bebida.
Alex me da un punta pie en la pantorrilla, devolviéndome a la realidad. Eso dolió, pero no me quejo.
Entiendo que era la única forma de llamar mi atención. Miro de reojo una vez más y noto que Scarlet ya
me reconoció. Cuando Melissa se descuida, articula «hazlo». Me pongo en pie y me deslizo en una de las
sillas desocupadas junto a Scarlet.
—Hola, Melissa. —En cuanto me escucha, da un respingo y entorna los ojos.
—¿Qué hace usted aquí? —pregunta sorprendida. Segundos después, Alex se sienta a su lado,
bloqueándola por completo.
—Estaba de casualidad aquí y te reconocí, entonces… —No me deja terminar cuando le lanza una
pregunta a su amiga, con una mirada colérica.
—¿Tú lo planeaste?
—¡No! —responde Scarlet, a la defensiva.
—¿Por qué sigue buscándome, señor? —La furia no ha abandonado su mirada cuando hace contacto
conmigo. Me quito los lentes y los dejo en la mesa, necesito que me mire a los ojos y reconozca en ellos
mis verdaderas intenciones.
—Puedes decirme John.
—Responda a mi pregunta, señor Stuart. No más rodeos —demanda. Su respiración comienza a
alterarse, pero no sé si eso es malo o bueno.
—Quiero ayudarte —sintetizo.
No puedo decirle que no es todo, que sueño con ella cada noche desde que la vi, que quiero abrazarla
y mantenerla en mi pecho hasta dormirme… que deseo besarla con una ansiedad tal que ahora mismo mis
labios cosquillean con esperanza.
—¿Ayudarme? Yo no necesito nada de usted, señor —replica con altanería. Quizás no está
acostumbrada a que un hombre quiera ayudarla de forma sincera y no con segundas intenciones.
—Sé que mientes, puedo verlo en tus ojos, Melissa. Estás gritando por ayuda.
—¿Qué sabe usted de mi vida? ¿Qué sabe usted lo que pueden o no decir mis ojos? —Su voz flaquea
al final. Se ve tan vulnerable que lo único que deseo es cobijarla entre mis brazos.
Scarlet posa su mano sobre la de ella, lo que provoca que Melissa la mire.
—Mel, él es el hombre del que te he hablado, el que ha ayudado a muchas chicas del club. ¿Recuerdas
quién fue la última que renunció a La Perla?
—Susy —responde Melissa con un susurro suave.
—¿Y sabes dónde está Susy ahora?
—No me importa y no quiero saberlo, Scarlet. Sabes que no puedo dejar a Steven —eleva un poco el
tono, pero no lo suficiente para que alguien más escuche.
¿No puede, dijo? Eso es un avance. Significa que quiere dejarlo.
—Hagamos algo, Melissa, déjame ser tu amigo. Lo que te propongo no es nada descabellado. Si en
verdad quieres seguir en La Perla, lo entenderé, pero permíteme mostrarte que hay algo más allá fuera de
ese club, que no todos los hombres son como Steven. —Mi pronunciación es pausada, pero no por ello
deja de ser convincente. Melissa desvía su mirada hacia Scarlet y luego se vuelve a mí.
¿Lo está pensando? Espero que sí.
—Se lo dije antes y se lo diré ahora: no me busque más —sentencia—. ¿Me daría espacio para salir?
—le pide a Alex. Ella me mira, asiento con la cabeza, la decisión es de Melissa, no pretendo
coaccionarla o retenerla a la fuerza.
—Gracias por intentarlo, John —dice Scarlet.
—Cuídela, por favor. —Ella asiente débilmente y luego se va.

***
Alex había contratado a un detective para seguirla, pero la perdió tres calles después del café y eso
fue todo. Han pasado siete días desde aquel encuentro y estoy volviéndome loco. Lo que siento por ella
es ilógico y hasta estúpido. ¿Cómo puedo desvelarme hasta altas horas de la noche pensando en una
mujer de la que solo sé un par de cosas? Tuve mis enamoramientos tontos cuando era adolescente, pero
nada se compara a lo que siento cuando veo a Melissa, qué digo, hasta pensando en ella mi corazón se
acelera con brío. ¡Esto no puede ser normal!
—¡Hermano! —grita Taylor al verme y me da un abrazo. Llegó esta mañana de su luna de miel y
quedamos en reunirnos en el bar de Jerry. Él siempre ha sido muy expresivo, mi mamá lo llamaba osito
por eso de ser tan tierno, le encantaba abrazar a todas las personas. Aunque creo que eso no ha cambiado.
Correspondo su saludo efusivo con la misma energía, echaba de menos a mi hermano.
—¿Dime que tu bronceado te lo dio el sol y no que fuiste a un salón de esos? —me burlo.
—Muy gracioso —replica—. Toma, te traje un regalo. Aloja, hermano.
—Mierda, gastaste todos tus ahorros en esto —bromeo. Es una simple camiseta con un dibujo colorido
de palmas y cotizas playeras al frente.
—Para mi hermano, lo mejor —repone burlón—. A ver ¿ha pasado algo interesante que me tengas que
contar?
—¿Para qué preguntas si ya tu esposa te lo dijo? —frunzo el ceño—. Hablaré seriamente con Alex, le
pago una buena suma para que cierre la boca —murmuro para mí.
—Entonces ¿qué ha pasado con Melissa?
—No hay nada que tenga que pasar, sabes muy bien cuál es mi objetivo con ella: es una stripper que
quiero ayudar y, en este caso, dijo que no.
—¿A quién quieres engañar, John? Sé que estás interesado en ella.
—Es verdad —digo con una exhalación—. Hay algo en ella que me intriga y me atrae a la vez. Siento
que debo ayudarla, que me necesita, y no puedo apartarla de mi mente.
—Hazlo —dice como si fuera fácil.
—Ya lo hice, me pidió que me alejara de ella. No puedo obligarla y lo sabes.
—Al menos, lo intentaste. Déjalo así, quizás no vale la pena el esfuerzo.
—Siempre vale la pena —refuto.
Dejamos el tema de Melissa por lo sano, comenzaba a enfurecerme y no quería discutir con mi
hermano. Después de un par de cervezas, decidimos irnos del bar. Taylor ahora es un hombre casado y
tiene que ir con su esposa. Y yo, bueno, volveré a casa a dormir solo en mi enorme cama king size. ¡Esto
apesta!
Una vez en la soledad de mi habitación, sin otra prenda de vestir que me acompañe más que un bóxer,
me acuesto en la cama y dejo que mis pensamientos me lleven hasta Melissa. Fantaseo con sus labios
repartiendo besos húmedos por mi pecho mientras su suave cabello se desliza por mi piel. Ella baja y
baja, hasta encontrar mi firme miembro.
Su boca, quiero su boca rodeándolo con avidez y deseo hasta que exprima cada gota de mi semen.
¡Mierda! Cada vez que pienso en ella, termino de la misma forma y no sé cuánto más pueda
soportar. Creo que llegó la hora de buscar a alguien que me ayude a sacarla de mi cabeza. No puedo
seguir así.
5
Esta mañana, mientras respondía unos emails en mi oficina, recibí una serie de mensajes que me
dieron mucho en qué pensar.
Al inicio, creí que se trataba de un error. El primer mensaje decía: «deseas con tanta fuerza algo
durante tanto tiempo, que cuando lo obtienes, ya has perdido las esperanzas». Un segundo mensaje llegó
con una diferencia de unos minutos. «Hay momentos en los que miras atrás y no sabes que pasó
exactamente, solo sabes que, desde que sucedió, nada volvió a ser lo mismo». Pero ese estaba firmado
por Melissa. Pensé por unos minutos si debía responderle. Después, planteé la idea de llamarla, pero de
inmediato llegué a la conclusión de que eso sería un error. Que ella me estuviera escribiendo era un paso,
y si hacía mal las cosas, retrocedería.
Entonces escribí:
«Quizás no puedas borrar el pasado, pero puedes trazar un mejor futuro».
«¿Por qué yo? No soy nadie».
«No eres a la única persona a la que he ayudado. No hay motivos. Solo toma la decisión sin
preguntar por qué».
«Tengo miedo, no conoces a Steven».
«No estarás sola, Melissa. Lo prometo».
Después de ese mensaje, no hubo más. Han pasado dos semanas desde ese día y, aunque intenté
llamarla, el número salía desconectado. Por suerte, he tenido mucho trabajo en la empresa, viajes de
negocios y reuniones, y eso me ha mantenido la cabeza fría. Pensar en Melissa me vuelve loco y odio
perder el control.
Sexo, de eso no he tenido mucho, solo encuentros casuales, nada que considere relevante.
—Señor Stuart, hay alguien que desea verlo —anuncia Marco por el intercomunicador.
—¿Quién? —pregunto con frialdad. Odio que me hable con rodeos.
—Hanna, señor.
—Hazla pasar.
En un par de minutos, la puerta de mi oficina se abre, dejándome ver la silueta esbelta de Hanna. Trae
consigo un portafolio y viste de manera formal, como si se tratara de una entrevista de trabajo. Se sienta
frente a mí, esbozando una pequeña sonrisa.
—Buenos días, John —saluda con cierta reserva en el tono de su voz—. Estoy muy apenada por lo que
pasó, fue estúpido e inmaduro y aprendí la lección. Vine aquí para rogarte por una segunda oportunidad,
sabes que mi sueño es ser la mejor publicista de Boston y no podré lograrlo en otra agencia.
—Hanna, no sé qué decir. No creo que sea lo adecuado.
—Tengo una constancia médica donde aseguran que estoy estable ahora y asistiré dos veces a la
semana con una psicóloga que me ha ayudado a comprender muchas cosas.
—Pero ¿no es perjudicial para ti estar tan cerca de mí? —pregunto con cierta duda. No quiero que
resulte lastimada de nuevo.
—Conocí a alguien —dice ruborizada—. No quiero sonar cliché, pero fue amor a primera vista. Él me
comprende y me quiere. Entre nosotros no habrá nada más que una relación profesional, te lo prometo.
Lo pienso por varios minutos, analizando si es o no lo mejor. En el pasado, ella no supo mantener el
margen ¿cómo podría confiar que será diferente ahora? Por otra parte, siento que le debo algo, que saqué
provecho de la situación y que ella quedó sin nada.
—Podemos planificar una cena para que conozcas a Samuel. Él me dijo que no tendría ningún
problema.
—Bueno, podría ser algún fin de semana.
—Entonces ¿puedo regresar? —pregunta con un brillo de ilusión en sus ojos.
—Me gustaría hablar con tu psicóloga y con tus padres. No quiero que lo de aquella vez se repita. Si
ellos me dan luz verde, entonces sí. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, sí. Habla con ellos, me darán la razón. Gracias, John. No te arrepentirás. Te dejaré los datos con
Marco para que hagas las llamadas. Gracias otra vez —dice mientras se pone en pie con un salto
enérgico.
—Me alegro que estés mejor, Hanna.
—Gracias. Espero tu llamada. —Luego de eso, se va.
A las diez de la mañana, Marco entra a mi oficina con la correspondencia y los datos que Hanna me
dejó. Lo primero que hago es llamar a sus padres, ellos me dicen que están de acuerdo, siempre que su
psicóloga lo autorice. Mi segunda llamada es a la especialista, me comenta de los avances de Hanna y
asegura que está en condiciones de trabajar, que en aquel momento estaba confundida, pero que ahora
está más centrada. Le doy las gracias y me despido de ella. Le pido a Marco que llame a Hanna para
decirle que puede volver al trabajo, pero que estará a prueba por un mes, antes de firmar algún contrato
definitivo.
Al mediodía, decido salir a almorzar a un restaurant cercano de las oficinas, donde sirven comida
tailandesa. Ahí, me reúno con Taylor y Sabrina. Yo no tengo nada nuevo que contar, pero ellos están muy
felices por la casa que compraron. Están esperando que termine la remodelación para hacer una gran
fiesta y celebrarlo por todo lo alto.
El resto de la tarde, se va entre reuniones, videoconferencias y llamadas. Esta semana, cerramos un
trato con un nuevo cliente, uno que aportará grandes cifras a la agencia. Hasta estoy pensando en ampliar
las oficinas o quizás comprar un edificio.
Vuelvo a casa cuando finaliza mi horario. No tengo mucho por hacer y decido dormirme temprano.
Entre tantos viajes, no he descansado lo suficiente y comienza a pasarme factura.
Antes de apagar mi móvil, veo que me llegó un nuevo mensaje. Lo leo.
«Necesito hablar con usted personalmente. Lo espero en Budare Bristo mañana a las ocho».
¡Es Melissa!
Dos semanas sin saber de ella y de pronto me dice que nos encontremos. No la entiendo, pero ahí
estaré. Tendría que iniciar el apocalipsis para que falte a esa cita.

***
A las siete en punto, estoy subiendo a mi Harley Davidson; tenía tiempo sin conducirla, pero Arthur le
hace mantenimiento semanal y está lista para usarse. A mi madre le hubiera dado un infarto si estuviera
viva, odiaba estos “cachivaches”, pero yo no le veo el problema. Un accidente puede pasar tanto en moto
como en auto, todo depende de quién esté detrás del volante.
Detengo la moto en el estacionamiento del café y me bajo enseguida. Para hoy, opté por jeans, una
camiseta blanca, chaqueta negra de cuero y aviadores. No es que me importe mucho la ropa que use, pero
espero dejar una buena impresión en Melissa. Taylor dice que a las mujeres les gustan los chicos malos y
puede que eso haga la diferencia.
Definitivamente, estoy chiflado. Un hombre de treinta y dos años no debería vestirse para
impresionar.
La campanilla del café suena cuando abro la puerta. Miro de a un lado a otro, buscando a Melissa,
pero no la veo. Decido sentarme en la misma mesa en la que la abordé la última vez y dejo mi casco
sobre la silla disponible a mi lado. Mientras espero, leo el menú. Hay muchas opciones y no sé qué
elegir.
Comenzaré con un café.
—Señor Stuart —murmura la sensual voz de Melissa. Levanto la mirada hacia ella y mi cuerpo se
tensa, sobretodo mi miembro.
¡Mierda! Nunca me había excitado tan rápido en toda mi vida.
Está usando una falda de jeans deshilachada, un top azul ajustado –que deja expuesto el perfecto
escote de sus pechos– y botas de invierno. De su brazo, cuelga un abrigo negro, que le servirá de mucho
cuando salga fuera. El otoño está por culminar y la temperatura comienza a descender considerablemente.
—Melissa. Toma asiento, por favor. —Mi voz sonó normal, aunque estoy profundamente afectado ante
su presencia. Todo mi cuerpo grita ¡tócala!, pero sé que no debo, por eso me contengo.
—Gracias por venir, señor Stuart —murmura con voz pausada, como si cada palabra le fuera difícil de
pronunciar.
—Puedes decirme John. —Le pido, colocando mi mano sobre la suya. Al sentirme, tiembla, pero no la
aparta. Mi instinto me dice que acaricie su piel con mi pulgar, pero mi lógica me insta a que no lo haga.
Un paso en falso, y todo se desplomará. Sin embargo, solo con tener mi mano sobre la suya, me siento en
las nubes. Su piel es suave y cálida, de ella brota un tipo de energía que electriza la mía. Es un cosquilleo
que va en aumento de la misma forma que avanza el reloj.
—Está bien, John —dice con una pequeña sonrisa que no llega a sus ojos. Sus pupilas hoy se ven más
claras, como el color del arce, de un tono otoñal. Mi vista está centrada en ella, en sus labios carnosos
que se han humedecido al menos dos veces, en lo hermoso que se ve su cabello suelto cayendo sobre sus
hombros y perdiéndose detrás de su espalda. ¡Quiero tocarla! No solo eso, deseo besarla.
—Melissa… —susurro con plétora agonía.
—Acepto —dice sin más.
—¿Aceptas? —pregunto incrédulo.
—No puedo seguir con Steven. Él es… no sabes lo que ha sido mi vida.
El tono quebrado de su voz provoca que mi corazón duela. Me aventuro a acariciar su mano y hasta me
atrevo a tomar la otra. Ella cierra los ojos y deja escapar un par de lágrimas. Tengo que repetirme en la
cabeza «no lo abraces», para poder contenerme.
—Te ayudaré.
—Pero no tienes idea del peligro que corres. Si él sabe que tú me ayudaste… ¿estás seguro que
quieres hacerlo?
—Quiero, Melissa. No le tengo miedo a Steven. Yo te protegeré —prometo.
—¿Por qué lo harías? —La duda se ve reflejada en sus ojos. Comprendo su miedo, no entiende porqué
un hombre querría exponerse al peligro por ella. Y aunque no es la primera vez que hago algo así por una
mujer, sé que con Melissa es distinto. No solo deseo salvarla, la quiero conmigo, y ese nunca fue el plan.
—¿Necesitas un motivo?
—Siempre hay un motivo.
—No espero nada a cambio, si eso piensas. No soy como él.
»Y sí, tengo un motivo, pero no es algo para hablar en un café. Te lo diré en algún momento, pero no
aquí. Solo necesito que confíes en mí. Sabes muy bien que no eres la primera a la que ayudo y todas ellas
retomaron su vida, están cumpliendo sus sueños. Son libres ahora.
—Confío en ti, John. —Su pulgar se pasea por el dorso de mi mano derecha y mis pulsaciones se
disparan ¡Me está acariciando! ¿Latidos? ¿Qué son esos? Mi corazón está taladrando mi pecho con una
fuerza brutal que me está dejando sin aire.
—¿Qué estás haciendo conmigo? —pregunto con una exhalación cansada. Tomo aire con fuerza para
retomar el aliento y entonces me lleno de algo más, de su dulce fragancia. Todo en mí duele de una
manera que jamás había sentido. Creo que me estoy enamorando de ella.
—¿De qué hablas? —La incertidumbre retumba en el tono de su voz.
—Me haces sentir cosas… he pensando mucho en ti, más de lo que debería.
—No confundas esto, John. Si crees que ayudarme te dará el derecho a algo más, estás equivocado.
Sería lo mismo que estar con Steven —aparta sus manos de las mías.
—No estoy reclamando ningún derecho sobre ti, solo digo lo que siento. Lo que más deseo es que seas
libre y no mi prisionera. —Espero que sean las palabras correctas para que no dude de mis intenciones.
Ella me mira fijamente sin pronunciar ni una sílaba, analizando mis palabras. Porque sí, quiero más de
ella, algo que nunca me planteé con las demás chicas, pero jamás la obligaría.
—Bien, John. Aunque ni yo misma lo entiendo, te creo. Necesito creerte. Cuando vea otra oportunidad,
me comunicaré contigo y te diré dónde encontrarnos. Tienes que estar preparado, ese día me iré contigo.
—¿Por qué no hoy? —pregunto, tomando de nuevo su mano. Se estremece, pero no la aleja de mí. Su
mirada se torna lúgubre y me infunde temor.
¿Me estará mintiendo? ¿Qué esconden sus pensamientos?
—Tengo que hacer algo antes —contesta.
Veo que su labio inferior tiembla, pero se apresura a atraparlo entre sus dientes.
—Estaré listo, Melissa.
—Bien. Ahora, debo irme —quita su mano con suavidad y se pone en pie.
—Espera ¿no vas a comer? —Duda unos minutos antes de decir:
—Con una condición: yo ordeno.
—Estoy un tus manos. —Eso es suficiente para que se siente de nuevo en la silla.
—Dos arepas de carne mechada para el señor y dos reinas pepeadas[1] para mí. De bebida, papelón
con limón.
Dijo todo eso en español. Desde hoy, me declaro fan de su idioma de origen. Posiblemente, fue la
forma que lo pronunció, o tal vez su voz, pero incrementó mi ansiedad.
—¿Qué pediste? No entiendo mucho de español.
—Arepas. Las amarás en cuanto las pruebes, te lo aseguro.
¿Y si te amo a ti?
¡Mierda! ¿De dónde carajos salió eso?
—Esto es una locura —musito entre dientes.
—¿Qué dijiste? —pregunta, ladeando la cabeza.
—Decía que las amaré como tú lo haces —compongo.
—No tanto como yo, pero sí que te gustarán —afirma con una hermosa sonrisa. Creo que han sido
pocas las veces que he visto sus labios formando una curva hacia arriba y sin duda me ha robado el
corazón.
—¡Mierda! Esto está brutal. ¿Porque nadie me había dicho que existían? Quiero dos más, Mel.
Pídelas, por favor.
¡Le dije Mel! Espero que pase por alto mi exabrupto.
—Te dije que las amarías —sonríe. Adoro cuando lo hace, me comería cien arepas solo para verla
feliz.
—¿Cómo es que se llama esta bebida?
—Papelón con limón.
—Está bueno. Tengo que traer a Taylor un día.
—¿Taylor? —pregunta con curiosidad.
—Mi hermano. No de sangre, pero lo es. ¿Tú tienes hermanos? —Ella se mueve inquieta en su asiento
y baja la mirada a sus dedos entrelazados—. Lo siento, no quise incomodarte.
—No es que… no sé…
—No tienes que decirme nada, Melissa. Lo entiendo.
—Creo que debería irme ya —dice, mirando la hora en su reloj de muñeca.
—Sí, entiendo. Solo déjame pagar y podemos irnos.
—Lo mejor es que salga sola. Puede que alguien esté fuera y entonces…
—Sí, tienes razón. —Odio tener que dejarla ir, pero no puedo hacer más.
—Adiós, John.
Mis ojos siguen su trayecto hasta que abandona el café y de inmediato una sensación de vacío golpea
mi corazón.
Estoy más que jodido. ¡Me enamoré de una stripper!

***
—Buenos días, John. ¿A qué se debe esa sonrisita? —se burla Alex mientras toma asiento delante de
mi escritorio. No solemos tener reuniones en la oficina, pero hoy se me hace imposible salir al mediodía.
—¿Cuál sonrisita? —pregunto, cambiando el gesto.
—Esa dibujada en tu boca y en tus ojitos celestes. ¡Ay, John! No me digas que…
—¿Qué?
—Olvídalo. Mejor hablemos del tema que importa: Giuseppe Bartoli. Creo que no te va a gustar nada
lo que te voy a decir.
—Dispara, Alex.
—Él es tu padre
—¡No es mi jodido padre! ¡Fue solo un maldito donador de esperma! ¿Escuchas?
Nunca alzo la voz o pierdo los estribos, pero simplemente no lo puedo controlar. Gran parte de mí no
quería encontrarlo y no sé cómo lidiar con lo que estoy sintiendo ahora.
—John, sé que es duro.
—No sabes —musito con reticencia.
—Si quieres, dejo el resto para otro día, para que puedas asimilar la información —propone.
—No, dime todo lo que sabes.
—John… —comienza.
—¡Dilo, joder!
—Es el dueño del club La Perla.
—Pensé que Steven era el dueño —replico.
—No, su padre es el dueño.
—¿Su padre? ¿Quieres decir que…? ¡Mierda! —gruño, apretando los puños.
Eso quiere decir que Steven y yo… ¡Mierda!
—John, ¿estás bien? —pregunta preocupada. Llevo en silencio al menos diez minutos y no es algo
normal en mí.
—¿Estás segura, Alex?
—Estoy cien por ciento segura. —Su afirmación me provoca repulsión.
¡Todo esto es una gran mierda! No solo estoy emparentado como un maldito degenerado, sino con
dos… o más.
—¿Tiene más hijos? —pregunto. Alex se mueve inquieta en el asiento.
—Los tiene, pero no te sabría decir cuántos. Ese hombre ha viajado por todo el mundo y ya te
imaginarás lo ocupado que ha estado.
Claro, Alex tiene razón, pero no debe importarme cuántos hijos ha regado por la faz de la tierra. Puede
que comparta sus genes, pero ni ellos son mis hermanos ni Giuseppe mi padre. Punto.
—Hay más ¿cierto? —asiente.
—Llegará en unas semanas a la ciudad. ¿Qué quieres que haga?
—Tú, nada. Solo dime la hora y el lugar que, de aquí en adelante, yo me haré cargo —siseo.
—¿Qué piensas hacer? —inquiere con preocupación.
—Es mejor que no lo sepas, Alex. Ya has metido las narices lo suficiente en esto y no quiero que
corras con las consecuencias.
—Parece que olvidas con quién estás hablando.
—Te crees autosuficiente, Alexia, y eso terminará por pasarte factura tarde o temprano.
—Mira quién habla —contraria.
Después de que Alexia se va, no hago más que perderme en mis pensamientos. Trato de ignorar que
estoy emparentado con esos demonios, pero es algo que no puedo obviar. Menos aún cuando pienso en
Melissa y en el daño que le ha causado el hombre que comparte mi ADN. Ahora más que nunca, necesito
sacarla de ahí, sé de lo que es capaz Giuseppe y no pongo en duda que su vástago sea peor que él.
—¿Ya te vas? —pregunta Hanna cuando cruzo el pasillo hacia los ascensores.
—Sí —respondo secamente.
—Yo también. Te acompaño abajo —dice con una leve sonrisa—. ¿Está todo bien?
—Excelente —contesto sin mirarla. Ella es la última persona que debe saber en lo que estoy metido.
Además, no quiero involucrar a nadie en esto. Es mi lucha, solo mía. Ni Taylor sabe lo que he planeado y
es mejor así. Él tiene una esposa a quién cuidar, contrario a mí, el lobo solitario.
—Adiós, John —se despide Hanna con un gesto de la mano cuando las puertas se abren en la planta
baja. En definitiva, superó su enamoramiento por mí. Pensé que en cualquier momento saltaría sobre mí
para atraparme como a una presa, pero no pasó.
—John —susurra una voz mientras camino en el estacionamiento. Miro a los lados, pero no veo a
nadie—. Estoy aquí —dice Melissa, saliendo de su escondite. Cuando noto que sus ojos están rojos como
si hubiera llorado por horas, mi corazón se precipita al suelo. ¡Odio verla tan asustada!
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Steven te hizo daño?
Cuando pronuncio la última pregunta, ya está entre mis brazos. La estrecho fuerte contra mí y le digo
que todo estará bien. No sé qué pasó, pero lo importante es que está conmigo y no la soltaré mientras ella
lo decida.
—Llévame contigo, por favor —pide entre hipos—. Ayúdame, John.
—Lo haré, Mel. Vamos. —Ella se separa lentamente de mi pecho, mientras yo entrelazo mis dedos con
los suyos. Caminamos tomados de la mano hasta mi Audi negro donde me espera Mick.
Una vez que subimos al asiento de atrás, le pido que nos lleve a casa. Rodeo el hombro de Melissa y
la sostengo contra el costado de mi cuerpo. Ella se relaja débilmente sobre mí, mientras desliza su brazo
por mi abdomen. Su aroma dulce y la tibiez de su cuerpo permiten que mis propios músculos se relajen.
Desde que la vi en el estacionamiento, mi corazón comenzó a latir fuerte y no sabía cómo calmarlo. ¡Ella
fue mi medicina!
—Bienvenida a casa —digo cuando cruzamos la puerta principal. Ella abre su boca, formando una
perfecta “O” con sus labios, mientras sus ojos miran con admiración el espacio abierto que ofrece el
recibidor. Asumo que no vivía en una buena casa con Steven, seguro la mantenía cautiva cuchitril de mala
muerte. Esa idea me estremece y me repugna a la vez. ¡Odio a Giuseppe y a toda su prole!
—Esto es… —pronuncia con un silbido.
—Eso quiere decir que te gusta —comento con una leve sonrisa—. Mi casa es tu casa, Mel. Ahora,
imagino que quieres cambiarte de ropa, quizás tenga algo que te puedas poner mientras Mick te compra
ropa nueva —le sugiero, ella asiente sin moverse de su lugar—. No tengas miedo, Melissa. Aquí estarás
a salvo.
—No tienes idea de quién es Steven. Él no se quedará tranquilo hasta encontrarme y no tardará mucho
en hacerlo —dice con escepticismo.
Mis pulsaciones se elevan cuando veo el nerviosismo crecer en su mirada y en sus manos temblorosas.
Quiero que se sienta segura conmigo, que sepa que él no le hará daño mientras esté aquí.
Me cohíbo de abrazarla porque no quiero incomodarla, aunque minutos atrás estaba contra mí en el
asiento del auto, pero fueron otras circunstancias.
—Mientras estés aquí, nada te va a pasar. Ahora mismo, reforzaré la seguridad en casa. Tú solo
preocúpate por darte una ducha y descansar. Ven, te mostraré tu habitación —extiendo mi brazo hacia ella
y espero que deslice su mano contra la mía. Lo hace. Caminamos un pequeño trayecto hasta una de las
dos escaleras que llevan a la planta alta, dividiendo la mansión en dos alas separadas. Tomamos la de la
derecha que conduce al pasillo donde está mi habitación.
—Yo estaré al lado, por si necesitas algo. Bajaré a hablar con Sandra para que te traiga algo de ropa,
toallas y esas cosas.
—Gracias, John —musita con las mejillas ruborizadas. Me impresiona que conserve ese tipo de
inocencia a pesar de lo dura que ha debido ser su vida con Steven. Me provoca abrazarla fuerte y no
soltarla jamás, pero tengo que conformarme con que esté aquí. Y si decide ir a otro lugar que no sea
conmigo, lo aceptaré.
Salgo de la habitación y bajo a la cocina para decirle a Sandra que se ocupe de Melissa y la haga
sentir lo más a gusto posible. Luego, voy a mi oficina para hablar con Alex. Necesito que redoble el
sistema de seguridad de la casa. Si Melissa tiene razón, lo mejor es prevenir. Mi segunda llamada es para
Taylor. Lo dejaría fuera si no fuese mi abogado, pero solo confío en él para hablar de esto. Él dice que
puede ser peligroso tenerla en mi casa. Entiendo su preocupación y quizás tenga razón, pero es un riesgo
que estoy dispuesto a correr. Prometí protegerla y eso haré. Mi última llamada es para ordenar una pizza.
Imagino que está hambrienta y es la opción más rápida y sencilla.
Subo de nuevo las escaleras y me meto a mi habitación, sin sucumbir a la idea de tocar a la puerta de
al lado. Decido darme una ducha rápida, aunque me lleva más de lo pensado. Saber que detrás de estas
paredes se encuentra Melissa, quizás desnuda, húmeda y frotando su cuerpo sensual y perfecto con un
jabón de tocador, me pone tanto, que termino con mi mano empuñando mi excitación hasta acabar con
cada letra de su nombre en mi boca.
Selecciono unos pantalones negros de chándal y una camiseta blanca y me visto con ello. No suelo
perfumarme antes de dormir, pero hoy no es cualquier noche, hoy tengo a Mel bajo mi mismo techo.
Salgo de mi habitación sin preocuparme por calzarme los pies, quiero que ella se sienta en confianza y
eso solo lo lograré manteniendo mi rutina habitual.
Bajo con rapidez las escaleras cuando escucho el timbre, debe ser el chico de la pizza. Llevo en mi
mano un par de billetes para pagar la tarifa, y un poco más para su propina. Una vez que tengo la caja en
mis manos, subo de nuevo a la planta alta. Por unos segundos, dudo si tocar o no, pero luego lo hago. Ha
pasado tiempo suficiente y lo más seguro es que Melissa haya salido de la ducha.
—Pensé que tendrías hambre —digo cuando ella abre la puerta. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus
labios y luego me invita a pasar. Está usando un pijama rosa de algodón de pantalón corto y una camiseta
de tiras finas. Debe ser de la hija de Sandra, pero sin duda Mel lo completa mejor. Sus pechos se ven
firmes, al igual que sus pezones, empujando hacia arriba la diminuta pieza de la camiseta, dejando al
descubierto una pequeña franja bronceada de su abdomen. Mis ojos se mueven involuntariamente por
cada parte de su cuerpo, dibujándolo con mis pupilas sin ninguna reserva, hasta llegar a sus pies. Poco
después, inicio el ascenso, deteniéndome unos segundos en sus piernas, que son las más perfectas que he
visto en mi vida.
¡Mierda, me estoy ganando una jodida erección!
Mel rodea su cintura con incomodidad mientras se mira los pies.
¡Qué imbécil soy! ¡Se dio cuenta que la estaba follando con los ojos! Tengo que ser más cuidadoso.
Por mucho tiempo, Steven la usó como un objeto sexual y no quiero que piense que es lo mismo para
mí.
Aclaro mi garganta antes de decir:
—Espero que te guste la pizza, ordené una con jamón.
—Como de todo, menos hígado, riñón o corazón —advierte con una risita nerviosa.
Me gusta más cada segundo. No solo es hermosa, también encantadora, y quiero saber más de ella,
hasta la cosa que considere más insignificante de su vida.
—¿Qué te gustaría to-tomar? —balbuceo como un tonto.
¡Concéntrate. John! Ese pensamiento te está llevando a un camino peligroso.
—Lo que elijas, está bien para mí —dice sin inmutarse. Eso me decepciona. Me gustaría alguna
reacción de su parte que me haga pensar que le atraigo aunque sea un poco, pero quizás esté pidiendo
demasiado. Ella ha estado por años bajo el yugo de Steven y lo más seguro es que le sea difícil confiar en
los hombres. Sin embargo, aquí está. Cuando se sintió en peligro, recurrió a mí, y eso lo vale todo.
Le entrego la pizza y voy por las bebidas. Cuando vuelvo, está sentada sobre la alfombra con la caja a
sus pies, sin destaparla. Me siento a su lado y le entrego una lata de Coca-Cola junto con algunas
servilletas.
—¿Te gusta el picante? —pregunta cuando ve la salsa Tabasco que puse junto a mi lata de refresco.
—Sí ¿a ti?
—Oh, sí. Mi papá odiaba cuando le ponía picante a la pizza —dice con ligereza, mientras elige un
triángulo de pizza y le pone un poco de picante.
—Por tu acento, noto que eres latina —comento. Sé eso, pero quiero que entre en confianza y me hable
de su vida.
—Venezuela —murmura, cubriéndose la boca con la mano. Le había dado una mordida a su trozo de
pizza.
—Nunca he ido a tu país, pero dicen que es hermoso.
—Bueno, yo solo te puedo hablar de Maracaibo, mi ciudad natal. Y también algo de Caracas, la
capital. Ahí estuve unos días antes de venir aquí.
—¿Qué me puedes decir de Maracaibo?
—Oh, le llaman “La Tierra del Sol Amada” y no es un eufemismo. Hace mucho calor, pero es una
buena ciudad. Los maracuchos somos gente divertida, echada pa´ lante… ocurrente. Somos conocidos
por nuestro dialecto particular.
—¿Maracuchos?
—Sí, sí. Así nos llaman —sonríe.
—¿Y cómo es ese dialecto? —curioseo. Vuelve a sonreír. Hablar de Maracaibo la hace feliz, anotado.
—Es que no entiendes español. No tendría sentido.
—Inténtalo —pido. Ella se limpia la boca con una servilleta, yergue su postura y dice:
—Por ejemplo, si vas caminando por la calle, y tropiezas con alguien, lo más seguro es que te griten
“¡Llévame pa´ tu casa, mijito!” —lo dijo en inglés, pero el tono fue de lo más divertido.
—Me gusta. Anotaré Maracaibo en mi lista de los lugares que debo visitar antes de morir —solvento.
La sonrisa comienza a desdibujarse de sus labios al instante—. ¿Estás bien?
—Sí, es que… tengo muchos años sin ir a casa y… olvídalo —disuade.
—Puedo llevarte si eso quieres. A las demás chicas las reubiqué en distintas partes del país. Algunas,
volvieron a casa con su familia.
No quiero que se vaya, pero si desea volver a Maracaibo, haré todo lo posible.
—¿Alguna de las chicas vino a tu casa? —pregunta con inquietud.
—No, eres la primera que vine aquí. Tengo a personas encargadas en la fundación para reubicarlas.
—¡Oh Dios! Creo que hice mal al abordarte de esa forma. Te puse en una posición incómoda —
lamenta sonrojada.
—No digas eso. Estoy feliz de tenerte aquí. Tú eres… especial —admito mirándola a los ojos.
Durante varios segundos, sus pupilas se fijan a las mías con una mirada profunda y, a la vez,
atemorizante. Nunca pensé que llegaría el día que consideraría a una mujer “especial” y menos que mi
corazón ardería con tal intensidad, gritando por un poco de atención.
—No soy la gran cosa, John —desdeña.
—Pues así lo siento. No pude evitar que esto pasara.
—¿Qué quieres decir? —pregunta, dejando el resto de la rebanada de pizza sobre la caja.
—Pensar que eres especial. No sé cómo explicarlo. Nunca me había sentido así con ninguna de las
chicas que saqué de La Perla. Incluso, con nadie más —digo sin cavilar en mis pensamientos. No quiero
mentirle.
—No sé qué decirte. Yo…
—No te pido que digas nada, Mel. Termina tu pizza y luego te dejaré sola para que descanses. —Ella
titubea un poco, pero vuelve a tomar el trozo que dejó en la caja y se lo lleva a la boca.
Fui muy lejos con mi estúpida confesión, tan bien que la estábamos pasando.
—Aunque me gustaría otro trozo, no puedo más —confiesa con una media sonrisa—. ¿Qué miras?
—Que tienes algo aquí —digo, pasando mi pulgar por la comisura de su boca para limpiarla. Ella se
humedece los labios con suavidad, sin saber que con eso me está incitando a besarla.
—Gracias… por todo. No tenías que hacer nada por mí y quizás ni lo merezca.
—¿Por qué piensas que no? —pregunto, acercándome un poco más a ella. Lentamente, deslizo mis
dedos por su mejilla, marcando un trayecto que me lleva a su cuello. Su piel se eriza ante mi toque y me
pide más, lo sé porque está ladeando la cabeza para darme acceso.
—Lo digo porque… soy… —balbucea con la voz pausada. Mis dedos siguen trazando líneas rectas
desde su cuello hasta detrás de su oreja, incitándola.
—¿Eres? —murmuro con voz ronca.
—Nadie —dice con un hilo en su voz.
Me aproximo más a ella, haciendo casi nulo el espacio que nos separa, y me bebo el aliento que se
escapa de sus labios entreabiertos. La miro fijo a los ojos, esperando su rechazo o algún indicio de que
no quiere esto, pero algo en su mirada me dice que lo desea igual que yo.
Muevo con sutileza mis labios contra los suyos, casi como una caricia infructuosa, pero que para mí es
como el centellar de un relámpago. Deslizo mi palma abierta por la curva de su espalda y la pego más a
mí. Sus turgentes pechos chocan contra mis pectorales, encendiendo mi deseo a magnitudes colosales. La
deseo. Es una necesidad tan grande que mi corazón no parece latir en mi pecho, sino estallar como una
bomba expansiva. Acaricio la piel sedosa y firme de su espalda baja, mientras tiro de su carnoso labio
inferior, ese que ansié besar desde que la vi por primera vez. Sigo pensando que en cualquier momento
me va a empujar para detener el beso, pero pasa todo lo contrario, me corresponde.
Sus labios se mueven contra los míos, con una ansiedad tan vehemente como el deseo que despertó en
mí, y le correspondo con la misma voluntad. Introduzco mi lengua dentro de su boca y encuentro
placentero el sabor del Tabasco en la suya. Hoy más que nunca, amo el picante. Con la mano que tengo
libre, hundo mis dedos en su sedoso cabello mientras sigo besándola sin querer detenerme. Mierda que
no. Sin embargo, hay algo que falta, ella no me toca, solo deja que yo la bese y la acaricie. Eso enciende
una alarma en mi cabeza que me hace parar. Su respiración crepita con dificultad, en consecuencia a
nuestro beso pasional. Busco su mirada y me resisto a hacerle la pregunta, pero necesito saber.
—¿Por qué no me tocas, Mel? —su mirada se precipita al suelo y eso me descompone en mil piezas.
—Es que él… si no lo pedía… —Su voz se fragmenta de modo que le cuesta hablar—. Lo siento, John
—gimotea y se levanta del suelo. Trato de alcanzarla, pero es más rápida que yo y corre a esconderse en
el baño.
Joder, John. ¿¡Tenías que abrir tu estúpida boca!?
—Lo siento, Melissa. Mi intención no era herirte —digo detrás de la puerta del baño. Puedo escuchar
sus sollozos desde aquí, lo que empeora mi sentimiento de culpa.
—Tú no hiciste nada malo, John.
—Siento que sí —contradigo.
—Me gustaría no tener un pasado tan oscuro, pero lo tengo y no creo que pueda desligarme de él. Ese
beso no debió ser —sentencia. Sus palabras mitigan los pálpitos de mi corazón. Para mí, ese beso lo fue
todo y no me arrepiento ni por un segundo.
—Cuando te veo, cuando te siento, no hay nadie más que tú. No me importa tener que pelear contra esa
oscuridad, Mel. Tú mereces el riesgo.
—No me conoces, John. Tienes la idea de que sí, pero no es así.
—Entonces, dame la oportunidad de hacerlo.
—¡No! Prefiero que me idealices antes de que descubras mi interior —Lo dice gritando y llorando a la
vez. Me mata—. Si quieres mi cuerpo, te lo daré. Es lo único que realmente puedo ofrecer.
Mierda, Mel. Ese maldito te ha herido de tantas maneras que lo único que siento es un profundo
odio por él.
Lo haré pagar por ella, por cada mujer que ha lastimado. Lo juro.
—No hables así, Mel. Tú vales más de lo que ese imbécil te hizo creer. No eres un envase que se usa y
se desecha. Ninguna mujer merece ese trato. Nadie, Melissa.
—Necesito estar sola, por favor —ruega.
—Está bien. Pero si quieres hablar, o cualquier cosa, solo toca mi puerta. No importa si es de
madrugada o muy temprano, estaré a unos metros de ti.
—Gracias, John. Buenas noches —dice en un tono más sereno.
—Buenas noches, Melissa.

6
Después de lo que pasó anoche, no sé cómo actuar con Melissa. No estoy seguro de si ese beso
significó para ella lo mismo que para mí, o si cambia en algo nuestra relación, si es que se le puede
llamar así a lo que pasa entre nosotros.
Pensé mucho en lo que apenas pudo balbucear cuando le pregunté por qué no me había tocado. «Es que
él… si no lo pide», quiere decir que Steven no la dejaba tocarlo, y como es lo único que conoce,
reaccionó igual conmigo. La pregunta es, ¿le gustó lo que pasó en esa habitación? Joder, espero que sí.
La mañana siguiente, decido quedarme en casa con Mel. Necesitaba saber cómo pasó la noche o qué
quiere hacer a partir de ahora. Todo depende de ella. Si me pide que la lleve a Venezuela, lo haré. Si
quiere quedarse conmigo, estaré más que feliz.
Como si fuera un adolescente enamorado, mi corazón palpita fuerte mientras avanzo hasta la puerta de
al lado. Tomo una gran bocanada de aire antes de golpear la madera dos veces con los nudillos y luego
espero.
Pasos se aproximan a la puerta, el pomo gira y hace clic, la madera se desliza suavemente hacia dentro
y entonces la veo. No se trató de un sueño.
—Buenos días, Melissa. ¿Dormiste bien? —Mi tono es casual y sereno, contrario a las emociones que
lucho por esconder.
—Buenos días —Sus labios forman una sonrisa tímida y preciosa—. Sí, dormí muy bien, tienes un
colchón muy suave.
Quiero rodear su cintura, pegarla a mí y besarla hasta que el aire abandone mi sistema. Me contengo.
—Veo que Sandra te trajo la ropa que pedí para ti. ¿Te gusta? —Está usando jeans, una blusa rosa
holgada y sandalias bajas. Intento olvidar que sé exactamente cómo luce su cuerpo sin ropa, pero es tan
difícil…
—Sí, gracias. Me siento como Julia Roberts en Pretty Woman[2] —bromea.
—¿Y eso es bueno o malo? —pregunto inquieto.
—Es bueno, John. —Vuelve a sonreír.
No quieres besarla.
¡No quieres besarla!
—Tú… me imagino que… ¿tienes hambre? —tartamudeo.
Y hasta aquí llegó mi cordura.
—La verdad, sí. Que mi figura esbelta no te engañe, como mucho. Mi papá decía: «prefiero vestirte
que darte de comer».
Ahora que menciona a su padre, se viene a mi cabeza la interrogante que me ha estado agobiando
¿quiere volver a Venezuela o quedarse conmigo? Tengo miedo de descifrar el enigma al formular la
pregunta, porque ¿y si decide marcharse? No estoy preparado, quiero más tiempo con ella. Aunque
mantenerla aquí empeorará las cosas; sé que si sigue cerca, me enamoraré y entonces no podré vivir sin
ella.
—John ¿me escuchas?
—Sí, sí. Lo siento. Vamos por ese desayuno.
Mel cierra la puerta de la habitación y camina a mi lado hasta llegar a la cocina donde Sandra está
terminando de preparar su especialidad: omelette. La invito a sentarse en uno de los taburetes del
desayunador mientras yo ocupo uno a su lado.
Ellas ya se conocieron, aunque mi ama de llaves no sabe que Melissa es una stripper, y mucho menos
que está huyendo de su proxeneta.
—Buenos días, señor Stuart. Señorita Melissa —dice reverente.
—Dime solo Melissa —me rio.
—No lo lograrás. Tengo años pidiéndole que solo me diga John, y ya ves.
No tengo que ver la cara de Sandra para saber que está sonriendo. Hemos tenido esa discusión muchas
veces, pero la mujer es terca como mula.
—Espero que le gusten los huevos —dice, deslizando los platos hacia nosotros. Dos vasos de jugo de
naranja se suman al desayuno, junto con pequeños tazones que contienen melón cortado—. También hay
café, si gusta.
—Café, claro. Nunca empiezo una mañana sin café —asegura Mel con esa sonrisa que, cada vez que la
veo, me cautiva.
Cuando pensé en cómo sería esta mañana, jamás me imaginé que todo fluiría con tanta ligereza. Estaba
preocupado pensando que sería raro, pero ella se ve muy tranquila, como si fuera normal estar conmigo.
Espero que sea real y que no esté viendo las cosas como no son, influenciado por mis emociones.
La invito a mi oficina después de desayunar, quiero que sepa cómo se hace todo en la fundación y las
oportunidades que ofrecemos para que así tome su decisión. En una situación normal, la llevaría con
Martha, pero ella aún corre peligro y no puedo exponerla.
Melissa se queda ensimismada luego de que le explico cómo se hacían las cosas en Cambiando el
Futuro. Creo que fui muy lineal y metódico. Martha es la buena en esto, yo solo firmo cheques y abordo a
las chicas.
—Dime algo, por favor.
—Volver a casa no es una posibilidad. Y otra ciudad… no sé —titubea.
—¿Y qué dices de quedarte conmigo? —propongo, mi corazón late a mil por horas.
Di que sí.
—¿Con-contigo? —balbucea—. ¿Qué implica eso?
Lo que quieras que implique, quiero decirle, pero no puedo ir en esa dirección. Al menos, no en este
instante.
—Tengo muchas habitaciones disponibles, como puedes ver. Te propongo que te quedes aquí bajo tus
condiciones. Si quieres irte, eres libre. No pienses en esto como una prisión, solo quiero ayudarte —
respondo con mi cara de póker en todo su potencial. No quiero ponerme en evidencia.
—¿Sin nada a cambio? Eso no me parece justo —puntualiza.
—Las otras chicas no me retribuyen de ninguna forma. Con que estén fuera de los clubes, me basta.
¿Por qué tendría que ser diferente contigo? —digo con frialdad. Comienza a cabrearme el hecho de que
piense que me debe algo.
Su gesto se contorsiona y aparta la mirada. ¡Creo que la cagué!
—Lo que quiero decir es que no tienes que darme nada a cambio. No espero que me pagues de ninguna
forma.
—Entiendo, sí, pero a mí me enseñaron a ganarme el pan. Me sentiré inútil viviendo aquí como la
princesa de los cuentos. Steven controló mi vida por años y creo que es momento de tomar mis propias
decisiones.
—¿Qué propones entonces?
—Quiero trabajar en la fundación. —Su respuesta fue instantánea, no tuvo ni que pensarlo, lo que me
da a entender que ya lo tenía claro.
—Eso me gustaría, Mel. Es bueno contar con alguien que entiende lo que es salir de ese mundo.
—Las chicas que has ayudado, ellas no han vivido la peor parte. Existen lugares terribles, John. He
visto cosas que… —La voz le falla y comienza a llorar. Noto el dolor en sus ojos, y el temblor de su
cuerpo, y eso despierta en mí un instinto protector que jamás había experimentado.
Me pongo en pie, rodeo el escritorio, y camino hasta ella. Su rostro está escondido entre sus manos
mientras solloza con agonía. Sin dudarlo ni un instante, la estrecho contra mí y le prometo que todo estará
bien, que nunca más volverá con Steven. Es indescriptible lo que siento, gran parte de mi corazón duele,
y lo que resta de él, hierve de odio por Giuseppe, por Steven… por todos los malditos hombres que
someten y ultrajan a las mujeres para su placer. Es bajo, ruin y cruel. Todos ellos deberían desaparecer,
harían del mundo un mejor lugar.
—Steven lo va a pagar, Melisa. Te lo prometo —murmuro sin dejar de abrazarla.
—No, John. No hagas nada. ¡Él puede matarte!
—No le tengo miedo a Steven ni a nadie —digo con determinación.
—No sabes de lo que hablas, a él no le tiembla el pulso ni un poco. No tendrá piedad, John. Acabará
contigo sin que puedas evitarlo y no puedo permitir que eso pase. No puedo perderte. —Su voz es un
ruego.
—Si yo faltara, no quedarás desprotegida. Lo hablé con Taylor, él se va a asegurar de que estés a
salvo.
—No lo digo por eso. Lo digo porque… me importas. —confiesa.
—¿Te importo? —pregunto con suspicacia.
—¡Ay Dios! Esto es tan vergonzoso. —Se cubre el rostro con las manos una vez más. Doy dos pasos al
frente, aparto sus manos y le pido que me mire. No está mal que sienta algo por mí, nada mal. Ni un poco.
—Entonces yo debería estar más avergonzado porque me enamoré de ti —admito de una vez por
todas. No le veo sentido a ocultar mis sentimientos. Ella debe saberlo.
—John… —pronuncia con una exhalación débil—. Tú no me conoces ¿cómo puedes decir que…? es
ilógico. —reniega.
—Quizás, pero es cierto. Eres la primera mujer que me hace sentir así, y no necesito comprenderlo ni
saber más de ti, solo sucedió. Me enamoré de ti —acaricio sus mejillas con mis pulgares, ella cierra los
ojos. Está luchando por entender mis palabras y no sé cuál será su veredicto.
Necesito hacer algo que termine de convencerla, que le haga saber que no son solo palabras, y no
encuentro otra forma más que besándola.
Sus labios corresponden a los míos, no le soy indiferente, pero sus manos siguen sin intentar tocarme,
lo que provoca que un fuerte dolor apriete mi estómago como si me hubieran dado un puñetazo.
—Puedes tocarme si quieres, no tienes que esperar que te lo pida —murmuro contra su boca.
Su cuerpo se tensa unos segundos, pero luego se relaja contra mí. Lentamente, sus manos se pasean por
mis brazos hasta descansar en mis hombros. Deslizo las mías por su espalda y la pego más a mí.
Adoro la forma en la que nuestros cuerpos encajan, como se vuelven más tibios… como su fragancia y
la mía se mezclan. Cada segundo, me da más de ella: besos más profundos, caricias verdaderas, de esas
que te hacen hervir la piel.
La intensidad de mis sentimientos subyuga mi razón. Ya no quiero esperar, no sé si pueda. Tenerla en
mis brazos es irreal, casi fantasioso, y temo que no esté más que soñando. Si así se siente el amor,
entonces no sé a qué le temía.
Mi boca abandona la suya y se aventura a su cuello con besos húmedos y lametazos ávidos de deseo.
Quiero desnudarla, recorrer cada parte de su cuerpo con mis labios… hacerle el amor.
—John… creo que… —jadea—. Esto es… no puedo.
Está temblando. ¿Desde cuándo? No lo había notado. ¡Soy un idiota!
—Lo siento, me dejé llevar. Lo siento mucho. —Me disculpo, abrazándola fuerte hacia mí. Ella se
deja vencer en mis brazos y llora.
—Gracias, John. Gracias, gracias —repite con voz temblorosa.
—No, Mel. No agradezcas, por favor. No pasará nada que tú no quieras. —La reconforto, acariciando
su espalda mientras respiro débilmente contra su sedoso cabello. Huele a limpio, a aire fresco… a un
puñado de flores.
—Quiero, John, pero no puedo. No puedo. —Se desliza fuera de mí y sale corriendo de mi oficina. No
la sigo, sé que necesita su espacio, tanto como yo requiero un momento para recomponerme.

***
Han pasado tres semanas desde que Melissa vive en mi casa. Los días transcurren con ella en la
fundación y conmigo en la empresa. Al llegar la noche, cenamos en el comedor o en la cocina, y luego
vamos a la sala de estar o al salón de entretenimiento para ver una película. Nuestra relación sigue sin
definirse. Nos besamos casi todas las noches, pero es todo. Ella duerme en su habitación y yo en la mía.
No quiero presionarla a más, sé que no está lista y me conformo con besarla y tocarla, peor sería no
tenerla.
Eventualmente, Melissa me habló de su familia, se mostró muy emocionada y nostálgica mientras
nombraba a cada uno, en especial a su hermana Mili. Me dijo que le gustaría llevarme a Venezuela para
que los conociera y también para mostrarme los lugares más hermosos de su país. Sonrió mucho en esa
charla. Yo le conté de mi madre, sin entrar en los detalles dolorosos. No fui capaz de admitir el motivo
por el que rescato strippers, tampoco sabe que Steven y yo compartimos sangre y progenitor.
Decidí dejar de frecuentar La Perla para no atraer la atención, aunque mi plan de acabar con Giuseppe
y Steven sigue en pie, pero no le hablo de eso. No quiero involucrarla.
En cuanto a Steven, no hemos tenido noticias de él. Estamos siendo cuidadosos, Mick la lleva a diario
a la fundación y dos guardaespaldas la custodian todo el tiempo. No salimos de casa y tampoco
frecuentamos restaurantes para no correr riesgos, pero creo que en algún momento eso tiene que cambiar.
No podemos escondernos por siempre.
—¿Crees que este vestido sea adecuado para la cena de hoy? —Desde la palabra adecuado, perdí el
sentido del habla. Se ve hermosa y sensual. Ese vestido negro se ciñe a sus curvas de una forma agónica,
y la línea del escote en forma de corazón es una invitación para tocar sus redondos y firmes pechos. Esto
es una tortura, sí, la peor de todas las torturas—. Eso es un sí —dice con una sonrisa.
Asiento, porque estoy completamente enmudecido ante su innegable belleza.
Mel se acerca mí y me da un beso cálido en los labios; huele a chocolate mezclado con flores
silvestres. Amo su aroma, sus labios… sus ojos avellanas. Amo a esa mujer con tanta fuerza que me
atemoriza. ¿Qué haré si un día la pierdo? La idea por sí duele con vileza. Ese es el peligro del amor, que
te ata tan duro que sabes que nunca más podrás escapar. No me quejo de la opresión, me preocupo por la
dependencia.
—Espero que estés listo cuando vuelva —musita antes de irse a su habitación.
Me dejo caer en el colchón y escondo mi rostro entre mis manos. Es abrumador saber que existe una
mujer que puede dominarme de esa forma, y más temible comprender que tiene todo el poder de mi
existencia en sus manos.
Media hora después, bajamos las escaleras rumbo a la sala. Me decanté por pantalones negros,
mocasines y un jersey gris cuello en “V”. Llevar trajes a diario es sofocante, y solo seremos Mel, Taylor,
Sabrina y yo.
Mi hermano la conoce, han hablado varias veces, pero es la primera vez que nos sentaremos alrededor
de una mesa junto a su suspicaz esposa.
Espero que esto salga bien.
—¿Estás nerviosa?
—Un poco, sí.
—Sabrina es muy divertida, ya verás. Y Taylor, a ese lo controlo yo —aseguro con una media sonrisa.
—No le gusto —musita sin mirarme.
—¿A Taylor? Mierda, espero que no porque tendríamos un gran problema —bromeo.
—Hablo en serio, John. Me mira… con recelo.
—Creo que es más por el hecho de que nunca me vio enamorado.
Ni me inmuto al decirlo. Melissa sabe lo que siento por ella, se lo he dicho muchas veces. Ella es más
reservada, nunca se refiere a mí con ninguna palabra dulce, pero sé que siente algo por mí. La forma
cómo me mira y cómo me acaricia, me lo hace saber. Nadie finge algo así.
No mentiré, me gustaría que su boca pronunciara un te quiero, pero soy hombre, no se supone que le
tenga que preguntar qué siente por mí… aunque quiera.
Joder, tan duro que trabajé para crear este personaje hostil y sin corazón, y miren ahora, rebajado
a nada, a un tonto que quiere escuchar dos palabras cursis y, peor, darle una etiqueta a esta relación.
Novia, sería algo muy tonto de decir ¿no?
—Tenía mucho tiempo sin pensar en la palabra amor —murmura con tristeza.
—¿Lo amaste alguna vez? —pregunto con reserva.
—Era muy joven y tonta. Se trató más de un deslumbramiento que de amor. —Sé que es difícil para
ella hablar de esto, el tono de su voz y su mirada me lo dice, pero está dispuesta, quiere compartirlo
conmigo.
—Sé que es muy apresurado para decir más, pero tengo fuertes sentimientos por ti, John. Tú haces que
mi vida deje de ser tan oscura. Tus besos, tus caricias… —traga un nudo apretado en su garganta y luego
dice—: Eres el primer hombre que me trata con dulzura a pesar de lo que soy.
La tomo por la cintura, la siento en mi regazo y desplazo suavemente mi mano por su columna,
recorriendo el camino de su espalda, cuello y mejilla. Todo mis movimientos fueron premeditados, con la
sola intención de hacerla sentir amada.
—Para mí, eres más de lo que veo. Eres hermosa, sí. Verte, tenerte cerca, enciende mi pasión, pero
hay más de ti para amar que tu cuerpo, me importa más tu corazón.
»Sé que no elegiste esa vida, sé que hay cosas que nunca podrás borrar, pero me enamoré de ti, de lo
que tus ojos me dicen, de la chica que sonríe con naturalidad al hablar de tu familia; de la misma que me
sorprendió una mañana con dos arepas hechas con sus propias manos. Sabes qué, me enamoré de ti desde
que te vi por primera vez.
Mel acaricia mi mandíbula, barre mi barba, toca mis orejas y se detiene en mi cuello. Y mientras sus
manos me palpan con dulzura, observo sus ojos, esas pupilas color caramelo que he aprendido a estudiar,
y veo duda, dolor e incertidumbre en su mirada. Pero no por mí, sino por lo que ese hombre la obligó a
ser.
—No me importa que fueras stripper, solo me importas tú.
—Lo sé, John. Eres el mejor hombre que he conocido y mereces ese mismo tipo de amor, no las
migajas que te estoy ofreciendo —murmura triste.
—¿Quién dice que son migajas? Lo que me has dado en las últimas semanas, son mucho más que
migajas. —Ella cierra los ojos y separa ligeramente sus labios, deleitándose con las caricias que reparto
por su espalda. Son sutiles, tiernas, las más dulces que mis manos le pueden brindar, para así
convencerla de que aprecio todo lo que me da, hasta si solo es una pequeña sonrisa.
—Tu corazón fue herido, Mel. Estuviste sometida a demasiado dolor, a cientos de injusticias, y no
espero que me ames de la noche a la mañana.
—Pero tú…
—Sí, no se me hizo difícil amarte. ¿Sabes por qué?, porque creo que siempre estuve esperándote. Pero
tú estás en otro punto, necesitas tiempo para sanar, y yo estoy dispuesto a esperar.
—John, yo… —El timbre de la entrada suena y corta las palabras de Mel.
—Hablaremos después. —Le doy un beso tierno en los labios y luego la insto a que se ponga en pie.
Tenemos que recibir a mi hermano y a su esposa. Caminamos juntos hasta la entrada, pero Sandra ya se
nos ha adelantado.
—Siento la demora. Mi esposa no encontraba el labial adecuado que combinara con su barniz de uñas.
—bromea Taylor. Sus brazos no tardan en rodearme y me da dos palmadas fuertes en la espalda.
—Hola, Sabrina —La saludo con un beso en la mejilla—. Te presento a Melissa Sánchez. Mel, ella es
Sabrina.
Mi cuñada es rubia con delicados ojos verdes y un cuerpo menudo y esbelto. Es bajita, no creo que
mida más del metro cincuenta y tres, pero no por eso deja de ser letal. Es una abogada temible que ha
ganado cientos de casos. Se especializa en divorcios, más que todo, de esos escandalosos y sonados. Tay
es más de casos penales y de dar asesoría empresarial.
Mi cuñada le ofrece una sonrisa y no se limita a estrecharle la mano, la abraza. Creo que Taylor la
contagió.
Los invito a la sala mientras esperamos que Sandra termine la cena. Ellos ocupan un sofá frente a
nosotros y se toman de las manos. Yo me siento en el otro junto a Melissa, quien juguetea con sus dedos
con impaciencia. Sostengo una de sus manos y beso sus nudillos, uno a uno. Sonríe.
—A Melissa le dieron una beca para leyes en la Universidad de Boston. Estudió un semestre ¿no es
así? —comento.
—Casi dos, pero fue hace muchos años —dice con nerviosismo.
—Es una pena que lo dejaras, aunque nunca es tarde para retomar. Tengo algunos contactos en la
universidad, por si quieres volver —ofrece Sabrina.
—Oh, gracias, pero creo que ya es demasiado tarde.
—¿Tarde? Pues no conociste a Arturo. Tenía unos sesenta años cuando inició en Harvard, se sentaba a
mi lado y era quien más participaba —refiere mi cuñada.
—¿Harvard? Guao, eres de la élite —dice Mel con admiración.
—No es la gran cosa, mis padres donan demasiado dinero y no me negarían “el derecho”, pero mejor
hablemos de ti. ¿Qué tal te trata don gruñón?
—¿Quién, John? —pregunta desconcertada.
—Oh, es que quizás a ti te muestra el lado tierno —bromea Sabrina.
—Un lado que recién está descubriendo —añade Tay.
—No exageren, Melissa va a pensar que era una bestia —replico de buen humor.
—Lo eras —reafirma mi hermano.
—No todos somos unos ositos cariñositos —disparo contra él.
—No vayan a comenzar con sus disputas infantiles. A veces parece que tienen diez años —satiriza
Sabrina.
—Hablando de niños… —comienza Tay.
—No me digas que estás embarazada —pregunto, sonando inexplicablemente perturbado.
—No, pero estamos pensando en comenzar a intentarlo —contesta Sabrina.
—Tranquilo, John. No estamos pensando en usarte de canguro —bromea mi hermano.
En realidad, no sé porqué me alteró tanto creer que iban a tener un bebé. Ni que fuera mi asunto. Puede
ser debido a que hasta hace unos meses atrás no pensaba que tendría una novia, mucho menos más que
eso, y heme aquí, con una hermosa mujer viviendo bajo mi techo.
Mel y yo no estamos cerca del tema “bebés”, ni mucho menos de la palabra “matrimonio”, pero creo
que en algún momento sucederá, y la idea de que mi hermano menor esté comenzando a intentar tener los
suyos me hace cuestionar qué pasará cuando llegue a ese punto de mi vida. ¿Qué pensará Melissa de
esto?
La miro de soslayo y noto que se está mordiendo el labio inferior con nerviosismo. ¿Estará tan
asustada por ese asunto como yo?
—La cena está lista, señor Stuart.
—Bien —digo dando un salto del sofá, encontrando en la intervención de Sandra un salvavidas.
—En serio ¿quién eres tú y dónde está mi hermano estoico con cara de póker? Tendré que pegar avisos
en los árboles para hallarlo.
—Ya, deja tranquilo a John. No ves que parece que va a vomitar en cualquier momento —dice su
esposa. Bufo con fuerza mientras giro los ojos. Ese par está disfrutando a mi costa. Había olvidado lo
inoportunos que pueden ser.
Mel se muestra distraída y poco participativa mientras cenamos. Me pregunto qué rondará por su
cabeza. ¿Estará inmersa aún en el tema “embarazo”, o se sentirá intimidada por Sabrina y Tay? Creo fue
muy apresurado invitarlos.
—Por cierto, John. La gala benéfica es el próximo sábado, y no sé si has pensado en llevar a Melissa,
pero sabes que estas cosas hay que resolverlas con tiempo. Claro, que por tres mil dólares cada plato,
hasta añaden otra mesa para ti.
Gracias, Sabrina, por agregar más tensión a la cuerda que está por romperse.
—Lo hablaré más tarde con Melissa y te aviso —respondo con frialdad. No veo la hora de terminar
con esta cena para hablar con ella en privado, se ve incómoda, ansiosa, como si no quisiera estar en
medio de esto.
—Perfecto. Si decides ir, podemos ponernos de acuerdo para ir por un vestido. Seguro John no tendrá
problemas con prestarte una de sus suntuosas tarjetas de crédito —añade.
Le lanzo una mirada rabiosa a Tay. Él inclina la cabeza a un lado como diciendo «no tengo que ver en
esto». Sabrina no sabe de la fundación, tampoco que Mel era stripper o que su jodido proxeneta podría
estarla buscando para alejarla de mí. Y ni decir de lo que podría hacerme para vengarse.
—Umm, bueno. No sé si pueda ir… gracias por tu amabilidad —dice Mel con cortesía.
—¿Por qué no podrías ir? —replica Sabrina.
—Creo que no encajaría en una cena tan elegante —argumenta en tono irónico.
—Sí que encajarías. Eres hermosa y no tienes ni que hablar. Siempre salgo de ahí con la mandíbula
entumecida de tanto sonreír —confiere con buen humor.
—Si John está de acuerdo… —comienza Mel.
—Estaría encantado de llevarte conmigo, pero no quiero que te sientas comprometida. No me gustaría
arrastrarte a una cena aburrida en la que puedas sentirte incómoda.
—Entiendo —musita, mordiéndose el labio nerviosamente.
—Nunca he llevado a nadie —añado.
—Hanna quería ir el año pasado.
Entorno los ojos cuando Sabrina dice aquello. No le he hablado a Mel de Hanna. Es incómodo decirle
que mantuve una relación casual cuando ella se siente insegura en cuanto a su pasado.
—¿Era tu novia? —pregunta Mel, mordiendo el anzuelo.
—No.
—¿Y por qué quería ir contigo? —Hay celos en su voz. Ahora que la miro, también lo noto en sus
ojos.
Joder, Sabrina. Tienes que aprender a cerrar la boca.
—Estábamos en una relación abierta y ella a veces se ponía un poco intensa, pero eso ya terminó.
—¿Y la sigues viendo?
—Sí, trabaja en mi agencia —contesto inquieto. Esta conversación se está tornando demasiado
personal, pero evadir las preguntas solo empeorará las cosas.
—¿Por qué?
—Es muy buena en lo que hace. Además, siento que se lo debo —resumo. Mel frunce los labios y deja
el tema así, concentrándose en el tiramisú que dejó Sandra delante de ella hace unos minutos.
Después que mis invitados se vayan, tendré que decirle la verdad a Melissa. Espero que eso no
cambie su percepción de mí.
7
Ni bien Tay y Sabrina salieron por la puerta, Melissa corrió escaleras arriba y se encerró en su
habitación. Le pedí que me abriera para explicarle lo de Hanna, pero se negó y decidí esperar hasta que
estuviera dispuesta. He aprendido a conocerla, sé que necesita tiempo para manejar sus emociones.
Justo cuando parecía que estábamos yendo hacia el camino correcto, todo se va a la mierda por los
comentarios inoportunos de mi cuñada, quien no tardó en disculparse conmigo a través de un mensaje de
texto, pensaba que Mel sabía lo de Hanna. Sí, como seguro ella sabe los nombres de todas las ex de Tay.
Temprano en la mañana, toco la puerta de su habitación con insistencia, y al no obtener respuesta,
asumo que no está dentro. Bajo las escaleras y camino directo a la cocina, esperando encontrarla ahí,
pero tampoco está.
—Buenos días, ¿has visto a Melissa? —Le pregunto a Sandra.
—Buenos días, señor —saluda con una sonrisa amable—. Sí, salió temprano a trotar por el
vecindario.
—¿Sola? —inquiero preocupado.
—No, Mick fue con ella.
Mis pulmones recobran el oxígeno ante su respuesta. Es muy arriesgado que salga sin respaldo. No
entiendo por qué salió se fue así, sin decirme.
Paso del desayuno y solo tomo el café, dando tiempo a que Melissa regrese. Podría llamar a Mick
para saber cuánto falta para que vuelvan, pero no quiero parecer controlador; aunque ella sabe que lo
único que deseo es protegerla, no pretendo tenerla bajo supervisión, como si fuera de mi propiedad.
Cuando el reloj marca las siete y treinta, no puedo seguir esperando; tengo una reunión con uno de mis
más grandes clientes y no puedo faltar. Le escribo un mensaje a Mick, pidiéndole que me avise cuando
Mel vuelva a casa, para estar seguro de que llegó a salvo.
Cuando enciendo mi Audi, la música de Andrea Bocelli comienza a sonar por los altavoces, lo que me
sirve de catalizador para serenarme. Normalmente, soy muy calmado, pero con ella, siento una feroz
necesidad de protegerla, de tenerla siempre cerca de mí. Eso no debe ser normal. Creo que debo pedirle
una cita a mi psicóloga para asegurarme de que esto que siento no está cruzando alguna peligrosa. Y es
que hay demasiada mierda involucrada en nuestra relación; que Steven sea mi medio hermano lo
complica más. Algunas noches, lo único que hago es imaginarla en sus brazos, sometida a él, y eso me
envenena la sangre.
—Buenos días, señor Stuart. La sala de reuniones está lista para usted. Su agenda está libre después de
esa reunión hasta las dos de la tarde, cuando tiene la videoconferencia con los clientes de New York.
—Gracias, Marco. Ahora solo necesito que hagas una cosa: cómprame un nuevo iPhone con contrato
incluido. Lo quiero en mi escritorio antes del mediodía.
—Claro, señor. Iré ahora mismo.
En ese momento, recibo un mensaje de Mick, confirmando que Mel ha llegado, pero que en breve se
irá a la fundación. La noticia me tranquiliza, no podría concentrarme en nada mientras no supiera de Mel.
La reunión se extendió más de lo que pensaba. La campaña de Beauty Sport es la más ambiciosa que
hemos enfrentado en años y el cliente es bastante exigente. Es entendible, está invirtiendo una gran suma
en su nueva línea de zapatos deportivos y quiere lo mejor. Prometimos entregarle una buena propuesta
para el viernes, hoy es lunes. Me tocará trabajar codo a codo con mis publicistas para cumplir con sus
estándares.
—John, espera un momento —pide Hanna detrás de mí. Doy media vuelta y la miro con mi ceño
fruncido, sabe muy bien que no puede llamarme por mi nombre de delante de los demás, eso levanta
suspicacias y además, da pie a que sigan su ejemplo—. Lo siento, no pasará de nuevo, solo quería
preguntarte si recuerdas lo que hablamos de la cena con mi novio. Estamos libres este fin de semana.
—Yo no.
—¿Y el viernes? —propone. Lo pienso un poco antes de responder. Creo que sería bueno que Mel la
conozca y vea que tiene una relación estable.
—Mañana te daré una respuesta, tengo que consultarlo con alguien.
—¡¿Ah, sí?! ¿Alguien especial de quien no me has hablado? —Lo pregunta con naturalidad, como si
fuésemos grandes amigos.
¡Mierda, es verdad! Nadie en la empresa sabe de Mel y no sé si sea un buen momento para
exponerla.
—Sabes cómo soy, Hanna. Nunca ha habido nadie especial —solvento antes de marcharme.
El iPhone que le pedí a Marco está sobre el escritorio cuando entro a mi oficina. Guardo en la agenda
mi número personal, el de la casa, el de la oficina y el de la fundación. Mel está renuente a obtener un
teléfono, pero lo que pasó esta mañana no se puede repetir. Necesito comunicarme con ella de alguna
forma.
Antes que llegara a mi vida, almorzaba en la oficina o en el restaurant más cercano, pero ahora voy a
casa y como con ella. Espero que esté ahí hoy y que podamos resolver los malos entendidos.
Cuando entro a casa, Sandra me recibe con la noticia de que Melissa se siente mal, que está recostada
y que pidió no ser molestada. Su actitud me desconcierta. No la he visto desde ayer, y toda la mañana lo
único que he hecho es pensar en ella. Creo que esta vez tengo que ir en contra de sus deseos, necesito
verla.
Subo las escaleras, a largas zancadas, y le doy dos toques suaves a la puerta de su habitación, no
responde. Vuelvo a intentarlo, pero esta vez, le pido que por favor me deje entrar. La espera me angustia.
Mi paciencia se acaba cuando se trata de ella.
Estoy por tocar de nuevo cuando escucho que la puerta se desbloquea.
—Gracias a Dios. Estaba volviéndome loco, Mel. Sé que hice mal al no hablarte de Hanna…
—Ahora no, John. —Su voz suena frágil, sus ojos están hinchados y rojos, como si hubiera llorado por
horas.
—¿Qué pasa, Mel? ¿Es tu familia? —niega.
—Es Scarlet… está —solloza—. Fue asesinada.
—Ven aquí, preciosa —extiendo mis brazos y ella no duda en recostarse contra mí. Su llanto me
golpea directo en el corazón. Scarlet era su amiga, la única que hizo algo por ayudarla a escapar de
Steven, y ahora está muerta.
—La llamé desde la oficina y su hermana me lo dijo. Pasó hace unos días, la encontraron… fue
horrible, John.
—Lo siento tanto, amor. Sé cuanto la querías —digo, acariciando suavemente su espalda. Su cuerpo se
sacude con cada sollozo y mi corazón se descompone más y más.
—Fue mi culpa, John. Si no la hubiera involucrado… —murmura con profundo pesar.
—¿Crees que ella lamentó haberte ayudado?
—Sé que no, pero igual duele. Scarlet fue muy dulce conmigo, la única amiga que tuve en todo ese
infierno, y ahora… —Las lágrimas empañan sus palabras. La comprendo, el dolor de perder a un ser
querido es muy duro de afrontar.
—Vamos, te llevaré a la cama para que intentes dormir. ¿Comiste algo?
—No desde el desayuno —murmura con tristeza.
—Le pediré a Sandra que te haga una sopa.
—No te vayas, John —pide, prendiéndose de mí con fuerza.
—No me iré.
Camino con ella, sosteniéndola por la cintura, y la ayudo a recostarse en la cama. Me quito los zapatos
y el saco, dejo las llaves y el móvil en la mesita de noche y me acuesto junto a ella. Su cuerpo se siente
tan frágil cuando la abrazo a mí que me estremece. Está sufriendo de nuevo por culpa del maldito de
Steven. ¿Hasta cuándo la lastimará? Ni estando conmigo la mantengo a salvo de él.
La impotencia y la rabia corren en mi corazón con tanta fuerza que si tuviera frente a mí a ese
desgraciado, lo mataría.
Una suave exhalación se escapa de los labios de Mel y me hace olvidar mis deseos de venganza. Ella
está aquí, conmigo, regalándome el privilegio de sostenerla contra mi cuerpo, y en eso debo centrarme.
Es la primera vez que compartimos una cama y, aunque las circunstancias son penosas, me hace muy feliz
tenerla entre mis brazos, saber que le sirvo de consuelo, de refugio. No cambiaría este momento ni por
miles de folladas con cualquier otra.
Cuando se queda dormida, me levanto con sigilo y me meto en el baño para hacer una llamada.
Necesito que Alex investigue lo que pasó con Scarlet y que me diga si dio con el paradero de Steven. Sé
que Melissa podría darme toda la información que necesito, pero ella no está de acuerdo con que vaya
tras Steven y no quiero discutir por eso. Hay cosas que prefiero que no sepa, como mi jodido vínculo
sanguíneo con su ex.
Alex no tiene nueva información, pero dice que investigará lo de Scarlet y que quizás encuentre algún
indicio, basado en ello. Tiene muy buenos contactos con la policía y el F.B.I., el problema es que Steven
sabe muy bien cómo cuidarse las espaldas y es difícil recabar pruebas en su contra.

***
—¿Dormiste bien, amor? —Mel hace una mueca. Es la segunda vez que la llamo así y parece que le
incomoda.
—Te fuiste —se queja.
—No, siempre estuve aquí. —Estoy sentado en un sillón cerca de la cama con mi computadora portátil
en mi regazo.
—Me gustó dormirme en tus brazos —dice con una sonrisa.
—Podemos hacerlo de nuevo, si eso quieres —se sonroja, pero me hago el desentendido—. ¿Tienes
hambre?
—Mucha, siento que dormí por semanas.
—No se diga más, vamos a comer —Me levanto del sillón y dejo la portátil en el asiento. Melissa
abandona la cama y camina junto a mí hasta la puerta. Antes de salir, se detiene y busca mis ojos.
—Lo de ayer… —comienza.
—Te debo una explicación, lo sé —niega con la cabeza.
—Estaba celosa, como nunca estuve alguna vez en mi vida, y eso me asustó —confiesa nerviosa.
—¿Por qué? —pregunto, acariciando su mejilla con mis dedos. Mel apoya su rostro contra la palma de
mi mano y libera una exhalación pausada.
—Porque cuando te veo, o me tocas, despiertas en mí miles de cosas a la vez, emociones que me
satisfacen y me aterran en las mismas proporciones. Nunca he sentido esto por nadie, John. Para mí, eres
como un sueño del que no quiero despertar y creo que… me enamoré de ti.
Las últimas cuatro palabras sacuden mi corazón con una fuerza descomunal. La abrazo y la beso. La
beso mucho. Su rostro, sus mejillas… sus labios.
Ella sonríe contra mi boca y musita suavemente «te quiero» ¡Me quiere! Yo la amo. Y se lo digo, lo
grito sin soltarla, sin siquiera pensar en apartarme de ella en lo que resta de vida. Aunque sé que en algún
momento tengo que hacerlo.
—¿Qué tal si comemos y luego volvemos aquí? —propone ella.
—Oh, claro, sí. Había olvidado que iríamos a comer.
Estoy más emocionado con la parte de volver aquí, pero no admitiré eso. Aunque quizás no implique
lo que creo y solo estoy alimentando falsas expectativas, pero realmente no me importa si solo volvemos
y nos acurrucamos en la cama para besarnos hasta que nuestros labios duelan.
Decidimos comer en la cocina la comida que nos calentó Sandra antes de darnos privacidad.
Me entretuve tanto mirando a Melissa mientras devoraba la ternera y la ensalada César, que no terminé
mi propio plato. Es que fue digno de ver. Las pocas veces que comí con Hanna, o con alguna de las
modelos con las que tenía sexo ocasional, si se terminaban la ensalada, era mucho. Pero ella es diferente,
no le importa mostrarse tal cual es, y es esa naturalidad la que me permite ser yo, dejando a un lado la
frialdad y la dura armadura en la que mantuve mis sentimientos durante tantos años.
—¿Qué, tengo monos en la cara? —pregunta con un mohín gracioso.
—Me gusta verte comer.
—¿Ah, sí? Puedo hacer un negocio con ello y cobrar una comisión por el show.
—Pues pagaría la tarifa —bromeo sin mala intención. Sabe que verla bailar en La Perla nunca se trató
de pagar por ella, sino de intentar reclutarla—. Por cierto, estuve pensando en la invitación de Sabrina y
creo que lo mejor es no asistir.
—Oh, entiendo. —La desilusión se dibuja en su rostro.
—Lo digo por Steven. Esa gala es bastante publicitada y sin duda saldría alguna foto mía en la página
seis del New York Time. No podemos arriesgarnos, Mel.
—Entonces lleva a Hanna, estará encantada de salir a tu lado —desdeña, empujando el plato hacia
atrás.
—Mel… ¿crees que me gusta mantenerte oculta y que nadie sepa que estoy locamente enamorado de
ti? No, preciosa. De ser por mí, te llevaría a todas partes, pero no quiero atraer la atención de Steven
hacia ti.
—Es que… sé cómo son los hombres, John. No sería descabellado pensar que esa tal Hanna se mete
en tu oficina, cierra con pestillo y… tú entiendes —suspira con los hombros caídos y la cabeza gacha.
Me levanto de la silla y la tomo por la barbilla, instándola a que me mire.
—Nunca me había enamorado hasta que te conocí. Y sí, me gustaría mucho hacer el amor en mi oficina
a puerta cerrada, pero solo contigo, con nadie más. Hanna nunca significó ni la cuarta parte de lo que tú
eres para mí. Te amo, ¿no lo entiendes?
—¿Por qué, John? ¿Por qué me amas? No deberías. —Trata de bajar la mirada, pero no se lo permito.
—Porque sí, Mel. Porque mi corazón así lo quiso. Y si ir a esa gala es tan importante para ti, iremos.
—No, sé que tienes razón. Son solo pataletas mías, los estúpidos celos jugándome una mala pasada.
—No hay nadie más, maracucha. Solo tú —Mi apodo la hace sonreír. Sé que ama mucho su tierra y
tengo planes de llevarla muy pronto a Venezuela. Quiero que sus padres la vean, que sepan que está bien.
—Oye, tu español no es nada malo. —halaga.
—Solo sé algunas palabras, pero quiero aprender más. Planeo un viaje a un país del Sur y necesito
poder responder si alguien intenta mandarme pa´ mi casa.
Eso la hace reír a carcajadas. Amo su risa tanto como la amo a ella.
—Sabes, hay muchas cosas que podemos hacer en lugar de ir a una cena aburrida. —insinúo.
—¿Cómo qué?
—Tengo varias ideas. ¿Sabes nadar? —propongo.
—Puedo aprender si un sexy castaño de ojos claros me enseñara.
—Umm… déjame revisar mi agenda —bromeo— ¿Crees que Mick agregó un bañador en las bolsas de
ropa?
—Oh Dios, sí. Fue demasiado diligente. Casi me muero cuando vi la lencería fina —enarco una ceja
mientras imagino esa fina lencería en el cuerpo canela de Mel.
Mierda, se me está poniendo dura solo de pensarlo.
—Seguro tuvo ayuda en ese departamento —digo con un poco de recelo. Pensar que mi chofer vio la
ropa íntima con la que viste mi novia…
Un momento, ¿novia? ¿Eso es Mel? ¿Debo preguntarle? Carajo, tengo experiencia nula en esta
área. Creo que debería llamar a Taylor por un consejo. No, mejor no. Ya estoy escuchando sus burlas
en mi cabeza.
—John… ¿me estás escuchando?
—Sí, lencería fina.
—Estás en la nebulosa. Decía que iba a cambiarme la ropa.
—Ah, sí. Yo también debería.
—¿Te he dicho lo sexy que te ves sonrojado?
—Yo no me sonrojo —replico.
—Oh, sí que lo haces. Es tierno —insiste.
—¿Tierno yo? Que no te escuche Taylor porque se burlará de mí hasta el final de los tiempos.
—Ya lo hizo ¿recuerdas? Anoche en la sala se burló de tu lado tierno. Aunque tengo una confesión, eso
es lo que más amo de ti, lo dulce que eres conmigo. Y sobretodo, tu paciencia. Para mí, casi eres un
santo, comparado con… —Flaquea al darse cuenta de lo que está por decir—. Lo siento.
—No te disculpes, Mel. Y no soy un santo, hice cosas de las que no me siento orgulloso.
—¿John? —dice con una interrogativa en su voz—. ¿Lo nuestro es una relación abierta, como la de
Hanna y tú?
—No, maracucha. Tú y nadie más —contesto, sin lugar a dudas, y me armo de valor para decir lo
siguiente—. Quizás sea anticuado lo que voy a preguntar, y puedes reírte si te parece gracioso… Mel
¿aceptarías ser mi novia?
—Oh, John. Claro que sí. —Su respuesta no llega sola, me da un abrazo fuerte de esos que te roban la
respiración. La envuelvo contra mí, inhalando su suave y dulce aroma, atesorando este momento como
uno de los más importantes de mi vida, inclusive, más que el día que fundé Stuart Publicity.
—Espera —le pido cuando siento que afloja sus brazos de mi cintura—. Quiero convencerme de que
en verdad estás aquí, de que no estoy soñando.
—Es real, John —musita con voz suave y angelical. Hasta percibo cierta melancolía. Busco sus ojos
cafés y compruebo que sí, que está por llorar.
—Mel, mi morena hermosa, ¿por qué estás triste? Este es un buen día, un gran día.
—Lo sé, John. No es tristeza, es… felicidad. Me haces tan dichosa que estoy esperando despertar y
ser arrastrada de nuevo al infierno.
—No más infierno, Mel. Mientras tenga vida, me aseguraré de que así sea. —Mis manos acarician sus
hombros y la miro fijamente a los ojos a la vez.
—Prométeme que no irás tras Steven, que te alejarás de La Perla y de todo lo que lo rodea.
Lo pide con súplica y temor en su voz. Todo su semblante cambia, desde su dulce mirada hasta el
vigor de su cuerpo. ¡Está aterrada! La abrazo fuerte, lo más duro que he sostenido a una persona alguna
vez, esperando que eso le dé consuelo.
—John… —musita.
—Ve por tu bañador, maracucha. —le pido, como un intento de dejar el tema hasta aquí. No estoy
preparado para decir más, y mucho menos para hacerle una promesa que no pienso cumplir. Steven va a
caer junto con Giuseppe, se lo debo a mi madre.
—Pero John… —comienza.
—No puedo, Mel. Lo siento.
Doy media vuelta y me alejo de ella. Salgo de la cocina, cruzo el vestíbulo, subo las escaleras y me
encierro en mi habitación.
La fría coraza comienza a envolver de nuevo mi corazón, ocultando bajo su capa los sentimientos que
no estoy preparado para compartir. Son tantos, duelen mucho, y nunca pensé que me encontraría en
posición de desentrañarlos delante de nadie. Ni Alex, ni Taylor, saben la verdadera razón por la que
inicié esta cruzada y de ser por mí, nunca lo sabrán. Sin embargo, no sé si pueda dejar fuera a Mel. No
soy experto en noviazgo y vida en pareja, pero creo que la honestidad y la confianza son necesarias para
que funcione. ¿Me habré equivocado al iniciar una relación amorosa con ella? Quizás sí. Hay demasiado
en juego. Mel era la mujer de Steven, estuvo con él por años, y sé muy bien que se ha convertido en mi
mayor debilidad.
Jamás debí enamorarme y exponer mi corazón de esta forma. El amor está jodiendo mis planes y es
algo que no puedo permitir. Entonces ¿qué hago?
—John —llama Mel desde la puerta—. ¿Estás ahí?
Dudo antes de responder, no sé si sea un buen momento para enfrentarla, pero tampoco puedo
ignorarla. Esta debe ser la parte dura de tener una novia: dar explicaciones y pensar en sus sentimientos.
No, no solo pensar, también intentar no lastimarlos.
—Adelante, Mel —contesto sin mucho ánimo. La madera caoba se desliza suavemente hacia adentro,
develando la hermosa silueta de Mel en un bañador negro de dos piezas muy diminuto. Pequeñito.
¡Joder! Espero que en verdad Mick no lo haya elegido.
Ella se muerde el labio inferior con picardía cuando nota la lascivia con la que mis ojos la miran.
¡Dios existe! Sí, nadie más pudo crear tal perfección. Ninguna de las recreaciones que construí en mis
noches solitarias, desde la última vez que la vi sin tanta ropa, se comparan a tenerla frente a mí. Todos
mis argumentos anteriores se desplomaron.
A la mierda todo, ya habrá tiempo de entrar en pánico más tarde.
—¡Vaya! —libero con el aliento cortado. Mis neuronas se fueron de paseo, no puedo ni ponerme en
pie, y carajo, en mi cabeza ya la estoy follando duro.
Calma, John. No te equivoques.
Mientras batallo con mi poca cordura, Mel se acerca hacia mí. Su andar es exótico, agonizante, es casi
como una danza sensual en las que sus caderas se menean de una forma devastadora.
Mira su rostro, John. Ignora lo firmes y perfectos que lucen sus pechos. Olvida que detrás de ese
trozo de tela, que dibuja una pequeña “V” entre sus muslos, hay una suave y cálida piel que quieres
devorar. Olvida que… mierda, se sentó a horcajadas sobre mí y está… está… ¡joder!
—Te quiero, John —murmura con un ronroneo sensual en mi oído. Mi corazón pierde sus latidos
normales y comienza a someterme con pálpitos enérgicos, como choques eléctricos que se desbordan en
mi torrente sanguíneo y se concentran en un solo punto: mi polla.
Empuño su cabello chocolate con mi mano izquierda y uso la que está libre para tocar la suave piel de
su espalda. Mi boca choca con la suya con ávida pasión y desenfreno, sin preámbulos. Es el beso más
urgido que he dado alguna vez.
Me pierdo por completo en su cuerpo, besando, tocando… lamiendo. Mi lengua ha viajado entre su
boca, cuello, clavícula y escote al menos tres veces, y espero poder trazar cada parte de su cuerpo con
ella hasta completar el mapa. Sí, ese que me llevará al lugar que anhelo con una necesidad desmedida.
—Estoy lista, John —declara, su voz sonando ronca y cargada de deseo, incrementando mi propia
excitación.
—¿Estás segura, Mel? —pregunto mirando sus ojos. No puedo olvidar que ella manda, que no pasará
nada que no quiera. Sin embargo, estoy rogando, grito en mi cabeza ¡Dame un sí, maracucha!
—Lo estoy. —La miro perplejo. Creo que imaginé que movió sus labios. Inclusive, pienso que ahora
mismo estoy inmerso en uno de esos sueños eróticos que me han despertando en medio de la noche,
sudoroso, empalado y solo— Quiero que me hagas el amor —añade.
—Si este es uno de esos sueños, juro que será la mejor fantasía que protagonice en mi jodida vida —
murmuro en tono casi inaudible.
¡Haré el amor por primera vez! Con la mierda que sí. Ella lo va a notar.
Me pongo en pie con Mel sobre mí y la dejo caer suavemente sobre la cama. La miro con sigilo,
deteniéndome estratégicamente en cada tramo de su cuerpo. Su cabello caramelo está derrapado en
distintas direcciones sobre la almohada color crema; sus enigmáticos, brillantes y hermosos ojos, me
miran con una vehemencia particular, como si no solo viera mi cuerpo, también mi alma. Eso me hace
sentir vulnerable y feliz a la vez.
Sonrío y sigo mi camino hasta sus perfectos labios hinchados y ligeramente separados, liberando su
respiración a raudales. Deslizo mis ojos más abajo, donde sus pechos se mueven al ritmo que marcan sus
exhalaciones, desbordándose hacia los extremos donde la tela no puede llegar. Sus puntas están erectas,
deseosas por mi atención.
Mi virilidad se endurece y duele ante la necesidad de querer hundirme en su sexo, pero no me
adelantaré a los hechos. Quiero recordar cada segundo de ella sobre mi cama, cada instante de mi cuerpo
sobre el suyo… hasta el más minúsculo movimiento.
Mel desliza suavemente una de sus piernas y la flexiona, formando una pequeña montaña. No puedo
evitar mirar su entrepierna y preguntarme qué tan deliciosa es su esencia. Un nudo se forma en mi
garganta y mis papilas gustativas convierten mi boca en un pozo repleto de saliva, preparándome para la
degustación.
—Eres la mujer más hermosa que han visto mis ojos y a la única a la que puedo decirle te amo —
pronuncio, mi voz sonando desigual y un poco torpe, completamente expuesta y franca. Mel acribilla su
labio inferior a mordidas, mientras que sus ojos se fijan a los míos con arrojo.
Alcanzo primero sus tobillos, rozándolos quedamente con mis pulgares, pero el ascenso es más
apresurado. Trazo una línea recta sobre sus extremidades inferiores, dejando erizos a mi paso. Al llegar
al Triángulo de las Bermudas, donde los viajeros se extravían, asciendo y desciendo sobre su montículo
con mi pulgar hasta sentir la humedad que traspasa la tela de sus bragas.
Mi lengua se pasea por los bordes de mis labios con impaciencia, pero pospongo mis planes por unos
segundos. Uno, dos, tres… siete besos, me llevan a las montañas gemelas. Alcanzo las finas tiras
anudadas detrás de su cuello, las suelto y dejo su piel expuesta. Abordo su pecho derecho con mi boca
mientras acaricio con suaves masajes el izquierdo, provocando que profundos jadeos se escapen de Mel.
Busco su mirada y me contenta hallar en ella pasión y evidente ansiedad.
—Dime lo que quieres, Mel. —Esta noche no es solo para mí, también para ella. Quiero que sepa que
no soy su dueño ni su celador, que hoy retome el control de su cuerpo, alma y corazón.
—Tómame, John. Quiero que me hagas tuya —pronuncia, solícita.
—No eres un objeto para poseer, Mel. Eres una persona con sentimientos, deseos y derechos —
respondo.
—Ámame entonces, John —dice con un suspiro suave y melancólico.
—No aceptes menos que eso, Mel. Nunca más —musito. Mis labios toman los suyos y nos perdemos
entre besos apasionados y febriles.
Las piezas que cubren mi cuerpo se van desvaneciendo una a una, al ritmo de la ambición de Mel por
descubrirme con sus manos y labios. Se ha desinhibido, me está tocando con libertad, sin reparar en
órdenes o palabras permisivas.
Mi ansia ahora es mayor, tengo prisa por hundirme en ella, por escuchar mi nombre estallando en su
boca junto con su liberación.
Mel está recostada en la cama, con las piernas separadas, usando todavía la pieza inferior de ese
atrevido bañador. Tiro de ambos nudos a la vez y aparto la tela con rapidez. La miro con expectación,
haciéndole una pregunta suspicaz.
—Tócame, John. Pruébame —profiere.
Deslizo mis dedos por su centro de placer y me empapo con su esencia. Ante su mirada atónita, limpio
mis dedos con mi boca, saboreando cada uno hasta que no queda nada.
—Por favor —ruega, bamboleando sus caderas con ávido deseo. Me pierdo entre sus muslos e inicio
con un lametazo lento hasta alcanzar el punto más sensible de su sexo.
—Sí, John —enuncia, embriagada.
Repito la acción, a la vez que incorporo un segundo instrumento: mi dedo pulgar. Devoro su excitación
con vehemencia, hasta que sus piernas se tensan y la liberación explota en su boca en forma de quejidos y
gruñidos desquiciados. Escucho que dice mi nombre, pero también pronuncia algunas palabras en español
que no logro descifrar.
—¿Lista para más? —pregunto con arrogancia. Su cabeza dice sí con un movimiento enérgico y
determinado—. Agárrate fuerte, maracucha —advierto. Una sonrisa se dibuja en sus labios y me quedo
prendido de ella por al menos unos segundos, no sé cuántos. Al salir del trance, alcanzo un preservativo
en el cajón de mi mesita de noche y lo coloco en mi miembro. Creo que jamás me tomé tantos preámbulos
antes de cerrar el trato.
Tiro de sus tobillos y la deslizo hasta el borde del colchón. Sus piernas terminan envolviendo mis
caderas hasta cruzarse en mi trasero. La penetro lentamente, descubriendo un trayecto estrecho y cálido,
más de lo que imaginé.
Gruño y mascullo frases religiosas un tanto inoportunas. No soy un fiel creyente, pero creo que en el
cielo no estarán contentos de que use esos vocablos, junto con la palabra mierda.
—Oh sí, John. Dame más —demanda. No le daré solo más, sino todo. Ella tiene mi corazón.
Jodido amor, me encadenaste a ella y fundiste la llave en un mar de lava. Mi corazón es suyo, y que
Dios me libre de que un día se vaya y me deje sin nada.
8
La respiración de Mel sale suave, casi imperceptible, pero su presencia es innegable. Durmió toda la
noche sobre mi pecho luego de hacerle el amor las veces necesarias para creer que era cierto. Jamás
llegamos a la piscina, pero sí a la ducha, donde hicimos más que bañarnos. Mucho más. En la alcoba,
todo se trató de ella, de demostrarle su valía, de llevarla al cielo cada vez, pero en mi baño, fui yo el
mayor afortunado. Solo de recordarlo, la tensión y el anhelo reviven.
Las sábanas apenas cubren la piel canela de Mel, dejando expuesta su espalda y una de las piernas que
envuelven las mías.
Desnuda, Melissa Sánchez está desnuda sobre mí. ¿Quién lucha contra eso?
Con la intención de despertarla, paseo mis dedos suavemente por su espalda sedosa; su piel es mi
alimento y estoy muy hambriento. La sigo acariciando con sutileza y logro mi cometido, sus párpados se
abren y me regalan la más hermosa de las visiones: sus ojos caoba contemplándome colmados de
felicidad.
Su boca forma una contundente sonrisa que derrite la fina capa de hielo que siempre intenta resurgir en
mi corazón. Ella es fuego. Me acerco lentamente, con la finalidad de alcanzar sus labios, pero se retrae.
—No me he cepillado los dientes —dice, interponiendo una mano delante de su boca.
Bueno, eso es algo en lo que realmente no había pensando. Obvio, es la primera vez que una mujer
amanece conmigo. Joder, eso es un poco perturbador. ¿Qué clase de mierda de hombre era? Mi madre
hubiera desaprobado ese comportamiento en mí, pero es que jamás sentí esta conexión con nadie. En mi
cabeza nunca existió tal posibilidad, ni el deseo.
—Puedo vivir con eso. —Y sin darle tiempo de rechistar, la beso.
Las sábanas dejan de estorbar y caen a algún lugar del suelo mientras me sumo a la tarea de encender
su cuerpo para fundirnos en el placer. No me toma mucho, Mel está bastante dispuesta y muy
participativa.
Esta mujer me vuelve loco, me hace perder la cabeza y desbordar el corazón. Si alguien alguna vez se
hubiera detenido a explicarme la diferencia entre follar y hacer el amor, juro que mi búsqueda hubiera
iniciado hace muchos años atrás. Aunque valoro que no pasara antes, porque la encontré a ella en el
momento justo.
—Cuanto te amo, maracucha —Le digo mientras la penetro duro y profundo, como sé que le gusta. Es
increíble lo que hacen varias horas de sexo. Nos hemos compenetrado de una forma inimaginable, como
si hubiéramos pertenecido siempre el uno al otro.
—Nunca lo olvides, John —jadea en respuesta. Mis neuronas están fritas y no me da tiempo de
analizar su petición, mucho menos cuestionarla.
Nuestras pieles sudan una sobre la otra cuando terminamos abrazados, respirando con dificultad…
saciados. Me separo solo un poco para mirar los ojos avellanas que tanto adoro y decirle te quiero. Mel
mueve su mano por mi rostro con una caricia serena y apacible, delineando con sus dedos mis facciones,
desde mi frente hasta la punta de mi barbilla y musita:
—Te quiero, John. —No era necesario que lo dijera, lo veo en sus ojos, lo siento en su piel.

***
Con mucho pesar, me despido de Mel en la cocina a las siete en punto de la mañana. Tengo una reunión
importante a la que no puedo faltar.
Antes de bajar está mañana, le entregué el iPhone que diligentemente adquirió Marco para ella. Mel
estuvo un poco renuente, pero comprendió lo mucho que facilitaría mi vida si lo tuviera, y solo así
aceptó.
En el desayuno, me dijo que le gustaría salir una de estas noches a comer fuera o quizás a pasear.
Argumentó que hay muchos lugares en las afueras de Boston que Steven no frecuenta, y que además él no
podría relacionarme a mí con su desaparición porque ya la hubiera encontrado. Lo pensé un momento y
estuve de acuerdo, merecíamos poder salir fuera, cenar en un buen restaurant y dar un paseo. Melissa
sonrió emocionada cuando accedí, y más cuando dije que sería esta misma noche.
Ni bien pongo un pie en la oficina, sé que hoy no habrá cena. La palabra «voy por ti» se repite en cada
una de las paredes, en el suelo, y en el escritorio de Marco, pintado con aerosol negro. No tengo ni que
pensar en quién es el responsable, es obvio, y de inmediato mi corazón se agita.
¡Mel está en peligro!
Saco mi móvil del bolsillo de mi pantalón y la llamo. Responde al segundo tono y bromea acerca de
que solo llevo media hora fuera de casa y ya la estoy llamando.
Libero una pesada exhalación de alivio al escuchar su voz, temía que Steven la hubiera encontrado.
—¿Está todo bien? —pregunta inquieta.
—Quédate hoy en casa, Mel. Te llamo en unos minutos —contesto, sin querer entrar en detalles.
—John… —pronuncia en forma demandante.
—¡Oh Dios, John! ¿estás bien? —inquiere Hanna, colgándose de mi cuello como un chimpancé.
¿De dónde carajos salió?
—¿Quién es esa mujer, John? ¿Dónde estás?
—Dame dos minutos, por favor. Te explicaré todo. —Termino la llamada de forma abrupta y me
centro en Hanna.
—¿A qué vino eso? —le reclamo, apartando sus manos de mi cuello.
—Estaba asustada por ti, John. La oficina es un desastre y temí que… —La voz le falla e intenta
abrazarme. La detengo.
—Estoy bien, como ves. ¿A qué se debe tanta preocupación?
—John, yo… —Su mirada se precipita al suelo, en un intento de evadir lo que sigue, pero sé muy bien
lo que está pesando. Ella no me ha superado. En otras circunstancias, le hablaría de forma directa y ruda,
pero tomando en cuenta lo que pasó hace unos meses, debo actuar de forma inteligente.
—Tranquila, Hanna. Ve a mi oficina y espérame ahí. Necesito hablar con los de seguridad de lo que
pasó y luego iré contigo. —Le pido, posando mi mano suavemente en su hombro. Ella se seca una lágrima
solitaria que rodó por su mejilla y asiente.
Este día empeora a cada segundo. No son ni las ocho de la mañana, y ya tengo tres líos por
resolver.
—¡Llama a Owen ahora! Tengo que saber cómo carajos pasó esto. —Le ordeno a Marco, quien con
paciencia esperó hasta que me deshice de Hanna.
—Está hecho, señor Stuart.
—Bien, contacta a los padres de Hanna, necesito que vengan por ella. —Él asiente sin preguntar el
motivo, sabe que soy reservado y que no tolero las suspicacias.
Mi mayor preocupación ahora es Melissa. ¿Cómo se tomará la noticia de Steven acechándome? Quizás
se ponga paranoica, o se sienta culpable, y no sé si sea bueno ponerla al tanto de todo. ¿Qué le digo para
justificar mi llamada? Lo peor es que Mel no es mi única preocupación, Ttengo que hablar con Mick,
Taylor y también con Alexia. Sé que Steven cumplirá con su amenaza y debo asegurar todos los flancos,
prepararme para la guerra.
—Estamos revisando los videos de seguridad para determinar cómo sucedió este incidente. —Se
excusa Owen, el jefe de seguridad de Stuart Publicity, cuando me encuentra en el pasillo.
—¿Incidente? Esto fue más que un incidente, Owen. Pago una gran suma para que cosas como estas no
pasen —demando.
—Lo entiendo, señor. Trabajaré duro para dar con el responsable.
Asiento con el gesto endurecido. No estoy muy interesado en el quién, sino en el cómo. Si Steven
vulneró la seguridad de un edificio con cámaras de vigilancia, puede hacer mucho más.
—¿Llamaste a la policía?
—No, señor. Estaba esperando sus instrucciones.
—No lo hagas, quiero que resolvamos esto nosotros. Lo menos que necesito es mala publicidad.
—Como usted diga, señor Stuart —asevera Owen.
—Iré a mi oficina. Cuando tengas el informe en las manos, me lo llevas ahí. —Le hablo a Marco.
—Respecto a eso…
—¿Qué? —espeto.
—El mayor daño fue en su oficina, señor.
—¿Y apenas me dices? ¿No escuchaste que le pedí a Hanna que me esperase ahí?
—Es que…
—Olvídalo, Marco —doy la vuelta y lo dejo con la palabra en la boca. Si me quedaba ahí, terminaría
vociferando como un demente.
Cuando entro a mi oficina, encuentro a Hanna ordenando el desastre que provocó Steven. Las mismas
palabras de amenazas fueron escritas en las paredes, en la pantalla del ordenador, y hasta en el escritorio.
Eso me importa una mierda, lo material se repone, pero hay algo que me hace detener el corazón de
golpe: se llevaron el portaretrato con la foto de mi madre. Si Giuseppe está al tanto de esa fotografía,
estoy muy jodido. Sabrá que soy su hijo.
—John, ¿te pasa algo? Te ves… pálido —infiere Hanna, acercándose a mí. Las palabras no me salen,
estoy en una especie de trance perturbador y oscuro—. Siéntate aquí, te buscaré un poco de agua.
Mis rodillas se doblan y me dejo caer en el sillón. La puerta se cierra y me pierdo en mis
pensamientos, en las palabras que leí hace tantos años y que envenenaron mi alma. Entre las fotos y
recuerdos que dejó mi madre, encontré tres diarios; dos narraban su pasado, y uno contenía anécdotas de
mí y de Taylor. No los leí ese día, ni en los meses próximos, dejé pasar más de un año antes de atreverme
a hacerlo. Se sentía inadecuado husmear en el pasado de mi madre, pero siempre tuve la curiosidad de
saber de mi padre, y eso pudo más.
Nunca debí abrir esos diarios. Lo supe muy tarde.
“Estaba dando vueltas por las calles, padeciendo de hambre y frío, cuando conocí a G.B. Él me
prometió un lugar cálido donde vivir y buena comida. Solo tenía quince años, no tenía familia ni
recursos, y vi en él mi única oportunidad. En ese momento, me pareció todo un caballero que, además
de apuesto, era muy cortés. Había algo en su mirada, o quizás en ese acento italiano, que me idiotizó.
Debí saber que detrás de tanta amabilidad, había un demonio.
Lo de un techo cálido era cierto, me llevó a una linda casa con muchas habitaciones donde vivían
varias chicas. En mi ignorancia, pensé que eran como yo, que las estaba ayudando a subsistir, pero de
alguna forma, me sentía especial para él. Mejor que todas ellas. G.B. me traía regalos, ropa y comida
deliciosa. Parecía enamorado, o pretendía estarlo. Con el tiempo, me enamoré de él… ciegamente. Las
otras chicas no hablaban mucho y menos si él estaba cerca. Yo siempre fui una persona callada y no
buscaba conversar con ellas.
Un día, él vino a visitarme y me dijo que me amaba, pensé que estaba en una nube. Poco después de
eso, me llevó a su habitación y pasó lo normal entre dos personas que se quieren. Me trató con
dulzura y paciencia. Fue sorprendente, pero el idilio duró poco, menos de unas semanas.
Una tarde, Tom, uno de sus guardaespaldas, me impidió la salida cuando quise ir de paseo. No
entendía porqué no podía salir y me enojé mucho con él. Tom me dijo que eran órdenes de G.B. y no
tuve otra opción que subir a mi habitación. Ese fue el inicio del fin. G.B. vino a casa hecho una furia y
me golpeó el rostro con el puño cerrado. Reclamó que era «una ramera mal agradecida que pretendía
abandonarlo». No lo entendí entonces. Yo solo quería salir ¿por qué pensó que lo dejaría si lo amaba
tanto? Me dolió mucho que me golpeara, pero pensé que quizás no le había aclarado cuánto lo quería
y lo que estaba dispuesta a hacer por él. Traté de acercarme y explicarle lo que sentía, pero no me
dejó hablar. Un mes más tarde, fue por mí y me pidió que me pusiera un lindo vestido que me había
comprado. Pensé que por fin me había perdonado y que decidió llevarme a pasear como tanto quería
hacía tiempo, pero estaba muy lejos de la verdad.
Cuando el auto se detuvo frente a un local, me preguntó si lo amaba, respondí que sí. «Entonces no
tendrás problema en obedecerme en todo», dijo. No me gustó su aseveración y mucho menos lo
oscuras que se tornaron sus pupilas, antes celestes como el océano. Nos bajamos del auto, entramos
por una puerta posterior, y me llevó de la mano, como si quisiera asegurarse de que no echara a
correr. Entramos a una habitación con poca iluminación y cerró la puerta detrás. No había notado a
los dos hombres que estaban ocultos en la penumbra. Ellos se acercaron y me desnudaron con la
mirada, me sentí sucia al instante, y no tardaron en tocarme de una forma invasiva. Miré al hombre
que pensé que me amaba, suplicando que no lo permitiera, pero él simplemente sonrió. Esos hombres
me tomaron esa noche, uno primero, el otro después. Pero no pararon ahí, me sodomizaron hasta
hacerme sangrar, hasta que mi cuerpo cansado no pudo más.
Desde ese día, no podía sentir por él más que odio, asco y repulsión. Lo mismo por mí. Lamenté mi
ingenuidad, mi estupidez… mi ignorancia. Maldije la hora que lo conocí y deseé estar muerta… hasta
lo intenté, pero él me tenía vigilada.
De ahí en adelante, la escena se repetía cada semana. Diferentes hombres, diferentes lugares, pero
siempre sometida, subyugada… denigrada a nada. Y el horror no terminaba ahí. Al llegar a casa, G.B.
me gritaba y me decía zorra, mientras me daba azotes en el trasero con su mano. ¡Era un enfermo! Él
mismo me ofrecía al mejor postor y luego me culpaba. ¿Qué quería que hiciera? No podía defenderme.
A veces, no tenía ni fuerzas para estar en pie o sobre mis palmas mientras esos hombres me sometían.
Un día, de buenas a primeras, dejó de llevarme a los clubs y comenzó a dormir en casa, conmigo.
Odié cada noche de eso. Unas veces, llegaba borracho; otras, enojado, pero todas terminaban de la
misma forma: con él sobre mí, follándome hasta que se cansara.
Cuando descubrí que estaba embarazada, decidí que era momento de escapar. No podía permitir
que ningún hombre me volviera a tocar, no mientras mi hijo estuviera en mi vientre. Porque sin
importar que aquel maldito fuera el responsable, amaría a mi hijo con todo mi corazón. Ya lo hacía. Él
no tenía culpa de nada.
En mi desesperación, hablé con Vicky, una de las pocas chica con las que hablaba y la única en la
que confiaba, pero pronto descubrí que no era mi amiga, que su lealtad estaba con él. « Resolveremos
ese asunto», dijo G.B. cuando descubrió mi embarazo. Me practicaría un aborto.
Esa noche, bajé las escaleras e inicié un fuego en la cocina que se propagó por todo el piso
rápidamente. Tom abrió la puerta y nos dijo que saliéramos a toda prisa, pero sin alejarnos tanto. Fue
la mejor noche para escapar, G.B. no estaba y solo había tres escoltas. Salí por la puerta y corrí como
nunca lo había hecho en mi vida. No me importaba morir de hambre o frío, era libre de nuevo.”
Son pocas las veces las que he llorado en mi vida, pero esa noche derramé todas las lágrimas que un
cuerpo pueda producir. Juré venganza y prometí no descansar hasta encontrar al monstruo que vejó,
maltrató y humilló a mi madre por tantos años. Siempre supe que su mirada escondía una triste historia,
pero jamás, ni en mis peores pesadillas, imaginé algo como eso. Tay no lo sabe y prefiero que sea así, su
alma y su corazón son muy nobles y haré lo posible porque nada lo turbe, como pasó conmigo.
Mi móvil comienza a vibrar en mis pantalones y me aleja de mi línea de pensamiento. Saco el aparato
y veo en la pantalla la fotografía que le tomé a Mel esta mañana, cuando su pelo color chocolate reposaba
en mi pecho y sus hermosas facciones estaban relajadas, sumidas en un sueño profundo.
—John, ¿qué está pasando? —Su tono es severo, duro. No es para menos.
—Lo siento, Mel. Sé que dije que te llamaría, pero estoy tratando de asimilar la situación. Cuando
llegué esta mañana, encontré un caos en la oficina. Creo que… Steven lo sabe.
—¡Oh Dios! ¿Qué pasó? ¿Te hizo algo? ¿Estás herido?
—Estoy bien, amor. Solo dejó un mensaje en las paredes: «voy por ti». Presumo que antes de asesinar
a Scarlet…
—¡Te va a matar, John! Él te va… —Sus sollozos bloquean sus palabras y me siento un completo
idiota al decirle esto por teléfono. Es más ¿por qué mierda le dije? Minutos atrás, pensé en buscar una
excusa. Y ahora, vengo y meto la pata.
—Estaré bien, maracucha. Te lo prometo. Reforzaré la seguridad y, si es posible, nos iremos de
Boston por un tiempo.
—Te va a encontrar. Tú no sabes… no debí buscarte, John. Sabía que esto iba a pasar y ahora…
Mi corazón se paraliza. No quiero que se arrepienta de los días que hemos pasado, que han sido los
mejores de mi vida.
—Melissa, no repitas eso nunca. Hiciste bien en buscarme, en confiar en mí. Necesito que lo
entiendas, maracucha. Te amo, lo hago desde que te conocí. Quizás te parezca mentira, pero es cierto, tan
cierto como el aire que respiro.
—John… —suspira—. Hay algo que tengo que decirte.
—Cuando pueda, iré a casa y me lo dirás. Pero prométeme que te quedarás ahí.
—Es que yo…
—Mel, por favor. Promételo.
—Lo prometo, John.
—Gracias, Mel. Nos vemos ahora.
—Cuídate, por favor —ruega con la voz quebrada.
—Lo haré. Te amo, preciosa.
—Y yo a ti, John.
Cuando termino la llamada, apoyo los codos sobre el escritorio, cubro mi rostro con ambas manos, y
dejo escapar una larga exhalación. Me siento abrumado y nervioso a la vez por lo que pueda pasar en las
próximas horas. ¿Estaré haciendo lo suficiente para mantenerla a salvo? ¿Debí llevarla a un lugar más
seguro?
—¿A quién amas, John? —La voz de Hanna denota angustia y dolor.
¡Mierda! ¿Cuándo volvió a la mi oficina?
—¿Qué tanto escuchaste?
Hanna está de pie a mitad de la oficina, sosteniendo con fuerza un vaso de agua mientras su mano
tiembla.
—¿De quién te enamoraste, John? —grita. Me pongo en pie y doy pasos lentos hasta donde está ella.
Hanna niega con la cabeza mientras densas lágrimas caen en sus mejillas enrojecidas.
—Mírame, Hanna.
—¡No te acerques! —demanda con un alarido ahogado. Me detengo—. Dijiste: «te amo, preciosa».
¿Cuándo pasó eso? ¿Cómo es posible? Tú siempre repetías que no podías enamorarte ¿y le dices te amo a
alguien más?, ¿a alguien que no soy yo? —Sus facciones están marcadas con el odio y la impotencia. Sus
ojos se mueven con nerviosismo, sin poder fijar la mirada en ningún punto, mientras que sus labios,
manos y piernas, tiemblan de una forma incontrolable.
¿Qué se supone que haga? ¿Qué digo para que entre en razón? Mierda, todo el dinero que he gastado
en terapia debería servir para algo.
—Era una de esas llamadas de juegos de roles —miento—. Se trató de una interpretación
—Entonces… ¿tú no…? —balbucea, coincidiendo su mirada con la mía. Doy un paso más al frente sin
dejar de mirarla.
—Quiero enamorarme, Hanna —sugiero, en un intento de convencerla de que no ha pasado.
—Enamórate de mí, John. Ámame —pide con profunda agonía. Doy los últimos pasos que me restan
para alcanzarla y la abrazo. Su cuerpo se siente frágil sobre el mío, y siento su temblor, los latidos
apresurados de su corazón, lo fuerte que suena su respiración. ¿Cómo me equivoqué tanto con ella?
Jamás debí aceptarla de regreso.
—Todo estará bien, Hanna —prometo, acariciando su espalda.
La sostengo hasta que logra recomponerse y luego camino con ella hasta el sofá negro que está al final
de mi oficina. Tomamos asiento, recuesto su cabeza en mi regazo, y acaricio su cabello hasta que se
queda dormida.
Con sumo cuidado, me pongo en pie y salgo de la oficina para buscar a Marco. Él está sentado en su
lugar en el escritorio, respondiendo llamadas. Le hago un ademán para que venga conmigo, sin llamar
mucho la atención. Cuando llega a mí, le explico la situación. Me dice que los padres de Hanna vienen en
camino, que deben estar por llegar. Le pido total discreción, no quiero que todos pongan su atención en
ella cuando se vaya.
—Contacta a mi psicóloga y dile que la necesito aquí, que enviaré un auto para traerla y que será muy
bien recompensada —solicito, antes de volver a la oficina. No puedo arriesgarme a que se despierte sin
mí ahí y vuelva a perder el control.
Con mi móvil en la mano, le envío un mensaje a Taylor para decirle lo que pasó en la oficina, que lo
llamaré en cuanto pueda. También le escribo a Alex, para que haga su propia investigación; por último,
me comunico con Mick para que refuerce la seguridad en casa y contrate nuevos escoltas para mí. Quiero
cumplir con la petición de Mel de que tuviera cuidado.
No he tenido ni un respiro desde que llegué a la oficina. Necesito un buen vaso de Jack Daniels, o
quizás dos.
Los padres de Hanna llegan media hora después. Hablo con ellos en la sala de conferencias, dejando a
Hanna al cuidado de Marco. Estamos esperando a Grace Brenes, mi psicóloga, para que nos diga cómo
debemos proceder.
—Lamento que nos veamos en estas circunstancias, pero el estado de Hanna ameritaba su presencia.
Como vieron al entrar, alguien irrumpió en las oficinas y dejaron ese mensaje perturbador. Eso alteró a su
hija, pensó que algo me había pasado, y colapsó.
—¿Ella está bien? —pregunta su madre, con nerviosismo.
—Sí, está durmiendo en mi oficina. En breve, una psicóloga de mi entera confianza vendrá a hablar
con ella. Les ofrezco una verdadera disculpa, creo que fue un error dejarla regresar.
—No lo entiendo, ella parecía tan feliz, nos presentó a su novio hace unas semanas y dijo que estaba
muy enamorada de él. Además, su terapeuta habló con usted ¿cierto? ¿le dijo que podría volver al
trabajo?
—Sí, pero quizás se equivocó —argumento.
—Gracias por llamarnos, señor Stuart. Esta vez, estaremos más atentos de ella.
—Espero que supere la crisis, Hanna es una mujer muy talentosa e inteligente —añado.
En los minutos siguientes, llega Grace. La llevo a mi oficina y la reúno con Hanna, quien ya está
despierta cuando entramos.
—Me mentiste, John. ¿Esa es la zorra con la que hablabas? —grita alterada. Intento decir algo, pero
Grace me interrumpe, tomando el control de la situación. Salgo de la oficina para darles privacidad,
esperando que sirva de algo su charla.
Grace sale de la oficina una hora después y pide hablar con los padres de Hanna. Ellos permiten que
escuche lo que tiene para decir, que no es nada alentador.
—Hanna está padeciendo de una terrible depresión. No puedo dar un verdadero diagnóstico basada en
una hora de charla, pero creo que sufre de un trastorno mental. Sugiero que sea internada en un centro
psiquiátrico donde puedan valorar su condición y tratarla como es debido.
—Oh, mi niña —solloza su madre.
—¿Tiene alguna sugerencia? —pregunta su padre.
—Sí, puedo tramitar su ingreso en un buen lugar, el mejor de Boston. Quizás ella no quiera, pero no
está en condiciones de decidir.
—Lo entiendo. ¿Podemos verla? —interviene de nuevo su padre. Grace le dice que sí, que Hanna está
al tanto de su presencia y que los espera dentro.
Media hora después, Hanna está lista para irse con sus padres a un centro especializado para tratar su
condición. Me despido de ella con un abrazo y le prometo visitarla cuando sea oportuno. Ella sonríe
tímidamente y se va, sin pronunciar una palabra.
Con ese tema resuelto, les doy el día libre a mis publicistas y decido ir a casa. Necesito ver a Mel y
tener la completa certeza de que está bien. Dejo a cargo a Owen del asunto de seguridad y le ordeno a
Marco que contacte a los de mantenimiento para que reparen los daños.
—¿A dónde te llevo, John? —pregunta Mick cuando entro a mi auto.
No me toma más de un segundo saber que algo va mal, Mick nunca me llama por mi nombre. Hago
contacto visual con él a través del retrovisor y eso confirma mis sospechas.
Un hombre encapuchado se sube al puesto del copiloto, lo apunta en la cabeza y le ordena que
conduzca al norte, siguiendo sus indicaciones. Mick espera mi confirmación a través del espejo
retrovisor. Asiento. Lo menos que quiero es que le dispare y termine muerto. Él tiene una esposa, una
hija… una familia que lo espera en casa.
—Dame tu teléfono, John. —Me ordena, su voz es masculina, pero algo juvenil.
Me resisto a entregarlo, el nombre de Melissa está en la agenda y no quiero que obtengan su número,
pero cuando el hombre amenaza con dispararle a Mick si no lo entrego, no me queda otra opción.
Sin dejar de apuntar el arma hacia mi chofer, lo obliga a conducir por más de una hora. El reloj del
auto marcaba las 11:10 a.m. cuando me subí, ahora, son las 12:30. El viaje nos lleva hasta un galpón
abandonado, flanqueado por una amplia extensión de tierra y montañas al fondo, dejando kilómetros atrás
las calles asfaltadas de Boston.
El hombre encapuchado, que es bastante alto y fornido, nos ordena que abandonemos el auto. Nos
advierte que no está solo, que no intentemos nada estúpido si queremos conservar el cerebro en nuestras
cabezas.
Una vez fuera del auto, pregunto—: ¿Quién ordenó esto, Steven?
—Cierra la boca, John, y comienza a caminar.
—Deja ir a Mick, él no tiene nada que ver en esto —intento.
El hombre asiente pausadamente y con un movimiento brusco, golpea la cabeza de Mick con la culata
del arma. Él trastabilla hacia atrás, desorientado, pero logra estabilizarse.
—La próxima vez, será una bala en el medio de su frente.
Con esa advertencia, no tengo más opción que cerrar la boca. Sé que hará exactamente eso.
El encapuchado anuncia nuestra llegada con dos golpes fuertes a un portón amplio y oxidado, que hace
un chillido perturbador cuando lo abren. Este lugar debe tener mucho tiempo abandonado. Por el aspecto,
y los restos de madera que vi apilados por distintas partes, era un aserradero.
Camino dentro junto a Mick, con el encapuchado siguiéndonos los pasos muy de cerca. El cambio de
iluminación me obliga a entrecerrar los ojos, pero poco a poco me voy adaptando. A medida que
avanzamos, noto viejas maquinarias abandonadas, pedazos de madera y aserrín, acumulado en el suelo.
La cantidad de polvo acumulada, y el olor a humedad, me hacen estornudar varias veces, sonido que se
repite como un eco en la vieja estructura.
—John Stuart en carne y hueso —pronuncia una voz gruesa, oculta tras la oscuridad—. Me han
hablado mucho de ti y de los problemas que estás causando.
Mi corazón bombardea el interior de mi pecho al darme cuenta de a quién pertenece esa voz. No es
Steven, se trata de…
—Giuseppe Bartoli —digo entre dientes.
—Ven, hijo. Acércate —pide el maldito hombre que me engendró. Ni me inmuto, no le haré saber que
sé quién es—. Enciendan una puta luz, quiero ver a mi figlio[3].
—¿Qué hago aquí? —escupo las palabras con desdén y profundo asco.
—Conocer a tu padre. ¿Lily no te habló de mí? —empuño las manos con fuerza y aprieto los dientes al
escuchar el nombre de mi madre en su sucia boca.
—Yo no tengo padre. Usted y yo no somos nada, maldito desgraciado —arremeto contra él, en un
intento de golpearlo en el rostro, pero uno de los dos guardaespaldas que está detrás de él me lo impide.
Son altos, corpulentos, y no les preocupa cubrirse el rostro como el que nos trajo aquí. Parecen gemelos,
ambos son calvos y tienen tatuajes a juego en los brazos: una serpiente negra de dos cabezas en el
derecho y una calavera en el izquierdo.
Giuseppe es bajo, no mide más del metro sesenta, tiene un oscuro cabello peinado hacia atrás y ojos
claros que resaltan en la penumbra con una pigmentación celeste, casi transparente. Hace un esfuerzo por
mantener una postura erguida, pero su edad no se lo permite. Debe tener unos setenta años o más. El saco
negro lo lleva abierto, sobre una camisa blanca sin corbata.
Esperaba a alguien más temible, con un poco de músculos y el cuerpo más en forma, pero no es más
que un vejestorio, un despojo de hombre con brazos débiles y un estómago redondo que lucha por
mantenerse dentro de su camisa.
—La busqué por años, pero Lily lo hizo muy bien escondiéndose de mí. Me gustaría mucho verla. —
Lo dice sonriendo, mostrando dientes torcidos y amarillentos por los puros que supongo fuma a diario.
Desde aquí, percibo el olor a tabaco impregnado en su ropa.
—Me importa una puta mierda lo que a ti te gustaría. No des vueltas, Giuseppe. Dime para qué carajos
me trajiste aquí. ¿Vas a asesinarme? Hazlo, pero deja fuera a Mick, él no tiene nada que hacer aquí.
—Cuida tu boca, hijo. Así no se le habla a tu padre. —Se regodea—. Creo que Lily no te enseñó
modales.
—Deja de pronunciar su nombre y de llamarme hijo, solo dime de una maldita vez qué quieres de mí.
—Mi voz retumba en cada esquina del galpón abandonado, vibrando en mis oídos como los platillos de
una batería.
—Me gusta tu carácter. Eso lo heredaste de mí, tu madre era una sumisa de mierda.
—¡Maldito bastardo! —grito y vuelvo a arremeter contra él. Uno de los gemelos cierra un puño contra
mi cara y me tumba contra el suelo. Me levanto enseguida y me limpio con el puño cerrado la sangre que
brota de mi boca.
Giuseppe no me va a ver rendido.
—No quería llegar a eso, pero tú te lo buscaste —Se refiere al golpe—. ¿Quieres saber qué haces
aquí? Porque te metiste en uno de mis clubes, reclutaste a diez de mis chicas, y por si fuera poco, te
robaste a la mujer de mi hijo. Eso se llama traición. —Sus ojos me observan con frialdad y rudeza. Yo lo
miro con asco, odio y sed de venganza—. Sin embargo, para que veas que tengo un poco de humanidad,
te ofreceré un trato.
Una sonora carcajada se escapa de mi boca al escuchar la palabra “humanidad”. Él no tiene idea
alguna de lo que eso significa. Ese sujeto no tiene alma ni corazón.
—Recuerda, hijo, el que ríe al último, ríe mejor. —Se sienta en un viejo sillón detrás de él, cruza una
pierna sobre la otra, y enciende un puro—. ¿Fumas? Es cubano, lo mejor de lo mejor —ofrece.
—No quiero nada de ti. Y con respecto a lo anterior, no hago tratos con el diablo.
—¿Estás seguro, John? ¿No hay nadie a quién temas perder al rechazar mi oferta?
La sangre comienza a fluir con fuerza en mi torrente sanguíneo, bombeada por las contracciones
aceleradas de mi corazón. ¡Está hablando de Melissa!
¿Steven la encontraría? Es posible, no está aquí, como pensé que pasaría. Lo más seguro es que,
mientras Giuseppe protagoniza este teatro, Steven fue por Mel.
Cierro los puños, tratando de controlar el temblor de mis manos, pero el miedo es terrible, devastador.
No puedo perderla, no puedo soportar la idea de que él la aleje de mí.
—Eso pensaba —dice al ver mi estado de perplejidad.
—¿Cuál es el trato? —gruño.
—Quiero a mis chicas de vuelta, a todas.
—¡No! —grito.
—¿No? Creo que es la respuesta incorrecta. —Un círculo de humo se escapa de su boca luego de
decir aquello. Veo un brillo de maldad en sus ojos, está disfrutando del poder que tiene sobre mí al ver
mis reacciones y mi impotencia.
Pienso un poco en sus palabras y comprendo que no tiene a Melissa. Dijo: «a todas». Entonces ¿con
quién me está amenazando?
—¿Qué gano a cambio? —pregunto con reticencia.
—Fabio ¿cómo se llama el trajeado que secuestraste esta mañana? —Le pregunta a una de las moles
que está a su lado.
¿Taylor? ¡Mierda, tiene a Tay!
—¿Dónde está? ¿Qué le hicieron?
—Aún nada, hijo, pero eso depende de ti. Tienes veinticuatro horas para entregarme a Candy y a las
demás chicas. De lo contrario, tu amigo pasará a mejor vida. Tú decides —Se pone en pie y le da otra
calada a su puro, para luego exhalar la cortina de humo sobre mi rostro—. Saluda a Lily de mi parte —
dice, dibujando una sonrisa socarrona en su jodida cara de mierda.
Giuseppe da la vuelta y comienza a caminar hacia la penumbra del fondo del galpón. Su andar es lento
y convaleciente, casi lastimero, pero no siento ni una pizca de pena por él, sino todo lo contrario.
La furia bulle de mi interior y el deseo de golpearlo, hasta que su cuerpo caiga inerte sobre el polvo y
el aserrín, cobra vida propia. Avanzo como una bestia, pisando fuerte cada paso, pero antes de poder
alcanzarlo, Fabio se gira y cierra su puño contra mi estómago, arrebatándome todo el aire. Sin darme
tiempo para recuperarme, asesta otro golpe en mi mandíbula, dejándome completamente perturbado.
Caigo de lado contra el suelo.
—Admiro tu coraje, hijo —murmura el desgraciado de Giuseppe, antes de que la oscuridad nuble mi
visión.
9
—Ve con tu familia, Mick —le digo a mi chofer cuando llegamos a casa.
—Mi lugar está aquí, señor Stuart —dice serio.
—No, Mick. Tu lugar es con tu esposa e hija. Sé que lo que más deseas es ir con ellas y abrazarlas.
—Si me necesita…
—Lo sé, Mick. Gracias.
Es un alivio que no tomaran represalias contra él y que pueda volver con su familia. Él hizo un gran
trabajo, se cercioró de que no hubieran instalado un rastreador en el auto y estuvo atento durante el
camino, asegurándose de que no nos siguieran. Aunque estoy seguro de que Giuseppe tiene mi dirección,
no me habría dejado ir si no fuese así, pero el maldito quiere que me doblegue ante él, que le entregue a
Melissa y a las chicas voluntariamente. Y para colmo, tiene a Taylor de garantía.
¿Qué voy a hacer?
Con un poco de dificultad, camino por la puerta lateral del garaje, introduzco la clave en el tablero
para que no se active la alarma y logro entrar hasta la cocina. Sandra me observa impávida por unos
segundos, pero luego deja caer la bandeja que sostenía, que hace un sonido estruendoso al chocar contra
el suelo.
—¡Oh mi Dios! ¿Qué le hicieron? —Sus ojos se llenan de lágrimas mientras su cuerpo tiembla.
—Estoy bien, Sandra —digo con un quejido.
—¿Bien? Está todo golpeado, señor Stuart. Venga, siéntese aquí —aparta uno de los taburetes del
desayunador y me ayuda a sentarme.
—Necesito el teléfono.
—Necesita un médico —replica con reparo.
—Primero el teléfono, por favor.
—Usted es tan terco… —Se queja mientras busca el aparato inalámbrico.
Una vez que lo tengo en la mano, marco el número de Taylor para comprobar si en verdad lo tienen
secuestrado. Giuseppe no me dio una prueba y no tomaré una decisión basado en su palabra de mierda.
—¿Taylor? Hermano ¿estás bien?
—Oh, eso depende de ti, John —contesta una voz que no es la de Taylor.
—¿Steven?
—¿Te da gusto escucharme, John? —se burla—. ¿Qué tal la has pasado con mi dulce Melissa?
—Maldito —gruño. Quisiera tenerlo delante de mí para partirle la jodida boca con un puñetazo.
—Oye, cuida tus palabras. No olvides que tengo aquí a tu “hermano”. No te gustaría que él pagara las
consecuencias ¿o sí?
—Déjalo ir, Steven, esto es entre nosotros.
—Yo pongo las reglas, tú solo las sigues. Mira que me estoy portando bien. Podría ir por Sabrina y
llevarla a uno de mis exclusivos clubes… y no a La Perla, precisamente.
—Cierra la boca, maldito bastardo —grita Taylor. Mi cuerpo se tensa.
¡Lo tiene! ¡Tiene a mi hermano!
—¿Cómo me llamaste? —masculla Steven.
—Maldito bastardo —repite él.
¡Joder, Tay! Vas a lograr que te maten.
Cierro mi mano en un puño cuando escucho los alaridos de dolor de Taylor. ¡Lo están golpeando!
—¡Basta ya! Déjalo, Steven.
—Quiero a Melissa conmigo esta noche, John. Te llamaré para que hagamos el intercambio —guardo
silencio. No puedo prometer eso. No puedo entregarle a Melissa—. No escuché un sí, John.
—¿Cuánto quieres? Te daré todo lo que poseo a cambio de la libertad de Taylor y de Melissa —
ofrezco. Una sonora carcajada retumba en el auricular.
—No quiero tu puto dinero, John. Quiero a mi mujer.
—¡Ella no es tuya! Melissa no es un objeto que se posee.
—Lo dice el hombre que quiere pagar por ella —replica—. Tú decides, John. Me entregas a Melissa
en las próximas veinticuatro horas, o ve planificando el funeral de Taylor.
La furia y la impotencia recorren mi sistema, entumeciendo mis músculos. No puedo ni moverme, no sé
si estoy respirando o si mi corazón sigue latiendo. No veo una salida, no encuentro solución. ¡Tengo que
entregar a Melissa!
—¡Oh Dios!, ¿qué te pasó? —pronuncia Mel con voz temblorosa. Sus manos suaves se posan en mi
rostro mientras sus ojos cafés se fijan a los míos con una angustia tan profunda que me debilita el
corazón.
—Estoy bien, maracucha. Son solo golpes —digo con un intento de sonrisa, pero no se me da muy
bien.
—¿Cómo puedes decirme eso? Solo mírate, John. Tienes el rostro hinchado, estás sangrando. No estás
bien —solloza, las lágrimas alcanzan su mandíbula.
Me levanto del taburete, tragándome el dolor que se expande en mis costillas, y la rodeo con mis
brazos. Su cuerpo tiembla sobre mí a consecuencia de su llanto. Sé que se está culpando por esto, que en
este momento, está lamentando su decisión de buscarme, pero yo no pienso así. Melissa es lo mejor que
me ha pasado en la vida, sin importar lo que esté sucediendo, y tenerla en mis brazos me hace
comprender que no puedo entregarla, que no puedo perderla.
—Estoy bien porque te tengo conmigo —susurro contra su oído. Su llanto se va apagando y solo
escucho pequeños suspiros que se escapan débilmente de su boca.
—Ven, voy a curarte —pide, separándose de mí. Limpio el rastro de sus lágrimas con mis dedos y
luego beso sus labios. Es apenas un roce, pero es suficiente para encontrar un poco de consuelo.
—Sandra, llama a Alexia y dile que necesito que venga a casa lo antes posible.
—Sí, señor. Enseguida le llevo el botiquín a la habitación, señorita Melissa.
—Gracias, Sandra —susurra Mel con el aliento entrecortado.
—Eh, preciosa. No estés triste —suplico, tomando su barbilla entre mis dedos.
—Esto no debió pasar —gime.
Entrelazo sus dedos con los míos y beso suavemente su mano. No tengo el valor para decirle que todo
estará bien cuando sé que no es cierto. Mucho menos de contarle que Tay está secuestrado y lo que me
está pidiendo Steven a cambio de su libertad. No sé qué hacer. No puedo renunciar a ninguno de ellos.
Al llegar al baño de mi habitación, me siento en la tapa del váter por indicaciones de Melissa.
Lentamente, desabotona mi camisa y descubre mi torso. Sus ojos se amplían al ver el moretón en mis
costillas mientras sus dedos recorren suavemente el rastro del golpe.
—No llores, maracucha —le pido cuando noto sus lágrimas.
—Es que todo esto es mi culpa.
—Tú no me hiciste esto, Mel. Sé que no querías que pasara.
—Es que yo…
—Chist —La silencio, posando mi dedo índice en sus labios—. No pienses en eso. Si es muy duro
para ti, lo haré yo. ¿Qué tan difícil es curar unos cuantos golpes? —digo a son de broma. Sus pupilas
color miel se posan en mí y la tristeza que trasmiten me hace doler el pecho. No quiero que sufra más, ni
que derrame una sola lágrima.
—Llenaré la tina para que te des un baño. El agua tibia y las sales deben ser buenas para ti. —Sus
manos tiemblan mientras gira el grifo de la tina y noto lo duro que está luchando por no llorar.
—Señorita Melissa, aquí traigo el botiquín y unos medicamentos —anuncia Sandra detrás de la puerta
del baño. Mel se levanta del borde de la tina, donde estaba sentada, me ofrece una leve sonrisa, y abre la
puerta para recibir lo que Sandra trajo.
Luego de hacerme tomar unos analgésicos para el dolor, termina de desvestirme con cuidado, como si
temiera lastimarme. Le digo que puedo hacerlo solo, pero es muy testaruda.
Sus labios se humedecen con nerviosismo mientras desliza mi bóxer hacia abajo, dejándome
completamente desnudo. Sus rodillas están clavadas en el suelo mientras yo estoy de pie. Extiendo mi
mano hacia ella para que se levante, pero está muy quieta, como si no quisiera abandonar su lugar.
Mi pecho se expande al sentir sus manos recorriendo mis muslos, lento, pausado… intencional. Deseo
que me toque, mi cuerpo ya ha respondido a su estímulo, pero hay algo que grita en mi cabeza que algo no
está bien. No quiero que sienta que me debe algo, que tiene que hacerlo porque es lo que espero.
—Mel… —susurro débilmente.
—Te quiero, John. Como nunca quise a nadie, como jamás pensé que lo haría.
»La primera vez que te vi, supe que eras diferente, había algo en tu mirada que me hizo sentir segura.
Estar contigo es fácil, hacer el amor contigo es maravilloso. Lo hago porque quiero. Lo quiero a diario,
constantemente.
Y sin darme tiempo de decir algo, desliza mi miembro dentro de su boca cálida. Por esos minutos, me
olvido de todo. Dejo de lado la amenaza de Steven, no hay dolor ni miedo, solo ella tomándome,
logrando que me rinda ante su flagrante deseo de llevarme hasta el final.
—Ven aquí, maracucha —Le pido desde la tina. Ya curó los golpes de mi rostro con mucha diligencia
y cuidado, hasta me dio suaves besos y caricias tiernas, brindándome un nivel de intimidad que jamás
experimenté. Son esas pequeñas cosas las que me hacen amarla más. Melissa es más de lo que cree, su
corazón es noble y lucharé hasta que se vea como yo lo hago.
—No quiero lastimarte —dice con recelo.
—No lo harás.
—Pero es que… —comienza.
—Por favor —suplico. Necesito sentir su piel sobre mí. No sé que nos deparará el futuro, pero en este
momento estamos aquí y no quiero perder un segundo.
Mi corazón salta de emoción al ver cómo devela su cuerpo con una lentitud agónica. Es hermosa, cada
parte de ella, la que veo y la que intenta ocultar.
¿Qué haré para protegerla?
—¿Qué pasa? —pregunta con turbación. Soy transparente ante sus ojos, no puedo ocultar mis
emociones, y eso está jugando en mi contra.
—Temo perderte —murmuro. Es una verdad a medias. Ella desconoce la amenaza que se construyó a
nuestro alrededor. Melissa no sabe lo cerca que estamos de perdernos el uno al otro.
Sus ojos me absorben con una mirada intensa y vehemente. No sé si está analizando mi respuesta o
pensando en algo que pueda calmar mi ansiedad. La miro de igual forma, sin apartar mis ojos de los
suyos, esperando su reacción.
Con lentitud y completa calma, camina hasta mí, se quita el conjunto de encaje blanco que cubría el
resto de su cuerpo y me hace compañía en la tina. El agua se desborda por cada extremo de la bañera
mientras se hunde entre mis piernas.
—No me perderás aunque no esté contigo, John. Mi corazón, mi alma y mi cuerpo te pertenecen —
susurra a medida que reparte besos suaves en mi pecho, cuello y mandíbula, hasta rozar mis labios. Está
siendo muy cuidadosa con mi torso, evitando hacerme daño.
—Te quiero conmigo siempre, Mel —musito.
—Lo sé, John. Me siento igual. Pero si un día nuestros caminos se separan, por cualquier
circunstancia, quiero que sepas que te pertenezco —frunzo los labios como un gesto de negación—. Sé lo
que estás pensando, sé que me dirás que no soy un objeto que se posee, pero siento que soy tuya. No sé ni
cómo explicarlo.
—Sé de lo que hablas —consiento mientras deslizo mi mano por la piel suave de su hombro. Nuestros
cuerpos son absorbidos por una intensa pasión, por la multitud de sentimientos y emociones que
compartimos el uno por el otro, y nos perdemos en el éxtasis de sentirnos y amarnos.

***
—No he encontrado nada, John. Lo siento. El teléfono de Taylor fue desconectado y la llamada que
hiciste no la pude rastrear. Creo que llegó la hora de hablar con Melissa —propone Alex.
Hemos pasado horas en mi oficina, tratando de encontrar a Taylor para no tener que cumplir con el
intercambio, pero no encontramos cómo. Sabrina está en la sala con Melissa, ellas no saben lo que
quieren por su liberación, creen que estamos esperando la llamada con la petición.
—No puedo, Alex. No se trata de una maleta con dinero, estamos hablando de la mujer que amo. —
reprocho.
—Lo sé, John, pero creo que ella debería elegir. Después de todo, estás en este lío es por causa suya.
¿Qué le dirás a Sabrina si Taylor muere? ¿La mirarás a los ojos y admitirás que elegiste a Melissa sobre
su esposo?
—Joder, Alexia, ¿crees que quiero que Taylor muera? Es mi única familia, maldita sea. Es mi hermano
—gruño, golpeando el escritorio con mis puños cerrados.
—Sé que no, pero ya el tiempo se está acabando y no veo otra manera. Es ella o Taylor, así de simple.
—¿Simple? Será para ti. Entiendo que Melissa no te agrade, no espero que sean grandes amigas y que
salgan de compras, pero no hay nada simple en esta decisión. ¿Sabes qué pasará si ella vuelve con
Steven? La va a lastimar, Alex. Quizás se la lleve lejos y nunca más la vea. No sabes de lo que hablas. —
Mis últimas palabras suenan débiles y temerosas.
—¿Y qué harás con las demás chicas? Giuseppe dijo que las quería de vuelta.
—Le diré que no sé dónde están, que una vez que las libero, pierdo comunicación con ellas.
—Quizás funcione, lo de la fundación no es de conocimiento público.
—Sí —contesto estoico. Mis pensamientos no están aquí. Estoy tratando de idear un plan coherente
que me asegure que, tanto Taylor como Melissa, se mantengan a salvo—. Creo que ya sé lo que haré —
digo después de varios minutos de silencio.
—¡Señor Stuart! —grita Arthur, entrando a mi oficina sin siquiera tocar—. La señorita Melissa se ha
ido —pronuncia entre jadeos.
—¿Qué? —grito, poniéndome en pie.
—Se llevó su moto hace unos minutos. Los guardaespaldas salieron detrás de ella, pero no sé si la
alcancen.
Salgo de la oficina y corro hasta el garaje para tratar de seguirla en mi auto, pero Alexia me detiene.
Dice que no sé a dónde fue y que lo mejor es esperar. ¿Esperar qué? El miedo late en mi pecho con
pálpitos acelerados. ¿Por qué se fue así? ¿Por qué huyó?
Regreso al interior y voy a la sala para hablar con Sabrina. Le pregunto si Melissa le dijo algo antes
de irse y responde que mencionó que iría a mi oficina para saber si tenía noticias y que luego volvería
con un té caliente para calmar sus nervios.
—¡Nos escuchó! ¡Va a entregarse! —grito, mi corazón partiéndose en mil pedazos.
—¿De qué hablas? —pregunta Sabrina, alarmada. La miro unos segundos y luego aparto mis ojos de
ella. ¿Cómo admito que su esposo está en peligro por mi culpa? No sé ni qué decirle. Busco apoyo en
Alexia y ella niega con la cabeza. No puedo seguir mintiéndole—. ¡Oh Dios! —gime cuando termino de
contarle la verdad.
—Lo siento mucho. Sabes que amo a Taylor, que jamás haría algo que lo lastimara.
—¿Y si lo matan, John? ¿Y si ya es demasiado tarde? —reprocha, dándome fuertes golpes en el pecho.
Su llanto es terrible y desolador, tan duro que me destroza.
La cobijo en mis brazos sin importar lo fuerte que está luchando por soltarse. Sé que solo habla el
miedo, que está terriblemente asustada, y la comprendo porque me siento igual. Ahora no solo Tay está en
peligro, Melissa también.
10
Pasamos toda la noche esperando una llamada que nunca llegó. No sabemos nada de Mel o de Taylor,
y la idea de que haya sucedido lo peor no deja de rondar mi cabeza. Tanto Giuseppe como Steven, son
dos malditos sin corazón. Me están castigando con lo que más amo en este mundo y no tengo ningún
control. Ni el dinero, o los contactos de Alex, han podido ayudarme. No sé qué hacer.
«…No llenes tu corazón de odio, sé juicioso. No actúes por impulso, analiza antes las
consecuencias de tus acciones. No tomes venganza, haz justicia».
Mi madre tenía tanta razón. No me arrepiento de haber ayudado a Melissa, sino de no medir mis
acciones, de poner en riesgo a Taylor por seguir con mis planes de venganza. Pude darle aviso a la
policía y dejar en sus manos el destino de La Perla, de Steven y Giuseppe, pero preferí seguir hurgando
para obtener mi venganza y ahora estoy pagando las consecuencias.
—¡Taylor! ¿Cariño, dónde estás? —pregunta Sabrina al teléfono—. ¡Gracias a Dios! Estaré muy
pronto contigo, amor —dice entre sollozos y sonrisas.
—¿Dónde está?
—En el hospital, pero está bien, se escucha bien —responde con nerviosismo. Libero mi alivio en una
profunda exhalación.
¡Mi hermano está a salvo!
—Ese idiota —murmuro con una mueca. Sabrina asiente, secándose las lágrimas con la punta de sus
dedos.
Mick nos espera en el auto para llevarnos al hospital. A pesar de que le dije que se mantuviera lejos
de casa, él dice que entiende los riesgos y que no se irá así lo despida. No puedo discutir con Mick por
intentar hacer su trabajo, solo espero que lo que pasó antes no se repita.
Sabrina se echa sobre Tay cuando entramos a la habitación y llora sobre su pecho. Él acaricia
suavemente su espalda mientras le dice que todo está bien. No se ve tan golpeado como pensé, pero los
médicos me explicaron que está un poco deshidratado porque no comió ni bebió nada durante casi treinta
y seis horas.
Cuando Sabrina logra calmarse, sale de la habitación para resolver los trámites de la hospitalización
de Tay. Me siento a su lado sin poder mirarlo a la cara. No sé cómo disculparme por todo lo que pasó.
—Eh, John. Estoy bien, hermano —dice con su habitual tono bromista.
—No debió pasar.
—¿Melissa? —pregunta con templanza.
—No sé nada de ella desde que se fue. Imagino que está con él —contesto con desgano.
—¿Hay algo que no me estás contando? —pregunta con suspicacia. Estoy tan desanimado que no
puedo elevar mis escudos. Soy como un libro abierto.
—Steven es mi medio hermano —confieso sin más.
—Joder. Es decir que… ¿ya sabes quién es tu padre? —asiento sin mediar palabra. No estoy
preparado para decir más. No quiero que Taylor sepa lo que ese hombre le hizo a mamá.
—¿Escuchaste algo que me ayude a encontrarla? —inquiero con una leve esperanza.
—Estuve solo casi todo el tiempo en una habitación oscura. Nunca supe a dónde me llevaron porque
me cubrieron el rostro. Lo siento, John.
—No sé qué hacer, Taylor. ¿Debería denunciarlo a la policía?
—Como tu abogado, diría que sí. Pero como tu hermano, digo que no. Él sabe lo que hace, John. Es
toda una joya, y no dudo de que tenga vínculos con la policía.
—Alex está tratando de encontrarla, pero no creo que tenga oportunidad alguna. Ella dice que están
blindados, Giuseppe tiene años en el negocio y no es del tipo que deja cabos sueltos.
—¿Lo conociste?
—Lamentablemente, sí —espeto.
—¿Él te dio esos golpes? —me rio sin gracia. Ese viejo no podría ni darme un puñetazo.
—Fue uno de sus gorilas. El maldito hombre es un desgarbado que no puede ni con su alma —digo con
rencor.
—Oye, John. Sé que sabes más de lo que me dices, que quizás ese hombre sea la peor escoria del
mundo, pero mamá no querría que el odio llenara tu corazón.
—Lo sé.
—En algún punto, dejaste de ser tú y ahora comprendo que fue por él. Tus razones tendrás, y no soy
nadie para juzgarte, pero creo que tarde o temprano la gente termina pagando lo que hace.
—Quería hacerle pagar, Tay. Lo sigo queriendo, pero ahora mismo lo que más deseo es recuperar a
Melissa. Imaginarla con él… me está matando, hermano.
—Te pegó duro el amor, John —lo dice serio—. Espero que puedas encontrarla, pero debes saber que
no será una tarea fácil. Si ellos son tan poderosos como dices, puede que ahora mismo la estén sacando
del país.
—Es una gran posibilidad y lo peor es que no tengo ninguna idea de dónde buscarla. Nunca le pregunté
dónde vivía con Steven porque ella no quería que me vengara de él, me lo advirtió muchas veces, y seguí
por mi cuenta.
—Quizás Melissa te encuentre a ti —plantea con una sonrisa sin gracia.
—Podemos volver a casa, amor —anuncia Sabrina con una gran sonrisa, aunque en sus ojos sigue
latente la preocupación—. Estaba pensando en ir unos días a casa de mis padres. ¿Qué dices? —pregunta
con nerviosismo. Pocas veces he visto a Sabrina ansiosa, pero es comprensible.
Taylor me mira de soslayo y luego a su esposa.
—No te preocupes por mí, Tay. Creo que es mejor que estén en New York que aquí.
—No sé, John. No quiero dejarte solo con lo de Melissa —pronuncia desalentado.
—Para eso existe la tecnología ¿no? —digo despreocupado. En esto, apoyo a Sabrina. No podré estar
tranquilotemiendo que algo les pase por mi culpa.
—¿Qué estás tramando, John? —inquiere, entrecerrando los ojos.
—¿Qué harías tú en mi lugar? —Él mira a su esposa, frunce el ceño y luego vuelve a mí.
—Prométeme que te cuidarás.
—Hierba mala nunca muere —bromeo. Él se cruza de brazos y gruñe—. Lo prometo, idiota.
Al día siguiente, me despido de Sabrina y de Taylor en la pista de aterrizaje. Les ofrecí mi jet para
viajar a New York, aunque tuve que insistir mucho para que aceptaran.
Aguardo en la pista hasta que el avión despega y vuelvo al auto para conducir a casa. Me acompaña la
angustia, el dolor, la tristeza… la voz en mi cabeza gritando el nombre de Melissa, suplicando por tenerla
de nuevo conmigo. Si al menos pudiera saber si está bien, no importa dónde, pero a salvo.
—¿Alguna llamada? —pregunto al llegar a casa. Sandra niega con tristeza.
Vuelvo a decir «no» cuando pregunta si quiero comer, pero ella insiste una y otra vez hasta que acepto.
Desde ayer, no he comido ni un bocado. Lo único que hago es pensar, rogar y gruñir.
La sigo a la cocina y me siento en el taburete de la esquina. Cierro los ojos e imagino que Melissa está
a mi lado, sonriendo, mirándome con esa dulzura que irradiaba de sus ojos. Trato de convencerme de que
las últimas horas no pasaron y que sigo en mi sueño, pero abro los ojos y me encuentro con la pesadilla
de su ausencia.
Apenas trago un poco del pollo y la ensalada que me sirvió Sandra. No tengo ganas ni de masticar,
mucho menos de estar aquí sentado, recordando todas las veces que su presencia inundaba todo.
—Estaré en mi oficina —informo antes de irme.
Sin nada más que hacer, llamo a Alexia para pedirle un nuevo reporte, pero nada ha cambiado. No hay
pistas de Melissa.
Me dejo caer contra el respaldo del sillón y me torturo con cada una de las cosas que pude hacer
mejor, entre ellas, llevar a Melissa a un lugar seguro. Pero es que fui demasiado egoísta, antepuse mis
deseos ante su seguridad y eso me martiriza.
En algún momento, entre tragos de whisky y lamentos, me quedo dormido en el sillón. Cuando
despierto, ya ha amanecido y todo mi cuerpo resiente la mala noche que pasé.
Trueno mi cuello, moviéndolo de un lado al otro, y me pongo en pie para ir a darme una ducha. Quizás
eso me ayude a relajarme un poco.
—Tiene una llamada de la oficina, señor —anuncia Sandra cuando apenas pongo un pie en el primer
escalón. Recibo el teléfono y contesto de mala gana. Es Marco, me está hablando de la campaña de
Beauty Sport, me recuerda que hoy está pautada la reunión con ellos. Le digo que la suspenda, que
cancele todos mis compromisos del día y los de la semana siguiente. Él objeta con balbuceos
ininteligibles y decido terminar la llamada.
—Si llama de nuevo, dile que no estoy —le ordeno a Sandra antes de perderme escaleras arriba.
Día cinco desde que Melissa se fue. Mi estado de ánimo es deplorable y mi aspecto aún más. Como lo
necesario y duermo solo cuando pierdo la batalla contra el cansancio. Alex sigue trabajando por
encontrarla, pero con cada día que pasa, mi fe en ella va perdiendo solidez. La creía invencible, capaz de
todo, pero ya no creo en nada ni en nadie.
Tay me llama a diario para saber cómo estoy y siempre se despide con la misma perorata «todo estará
bien». A veces quiero gritarle: ¿cuándo estará todo bien? porque ya no soporto esta angustia.
Ahora entiendo el significado de corazón roto, siento que el mío se fragmentó en piezas filosas que se
clavan en mi pecho y me infringen dolor. Un dolor tan agudo y penetrante que me está consumiendo
lentamente. En este punto, me conformaría tan solo con escuchar su voz diciéndome: «estoy a salvo,
John». Podría vivir con eso, pero no así, no pensando que él está abusando de su cuerpo, sometiéndola…
tocándola.
Arrojo mi vaso contra la pared y el sonido de los vidrios estallando me otorga un poco de alivio. Miro
la botella casi vacía de Jack Daniels y la lanzo al mismo punto, rompiéndose en cientos de fragmentos.
—¿Está bien, señor Stuart? —pregunta Arthur detrás de la puerta. ¿Bien? ¿Qué significa esa palabra?
Porque tener el corazón jodido no puede definirse como bien. Sin embargo, respondo con un estoico ¡sí!
—. ¿Puedo entrar para estar seguro? —insiste. Podría mandarlo a la mierda, pero él solo intenta
cuidarme y sé que me aprecia.
Me levanto del sillón y salgo de la oficina. No quiero que vea el desastre de vidrios o que intente
recogerlos. Necesito ver esa devastación, esa materialización de mi interior y encontrar así un poco de
calma. Quizás es algo retorcido, pero es lo que funciona para mí en estos momentos.
Es de madrugada, mi habitación está oscura y me muevo de un lado al otro en el colchón, sin poder
conciliar el sueño. El aroma de Melissa comienza a desaparecer de mis sábanas y solo así podía dormir,
inhalando el dulzor de su perfume.
Me levanto de un salto al escuchar el sonido del teléfono repicando sobre la mesita de noche. Me
apresuro alcanzarlo y respondo con una palabra «¿Melissa?».
—¡Dios, John! —pronuncia con la respiración crispada. Mi corazón se agita con pálpitos fuertes y mi
cuerpo comienza a temblar. ¡Es ella!
—¿Estás bien? ¿Dónde estás? —pregunto mientras corro al armario por unos tenis, jeans y una
camiseta. La buscaré donde se encuentre.
—Es un galpón. Hay máquinas viejas, madera… está oscuro. Golpeé a Steven y le robé el teléfono.
Creo que está… muerto —musita con timidez.
—Sé dónde es. Busca un lugar seguro y escóndete, voy para allá.
—Apúrate, John —ruega y corta la llamada.
Salgo a toda prisa de la habitación sin anudarme los cordones de los tenis y me termino de poner la
camiseta mientras bajo las escaleras. Corro a mi oficina y saco un arma de mi caja de seguridad. Si
Steven está ahí, me aseguraré de que nunca más lastime a Melissa.
Me subo a mi Audi y salgo en silencio para no llamar la atención de Sandra o de Arthur. No hay nadie
más cerca, los guardaespaldas que contraté llegan en un par de horas. Mi casa cuenta con la seguridad
suficiente para que nadie irrumpa sin ser notado y no requiero de vigilancia las veinticuatro horas del
día.
Las manos me sudan y no paran de temblar mientras conduzco por las carreteras oscuras de Boston. Es
de madrugada, no más de las tres de la mañana, y todo está solitario.
Me resulta sospechoso que Steven llevara a Melissa a ese mismo galpón, a sabiendas de que podía
llegar ahí con facilidad, pero no tengo tiempo de darle vueltas a ese asunto. Solo necesito encontrarla y
ponerla a salvo.
Después de un viaje que se me hace más largo de lo que había pensado, estaciono el auto delante del
galpón y corro hasta la puerta principal. Está abierta. Enciendo una linterna que encontré en el maletero
del auto e intento alumbrar la oscuridad del enorme galpón, pero solo veo máquinas y pedazos de
madera.
Avanzo lentamente, siendo cuidadoso de no hacer ningún ruido que alerte a Steven, y agudizo mi oído
para percibir el más leve indicio de Melissa. Mientras camino, escucho una respiración forzosa,
acompañada de quejidos de dolor. Mi corazón se agita, temeroso de que se trate de Mel. Susurro su
nombre bajito al tiempo que ilumino el fondo del galpón.
—¿Melissa? —pregunto una vez más. Los quejidos son cada vez más fuertes y agonizantes. Muevo la
linterna a una esquina y vislumbro una silueta tumbada en el suelo en posición fetal. Acelero el paso y me
arrodillo delante de ella—. ¿Susy?
—John —jadea. Un cuchillo está clavado en su estómago y su cuerpo yace sobre un enorme charco de
su propia sangre—. Ayúdame, John —suplica.
—Llamaré a urgencias. Todo estará bien —prometo. Saco el móvil y descubro que no hay señal.
¿Cómo me llamó Melissa entonces?—. ¿Quién te hizo esto?
—Fue… fue… —intenta, pero ha perdido mucha sangre y comienza a desvanecerse.
—No te duermas, Susy. Quédate conmigo —le ruego. No puedo entender quién le hizo esto, por qué
está aquí y dónde está Melissa—. ¿Fue Steven? —pregunto.
—Las tiene… —murmura antes de que su respiración se apague. Me quedo perplejo al darme cuenta
de que se ha ido. No puedo creer que apenas unos meses atrás aceptó mi propuesta de dejar La Perla, y
que ahora esté delante de mí con su cuerpo laxo y sus ojos carentes de vida. Susy solo tenía veintitrés
años. No merecía una muerte así.
Saco el cuchillo de su estómago y deslizo suavemente mi mano por sus ojos hasta que quedan
cerrados.
—Policía de Boston, póngase en pie y mantenga las manos en alto —ordena un oficial. Dejo el
cuchillo en el suelo y levanto las manos—. Ahora, lentamente, dé la vuelta. —Lo hago.
Uno de los dos oficiales apunta un arma directo hacia mí mientras el otro se acerca lentamente hasta
mi posición. Podría decirles porqué estoy aquí y porqué mis manos están llenas de la sangre de Susy,
pero sé que todo lo que diga ahora me hará más mal que bien.
Guardo silencio mientras el oficial me requisa, encontrando sin mucho trabajo el arma que traje
conmigo detrás de la cinturilla de mis jeans.
—Tiene el derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga, puede y será usada en su contra en un
tribunal de justicia. Tiene el derecho de hablar con un abogado. Si no puede pagar un abogado, se le
asignará uno de oficio —dice el oficial mientras me esposa—. ¿Entiende sus derechos?
—Sí.
—¿Cuál es su nombre? —pregunta ahora. Respondo sin titubear y luego camino hacia adelante, como
él me ordena.
Todo fue una trampa, ahora lo sé, pero trato de pensar que Melissa fue un títere que Steven manejó a su
antojo y no que está involucrada en todo esto. Su angustia parecía real, no pudo estar fingiendo ¿o sí?
11
Todas las acciones tienen consecuencia. Causa y efecto, lo llaman. Es irónico cómo cambian las cosas
de un segundo al otro. Un movimiento en falso, y todo se va a la mierda.
Hasta hace poco, lo tenía todo: dinero, prestigio… ¿amor? Sí, lo digo entre interrogantes porque
todavía no estoy seguro si algo de lo que viví con Melissa fue real. Y mientras sigo buscando argumentos
que justifiquen lo que hizo, Taylor está de pie en el juzgado, tratando de desestimar los cargos que me
imputaron: asesinato, secuestro y tráfico humano. ¡Sí! Como lo leen. Increíble ¿verdad?
Taylor y Alexia tienen una teoría muy sólida: todo fue planeado por Steven, utilizando para tales fines
a su mujer, la misma que intenté “salvar”, la misma de la que me enamoré como un idiota. Porque, ¿de
qué otra forma se justifica que la fiscalía encontrara en la fundación que creé –bajo el nombre Cambiado
el Futuro– pruebas incriminatorias de tráfico humano desde los países del Sur hasta Estados Unidos?
¿Cómo es posible que cinco de las chicas que rescaté de La Perla desaparecieran? ¿Cómo se explica que
mis huellas están en el cuchillo que le causó la muerte a Susy? Claro, tengo un argumento: intentaba
ayudarla. Pero ¿quién va a creerme? Las pruebas no mienten, es la premisa del fiscal que lleva mi caso.
Es sorprendente todas las pruebas que ha recabado en unos pocos días. Imagínense que tienen
fotografías mías con cada una de las chicas ahora extraviadas. Y qué casualidad, todas ellas ingresaron
de manera ilegal al país. Eso me valió el segundo cargo, un crimen de lesa humanidad.
Debo admitir que Steven jugó muy bien sus cartas, o tal vez fue Giuseppe, no lo sé. Pero lo cierto es
que: el cazador terminó cazado. ¡Estoy completamente jodido!
La fiscalía me ofreció un “buen trato”: treinta años con opción a libertad condicional si me declaraba
culpable ¡Nada despreciable, no! Pues lo rechacé. Soy inocente y, aunque todas las pruebas me señalen,
aunque el jurado me dé una sentencia mayor, nunca diré que soy culpable de crímenes que no cometí. Una
segunda oferta incluía cinco años menos si decía el paradero de las cinco mujeres desaparecidas. ¡Cómo
si yo lo supiera!
El sistema judicial es una verdadera mierda. Solo intentaba ayudar a esas mujeres y terminé preso, y
los verdaderos culpables quizás están fumando puros en alguna isla del Caribe, riéndose de mí.
Taylor llama al estrado a Martha, quien ha fulgido como mi secretaria en la fundación desde que
inició. Sin embargo, no es mucho lo que puede lograr con su declaración. El registro real que tenía de las
chicas desapareció.
La segunda en subir es Alexia. Su intervención arroja mejores resultados, pues tiene registros fiables
de las investigaciones que hizo de La Perla y algunos datos de Giuseppe y Steven Bartoli, quienes Taylor
señaló como los autores intelectuales, y materiales, de los crímenes que se me acusan.
El fiscal objeta que las pruebas me señalan como el acusado y no a los sujetos en cuestión. El juez
aprueba la objeción y Taylor manifiesta que no tiene más preguntas.
Las pruebas de Alexia no son sólidas, lo que nos lleva de nuevo a la nada. Ah, y no he mencionado
que, cuando la policía fue al club La Perla, basados en mi acusación, no encontraron nada. Sí, nada.
Todo se esfumó. El propietario del local era un tal Fidel Sandoval sin ninguna vinculación con Giuseppe
o Steven.
—El naranja es un buen color —bromeo cuando Taylor se sienta a mi lado, cediéndole el turno a la
fiscalía para interrogar a Alexia. Él sacude la cabeza y exhala desalentado. Sé que está tratando de salvar
mi trasero, pero los dos sabemos que estoy jodido. Me van a declarar culpable y será todo.

***
La corte entró en sesión hasta el lunes, hoy es sábado. Cuarenta y ocho horas me separan de los
alegatos finales antes de que el jurado tome una decisión. Taylor está sentado delante de mí en la sala de
visitas mientras termino la lasaña que envió Sandra para mí.
—Todavía hay tiempo, John. Me reuniré con Alexia para intentar encontrar a alguna de las chicas que
no fueron secuestradas y pedirle que declare a tu favor.
—Suerte con eso —digo con pesimismo.
—John…
—Sabes que no pasará, Tay. Ellas volvieron a su país y no podemos hacer nada. Debí aceptar los
jodidos treinta años —gruño con frustración. Estoy cansado del juicio, de las declaraciones… de la puta
prensa. A fin de cuentas, ¿para qué quiero la libertad? Mi vida se fue a la misma mierda desde el día que
me enamoré de una stripper.
—Puedo hablar con el fiscal… —intenta.
—Ese imbécil es un títere de Bartoli. Todas esas pruebas no llegaron a él de la nada.
—Alexia también lo piensa, pero no hemos podido probarlo.
Guardo silencio después de su último comentario. En mi mente solo hay una persona, la misma que me
llevó a esta situación.
—John ¿estás bien? —niego con la cabeza. No quiero que él sepa lo tonto que soy—. Estoy para ti,
hermano. Dímelo.
—La extraño como un loco, Tay. ¿No soy patético?
—Es comprensible, John, te enamoraste de ella. Nadie te culpa por eso —me rio por la ironía. ¿Quién
iba a decir que enamorarme me llevaría a prisión? He escuchado de corazones cautivos, pero lo mío se
hizo literal.
—¿Cuántos años crees que me den? —pregunto sin mirarlo. Estoy concentrado en jugar con el resto de
la lasaña. Si mamá me viera, diría: «con la comida no se juega, John. Piensa en los niños que no tienen
nada para comer».
—No voy a especular con eso. Volveré mañana, tengo que seguir buscando la forma de sacarte de esta
mierda de lugar.
—Al menos en Massachusetts invalidaron la pena de muerte.
—Cierra la boca, John.
—Lo siento, Tay. Sabrina tenía razón, no debí involucrarte en esto.
—Ella solo estaba asustada, pero sabe que no te dejaría solo, hermano. Siempre hemos sido tú y yo y
seguirá así. ¿No harías lo mismo por mí?
—Sabes que sí.
—Bueno, entonces no digas idioteces —dice, frotándose las sienes. Se ve cansado y hasta
desesperado y odio que sea así. Extraño al Taylor bromista y fastidioso. Y quisiera librarlo de esto, pero
sé que no va a renunciar hasta que haya agotado todos los recursos.
Vuelvo a la celda cuando Taylor se va y me tumbo sobre la asquerosa colchoneta de la cama litera. El
Gordo Joe, mi compañero de celda, está acostado en la cama de arriba, marcando una joroba de ballena
justo sobre mí. A veces pienso que la estructura va a ceder y terminaré aplastado bajo su peso. Sería una
muerte de esas raras que saldría en uno de esos programas donde recrean los accidentes más bizarros.
Taylor solía ver uno muy estúpido que se llamaba Mil Maneras de Morir y siempre se reía. Nunca le vi
la gracia. De haber sabido que a mis treinta y tantos años estaría preso, quizás me hubiera reído más de
cosas triviales en vez de perder el tiempo con planes de venganza.
—Stuart, tienes visita —anuncia uno de los guardias.
¿Qué se le olvidó a Tay ahora? No es la primera vez que regresa porque no me dijo “x” cosa.
Camino detrás del guardia hasta la sala de visitas y me quedo perplejo a mitad de camino.
¡No puedo creer que esté aquí!
—¿Melissa? —pronuncio desde mi lugar, a tres metros de la mesa donde está sentada. Mi corazón
golpea mi pecho con una intensidad brutal cuando sus ojos coinciden con los míos, pero trato de mantener
mi conmoción detrás de la cara de póker que tantos años utilicé para ocultar mis emociones. No sé con
qué intenciones vino aquí.
Obligo a mis pies a transitar el camino que resta para llegar a la mesa y me siento en la silla frente a
ella. Su mirada se precipita a sus dedos entrelazados cuando la intensidad de mis ojos en ella se vuelve
insoportable. Le estoy cuestionando todo solo con mi mirada, lo sabe.
Me reclino contra el respaldo de la silla y mantengo las manos en dos puños sobre el borde de la
mesa. Ella sigue en silencio, igual yo. No seré el primero en hablar, no quiero decir cosas que más tarde
lamente.
—Vine a despedirme —susurra sin mirarme. No me inmuto. No sé si lo duro que estoy trabajando por
mantener una actitud gélida en verdad me ha hecho inmune a los sentimientos—. Adiós, John —dice,
poniéndose en pie.
—¿Eso es todo? —me rio—. ¿Viniste aquí para decir adiós?
Sus ojos miel alcanzan los míos mientras sus labios se separan, dejando escapar una ráfaga de aire. Se
vuelve a sentar. La miro sin parpadear, esperando encontrar algún indicio de verdad en sus pupilas,
quizás una maldita esperanza de que tenga algo más que decir que solo dos palabras.
—Quería verte una vez más —admite, su voz suena insegura y su mirada danza entre mis ojos y mis
labios.
—¿Para comprobar que estoy en el lugar correcto? —reprocho—. Mierda, Melissa. Fui ahí por ti.
¡Pensé que estabas en peligro! —reclamo, golpeando la mesa con los puños. El guardia me advierte que
me llevará a la celda si mantengo esa actitud. Asiento.
—Ese era el plan —contesta sin apartar sus ojos de mí, cuando el guardia se ha alejado lo suficiente
para que no la escuche.
«¡Era el plan!».
Sus palabras son como un mortero que dispara proyectiles directo a mi corazón. Me está destrozando
y, maldita sea, quiero que el dolor acabe y simplemente morir. Al menos, físicamente, porque el alma ya
la perdí.
—Te mereces una ovación de pie por tu actuación. En verdad me engañaste —sonrío mientras lo digo.
Ella me observa impávida, sin muestra de emociones o algún indicio de arrepentimiento—. Cuéntame,
Melissa. ¿Desde cuándo lo planearon? —pregunto, inclinándome hacia adelante sobre la mesa.
Ella se reclina contra su asiento y sonríe, junto con un brillo malévolo en sus ojos. Quizás no debería
quedarme a escuchar lo que va a decir, tal vez debería conservar la dignidad que me queda y dejarla con
la palabra en la boca, pero, por muy retorcido que parezca, necesito saberlo todo. Necesito escucharlo de
su boca y, de una vez por todas, perder el pedazo del corazón que sigue colgando en mi pecho.
—No tengo tiempo para esto, John. Pero si de algo te sirve, mis orgasmos no eran fingidos —se
levanta de la silla y, antes de irse, agrega—: Aunque Steven fue mi mejor amante.
Y es así como una mujer le rompe el corazón a un hombre.
Mis ojos siguen su silueta hasta que llega al final de la puerta de la sala. No parpadeo ni una vez.
Creo escuchar mi nombre de forma incesante, pero sigo absorto en lo que acaba de pasar. Quizás si
espero lo suficiente, despertaré en mi cama y descubriré que nada de esto es real, que encontraré su
cabello regado en mi almohada, su aroma dulce acariciando mi olfato y su suave y tibia piel abrasando
mi cuerpo. Porque, a pesar de la devastación que dejó en mí, no imagino volver a una realidad donde no
la esté amando, donde ella no me quiera.
12

D OS AÑOS DESP UÉS

—Por el cargo de asesinato ¿cómo encuentran al acusado?


—Culpable, señor juez —responde uno de los miembros del jurado.
—Por el cargo de secuestro ¿cómo encuentran al acusado?
—Culpable, señor juez.
—Por el cargo de tráfico humano ¿cómo encuentran al acusado?
¿Qué creen que dijo? Culpable, por supuesto.
La condena: cuarenta años sin opción a libertad condicional. Solo faltan treinta y ocho más, lo que me
dejaría libre a mis setenta y tres años, si es que estoy vivo para entonces. Taylor sigue tratando de
encontrar pruebas para impugnar la sentencia, aunque le he dicho que deje de intentarlo. No hay caso,
Giuseppe manipuló los hilos a su favor y supo muy bien cuáles mover para asegurarse de que siga aquí
hasta que pasen los jodidos cuarenta años, porque quizás al inicio todo fue planeado por Steven, pero al
darse cuenta quién era mi madre, Giuseppe lo tomó personal. Todo esto son suposiciones, estar en
prisión te deja mucho tiempo libre para pensar, y siempre he sido una persona analítica y, no se burlen,
suspicaz; pero deshabilité todas mis defensas cuando una sexy castaña de piel canela conquistó la
debilidad de todo ser humano: su corazón. Ese maldito es un arma expansiva, es como el jodido Skynet
de la película Terminator[4]. ¡Controla todo!
—Hoy Lily comenzó con las papillas. Sabrina hizo una gran cosa de eso —dice Tay, mostrándome una
fotografía de su hija de cinco meses. La llamó Lily como mamá, sé que ella estaría feliz por eso.
—Sabes, no tienes que venir tan seguido a verme.
—Eres una patada en el culo ¿te lo he dicho?
—Un par de veces —me rio—. ¿Entonces Hanna fundó su propia agencia?
—Mierda, sí. Se robó alguno de tus clientes —dice con una sonrisa burlona—. Esa tiene más pelotas
que muchos hombres.
—Así veo —concuerdo, dándole golpecitos a la mesa con mi dedo índice.
—¿Qué pasa, John? —pregunta con preocupación.
—Estuve pensando…
—No, John. No vuelvas ahí —advierte, antecediéndose a mis palabras.
—Es que sigo sin creerlo, Tay. Ella no pudo fingirlo todo. He ido atrás a cada capítulo, a cada
recuerdo, cuadro por cuadro, y sigo pensando que hay más. No dejo de pensar en una frase que me dijo:
«…si un día nuestros caminos se separan, por cualquier circunstancia, quiero que sepas que te
pertenezco». Creo que me estaba preparando para esto. ¿Y si no tuvo más opción?
—Mira, John. No puedo decirte si tienes razón o no, pero si pensar así te otorga algún tipo de alivio,
entonces aférrate a eso. Quizás algún día simplemente lo superes… y espero que sea pronto, hermano.
—Yo también lo espero.
Tres semanas después de esa charla con Taylor, recibí una carta sin remitente ni dirección. No era la
primera vez que me llegaba una. Sandra, Marco, Martha y hasta Hanna, me escribían muchas veces para
saludarme o para contarme cómo iban sus vidas. Mis visitas estaban restringidas a Taylor, Sabrina y a
Alexia, por decisión propia. Quizás más adelante, aceptaré que alguien más venga, pero ahora mismo no
estoy listo para eso.
Me siento en la cama de mi celda y saco la carta. El sobre ya estaba abierto, imagino que lo revisaron
antes de entregármelo por si es de alguno de “mis cómplices”, porque siguen pensando que sé el
paradero de las chicas desaparecidas.

Hola, John.
“Quizás me estés odiando, y no te culpo. Créeme, he sentido lo mismo por mí desde hace tiempo, y
dudo mucho que encuentre la forma de perdonarme, pero a pesar del dolor, de lo que sufrí al
lastimarte de esa forma, no me arrepiento. Esas semanas contigo fueron las mejores de mi vida y de no
ser por ese plan que hoy te mantiene cautivo, nunca hubiera tenido la oportunidad de conocerte y,
mucho menos, de enamorarme de ti. Imagino que en este punto te podrías estar riendo, pensando que
soy una demente que no sabe de lo que habla, pero es la verdad, John. Me enamoré de ti. Te amo y no
tengo dudas de que ese sentimiento jamás se irá de mí. Ahora te preguntarás ¿por qué? Sí, hay una
razón poderosa para lo que te hice y se simplifica en una palabra: Moisés. Mi hijo ahora tiene cinco
años, pero tenía dos cuando Steven descubrió la nota que me dejaste aquella noche. La había
guardado en uno de mis cajones como un tesoro valioso. Por años, esperé un milagro que me sacara
de aquel infierno y tú fuiste la contestación a mis ruegos. No sabía que él la encontraría, y mucho
menos que usaría a su propio hijo para amenazarme cuando rechacé su plan para destruirte, pero lo
hizo, lo alejó de mí, John. No lo vi más hasta el día que la policía te arrestó; por eso te llamé esa
noche, era Moisés o tú. Y aunque te amo con todo mi corazón, aunque te pertenezca a ti, mi hijo
siempre será más importante.”
—Oh Dios, Mel —susurro, lágrimas cayendo sobre el papel que sostengo entre mis manos
temblorosas.
¡Ella no tuvo opción!
Si supiera que su historia y la de mi madre son tan similares… me seco las lágrimas con el dorso de
la mano y sigo leyendo.
“Antes de despedirme, quiero darte las gracias por luchar por mí cuando creí que todo estaba
perdido, por ver más en mí de lo que alguien notó alguna vez y por hacerme sentir amada. Moisés y yo
estamos bien. Steven ya no controla mi vida. Ya no volveré a fingir, ya no seré una stripper. Espero que
pronto tú también obtengas tu libertad y que encuentres a alguien más digna de amar de lo que yo fui
alguna vez. No te cierres al amor por lo que te hice, John. Tienes un gran corazón y mereces toda la
felicidad del mundo”.
Por siempre tuya,
tu maracucha.
13

MELISSA

—Vamos, Moisés. Cómete la pasta rápido que tengo que llevarte a la escuela —le pido a mi hijo, a la
vez que meto su merienda en la lonchera.
—Estoy comiendo, ma. —Se queja.
—¿Cómo que “ma”?
—Sí, señora —bromea.
—Déjalo ya, Meli. Son cosas de niños, es la moda —replica mi madre.
Mírenla pues. Todavía recuerdo los chancletazos que me lanzaba si le daba una mala respuesta,
pero como que las reglas de corrección no aplican para los nietos.
Una vez que mi hijo termina de comer, le limpio la boca con una servilleta y le cuelgo su mochila en
los hombros. La escuela queda cerca de casa y de ahí agarraré el carrito por puesto[5] para ir al centro de
Maracaibo. Hoy es mi primer día en El Palacio del Blummer[6] como vendedora, fue lo mejor que
conseguí.
—Te portas bien, le haces caso a la maestra y no aceptes nada de desconocidos. La tía Mili vendrá a
buscarte a las cinco
—Sí, mami —dice con una sonrisa mientras sus lindos ojos marrones me miran con emoción. Acaricio
su melena castaña entre mis dedos, le doy un beso sonoro en la mejilla y luego suelto su mano para que
entre a su salón. Lo miro hasta que cruza la puerta, sin poder evitar que una sonrisa tonta se dibuje en mis
labios. Mi hijo es mi mayor tesoro.
Salgo de la escuela y camino dos cuadras hasta llegar a la calle por donde pasa el carrito de Socorro.
El sol en Maracaibo es fuerte, pero a las doce del mediodía, es insoportable.
—Se bajara alguien —me quejo. Todos los carritos que han pasado llevaban los puestos ocupados y
se me va a hacer tarde.
Mientras espero, me llega un mensaje de Mili, mi hermana menor. Me recuerda que pase por la
librería para comprar los materiales que le pidieron a Moisés en la escuela. «Ok», respondo y me guardo
el “potecito”[7] en el bolsillo trasero de mis jeans.
—¿Cuánto es el pasaje, señor? —pregunto una vez que me subo al carro. Tengo casi que gritarlo, el
chofer está escuchando reggaeton a todo volumen.
—Cien bolos[8].
—¡Cien! ¿Estáis loco? —grita la mujer a mi lado—. ¡Qué molleja[9]! Nos tienen un hueco hecho.
—Decíselo a Maduro —replica él y comienzan una disputa acalorada del alto costo de la vida, de lo
mal que está el país, de la escasez y todo eso. Yo me mantengo al margen, ya ni vale la pena discutir por
lo mismo, eso no nos lleva a nada.
Mientras ellos siguen con su pleito, yo me pierdo en mis pensamientos, en los momentos que viví junto
a John, recuerdos que guardo en mi memoria como el mayor de los tesoros.
Él fue el único hombre que me trató con amor, que vio en mí más de lo que cualquiera sería capaz.
Cuando me tocaba, mi corazón cobraba vida, mis demonios se alejaban y solo existíamos los dos. Es
que John no solo me hacía el amor, lo demostraba. Y sé muy bien que ni el tiempo ni la distancia, podrán
borrar las huellas de sus caricias, que quedaron impresas en mi piel. Su imagen, y las reminiscencias de
nuestros encuentros pasionales, me perseguirán a dónde vaya. Memoricé los pliegues marcados de su
abdomen, lo cálida y sedosa que se sentía su piel en mis dedos, la firmeza de su virilidad cuando la
tomaba entre mis manos. Aún huelo el delicioso aroma que emana de su cuerpo cuando estaba llegando al
clímax; e inclusive, soy capaz de evocar su voz pronunciando mi nombre mientras se derramaba en mi
interior.
Pero, dejando fuera lo que hicimos en su habitación, hay más de él que no puedo olvidar, y es esa
mirada clara y sincera que me hablaba de amor, de entrega, de sentimientos indescriptibles e irrefutables.
Así me miró cuando fui a la prisión a destilar veneno sobre su herida. Sí, a pesar de mi traición, de todo
el dolor al que lo sometí, John Stuart me estaba amando.
Escribir esa carta me rompió el corazón, pero lo amo tanto que solo puedo desear felicidad para él,
algo que nunca tendría conmigo, la mujer que lo llevó a prisión para obtener su libertad, y la de su hijo.
John ahora es libre. Con las pruebas que le facilité a Taylor, lograron impugnar el juicio y lo
exoneraron de culpas, y espero que sea feliz, que encuentre a alguien que valore su enorme corazón y que
lo ame con la misma intensidad que sé que él es capaz de corresponder.
Las chicas desaparecidas habían sido llevadas a uno de esos tantos clubes clandestinos que los Bartoli
manejaban y también fueron liberadas, junto con todas las demás.
Steven siempre tuvo un plan, pero yo también tenía el mío. Sabía que era mi única oportunidad para
liberarme de él de una vez por todas. Por eso, antes de que secuestrara a Taylor, me puse en contacto con
el F.B.I. e hicimos un trato: yo le entregaría las pruebas suficientes para que metieran preso a Steven y a
su padre, y ellos me protegerían a mí y a Moisés. Traté de evitar que John quedara en medio de todo,
pero no pude. Y mientras siguiera intentando recabar las pruebas en contra de Steven, su juicio tenía que
seguir su curso.
Me tomó mucho más de lo que pensaba entregar a los Bartoli, pero al final logré que John, Moisés, las
chicas y yo, obtuviéramos la libertad.
El F.B.I. me advirtió que no podrían protegerme mientras volviera a Venezuela, pero necesitaba estar
aquí. No viviré con miedo nunca más.

***
En la noche, al salir del trabajo, tuve que subirme en una camioneta para llegar a la casa. Los carritos
brillaban por su ausencia y las “chirrincheras[10]” se convirtieron en mi única opción de traslado.
—Todo el día bachaqueando[11] pa´ solo comprar una harina P.A.N. y un arroz —Se queja una de las
mujeres que viaja en el camión.
—Decime a mí que la tarjeta de débito no pasó y no me dejaron comprar porque no aceptaban efectivo
—rebate la otra mujer a su lado.
Dejo de prestar atención cuando comenzaba a deprimirme. Las cosas han cambiando mucho desde que
me fui de Venezuela. En ese tiempo, la situación era difícil, pero ahora es peor y me preocupa que un día
no tenga ni un pan para darle a Moisés. Por ahora, no le ha faltado nada, pero mi sueldo es muy poco y no
alcanza para mucho.
—¡En la esquina, señor! —grito cuando falta una cuadra para llegar a mi casa, de lo contrario me deja
botada.
Me bajo como puedo y le pago la tarifa al colector: cien bolívares más. Creo que me sentaré a sacar
cuentas. Si gasto doscientos bolívares diarios, al mes serían seis mil en puro pasaje y me gano veinte mil.
Entonces me quedan ¡Catorce Mil! Eso se me va en dos días. Tendré que buscar otra cosa que hacer
porque…
—Hola, maracucha —dice una voz varonil, gruesa… familiar.
Las manos me tiemblan y dejo caer la bolsa donde traía los materiales escolares de Moisés. Parpadeo
una, dos, tres veces; separo los labios, los vuelvo a juntar, vuelvo a parpadear.
—¿John? —pronuncio.
Es él.
Suena como él.
Luce como él.
¿Qué hace aquí?
Mi corazón se vuelve loco en mi pecho con pálpitos feroces, aunque la sangre dejó de circular en mis
venas y se detuvo en algún punto muerto porque no siento mi cuerpo.
Él da un paso al frente, su hermosa sonrisa iluminando su rostro, su perfume fuerte y varonil
invadiendo el aire… su corpulento cuerpo de un metro ochenta y cinco ocupando mi visión.
—Tenías razón, maracucha, esta es la tierra del sol amada —bromea secándose el sudor de la frente.
—¿Q-qué haces a-aquí? —balbuceo.
—Quería comer arepa —contesta con una sonrisa socarrona.
—¿Cerraron Budare Bristo? —Él niega con la cabeza.
—Quería comer arepas hechas por la mujer que amo. —Da otro paso al frente. Mis piernas comienzan
a flaquear y lágrimas silenciosas se escurren sobre mi rostro.
—John… ¡oh Dios! —sollozo. Y antes de que mis piernas se doblen contra el suelo, él me alcanza y
me envuelve entre sus brazos. Me derramo en él y libero toda la culpa, el pesar y la tristeza con un llanto
tan fuerte que me debilita—. Lo siento, lo siento, lo siento —repito las veces que puedo y lo seguiré
diciendo mientras que mi voz fluya a través de mis labios.
—Lo sé, Mel, pero me gustaría mucho que no lo vuelvas a decir. Hiciste lo necesario para salvar a tu
hijo y por eso solo puedo amarte más. —Lo susurra a mi oído, sin soltarme, sin dejar de acariciar mi
cabello.
—Lo que vivimos fue real, John. Quizás al principio quise hacerme la tonta, ignorarlo, pero ten por
seguro que la primera vez que te dije «te quiero» fue sincero, esa y todas las veces —confieso sobre su
pecho. Él me separa lo suficiente para mirar mis ojos y luego pregunta:
—¿Puedo intentarlo?
—¿Qué?
—¿Convertirme en tu mejor amante? —Me ruborizo. Esa fue la mayor mentira que le dije alguna vez.
¡Él ha sido el único hombre que me ha hecho el amor!— No respondas eso, tengo una mejor. —Se hinca
en el suelo de rodillas y con ello logra que la Tierra deje de girar—. Melissa Sánchez, ¿me concederías
el honor de ser mi esposa?
Niego con la cabeza al tiempo que espesas lágrimas resbalan por mi rostro. Él se queda ahí,
expectante por mi respuesta, y la tengo, sé cuál será.
—Levántate —le pido.
—No sin una respuesta. —Se niega, sin dejar de mirarme. Sus ojos siguen siendo un reflejo de su
interior, me muestran lo que siente por mí. ¿Cómo no adorar a un hombre como él?
—Te la daré cuando estés de pie, a mi mismo nivel. El amor no te subyuga ni te doblega, John. Y a
decir verdad, el honor sería mío.
Él me observa perplejo, tratando de encontrarle sentido a mis palabras, y como creo que va a tardar un
poco más en entender, me arrodillo a su nivel y le digo:
—Sí quiero. —John me besa con pasión, con ese profundo amor que solo en sus labios supe encontrar,
y luego desliza en mi dedo una argolla con un fino y hermoso diamante que simboliza el compromiso que
ambos acabamos de aceptar.
—Te amo, maracucha.
—Y yo a ti, John. Te amo con todo mi corazón.
Epílogo

Tres años después


—¿Prométeme que no te vas a burlar? —pregunta desde el vestidor de nuestra casa en Madrid.
Decidimos poner mucha tierra de por medio entre los Bartoli y nuestra nueva vida. La familia de Mel
también se trasladó aquí, viven en una casa que compré para ellos, habían estado separados por muchos
años y quería que mi esposa los tuviera cerca.
—No me voy a burlar —contesto desde la cama, donde la he estado esperando los últimos diez
minutos.
—Si te ríes…
—No me reiré, maracucha. —A los pocos segundos, sale de su escondite y me deja verla.
—¡Oh Dios! ¿Por qué pensabas que me burlaría de ti? Estás más hermosa que nunca, mi amor —
confieso mientras me la como con la mirada.
La relación malsana con Steven dejó heridas en su interior que sigue luchando por sanar, el muy
maldito la menospreciaba, la humillaba, pero conmigo no será así, siempre la haré sentir la más hermosa,
valiosa y especial de las mujeres. Él tuvo su pasado, pero yo tengo su presente, su futuro… su amor.
—Parezco un sapo aventado[12] —dice con un puchero. Libero una sonora carcajada al escuchar esa
frase coloquial tan suya.
—No te burles, John.
—Ven aquí, maracucha refunfuñona.
—¡No!
—¿No?
—No tendré sexo contigo esta noche, ni mañana, ni en los próximos meses, hasta que esta nena
abandone mi vientre y quizás un poco más, cuando recupere mi figura. ¿Sabes qué? ¡Dormiremos en
habitaciones separadas!
—Ahora sí me acomodé yo, pues —me quejo con falsa molestia.
—Deja de juntarte con papá, hablas como maracucho. —Atisbo en sus labios una sonrisa y encuentro
en ese gesto mi mejor oportunidad, sé que con una mirada intensa, y con una enorme sonrisa, derribo sus
muros.
—Eres molesto, John Stuart —replica cuando nota lo que estoy logrando.
—Pero me amas, Melissa Stuart —me regodeo—. Ahora, ven aquí.
—Ya te dije que no.
Me levanto de la cama y la alcanzo antes de que se meta al vestidor y se quite el sexy conjunto de ropa
interior de encaje que compré para ella. Si alguien la va a desnudar, seré yo. Deslizo mis dedos por la
piel suave de su espalda mientras dibujo besos desde su hombro hasta alcanzar el lóbulo de su oreja. Una
vez ahí, susurro suavemente dos palabras en su oído «eres hermosa», presionando a la vez mi excitación
contra su voluminoso trasero.
—John… —jadea con el aliento entrecortado.
—Sientes cómo me tienes, maracucha. Nada opaca tu hermosura ante mis ojos. Al contrario, ahora lo
eres más —acaricio suavemente su vientre abultado y sigo repartiendo besos en su cuello, de arriba
abajo, lento y premeditado.
Entre besos y caricias, la desnudo y la meto en nuestra cama para hacerle el amor. Ella me mira con
dulzura y profunda devoción mientras me hundo lentamente en su interior.
—Te amo, John —pronuncia con un alarido placentero. Cubro su boca con la mía y me alimento de
todos y cada uno de los gemidos que se escapan de sus labios. Mis movimientos son lentos, pero
profundos; cuidadosos, pero certeros. Y mientras marco aquel ritmo, incito su clítoris con insistencia
hasta que su interior palpita, abrazando mi miembro con espasmos involuntarios que me llevan a alcanzar
mi propia liberación.
—¿Cuántos meses decías? —presumo.
—Tu humor es pesado —rechista.
—Algo tenía que aprender de Tay.
—Bueno es el cilantro, pero no tanto —dice, sacudiendo la cabeza a los lados, junto con una sonrisa
burlona en sus labios.
—¿Qué? ¿¡Dime qué significa!? —grito mientras se aleja hacia el baño.
—Búscalo en internet —responde antes de cerrar la puerta.
Amo a mi maracucha loca.
Nuestra vida juntos no ha podido resultar mejor. A pesar de las verdes, hoy gozamos de las maduras.
Mierda, Mel me ha contagiado. Quiero decir que, aunque fue un camino duro, lleno de baches y
momentos dolorosos, hoy disfrutamos de una felicidad plena, la que solo puede sostener el amor.
Mi madre estaría orgullosa, lo sé. Ella siempre quiso lo mejor para mí, luchó por mí… lo dio todo.
Su historia puede ser similar a la tuya, a la de tu hermana, amiga o vecina. En cualquiera de los casos,
déjame decirte que te admiro por tu valentía, por darlo todo por el bienestar de tus hijos y por renunciar a
ti para protegerlos. Eres la heroína sin nombre –que no usa capa ni puede volar– que tiene el más grande
de los superpoderes: una fuente inagotable de amor.
Lily Stuart fue una de esas heroínas que merecía todos los reconocimientos y honores. Demostró con
valor que ni todo el terror, la humillación y el dolor al que la sometió mi progenitor, le impidió amarme
con todo su corazón. Así como yo soy capaz de amar a mi hijo Moisés. El amor es un sentimiento que se
da sin ser pedido, que muchas veces se siente sin ser correspondido. Amar se trata de hacer una elección
y yo elegí a Melissa, a Moisés y a todo lo que una vida juntos nos pueda ofrecer.
Fin.
Agradecimientos

Siempre inicio dándole las gracias a Dios porque a él le debo mi vida. Me inspira a seguir, a ser una
mejor persona cada día.
A mi familia, mi pilar, mi cable a tierra, gracias por apoyarme, aplaudir y celebrar mis triunfos.
A mis hermanas Iris y Rossi, por ser quienes conocen la historia desde el día uno, cuando surge en mi
cabeza. Gracias por ser mis más grandes fans.
A mis hermosas lectoras cero, Elsa, Roxy, Betsy, Loli, Rossi y Cristina, por tomarse el tiempo de leer
y marcar esos errores que suelo pasar por alto. Gracias por su honestidad y su apoyo desinteresado.
A ti, que lees, sueñas, lloras y ríes con mis letras, gracias por llegar hasta aquí, por darle una
oportunidad a John y Melissa de viajar en tu imaginación.
A todos los grupos de promoción que me brindan la oportunidad de dar a conocer mis historias, en
especial, a mis colegas del Club de Lectura Todo Tiene Romance. Mi cariño y admiración para cada una.
A todos, miles de gracias. Los quiero.
Sobre la Autora



Flor M. Urdaneta es venezolana, egresada de la Universidad del Zulia de la carrera Comunicación
Social. Además de escritora, es fotógrafa profesional. En sus libros encontrarás amor, drama, lágrimas y
pasión.
Se casó en el 2008 con Venancio Chacin y tiene un hijo llamado Efraín Abdiel. Su familia es vital para
ella y el apoyo incondicional de sus padres y hermanos la inspiran a seguir adelante.
Flor divide su día entre la escritura, el trabajo, atender a su familia y escribirse con sus amigas de WhatsApp.

“Leer es comenzar un viaje que nunca termina”
Flor Urdaneta
Otros Libros de la Autora

Mi mejor canción

Saga Cruel Amor
#1 Cruel y Divino Amor
#2 Llámame Idiota
#3 Lexie
#4 Less
#5 No Debí Quererte
#5.1. Keanton

Serie Flying With Love
#1 Di que sí
#2 Pretendamos



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[1] Arepa con relleno de aguacate
[2] Película protagonizada por Julia Robert, una prostituta que es contratada como dama de compañía.
[3]
Hijo en Italiano.
[4]
Referencia a la película Terminator
[5] M edio de transporte urbano. Carrito es sinónimo a auto.
[6] Tienda de ropa íntima
[7] Forma de llamar en M aracaibo a los teléfonos móviles sencillos. Sin cámaras o aplicaciones.
[8]
Bolos = Bolívares. La moneda oficial de Venezuela.
[9] Expresión M aracucha que significa ¡Qué barbaridad!
[10] camiones con asientos de madera acoplados a la parte posterior y techo que llaman chivas, otros con tablas y sin techo y unos más modernos con asientos
acolchados.
[11] Hacer colas en algún establecimiento para abastecerse de alimentos.
[12]
Inflado

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