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12/01/2018

Año 4, Número 86

Lo más destacado de la semana


Del 8 al 12 de Enero 2018

▪ “Es sororidad, mesdames,


no puritanismo”
▪ Presentación del calendario
coeducativo 2018. Mujeres en
el deporte
Es sororidad, mesdames, no
puritanismo
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Ruth Toledano

Una de las más eficaces herramientas del patriarcado ha sido hacer creer a las
mujeres que nosotras éramos nuestras peores enemigas. Que las mujeres nos
llevábamos mal, no nos soportábamos, establecíamos nuestras relaciones desde la
comparación, la envidia, desde una competitividad que, por supuesto, ni siquiera
era de carácter profesional o intelectual: las mujeres competían por los hombres y
se convertían en rivales por la caza de los mejores (lo cual, por otra parte, no parece
extraño en un sistema donde el destino para ellas era el del matrimonio).
Maledicentes, intrigantes, chismosas, de poco fiar, las mujeres no podíamos ser
amigas ni buenas compañeras. Y mientras nos tenían apartadas, presuntamente
peleándonos entre nosotras de una manera histérica (los médicos machos acuñaron
el término desde la etimología de nuestro útero y el macho Freud lo desarrolló a
conveniencia), los hombres movían los hilos de los espacios de libertad y de poder
de los que nos excluían.

Hasta que nos dimos cuenta de la trampa, muchas de nosotras nos tragamos ese
cuento perverso. Fueron precisamente nuestras ansias de libertad las que nos
hicieron caer en las redes de tal manipulación machista. Yo fui una de esas niñas y
adolescentes que lamentaban no haber nacido chico. No es que me interesaran más
sus juegos ni sus aficiones, simplemente quería poder hacer lo que me diera la
gana, como ellos. Mi amiga Inma y yo deseábamos ser niños para poder ser libres,
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por eso nos cambiamos los nombres. Las niñas crecíamos con la conciencia de un hándicap. Hasta que
empezamos a sabernos engañadas: nuestro presunto hándicap era su ventaja. Más aún: tras esa gran
mentira de la rivalidad descubrimos que, por el contrario, las mujeres no solo nos gustamos y somos
cómplices, sino que somos solidarias, compañeras políticas, hermanas.

El manifiesto contra el movimiento #MeToo de cien destacadas mujeres francesas no es sino una tardía
reminiscencia de aquella trampa que nos tendió el patriarcado: divide y vencerás. Las mujeres
enfrentadas como su herramienta mejor. Lo que sorprende no es que haya mujeres que sigan presas de
esa red, sino que mujeres intelectuales, cultas, profesionales, con mucho mundo a sus espaldas, estén tan
confundidas como para identificar un proceso de liberación con una vuelta al “puritanismo” y a la
“moral victoriana”, como denuncia su impulsora, la escritora y crítica de arte Catherine Millet. No he
oído a una sola feminista ni a ninguna mujer que apoye el movimiento #MeToo cuestionar los gustos
sexuales de otra, ni siquiera los que tan profusamente publicó madame Millet en su libro La vida sexual
de Catherine M. Porque lo que está en cuestión no es si nos gusta follar con desconocidos, practicar sexo
grupal o que nos aten en la cama. Allá cada cual con su libertad, sus diversiones y su empoderamiento
sexual.

Lo que está en cuestión es que el cuerpo de las mujeres sea utilizado como moneda de cambio para el
acceso a las migajas del poder de los hombres, que la sexualidad de las mujeres no se respete desde el
intercambio equitativo -un intercambio de deseos, de voluntades- sino que se conciba como un vehículo
de sometimiento a ese poder: sexo por trabajo, sexo por oportunidad. Madame Millet, no nos hemos
quedado, como usted dice, traumatizadas porque nos hayan tocado un muslo (más allá de que no es lo
mismo que te toquen el muslo en un proceso de mutua seducción que en un despacho donde firmas un
contrato de trabajo: eso es confundir gravemente los límites de “nuestra esfera íntima” y confundir
gravemente que un hombre te “importune” con que ejerza sobre ti una dominación injusta). Lo que ha
dejado traumatizada a la humanidad es que la historia de la mujer haya sufrido una secular fractura
moral. Y no me refiero, no, madame, a la moral victoriana, sino a todo el mal que hemos sufrido y
sufrimos por el hecho de ser mujeres. Frivolizar con un muslo es banalizar ese mal.

Por muy brillantes que sean sus currículos, las firmantes del manifiesto francés son las hijas más
enfermas del patriarcado. Basta con leer en esta entrevista lo que ha llegado a decir la propia Millet:
“Lamento mucho no haber sido violada, porque así podría dar fe de que una violación también se
supera”. Una declaración semejante no necesita comentario, tan solo un diagnóstico facultativo. Después
se refiere a una abogada violada que aconseja no denunciar las violaciones, y también dice que las
mujeres tienen “un gran poder”, sobre todo “en la esfera doméstica”. Que sea alguien así quien acuse de
puritanas a las mujeres que se empoderan contra la dominación y la violencia machistas deslegitima por
completo la corriente que lidera. Catherine Millet no ha leído a Kate Millet.

Francia lleva mucho tiempo decepcionándonos: hace décadas no habríamos creído que desde el país que
fue cuna de la Ilustración, desde la cultura de Diderot y Condorcet, desde la revolución de El segundo
sexo (Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo”) se produjeran, por ejemplo,
multitudinarias manifestaciones contra el matrimonio igualitario. Esa Francia que ha sabido disimular su
conservadurismo con elevadas dosis de egolatría, pero debe aceptar que hace ya mucho tiempo que
perdió su grandeur (incluso para dar paso al más vulgar y trumpiano ultraderechismo). El manifiesto de
las francesas viene a sumarse a esa ola reactiva que ahora exporta Francia, en este caso con el objetivo
de dañar a los movimientos feministas. Un manifiesto que rezuma neoliberalismo, tan
demodé, mesdames. Ustedes no son sino mercenarias del patriarcado,mesdames. El mismo patriarcado
que inventó y difundió la idea de que las mujeres somos nuestras peores enemigas. Demasiado
tarde, mesdames: sean bienvenidas a la era de la sororidad.
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Lo más destacado de la semana

QUE NO FALTE NADIE, CORRE LA VOZ


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SI NO ESTAMOS TODAS, NOSOTROS NO QUEREMOS ESTAR


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