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En memoria de la Transfiguración

Después del Tabor

“Qué bien se está aquí, ojeras,


hagamos tres tiendas”. anhelos
Humana disposición y horas estiradas.
a echar raíz en lo apacible.
Hay que volver a los días grises,
Pero hay que volver a las preguntas,
a la brega diaria. al no saber,
Hay que volver, a la inseguridad
una y otra vez, reflejada en un espejo,
al amor aterrizado, a la tenacidad
a la intemperie, y a la resistencia.
a los caminos
Hay que volver
que recorremos
a lo acostumbrado;
cargados de nombres
pero no con desgana
y de preocupación
o arrastrando la existencia
cotidiana.
o el ánimo,
Hay que volver sino con gratitud
a las encrucijadas y la esperanza
donde toca optar, por banderas.
renunciar
José M° Olaizola, sj
y elegir;
a los días intensos,
de búsquedas,
Hacen falta sacerdotes

Sacerdotes que no se “apoderen” del mensaje cristiano, ni lo utilicen como


arma arrojadiza. Sacerdotes que no se consideren los intérpretes únicos de
la voluntad de Dios, que no se crean que los escalones que separan el
presbiterio del Pueblo en las celebraciones significan superioridad alguna.
Necesitamos, hoy más que nunca, sacerdotes que sean conscientes de que
su lugar está en medio del Pueblo, pueblo del que forman parte y con el
que comparten todo. Necesitamos personas que miren a la Iglesia como lo
que es: el Pueblo de Dios en marcha.

Y, finalmente, hoy más que nunca necesitamos ministros que venzan la


tentación de hablar en lugar de escuchar. Necesitamos sacerdotes
capaces de acompañar a aquellos que quieren ser y tener palabra en la
Iglesia y en Mundo.
Fragmento de Pablo Guerrero, sj

Ante la vocación de un amigo

A la vuelta de las vacaciones, a veces toca plantearse la vida. Muchos de


esos planteamientos tienen que ver con la vocación. Qué hacer con tu vida
y hacia dónde dirigirla. La vida es algo tan valioso que no puede ser
desperdiciado, y en función de los dones y virtudes que tengas, toca
exprimirla al máximo para que, como bien dijo alguien que tenemos muy
presente, no nos resignemos a que, cuando muramos, siga el mundo como
si no hubiésemos vivido.

Todas y cada una de las vocaciones son hermosas porque emanan de lo


más íntimo de cada uno y es la sinceridad del corazón hecha actos. Sin
embargo, hay una de ellas que cada vez que pasa el tiempo, me parece
más y más admirable. Este mes de septiembre, un amigo mío con el que he
compartido grandes recuerdos, al acabar la carrera de Derecho, se ha
marchado San Sebastián, a tomar las riendas de su vida haciéndose jesuita.
No es solo entregarse en cuerpo y alma a Dios, sino a los demás. Que en
cierto modo también es a Dios en esa versión corpórea que tanto nos cuesta
ver. Pero como nos cuesta ver, también nos cuesta hacer. Y ellos van. Se
van. Y en ese acto de decidir, de una manera u otra hacen extensivos los
términos familia y preocupación. Porque ellos tendrán su familia, tendrán su
gente, pero ahora más que nunca, se dedicarán a lo ajeno como proyecto
de vida.
Todos y cada uno de los creyentes deberíamos seguir los pasos de
Jesucristo. Pensar, en caso de no saber cómo actuar, cómo lo haría él. Y
adecuar, entonces, nuestros actos. Ellos, con ese En todo amar y servir, van
a amar a quien probablemente ni conozcan. Y van a servir con la humildad
del que deja todo por los demás.

Y entonces, sólo quería decirles, desde una admiración desbordante, que


el mundo les necesita. Necesita gente que dé la vida por los demás y que,
mientras la da, nos enseñe cuánto bueno puede hacer el hombre, cómo
puede crecer con la fe y de cómo la fe realmente salva de lo irrelevante
para hacernos ricos de espíritu, buenas personas e inmortales.

Clara de Juan Bañuelos

Decir «creo»

Decir «creo» es decir arriesgo, confío, elijo, busco. Es decir, también, dudo, y
espero, y salto al vacío. Es decir que mucho de lo que veo alrededor cobra
más sentido si acepto que hay Dios. Decir creo es decir acojo, recibo y
acepto. Y callar a menudo por todo lo que no comprendo. Es aceptar que
el Universo, el tiempo, el espacio, en su finitud, me invita a pensar en lo Infinito
que lo envuelve, y que es Dios. Es vislumbrar que ese Dios no es infinita
distancia, sino radical cercanía, que es presencia, y es amor, y es principio y
fin.

Pero decir «creo» no es solo creer en Dios, sino también en el ser humano.
Creer en nuestra capacidad de crear, de avanzar, de amar, de
encontrarnos, de ser genios, de ser frágiles y poderosos. Es apostar por la
capacidad última para plantar cara al mal con destellos de un bien
profundo (en el que también creo). Decir «creo» es elegir el arduo camino
de intentar comprender –aunque nunca lleguemos demasiado lejos en esa
búsqueda–. Y es no conformarme con afirmaciones sin alma, con
concreciones gastadas o con miradas a la realidad que convierten la fe en
una chata ideología para destrozarse. Decir «creo» es decir amo, y sueño, y
sufro, y me comprometo con aquello en lo que creo –porque si no, ¿qué fe
sería esa? –

Decir «creo» es decir que no soy el centro del mundo, ni siquiera de mi


mundo.
José María Rodriguez Olaizola, sj
The scientist

¿Por qué no buscar una ciencia distinta y abandonarnos en una lógica


incierta? Pues el corazón no entiende de números, ni el amor de fórmulas,
ni Dios, de razones.

Oscar Cala, sj

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