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la familia real leonesa, de la que procedía Genadio, no se si

esperaban que aquel joven monje de Ageo, hoy Ayoó de


Vidriales, en la provincia de Zamora, tras una fulgurante
carrera eclesiástica, acabara siguiendo los pasos de los
santos Fructuoso y Valerio, convirtiéndose en un eremita.
De su primer monasterio salió, en dirección norte para
protagonizar la restauración del antiguo cenobio de San
Pedro de Montes, en el Bierzo. Sus condiciones y aptitudes
lo convirtieron en su abad y, poco después, en obispo de
Astorga, cargo que ocupó desde el año 899, hasta que en
920 decidió retirarse al Valle del Silencio, donde vivió hasta
su muerte, en 936.

Al año siguiente, se consagraba una iglesia en Peñalba de


Santiago, con doble ábside para convertirse en su mausoleo
funerario.
Es un lugar precioso donde naturaleza y Patrimonio Cultural
hacen de la visita una experiencia inigualable.
Remontando el Valle del Silencio, entre árboles centenarios,
sonidos de agua y pequeñas sendas, se llega al roquedo de
piedra clara que abre su boca en la conocida cueva de San
Genadio, donde habitaron los ascetas extremos entre los
siglos V y X de nuestra era y que, según la tradición, sirvió
de refugio para el retiro del santo.
En el pueblo de Peñalba de Santiago se conserva la iglesia
de lo que fue el monasterio de Santiago. Este nuevo templo,
levantado por los discípulos de Genadio, Fortis y Salomón,
fue consagrado en 937.

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Posee una planta de cruz latina con una nave de dos tramos
con ábides contrapuestos y dos capillas adosadas al segundo
tramo que conforman un transepto cubierto por una bóveda
gallonada que permite realizar, sin pechinas ni trompas, una
transición del cuadrado de base de la planta al octógono.
El tramo oeste de la nave se cubre con bóveda de cañón.
Ambos son de diferentes alturas separadas, entre si y de los
ábsides, por arcos de herradura sobre capiteles corintios.
Los ábsides se cubren también con bóvedas gallonadas.

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Los accesos se realizan por el sur y el norte del aula. La
puerta meridional es una vano de doble arco en herradura
sobre columnas con fustes de una pieza, capiteles corintios
y cimacios y basas áticos, enmarcado, todo el conjunto, en
un alfiz con restos de policromía en rojo.
Del mismo color es el pavimento hallado en el interior del
templo fabricado con mortero de hormigón que es, sin duda,
del suelo original de la iglesia.
La fábrica es de mampostería de pizarra y caliza
conservándose restos del revestimiento de mortero original
al interior y , parcialmente al exterior. Un zócalo pintado en
color rojo se desarrolla en todo el interior y exterior actual.
Las columnas y capiteles son de mármol, gris y blanco
pulido.
La cubierta actual es de lajas de piedra, si bien parece que
existen ciertas evidencias del uso original de la teja de barro

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cocido.

Desde el año 2002 la Fundación del patrimonio Histórico de


Castilla y león, empezó a desarrollar un programa de
restauración, primero en relación a las pinturas murales, ,
basándose en un estudio previo de la Dirección General de
Patrimonio Cultural de la Junta de Castilla y León.
Pinturas y morteros se han conservado en un estado
aceptable durante diez siglos gracias a su excelente técnica
y a la calidad de los materiales empleados.
El trabajo realizado por María Suárez Inclán permite afirmar
que las pinturas de Peñalba están emparentadas con las
asturianas prerrománicas de los siglos IX y X, respondiendo
ambas a una tradición pictórica romana y bizantina sobre
varias capas de mortero tendido siendo el mas superficial un
enlucido fino al que se añadía polvo de mármol.

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La superficie obtenida se pulía y sobre ella, se trazaba el
grabado con regla y compás.
La técnica de estas primeras pinturas es al fresco, utilizando
minerales de textura finísima.

Existe en Peñalba un ciclo pictórico decorativo desde este


momento inicial, que comprende la totalidad de la superficie
interior de la iglesia, al que se superpusieron, mas tarde,
repintes puntuales con nuevos motivos pictóricos, ahora
realizados en seco y con materiales de grano mucho mas
grosero.
Las primeras y originales pinturas del siglo X se habrían
realizado a partir de 937 y probablemente a lo largo de la
segunda mitad del siglo. Un zócalo rojo de 1,30 m de altura
respecto del pavimento, recorre todo el templo dejando
paso, en altura, a un estuco de color blanco. El paso de
espacios de la nave y el transepto se decoró mediante
pintura de dovelas rojas y blancas alternas en sendos arcos,
uno de aquellos cobijando una ventana en forma de
herradura abierta en un muro de ladrillo fingido que recrea
el trabajo de albañilería.

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Otro tanto, ocurre en la bóveda gallonada del contra ábside
y del transepto donde el ladrillo fingido constituye uno de
los dos ejemplos conservados y conocidos en la pintura
mural cristiana del siglo X, junto con San Cebrián de Mazote,
en Valladolid.
Se evocan, de esta forma, modelos propios de la estética del
arte hispanomusulmán que estaban siendo utilizados en la
mezquita de Córdoba y Medina Azahara.

La bóveda del tramo oeste de la nave se cubre con una


suerte de tapiz decorativo de círculos tangentes
entrelazados en los que se mezclan los colores rojo y azul
que recuerda los pavimentos de tipo mosaico de época
bajoimperial romana que pasarían al arte bizantino y omeya.
Los círculos, de diferente diámetro, contienen motivos
florales de rosetas y palmetas acorazonadas. Todo el fingido
tapiz se desarrolla sobre una línea de imposte de roleos
vegetales enlazados.

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El transepto, ocupado por la comunidad de monjes en las
ceremonias, posee una mayor altura y la pintura se reduce
a los dinteles que enmarcan las ventanas norte y sur con
rosetones, uno de seis hojas y otro con cruz patada, inscritos
en doble círculo.
La pared meridional conserva, a media altura,
sendas cuadrúpedos pintados en rojo relacionadas con el
bestiario de los códices de la época.

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En el ábside, la bóveda de gallones presenta una extensa
decoración de palmetas enfrentadas y cerradas en si mismas
de fuerte tradición clásica en el ámbito asturleonés, tomado
del repertorio hispano-musulmán

En el interior del templo, se guardan asímismo sorpresas


de reciente identificación, los grabados de sus muros.
Apuntes, esbozos, ensayos, trazos, letras, nombres de
santos, caballeros, monjes, palomas, nudos.de Salomón,
círculos, estrellas en superposición, realizados con trazado
ingenuo, propio de un pasatiempo, quizá ensayando para
obras de mayor envergadura, que muestra el imaginario de
los siglos alto-medievales.

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Junto a inscripciones de carácter alfabético se hallan
dibujos. Fueron todos trazados hasta una altura que
corresponde, como máximo, con la de un brazo levantado
por una persona de talla media, ligeramente por encima de
150 cm.
Lo cierto es que no conocemos bien las diferentes fases de
ejecución, pero si que es en el espacio reservado para el
oficio divino, el coro, donde se localizan la mayoría de esos
grafitti, realizados, sin duda, durante las interminables
horas de rezos.

Las inscripciones murarias caligráficas hacen referencia al


siglo XII con nombres propios de personajes pasados y
presentes: Genadius, el fundador espiritual cuyo cuerpo se
custodiaba allí, Martinus, Iustus, Rodericus, Hermorigus y
Ferrus.

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A veces se trata de frases completas y hasta una antífona
de carácter funerario, mientras que otras la lectura es muy
difícil por diversas razones como el tipo de letra, la mala
conservación, etc. Sabemos que en algunos se invoca la
bendición de Dios a los suyos, mientras que hay un caso de
traslado literal a la pared de la cita de un códice, que
contuvo las Collectiones Epistolarum et Evangeliorum de
Tempore et de Sanctis del carolingio, concretamente la
correspondiente a la Feria VI: “Epistola Petri Apostoli I, cap.
III”, que en algún momento formaría parte de la biblioteca
de Santiago de Peñalba

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