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Cofradías en la seguridad social:

COFRADIAS
Las cofradías, nacidas en la Edad Media, a partir del siglo XVI se multiplicaron por toda España, y fue la época barroca la
etapa en la que se produjo en nuestro país una auténtica eclosión cofradiera, de modo que en la primera mitad del siglo
XVIII las cofradías llegaron al máximo de implantación, hasta el punto de motivar una importante actuación
gubernamental por parte del Estado con vistas a su reducción, en la década de los años 70 del siglo, cuando ya eran más
de 25.000 las cofradías que existían en todo el país. El Conde de Aranda, siendo presidente del Consejo de Castilla,
acometió la reforma, regulación y posterior prohibición "selectiva" de las cofradías, para lo cual previamente solicitó a los
pueblos la elaboración del "Censo de cofradías, hermandades, gremios y congregaciones"

Igual finalidad que la anterior organización autónoma, con un régimen administrativo y económico propios.
Dadas principalmente en España y dieron lugar a tres formas distintas: cofradía religiosa, religiosa-benéfica y la gremial.
Su finalidad consistía en ofrecer auxilios por enfermedad, asistencia médico-farmacéutica y asistencia en hospital propio
de las cofradías; otorgaban auxilios por accidentes, invalidez y vejez, por muerte y gastos de entierro, por supervivencia y
otros.
La previsión y la seguridad social quedaban a cargo de la iniciativa individual o de la sociedad.
La ayuda para los pobres estaba a cargo de la iglesia, los gremios solían dar protección a huérfanos y viudas.
Las cofradías específicamente gremiales fueron muy vigiladas e incluso perseguidas acusadas de buscar únicamente su
privilegio y encarecer la vida.
Las cofradías son una creación de la religiosidad popular muy arraigada en la España del Antiguo Régimen, tanto en el
mundo urbano como en el rural, arraigo que con sustanciales modificaciones pervive en las cofradías orgaceñas.

Hermandades:
Aparecen en la segunda mitad del siglo XVI y su mayor auge en el XVIII hasta finales.
Carácter de exclusivismo de sus miembros.
Mayores privilegios que incluían: prestación diaria de dinero, subsidios y seguros por accidente, invalidez, vejez, muerte,
y supervivencia.
Se dividen principalmente en dos: hermandades de socorro de muerte y hermandades de socorro de enfermedad.
Eran mas cerradas por el sentido de pertenencia al gremio.
Establecían el monto de los aportes para seguridad y salud.

Montepíos:
Teniendo en cuenta la estructura social de la época, no es de extrañar que los montepíos oficiales más importantes fueran
los de los militares. De hecho, el primer montepío oficial que se creó fue el Montepío Militar (1761), al que siguieron los
montepíos de la Armada. También se crearon montepíos de funcionarios civiles, el primero de los cuales fue el Montepío
de Ministerios y Tribunales (1763), el Montepío de Oficinas de la Real Hacienda (1764), ambos fundados, también, a
instancia del ministro Esquilache, el Montepío de Ultramar (1765), el Montepío de Lotería (1770), el Montepío de las
Minas de Almadén (1778) y el Montepío de Correos y Caminos (1785).

La creación de tantos montepíos oficiales indujo a la constitución de montepíos en el ámbito privado, llegando a ser más
numerosos que los montepíos funcionariales, que les habían precedido en el tiempo. Estos montepíos privados fueron
constituidos, en el ámbito local o provincial, por las clases obreras y mercantiles, y solían financiarse por medio de cuotas
mensuales cuya cuantía estaba en función de las edades y los sueldos de sus miembros; con ellas se prestaban ayuda
mutua o socorro en caso de enfermedad, auxiliando también a sus familiares por los gastos originados por fallecimiento
o falta de trabajo. Asimismo, muchas profesiones liberales crearon sus propios montepíos, siendo el primero el de
abogados, repartidos por la geografía, según los diversos Colegios profesionales, empezando por el Montepío de
Abogados de Zaragoza (fundado el 30 de septiembre de 1771) al que siguió el Montepío de Abogados de Madrid (19 de
agosto de 1776), pero hubo muchos más de tal manera que las crónicas indican que no hubo profesión que no contase
con el suyo. Rumeu da cuenta de que en el último cuarto del siglo XVIII se constituyeron con nombre de montepíos varias
sociedades de socorros mutuos para el pago de gastos de entierro, sobre todo en Galicia. Los montepíos tuvieron grandes
problemas financieros, pues a diferencia de las sociedades de socorros mutuos que cubrían normalmente riesgos de corta
duración, como enfermedad, accidente, incapacidad para seguir trabajando y muerte, pero cubriendo la asistencia
médica, farmacéutica y la entrega de alguna cantidad, los montepíos solían orientarse a cubrir riesgos de larga duración,
seguros de supervivencia, seguro de invalidez y de vejez. Por ello, prácticamente los únicos montepíos que sobrevivieron,
con muchos avatares, fueron los montepíos oficiales, entre ellos los militares, a los que el Estado ayudó y a la postre, y
tras casi un siglo de existencia, absorbió en la génesis del sistema de Clases Pasivas. Este artículo relata la creación de los
montepíos militares, describe su funcionamiento, con objeto de presentar una fotografía de los albores de la previsión
social de los funcionarios, que es al mismo tiempo una radiografía de una parte de la sociedad de la época, y presenta su
absorción por el Estado, como el embrión del actual sistema de Clases Pasivas.

CREACIÓN DE LOS MONTEPÍOS MILITARES

Según se desprende de los documentos obrantes en el Archivo General de Simancas, las primeras iniciativas para crear
una institución benéfica, protectora de viudas y huérfanos de militares aparecen en 1755, de la mano del Marqués de la
Mina, quien se dirige, en una epístola, al entonces secretario de Guerra, Sebastián de Eslava, para proponerle el
establecimiento de un Monte Militar «para socorro de viudas y huérfanos». Para mover su piedad y la del monarca, el
Marqués de la Mina alega la conocida «infelicidad en que quedan las desgraciadas viudas y los hijos de los oficiales», y
defiende la formación de un fondo con el fin de obtener así una renta que socorra a las viudas y huérfanos de militares,
«que será un especial alivio para estas desdichadas, reducidas con sus hijos a mendigar para comer, si no eligen otro peor
partido. Morirán sus maridos con este consuelo. Será a Dios esta obra tan acepta, como propia de la piedad del Rey, que
se libertará de continuas instancias de esta naturaleza y su erario del crecido número de pensiones que les concede, y que
dejará una memoria y una gratitud inmortal».

En ese momento tiene mejor acogida que el montepío el proyecto de establecimiento de «colegios marciales» para el
recogimiento y educación de los hijos de huérfanos de oficiales, según el modelo ofrecido por las Cortes de Versalles y de
Viena. Seis años después de ese primer intento, por Real Cédula de 20 de abril de 1761, se crea el Montepío Militar. En el
encabezamiento de esta Disposición Real se establece que «Don Carlos por la gracia de Dios ... habiendo considerado
siempre, como uno de los objetos más dignos de nuestra Real consideración el desamparo en que quedan muchas viudas
de oficiales militares, después que pierden a sus maridos en la gloriosa carrera de las armas, hemos procurado ejercitar
por varios modos, los efectos más sensibles de nuestra real piedad, en favor de las que se hallaban en mayor urgencia, ...
nuestro Real ánimo, desde el ingreso y posesión de estos dominios fue siempre el de atender a todas con proporcionada
y fija asignación además de las dos pagas que las dispensamos al fallecimiento de sus maridos, para que pudiesen
mantenerse con decencia ... no solo para ocurrir a su subsistencia, sino también para que puedan atender a la obligación
que se les impone de la educación y enseñanza de los hijos con que quedaren hasta que lleguen a la edad de emplearse
en nuestro real servicio los varones, y de tomar estado las doncellas, hemos resuelto el establecimiento de un Monte de
Piedad, después de bien examinado el asunto, y discurrido todos los medios más propios y equitativos, que puedan
concurrir al intento, y sean menos gravosos y sensibles a los oficiales, para efectuar la función de una obra tan pía... ».

El Montepío Militar se enmarca en el reformismo ilustrado que caracteriza el siglo XVIII y especialmente el reinado de
Carlos III. Forma parte de la preocupación social del Estado de la época, empeñado en sustraer a la Iglesia sus atribuciones
en este terreno, y en promover el bienestar de sus súbditos. Asimismo, su aparición se explica por el protagonismo del
Ejército y de la Armada en la política borbónica. Los estudiosos del ejército del XVIII destacan esas reformas llevadas a
cabo en esa época, en las Fuerzas Armadas. Esa dedicación de Carlos III a sus Fuerzas Armadas se plasma también en las
aportaciones de fondos de la Hacienda Real que el monarca proporcionará durante la vida del montepío a fin de que, con
sus réditos, y el de los caudales que se fueran juntando con los descuentos, pudiese atender el Montepío Militar a todas
sus obligaciones, «sin temor, ni recelo de decadencia...». Incluido en la Disposición aparece el Reglamento del Montepío
Militar, estructurado en seis capítulos con sus respectivos artículos. Como epílogo, el Rey ordena a los capitanes generales,
oficiales generales, miembros del Consejo Supremo de Guerra y del Gobierno del Monte de Piedad, así como a los
tribunales y ministros de guerra y hacienda, cumplir y hacer cumplir y observar su contenido. Una serie de órdenes
emanadas de Aranjuez el 10 de abril de 1761 disponen la fijación de carteles en Madrid y en las provincias, a fin de que
las viudas que no tengan pensión acudan a las contadurías respectivas. Antes del establecimiento del Montepío Militar,
las viudas de oficiales recibían ya algunos auxilios por parte del Estado. Por ejemplo, anualmente se disponían 6.000
doblones, procedentes de la Tesorería general, para repartirlos entre aquellas mujeres de oficiales que quedaron viudas
a partir de mayo de 1717. Para aquellas viudas que no gozaban de ninguna pensión, el rey Carlos III ordenó que no se las
excluyera totalmente de los beneficios del Montepío Militar, y que se les asistiera con 250.000 reales de vellón al año,
repartidos «con proporción y equidad al carácter de sus difuntos maridos» Pero no todas las viudas y huérfanas de los
oficiales podían ser beneficiarias del Montepío Militar, ya que los que provenían de categorías inferiores, al estar casados
con anterioridad a su pertenencia al montepío, no podían cumplir las condiciones que respecto del matrimonio tenía
establecido el Montepío Militar. Por otro lado, a ciertos cuerpos les estaba vetado su ingreso en el Montepío Militar. Estas
y otras razones, hicieron que se constituyeran otros montepíos entre los militares. De este modo, en el ámbito de la
Armada, se establecieron los siguientes: • Montepío del Real Cuerpo de Artillería de Marina por «Real Establecimiento de
un Montepío a favor de las viudas e hijos de los individuos de Artillería de Marina y de los Oficiales de su Estado Mayor»
en 27 de mayo de 1785.

Montepío del Cuerpo de Pilotos de la Real Armada por «Real Establecimiento de un Montepío a favor de las viudas e hijos
de los individuos del Cuerpo de Pilotos de la Real Armada» de 20 de agosto de 1785.

Montepío del Real Cuerpo de Batallones de Marina por «Real Estableciendo un Monte-pío a favor de las viudas e hijos de
los individuos de Batallones» de 6 de noviembre de 1785, al que luego se incorporaron los Inválidos de Batallones por
Disposición de 12 de junio de 1787 estableciendo «Que los Inválidos de Batallones se incorporen en el Monte-pío de su
cuerpo» y los Músicos de Guardias marinas por Disposición de 4 de noviembre de 1791 « Incorporando a el Monte-pío de
Batallones a los músicos de Guardias marinas».

Montepío del Real Cuerpo de Brigadas de Marina. • Montepío de los Músicos de Batallones por «Real Establecimiento de
un Montepío a favor de las viudas de los músicos de Batallones» de 21 de mayo de 1787. • Montepío de los Médicos y
Cirujanos de la Armada por «Real Establecimiento de un Montepío a favor de las viudas, madres e hijos de los de los
Médicos y Cirujanos de la Armada» de 13 de abril de 1789.

Montepío del Cuerpo de Oficiales de Mar de la Real Armada por «Real establecimiento y acompaña reglamento de Monte-
pío a favor del cuerpo de Oficiales de mar de la Real Armada» de 16 de octubre de 1794. Como muestra de las razones
que llevaron a la constitución de estos Montepíos se puede citar el preámbulo del «Real Establecimiento de un Montepío
a favor de las viudas e hijos de los individuos de Artillería de Marina y de los Oficiales de su Estado Mayor» en 27 de mayo
de 1785, que fue el primero que se constituyó: «Los continuos clamores de las Viudas de Condestables, y otros individuos
del Real Cuerpo de Artillería de Marina, que no han dejado de ser atendidos por el Rey aunque no como su beneficio
corazón ha deseado, junto con el aprecio que S.M. hace de este Cuerpo por la honradez, aplicación a las ciencias, y esmero
con que ha procurado siempre distinguirse en las acciones de guerra, en que se ha hallado, han movido su paternal amor
a establecer un Monte Pio, en que se comprehendan todos los individuos de dicho Real Cuerpo, y los Oficiales de su Estado
mayor; pues como hijos de él para llegar a sus empleos han gastado lo mejor de su vida desde la clase de Ayudantes hasta
la de Condestables, en la que por lo regular contraen sus matrimonios, y quedan por esta razón sin acción, aunque
contribuyentes, a los beneficios del Monte pio Militar cuando ascienden a Oficiales; lo que ocasiona forzoso detrimento a
estas Viudas; en cuya atención se ha servido S.M. separarles del Monte pio Militar, estableciendo las reglas que expresan
los artículos siguientes»

Todos estos montepíos se suprimieron mucho antes que el Montepío Militar, a la vez que este último iba acogiendo a
todos los militares, ya fueran del Ejército o de la Armada. Los primeros montepíos en suprimirse fueron el Montepío del
Real Cuerpo de Brigadas de Marina y el Montepío del Real Cuerpo de Batallones de Marina por Disposición de 6 de marzo
de 1804 ordenando «Que se suspendan los descuentos que se hacen a los individuos de tropa de Batallones y Brigadas de
Marina para el Monte-pío, el que queda suprimido, y sólo deberán disfrutarlo los que ya se hallen casados, sus viudas y
huérfanos», que se completó con la Disposición de 18 de julio de 1804 «Declarando el método que debe seguirse en la
extinción de Montes píos en los Cuerpos de Batallones y Brigadas de Marina, con respecto a los del Estado Mayor del
último.» Posteriormente, por Disposición de 3 de diciembre de 1806 se estableció que «Ha resuelto S.M. se supriman para
desde 1º de enero de 1807, los Montes-píos de Cirujanos, Pilotos, contramaestres y Maestranza por las razones que se
expresan, pero sin privar del derecho que ya tienen adquirido a todos los individuos que se hallan actualmente en el
servicio, a semejanza de lo que se hizo con los de Batallones y Brigadas hace dos años.» Con ello quedaban suprimidos
todos los montepíos de la Armada, incluido el Montepío del Cuerpo de Oficiales de Mar de la Real Armada. La supresión
de los montepíos particulares de la Armada no significó, como la norma que los extinguía mandaba, la desaparición de los
derechos de sus miembros. Así lo corroboran multitud de disposiciones posteriores, como la de 6 de abril de 1807 en la
que «Declara S.M. se continúe a los Individuos de la Maestranza el goce de Inválidos no obstante la supresión de los
descuentos se les conserve según las reglas previstas en su Reglamento», y la de 12 de julio de 1817 «Que las concesiones
de pensiones de viudas de los individuos de los Cuerpos de la Armada que no tienen opción al Montepío Militar lo tengan
a los particulares de sus Cuerpos, competen al Ministerio de Marina al cual deben acudir con las pretensiones de viudedad
las interesadas»; etcétera.

Los ingresos de los montepíos militares eran de dos categorías: los procedentes de los descuentos de los sueldos de los
contribuyentes y de las pensiones de los pensionistas, y, por otra parte, los «auxilios concedidos por su Majestad». Estos
últimos, se establecen para que «pueda atender el Monte a todas sus obligaciones, sin temor ni recelo de decadencia...».
La Junta de Gobierno del Montepío Militar solicitaba continuamente al monarca la concesión de dichos auxilios, sin los
cuales difícilmente hubiera podido subsistir la benéfica institución. Se incluirán los residuos o sobrantes de la consignación
de los 6.000 doblones destinados a socorrer a las viudas anteriores al establecimiento del Montepío Militar. También «por
fija dotación», el 20 por 100 del producto de expolios y vacantes de mitras17. La mayoría de los montepíos militares
preveían esta fuente de financiación. Así, en la segunda parte del artículo IX del «Real Establecimiento de un Montepío a
favor de las viudas e hijos de los individuos del Cuerpo de Pilotos de la Real Armada» de 20 de agosto de 1785 se establecía
que «si en algún tiempo no sufragase el fondo (de que debe llevarse cuenta separada) a cubrir las obligaciones, se ha de
prorratear la falta en las pensionadas, y dar cuenta a S.M. para que se proporcionen alivios, que eviten la decadencia del
fondo; y si por el contrario aumentase este en términos de que hecho un prudente arreglado cálculo de lo que a lo más
puede crecer el número de pensiones, se aumentarán estas proporcionalmente».

Un procedimiento semejante era el del Montepío del Cuerpo de Oficiales de Mar de la Real Armada, en cuyo artículo I del
Reglamento se establecía que «A cada Oficial de mar de sueldo fijo de las clases de primeros y segundos Contramaestres,
y primeros y segundos Guardianes, como también á los Buzos y Patrones de Falúa, Lancha, Bote, inclusos los jubilados, se
les descontará ocho maravedís por escudo en tierra; doce embarcados en Europa; y diez y seis en viaje de América desde
que salgan de España con este destino». Por el contrario, en el Montepío e inválidos de la Maestranza de Arsenales, el
descuento era de ocho maravedíes por escudo de vellón, para todos los componentes de la Maestranza (excepto los
peones, que no tenían derecho a las prestaciones). Por tanto, los descuentos en los montepíos militares de la Armada
variaban en función de la categoría del contribuyente y de si se estaba embarcado o no, y esto último podría ser para
tratar de acomodar la cotización al riesgo. En lo que coincidían todos los montepíos militares es que a todo oficial que
ingresaba en el montepío, excepto aquellos pertenecientes al «Cuerpo de Inválidos», se les descontaba media paga de
sueldo disfrutado. Asimismo, se establecía una retención a los oficiales promovidos de «la diferencia líquida de goces en
el primer mes», y el importe de una paga líquida a los nuevamente empleados.

Las pensiones se hicieron efectivas desde la creación del Montepío Militar, sin tener en cuenta la cotización previa. Es
decir, a partir del primero de enero de 1762 empezaron a cobrar aquellas viudas cuyos maridos hubiesen fallecido después
del 1 de mayo de 176137, fecha en la que comenzaron a realizarse los descuentos de los sueldos. Los montepíos de la
Armada cuantificaban sus prestaciones en función del último sueldo del causante de la prestación, aunque a veces
también hacían referencia a las prestaciones establecidas por el Montepío Militar, que tenía una escala de pensiones
proporcional a las diferentes categorías del Ejército o Marina, que oscilaba entre los 18.000 reales para las viudas y
huérfanos de los capitanes generales y los 4.000 reales para los de menor categoría. A modo de ejemplo, se recogen aquí
las prestaciones del primer y último montepío de la Armada, cronológicamente hablando. El artículo VI del «Real
Establecimiento de un Montepío a favor de las viudas e hijos de los individuos de Artillería de Marina y de los Oficiales de
su Estado Mayor» de 27 de mayo de 1785, establecía que «A las Viudas de Tropa del Real Cuerpo se les librará
mensualmente la mitad del prest38 que disfrutaba su marido al tiempo de su fallecimiento, y a las de Oficiales del Estado
mayor el tercio del sueldo correspondiente a sus empleos en propiedad; pues si alguna vez no sufragase el fondo (de que
debe llevarse cuenta separada) a cubrir las obligaciones, se ha de prorratear la falta entre las pensionadas». y el artículo
XIII del Reglamento Montepío del Cuerpo de Oficiales de Mar de la Real Armada, que ordenaba que «La pensión de este
Monte consistirá por ahora en la cuarta parte del último haber del marido o padre; lo mismo se dará a las viudas o hijos
de los jubilados de su empleo vivo; y a las de los graduados de Oficiales desde la clase de Alférez de Navío hasta la de
Capitán de Fragata vivo, se las asistirá con cantidad igual a la que se libre por el Monte Militar respecto de las propias
graduaciones». Variedad, por tanto, en cuanto a la cuantía de las prestaciones, entre la mitad y el cuarto del último sueldo
del causante. El rasgo común a todas ellas es que, debido al sistema financiero, si se puede llamar así, de reparto, las
prestaciones podían aumentar o disminuir. Así lo establecía el artículo XIV del Reglamento Montepío del Cuerpo de
Oficiales de Mar de la Real Armada, que decía que «Se ha de llevar cuenta separada del fondo de este Monte, y así podrá
deducirse más adelante lo que sea dable aumentar, o convenga disminuir la contribución y las pensiones». Para poder
disfrutar de los beneficios de los montepíos militares era preciso reunir una serie de condiciones. En primer lugar, no todas
las viudas, huérfanos y madres de los miembros de las Fuerzas Armadas podían pasar a formar parte de los beneficiarios
del Montepío Militar, sino sólo los de los oficiales con grado de capitán en adelante, con exclusión, por tanto, de los
«oficiales subalternos».

Aspecto social
Los montepíos, por la misma importancia de las cantidades que manejaban e invertían, tenían la tendencia a vigilar
estrechamente las actividades de sus socios. Así, para casarse era regla general en casi todos los reglamentos que no se
podía alcanzar derecho al Montepío si el matrimonio se efectuaba sin la licencia correspondiente, o si se mantenía en
secreto declarándolo en la última enfermedad o en caso de muerte. Tanto el Montepío Militar, como los montepíos
particulares de la Armada, siguen esa tendencia general. Así según el capítulo sexto del Reglamento del Montepío Militar,
aparecen las condiciones necesarias para contraer matrimonio sus socios. Según García de la Rasilla dos son las razones
que mueven a ello, evitar el oportunismo en detrimento de la Institución, y preservar el estatus social de la oficialidad.
Según esta autora, todo oficial, con rango de capitán hacia arriba, debía presentar un memorial, debidamente acreditado,
donde pidiera la real licencia para casarse. En él debía informar acerca de la mujer con quien pretendía casarse, que debía
ser hija de oficial o de padre noble e hidalgo. En caso de pertenecer al estado llano, el padre debía formar parte de los
«hombres buenos, honrados y limpios de sangre y oficios», excluyéndose todas aquellas cuyos padres o abuelos
inmediatos ejercieran o hubiesen ejercido «empleos o profesiones mecánicas o populares, y las hijas o nietas de los
artistas, y las de los mercaderes, cuando éstos no sean de razón o de cambios». Además, las mujeres de origen noble e
hidalgo tenían que aportar una dote de 20.000 reales de vellón, y las pertenencias al estado llano de 50.000, mientras que
sólo las hijas de los oficiales y ministros de guerra, de las clases comprendidas en el Montepío Militar, podían ser admitidas
sin dote. Si la mujer no reunía estas condiciones, el rey, en circunstancias excepcionales, podía conceder su licencia, pero
la viuda, hijos o madre de estos oficiales no tendrían derecho alguno a disfrutar de los beneficios del montepío.

Decadencia del Montepío


Se puede decir que la situación económica gozó de buena salud hasta que, en diciembre de 1808, las tropas francesas
ocuparon Madrid. Se formó en Sevilla el Consejo interino de Guerra y Marina, que fue encargado de la dirección del
Montepío Militar, y se confió el pago de las prestaciones a la Tesorería general «para que lo verificase a cuenta de lo que
la misma adeudaba al Monte, y también por razón de los descuentos que empezó a retener, junto con los demás fondos
del establecimiento en la península y remesas de América que igualmente ingresaron en la Tesorería mayor». Desde
entonces fueron retrasándose los pagos de las pensiones, de forma que «hostigadas por un lado de la necesidad, y por
otro cansadas de sufrir la humillación de verse confundidas las viudas y las hijas de generales y de oficiales, que
generosamente habían perdido su vidas en defensa de los derechos de V.M. y de la Patria, con todas las demás clases de
personas de ambos sexos, hasta las de las más ínfima extracción y educación, en las porterías y corredores de la expresada
Tesorería, para implorar del Tesorero y sus dependientes, frecuentemente en vano, unos escasos auxilios, que con el
odioso nombre de socorro, recibían a cuenta de lo mucho que les adeudaba y adeuda; acudieron al Congreso Nacional
con una respetuosa y enérgica representación, pidiendo que se restableciese a la Junta de Gobierno del Monte pio militar,
y su Tesorería...». Las Cortes «en su rectitud y sabiduría», valorando la situación, pero también teniendo en cuenta que
era «un triste espectáculo y un objeto de escándalo para los que exponían la suya a igual sacrificio en los combates, viendo
la suerte que esperaba a su familia si fallecían», promulgaron el Decreto de 3 de noviembre de 1813, en que se tomaron
las siguientes medidas:

Restablecimiento de la Junta del Montepío Militar, «con arreglo a la Constitución y las leyes, encargándose a la Regencia
del Reino, que presente a las Cortes a la mayor brevedad la planta bajo la que deba establecerse.»

Que los fondos de ultramar fuesen consignados separadamente «y enteramente independientes de los de la Hacienda
Pública».

El cese inmediato de la recaudación de los caudales del Montepío Militar por parte de la Tesorería general, «dando cuenta
y razón, como está determinado en la resolución de 31 de julio de 1811.»

Que mientras se recaudasen las cantidades necesarias para que el montepío pudiese pagar las pensiones a las
beneficiarias, «continuará a éstas sus asignaciones la Tesorería general a cuenta de los cincuenta y dos millones
novecientas cincuenta y ocho mil setecientas setenta y un reales y once maravedíes de vellón que debía al Monte en fin
del año 1811».

Los Agentes del Gobierno que autorizasen o ejecutasen «alguna orden para invertir en otro objeto, cualquiera que sea,
los caudales pertenecientes a dicho Monte piaron, serán declarados reos de atentado contra la propiedad individual y
castigados como tales con arreglo a las leyes.»

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