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SCRIBA DEI

(EL ÁNGEL ESCRIBA DE DIOS)

R.G.P
Hay un espacio despoblado
Que es preciso poblar
De miradas con semillas abiertas
De voces bajadas de la eternidad…
Aquí comienza el espacio
Que no puede ser explorado
Sino vivido
Redondo a causa de los ojos que lo miran
Y profundo a causa del corazón

Altazor.Canto V. (Vicente Huidobro)


INCIPIT
STORIA

Mi nombre es Lucía, dueña de una


librería muy antigua llamada Códice donde
se compra y venden libros de viejo, aunque
hace tiempo que ya nadie la visita. A La
puerta de nogal, que delimita el bullicioso
mundo exterior del respetuoso silencio que
inspiran sus libros, se le palpan las vetas
como a los mayores sus venas. Antes
saludaba a la gente cuando entraba o salía
través del simpático chirriar de sus goznes,
pero hoy día se le olvidó saludar y como en
estado de meditación ahora contempla
callada el deambular de los caminantes por
el ojo del escaparate. En su interior, los
pasos resuenan desde el crujir de la tarima
gastada hasta el techo cruzado de gruesas
vigas. Las paredes se revisten de
anaqueles combados resistentes al paso
del tiempo y al peso de la cultura. Aquí
descansan antiguos conocimientos de
varias disciplinas mezclado con aroma de
pasado, auténticas perlas del saber donde
antaño acudían personas de gran calado
intelectual.
Tenía siete años entonces y mi abuelo
Matías, fundador de la librería, me dejaba
leyendo en la gran mesa que presidía la
sala de la trastienda, mientras él atendía y
charlaba con amigos. Yo solía leer a Julio
Verne, E.A.Poe y tantos otros, sin embargo
la mayoría de las veces tenían que
esperarme; disimulaba leer mientras
miraba de reojo y con admiración a esos
extraños lectores, pero debido a mi corta
edad, no lograba entender la forma tan
rara que tenían de leer o escuchar, parecía
que el silencio les susurraba a través de las
palabras, aunque por simpatía con ellos, sí
podía sentir como la inteligencia quedaba
como suspendida en el aire abriéndose un
mundo nuevo. Me daba cuenta que algo
mágico pasaba, pues aunque seguían
leyendo o manteniendo una conversación,
tanto las letras escritas como habladas
parecían disiparse aun estando ahí
presentes, era como si traspasando ese
mundo imaginario de todo lector, se
adentraran aún más hasta llegar a un
espacio totalmente distinto, donde vivían,
habitando, su saber. Sus palabras, si es
que las había, ya no eran palabras para ser
dichas sino para ser vividas, Ahora
comprendo porque me fascinaba ver ese
mundo llamado Sabiduría. Como decía mi
abuelo Matías:
“Esta Sabiduría es sagrada porque recoge
con arte supremo un saber no dicho, no
escrito, y aunque leas lo que con tinta o
palabra se ha plasmado, jamás llegarás a
su comprensión hasta que, adentrado en
ese espacio, no lo hayas vivido, para ello lo
primero que has de hacer es des-literalizar
lo escrito o hablado, y cuando sientas que
estás habitando ese espacio, déjate llevar
por su Sabiduría; no te preocupes por
nada, mi niña, de todo lo que salga a tu
encuentro, porque lo que en esencia
realmente es, este mundo lo dará forma a
su manera. Te hablará en su justo
momento y lugar, siendo un lenguaje de
altura y gran alcance, y si estás ahí, sabrás
que tanto tus acciones como tus palabras
serán auténticas y verdaderas pues salen
de la misma fuente de la Vida. Recuerda mi
querida niña, las palabras son signos,
índices que te señalan el camino por dónde
ir, sin embargo no son el camino, aprende a
ver más allá de ellas y las cosas, y te darás
cuenta que las palabras se desvanecen
cuando te adentras en ese espacio, ahí
eres tú.. Sé que eres muy jovencita para
entenderlo pero por tu forma de mirarme
veo que te ha llegado. Ahora déjame que
te diga algo: “cuando pongas armonía
musical en los vibrantes acordes de la vida
sabré que por fin lo has conseguido”
En aquel momento no alcancé a
comprender tales palabras, mejor dicho, no
pude danzar el baile de las tres esferas
porque aún no sabía su música. Hubo de
pasar un tiempo para danzar como un
derviche, no por los años transcurridos
sino por la experiencia vivida, para llegar a
comprender lo que quiso decir mi abuelo
Matías con ello.
Pero la historia que cambió mi vida e
hizo adentrarme en este mundo mágico
que tanto admiraba no comienza aquí, sino
en un incomprensible suceso y un gran
amigo que apareció en mi vida y que jamás
olvidaré.
Beatus qui invenit amicum verum,
Quia vobis videbitis caelum.
Amor regnans in corde
Sapientiae animae natura.

Bienaventurado el que encuentra a un


amigo;
Porque podrá ver el cielo en sus ojos,
El Amor que reina en su corazón,
Y la Sabiduría de la Naturaleza en su alma.
LIBER PRIMUS
INCIPIT STORIAE
A Códice lo habían disparado con balas de tinta
electrónica, herido de muerte y en su agonía
ardió en llamas, aparentemente por culpa de un
cortocircuito.
Pasaba consulta cuando sonó el teléfono
—Doctora Lucia tiene una llamada urgente, ¿se la
paso?
—¡Sí, pásemela por favor!—dije sorprendida y
extrañada
—¿Doctora Lucía?
—Sí, dígame
—Soy el sargento Ferreras de la policía, quiero
comunicarle que la librería Códice que usted
regenta está en llamas, por favor es necesario
que venga urgentemente.
—¡Por Dios, ahora mismo voy para allá!
Al llegar a la librería, que era más que mi casa
mi hogar, y ver cómo se incineraban tantos años
de sabiduría quise llorar, pero la rabia y la
impotencia me lo impidieron, sin embargo, mis
propias lágrimas me ahogaban por dentro al oír
la queja y el dolor en el crujir de las páginas que
tanto conocimiento me aportaron. Esas palabras
escritas que con admiración leía, ahora hablaban
en lamentos de fuego, letras en lágrimas de
humo ascendiendo al cielo. Era tal el dolor
abrasivo que intentaba escapar del angustioso
desastre recordando al abuelo; esas palabras tan
cariñosas que fueron esculpiendo mi mente de
niña.
“Los libros tienen vida como las personas, han
de ser cuidados y tratados con delicadeza pues
transmiten, a través de sus palabras y silencio,
alma en vida y espíritu de conocimiento de quien
los escribió. Los que fueron y son escritos sobre
pergamino son como las personas ancianas que
teniendo su piel seca y resquebrajada por la edad
aún tienen mucho que decir según su tiempo
vivido, pero recuerda… por mucho tiempo que
pase, tanto los libros como las personas, con sus
palabras, siempre dejaran posos de sabiduría”.
En cierta manera sentía haber decepcionado
al abuelo, aun sabiendo que el incendio no fue
culpa mía.
El abuelo fue todo un profesional, un cuidador
de la transmisión de los conocimientos. Lo
recuerdo en su taller reparando con mimo libros
maltratados; también hacía facsímiles, copias de
códices en pergamino auténtico, escribiéndolos
con pluma de ganso y tinta color sepia; aún
recuerdo, con admiración, cómo los dibujaba y
miniaba, encuadernándolos con auténtico sabor
antiguo. Fue él quien me enseñó desde pequeña
el arte de escribir y pintar, de cómo el silencio de
las palabras escritas habla directamente, bien a
la mente, bien al corazón, despejando toda duda
o interrogante.
—No, no, así no, mi querida princesa, —decía,
cuando mi mano por hacerlo bien sostenía la
pluma con fuerza y dedos entumecidos.- tus
manos son la expresión del amor que reina en tu
interior.
En aquellos momentos su mano guiaba la mía
sintiendo con soltura la delicadeza de su tacto,
las palabras parecían escribirse solas
deslizándose la pluma suavemente sobre el
papel.
— ¿Doctora Lucía?— dijo el jefe de bomberos
despertándome del recuerdo. —Todo ha quedado
en cenizas, sólo pudimos rescatar este paquete
con su nombre, deduzco que se encontraba como
en el interior de la puerta de entrada- decía
extrañado- caído en un rincón al lado de las
bisagras, eso sí, está un poco chamuscado.
Parece ser que esa puerta antigua no soportó el
fuego interno, resquebrajándose como queriendo
decir su última palabra, cosa rara pero en fin, es
lo que queda.
El sargento Ferreras que estaba en la
conversación, interceptó el paquete
pareciéndole sospechoso, y con sumo cuidado,
más por desconfianza que por delicadeza...
— ¡Doctora! –Dijo —este paquete tiene que ser
analizado por el equipo científico, es legible su
nombre como destinataria pero aún no sabemos
que hay dentro, ni cómo ha llegado hasta aquí,
hemos de ser precavidos en estos tiempos de
odio, venganza y sangre.
—¡Un libro, en una librería siempre hay libros!—
contesté intuitiva e inconscientemente.
El sargento me miró sorprendido arqueando
una ceja mientras depositaba el paquete en una
bolsa con el anagrama del cuerpo policial que
llevaba su ayudante.
—No se preocupe, aparentemente creo que no
es nada importante, de lo contrario el fuego lo
hubiera revelado, pronto nos pondremos en
contacto con usted — dijo en tono tranquilizador.
— ¡¿Importante?! Sepa usted que todo lo que
había ahí dentro era, es y será importante.
Y como si en medio de un nubarrón saliera un
rayo de sol, se iluminó mi mente diciéndome a mí
misma: “toda superficialidad el fuego la
consume”. Qué contradicción, ante mis ojos se
marchitan los conocimientos que en profundidad
estudiaba y algo o alguien desalmado dice que es
sólo una apariencia sin importancia.
El jefe de bomberos, cerciorándose de que
todo había vuelto a la normalidad, habiendo
sofocado totalmente el fuego, firmó el parte del
suceso; ya no había peligro alguno, los cimientos
y pilares del local estaban intactos, escribiendo
como causa del incendio un posible cortocircuito
fortuito.
—¿Tiene seguro doctora?
—Sí—contesté
—Este parte es para que lo entregue a su
compañía, así podrá reparar y cubrir los daños
ocasionados.
Con el tiempo todo se disuelve: sirenas, luces,
algarabía, personas llenas de vida ajena porque
algo hay que criticar, más un vendedor ocasional
de baratijas y chucherías que intenta aprovechar
los sucesos convirtiéndolos en cine de barrio.
Poco a poco todo se fue transformando en
silencio de ciudad, quedando tan sólo el olor a
quemado de un espíritu libresco, un ligero llanto
de palabras en papel mojado que oídos sordos no
logran entender por la rutina de escuchar
palabras vacías.
—¡¡¡Aagg!!! Esas cabezas huecas que esperan
tener la oportunidad de ver algún nuevo suceso
mientras inhalan el oxígeno irrespirable de tubos
de escape— me dije mirando con rabia e
impotencia a esos espectadores de la vida
fundidos en el anonimato.
En mi soledad sentía que el dolor era
inconmensurable, más por la herida sentimental
que por el material perdido, y aunque se podían
paliar los daños a través del seguro, la historia
de una ilusión, de un trabajo que con amor se fue
construyendo, jamás volvería. Después de todo y
con dolor por la pérdida, sabía que los momentos
más importantes en la vida de todo ser humano
son aquellos que escapan a la visión corriente,
eso jamás se perdería.
Caminaba hacia casa, sintiendo como los pies
se tambaleaban en una tierra movida por mis
lágrimas, mientras la cabeza, vacía de contenido,
volaba sin rumbo por un cielo gris. De repente
recordé uno de los libros de Miguel Hernández
que tanto me gustaba recitar desde niña:
Llegó con tres heridas:
La del amor,
La de la muerte,
La de la vida.
Con tres heridas viene:
La de la vida,
La del amor,
La de la muerte.
Con tres heridas yo:
La de la vida,
La de la muerte,
La del amor.

Pensé que tal vez estas letras ahora


humeantes, de un fuego que desconoce
inquisidor, volvieran del cielo para alojarse en el
corazón, pero…tal vez.
El sonido del móvil interrumpió con insistencia
esos bellos momentos.
—¿Sí?– contesté mientras recobraba el tono de
voz, carraspeando al ver que era Julián
—Lucía, ¿qué ha pasado? Acabo de enterarme,
¿estás bien?
—Sí, estoy bien, algo apenada pero bien
—Cuando fui a consulta me dijo la enfermera que
te llamó la policía para que acudieras
urgentemente a la librería
—Así es Julián, Códice ha muerto, un incendio ha
acabado con la librería. Menos mal que la cerré
hace una semana y no ha habido que lamentar
heridos.
—No te preocupes Lucía, los libros perdidos
puedes recuperarlos electrónicamente. ¡¡¡Hay
que estar al día!!!
Guardé silencio, en esos momentos pensé que
Julián seguía siendo un insensible, motivo por el
cual me distancié de él, aunque no me parecía
nada extraño, la frialdad con la que se vive hoy
día lo observo a diario en consulta: egoísmo,
violencia, ansiedad, depresión, dolor y
sufrimiento. Una inmadurez mental que reflejaba
falta de “contacto”, ese dedo invisible que nos
hace vivir, sentirnos hallados. La ignorancia,
frustración y pereza hace que las personas vivan
una vida más cómoda a la vez que superficial,
intentando adormecer con superficialidades o
ansiolíticos lo que el alma reclama: “Vida”.
“¡Oh hipocresía! tu verdad se llama apariencia,
haces de la vida una comedia vistiéndola de
llamativos colores, presumiendo con alharaca la
falsa plenitud de tu vacío; fariseo de la vida,
cínico en el amor, a ti también te llega la muerte.
La impotencia me invade cuando veo que viven
pertrechados bajo muros defensivos,
defendiéndose de qué, sino de sí mismos. No
hace falta morir para saber dónde está el cielo y
el infierno, lo tienen delante de sus ojos y
“ciegos” no lo ven”
Abuelo echo de menos lo que me solías decir...
“Las palabras han de crear puentes de
comunicación y no barreras, date cuenta que
todo tiene su Verdad aunque sea una mentira,
pero sólo si ves transparencia en la apariencia”.
—¿estás ahí?—exclama Julián angustiado ante el
silencio creador.
—¡Sí! Perdona es que estoy algo afectada—dije
excusándome.
— Me ha encargado Alfonso que te comunicara su
condolencia, que respeta tu estado y que no te
llamaría, espera que te recuperes pronto —dijo
Julián complaciente.
_ Gracias Julián, ahora tengo que dejarte
_Sí, lo entiendo
Conocí a Julián en la facultad de medicina, la
psicología médica nos atrajo a ambos y desde
entonces compartimos conocimientos, así como
sensaciones de vida y muerte. Las fuertes
pretensiones de amor, llamadas al instinto por
parte de Julián, tuvieron cabida en mis entrañas
disfrutando los dos de nuestros cuerpos, pero mi
corazón se despertó y él por miedo a amar se fue.
Me sentí mal, parecía que mendigaba Amor, pero
la misma fuerza de Amor que sentía en mí, me
hizo ver que no era yo sino Julián, como muchos
hombres, el que realmente estaba mal; corazones
gélidos cubiertos de hedonismo materialista que
llaman amor, pero no los culpo de su ignorancia
que por frustración y miedo vivan engañados, al
menos tan sólo una vez en su vida han podido
sentir el Amor aunque sea de madre. Esta
experiencia vivida con Julián jamás me dejó
recluida en mí misma, más bien la alegría de
sentir mi capacidad de amar, me hizo abrir los
ojos hacia los mundos crípticos de la mente.
Ahora aunque trabajamos los dos en un centro de
asistencia médico—psicológica cuidando la salud
mental, mantengo una cordial y profesional
distancia que nos separa. Alfonso es el director
del centro, un hombre amable y comprensivo, al
enterarse de lo sucedido en Códice y sabiendo mi
pasión por los libros, me dijo que me tomara el
tiempo que necesitase para que pudiera hacer
duelo y recuperarme.
Después de hablar con Julián seguí caminando
hacia casa mientras iba recordando las palabras
del jefe de bomberos, cuando me asaltaron varias
preguntas.
— ¿qué haría ese paquete en el interior de la
puerta de Códice? Aunque su grosor pudiera
cobijar ese paquete ¿quién lo habría dejado allí,
con qué intención?
Llegué a casa agotada, con el corazón afligido y
la cabeza llena de preguntas sin respuesta.
—Una infusión de tila me hará bien— me dije.
Y más tranquila, como quien ve la tempestad
alejarse, me tumbé en la cama buscando, con la
mirada fija, un horizonte sin fin que me ofreciera
el techo blanco de la habitación. Poco a poco fui
cerrando los ojos adentrándome en el mundo de
los sueños.
Pasaron dos horas largas, aunque me
parecieron diez minutos, cuando el sonido del
móvil me volvió los ojos a la realidad cotidiana,
de inmediato pensé que sería de nuevo Julián.
Y con voz tomada por el sueño
—¿¡Sí!?
—Doctora Lucía, soy Ángel inspector de la
brigada científica, perdone que le moleste,
hemos examinado el paquete, se pasó por
escáner y no hemos encontrado nada
sospechoso, sólo dos libros viejos, algo normal
para una librería, puede recogerlos en comisaría
cuando quiera.
—Gracias, ahora mismo voy para allá.
Con soltura y rapidez me dirigí a comisaría
como un padre cuando va a maternidad en espera
de su bebé.
De vuelta a casa y sentada en el sillón de mi
escritorio fui desatando con intriga el
ennegrecido cordón de piel que envuelve el
paquete, el fuego había traspasado el envoltorio
quemando parcialmente el contenido, todavía se
podía apreciar mi nombre en él.
—¿Qué es esto?—me dije
Era un cuaderno de viaje, el fuego lo había
horadado, casi en su totalidad, en el cuerpo del
texto aún se desprendían las pavesas negras;
debajo de él un libro algo más grande, menos
afectado. Parece ser que el cuaderno de viaje
sirvió de escudo protector sacrificando lo escrito,
sólo se podía leer, con algo de dificultad, el libro
grande. Lo abrí y dentro de él, como si se tratara
de un “ex libris”, una carta ligeramente
chamuscada, de inmediato reconocí la letra de mi
abuelo.
Mi querida niña;

Te doy el testigo de una sabiduría, herencia


de la Humanidad, encontrado en uno de los
parajes más bonitos de España.
No fue por casualidad que lo que ahora tienes
en tus manos apareciera en mi vida exactamente
en el mismo momento que naciste. Desde ese
instante algo en mi interior me dijo que era para
ti. No sé cómo llamarlo: intuición, corazonada no
sé, lo que sí sé es que un 9 de Junio del 1972 en
un lugar llamado “Valle del Silencio”, jamás se
me olvidará el nombre, entró en mi vida y para
siempre, tu vida, la muerte de mi hija Ángela que
fue tu madre, y el amor que Dios me dio a
conocer depositando en mis manos este libro que
sólo un ángel podría escribir “Apocalipsis”, yo lo
he llamado el “Escriba de Dios”.
Como en cualquier recinto sagrado donde la
puerta de acceso avisa del lugar al visitante, es
para mí Códice una puerta en el cielo que se
abre para ver al mismísimo Dios y darme cuenta
que la puerta no tiene puerta.
Mi querida niña, Códice es tu fiel amigo donde
descansa todo el conocimiento y saber del ser
humano, de un pueblo, de una civilización. En sus
entrañas lleva el pasado, el presente y el futuro,
siempre misterioso a punto de ser descubierto,
secreto que sólo desvelan ojos que saben ver
más que mirar. Siempre estará contigo, de noche
o de día, toda vez que acudas y preguntes estará
dispuesto a ofrecerte lo mejor. Jamás digas que
estás sola pues miles de amigos te acompañan,
que respetando tú silencio, te hablaran
sabiamente. Si sabes leer más que reconocer
palabras y oraciones te darás cuenta que la
Verdad se encuentra en los espacios en blanco de
lo escrito o en el silencio murmurante de las
palabras.
Nada mejor en este mundo te puedo dar.
Ahora mi querida niña, si estás preparada para
ver, acércate…
A lo invisible por lo visible danzando el baile de
las esferas, tocando su música celestial

Esta vez no pude reprimir las lágrimas, las


pequeñas gotas de agua iban salpicando el papel,
dibujando círculos estrellados de sabor salino
como la vida. El corazón iba y venía en un baile
agitado entre una sístole apenada y una diástole
henchida de alegría.
—¿Qué es lo que habría en este libro?—me dije
intrigada.
Eran momentos de nervios e incertidumbre que
quise atemperar con música.
Relajada tomé entre las manos el libro, y con
los ojos aún mojados por el amor al abuelo, iba
hojeando ligeramente lo que contenía. Al ver que
era un manuscrito, aparentemente antiguo,
pensé que se trataba de un beato más de los que
él hacía, aunque esta vez se había superado,
parecía tan auténtico que hasta el olor de siglos
lo había conseguido. Deterioradas las hojas de
pergamino, aun reparadas, conservaban con
cierta dificultad imágenes en vivos colores,
escrito en letra visigótica a doble espacio y a dos
columnas.
La cabeza me hervía tanto de la emoción que
las palabras estallaban como burbujas en los
labios, moviéndolos levemente en mi silencio.
—¡Abuelo fuiste un gran maestro. Pero dime…
¿por qué estaba este paquete dentro de la puerta
de Códice?, ¿por qué no me hablaste de ello?
Preguntaba como si estuviera ahí mismo.
—La señora muerte te mostró el momento de
marchar y te llevaste la respuesta.
El amor y gratitud lo sentía con nostalgia.
—¡¡¡Ay, qué suerte de haber estado en mi vida, y
sin embargo… te has ido!!!
Con ánimo más tranquilo me dispuse a leer lo
que quedaba del cuaderno de viaje. Encendí la
lámpara de mesa, me coloqué las gafas de
lectura y enfundándome unos guantes de hilo
blanco, como el abuelo me enseñó, fui
acariciando lo que quedaba de libro, el papel
tosco y tostado estaba hecho a mano, mientras
leía con dificultad y a saltos palabras inconexas
escritas en latín las hojas crujían apelmazadas
como si quisieran decirme algo. Renglones
quebrados por la carbonilla señalan haber
formado parte de dibujos, pero que el fatídico
siniestro quiso llevarse; anotaciones poco
legibles en los márgenes acompañaban a lo que
parecían ser diálogos y reflexiones ahora
inconexas, la escritura se hacía más ligera y
flexible según pasaba con sumo cuidado lo que
quedaba de páginas, pero lo que más me llamó la
atención eran algunos nombres escritos que no
pude deducir: Maius, Eme…io, Seni…, En...a, Al…
Ha…, Abenma..., y otro nombre De... Imposible de
leer, sólo la palabra “oblato” se mostraba clara,
quizá el propio autor o alguien entregado a la
iglesia para su educación.
De inmediato pasé al libro más grande, viendo
con admiración las exquisitas escenas pintadas,
la belleza de sus imágenes atrapaban mi atención
mientras leía de pasada y sin detenerme, lo que
parecía ser un comentario del Apocalipsis, una
joya milimétricamente copiada a la perfección.
La infusión de tila que había tomado, más el
agotamiento emocional de ese día, me
transportó, una vez más, al suave mundo de un
duermevela, cayendo accidentalmente la lámpara
de lectura sobre el manuscrito.
Sobresaltada aparté con rapidez la lámpara
incandescente, apareciendo ante mis ojos, como
en un sueño, unos rasgos entre los espacios en
blanco que dejaban las líneas escritas y
márgenes del libro, pensé que eran rasguños,
ciertas torpezas accidentales, pero al abrir más
los ojos me percaté de una secuencia de letras,
escritas en latín, sobre la mancha ocre que había
dejado el calor intenso de la bombilla. Impactada
y sobrecogida, leí esas palabras que habían
salido como de la nada “Primus in orbe deos fecit
timor” (Antes que nada en el mundo, el temor
hizo a los dioses). Una frase que me recordaba
haber leído en un libro de Petronio.
Investigue todo el libro calándome
adecuadamente las gafas, aunque no podía ver
con nitidez todas las que parecían ir surgiendo.
Era como si alguien lo hubiera escrito desde el
alma y para el alma, siempre invisible, directo al
corazón y a lo más profundo de la mente humana.
—¡Esto parece una broma de mal gusto, una
chocarrería! Pero esto no era propio de mi
abuelo, pero entonces… ¿Quién lo escribió, con
qué fin?, la grafía es distinta, ¡no puede ser!, un
libro de tal calado es muy serio para que alguien
haga un tipo de broma como esta.
Estaba intrigada, la curiosidad alejó al sueño
dejándome los ojos como los de una lechuza.
—¿Por dónde empezar?— me preguntaba—¿Acaso
sabía mi abuelo acerca de esta escritura
invisible? ¿Por qué no me dijo nada?, ¿Acaso
guarda relación este libro con el cuaderno? ¿Qué
quiere decir todo esto?
Son demasiadas preguntas, un reto que me
impulsa encontrar las respuestas. Levanté la
cabeza cuando me di cuenta que el sol acababa
de salir, avisando un nuevo día.
—Creo que el primer paso será recapacitar,
digerir todo esto— me dije.
Pero un ruido en el vientre me intentaba decir
que el estómago vacío se hacía ver por la boca,
como si al escuchar “digerir” quisiera tener la
primera palabra.
Sentada en la cocina, al abrigo de un café con
leche caliente, un dulce y una manzana, pensaba
intentando dar respuesta a todo lo que había
sucedido. No dejaba de dar vueltas al café con la
cucharilla que disolvía el azúcar. Como si la taza
de café expresara el estado de mi mente.
El antiguo reloj de pie empezó a sonar desde el
salón, sacándome del laberinto mental con ocho
campanadas suaves y profundas.
— ¡Esto parece brujería, pero si este reloj dejó de
funcionar al poco tiempo de morir mi abuelo!
¿¡Qué hace dando las ocho?
Enseguida me sacudí el polvo de mi memoria
—¡Dios santo pero si es la hora en que murió mi
abuelo!
Y sin pensarlo demasiado me levanté, guiada por
un impulso desconocido, a bucear el arcón que él
guardaba con celo en el desván. El arcón aún
desprendía la sutil fragancia de cedro húmedo
mezclado con sándalo, jamás lo abrí porque el
abuelo guardaba allí las cosas más personales,
tampoco me animé a abrirlo cuando murió, a
pesar de contar yo con treinta y dos primaveras
entonces, de esto hace ya casi diez años.
—¡¡¡Perdóname abuelo!!!—le dije
Abrí los cierres del arcón, no sin cierta
dificultad, y según iba levantando la tapa iban
sonando las cuatro bisagras oxidadas, que me
hacían recordar la graciosa puerta de Códice.
Una tela de seda negra, adornada con flores
bordadas y largos flecos, cubría de lado a lado
íntegramente el contenido del arcón, parecía un
gran pañuelo de mujer o mantón de manila,
debajo un legajo de cartas, algunas con
matasellos de Madrid, varias hojas de pergamino,
utensilios de escriba y encuadernación, así como
una caja con pigmentos de diversos colores.
La curiosidad se apoderó de mí y con respeto
fisgón quise leer las dos primeras cartas, aunque
me parecían tan íntimas que sólo me atreví a leer
una escrita en verso.
Era una carta de amor del abuelo Matías a su
novia, la abuela Herminia que nunca llegué a
conocer.

Madrid a 22 de Mayo de 1946

Mi querida Herminia, deseo que estas palabras


escritas en verso acaricien tu corazón acortando
la distancia que hoy nos separa. Muy pronto
estaré a tu lado mi amor. Así lo deseo y así lo
espero.
AL ALMA PERDIDA
Donde las palabras retroceden,
Más allá de ellas y las cosas,
Insólitos panoramas acechan.
En la concavidad de tu misterio, noches
hermosas.
“nadie está verdaderamente perdido”
Cada cosa en su lugar
Todas asociadas en su concierto divino,
Donde las disonancias de varias voces
Expresan la armonía del sentido
“nadie está verdaderamente perdido”
Tu Gracia absorbe todo lo que penetra en ella:
Magia, ciencia o animismo.
Elevándolo a un nivel más alto
Dando respuesta al si-mismo
“nadie está verdaderamente perdido”
La naturaleza de tu claustro no admite prisas
Invitando a disfrutar sosegados
El jardín de tus delicias
En tu centro alzas tus manos al cielo
Y en tu vientre alojas el pozo de los deseos:
Manantial de acción humana
“nadie está verdaderamente perdido”
Tu alma hunde en mi tierra cimientos de amor
divino
Edificando con tu armonía
Columnas de amor, otrora destruido
“nadie está verdaderamente perdido”
Cuando me acongoje la sin razón
Y sienta que me encuentro perdido
Y de perdido no encuentre ni mi nombre
Lanzaré un grito de luz
Al amor de nuestras noches oscuras
Él iluminará mi ser
Recordándote, renombrándome
“nadie está verdaderamente perdido”
Todo está dado, nada está perdido
Sólo quedan las copas del vino que bebimos,
Copas vítreas llenas de lágrimas,
De un amor encontrado, de un amor herido.
Todo es silencio y nada calla para nombrarte.
¡Ay! Vacío que lo llenas todo,
Persiguiendo con palabras
Tu cuerpo, tus ojos, tu lengua,
Todos tus besos me embriagan
Cáliz de amor, de vino, de lágrimas
Qué sobria la razón
Que pretende cortar el corazón con su daga.
Todo está dicho
Nada mudo en el amor
—verdad o mentira—
Cuando el cuerpo calla, habla el alma,
Cuando habla el alma, el cuerpo también.
Con todo mi amor para mi Hermi
Matías

Pensé que algo sentimentalmente fuerte les


pasó a los abuelos, debieron estar enfadados
como cualquier pareja de enamorados, aunque no
sabía por qué. Comprendí inmediatamente que el
mantón de manila era de la abuela Herminia, el
abuelo lo guardaba como recuerdo de su amor,
aunque supuse que también lo había usado mi
madre. Con extrema suavidad cogí el mantón y
cerrando los ojos me lo acerqué a la nariz; respiré
profundamente intentando encontrar el amor que
nunca llegué a conocer, aunque sí sentir, pero no
encontré nada, tal vez porque mis ojos estaban
demasiado ocupados, o mi mente demasiado
interesada por encontrar respuestas. De pronto
algo nacido de lo más profundo y esencial de mi
vida me estaba ofreciendo la oportunidad de
revivir momentos de amor inolvidable, un
reencuentro con lo más querido. Una vez más me
aferré al mantón, pero esa vez con los ojos
abiertos y párpados cerrados, reviviendo mi
primer olor, mi primera imagen borrosa,
inhalando amor en la mirada infinita de mi
madre. Supe que ella aún estaba aquí, allí; pero
la eternidad duró un instante y al volver la vista
sobre el arcón…
—¿Qué hace aquí una lámpara ultravioleta?— dije
intrigada, mientras lo sujetaba por el cable y la
carcasa. De repente me asaltó la respuesta.
—¡¡¡El abuelo sabía desde el principio qué
contenía el libro, por eso está aquí está
lámpara!!!
Miré y rebusqué todo el arcón y en un costado
hallé un pequeño cuaderno de notas en piel
repujada y cuarteada, sólo las tres primeras
páginas se hallaban escritas. Después de leer la
carta de amor, tímidamente empecé a leerlo con
el máximo de mis respetos para no caer en
intimidades ajenas, por muy familiares que
fueran.

El tiempo avanza muy deprisa, tanto que las


agujas del reloj parecen haberse cansado de dar
vueltas como en un cuadro de Dalí, y es hoy un 9
de Junio de 1999 que el destino me ha brindado
la oportunidad de poder parar el tiempo y tomar
la decisión, llevado por la tristeza y la alegría en
mi corazón, de escribir en este cuaderno lo más
dulce y lo más amargo de mi vida.
Hace treinta años que mi querida Herminia se
fue, desde entonces paso el tiempo en
“Manuscrito”, la vieja librería que con ilusión
construimos los dos al tiempo de casarnos, hace
ya cuarenta y nueve años.
Lo he intentado todo por salir hacia delante, y
aunque el fruto de nuestro amor llamado Ángela
me acompañó en esta vida, no llenó el vacío que
Herminia me dejó en el corazón, pero también
quiso Dios arrebatarme a mi única hija, no
aguantando más dolor mi corazón, bajé a las
profundidades del abismo lamiendo su suelo
incalculable. Sólo un ángel llamado Lucía me
salvó de ese fuego infernal. Todo ocurrió un mes
de Junio de 1972, cuando realizaba por mi cuenta
un peregrinar hacia Santiago, caminaba solo por
tierras leonesas, el sol hacía más justicia que de
costumbre, atravesaba el Valle del Silencio
cuando el frescor de una cueva pequeña me
invitaba a descansar para reponer fuerzas entre
bocadillo y refresco; en su interior una pared de
grieta ancha y profunda, algo distante de la
entrada, me llamó la atención. Pensé… “este es
un buen sitio para refrescar la botella de agua”,
metí la mano para calcular su profundidad
cuando mis manos toparon con algo. Era un libro
y un cuaderno dañados por el tiempo, castigados
por la intemperie, desprendían un olor que se
preferían más a rancio que a piel, el ambiente
húmedo acartonaba apelmazando las hojas de
pergamino del libro, mostrando el cuaderno
grandes manchas verdes y negras por moho.
Debido a mi experiencia me di cuenta que estaba
ante algo muy antiguo. Miré alrededor y no vi a
nadie, sólo la herida de amor que llevaba dentro
me hacía compañía con el silencio que ahí se
respiraba, más el sonido de las páginas al pasar
era lo único que se oía. Saqué una camiseta de la
mochila para envolverlo todo, cuando mi corazón
me dijo que algo ocurría con el embarazo de mi
hija Ángela, presentí que ya había dado a luz. A
la tarde de ese mismo día, llevado por la urgencia
de mi presentimiento, llegué a la maternidad y en
aquellos momentos pude comprobar que la vida,
el amor y la muerte nunca vienen solos, mi yerno
y su familia dejaron sus vidas en el asfalto de
camino a la maternidad, y un dedo de la muerte,
llamado pena, consumió la vida de mi hija Ángela
al enterarse de la trágica noticia, quedándome
sólo con el amor que un abuelo puede dar a su
nieta, mi querida Lucía.
Los días pasaron y con el coraje de un guerrero
luchando por la vida, me entregue por entero a
esta maravillosa criatura que Dios puso en mis
manos. Mientras ella dormía tranquilamente en
su cama, yo aprovechaba para hojear estos libros
encontrados, de inmediato me di cuenta que
estaba ante unas joyas de la historia. Me empeñe
en repararlas con sumo cuidado, cuando los
diversos rasguños que iba encontrando en el
libro grande se presentaban ante mí no como
daños a reparar, sino como una nueva lectura.
Una lámpara ultravioleta me ayudaba con
claridad su lectura al completo sin dañarlo.
Durante todo este tiempo he guardado silencio,
secreto y misterio que sólo Dios y mi alma
supieron de él.
He comprendido que en mis manos se ha
depositado la auténtica palabra de Dios. Ahora
sé que el único escrito de Dios está en la Vida
que se vive, siendo ella la única Biblia que no se
cuestiona, sin embargo no soy yo su destinatario,
sino mí querida nieta Lucía.
He cambiado el nombre de la librería, ahora se
llama “Códice” haciendo honor a lo hallado, mas
la puerta del cielo sólo se abre con el fuego que
toda superficialidad consume. Quiera la
Naturaleza, llamada Dios, llene de sabiduría y
gloria el alma de mi niña Lucia.
___________________

No tenía palabras, atónita y nerviosa como quien


descubre un tesoro secreto, me dispuse a leer el
Beato, pero algo empecé a sentir que saliendo de
las profundidades de mi misma me impedía
hacerlo, en cambio notaba como iba “in
crescendo” una sinfonía muda que sólo el alma
podía tocar sin partitura.

Eché las cortinas dejando la sala de estudio a


oscuras, encendí la lámpara ultravioleta y
proyectándola sobre las hojas de pergamino
empecé a leer la escritura invisible que había
redescubierto
— ¡Leo y no entiendo, que extraño! ¿Acaso he de
prestar más atención a esta sinfonía muda que
irrumpe en mí más que a la afanosa razón?
Me dejé llevar y sentí mi presencia respirando
paz por todos los poros de la piel, no era yo sino
consciencia plena. Tomé de nuevo el Beato, pero
esa vez leía con tal fluidez que lo escrito parecía
haber salido de mi puño y letra.
—¡Qué maravilla!— exclamé cerrando la tapa del
libro con una ligera sonrisa, y asintiendo con la
cabeza, empecé a murmurar “transparencia en la
apariencia”.
Era la primea vez que sonreía después del
trágico accidente de la librería.
—Aún eres capaz de sacarme una sonrisa abuelo;
qué razón tenías cuando decías “la sencillez
siempre encuentra las puertas abiertas porque
está en correspondencia con la naturaleza de las
cosas”.

Me llené de valor y decidí traducir al castellano


todo lo legible del cuaderno de viaje de ese
desconocido peregrino, más lo invisible del Beato
con algunas miniaturas en un solo libro.
La traducción fue dura llevándome varios días,
aunque más dura la decisión de reproducirlo
exactamente igual, no por el trabajo que
conllevaba sino por el contenido, pues sabía que
muy pocas personas podrían llegar a entenderlo,
me acordaba de las palabras: “quien tenga ojos
para ver que mire, quien tenga oídos para oír que
escuche”, y una extraña sensación me obligaba a
dar salida a esa emoción que estaba viviendo, a
pesar de saber que habría de pagar el alto precio
de la incomprensión por poner palabras para
comunicarlo, pero no tenía más remedio que
hacerlo.
Los originales, reparados y como nuevos, los
puse en la base del reloj del salón, ese espacio
trasero que nadie veía y que desde pequeña me
ayudó a guardar mis tesoros. Pero me asaltó una
duda teñida con sentimiento de culpa
— Tal vez estés cometiendo un delito por
apropiación indebida, que este libro sea
propiedad del patrimonio histórico, por el bien de
todos— me decía la conciencia. Pero mi culpa se
disolvió con el soplo de una voz profunda, salida
de no sé dónde, que me decía: “No hay mayor
delito que aquel que envilece su ser ignorando el
saber natural del alma”.
Por el momento— me dije— quiero disfrutar de
este tiempo divino y luego que sea lo que tenga
que ser.
Al terminar esta “Obra Magna” algo tocó lo
más profundo de mí misma sin llegar a saber del
todo por qué. Quise abrirme paso agudizando mi
intelecto, pero ese día pudo más el sueño por
cansancio, que el interés investigativo.
Esa noche tuve un sueño revelador, aunque
no fui consciente de él hasta que su verdad no se
presentó ante mí atravesando los agujeros de la
realidad tangible:
Goya iba pintando el fusilamiento del dos de
Mayo y a cada pincelada decía “oh muerte, el
sueño de tu razón produce monstruos”, a su lado
los tres arcángeles de Fausto “Esta visión da
fuerzas a los ángeles, porque nadie puede dar
razón de Ti y todas tus nobles obras están
espléndidas como el primer día”. Fausto
mirándome me decía: “He estudiado Filosofía,
Jurisprudencia, Medicina y también, por
desgracia, Teología, todo ello en profundidad
extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me
veo, pobre loco, sin saber más que al principio.
En lugar de la naturaleza viva, en medio de la
que Dios puso al hombre, lo que te rodea son
osamentas de animales y esqueletos humanos
humeantes y mohosos. ¡Huye!, sal fuera, a la
amplia llanura”. ¿Es el pergamino una fuente
sagrada de la que un sorbo saciará tu sed para
la eternidad? No, no repararás tu sed si la
bebida no brota de ti mismo. Fausto cogió el
Beato que yo guardaba y abriéndolo por la
primera página dijo…
— Aquí dice: “Alfa y Omega, Principio y Fin. En el
principio fue la Palabra». No puedo darle tanto
valor a la Palabra— sonreía— Tengo que
traducirlo de otra manera. Si el Espíritu me
iluminara...aquí dice: «En el principio fue el
Pensamiento»— ¡¡¡ya estamos!!! ¿Es el pensa-
miento el que todo lo crea y por el que todo se
obra? Tal vez ponga «En el principio fue la
Fuerza». Pero algo me dice que no es así. El
Espíritu acude en mi ayuda y veo cuál es su
consejo: «En el principio fue la Acción».

El sonido del móvil me sacó a bocajarro


del mundo onírico, llevando lo soñado al reino del
olvido, y si no fuera por la llamada hubiera
estado casi todo el día durmiendo.
—Lucía, buenas días, soy Alfonso, te llamaba
primeramente para saber cómo estás, y cómo te
encuentras de ánimo para la ponencia del
congreso que hemos de dar. ¿Espero que no se te
haya olvidado?
—Alfonso eres muy amable, estoy bien, pero me
tienes que dar un tiempo para prepararme.
—Sí, sí, por supuesto, aún nos quedan dos meses
para presentarnos. Tómate todo el tiempo que
necesites y no te preocupes por la clínica, corre
todo por mi cuenta. Ya sabes que es muy
importante para mí la ponencia.
Es un congreso acerca de las “nuevas
aportaciones en el campo de la psicología
médica”, donde se reúnen todos los
profesionales versados en la mente humana. Allí,
Alfonso y yo trataríamos el tema, algo espinoso,
sobre “Genética y Psique: vínculo invisible de los
arquetipos en la herencia genética”. Aún
quedaba tiempo para plasmar en un dossier lo
que estuvimos investigando. Pero ahora no podía
centrarme en ello, sentía que mis conocimientos
habían sido raptados por un interés nacido de
una sabiduría más profunda y con corazón. Era
como tener el sentimiento fuerte de estar
enamorada. A pesar de ello me sentía
ligeramente culpable, pues había contraído una
deuda intelectual llena de interés científico, que
tanto tiempo nos llevó estudiar. Quitarme ese
peso de encima sería un alivio para mi conciencia
—Alfonso—exclamo— sabes que tengo mucha
confianza contigo y me deja un mal sabor de boca
no revelarte algo que me ha sucedido.
—No te preocupes, te conozco y se cómo te
puedes sentir por el incendio.
—Ya, ya, pero no es eso. Es algo más profundo.
Alfonso guardó silencio ante tal misterio,
seguro que pensaba que sería una nadería,
aunque con cierta importancia para mi mente
afectada, él me conocía bien.
—Sabes que cuentas conmigo para lo que
necesites. ¿Tiene algo que ver con nuestro
estudio?
—No, no, para nada. El viernes de la semana que
viene me gustaría quedar contigo en la clínica, en
tu despacho, a las nueve de la mañana.
—De acuerdo, te espero dentro de siete días—
dijo Alfonso colgado en la incógnita.
Después de hablar con Alfonso, me sentí más
aliviada y con espíritu renovado empecé a
escribir la dedicatoria en la copia que hice.

DE NUEVO EN LA TABERNA IRLANDESA

- Lucía que soy tu amiga, nos estás tomando


el pelo o qué, porque me parece que nos has
contado un cuento
- como escritor me parece un cuento digno de
ser escrito
- Me parece entretenida su lectura, aunque un
poco aburrida, eso sí, me encantaría leer ese
códice
—¡Incrédulos! Seguro que si os digo una
mentira os la creéis
— A mí me da igual que sea verdad o mentira,
con tal que me entretenga. Por cierto…según he
ido leyendo me han surgido varias preguntas
— Yo estaba entretenido, escribiendo más que
escuchando, pero estoy de acuerdo con lo que
dice el lector, además como diría tu abuelo
Matías; verdad o mentira encierra una gran
verdad si se sabe ver, si se sabe leer.
— A mí me parece increíble, tanto tiempo
juntas compartiendo todo y me vienes con
estas
En casa de Lucía

Candela se acomoda plácidamente en un


antiguo sofá de piel cuarteada; el lector, lleno de
imaginación, va creando mentalmente la historia
de esa casa, está a la expectativa, preparado
para cualquier asalto emocional e intelectual, y
yo como escritor siento el poder magnético de
unos libros antiguos encerrados en una vitrina.
—Lucía, me estaba preguntando según estaba
viendo absorto estos libros ¿cómo puedes confiar
en nosotros si no nos conoces? Quiero decir en el
lector y en mí.
—Eso mismo me pregunto yo según leo
—Ay, queridos amigos…La confianza se ve, se
palpa, está ahí, y no se pronuncia porque es
muda; si se gana se pierde y si habla dice… duda
—Candela…
—Dime escritor
—¿Qué te incomoda? Me gustaría que me dijeras
a qué se debe el que te muevas sentada en ese
sillón tan confortable. ¿Acaso te incomoda mi
presencia?
—No, tu presencia me es grata. Es más, pienso
que manejas muy bien la pluma
Lucía iba sacando el incunable Beato del reloj con
suma delicadeza y envuelto en terciopelo negro,
como si fuera un bebé en mantilla, Las
excitantes posaderas de Candela se levantaron
impacientes marcando con estilo la ropa interior
como si rindiéramos pleitesía ante el majestuoso
encuentro.
—Por favor os pido que os enfundéis estos
guantes si queréis apreciarlo
—Pero Lucía, Dios santo, si no hay palabras que
lo puedan describir ¡Qué maravilla! Vamos que
tanto tiempo juntas, compartiendo ilusiones y
secretos y esto ni siquiera me lo hayas
mencionado… ¡no tienes perdón!
—Compréndeme Candela. Y este, mis queridos
amigos, es la reproducción, lo visible de lo
invisible
—Este libro es digno de ser escrito, siento que
estas palabras salen de lo más excelso y sublime,
jamás un humano puede originar tal belleza. Creo
que antes de ser re—escrito ha de ser vivido en el
espacio ignoto de la mente
—Por favor, dejadme que lo vea
—Aquí tienes lector.
DEDICATORIA

Gracias a mi abuelo Matías sé que mi madre


Ángela dejó este mundo pocos días después de
traerme a él. Antes de cerrar sus ojos, yo abrí los
míos sintiendo como clavaba su mirada en mi
rostro, sentimiento profundo que, por muy
extraño que parezca, siempre me acompaña. Su
corazón no aguantó la noticia del mortal
accidente de mi padre camino a la maternidad
para vernos, muriendo ella pocos meses después;
para los médicos la muerte de mi madre fue algo
inexplicable, todas las constantes estaban en
perfecto estado, aunque creo que se les olvidó
ver con otros ojos el corazón. Los años me han
hecho “ver” que el corazón tiene razones que la
razón no logra entender, como diría Pascal, así
que pude comprender que cuando el Amor reina
en los corazones, la muerte jamás triunfa
separando, porque de una forma u otra, a través
de la muerte, el amor los vuelve a unir.
Fui creciendo rodeada de libros, preparándome
para la vida universitaria y con el tiempo el
florecer libidinal llamó a mi puerta
compaginándolo, no sin cierta dificultad, con los
estudios médicos.
¡Ay, esos días de libro, rosas y vino!

He creído conveniente hacer público lo que el


alma sabe acerca de las inquietudes de todo ser
humano, terminando lo que ha sido para mí el
trabajo más importante de mi vida.
Amigo lector dejo en tus manos la Sabiduría
que la Naturaleza guardó hace más de mil años.
Espero que no sean tus manos las que le pongan
fin en un minuto. Cuídalo, pues así como tratas
serás tratado.
La parte invisible está escrita en otro color
para una mayor facilidad en su lectura.
Ahora quien sepa leer que vea y oiga lo que el
alma dice.

A todos vosotros

Legionem Reg…
Anno quattuor mili…

El círculo de la Naturaleza se completa, y aquí en


esta tierra de Távara donde hace sesenta y cinco años
empecé a dar mis primeros pasos en la vida , me recibe
hoy, en estos últimos días de mi vida, para dar descanso
……. cuerpo fatigado. Después de dar rumbo a mi vida,
atravesando……….…….., para llegar………… donde nace el
sol y el paraíso se asienta escrito en los mapas,
conociendo………… con diversos nombres de Dios y con
distinta forma de ver la vida. Estas manos, ahora ajadas,
que sostienen………… este cálamo, sujetaban entonces
unas tijeras cortando a medida…piel de……. oveja para
recibir la palabra de Dios. …La torre……… alta y lapídea
coronada por las campanas que nos anunciaba las
horas……….. Señor, descansa ahora, entre polvo…y
piedra………, destruida por las tropas de Almanzor. Cosas
del destino, lo que fue escrito en piel, ahora habla a través
de la mía con tinta de mi experiencia, más lo que fue el
repicar de campanas anunciando mi llegada, me avisa hoy
con su silencio la llegada de la Moira Átropos, cortando
con sus tijeras el hilo de mi vida.

Fue un 19 de Julio del año 939 cuando unas manos


tiernas pero desconocidas me dejaron a las puertas
de……………..esperanza y fe de que otras manos
bondadosas y………..corazón, se apiadaran de mi vida. Las
campanas tocaban a Tercia (9.00), cuando llegue al
corazón y alma de lo que para mí…………..un maestro, un
padre; secreto que guardábamos………………..para los
demás un niño oblato ofrecido al servicio………….,aunque
no llegué a profesar los votos. Él era “Maius”,………..
presbítero venido de Córdoba, por incomprensión
sarracena………a este monasterio de San Salvador por la
Gracia ……. para alimentar nuestro espíritu ………………
contaba con cinco años, desde entonces …… hasta que
dispuse de razón, una sierva de Dios llamada End.....a,
con manos llenas de amor, fue alimentando mi cuerpo y
alma ……..a ser mi “mater car…….”.
Los años pasaron y en el buen uso de mi entendimiento
y comprensión, fui aprendiendo las costumbres de la
vida……., pero quiso Dios que mi camino fuera además
enseñado……..maestro Maius que a solas fue
contándome, como un padre le cuenta a su hijo, la
historia de su vida y de cómo aparecí en ella. Gracias a él
mi vida fue más allá………………………monacal.
En todo momento siempre lo acompañaba como
ayudante. Junto a él fui conociendo diversos monasterios,
que como maestro pintor fue creando escuela.
Hermanos…………… Eme…io, Ove............acundo e incluso
End…a y tantos otros, fueron adquiriendo la técnica al
agua que mi maestro ……………… para ellos yo no dejaba
de ser un niño oblato predilecto de Maius
Mi vida en este monasterio de Távara,………… la oración,
la lectura de salmos, el cuidado del huerto y………….como
ayudante de mi “padre” Maius. Pronto aprendí …………y
escribir correctamente a través de la gramática, retórica
y dialéctica así como aritmética y música,
…………..naturaleza que me preparaban para la ciencia de
Dios…………sagrada erudición y meditada como lección
Divina. ……….la enseñanza acerca de la vida ………….por
Maius, él me enseñó a preparar pergaminos a base de piel
de oveja, curtiéndola y cortando a la medida que él me
decía, les daba una capa muy fina ……………. los sobrantes
de la piel recortada me iba enseñando a escribir con
cálamo y tinta hecha a base de agallas ………………………..

El día más fatídico de mi vida un……………………..del año


968 de nuestro Señor cuando quiso llevarse a los cielos al
maestro, el último peregrinaje de mi padre espiritual. A
Távara…………. todos aquellos hermanos presbíteros que
con amor…………. nuevo arte de plasmar la palabra de
Dios en visión apocalíptica de Juan.
Pasó algo más de un año, y en mi interior
aún…………….su muerte, cuando Eme…io, el
hermano………… discípulo predilecto de Maius, acababa la
última obra del maestro como él dejó encargado.
En ese frío scriptorium, aún puedo oír………. de al lado
cuando preparaba la piel de oveja, como Eme….io se
quejaba de dolor, los huesos de sus manos se iban
deformando, y con dificultad…………………y pintando con
ayuda de mi mater End...a y Seni……….otro manuscrito
iluminado. La muerte de mi padre Maius fue apocalíptica
para mí, sentía que ya nada tenía que hacer allí, me dejó
vacío como……………la campana de la torre, que a veces el
viento la hacía tañer sin decir nada. Así que decidí
marchar, con todo el dolor……………..corazón, hacia tierras
que me enseñaran y explicaran la verdad de Dios en su
verbo divino, tal y como él, mi padre Maius me aconsejó.
Fui a Córdoba, ciudad que me dejó
…………………………………. por sus calles, sino por sus
gentes, ………………………… a conocer a maestros,
continuadores de la secreta filosofía de Abenma……
enseñándome la profundidad del alma, más allá de
……………... Poco a poco fui comprendiendo la Voluntad de
Dios para con nosotros sus
hijos………………………………………….
Es Voluntad de Dios que se me ofreciera conocer al
califa Al—H…m, a su mujer Subh y su hijo Hisham.
Recuerdo con cariño como la distancia que nos separaba
acerca de la idea de Dios, nos unía por el camino de los
conocimientos que nos aportaran sus libros,
mostrándome la impresionante biblioteca que allí mismo
guardaba, allí conocí a Lubna , Fátima y Shaprut.

(Hay varias hojas del manuscrito


quemadas, imposibles de leer, sólo el
reverso de la contraportada se puede leer
con mucha dificultad…)

Mi Dios me llama, oigo su soplo en las hojas de los


árboles y en el susurrante río de este valle de Silencio,
mi paraíso; Aquí llega su ángel, con alas de hojas de
roble dejando ver una aureola de sol en su cabeza. Mis
párpados caen entre sueño postrero y muerte, una
mano guía la mía y una voz diciéndome…. ¡escribe,
escriba, escribe!

Nada hay escondido que no venga a manifestarse y nada


oculto que no venga a ser público (Marcos IV.22)
Nihil occultum, quod non est aliquid absconditum quod non
venit ad publicum exire

- ¿quién eres que a mi alma llegas y de ella vienes?


- Soy lo que es, lo que siempre ha sido y lo que
siempre será
- ¿El Dios Padre, Eterno y Misericordioso?
- De mí vienes y a mí vuelves pero no me deifiques.
Soy Natural como tú porque estás hecho de mí. A
todos llego sin tiempo, en su preciso momento,
para revelar la Verdad más no la compasión.
Vuestro temor ha hecho dioses desfigurando la
Verdad a favor de verdades creadas para vuestros
intereses
- Oh, Señor! He peregrinado por el mundo para
hallarte en el paraíso y saber de la Verdad, y lo
único que he encontrado son cuatro corceles
montados por la guerra, el hambre, la victoria y la
muerte. ¿Acaso es esa la Verdad?
- No me llames Señor, no soy dueño de nada, ni tú mi
criado; sencillamente formo parte de ti. Por más que
busques la Verdad en el infinito más te alejas de ella,
tu vista se nubla y más ciego estarás para no ver que
aquello que es está en la palma de tu mano. Pero no
busques nada, porque no está en buscar sino en
despertar. Abre los ojos y mira, y dime si ves la
Verdad en el aire que respiras, en el corazón del ser
humano y en el polvo de tus muertos. Todo está en
cómo ves y así como se ve así se es.
- Miedo me da ese corcel bayo, pálido como la muerte
que lo monta
- Y por miedo a no saber qué, prolongas tu vida más
allá de ella, imaginando un dios a tu imagen y
semejanza. Y la imaginación se hizo realidad para
el bien de unos

SCRIBA
DEI
(La voz del ángel)
II

La vida de Lucía ya no sería la misma,


algo en su interior estaba a punto de
brotar como lava volcánica que ella no
lograba entender, aun habiendo
comprendido todo lo que ella había leído
y reproducido, pero ignoraba lo que el
destino le había puesto en sus manos.
La “opera magna” a realizar…

“vivirla”

Es miércoles por la mañana, aún


quedan dos días para la cita con Alfonso,
tiempo suficiente para comprobar el
“Beato de Tábara” que se encuentra en el
archivo histórico nacional de Madrid.
— Necesito poner cara a ese niño oblato
miniado en las últimas páginas de dicho
Beato, lo veía a través de la web pero no
me es suficiente.
—Es hora de partir, llego tarde a la cita
con Alfonso y no me gusta hacer esperar
— decía agitada su conciencia.
Eran seis kilómetros de distancia lo
que separaba la clínica de su casa, y con
la prisa que llevaba, prefirió coger el
coche que ir andando como
acostumbraba hacer.
Un estrepitoso ruido, mezclado con
sonido de cristal roto llevó a Lucía a
marcharse lejos de la ciudad, huyendo de
la monotonía y el ruido, rumbo al Valle
del Silencio. Estando allí, sentada a la
orilla del río Oza, rodeada del monte
Aquilano, su mente empezó a dejar de
respirar ego. Un hombre de mediana
edad se acercó a ella y respetando el
silencio de Lucía no dijo nada, bastó su
mirada profunda y serena para
presentarse.
—¿Quién eres?— dijo Lucía animando al
ego a levantar un muro de miedo,
pertrechándose detrás de las palabras.
—Soy Gabriel— contestó extendiendo la
mano.
Lucía sentía agitarse por dentro al
estrecharle la mano. No sabía por qué
pero inmediatamente tenía que tomar una
decisión, o guardaba silencio
disimulando o utilizaba palabras para
despistar.
—Yo soy Lucía—dijo presentándose—No
sabía que este pequeño río fuera tan
caudaloso en este tramo— exclamó
intentando alejar el objeto de su
intranquilidad a través de las palabras
—La Naturaleza nos dice todo cuanto
debemos y tenemos que saber, nos
muestra todos los días las verdades
sobre las que se basan nuestras vidas,
todo cuanto sucede en nuestro cuerpo o
en nuestra mente sucede de acuerdo con
ella— dijo Gabriel sin mirarla aunque veía
su presencia más allá de ella.
—Quién es este hombre que por
casualidad se encuentra aquí conmigo
hablando de una forma no habitual, un
extraño que vete a saber qué
pretensiones llevaba— se decía a sí
misma.
Lucía se dio cuenta que estaba ante
alguien especial, algo raro hoy día. Miró
de reojo su forma de vestir: pantalón
vaquero, camisa ancha de hilo blanco…;
buscando algún rasgo en cara y manos
que le dijera la autenticidad de la
persona. La desconfianza le llevaba a
examinarlo sin ser vista, no había nada
que le alarmara, como si un vigía detrás
de las almenas oteara algún posible
enemigo. Sentada, con las piernas
recogidas, rodeó con las manos sus
rodillas, como protegiendo su cuerpo,
cuando un pez serpenteaba las aguas
cristalinas del río.
—Qué contradicción la vida de las
personas, nos gusta disfrutar de la
naturaleza de las cosas y sin embargo
las maltratamos— exclama Lucía,
tentando a Gabriel, expectante de sus
palabras por si a través de las ellas
pudiera avistar algo.
—Has encontrado transparencia en la
apariencia viendo serpentear la vida,
sabes y ves porque has leído, pero no lo
vives. Esta es la gran contradicción
humana, aprenden a vivir según les han
enseñado pero no según como son.
Hablan diciendo ¡no! cuando el cuerpo
dice ¡sí! Somos parte de la Naturaleza y
nos maltratamos a nosotros mismos
ignorándonos.
—Estás equivocado— dijo Lucía con
ahogada suficiencia.
—Pregunta a tu corazón porqué lo
cierras con tus manos, él te dirá quién
está equivocado.
—¿¡Mis manos!?— dijo Lucía
desuniéndolas, a la vez que su cuerpo
tomaba otra postura defensiva.
Gabriel guardó silencio.
—Pienso que eres muy atrevido, con
interpretaciones silvestres acerca de mi
vida. No sé nada de ti y tú ni siquiera me
conoces— dijo Lucía— Has venido a mí y
yo no te he llamado.
Lucía estaba nerviosa, intranquila,
porque un desconocido estaba llamando
a la puerta de su vida.
—¿Qué quieres de mí?—prosiguió Lucía
con intención de alejarlo.
—Vienes a este Valle buscando
entendimiento, comprensión, y cuando el
silencio te ofrece la Verdad, tú pretendes
alejarlo.
En esos momentos la palabra Valle se
asoció a una frase de un libro que
recientemente leyó, aunque no recordaba
el autor.
—“Llama al mundo, si quieres, el valle de
la creación del alma. Entonces sabrás
para qué sirve el mundo”—dijo Lucía
dando a entender que era una persona
muy leída.
—Palabras bellas donde las haya— dijo
Gabriel— pero en tu boca siguen siendo
sólo palabras aprendidas que tratan de
pintar un mundo de esperanza pero sin
vida.
—Me recuerdas a alguien insolente e
insensible— dijo cabreada Lucía
aludiendo a Julián— ¿acaso trataba de
pintar el mundo el autor cuando lo
escribió?
—Quien escribe trata de manifestar el
arte de vivir cada día, conseguir la
Belleza en el arte de vivir con alma
constituye el secreto de la vida, y esto no
se transmite, se vive.
Lucía se quedó sin palabras,
paralizada, parecía que estuviera
esperando a que la invitaran o empujaran
a vivir con alma.
—Tu silencio habla en el valle y nadie
caminará por ti.
—Has puesto palabras a lo que siento,
pero tengo miedo—exclama Lucía.
Gabriel desvió la vista para contemplar
un pequeño y antiguo puente de piedra
que une ambas laderas del río y decidido
caminó hacia él, giró medio cuerpo y
mirando a Lucía le dijo:
—Sí, miedo a vivir, a amar, a morir
Lucía se quedó satisfecha al ver como
se alejaba el objeto de su miedo, aunque
por dentro sentía vacío y fuego, sin
embargo, una vez más, el ego se hacía
ver triunfante con lógica e intelecto. Sacó
un libro de la mochila con la intención de
sumergirse en palabras que le llenaran
ese vacío, sofocando el fuego interno, lo
abrió por el marcador de página y
aunque empezara a leer, las letras ya no
tenían el calado como otras veces. Esto
era algo que le pasaba antes, pero no de
la misma manera. Cuando buceaba en la
lectura, al terminarlo se daba de bruces
con la realidad cotidiana, a pesar de
recordar lo que había leído y opinar
sobre ello. Aunque ahora las palabras se
ahogaban en un ego maltrecho. Cerró el
libro, aspirando aire…
- No estoy centrada para leer.
Algo había descentrado a Lucía. Miró la
portada, como tantas veces, pero esta
vez le llamó la atención el título “La
montaña mágica” de Thomas Mann.
Giró la vista hacia el puente buscando
a Gabriel disimuladamente, como quien
disfruta viendo el paisaje, pero no lo
vio. En esos momentos recordó las
palabras de su abuelo: “puente de
comunicación”.
¿Dónde se ha metido?— decía
intranquila.
Miró con más descaro y allí estaba
Gabriel terminando de cruzar el puente,
siguiendo su camino por la otra vereda
del río.
—¡¡¡Gabriel!!!—dijo en voz alta—
¡¡¡espera!!!
Gabriel se dio la media vuelta mientras
Lucía se dirigía hacia él con paso
tranquilo. Gabriel desandaba lo andado,
encontrándose los dos en medio del
puente.
—Perdona Gabriel por mi insolencia, la
verdad es que estoy algo confusa. Toda
mi vida creí saber con certeza por dónde
me andaba y ahora después de leer y
transcribir un libro muy especial, resulta
que todo se me ha venido abajo, por eso
estoy aquí…
—Por eso estoy aquí—repitió Gabriel
como un espejo para que ella lo captara,
pero la interrupción de Gabriel incomodó
tanto a Lucía que no se dio por aludida,
inmediatamente ella prosiguió.
—…estoy aquí para darme cuenta de la
sutil percepción de cómo son y suceden
las cosas.
Gabriel mirándola a los ojos le dijo con
cariño.
—Estás en ello y no lo ves, sabes bien
que algo hay y no sabes muy bien
cómo…
—Exactamente—lo interrumpió Lucía—
necesito un libro que me vaya indicando
los pasos a seguir.
—…pero no es cuestión de aprender
cómo, sino simplemente hacerlo—
continuó Gabriel—. La Naturaleza es el
libro que podrás encontrar de todo, si
aprendes a “leer” y vivir su lenguaje te
revelará sus leyes.
—Recordando las palabras que antes me
has dicho Gabriel, dime…Dónde está la
Verdad de la vida, la autenticidad del
amor, el misterio de la muerte.
—En el aire que respiras, en el corazón
del ser humano, en el polvo de tus
muertos.
—Sigo sin entenderte–dijo confusa
Lucía.
—Aquí, donde estés, siempre aquí.
—¿¡Aquí!?No creo que el amor, la vida y
la muerte en el mundo se reduzcan a este
sitio, por muy placentero que sea este
lugar.
—Ni Dios es, ni el mundo existe sin ti,
porque tú haces del mundo, la vida, el
amor y la muerte. Todo está en ti y sin
embargo no eres nada.
—Claro, todo está en nuestra mente y
cerebro—responde Lucía con aire
académico
—Natural…mente—dijo Gabriel jugando
con las palabras.
Después se hizo silencio.
Una mariposa revoloteaba en esos
momentos cerca de los dos. Lucía quedó
como la mariposa, suspendida en el aire
admirando el color y aleteo de sus alas
en el vuelo.
—Si coges esta mariposa clavándola
para su estudio habrás avanzado en la
ciencia captando su forma, sin embargo
habrás perdido el vuelo que te ha hecho
vivir. La vida exige vivirla, extiende las
alas de tu alma y vuela, con los pies en la
tierra y la cabeza en el cielo, porque lo
invisible sin lo visible es insensato, más
lo visible sin lo invisible resulta un sin
sentido.
Gabriel sintió que era el momento de
no perderse en palabras, la vida exige
hechos y lo único que hace cambiar a
las personas en esta vida es el Amor y la
Muerte.
Extendió las manos hacia arriba
esperando encontrarse con las de Lucía.
Ella posó las manos, como alas de
mariposa, acariciando las de Gabriel,
sintiendo como el Amor establecía una
conexión sincera, encontrándose ambos
en ese espacio sagrado del alma donde
la Naturaleza revela lo que es y que los
hombres llaman “anima mundi”.
A Lucía no le salían las palabras, sentía
como se estremecía todo su cuerpo al
“ver” y “oír” con otros ojos y oídos la
verdadera realidad de lo que
denominamos alma, donde todo habla,
todo es Uno.
—Te he anunciado el espacio del alma,
conmigo has dado el primer paso, ahora
eres consciente de lo que es en este
valle llamado mundo.
— ¿Qué me quieres decir Gabriel? ¿No te
iras, verdad?, no me puedes dejar sola—
decía angustiada, mientras giraba la
cabeza para cerciorarse que aún estaba
Gabriel ahí.
Una voz, un susurro…Lucía, Lucía….

—¡¡¡Lucía, Lucía!!!—repetía su nombre


una voz conocida.
Lucía abriendo los ojos ve a Alfonso a
un metro de distancia mirándola de
frente.
—¿Dónde estoy?—dice desorientada.
—Has tenido un accidente de tráfico de
camino a la clínica, nada grave, pero has
estado varias horas en estado
inconsciente—dice Alfonso—habíamos
quedado hoy viernes, después de
terminar algo que estabas haciendo.
Lucía dejó de estar en este mundo
para ser en él, una nueva forma de estar
siendo, como si todos los conocimientos
adquiridos se hubieran bañado en las
aguas del alma para transformarse en
sabiduría perenne, ancestral, pero Lucía
no era aún consciente de ello.
La puerta de la habitación se abrió
dejando paso a Julián.
—Ya me ha dicho el doctor González que
no ha sido nada grave. ¿¡Qué tal está
esta viajante por el mundo de lo
inconsciente!?— dijo Julián
presentándose en tono gracioso,
pretendiendo quitar hierro al asunto,
disimulando su preocupación.
—Las heridas me han hecho viajar, y tú
¿todo el tiempo aquí?
—Sí, aquí, en tierra firme.
—¡¡¡Qué pena, Julián!!!
—¡¡¡Alégrate mujer, vuelves a estar aquí
con nosotros!!!
Lucía le miró a los ojos.
—Llevas un traje distinto, siendo el
mismo Julián y yo aquí, desnuda, como
una recién nacida, postrada en la cama
esperando a caminar de nuevo.
Alfonso se dio cuenta, por las palabras
de Lucía, que algo había cambiado.
—No quiero abrumarte ahora pero
tenemos algo pendiente, nos vemos.
—A dios Alfonso, nos vemos.
—Yo también me marcho—dijo Julián—
me alegro que estés bien Lucía.
—Yo también me alegro de estar de
nuevo aquí con todos.
Después de cuatro días en observación
le dieron el alta médica, a partir de
entonces se quedó en casa reflexionando
acerca de lo que le había pasado. Era una
lucha sin cuartel entre los razonamientos
médicos y la vida del alma.
—¿Quién es este Gabriel, qué no puedo
dejar de pensar y sentir en él?—decía
Lucía con rabia e impotencia al ver
tambalear su ego por algo que le parecía
Amor surgido de no se sabe dónde, ni
porqué.
De vez en cuando aparecía su ego
intentando escudriñar su mente dando
explicaciones éticas y morales con cierto
regusto médico.
- Tengo que olvidar este sin sentido,
volver como siempre a la tranquilidad
que me ofrecen mis conocimientos.
Esto sólo es un desvarío producido
por el accidente.
Pero Lucía no dejaba de pensar en él,
era como una corriente submarina
apareciendo en la costa en fuerte
oleaje.
- Voy a salir a que me dé un poco el
aire por el parque, lo necesito—decía
sofocada.
Paseando más tranquila, disfrutando
del aire limpio que le ofrece el pequeño
pulmón de la ciudad se decía…
- Vamos a ver, tengo que atemperar
esta tormenta analizando, paso a
paso, qué es lo que me quiere decir.
Está claro que el lugar llamado Valle
del Silencio es una interiorización de
lo que he leído, que la persona que
viene a mi encuentro es un tal
Gabriel, sin embargo yo no conozco
ningún Gabriel, sus palabras me
llaman la atención por su
profundidad, pero lo que más me
llama la atención es mi
comportamiento defensivo ante él.
Ahora mismo estoy sintiendo que me
da miedo Amar, sin embargo el amor
me ha acompañado, aunque pocas
veces, en mi época de estudiante.
Pero este sentimiento que ahora
rapta mi vida es distinto, quizá sea
debido a que lo que yo creí amor no
sea más que dos cuerpos
retozándose en busca de placer,
parecido a dos estacas frotándose en
busca de fuego pero sin chispa. Ese
es el miedo, sí, a no querer que me
hagan daño, a que se despierte en mí
el Amor para después desvalorizarlo.
¡Un momento!—proseguía en su
análisis Lucía—Ahora entiendo por
qué me he sepultado en la lectura,
quizá buscaba en los libros una
explicación del Amor que no tuve.
Sólo el abuelo me dio el amor que el
sentía, identificándome con su dolor,
aprendiendo como él a refugiarme en
los libros.
A pesar de esa explicación que
esclarecía su vida, el ánimo de Lucía se
venía abajo, estado anímico que fue un
toque de atención a su ego para salir a
relucir como defensa.
- Pero sin esos conocimientos
adquiridos, ahora no sabría nada de
esto. En cuanto el amor, sé que es
una respuesta bioquímica estimulada
por nuestro instinto en el cerebro, el
Amor es una imaginería psicológica,
una ilusión, una puesta en escena
teatral para la consecución del placer
y asegurar nuestra especie, y yo
como médico, un espectador que
analiza la obra.
A Lucía le asaltaron las palabras de
Gabriel mostrándole que de nada
sirve la explicación racional que se
estaba dando.
“Si coges esta mariposa clavándola
para su estudio habrás avanzado en
la ciencia captando su forma, sin
embargo habrás perdido el vuelo que
te ha hecho vivir”.
Sin embargo el ego, sólidamente
construido por ella misma para
protegerse, empezó a analizar toda la
frase, dándose cuenta
- La mariposa representa el alma,
símbolo de transformación y
renacimiento, siendo su visión
anunciadora. Lo que me da a
entender que si analizo aquello que
llamamos alma, clavándola como una
mariposa para su estudio, pierdo la
delicadeza de vivirla. Me quiere decir
algo así como…Todo estudio para
análisis conlleva un distanciamiento
entre sujeto y objeto Ahora sé quién
es Gabriel que como mariposa
anuncia mi transformación.
Una voz aterciopelada, profunda
como el alma misma, le llegaba por la
espalda desde algún sitio, le llamó
tanto la atención que giró la cabeza
para ver quién era, esperando que
fuera Gabriel, pero no veía nada a
simple vista, agudizando más el oído
pudo oír…

No, ya no quiero hablar del alma,


Ni del amor tampoco,
Prefiero el silencio de palabra llena;
Hablar desde el alma y al alma,
De corazón a corazón.
No, ya no quiero atender a razones
Que la razón se pierde por los pasillos de la casa
En bonitas alfombras de bienvenida
Con colores mediocres adornadas de sabiduría;
Laberinto intelectual, huésped en tu propio
hogar, dueño de hipocresía.
Tus palabras se desvanecen letra a letra
Enmudeciendo tu voz el corazón
Siendo cuerpo y alma perfecta simetría.
Porque no es la mente la que debe estar cierta,
sino el corazón el que esté firme.
No, ya no quiero perderme en verborreas lógicas
e intelectivas
Describiendo desde la razón el atlas geográfico
del Alma.
Prefiero habitar el espacio silente que se deja
en los agujeros de los nudos verbales
Sentir las tres heridas, la del Amor, la de la
Muerte, la de la Vida.
No, ya no quiero hablar del alma,
Ni del amor tampoco diría,
Prefiero un encuentro de miradas con semillas
abiertas,
Sentir que el paso de uno al otro, si paso hay, es
praxis y no teoría.
Porque amor y alma siendo Uno
Más que decir se hace.
Hagamos alma, que la vida está pariendo un
ángel.
Pero todo esto no se escribe,
Se vive.
¡¡¡Dame tu mano amiga del alma y vivamos!!!

Una ola atrevida que surgía de las


profundidades derribaba el dique de
contención construido por su
raciocinio, alcanzando la orilla de su
cuerpo derramando lágrimas por sus
ojos.
—¿¡¡¡Qué me está pasando!!!?¿A qué
se debe esto?—decía Lucía aterrada
intentando buscar algún residuo de
su muro caído que le pudiera dar una
explicación y mayor seguridad.
— Sólo son palabras lisonjeras de un
poeta, un loco romántico y
melancólico.
—¿Por qué te obcecas en perderte
por laberintos lingüísticos buscando
una razón de ser sin Ser? Conoces el
espacio del alma, tu hogar, y no lo
habitas—dijo el hombre saliendo de
su invisibilidad.
—¿Quién eres tú?—pregunta Lucía
viendo eternidad insondable en los
ojos del hombre.
— Un amigo que te acompañará en
este valle.
— Sí claro en este valle de lágrimas—
dijo irónicamente Lucía— No, no
necesito a nadie y menos la ayuda de
un desconocido.
—¡Ay! Arrogancia erudita que
construyes muros de hielo a tu
alrededor para intentar aislar la
sabiduría del alma que está en ti,
dejando gélido el corazón. Todo muro
que alces hacia los demás, es un
muro que construyes a ti mismo. Soy
un desconocido para ti, pero no tú
para mí, Lucía.
— Sólo conozco a un hombre que…
— Sí, Gabriel que te anunció con
amor el espacio de lo que es, y mi
llegada.
— Pero entonces tú eres…
—Sí, un amigo del alma, Rafael,
vengo a mostrarte la medicina de
Dios, sabiduría del alma.
— Vamos a ver, yo no he implorado
nada a nadie y Dios es un invento de
la mente humana.
— El códice hallado por tu abuelo
Matías y la lectura de lo que no está
legible a ojos vista en él, ha
ahondado en tu alma. Este libro
sagrado ha sido escrito por Uriel, el
escriba de Dios, que en manos de
Donato quiso recoger las palabras
del altísimo.
—Debo estar muy afectada por el
accidente, estoy alucinando, esto no
puede ser verdad, ¿me estaré
volviendo loca?— exclama el
pensamiento de Lucía.

A pesar de su severa preocupación


por su salud mental, Lucía quiso
proseguir hasta el fondo, rebatiendo
con sesuda conciencia todo lo que le
llegaba. Era experta en hacer críticas
bien asentadas, utilizando el
sarcasmo cuando algo le molestaba
mucho porque chirriaba según su
forma de pensar o sentir.
—Sin mí no hay ni Dios ni mundo—
dijo Lucía confrontando las palabras
de Gabriel con las de Rafael
—Sin embargo estás aquí viviendo en
este mundo como los demás, donde
cada cual a su manera expresa lo que
no tiene nombre, y si tú no estás es
porque la muerte te ha llevado. Dios,
es Dios de los vivos, no de los
muertos—dijo con dulzura Rafael
eliminando el pronombre “mí” con
sabor a egocentrismo narcisista.

Dos días más tarde Lucía se encontró


con Alfonso en su despacho.
—Qué alegría me da verte por aquí Lucía,
imagino por lo que has pasado.

Es una suerte para ti que lo que hasta


ahora creías saber se haya convertido en
una nueva Vida por hacer. Te envidio, no
todos tenemos la oportunidad de haber
sido “tocados” por el alma humana.
Intelectualmente hemos de conformarnos
con describirla, somos tuertos en este
mundo de ciegos y tú la dicha de tener
los ojos abiertos porque ves ahora con
los ojos del alma.
—¿ Cómo sabes esto?, a pesar de ello
estas confundido Alfonso, lo que llamas
alma no es un objeto ni físico ni
metafísico, distinto a ti, no es un algo
que alcanzar como meta, sencillamente
eres tú. Es el ego que hace decir todo
esto, construyendo creencias,
realidades, que aceptándolas como
verdades se huye de la angustiosa
Muerte, olvidando lo que es; a cambio se
va formando una identidad de ser,
sólidamente construido, sutilmente
manejado creyendo conocer quién eres,
sin ser nada. Una espiral en tu mente que
como laberinto juega a vivir tu vida. Sólo
la experiencia de la Muerte y el Amor
vienen a decir la última palabra
susurrada al oído. Además de estar
ciegos o tuertos estáis sordos por miedo,
mientras se erige arrogante un ego que
cree saberlo todo.
—Después de todo esto imagino que no
acudirás al congreso ¿verdad?
—Los conflictos y los problemas no se
resuelven entre cuatro paredes con una
audiencia perita donde se alimenta
mutuamente el ego, prefiero salir al
encuentro con la Vida misma.
—Pero Lucía ¿dónde está la
profesionalidad, la ética y la privacidad
que recoge el código deontológico?
—En el reconocimiento de las personas
al saber y sentir que hay alguien especial
ahí mismo.
—¿Alguien especial?
—Sí, llámalo si quieres Amigo del Alma.
—¿Qué es un amigo del alma?

Después de haber traducido el Beato,


leyéndolo con atención pasmosa, mi
parte izquierda del cerebro se puso a
razonar. Puse mi mente a escudriñar con
interés investigativo, como un
arqueólogo sumergiéndose en las
profundidades de la humanidad.
Me documenté
- Este libro está escrito por tres
personas, la grafía visible de Magius,
la invisible por Donatus, pero… ¿de
quién es lo invisiblemente escrito
con mayor profundidad? De Magio es
imposible, de Donato, a pesar de su
experiencia, tampoco
- ¿Quién escribió este Beato? ¡¡¡Las
letras visibles tienen una grafía
distinta a las invisibles!!! El
contenido de lo que dice es
totalmente diferente, rayando en
herejía, de acuerdo a las leyes y
normas establecidas por la iglesia

TRANSPARENCIA EN LA APARIENCIA
A LO INVISIBLE POR LO VISIBLE
DONDE NADA ES LO QUE PARECE SER
Y SIN EMBARGO TODO ES.
PROLOGUS

Quizás esta historia jamás debía ser

escrita o contada, pues por más que uno

lo intente explicar con claridad no llegará

a su comprensión hasta que no lo haya

vivido. Y aunque me resulte difícil

decir con palabras aquello que no lo

tiene, algo me empuja a transmitirla de


corazón a corazón, tal y como me

enseñaron, tal y como la vivo, con la

única esperanza de que haya un atisbo

de luz sobre la Verdad que anida en el sí

—mismo. Jamás una palabra, por muy

bella que sea, llegará al corazón si quien

la dice o escribe no la ha experimentado.

Sin embargo si observas tu hablar, te das

cuenta que la palabra no es una mera

emisión de aire, que el que habla por

algo habla, y quien escribe algo dice

aunque no está del todo expreso en ella.

Las palabras tienen Vida y mueren al ser

escritas o dichas, perteneciendo al lector

desvelar el sentido que se encuentra


latente entre las líneas de lo escrito o en

el silencio de la palabra. Únicamente la

experiencia de vivir el Amor y la Muerte

cambia el sentido de la Vida,

comprendiendo su Sabiduría silente te

mostrará la auténtica Verdad, que sólo

oídos capaces de oír oyen y ojos con

miradas de semillas abiertas ven.

La Revelación se haya en las líneas invisibles de lo

escrito.

El principio del verbo es su silencio.

Revelatio invisibilis in versibus scribi.

Tacet principium verbi


( D I B U J O )
He guardado silencio desde que

dejé el cenobio de Távara, escribiendo en

este cuaderno la Verdad de Dios en el

saber del hombre y en la contemplación

de las cosas

y hasta tocado por un vahído mental

que pretenda peyorativamente

descalificar el sentido de lo escrito. Tal

vez lo llames Misterio porque las


palabras retroceden cuando se ha

entendido con la cabeza y no con el

corazón, mas abriendo lo que se llama

alma, verás que a través de las palabras

y las cosas se mueve un mundo

esperando ser habitado, donde conviven

el Amor, la Vida y la Muerte. Sabrás que

este mundo donde reina la armonía no es

otro sino el tuyo en consonancia con

todo. Y cuando comprendas lo que de mi

cálamo no ha querido salir, que nada hay

de Misterio y que sólo se encuentra en la

cerril mente de los ciegos que miran pero

no ven, entonces sabrás que un ángel te

ha tocado con su ala, convirtiendo tu


conocimiento en sabiduría, por fin

habrás transparentado la presencia de lo

visible.
con la esperanza de poder reflejar la
verdad que se encuentra en el sí—mismo,
consciente de que cada cual tiene su
verdad, o mejor dicho su verdad lo tiene a
él, me atrevo a decir que verdad sólo hay
una y ojos y corazones que ven y sienten
múltiples generando universos diferentes,
donde cada uno tiene sus propias formas
de habitarlo según lo haya vivido, siendo
esa su verdad.
La vida de cada cual jamás se cuestiona,
ella siempre es verdad.Por más que se
finga, consciente o no , siempre lleva
Fíjate bien lector/a porque jamás una
palabra, por muy bella que sea, llegará al
corazón si quien la dice o escribe no la ha
experimentado, pero si observas tu hablar
te darás cuenta que la palabra no es una
mera emisión de aire, que el que habla por
algo habla y quien escribe algo dice,
aunque no está del todo expreso en ella.
Las palabras llevan vida y mueren al ser
escritas o dichas, pero lo que no nos incita a morir no nos
excita a vivir, Al final sabrás que lo único que cambia el
sentido de la Vida es la experiencia muda de vivir el Amor
y la
Muerte, siendo la Sabiduría de dicha experiencia la única
Verdad. Pero somos sordos y ciegos, viviendo en un
mundo de ilusión y fantasía, donde un mago llamado dios
saca de su chistera lo que tú quieres creer, creencias que
se conjugan con la experiencia condicionada de tu vida
alejándote de la auténtica Verdad y de ti mismo.
¿Acaso crees que la ceguera y la sordera se limitan a los
órganos del cuerpo? No, también se hallan en el terreno
del conocimiento Verdad que sólo oídos capaces de
oír oyen y ojos de mirada comprensiva pueden ver.

Hay un espacio despoblado


Que es preciso poblar
De miradas con semillas abiertas
De voces bajadas de la eternidad…
Aquí comienza el espacio
Que no puede ser explorado
Sino vivido
Redondo a causa de los ojos que lo miran
Y profundo a causa del corazón

.—Altazor. Canto V— (V. Huidobro)

De todo corazón … Rafael Garrido


Presa

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